A 30 AÑOS DE LA RESTAURACIÒN MONÀRQUICA EN ESPAÑA.
Por EL MILITANTE -
Thursday, Dec. 15, 2005 at 1:53 PM
EL MILITANTE -
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El Militante nº 189
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A 30 años de la restauración monárquica,
a 27 años de la Constitución |
República sí, pero
socialista |
Autor : Raquel E.
Andreu Fecha : ( 13-Diciembre-2005 ) Categoria : Estado
Español
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estido
con traje deportivo, con una gorra en la mano, ligeramente
arremangado: así nos mostraba El País al rey Juan Carlos el pasado
22 de noviembre . Es evidente lo que nos quieren revelar: un hombre
como otro cualquiera, normal, cercano, que no parezca que lleve un
gran peso sobre su cabeza… la Corona. Es importante la imagen pues
hay que mostrar que hoy los reyes no son esos seres sin corazón que
obligaban a sus súbditos a arrodillarse en su presencia. No, éste es
un rey “diferente” y sobre todo democrático y aceptado. Entonces,
¿por qué del año 2000 al 2005 ha crecido en 15 punstos, hasta un
34%, el número de aquellos que piensan que la monarquía “ha cumplido
su misión en la historia”? ¿Por qué los que creen que sigue siendo
necesaria esta institución han pasado de un 72% a un 59%, según un
estudio de El País? El Mundo da otro dato más interesante: por
primera vez desde la caída de la dictadura una mayoría de jóvenes
(38%) prefiere la república frente a la monarquía. ¿Puede ser que
nuestro elegante, dicharachero y especialmente democrático rey no
sea visto precisamente así por un sector cada vez mayor de jóvenes y
trabajadores? La vida del rey está muy lejos de ser un ejemplo
para millones de personas: viste con ropas caras que nosotros no
podemos comprar; vive en palacios lejos de los 30, 40 e incluso 70
metros cuadrados de la mayoría de la población; no conoce lo que
significa la palabra hipoteca; no tiene problemas para encontrar
trabajo, etc. Todos los años el gobierno de turno se sienta con la
Casa Real para escuchar cuáles son sus necesidades: este año
ascienden a ocho millones de euros (unos 1.300 millones de pesetas),
cantidad que se carga en los presupuestos generales del Estado. Un
medio de comunicación, Crónica, le hizo la siguiente pregunta a
varios dirigentes políticos: “¿Creen que el príncipe debería tener
una asignación propia?” Para el dirigente del PP evidentemente sí.
Para Fernández Marugán, del PSOE, “si el príncipe genera más gastos
de lo que hasta ahora ha generado cuando vivía en el hogar paterno,
que se incremente la dotación de la Casa Real y aquí paz y después
gloria” ¡Desde luego! ¡Gloria al rey y al príncipe! Vergonzoso.
La respuesta de Felipe Alcaraz, de IU, tampoco fue muy acertada:
“como republicanos no podemos entrar en esa pregunta. Es un problema
que no nos corresponde”. Pero, precisamente por ser republicano,
debería corresponderle muchísimo el problema. Los marxistas
hubiéramos dejado bien claro que estamos en contra de que el
príncipe tenga asignación propia, igual que el rey y toda la Casa
Real. Tampoco pasarían grandes necesidades. Según la publicación
Eurobusiness “la fortuna del rey Juan Carlos nace de un fondo
colocado en el exterior durante el franquismo (...) Muy pocos
españoles saben lo rico que es el rey de España (…) fincas
desparramadas por Europa, colecciones de arte y vastas propiedades
de todo tipo”. El patrimonio acumulado en estos momentos es de 1.700
millones de euros (unos 280.000 millones de pesetas).
¿Por qué mantener una institución
tan cara y anacrónica?
En 1937, en
plena guerra civil, el padre de Juan Carlos e hijo de Alfonso XIII,
Juan de Borbón, insistió a Franco para que le dejara incorporarse a
las filas de su ejército. Franco le contestó que no y los motivos se
los dio a Luca de Tena: “podríamos poner en peligro una vida que
algún día podría sernos preciosa (…) si en el cambio de Estado
volviera un Rey tendría que venir con el carácter de un pacificador
y no podría contarse en el número de los vencedores”. (El País,
22-11-05). Estas palabras no fueron las de un clarividente, es el
razonamiento normal de la burguesía cuando se trata de perpetuar su
dominio: “si un régimen republicano no me sirve para mantener el
control opto por uno dictatorial; si este tampoco me sirve porque
pone en peligro mis intereses escojo la monarquía o cualquier otro
régimen de democracia burguesa”. La burguesía española guardó
siempre en la manga la carta de la monarquía como una de las
posibilidades a escoger en caso de dificultades. La
consolidación de la dictadura le trajo a la burguesía grandes
beneficios gracias a una mano de obra esclava en las cárceles,
trabajando para las grandes obras públicas, y a otra mano de obra
vencida en la guerra, que durante años tuvo que agachar la cabeza
para sobrevivir. Pero el régimen de Franco tarde o temprano entraría
en crisis. La clase obrera tardó mucho tiempo en recuperarse del
terrible sufrimiento de decenas de miles de muertos y desaparecidos,
pero se recuperó. Al final de los años sesenta ya se empezó a ver un
claro resurgir de luchas que se irían radicalizando a lo largo de
los primeros años setenta, para dar un salto cualitativo y
prerrevolucionario después de la muerte de Franco entre 1976 y 1978.
El dictador escogió para que continuara su “proyecto”, una vez
muriera, al entonces príncipe Juan Carlos: en 1969 le nombró su
sucesor. La realidad, contraria a las florituras con las que los
medios de comunicación nos han bombardeado, es que Juan Carlos jamás
abrió la boca para criticar la falta de democracia. Dos días después
de la muerte de Franco, el 22 de noviembre de 1975, Juan Carlos es
proclamado rey de España jurando lealtad a los principios del
Movimiento, o sea, a los de la dictadura.
Crisis
de la dictadura
La situación social era cada vez
más complicada. La burguesía estaba dividida. Un sector quería
mantener la dictadura férreamente y no estaba dispuesto a dar
concesiones al movimiento obrero por miedo a perderlo todo. El otro
sector entendió que debía conceder ciertas reformas o, si no, la
lucha de las masas en la calle podía poner en peligro sus intereses
de clase. Este sector sabía que no podría parar al movimiento obrero
simplemente dando algunas migajas en forma de concesiones
económicas, incluso políticas. Para realizar sus verdaderas
intenciones iba a necesitar a los dirigentes de las organizaciones
de la clase obrera, que tenían entonces una autoridad enorme, ya que
muchos de ellos habían sufrido la persecución franquista. Aún así no
iba a ser fácil para la burguesía calmar a la clase obrera. El
sufrimiento concentrado en décadas se convirtió en una rebeldía que
pondría durante años a este país patas arriba con millones y
millones de horas perdidas en huelgas; las huelgas económicas se
convertían en políticas, donde se exigían derechos como el de
autodeterminación para las nacionalidades oprimidas o la amnistía
general para los presos políticos. A la vez el Estado franquista
y sus esbirros fascistas atacaban: los asesinatos de los siete
abogados laboralistas de Atocha, los trabajadores asesinados por
orden de Fraga el 3 de marzo en Vitoria, etc. Después de cada ataque
los trabajadores respondían de forma masiva y contundente, pero se
encontraban con que sus dirigentes les llamaban al orden, a que “no
cayeran en provocaciones”. Toda la energía que la clase obrera
organizada y movilizada había adquirido se podría haber utilizado
para profundizar el proceso prerrevolucionario. La clase obrera
estaba dispuesta a luchar hasta el final y la mayoría de las capas
medias estaban con los trabajadores, luchando y organizándose en las
mismas filas. En cambio, la burguesía estaba débil y dividida. Pero
los máximos dirigentes del PCE y del PSOE no tenían ni la más remota
perspectiva de llevar la lucha hacia la ruptura con el capitalismo,
ni siquiera fueron consecuentes con la necesidad de llevar adelante
una depuración seria del aparato represivo franquista. El rey y
otros “demócratas de toda la vida” del régimen franquista sólo
pudieron llegar a tener un reconocimiento apreciable de la población
gracias a la inestimable colaboración de los máximos dirigentes de
los partidos y sindicatos obreros. Ellos los sacaron del lodo de la
dictadura. Sin haber empeñado toda su autoridad en la instauración
de una monarquía parlamentaria, esa carta que jugó la burguesía
hubiera fracasado totalmente. Ciertamente no es lo mismo una
dictadura que una democracia burguesa. Pero, sobre eso, hay que
hacer dos consideraciones: en primer lugar, todos los derechos
democráticos alcanzados por la clase obrera (derecho a reunión,
manifestación, expresión, etc…) fueron arrancados con la lucha y no
graciosamente concedidos por el rey ni ningún representante de la
burguesía. En segundo lugar, en la medida que la lucha fue frenada
por su dirección y que la perspectiva de la revolución se
descarriló, incluso las conquistas en el terreno democrático burgués
estuvieron seriamente limitadas, y la mayor prueba de ello es la
existencia de la monarquía, de todas las medidas articuladas en la
propia constitución para limitar o suprimir estos derechos y el
hecho de que no haya habido ninguna depuración del aparato estatal
franquista. La burguesía tuvo que aceptar determinadas
concesiones a cambio de concesiones infinitamente más serias por
parte de los dirigentes del PCE y del PSOE. La caída de la dictadura
podía abrir las puertas a la revolución —como la Revolución de los
Claveles en Portugal se encargaba de recordarles— y con ella podían
acabar perdiendo lo más importante: su dominación de la sociedad.
La aceptación de la monarquía y de la propiedad
privada
Pocos meses después del asesinato de los
abogados laboralistas, el 15 de abril de 1977 el PCE es legalizado.
Seis días después, el Comité Central (máximo órgano) del PCE acordó:
“en lo sucesivo, en los actos del partido, al lado de la bandera de
éste, figurará la bandera con los colores oficiales del Estado (…)
considerando a la monarquía como un régimen constitucional y
democrático (…) Estamos convencidos de ser a la vez enérgicos y
clarividentes defensores de la unidad de lo que es nuestra patria
común”. Nadie votó en contra de esta aberración. Esto le costó caro
al PCE, que pasó de ser el partido más grande y mayoritario entre la
clase obrera y sectores de las capas medias a ver cómo empezaba su
declive, comenzando por las expectativas electorales. De la
misma forma, la dirección del PSOE aceptó la monarquía a pesar de
que miles de sus militantes murieron durante la guerra civil
defendiendo la República y el socialismo. El abandono de la lucha
por el socialismo les llevó a la aceptación de una constitución
monárquica y capitalista, donde la propiedad privada y la
indivisibilidad de España eran y son sus máximas.
Quién ganó y quién perdió con la Constitución
Según los dirigentes de entonces hubo que pactar
esta Constitución por el bien de todos. Felipe González dice a este
respecto: “¿Sería posible el consenso, que siempre se basa en la
capacidad de pacto, sin eso que llaman renuncias?” (El País, 22 de
noviembre de 2005). Pero, ¿quién renunció realmente? Veamos: con el
nuevo régimen los capitalistas conservaron sus empresas,
consiguieron que se privatizasen las empresas públicas con
beneficios y hasta hoy no han dejado de ganar cantidades ingentes de
dinero. El aparato del Estadoestá lleno de torturadores y asesinos,
de funcionarios franquistas, etc., no se depuró. La Iglesia mantuvo
todas sus propiedades, siendo hoy los grandes empresarios de las
escuelas concertadas. El golpe de Estado del 23-F fue un acto
protagonizado por parte de un sector muy pequeño de las Fuerzas
Armadas, por cierto el sector más cercano al rey. De haber
triunfado, más temprano que tarde, el golpe hubiese sido respondido
con un movimiento de masas con imprevisibles consecuencias. Además,
la burguesía ya había decidido que para sus intereses la democracia
formal cumplía mucho mejor sus funciones en aquellos momentos. El
rey sólo hizo lo que la burguesía le exigió. Así que las medallas
que le pusieron como pieza fundamental para que el golpe no siguiera
adelante es una cortina de humo que nos han vendido, pero que ayudó
a consolidar a la monarquía. Por lo tanto, ¿a qué renunciaron? A
absolutamente nada fundamental. Además, al tener el total control
del aparato estatal, la burguesía siempre puede pensar en el mejor
momento para suprimir los derechos conquistados si llegan a ser un
peligro muy grande. La clase obrera, a costa de sacrificar a
muchos compañeros asesinados o encarcelados, había conseguido
grandes subidas salariales y mejoras laborales importantes. Pero un
año antes de votar la Constitución los dirigentes obreros firmaron
los Pactos de la Moncloa, que significaban una pérdida enorme de
conquistas: pérdida de poder adquisitivo, reformas para facilitar el
despido y el cierre de empresas. El resultado fue que el paro se
disparó brutalmente. Políticamente se había luchado por derechos
como el de autodeterminación para Euskal Herria, Catalunya o
Galicia, así como por estatutos de autonomía que beneficiaran a los
sectores más oprimidos, por ejemplo la reforma agraria exigida por
los jornaleros andaluces y extremeños. La Constitución negó el
derecho de autodeterminación. Si bien en la Constitución se habla
del derecho a vivienda digna, a un puesto de trabajo, etc… la
realidad que vivimos es que hay millones de parados y millones de
personas con hipotecas para toda la vida, así como miles que
simplemente no pueden acceder a ninguna. Por lo tanto, ¿a qué se le
obligó a la clase obrera a renunciar? Prácticamente a todo.
La propaganda de una constitución “democrática”
La “democrática” Constitución le da al rey unos
poderes de miedo: El rey “es inviolable” (art. 56.3), o sea:
sagrado, inmune, intocable… El rey nombra al presidente del
gobierno, al del Tribunal Supremo y a los veinte integrantes del
Consejo General del Poder Judicial, al presidente del Tribunal
Constitucional y a los doce integrantes del Tribunal Constitucional.
¿Quién da más? Algunos dirán “sois demagogos, pues el rey siempre
acepta las propuestas y nunca impone”. Pero entonces, ¿para qué
delegar en el rey tal responsabilidad si no va a usarla nunca? ¿Qué
es esto, un teatro? Entonces el rey ¿se ha convertido en el bufón?
No. La realidad es que esas potestades están ahí para utilizarlas
cuando sea necesario. Igual pasa con los Estados de Alarma,
Excepción o Sitio. Si se declarase alguno, quedarían eliminados
derechos tan fundamentales como el de huelga (art. 28.2), de
manifestación (art.21.1), de expresión escrita (art. 20.1.a y
20.1.d), de inviolabilidad del domicilio y de comunicaciones
postales o telefónicas (art. 18.2 y 18.3). Uno podría ser detenido
por tiempo indefinido sin ningún derecho. La cantidad de
brutalidades que se podrían cometer por parte del aparato del Estado
en esos momentos pone la carne de gallina de sólo pensarlo.
También podrían decirnos: “pero es casi imposible que se
declaren estos estados, pues tiene que pasar algo muy grave” Bueno,
en Francia se ha declarado el Estado de Emergencia, parecido al de
Alarma aquí. Y no haría falta ni siquiera que se quemaran coches.
Como dice la Ley Orgánica 4/1981: “Art. 4. El gobierno (…) podrá
declarar el Estado de Alarma (…) cuando se produzca alguna de las
siguientes alteraciones graves de la normalidad: Apartado c:
paralización de servicios esenciales para la comunidad, cuando no se
garantice lo dispuesto en los art. 28.2 [mantenimiento de los
servicios esenciales a la comunidad] y 37.2 [funcionamiento de los
servicios esenciales de la comunidad] de la Constitución y concurra
alguna de las demás circunstancias o situaciones contenidas en este
artículo”. Es decir, una huelga general de varios días o indefinida,
como hicieron los trabajadores franceses en 1995 de un mes entero en
el sector público.
¿Qué ofrece una república
burguesa?
La precariedad laboral, la falta de un
futuro cierto para millones de jóvenes, el aumento de la represión
en las empresas y fuera de ellas, la crisis del sistema capitalista
que se nos muestra en forma de guerras salvajes o catástrofes
supuestamente naturales que matan, naturalmente, a los más pobres,
está haciendo reflexionar a miles de personas. Todas las
instituciones que defienden el capitalismo se están viendo afectadas
negativamente y la monarquía, aunque todavía tiene apoyos
importantes, es una de las más castigadas. En todos estos años,
nos han intentado educar en los valores de la democracia burguesa y,
en concreto, en el valor que tienen las elecciones. Los marxistas no
vemos en ello una gran dosis de democracia, pues votas una vez y
luego tienes que apechugar con cuatro años de gobierno aunque éste
no cumpla prácticamente nada de lo que dijo defender. Pero con el
rey ni eso. El rey lo puso Franco y ahí se quedó. Alguna voz nos
recuerda que se refrendó el 6 de diciembre de 1978, el día que se
aprobó la Constitución. También se refrendó el artículo 24 donde se
dice “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda
digna y adecuada”, todavía estamos esperando y nadie ha pagado por
un incumplimiento tan grave. Además, nosotros contestamos: de
eso hace 27 años y cerca de diez millones de personas que hoy son
mayores de edad no votaron esa Constitución y, por tanto, nunca se
les ha preguntado sobre la monarquía ni sobre muchas cuestiones más.
Si realmente se fuera tan democrático, entonces no habría que tener
miedo a volver a votar cada cierto tiempo la Constitución. No habría
que tener miedo a un referéndum para cambiar artículos de la Carta
Magna que aumentaran los derechos, como el derecho a la
autodeterminación. En cambio sí quieren modificarla para abolir la
preferencia del hombre sobre la mujer en la sucesión del trono,
porque eso es “poco democrático”. Ya que estamos, ¿por qué no se
podría aprovechar para poder votar, antes que esa modificación, si
queremos o no monarquía? Desde luego, los marxistas tenemos muy
claro que votaríamos que no. Ahora bien ¿cuál es la alternativa a la
monarquía? ¿Una república sin más? Estos días hemos estado
viendo lo que sucedía en Francia. Este país siempre fue visto como
un modelo, pues la República francesa se asentaba en tres pilares:
la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. ¿Libertad para quién?
¿Igualdad para quién? ¿Fraternidad con quién? La libertad no es real
cuando a millones de jóvenes y trabajadores en Francia se les obliga
a una vida sin ni siquiera un puesto de trabajo y, menos aún, cuando
encima son acechados diariamente por la policía, detenidos sin razón
y humillados en los cuarteles. La igualdad no existe, porque
mientras el elegante Chirac y toda la pandilla de elegantes que le
siguen han cometido todo tipo de delitos con los que se han llenado
bien los bolsillos, no sólo no van a la cárcel sino que son
respetables presidentes de democráticas repúblicas (vale lo mismo
para el señor Berlusconi). Y la fraternidad… ¿acaso las balas de
goma y los botes de humo significan fraternidad? Esos jóvenes se
movilizaban por estar desesperados frente a un futuro que se les
presenta bien negro. Una república burguesa, como demuestran estos
acontecimientos, no es la una alternativa a la monarquía. Ambos son
instrumentos diferentes para la defensa de un mismo sistema
capitalista. No digamos el régimen “democrático” de EEUU, también
basado en una república. Es la república del imperialismo, de las
cárceles secretas, de los golpes de Estado, de absoluto dominio del
capital sobre todo el proceso electoral. En EEUU no hay rey, pero la
burguesía está bien servida. La Segunda República, declarada el
14 de abril de 1931 después de la victoria de las organizaciones
republicanas y socialistas en las elecciones municipales de ese año,
consiguió echar al rey Alfonso XIII del país. La proclamación de la
Segunda República trajo enormes esperanzas para los millones de
pobres. Se pensó que la república traería la reforma agraria,
educación para los hijos de los pobres, trabajo para todos,
independencia para las colonias, etc. Pero la realidad es que la
Segunda República, según pasaban los años, no solucionaba las
enormes necesidades del pueblo, por eso los obreros y pequeños
campesinos tuvieron que hacer lo que las leyes no hacían: ocuparon
las fábricas y las tierras de los grandes terratenientes y las
pusieron a trabajar. Según las propias expectativas del primer
gobierno republicano, si la reforma agraria se hubiera tenido que
llevar a cabo de la forma en que las leyes lo exigían, se hubiera
tardado cien años en llevarla a cabo. Pero los campesinos pobres no
podían esperar cien años porque se morían de hambre. Así que cada
día se daban nuevos pasos adelante, con ocupaciones y
colectivizaciones que les llevaba más lejos. La burguesía estaba
muerta de miedo pues veía que, si ese era el camino, la clase obrera
podría acabar tomando el poder y constituyendo otra república, esta
vez socialista. Muchos de los antiguos monárquicos se convirtieron
al republicanismo para no perder sus privilegios de clase. Pero la
revolución los amenazaba. Mientras que los programas de los
gobiernos republicanos, incluido el del Frente Popular de 1936, eran
puramente reformistas y no se salían de los márgenes que imponía el
sistema capitalista, las masas en la calle luchaban por acabar con
este sistema. Eso significa que las masas, antes que sus dirigentes,
entendieron que tenían que ir más allá de una república burguesa
para conseguir sus aspiraciones, que eran las aspiraciones de la
mayoría de la sociedad. Eso también fue entendido por la burguesía y
el terror que tenían a perderlo todo les llevó a apoyar y financiar
el golpe de Estado de Franco. En cambio los dirigentes obreros
repetían insistentemente “hay que ganar la guerra primero y luego ya
vendrá la revolución socialista”. Meses antes habían dicho: “primero
la república se tenía que consolidar y luego ya vendría la lucha por
el socialismo”. Igual volvió a pasar en la Transición: “primero la
democracia y ya vendrá más adelante el momento del socialismo”.
Siempre se deja apartada para más tarde la lucha por el socialismo.
Por eso la consigna de “por la Tercera República” sin más no es
correcta, porque así significa defender una república burguesa.
Además, en una situación de crisis revolucionaria en el futuro, por
otro lado inevitable, la burguesía podría sacrificar a la monarquía
actual en aras de una nueva república. Sería una maniobra de
despiste para volver a salvar lo fundamental: el capitalismo y su
aparato estatal. Por eso, es necesario desde ya explicar por qué
tipo de república luchamos. No luchamos por otra modalidad de
opresión capitalista sino por derrocar el capitalismo. La lucha en
contra de la monarquía debe estar vinculada a la lucha por el
socialismo y es esa lucha la que hay que ganar para conseguir una
verdadera república democrática. El sentimiento de los miles de
jóvenes que se consideran republicanos es totalmente sano y
maravilloso, pues el trasfondo de ello es el rechazo a este
espantoso sistema. Los marxistas defendemos que ese sentimiento
revolucionario debe ser orientado de forma clara: por una república
socialista, que expropie a los grandes latifundios y monopolios, que
nacionalice la banca y que planifique la economía bajo el control
democrático de los trabajadores y no de forma burocrática.
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