INTRODUCCIÓN AL SOCIALISMO.
Por EL MILITANTE -
Thursday, Dec. 29, 2005 at 10:38 PM
CMR - Versión para
imprimir http://venezuela.elmilitante.org | |
¿Qué es el socialismo? |
|
Autor : Militante
(México) Fecha : ( 10-Enero-2005 ) Categoria : Teoria
Marxista
|
na
sociedad basada en la lucha individual por la supervivencia jamás
puede ser una sociedad socialista. El socialismo implica alcanzar un
nivel crítico de producción por el que esta disputa individual
desaparece y con ella la verdadera prehistoria de la humanidad. Será
el momento en que la sociedad humana se desprenderá definitivamente
y sin vuelta atrás del reino animal, iniciando la verdadera historia
de la humanidad, no regida por las fuerzas ciegas de la naturaleza y
del capitalismo sino por la cultura, la conciencia y la voluntad de
los hombres.
Alcanzar ese nivel de progreso sólo
puede venir de la mano de la planificación democrática de la
economía a escala internacional liberando la producción de los
límites de la propiedad privada y del Estado nacional; y este primer
paso que es la planificación de la economía primero en un país y
luego a una escala más amplia, sólo puede venir del triunfo de la
revolución socialista en varios países. Existen las condiciones
objetivas para el desarrollo de la humanidad a niveles sin
precedentes y también existen las condiciones sociales y políticas
para la revolución. Pero, de igual manera que en el pasado, el
triunfo de los procesos revolucionarios no está garantizado de
antemano, es un proceso vivo que depende de muchos factores pero
especialmente de la existencia de partidos revolucionarios con un
programa claro.
La teoría marxista del Estado no sólo
no ha fracasado sino que ha sido la única en dar explicación a los
procesos de la ex URSS y los demás países del Este. Pero la teoría,
por más correcta que sea, para convertirse en una fuerza material,
tiene que apoderarse de la conciencia de las masas y esa tarea
depende de la voluntad, de la capacidad de difundir y consolidar las
fuerzas del marxismo.
El marxismo defiende la
propiedad colectiva de los medios de producción no por cuestiones
sentimentales o consideraciones de justicia universal, sino porque
es una forma de propiedad que permitiría avanzar a la humanidad a un
estadio social superior.
Durante un periodo
determinado la propiedad individual de los medios de producción
impulsados por la búsqueda del beneficio individual, supuso un
progreso importantísimo para la humanidad. Este sistema impulsaba la
reinversión de buena parte de los beneficios en nueva maquinaria,
tecnología, nuevos campos de investigación, que tenían como objetivo
el aumentar más aún los beneficios, pero que en último término
redundaba en el incremento de la productividad del trabajo humano,
que es la base más importante sobre la que se puede construir una
sociedad más próspera.
La economía planificada
La sociedad capitalista ha llevado la producción
y la productividad a tal nivel que resulta fácil entrever lo que
sería posible hacer si todo ese potencial se pudiese utilizar para
las mejoras de las condiciones de vida, la cultura y la salud de la
mayoría de la sociedad. Un potencial que bajo el capitalismo, en su
etapa de decadencia, es imposible realizar precisamente por la
existencia de la propiedad privada. Para la humanidad la sed de
beneficios capitalista implica ahora muchísimas más lacras que
ventajas: hambre, guerras, prostitución, mafia, desempleo masivo...
La especialización internacional del trabajo y la
concentración de la producción a escala mundial permitiría, con una
economía planificada globalmente, satisfacer inmediatamente las
necesidades de la población de todo el planeta. Seguramente la
producción de carne de Brasil y Argentina, en pocos años, podría
satisfacer las necesidades de todo el planeta, por poner sólo un
ejemplo. La enorme capacidad productiva existente ahora se convierte
bajo el capitalismo en una situación absurda: por un lado millones
de personas desempleadas y por otro, las que tienen la suerte de
trabajar, sobreexplotación salvaje. Todo eso para que una ínfima
minoría siga manteniendo su lujosa vida multimillonaria. Esta es la
lógica del máximo beneficio.
En una economía mundial
planificada, en la que se sacara partido de la especialización
alcanzada en los diferentes países y la capacidad productiva global,
lo que bajo el capitalismo se considera como un “exceso” de
producción, se convertiría en una satisfacción inmediata de las
necesidades básicas, la reducción inmediata de las horas de trabajo
y el trabajo en condiciones dignas para todo el mundo.
La planificación de la economía sólo se puede hacer
efectiva con la expropiación de los grandes medios de producción y
de la banca, ahora en manos de los capitalistas. Según la teoría
marxista, todos los medios de producción serían propiedad de todos
los trabajadores, con independencia del puesto que cada trabajador,
individualmente, ocupara en la producción. La planificación tendría
un criterio, un objetivo: incrementar globalmente la calidad de vida
de toda la humanidad, empezando por las necesidades más inmediatas y
continuando por las nuevas necesidades que indudablemente surgirán
en una sociedad de este tipo donde, por fin, el acceso a la cultura
y a la ciencia será masivo. La eficacia de la economía planificada
dependerá de dos factores: el control y la participación democrática
de todos en la gestión y toma de decisiones y también en el grado de
centralización del plan, es decir, de su capacidad de aprovechar los
recursos existentes considerando todas las ramas de producción de
todos los países (o el máximo posible de ellos).
En
lo económico, la concepción anarquista de la sociedad futura es
sustancialmente diferente. Proudhon proclamaba una sociedad en la
que los productores se asociaran libremente, mediante uniones
voluntarias. A diferencia de la sociedad socialista, la propiedad de
los medios de producción no pertenecería al conjunto de la clase
obrera sino a los trabajadores que directamente trabajan en dicha
empresa, que pasaría a ser una comuna independiente. A diferencia
del capitalismo, una empresa dejaría de tener un sólo propietario,
el patrón, y tendría muchos propietarios individuales, los
trabajadores que en ella trabajan.
De entrada, el
problema de esta concepción, que en esencia es una versión
idealizada de la sociedad de pequeños productores que precedió al
capitalismo moderno, es que choca con el propio desarrollo que ya
han alcanzado las fuerzas productivas en la actualidad.
Evidentemente sería ridículo que funciones desarrolladas por
corporaciones de dimensión internacional, como las
telecomunicaciones, el transporte aéreo, el ferrocarril, la
electricidad, tuvieran que pasar a escala comunal, con sistemas
propios e independientes. Este hecho demuestra hasta qué punto el
sistema de comunas es una utopía reaccionaria, un retroceso.
Pero vayamos a la cuestión esencial. Una vez
expropiados los capitalistas ¿quién toma las decisiones y bajo qué
criterios? La respuesta que da el anarquismo a estas cuestiones
viene predeterminada por la idea de que en su modelo de sociedad no
se puede delegar decisiones que afecten al conjunto en ningún
organismo, puesto que en este mismo hecho reside el pecado del
‘autoritarismo’. El tipo de sociedad basado en comunas, o unidades
de producción autónomas, se desprende de criterios de tipo moral.
¿Pero qué sucedería en la práctica? Sin un plan centralizado, que
determinara constantemente las necesidades globales de consumo y de
producción y la proporción entre las distintas ramas de la
producción, el único medio por el cual los productos llegarían a su
destino sería a través del mercado.
En el mercado
manda la ley de la oferta y la demanda e imprime una dinámica
determinada a la producción: la competencia, los cierres... Aquellos
sectores de la producción que fabriquen más de lo que el mercado
pudiera absorber necesariamente tendrían que cerrar o bajar los
precios para competir, disminuyendo los salarios. Por el contrario,
aquellos trabajadores que tuvieran la suerte de que sus productos
fueran muy demandados podrían tener altos salarios.
Bajo el capitalismo el flujo de inversión tiende,
anárquicamente, a compensar estos desequilibrios. La inversión fluye
hacia la producción de mercancías en que la oferta es insuficiente
con relación a la demanda y huye de los sectores donde hay
saturación.
Estos procesos, que bajo el capitalismo
son traumáticos, pues implican cierres de empresas sin otra
alternativa que el desempleo, no tienen por qué producirse en una
economía planificada donde se pueda prever de antemano las
necesidades.
El exceso de mano de obra en un sector
puede redundar en la reducción de las horas de trabajo o en la
potenciación de nuevas ramas de producción. Inevitablemente las
decisiones que se tengan que tomar transcenderían los intereses
particulares de tal o cual sector de la producción, intereses que
por otro lado ni siquiera tendrían por qué existir dado que los
trabajadores tendrían una conciencia verdaderamente colectiva de la
producción, ¡hecho que en gran medida ya existe bajo el capitalismo!
A un plan global inevitablemente corresponderían organismos
centrales, una banca pública única, un servicio de comunicaciones
único, un sistema de seguridad único, etc.
¿Con
qué criterios se tomarán las decisiones?
El todo
no es la simple suma de las partes. La sociedad socialista no sería
la simple suma de fábricas colectivizadas, es una combinación
totalmente superior. En sustitución del mercado es esencial la
participación de la todos los trabajadores en todos los aspectos de
la economía y de la política. La causa del colapso de los países ex
estalinistas no fue la centralización de la economía —debido a los
mezquinos intereses nacionales de la burocracia de cada país fueron
incapaces de llevar adelante un plan verdaderamente internacional—
sino la centralización burocrática, en la que la toma de decisiones
a todos los niveles de la producción y la distribución, en una
economía ya muy avanzada, se hacía entre un puñado de burócratas sin
la participación de los trabajadores.
En una economía
socialista basada en la democracia obrera, cualquier descubrimiento
técnico que supusiese un ahorro del trabajo humano o una mejora de
la calidad de vida, automáticamente tendría aplicación generalizada.
Eso no ocurre así en el capitalismo porque en este sistema lo que
prima es el beneficio individual e inmediato. Los descubrimientos
son más lentos porque la investigación se hace en compartimentos
aislados debido a la competencia entre las diferentes
multinacionales, interesadas en descubrir primero, y obtener así una
ventaja temporal. Incluso muchos descubrimientos tecnológicos no
tienen aplicación porque no son considerados rentables a corto plazo
y porque a la burguesía le resulta más ventajoso incrementar la
productividad a costa del aumento de los ritmos de trabajo o de las
horas de trabajo, como de hecho está ocurriendo ahora. Si finalmente
los descubrimientos tecnológicos se incorporan a la producción, el
efecto que eso tiene en el capitalismo es el incremento del
desempleo.
Es normal que bajo el capitalismo el
trabajador esté totalmente desincentivado y encuentre su trabajo
totalmente rutinario. En una economía planificada, con el desarrollo
tecnológico que ya existe, con los avances en el terreno de la
comunicación y la informática, la participación de los trabajadores
en los procesos de producción y distribución sería más factible que
nunca.
Cualquier descubrimiento en cualquier parte
del mundo tendría una aplicación generalizada, sin el estorbo de la
competencia nacional, eso dispararía la creatividad de los
trabajadores, que dejarían de sentirse como un complemento de la
máquina que genera beneficios para otros. Todos los trabajadores
estaríamos verdaderamente interesados en el progreso técnico porque
eso redundaría inmediatamente en más tiempo libre, más calidad de
vida. De esa manera se avanzaría verdaderamente a una sociedad
superior, socialista, en la que gradualmente se podría hacer
efectiva la idea de “a cada uno según sus necesidades, de cada uno
según sus posibilidades”.
Las Fuerzas
productivas
El capitalismo ha desarrollado a lo
largo de su existencia las fuerzas productivas, la tecnología y el
conocimiento humano a una escala jamás alcanzada anteriormente.
Objetivamente este desarrollo permite acabar de una vez y para
siempre con todos los problemas que asolan a la mayor parte de la
humanidad como son el hambre, las enfermedades, el desempleo, etc.
El obstáculo para que eso sea una realidad es la
naturaleza del sistema capitalista. El fin de la producción no es
satisfacer las necesidades sociales sino el afán individual de
beneficios de los capitalistas. Los problemas sociales no se derivan
de la insuficiencia del desarrollo económico sino de la propiedad
privada de los medios de producción.
La actual fase
del capitalismo es de declive y decadencia. ¡Es ya incapaz de
explotar a los explotados! El desempleo masivo unido a la
generalización del empleo precario y la incapacidad del sistema de
garantizar el futuro a la actual generación de jóvenes son, por sí
mismos, una prueba de que el capitalismo ya no sirve, que es un
sistema socialmente caduco.
Existe una alternativa al
capitalismo que es el socialismo, una sociedad basada en la
planificación consciente y racional de los recursos existentes en
beneficio de todos. No hay ningún obstáculo objetivo para que,
partiendo del nivel de desarrollo actual, se puedan reducir
progresivamente las horas de trabajo, incrementar los salarios y
aumentar sustancialmente el nivel de vida y cultural de toda la
población de la Tierra.
Sin embargo el capitalismo no
cae por sí solo dando lugar al socialismo. Sin la lucha organizada y
consciente de la clase obrera el capitalismo no desaparecerá.
La contradicción más importante de la situación
actual es que las principales organizaciones de los trabajadores
están dominadas por el reformismo, que no tienen una alternativa al
margen del sistema capitalista.
El hecho de que eso
sea así se debe a que el proceso de formación y consolidación de las
direcciones de los partidos y sindicatos obreros no refleja
automáticamente las necesidades objetivas e históricas del
proletariado. Durante todo un periodo, tras la Segunda Guerra
Mundial, el capitalismo desarrolló las fuerzas productivas de forma
espectacular en los países capitalistas avanzados, haciendo posibles
toda una serie de concesiones, conseguidas con la lucha, pero que
han dado un margen importante al reformismo. La idea de que se
podían conseguir mejoras sin salirse del marco capitalista tenía una
base material.
Esas circunstancias empezaron a
cambiar a partir de la crisis capitalista de 1973. Desde entonces de
forma paulatina la burguesía ha lanzado un ataque contra todas las
conquistas anteriores en el terreno de la sanidad, educación,
empleo, derechos laborales, libertades democráticas.
La lucha por las reformas
La crisis del capitalismo es también
la crisis del reformismo, la crisis de las condiciones clásicas en
las que el reformismo tiene posibilidad de consolidarse. En la
medida en que hay menos margen de concesiones, el reformismo se
transforma cada vez más, en la práctica, en contrarreformismo.
El hecho de que el dominio del reformismo se
prolongue más tiempo de lo que sería normal se debe a que la
relación entre los procesos políticos y económicos no son
automáticos. El reformismo sin reformas y los consiguientes pactos y
manejos por arriba con la burguesía puede tener un efecto
desmoralizador entre los trabajadores en la medida en que no existe
una alternativa revolucionaria. La caída de participación en los
sindicatos y partidos obreros actúa como un balón de oxígeno para
los dirigentes reformistas, que se ven menos presionados por la
base.
La ausencia de una alternativa revolucionaria
con una influencia de masas en esas circunstancias, tiene un doble
efecto: por un lado facilita la influencia que tiene el reformismo
en las organizaciones obreras y por otro lleva a un sector de los
trabajadores y de la juventud hacia posiciones ultraizquierdistas.
Ambos fenómenos son dos caras de la misma moneda y están
interrelacionados.
Especialmente entre la juventud
eso facilita el surgimiento de pequeños grupos anarquistas o
semianarquistas cuyas ideas se basan en la lucha contra los
“partidos”, contra los “dirigentes”, en la indiferencia entre
“izquierda y derecha”, etc. Esos fenómenos no son nada nuevos. Sin
embargo la existencia de sindicatos, partidos, dirigentes, izquierda
y derecha obedece a razones históricas y sociales muy profundas como
para que puedan desaparecer por muy mal que actúen sus dirigentes.
La construcción de un genuino partido marxista con
influencia de masas, es la tarea central para garantizar el éxito de
la revolución; esto sólo puede hacerse sobre la base de la defensa
de un programa socialista consecuente junto con un método correcto
de aproximación a los trabajadores y a los jóvenes allí donde ellos
se encuentren.
El reforzamiento de un movimiento
revolucionario sólido no puede hacerse sobre la base de un
enfrentamiento sectario, sobre la base de insultos hacia las
organizaciones obreras y sus dirigentes. Los efectos de esos métodos
no hacen mella en la influencia de los dirigentes reformistas y en
todo caso les refuerza.
Un movimiento revolucionario
serio sólo tiene posibilidad de disputar al reformismo su posición
en el movimiento obrero y juvenil si es capaz de demostrar que son
los más consecuentes luchadores contra la burguesía y contra el
sistema capitalista. Pero eso no se consigue despreciando la lucha
reivindicativa por mejoras inmediatas, sino relacionándola con una
perspectiva más amplia y con unos métodos de lucha que pongan en
evidencia ante los trabajadores que los reformistas no quieren
luchar ni tienen una alternativa.
Tampoco se consigue
planteando reivindicaciones que no son parte de la preocupación de
la mayoría de los jóvenes y trabajadores, aunque puedan parecer muy
radicales.
En el futuro es inevitable que se
desarrollen luchas cada vez más duras y masivas entre la burguesía y
el reformismo actual, bastante derechizado, que tendrá cada vez más
dificultades para mantener su influencia y su control sobre las
organizaciones obreras. En el periodo que entramos es inevitable que
haya giros a la izquierda y desmarques por parte de determinados
dirigentes respecto a la política seguida hasta el momento.
Eso tendrá enormes efectos políticos en la conciencia
de los trabajadores y los jóvenes, creará muchas ilusiones y tarde o
temprano se incrementará el nivel de participación de los
trabajadores y los jóvenes en la vida política. Eso se expresará
inevitablemente en las organizaciones obreras.
La
construcción de una alternativa revolucionaria no se hace de un día
para otro ni en base a cuatro consignas, ni a cuatro fetiches
organizativos. Es un trabajo paciente que combina la intervención
práctica con un estudio serio de todos los procesos revolucionarios
habidos a nivel internacional.
El papel
de la teoría
La teoría es una guía
para la acción y también es una condensación de toda la experiencia
previa del movimiento obrero. El desprecio a la teoría, a la
política, no puede conducir a otra cosa que a asumir
inconscientemente una política y una teoría determinada. Ningún
modelo organizativo artificial, llámese horizontal o lo que sea,
puede sustituir a un programa y unos métodos revolucionarios
correctos.
El optimismo y la confianza del marxismo
en el futuro se basan en que la experiencia del movimiento obrero le
lleva necesariamente a conclusiones marxistas y revolucionarias.
Pero el ritmo de ese proceso no es un factor secundario, la
revolución no se produce al margen de la contrarrevolución, de ahí
que el desarrollo, la difusión y la organización de un movimiento
marxista y revolucionario sea en último término una cuestión
decisiva.
La podredumbre del sistema capitalista no
garantiza automáticamente su derrocamiento y su sustitución por un
sistema más justo y más próspero para todos.
El
marxismo tiene el mérito de haber aportado al conocimiento humano un
método de análisis científico para comprender la historia y, muy
particularmente, de haber elevado a un nivel consciente la lucha de
la clase obrera contra la explotación capitalista.
La
historia de los últimos 200 años ha conocido innumerables panaceas
políticas que han tratado, cada cual a su modo, de salvar a la clase
obrera sin comprender la naturaleza de la misma ni del propio
sistema capitalista, al que condenan como una maldición producto del
“egoísmo humano y del deseo de acumular dinero”.
Para
el marxismo, en cambio, la existencia del capitalismo ha sido una
etapa necesaria, e inevitable, en el largo y espinoso camino de la
humanidad hacia su auténtica liberación, aún con todos sus crímenes
y horrores. Sólo con un alto nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas y de la cultura podrá erigirse una nueva sociedad digna
de ser llamada humana.
El capitalismo, utilizando los
eslabones dejados por las sociedades humanas que quedaron atrás, ha
creado las bases para erigir esta sociedad. Sin estas bases, que
comprenden el extraordinario desarrollo alcanzado por la industria,
la agricultura, los descubrimientos científicos, las comunicaciones
y la cultura, la humanidad continuaría vegetando en la escasez y la
mezquindad. “... Este desarrollo de las fuerzas productivas (...)
constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria,
porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con
la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo
indispensable y se recaería necesariamente en toda la inmundicia
anterior” (Carlos Marx y Federico Engels, La ideología alemana, Pág.
36. Ed. Grijalbo).
Mientras que en las sociedades
anteriores al capitalismo estaba justificada la existencia de una
capa minoritaria y ociosa de la población, que vivía del trabajo
excedente producido por la mayoría, para que dispusiera de tiempo
para hacer ciencia, tecnología, filosofía, cultivar las diversas
artes, y así poder hacer avanzar la sociedad sobre las espaldas de
millones de hombres y mujeres explotados y oprimidos, bajo la
moderna sociedad capitalista ya no existe ninguna justificación para
que esto continúe así.
Al igual que ocurrió con el
sistema esclavista y con el sistema feudal, el sistema capitalista,
si bien ha jugado un papel tremendamente revolucionario, se ha
convertido ya en un sistema agotado, caduco y obsoleto que amenaza
con conducir a la humanidad hacia la barbarie, y al que es preciso
sustituir por un sistema social superior, el socialismo.
El mercado mundial
El control asfixiante que ejercen a
nivel mundial un puñado de grandes monopolios, multinacionales y
bancos para mantener los beneficios y privilegios de unos cuantos
grandes capitalistas se ha convertido en una pesadilla que afecta la
vida de millones de seres humanos en todo el mundo. Cada día mueren
30.000 niños de hambre, mientras que cien millones viven en la calle
y 250 millones son obligados a trabajar.
En
contraste, las doscientas personas más ricas del mundo superan los
ingresos del 48% más pobre. Estos y otros datos reflejan la
injusticia y desigualdad en aumento que supone la llamada
globalización, que no es otra cosa que la organización del comercio
y la economía mundial al servicio de un puñado de grandes
multinacionales imperialistas.
El 80% de la humanidad
vive en condiciones de pobreza y miseria crecientes. Si entre 1960 y
1970 la población que vivía con menos de un dólar al día era de 200
millones de personas, hoy son 1.300 millones. 800 millones padecen
subalimentación crónica.
En el polo opuesto, y según
la propia ONU, poco más de 200 personas en todo el mundo tienen en
conjunto los mismos ingresos que 3.000 millones de seres humanos.
Entre 1960 y 1993 la parte de la riqueza de los más ricos del
planeta pasaba del 70% al 85%, y la del 20% más pobre retrocedía del
2,3% al 1,4%. 100 millones de niños viven en la calle y hay más de
250 millones de niños a los que se obliga a trabajar.
La carga de la deuda de los países más pobres
representa el 94% de su producción económica global, aunque en
algunos casos llega al 125%. En 1980 la deuda total de los países
subdesarrollados era de 600.000 millones de dólares, en 1990 era de
1,4 billones y en 1997 era de 2,7 billones de dólares. En siete años
la deuda ha aumentado en ¡770.000 millones de dólares!
En este mismo período los países subdesarrollados,
han pagado 1,83 billones de dólares en concepto de pago de servicios
de la deuda: por cada dólar recibido en concepto de ayuda, los
países del Tercer Mundo han reembolsado once en servicio de la
deuda. Y la situación no ha hecho más que empeorar hasta el día de
hoy.
Los últimos veinte años se han caracterizado no
sólo por la polarización de la riqueza entre los países
desarrollados y los subdesarrollados (Norte y Sur), sino también por
la enorme brecha abierta entre ricos y pobres. La pobreza ya no es
exclusividad del mundo subdesarrollado: en Europa hay 57 millones de
pobres y en EEUU 38 millones. Entre los tres magnates de Microsoft
tienen más dinero que todo el presupuesto gastado por EEUU en
programas para erradicar la pobreza y la marginalidad.
Por otro lado, la aparición del desempleo masivo está
minando las bases estables, las reservas sociales que se crearon
tras la II Guerra Mundial en los países capitalistas. Según las
cifras oficiales de la ONU, el desempleo mundial alcanza a 120
millones de personas, pero otras estimaciones independientes sitúan
el desempleo real en cerca de 1.000 millones. Pero este desempleo no
es paro cíclico, ni se puede definir como el ejército de reserva que
en tiempos de recuperación económica es absorbido. Se trata de
desempleo estructural, que permanece en las épocas de boom y aumenta
en la recesión de la economía.
El capitalismo es un
sistema social condenado por la historia. Las guerras, las
enfermedades que asolan países enteros, el hambre o los desastres
ecológicos no sólo no disminuyen sino que aumentan año tras año.
Incluso en los países capitalistas más desarrollados estamos viendo
cómo desaparecen conquistas históricas de las familias trabajadoras
que costaron años conseguir, instalándose por todas partes la
precariedad en el empleo, largas jornadas de trabajo y una sensación
de incertidumbre ante lo que nos depara el futuro.
La clase obrera
Como hizo la burguesía en su juventud
contra el feudalismo, corresponde ahora a la clase obrera dirigir la
lucha contra este sistema y sus sostenedores.
La
burguesía no puede existir sin la clase obrera, pues su riqueza
depende de la explotación de la fuerza de trabajo. Es en ese sentido
que Marx planteó que la burguesía creó a sus propios sepultureros.
Lejos de la fantasía de los académicos y plumas
pagadas de la burguesía acerca de la supuesta “inexistencia” de la
clase obrera, está llamada a ser la sepulturera del sistema
capitalista. Su papel en la producción capitalista y sus
particulares condiciones de vida y trabajo hacen que ninguna otra
clase o capa oprimida de la sociedad pueda sustituirla en esa tarea.
Las clases medias, por su heterogeneidad, modo de
vida y papel en la producción, están orgánicamente incapacitadas
para comprender la auténtica naturaleza del sistema capitalista.
Debido a su posición en la sociedad y su trabajo aislado, no se
enfrentan a un enemigo de clase directo. Todos sus males parecen
provenir de la incapacidad o de la mala voluntad de los gobernantes,
o de la cólera divina.
Los obreros, en cambio, ven la
fuente de sus males en su patrón, que es el que les baja el salario,
el que les obliga a echar horas extras, el que les explota y el que
les despide. Para defenderse necesitan de la máxima unión entre
todos los compañeros de trabajo, de aquí su mentalidad solidaria,
colectiva y anti individualista. Sus propias condiciones de trabajo
refuerzan esta mentalidad. Todo proceso productivo necesita, para
funcionar, la implicación de todos los obreros de la empresa. Cada
uno de ellos es un eslabón necesario en el proceso productivo. Esa
interdependencia mutua en el proceso de trabajo refuerza dicha
mentalidad colectiva.
La lucha de los trabajadores de
cualquier empresa pone de manifiesto una ley muy importante de la
dialéctica: el todo es mayor que la suma de las partes. La fuerza
combinada de los obreros en una empresa luchando por los mismos
intereses es muchísimo mayor que la presión aislada de cada uno de
ellos, que es la situación en que se coloca el pequeño burgués de
clase media.
El socialismo es la ideología natural de
la clase obrera. Cuando la lucha de los obreros contra el patrón de
su empresa llega a su punto más agudo, se producen ocupaciones de
empresas o se retienen a los directivos en su interior. En esos
momentos es cuando se pone de manifiesto “quién manda aquí”. La idea
de expropiar al patrón y el sentimiento de que la empresa debe ser
de propiedad común entre los trabajadores nace, en un momento
determinado, como un desarrollo natural de su conciencia.
La idea de la propiedad común nace de su condición
obrera. Para que la empresa pueda seguir funcionando, no se puede
dividir en trozos y repartir entre los trabajadores, sino que debe
mantenerse unida trabajando todos en común.
También
toda huelga general pone sobre la mesa, pero a un nivel superior,
“quién manda aquí”, y la identidad de intereses de clase entre todos
los sectores de la clase obrera. Más aún en una situación
revolucionaria.
La propia división del trabajo en la
economía capitalista, y la interrelación de todos los sectores
económicos entre sí, hace extender esta misma idea para el conjunto
de las fuerzas productivas. De ahí que la expropiación de toda la
clase capitalista, y su control y dirección en común por toda la
clase obrera, representa sólo una generalización sacada de la
experiencia de los obreros con cada empresa particular.
Las propias condiciones de vida que crea el
capitalismo, establecen las bases para la futura sociedad
socialista. Mientras que en la vieja economía agraria cada familia
tenía su casa, su pozo, sus propios medios de hacer lumbre, de
alimentarse y vestirse, y sus condiciones de vida particulares, hoy
las familias obreras viven en común (ciudades, barrios y edificios
comunes), con un sistema de electrificación, de conducción de aguas,
de telefonía, de transporte público, y de adquisición de medios de
consumo, comunes. Todo esto refuerza aún más esa mentalidad
antiindividualista y socialista en la conciencia de las familias
obreras.
Internacionalismo proletario
El capitalismo es un sistema mundial.
La división del trabajo establecida por la economía capitalista a lo
largo y ancho del planeta liga indisolublemente los países y los
continentes unos con otros. Ningún país, ni siquiera los más
poderosos y desarrollados pueden escapar al dominio aplastante del
mercado mundial.
Los Estados nacionales, igual que la
propiedad privada de los medios de producción, se han convertido en
obstáculos formidables que estorban el desarrollo de las fuerzas
productivas. Ambos son los causantes de las crisis económicas, de
las guerras y de los odios nacionales entre los diferentes pueblos.
Su eliminación es la condición básica para comenzar a solucionar los
problemas y las calamidades que la humanidad tiene ante sí.
La clase obrera es una clase mundial. El mismo tipo
de explotación, los mismos problemas y los mismos intereses ligan a
la clase obrera en todo el mundo. El internacionalismo proletario,
que se ha puesto de manifiesto incontables veces en más de 150 años
de explotación capitalista –con la construcción en diferentes
momentos de organizaciones obreras internacionales y
revolucionarias, así como en la solidaridad con la lucha contra la
explotación capitalista en innumerables países–, no es una mera
consigna de agitación sino la base imprescindible para unificar la
lucha de la clase obrera mundial, para luchar por la transformación
socialista de la sociedad en todo el planeta, pues sólo a nivel
mundial se dan las condiciones para construir el socialismo.
Las grandes empresas multinacionales y los modernos
medios de transporte y de comunicación unifican las fuerzas
productivas y relacionan a los seres humanos de una manera nunca
vista antes en la historia y permiten, por primera vez, planificar
de manera armónica y democrática los recursos productivos en interés
de toda la humanidad, y no de un puñado de parásitos y privilegiados
como ha ocurrido hasta ahora.
Una revolución
socialista triunfante en un solo país tendría efectos electrizantes
en la conciencia y en las perspectivas de los trabajadores de todo
el mundo, particularmente si se tratara de un país importante, y
sería la antesala de la revolución socialista mundial.
Es verdad que en una época normal de la sociedad
capitalista no están todas estas ideas presentes en la conciencia de
la mayoría de la clase obrera. Para ello hace falta experiencia, una
situación revolucionaria que rompa la rutina y la inercia de la
sociedad, y un partido marxista con influencia entre las masas que
ayude al conjunto de los trabajadores a sacar las últimas
conclusiones de dichas experiencias revolucionarias.
La enorme contribución de Marx y Engels a la causa de
la clase obrera no fue haber inventado una panacea social para
acabar con la injusticia en este mundo, sino haber comprendido y
sacado a la luz los intereses inconscientes que revelaba la lucha de
la clase obrera contra la explotación capitalista, para hacer así
consciente a la clase obrera de los objetivos históricos que se
derivaban de esta lucha, los cuales sólo pueden concluir con la
transformación total de las relaciones de producción capitalistas y
su sustitución por unas nuevas relaciones de producción en el marco
de una sociedad socialista.
Sólo con la desaparición
de la propiedad privada y la planificación en común de las fuerzas
productivas creadas por el ser humano, podrá avanzar la humanidad
hacia su auténtica liberación, preservando las conquistas que ha
atesorado durante toda su historia en el terreno de la tecnología,
la ciencia, el pensamiento y la cultura, para elevarlas
indefinidamente.
Una
alternativa revolucionaria al capitalismo
Frente a esta explotación global vemos
también el desarrollo de una respuesta. Una movilización popular
creciente y cada vez más masiva empieza a extenderse por todo el
mundo dispuesta a plantar cara a las instituciones y multinacionales
imperialistas. Desde Seattle a Barcelona, pasando por Praga o
Génova, las manifestaciones contra esta globalización de la opresión
al servicio de las multinacionales han reunido a centenares de miles
de jóvenes y también a sectores cada vez más importantes y numerosos
de trabajadores. Hemos asistido y asistiremos a magníficas
irrupciones de masas en nuestra América Latina. El fantasma de la
revolución recorre un país tras otro a ritmos extraordinarios.
Argentina, Venezuela, Bolivia,..., México no es ni será la
excepción. A condiciones similares procesos similares. Es obligación
de todo obrero consciente prepararse teóricamente para los enormes
acontecimientos a los que asistiremos en este país.
La huelga general demuestra en última instancia que
el autentico poder en la sociedad capitalista reside en la clase
trabajadora, sin cuyo amable permiso sería imposible que funcionaran
ni las fabricas, ni el transporte, ni las minas, la enseñanza o los
hospitales. La fuerza de los trabajadores hoy es mayor que en ningún
momento de la historia reciente, sin embargo la contradicción es que
su dirección esta más alejada que nunca de ofrecer un programa
revolucionario y socialista.
La tarea, pues, de los
sectores más conscientes de los trabajadores y la juventud es la de
construir esta dirección revolucionaria, empezando por forjar una
fuerte tendencia marxista en el seno del movimiento obrero
organizado.
La lucha debe continuar, extenderse y —lo
más importante— dotarse de una alternativa clara y revolucionaria a
las políticas explotadoras del capitalismo. Los marxistas
participamos en la lucha contra el capitalismo global como en la
lucha de clases, defendiendo en primer lugar que no se puede hablar
de capitalismo y globalización como de dos cosas distintas.
Es un error plantear como eje de la reivindicación un
capitalismo más democrático, más humano, con más proteccionismo
económico..., y limitarse a poner controles a los movimientos de
capital o defender una distribución mas justa de la riqueza dentro
de este sistema (con medidas como la Tasa Tobin) como plantean
algunos dirigentes de ATTAC y otras organizaciones.
Bajo un sistema como el capitalismo, basado en la
propiedad privada de los medios de producción y la búsqueda del
máximo beneficio, la división internacional del trabajo entre los
distintos países o la mundialización de los intercambios comerciales
y los movimientos de capital no pueden realizarse nunca en beneficio
de la mayoría de la sociedad sino de una minoría cada vez más
reducida y parásita.
Tampoco podemos tener como
horizonte la democratización de instituciones imperialistas como el
FMI, BM, OMC o la propia ONU. Los capitalistas han creado dichas
instituciones para defender su sistema de explotación y oprimirnos,
si dichas instituciones dejaran de serles útiles para explotarnos se
dotarían de otras nuevas para ejercer su dominio.
En
nuestra opinión la alternativa debe ser acabar con el capitalismo y
expropiar a las multinacionales, la banca y los terratenientes,
poniendo toda esa riqueza creada con nuestro trabajo, que hoy se
embolsan unos pocos, bajo el control democrático de todos los
trabajadores y explotados.
Ello permitiría planificar
democráticamente la economía y hacer posible un orden económico
internacional socialista, justo y solidario en el que los recursos
se empleen no en función del interés privado de las multinacionales
sino de las necesidades económicas, sociales, culturales y
medioambientales de la mayoría de la humanidad. Una sociedad
socialista, donde la democracia fuera una realidad tangible,
totalmente diferente a la actual dictadura del capital o a los
regímenes estalinistas, donde una casta burocrática de funcionarios
utilizaba el nombre del socialismo para defender sus privilegios
materiales.
Otro mundo es posible sí, pero sólo en
una sociedad socialista.
Los trabajadores,
sindicalistas y jóvenes que participamos en Corriente Marxista
Revolucionaria, estamos empeñados en la tarea de construir un fuerte
movimiento marxista de masas, en llevar las ideas de la revolución
socialista al seno de las organizaciones de los trabajadores para
agrupar a miles de luchadores en torno a la bandera y el programa
del socialismo.
Si estás en contra de la barbarie
capitalista, si te opones a las agresiones imperialistas, si luchas
por un mundo socialista liberado de opresión y basado en la
democracia directa, si estas a favor del internacionalismo
proletario, lucha con nosotros.
¡Únete a los
marxistas de la Corriente Marxista Revolucionaria!
¡Contra los ataques de la derecha y el
capitalismo: ni pactos, ni consensos!
¡Defender nuestros derechos sólo es posible
con la lucha organizada!
¡Contra la opresión
capitalista, por el Socialismo!
Para más información,
ponte en contacto con nosotros:
Caracas:
Telf: 0412 - 6113148 / 0412 - 622 0724 / 0416 - 8108413
correo electrónico: venezuela@elmilitante.org
Los Teques: Telf.: 0412 - 9779534 /
0414 - 2581209 / 0414 - 2525566
Barquisimeto:
Telf: 0416 - 4569877 (Ricardo Galíndez) correo
electrónico: eltopoobrero@yahoo.es Aragua:
Telf.: 0416 - 7399915 (Julio César) correo
electrónico: jctl65@hotmail.com
Falcón:
Telf.: 0416 - 8686795 (Pancho) correo
electrónico: aronxl69@hotmail.com
Mérida: Telf.:
0414-7489450 (Eduardo Molina) correo electrónico:
edurojo7@hotmail.com
Táchira:
Telf.: 0414-7125019 (Freddy) correo
electrónico: far_146@hotmail.com
Vargas: Telf.: 0414 -
2866045 (Francisco) correo electrónico:
franrivero1@hotmail.com
| |
argentina.elmilitante.org