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EL MATERIALISMO DIALÉCTICO Y LA CIENCIA.
Por EL MILITANTE -
Wednesday, Jan. 04, 2006 at 7:14 PM
elmilitante_argentina@yahoo.com.ar
Vuestro Congreso se reúne durante las fiestas
de celebración del segundo centenario de la fundación de la Academia de
Ciencias. Las relaticiones entre este Congreso y la Academia se refuerzan
todavía más por el hecho de que la ciencia química rusa no es de las que menos
fama ha conseguido para la Academia. Parece indicado plantear a estas alturas
la siguiente pregunta: ¿Cuál es el sentido esencial de las fiestas académicas? Poseen
un significado que va mucho más allá de las simples visitas a los museos y
teatros y la asistencia a banquetes. ¿Cómo podemos percibir este significado? No
sólo en el hecho de que sabios extranjeros -que han tenido la amabilidad de
aceptar nuestra invitación- hayan podido comprobar que la revolución en vez de
destruir las instituciones científicas las ha desarrollado. Esta evidencia
comprobada por los sabios extranjeros tiene un sentido propio. Pero el
significado de las fiestas académicas es mayor y más profundo. Lo diré como
sigue: el nuevo Estado, una sociedad nueva basada en las leyes de la revolución
de Octubre, toma posesión triunfalmente a los ojos del mundo entero de la
herencia cultural del pasado. Puesto que de pasada me he referido a la
herencia, debo aclarar el sentido en que empleo este vocablo para evitar cualquier
equívoco. Seríamos culpables de desacato al futuro, más querido para todos
nosotros que el pasado, y seríamos culpables de desacato hacia el pasado, que
en muchos aspectos lo merece profundo, si hablásemos tontamente de la herencia.
No todo en el pasado es valor para el futuro. Por otro lado, el desarrollo de
la cultura humana no viene determinado por la simple acumulación. Ha habido
períodos de desarrollo orgánico, y también períodos de riguroso criticismo, de
filtración y de selección. Sería difícil decir cuál de esos períodos ha
terminado siendo más fructífero para el desarrollo general de la cultura. De
cualquier modo, vivimos una época de filtración y selección. La
jurisprudencia romana estableció ya en la época de Justiniano la ley de la
herencia inventariada. Respecto
a la legislación prejustiniana, según la cual el heredero tenía derecho a
aceptar la herencia siempre que asumiera la responsabilidad de las obligaciones
y deudas, la herencia inventariada otorgó al heredero cierta posibilidad de elección.
El Estado revolucionario, representante de una nueva clase, es una especie de
heredero inventarial respecto a la cantidad de cultura acumulada. Permitidme
que diga con franqueza que no todos los quince mil volúmenes publicados por la
Academia durante sus dos siglos de existencia figurarán en el inventario del
socialismo. Hay dos aspectos, de mérito igual a todas luces, en las
contribuciones científicas del pasado que ahora son nuestras y que nos hacen
sentir orgullo. La ciencia, en su totalidad, ha estado dirigida hacia la
adquisición del conocimiento de la realidad, hacia la búsqueda de las leyes de
la evolución y hacia el descubrimiento de las propiedades y cualidades de la
materia a fin de dominarla. Pero el conocimiento no se desarrolla entre las
cuatro paredes de un laboratorio o una sala de conferencias. De ningún modo. Ha
sido una función de la sociedad humana que reflejaba su estructura. La sociedad
necesita conocer la naturaleza para subvenir a sus necesidades, al tiempo que
exige una afirmación de su derecho a ser lo que es, una justificación de sus
instituciones particulares; antes que nada, de las instituciones de dominación
de clase del mismo modo que en el pasado pedía la justificación de la
servidumbre, de los privilegios de clase, de las prerrogativas monárquicas, de
la exceptuación nacional, etc. La sociedad socialista acepta agradecida la
herencia de las ciencias positivas dejando a un lado, como tiene derecho por la
selección inventarial, todo cuanto es inútil para el conocimiento de la
naturaleza; y no sólo eso, sino también todo cuanto justifique la desigualdad
de clases y toda especie de falsedades históricas. Todo nuevo orden social no se apropia de la
herencia cultural del pasado en su totalidad, sino según su propia estructura. Así,
la sociedad medieval, encorsetada por el cristianismo, recogió muchos elementos
de la filosofía clásica, pero subordinándolos a las necesidades del régimen
feudal y convirtiéndolos en escolástica, esa “criada de la teología”. De manera
similar, la sociedad burguesa recibió el cristianismo como parte de la herencia
de la Edad Media, pero lo sometió a la Reforma... o a la Contrarreforma. Durante
la época burguesa el cristianismo fue barrido en la medida en que lo necesitaba
la investigación científica, por lo menos dentro de los límites que requería el
desarrollo de las fuerzas productivas. La necesidad de conocer la naturaleza viene
impuesta a los hombres por la necesidad de subordinar la naturaleza a sí
mismos. Cualquier desviación en este terreno de las relaciones
objetivas, determinadas por las propiedades de la materia misma, las corrige la
experimentación práctica. Sólo
esto libra seriamente a las ciencias naturales, a la investigación química en
particular, de las distorsiones intencionadas, no intencionadas y
semideliberadas, y contra las falsas interpretaciones y falsificaciones. Sin
embargo, la investigación social dedicó primeramente sus esfuerzos hacia la
justificación de la sociedad surgida históricamente, a fin de preservarla
contra los ataques de las “teorías destructoras”, etc. De aquí emana el papel
apologético de las ciencias sociales oficiales de la sociedad burguesa y ésta
es la razón por la que sus resultados son de escaso valor. Mientras la ciencia en su conjunto se mantuvo
como una “criada de la teología” sólo subrepticiamente podía producir
resultados valiosos. Este fue el caso en la Edad Media. Como quedó señalado,
fue durante el régimen burgués cuando las ciencias naturales disfrutaron de la
posibilidad de un amplio desarrollo. Pero la ciencia social se mantuvo como
criada del capitalismo. También esto es verdad, en gran proporción, por lo que
arañe a la psicología, que une las ciencias sociales con las ciencias
naturales; y a la filosofía, que sistematiza las conclusiones generalizadas de
todas las ciencias. He dicho que la ciencia oficial ha producido
poco de valor. Esto se manifiesta muy bien por la incapacidad de la
ciencia burguesa para predecir el mañana. Hemos observado esta situación en la
primera guerra mundial imperialista y sus consecuencias Lo hemos visto también
en la revolución de Octubre. Lo vemos actualmente en la completa impotencia de
la ciencia social oficial para medir en su justo valor la situación europea,
sus relaciones con los Estados Unidos de Norteamérica y con la Unión Soviética;
en su incapacidad para sacar conclusiones respecto al porvenir. Sin embargo, el
valor de la ciencia reside precisamente en esto: conocer a fin de prever. La ciencia
natural -y la química ocupa uno de los lugares más importantes en este terreno-
constituye indiscutiblemente la más valiosa porción de nuestra herencia. Su
Congreso se realiza bajo la bandera de Mendeleyev, que fue y sigue siendo el
orgullo de la ciencia rusa. Hay una diferencia en el grado de previsión y
de precisión alcanzado por las diversas ciencias. Pero por la previsión
-pasiva, en algunos casos, como en la astronomía, activa como en la química y
en la ingeniería química-, la ciencia es capaz de cortejarse a sí misma y
justificar su finalidad social. Un hombre de ciencia puede no estar preocupado
en absoluto por la aplicación práctica de su investigación. Mientras mayor sea
su alcance, mientras más audaz sea su vuelo, mientras mayor sea su libertad de
las necesidades prácticas diarias en sus operaciones mentales, tanto mejor. Pero
la ciencia no es una función de los hombres de ciencia individuales; es una
función social. La valorización social de la ciencia, su valoración histórica,
queda determinada por su capacidad para incrementar el poder del hombre y para
armarlo con el poder de prever los acontecimientos y dominar la Naturaleza. La
ciencia es un conocimiento que nos dota de poder. Cuando Leverrier, sobre la
base de las “excentricidades” de la órbita de Urano, dedujo que debía existir
un cuerpo celeste desconocido que “perturba” el movimiento de Urano; cuando,
sobre la base de sus cálculos puramente matemáticos, pidió al astrónomo alemán
Galle que localizara un cuerpo que vagaba sin pasaporte por los cielos en tal o
cual dirección, y Galle enfocó su telescopio en esa dirección y descubrió al
planeta llamado Neptuno, en ese momento la mecánica celeste de Newton celebró
una gran victoria. Esto ocurría en
el otoño de 1846. En el año 1848 la revolución se esparció como un viento
arremolinado a través de Europa, demostrando su influencia “perturbadora” en
los movimientos de los pueblos y de los Estados. En el período intermedio,
entre el descubrimiento de Neptuno y la revolución de 1848, dos jóvenes
eruditos, Marx y Engels, escribían El Manifiesto comunista, en el cual no sólo
predecían la inevitabilidad de acontecimientos revolucionarios en un futuro
próximo, sino que analizaban por adelantado sus fuerzas componentes, la lógica
de sus movimientos, hasta la victoria inevitable del proletariado y el
establecimiento de la dictadura del proletariado. No sería superfluo en
absoluto yuxtaponer este pronóstico con las profecías de la ciencia oficial de
los Hohenzollern, los Romanov, Luis Felipe y otros, en 1848. En 1869,
Mendeleyev, sobre la base de sus investigaciones y reflexiones acerca del peso
atómico, estableció su ley periódica de los elementos. Al peso atómico, como criterio
más estable, Mendeleyev ligó una serie de otras propiedades y características,
arregló los elementos en un orden definido y entonces, a través de este orden,
reveló la existencia de cierto desorden, a saber, la ausencia de ciertos
elementos. Estos elementos desconocidos o unidades químicas, como las denominó
en cierta ocasión Mendeleyev, de acuerdo con la lógica de esta “ley” deberían
ocupar lugares específicos vacíos en ese orden. A esta altura, con el gesto
autoritario de un investigador que confía en sí mismo, golpeó a una de las
puertas de la Naturaleza hasta ahora cerrada, y desde dentro una voz respondió:
“¡Presente!” En realidad, tres voces respondieron simultáneamente, pues en los
lugares indicados por Mendeleyev se descubrieron tres nuevos elementos
denominados posteriormente galio, escandio y germanio. ¡Triunfo
maravilloso del pensamiento, analítico v sintético! En sus Principios de
Química, Mendeleyev caracteriza en forma vívida el esfuerzo científico creador,
comparándolo con el establecimiento de un puente que cruza un barranco: no es
necesario descender al barranco y fijar soportes en el fondo; sólo se requiere
levantar una base en un lado y en seguida proyectar un arco exactamente
delineado, que encontrará apoyo en el lado opuesto. Algo análogo ocurre con el
pensamiento científico. Sólo puede reposar sobre la base granítica de la
experimentación; pero sus generalizaciones, como el arco de un puente, pueden
levantarse sobre el fundo de los hechos a fin de que luego, en otro punto
calculado previamente, pueda encontrar a este último. En esta etapa del
pensamiento científico, cuando una generalización se convierte en predicción -y
cuando la predicción es verificada triunfalmente por la experiencia- en ese
momento, el pensamiento humano disfruta invariablemente su más orgullosa y
justificada satisfacción. Así ocurrió en química con el descubrimiento de
nuevos elementos sobre la base de la ley periódica. La predicción de
Mendeleyev, que produjo más tarde una profunda impresión sobre Federico Engels,
fue hecho en el año 1871, esto es, el año de la gran tragedia de la Comuna de
París, en Francia. La
actitud de nuestro gran químico hacia este acontecimiento puede caracterizarse
por su hospitalidad general hacia la “latinidad”, con sus violencias y revoluciones.
Como todos los pensadores oficiales de las clases dominantes no sólo de Rusia y
de Europa, sino de todo el mundo, Mendeleyev no se preguntó a sí mismo: ¿cuál
es la fuerza realmente directora que hay tras de la Comuna de París? No vio que
la nueva clase que crecía en las entrañas de la vieja sociedad se manifestaba
allí ejerciendo en su movimiento una influencia tan “perturbadora” sobre la
órbita de la vieja sociedad como la que ejercía el planeta desconocido sobre la
órbita de Urano. Pero un desterrado alemán, Carlos Marx, analizó en ese
entonces las causas y la mecánica interna de la Comuna de París y los rayos de
su antorcha científica penetraron en los acontecimientos de nuestro propio
Octubre y los iluminaron. Desde hace ya largo tiempo hemos considerado
innecesario recurrir a una sustancia más misteriosa, llamada flogisto, para
explicar las reacciones químicas. En realidad, el flogismo no servía sino como
generalización para ocultar la ignorancia de los alquimistas. En el terreno de
la fisiología ha pasado ya la época en que se sintió la necesidad de recurrir a
una sustancia mística especial, llamada la fuerza vital y que era el flogisto
de la materia viva. En principio tenemos bastantes conocimientos de química y
de física para explicar los fenómenos fisiológicos. En la esfera de los
fenómenos de la conciencia no necesitamos ya por más tiempo una sustancia
denominada alma que en la filosofía reaccionaria desempeña el papel del
flogisto de los fenómenos psicofísicos. Para nosotros la psicología es, en
último análisis, reducible a la fisiología, y esta última, a la química,
mecánica y física. En la esfera de la ciencia social (es decir, el alma) es
mucho más viable que la teoría del flogisto. Este “flogisto” aparece con
diversas vestiduras, era disfrazado de “misión histórica”, ora de “carácter
nacional”, ora como la idea incorpórea de “progreso”; ora en forma de sedicente
“pensamiento crítico”, y así sucesivamente, ad infinitum. En todos estos casos
se ha tratado de encontrar una sustancia suprasocial que explique los fenómenos
sociales. Casi es ocioso repetir que estas sustancias ideales no son sino
ingeniosos disfraces para ocultar la ignorancia sociológica. El marxismo
rechazó las esencias suprahistóricas, así como la fisiología ha renunciado a la
fuerza vital, o la química al flogisto. La esencia del marxismo consiste en esto, en
que enfoca a la sociedad concretamente, como sujeto de investigación objetiva,
y analiza la historia humana como se haría en un gigantesco registro de
laboratorio. El marxismo considera la ideología como un elemento integral
subordinado a la estructura material de la sociedad. El marxismo examina la
estructura de clase de la sociedad como una forma históricamente condicionada
del desarrollo de las fuerzas productivas. El marxismo deduce de las fuerzas
productivas de la sociedad las relaciones mutuas entre la sociedad humana y la
naturaleza circundante, y éstas, a su vez, quedan determinadas en cada etapa
histórica por la tecnología del hombre, por sus instrumentos y armas, por sus
capacidades y métodos de lucha con la Naturaleza. Precisamente esta
aproximación objetiva confiere al marxismo un poder insuperable de previsión
histórica. Considérese la historia del marxismo aunque
sólo sea en la escala nacional rusa. Seguida no desde el punto de vista de
nuestras propias simpatías o antipatías políticas, sino desde el punto de vista
de la definición de la ciencia de Mendeleyev: “Conocer para poder prever y
actuar.” El período inicial de la historia del marxismo en suelo ruso es la
historia de una lucha por establecer un pronóstico sociohistórico correcto
contra los puntos de vista oficiales gubernamental y de oposición. En los
primeros años del ochenta, la ideología oficial existía como una trinidad
representada por el absolutismo, la ortodoxia y el nacionalismo; el liberalismo
soñaba de día en una asamblea de zemstvos (es decir), en una monarquía
semiconstitucional, mientras que los narodniki (populistas) combinaban débiles
fantasías socializantes con ideas económicas reaccionarias. En esa época el
pensamiento marxista predijo no solamente la obra inevitable y progresiva del
capitalismo, sino también la aparición del proletariado, que desempeñaría un
papel histórico independiente, tomando la hegemonía en la lucha de las masas
populares; y que la dictadura del proletariado arrastraría tras de sí al
campesinado. La diferencia que hay entre el método
marxista de análisis social y las teorías contra las cuales luchó no es menor
que la diferencia que hay entre la ley periódica de Mendeleyev con todas sus
modificaciones posteriores, por un lado, y las elucubraciones de los
alquimistas por otro. “La causa de la
reacción química reside en las propiedades físicas y mecánicas de los
componentes. “ Esta fórmula de Mendeleyev es de carácter completamente
materialista. En lugar de recurrir a alguna fuerza supermecánica o suprafísica
para explicar sus fenómenos, la química reduce los procesos químicos a las
propiedades mecánicas y físicas de sus componentes. La biología y la
fisiología se hallan en una relación análoga respecto de la química. La
fisiología científica, esto es, la fisiología materialista, no exige una fuerza
vital supraquímica especial (a la que se refieren vitalistas neovitalistas)
para explicar los fenómenos que se desarrollan en su campo. Los procesos fisiológicos son reducibles en
último análisis a procesos químicos, así como estos últimos a procesos
mecánicos y físicos. La psicología se
relaciona en forma análoga con la fisiología. No por nada la fisiología ha sido
llamada la química aplicada de los organismos vivos. Así como no existe ninguna
fuerza fisiológica especial, también es igualmente verdadero que la psicología
científica, es decir, la psicología materialista, no tiene necesidad de una
fuerza mística -el alma- para explicar los fenómenos de su incumbencia, sino
que halla que son reducibles en último análisis a fenómenos fisiológicos. Esta
es la escuela del académico Pavlov; éste considera lo que se denomina alma como
un sistema complejo de reflejos condicionados, cuyas raíces residen totalmente
en los reflejos fisiológicos elementales que, a su vez, radican, a través del
potente stratum de la química, en el subsuelo de la mecánica y de la física. Lo mismo puede
decirse de la sociología. Para explicar los fenómenos sociales no es necesario
aducir alguna especie de fuente eterna, o buscar su origen en otro mundo. La
sociedad es el producto del desarrollo de la materia primaria, como la corteza
terrestre o la ameba. De esta manera, el pensamiento científico con sus métodos
corta, como un diamante, a través de los fenómenos complejos de la ideología
social, en el lecho de roca de la materia, sus elementos componentes, sus
átomos, con sus propiedades físicas v mecánicas. Naturalmente
esto no quiere decir que cada fenómeno de la química puede ser reducido
directamente a la mecánica, y menos aún que cada fenómeno social sea
directamente reducible a la fisiología y luego a las leyes de la química y de
la mecánica. Puede
decirse que éste es el supremo fin de la ciencia. Pero el método de
aproximación continua y gradual hacia este objetivo es enteramente diferente. La
química tiene su manera especial de enfocar a la materia; sus propios métodos
de investigación, sus leyes propias. Lo mismo que sin el conocimiento de que las
reacciones químicas son reducibles en último análisis a las propiedades
mecánicas de las partículas elementales de la materia, no hay ni puede haber
una filosofía acabada que una todos los fenómenos en un solo sistema; por otra
parte, el mero conocimiento de que los fenómenos químicos se hallan radicados
en la mecánica y en la física no proporciona en sí la clave de ninguna reacción
química. La química tiene sus propias claves. Se puede elegir entre ellas sólo
por la generalización y la experimentación, a través del laboratorio químico,
de hipótesis y teorías químicas. Esto es aplicable a todas las ciencias. La
química es un poderoso pilar de la fisiología, con la cual está directamente
relacionada a través de los canales de la química orgánica y fisiológica. Pero
la química no es un sustituto de la fisiología. Cada ciencia descansa sobre las
leyes de otras ciencias sólo en lo que se llama la instancia final. Pero al
mismo tiempo, la separación de las ciencias unas de otras está determinada,
precisamente, por el hecho de que cada ciencia abarca un campo particular de
fenómenos, es decir, un campo de complejas combinaciones de fenómenos
elementales tales que se requiere un enfoque especial, una técnica de
investigación especial, hipótesis y métodos especiales. Esta idea parece tan incontestable por lo que
se refiere a las ciencias matemáticas y a la historia natural, que insistir en
ello sería lo mismo que forzar una puerta abierta. Con la ciencia social ocurre
algo diferente. Naturalistas extraordinariamente ejercitados que en el terreno,
digamos, de la fisiología no avanzarían un paso sin tomar en cuenta
experimentos rigurosamente comprobados, verificaciones, generalizaciones
hipotéticas, últimas verificaciones y otras medidas más, se aproximan a los
fenómenos sociales mucho más audazmente, con la audacia de la ignorancia, como
si reconocieran tácitamente que en esta esfera extremadamente compleja de los
fenómenos basta con tener sólo vagas tendencias, observaciones diarias,
tradiciones familiares y aun un acervo de prejuicios sociales comunes. La sociedad humana no se ha desarrollado de
acuerdo con un plan o sistema dispuesto previamente, sino empíricamente, a
través de un largo, complicado y contradictorio batallar de la especie humana
por la existencia, y luego, por conseguir un dominio cada vez mayor sobre la
Naturaleza. La ideología de la sociedad humana se formó como un reflejo de esto
y como instrumento en este proceso, tardío, inconexo, fraccionario, en forma,
por decirlo así, de reflejos sociales condicionados que en el último análisis
son reducibles a las necesidades de la lucha del hombre colectivo contra la
Naturaleza. Pero llegar a juzgar las leyes que gobiernan el desarrollo de la
sociedad humana fundándose en sus reflejos ideológicos, o sobre la base de lo
que se llama opinión pública, etc., equivale casi a formarse un juicio sobre la
estructura anatómica y fisiológica de un lagarto en función de sus sensaciones
cuando se halla calentándose al sol o cuando sale arrastrándose de una grieta
húmeda. Es bastante cierto que hay un lazo muy directo entre las sensaciones de
un lagarto y su estructura orgánica. Pero este lazo es objeto de investigación
por medio de métodos objetivos. Hay una tendencia, sin embargo, a llegar a ser
de lo más subjetivo en los juicios sobre la estructura y las leyes que
gobiernan el desarrollo de la sociedad humana en términos de lo que se da en
llamar conciencia de la sociedad, esto es, su ideología contradictoria,
desarticulada, conservadora y no verificada. Desde luego que estas
comparaciones pueden herirnos y suscitar la objeción de que la ideología social
se halla, después de todo, en un plano más alto que la sensación de un lagarto.
Todo ello depende de la manera en que se aborde la cuestión. En mi opinión,
no hay nada paradójico en aseverar que de las sensaciones de un lagarto se
podría, si fuera posible enfocarlas debidamente, sacar conclusiones mucho más
directas por lo que concierne a la estructura y la función de sus órganos que
en lo que concierne a la estructura de la sociedad y su dinámica a partir de
tales reflexiones ideológicas como, por ejemplo, los credos religiosos, que
ocuparon una vez y aún continúan ocupando un lugar tan destacado en la vida de
la sociedad humana; o a partir de los códigos contradictorios e hipócritas de
la moralidad oficial; o finalmente, por las concepciones filosóficas idealistas
que a fin de explicar los procesos orgánicos complejos que ocurren en el
hombre, tratan de colocar la responsabilidad en una esencia sutil, nebulosa,
llamada alma y dotada de las cualidades de impenetrabilidad y eternidad. La reacción de
Mendeleyev a los problemas de la reorganización social fue hostil y aun
despreciativo. Sostenía que desde tiempos inmemoriales nada había resultado de
esta tentativa. En vez de eso, Mendeleyev esperaba un futuro más feliz que
surgiría por medio de las ciencias positivas y sobre todo de la química, que
revelaría todos los secretos de la Naturaleza. Es interesante yuxtaponer este punto de vista
al de nuestro notable fisiólogo Pavlov, que opina que las guerras y las
revoluciones son algo accidental, resultado de la ignorancia del pueblo y que
piensa que sólo un profundo conocimiento de la “naturaleza humana” eliminará
tanto las guerras como las revoluciones. Puede colocarse a Darwin en la misma
categoría. Este biólogo altamente dotado demostró cómo una acumulación de
pequeñas variaciones cuantitativas produce una “cualidad” (calidad) biológica
enteramente nueva v con esta prueba explicó el origen de las especies. Sin
tener conciencia de ello, aplicó de este modo el método del materialismo
dialéctico a la esfera de la vida orgánica. Aunque Darwin no estaba informado
en filosofía, aplicó brillantemente la ley hegeliana de la transición de la
cantidad a la calidad. Al mismo tiempo descubrimos muy a menudo en este mismo
Darwin, para no mencionar a los darwinistas, tentativas profundamente ingenuas
y anticientíficas para aplicar las conclusiones de la biología a la sociedad. Interpretar
los antagonismos sociales como una “variedad” de la lucha biológica por la
existencia es como buscar sólo mecánica en la fisiología de la cópula. En cada uno de estos casos observamos un
único e idéntico error fundamental: los métodos y logros de la química o de la
fisiología, violando todos los métodos científicos, son transplantados al
estudio de la sociedad humana. Un naturalista apenas podría aplicar sin
modificación las leyes que gobiernan el movimiento de los átomos al de las
moléculas, regidas por otras leyes. Pero muchos naturalistas
tienen una posición completamente diferente hacia la sociología. Muy a menudo
desdeñan la estructura históricamente condicionada de la sociedad en beneficio
de la estructura anatómica de las cosas, la estructura fisiológica de los
reflejos, la lucha biológica por la existencia. Por supuesto, la vida de la
sociedad humana, entretejida por las condiciones materiales, rodeada por todos
lados de procesos químicos, representa, en sí misma y en última instancia, una
combinación de procesos químicos. Por otra parte, la sociedad está constituida
por seres humanos cuyo mecanismo fisiológico se puede reducir a un sistema de
reflejos. Pero la vida social no es un proceso químico ni fisiológico, sino un
proceso social conformado por leyes propias, sujetas a su vez a un análisis
sociológico objetivo cuyo análisis debería ser: conseguir la capacidad de
prever y de gobernar el destino de la sociedad. En sus
comentarios a los Principios de Química, Mendeleyev dice: “Hay dos fines
básicos o positivos en el estudio científico de los objetos: el de la
predicción y el de la utilidad... El
triunfo de las previsiones científicas tendría poco significado si no
condujeran en última instancia a una utilidad directa y general: la previsión
científica basada en el conocimiento dota al poderío humano de conceptos
mediante los cuales se puede dirigir la esencia de las cosas por el canal
deseado.” Y más adelante añade con cautela: “Las ideas religiosas y filosóficas
han prosperado y desarrollado durante millares de años; pero las ideas que
rigen las ciencias exactas capaces de predecir se han producido sólo durante
unos pocos siglos recientes, abarcando por ello esferas limitadas. No han
transcurrido todavía dos siglos desde que la química forma parte de esas
ciencias. Ante nosotros hay muchas cosas por deducir de ellas por lo que
concierne a predicción y utilidad.” Estas palabras
llenas de cautelas, “sugeridoras”, son notables en labios de Mendeleyev. Su sentido velado se dirige claramente contra
la religión y la filosofía especulativa, a las que compara con la ciencia. Según
dice, las ideas religiosas han prevalecido durante miles de años y son escasos
los beneficios que de ello ha sacado la Humanidad; con vuestros ojos, en
cambio, podéis ver la contribución de la ciencia en un breve período de tiempo
y juzgar sus beneficios. Tal es el indiscutible contenido del pasaje anterior
incluido por Mendeleyev en uno de sus comentarios e impreso en caracteres más
pequeños en la página 405 de sus Principios de Química. ¡Dimitri Ivanovich era
un hombre cauteloso y rehuía cualquier querella con la opinión pública! La química es una escuela de pensamiento
revolucionario, y no precisamente por la existencia de una química de
explosivos. Los explosivos no siempre son revolucionarios. Sobre todo, porque la
química es la ciencia de la transmutación de los elementos; es enemiga de todo
el pensamiento conservador o absoluto que esté encerrado en categorías
inmóviles. Resulta
instructivo que Mendeleyev, al sentirse naturalmente bajo la presión de la
opinión pública conservadora, defienda el principio de estabilidad e
inmutabilidad en los grandes procesos de la transformación química. Este gran
hombre de ciencia insistió, incluso con terquedad, en el tema de la
inmutabilidad de los elementos químicos y en la imposibilidad de su
transmutación en otros. Necesitaba
encontrar antes sólidas bases de apoyo. Decía: “Yo soy Dimitri Ivanovich y
usted Iván Petrovich. Cada uno de nosotros tiene su propia individualidad; lo
mismo ocurre con los elementos.” Mendeleyev atacó más de una vez la dialéctica
menospreciándola. Pero no entendía por dialéctica la de Hegel o Marx, sino el
arte superficial de jugar con las ideas, que es a medias sofista y a medias
escolasticismo. La dialéctica científica abarca los métodos generales de
pensamiento que reflejan las leyes del desarrollo. Una de esas leyes es el
cambio de la cantidad en calidad. La química arranca sus raíces más profundas y
esenciales de esa ley. Toda la ley periódica de Mendeleyev se basa en ella, al
deducir diferencias cualitativas en los elementos de las diferencias
cuantitativas de los pesos atómicos. Engels vio la importancia del
descubrimiento de los nuevos elementos de Mendeleyev desde este punto de vista
precisamente. En el
ensayo El carácter general de la dialéctica como ciencia, escribía: “Mendeleyev demostró que en una serie de
elementos relacionados, ordenados por sus pesos atómicos, hay algunas lagunas
que indican la existencia de elementos no descubiertos hasta ahora. Describió
con anterioridad las propiedades químicas generales de cada uno de estos
elementos desconocidos y predijo, de modo aproximativo, sus pesos relativo y
atómico y su lugar atómico. Mendeleyev, aplicando de forma inconsciente la ley
hegeliana de la conversión de la cantidad en calidad, descubrió un hecho
científico que por su audacia puede ponerse junto al descubrimiento del planeta
desconocido Neptuno por Leverrier calculando su órbita.” Aunque posteriormente modificada, la lógica
de la ley periódica demostró ser más poderosa que los límites conservadores en
que quiso encerrarla su creador. El parentesco de los elementos y su
metamorfosis mutua pueden considerarse empíricamente comprobados desde el
momento en que fue posible dividir el átomo de sus componentes con la ayuda de
los elementos radiactivos. ¡En la ley periódica de Mendeleyev, en la química de
los elementos radiactivos, la dialéctica celebra su propia victoria
deslumbrante! Mendeleyev no poseía un sistema filosófico
acabado. Quizá ni siquiera tuvo deseos de tenerlo, pues le habría enfrentado
inevitablemente con sus propias costumbres y simpatías conservadoras. En Mendeleyev podemos ver un dualismo en
cuestiones básicas del conocimiento. Podría parecer que se orientaba hacia el
“agnosticismo”, cuando declaraba que la “esencia” de la materia permanecería
siempre más allá del alcance de nuestro conocimiento, por ser ajena a nuestro
espíritu y conocimiento (¡). Pero casi al mismo tiempo nos da una fórmula
notable para descubrir que de un solo golpe acaba con el agnosticismo. En la
nota citada, Mendeleyev dice: “Acumulando de forma gradual su conocimiento
sobre la materia, el hombre adquiere poder sobre ella, y puede aventurar,
también en función del grado en que lo hace, predicciones más o menos precisas,
comprobables por los hechos, y no se divisa un límite al conocimiento del
hombre y su dominio de la materia. “Resulta evidente que si en sí mismo no hay
límites para el conocimiento y el poder del hombre sobre la materia, tampoco
hay una “esencia” imposible de conocer. El conocimiento que nos dotan la
capacidad de predecir todos los cambios posibles de la materia, y del poder
necesario para producir estos cambios, agota de modo efectivo la esencia de la
materia. La llamada “esencia” incognoscible de la materia no es entonces sino
una generalización debida a nuestro conocimiento incompleto de la materia. Es
un seudónimo de nuestra ignorancia. La definición dual de la materia
desconocida, de sus propiedades conocidas, me recuerda la burlesca definición
que dice que un anillo de oro es un agujero rodeado de metal precioso. Evidentemente,
si llegamos a conocer el metal precioso de los fenómenos y conseguimos darle
forma, podemos permanecer indiferente respecto al “agujero” de la sustancia; y
hacemos de ello un divertido presente a los filósofos y teólogos arcaicos. Pese a sus concesiones verbales al
agnosticismo (“esencia incognoscible”), Mendeleyev es, aunque inconsciente, un
dialéctico materialista en sus métodos y en sus realizaciones en el terreno de
la ciencia natural, especialmente en la química. Pero su materialismo aparece
ante nuestros ojos tras una coraza conservadora que protegía su pensamiento
científico de conflictos demasiado agudos con la ideología oficial. Lo cual no
significa que Mendeleyev creara artificialmente un caparazón conservador para
sus métodos; el mismo estaba atado a la ideología, oficial y por eso sentía una
aprensión íntima a tocar el filo de navaja del materialismo dialéctico. No ocurre
lo mismo en la esfera de las relaciones sociológicas. La tiran de la filosofía
social de Mendeleyev era de índole conservadora, pero de cuando en cuando entre
sus hilos teje notables conjeturas materialistas por su esencia y
revolucionarias por su tendencia. Pero al lado de estas conjeturas hay errores
de bulto, y ¡qué errores! Sólo
señalaré dos. Mendeleyev, rechazando todos los planes o pretensiones de
reorganización social por utópicos y “latinistas”, imaginaba un futuro sólo
mejor en el desarrollo de la tecnología científica. Tenía una utopía propia.
Según él, habría días mejores cuando los gobiernos de las grandes potencias del
mundo pusieran en práctica la necesidad de ser fuertes y llegaran entre sí al
acuerdo de eliminar las guerras, las revoluciones y los principios utópicos de
anarquistas, comunistas y otros “puños belicosos”, incapaces de comprender
evolución progresiva que se realiza en toda la Humanidad. En las Conferencias
de La Haya, Portsmouth y Marruecos podía percibiese la aurora de esta concordia
universal. Esos ejemplos son los errores más graves de este gran
hombre. La historia sometió la utopía social de Mendeleyev a tina prueba
rigurosa. De las Conferencias de La Haya y Portsmouth derivaron la guerra
ruso-japonesa, la guerra de los Balcanes, la gran matanza imperialista de las
naciones y una aguda decadencia de la economía europea; y de la Conferencia de
Marruecos brotó la repugnante carnicería de Marruecos, que recientemente ha
sido ultimada bajo la bandera de la defensa de la civilización europea.
Mendeleyev no vio la lógica interna de los sucesos sociales, o mejor dicho, la
dialéctica interna de los procesos sociales, y fue incapaz por ello de prever
las secuelas de la Conferencia de La Haya. Como sabemos, en la previsión reside
sobre todo el interés. Si releéis lo que escribieron los marxistas sobre la
Conferencia de La Haya en aquellos días, os convenceréis fácilmente de que los
marxistas previeron correctamente sus consecuencias. Por eso, en el momento más
crítico de la historia demostraron tener puños belicosos. Y de hecho no hay por
qué lamentar que la clase que se levanta en la historia, armada de una teoría
correcta del conocimiento y de la previsión social, demuestre finalmente que
estaba armada de un puño suficientemente belicoso para inaugurar tina nueva
época de desarrollo humano. Permitidme
que cite ahora otro error. Poco antes de su muerte, Mendeleyev escribió: “Temo
sobre todo por el destino de la ciencia y la cultura y por la ética general
bajo el “socialismo de Estado”.” ¿Eran fundados sus temores? Hoy día, los
estudiosos más avanzados de Mendeleyev han comenzado a ver con claridad las
vastas posibilidades que para el desarrollo del pensamiento científico y
técnico-científica ofrece el hecho de que este pensamiento esté, por decirlo de
alguna manera, racionalizado, emancipado de las luchas internas de la propiedad
privada, porque ya no tiene que someterse al soborno de los poseedores
individuales, sino que trata de servir al desarrollo económico de las naciones
como una unidad total. La red de institutos técnico-científicos que ahora
establece el Estado es sólo un síntoma material a escala reducida de las
posibilidades ilimitadas que se han derivado de ello. No cito
estos errores para estigmatizar el gran nombre de Dimitri Ivanovich. La
historia ha dictaminado su fallo sobre los principales puntos de la
controversia y no hay motivo para reiniciarla. Pero permítaseme añadir que los
mayores errores de este gran hombre contienen una importante lección para los
estudiosos. Desde el campo de la química sólo no hay salidas directas ni
inmediatas para las perspectivas sociales. Es preciso el método objetivo de la
ciencia social. Este es el método del marxismo. Si un
marxista intentase convertir la teoría de Marx en una llave maestra universal e
ignorar las demás esferas del conocimiento, Vladimir Ilich le habría insultado
con el expresivo vocablo de “komchvantsvo”, comunista fanfarrón. Lo cual, en
este caso específico significaría: el comunismo no es un sustitutivo de la
química. Pero el teorema inverso también es verdadero. El intento por descartar
al marxismo, en base a que la química (o las ciencias naturales en general)
pueden resolver todos los problemas, no es más que una “fanfarronería química”
específica (komchvantsvo) que por lo que a la teoría se refiere no es menos
errónea y por lo que a los hechos afecta no es menos pretencioso que la
fanfarronada comunista. Mendeleyev
no aplicó método científico al estudio de la sociedad y su desarrollo. Como
escrupuloso investigador que era, se verificaba una vez y otra a sí mismo antes
de permitir que su imaginación creadora diera un salto en el plano de las
generalizaciones. Mendeleyev siguió siendo un empirista en los problemas
político-sociales, combinando las conjeturas con una visión heredada del
pasado. Sólo debo añadir que la conjetura fue realmente de Mendeleyev cuando se
relacionó directamente con los intereses científicos industriales del gran
hombre de ciencia. El espíritu de
la filosofía de Mendeleyev pudo ser definido como un optimismo
técnico-científico. Mendeleyev orientó ese optimismo, que coincidía con la
línea de desarrollo del capitalismo, contra los narodnikis, liberales y
radicales, contra los seguidores de Tolstoi y, en general, contra todo
retroceso económico. Mendeleyev confiaba en la victoria del hombre sobre las
fuerzas de la Naturaleza. De ahí su aversión al maltusianismo, rasgo notable de
Mendeleyev. En todos sus escritos, bien los de ciencia pura, bien los de
divulgación sociológica, bien los de química aplicada, lo resalta. Mendeleyev
saludó con efusión el hecho de que el aumento anual de la población rusa (1,5
por 100) fuese mayor que la media mundial. Los cálculos según los cuales la
población mundial alcanzaría los 10.000 millones en ciento cincuenta o
doscientos años no le preocupó, escribiendo: “No sólo 10.000 millones, sino una
población muchas veces mayor tendría alimento en este mundo no sólo mediante la
aplicación del trabajo, sino también por el persistente incentivo que rige el
conocimiento. El temor a que falte alimento es, en mi opinión, un puro
disparate, siempre que se garantice la comunión activa y pacífica de las masas
populares. “ Nuestro
gran químico y optimista industrial habría escuchado con poca simpatía las
recientes declaraciones del profesor inglés Keynes, que durante los festejos
académicos nos dijo que deberíamos preocuparnos por limitar el aumento de la
población. Dimitri Ivanovich la habría contestado con su vieja observación:
“¿Quieren los nuevos Malthus detener este crecimiento? En mi opinión,
cuantos más haya tanto mejor.” La agudeza
sentenciosa de Mendeleyev se expresaba frecuentemente con este tipo de fórmulas
deliberadamente simplificadas. Desde ese mismo
punto de vista del optimismo industrial, Mendeleyev abordó el gran fetiche del
idealismo conservador, el denominado carácter nacional. Escribió: “En cualquier
parte donde la agricultura predomine en sus formas primitivas, una nación es
incapaz de un trabajo continuado y permanentemente regular: sólo podrá trabajar
de manera arbitraria y circunstancial. Queda patente esto con toda claridad en
las costumbres, en el sentido de que existe una falta de ecuanimidad, de calma,
de frugalidad; en todo hay inquietud y predomina una actitud de dejadez
acompañada por extravagancia, hay tacañería o despilfarro. Cuando al lado de la
agricultura se ha desarrollado la industria fabril en gran escala, puede verse
que, además de la agricultura esporádica, hay una labor continua,
ininterrumpida, de las fábricas: ahí se consigue entonces una apreciación justa
del trabajo, y así sucesivamente.” En estas líneas es
importante la consideración del carácter nacional no como elemento primordial
fijo, creado de una vez por todas, sino como producto de condiciones históricas
y, dicho con mayor precisión, de las formas sociales de producción. Este,
aunque sea parcial sólo, es un acercamiento a la filosofía histórica del
marxismo. Mendeleyev
considera el desarrollo de la industria como el instrumento de la reeducación
nacional, la elaboración de un carácter nacional nuevo, más equilibrado, más
disciplinado y más autorregulado. Si comparamos el carácter de los movimientos
campesinos revolucionarios con el movimiento proletario y, sobre todo, con el
papel del proletariado en Octubre y en la actualidad, la predicción de
Mendeleyev queda iluminada con suficiente nitidez. Nuestro
industrioso optimista empleaba igual lucidez al hablar de la eliminación de las
contradicciones entre la ciudad y el campo, y cualquier comunista suscribía sus
opiniones al respecto. Mendeleyev escribió: “El pueblo ruso ha comenzado a
emigrar a las ciudades en masa... En mi opinión es un disparate total luchar
contra este desarrollo; el proceso se terminará sólo cuando la ciudad por una
parte se extienda de tal modo que incluya más partes, jardines, etc.; es decir,
cuando la finalidad de las ciudades no sea sólo hacer la vida lo más saludable
que se pueda, sino cuando provea también de espacios abiertos suficientes no
sólo para los juegos de los niños y el deporte, sino para toda clase de
esparcimientos, y cuando, por otra parte, en las aldeas y granjas, etc., la población
no urbana se extienda de tal forma que exija la construcción de casas de varios
pisos, lo cual creará la necesidad de servicios de aguas, de alumbrado público
y otras comodidades de la ciudad. En el transcurso del tiempo, todo esto
conducirá a que toda área agrícola (poblada con suficiente densidad de
habitantes) llegue a estar habitada, con las casas separadas por las huertas y
los campos necesarios para la producción de alimentos y con plantas
industriales para la manufactura y la modificación de estos productos.” Mendeleyev
ofrece aquí un testimonio convincente en favor de las viejas tesis socialistas:
la eliminación de las contradicciones entre la ciudad y el campo. Pero no plantea
en esas líneas la cuestión de los cambios en la forma social de la economía. Cree que
el capitalismo conducirá automáticamente a la nivelación de las condiciones
urbanas y rurales mediante la introducción de formas de habitación más
elevadas, más higiénicas y culturales. Ahí radica el error de Mendeleyev. El
caso de Inglaterra a la que Mendeleyev se refería con esa esperanza lo
demuestra con nitidez. Mucho antes de que Inglaterra eliminase las
contradicciones entre la ciudad y el campo, su desarrollo económico se había
metido en un callejón sin salida. El paro corroía su economía. Los dirigentes
de la industria inglesa proponen la emigración, la eliminación de la
superpoblación para salvar la sociedad. Incluso el economista más
“progresista”, el señor Keynes, nos decía el otro día que la salvación de la
economía inglesa está en el maltusianismo... También para Inglaterra el camino
para resolver las contradicciones entre la ciudad y el campo es el socialismo. Hay otra
conjetura o intuición formulada por nuestro industrioso optimista. En su último
libro, Mendeleyev escribía: “Tras la época industrial vendrá probablemente una
época más compleja, que de acuerdo con mi modo de pensar se caracterizará
especialmente por una extremada simplificación de los métodos para la obtención
de alimentos, vestido y habitación. La ciencia establecida perseguirá esta
extremada simplificación hacia la que se ha dirigido en parte en las recientes
décadas.” Palabras
notables. Aunque Dimitri Ivanovich hace algunas reservas -contra la realización
de los socialistas y comunistas, Dios no lo quiera-, estas palabras esbozan las
perspectivas técnico-científicas del comunismo. Un desarrollo de las fuerzas
productivas que nos lleve a conseguir simplificaciones extremas en los métodos
de la obtención de alimentos, vestido y habitación, nos proporcionaría claramente
la oportunidad de reducir al mínimo los elementos de coerción en la estructura
social. Con la eliminación de la voracidad completamente inútil en las
relaciones sociales, las formas de trabajo y de distribución tendrán un
carácter comunista. En la transición del socialismo al comunismo no será
precisa una revolución, puesto que la transición depende por completo del
progreso técnico de la sociedad. El optimismo
industrial de Mendeleyev orientó siempre su pensamiento hacia los temas y
problemas prácticos de la industria. En sus obras de teoría pura encontramos su
pensamiento encarrilado por los mismos carriles hacia los problemas económicos.
En una de sus disertaciones, dedicada al problema de la disolución del alcohol
con agua, de gran importancia económica hoy todavía, inventó una pólvora sin
humo para las necesidades de la defensa nacional. Personalmente se ocupó de
realizar un cuidadoso estudio del petróleo, y en dos direcciones, una puramente
teórica, el origen del petróleo, y otra práctica, sobre los usos
técnico-industriales. Hay que tener presente a esta altura que Mendeleyev
protestó siempre contra el uso del petróleo sólo como simple combustible: “La
calefacción se puede hacer con billetes de banco”, exclamaba nuestro gran
químico. Proteccionista convencido, participó de forma destacada en la
elaboración de políticas o sistemas de aranceles y escribió su Política
sensible del arancel, de la cual no pocas sugerencias valiosas pueden ser hoy
citadas incluso desde el punto de vista del proteccionismo socialista. Los problemas de
las vías marítimas por el norte despertaron su interés poco antes de su muerte.
Recomendó a los jóvenes investigadores y marinos que resolvieran el
problema de acceso al Polo Norte, afirmando que de ello se derivarían
importantes rutas comerciales. “Cerca de ese hielo hay no poco oro y otros
minerales, nuestra propia América. Sería feliz si muriera en el Polo, porque
allí uno al menos no se pudre.” Estas palabras tienen un tono muy
contemporáneo. Cuando el viejo químico reflexionaba sobre la muerte, pensaba
sobre ella desde el punto de vista de la putrefacción y soñaba ocasionalmente
con morir en una atmósfera de eterno frío. Nunca se
cansaba de repetir que la meta del conocimiento era la “utilidad”. En otras
palabras, abordaba la ciencia desde la óptica del utilitarismo. Al tiempo, como
sabemos, insistía en el papel creador de la búsqueda desinteresada del
conocimiento. ¿Por qué se iba a interesar alguien en particular en abrir rutas
comerciales por vías indirectas para llegar al Polo? Porque alcanzar el Polo es
un problema de investigación desinteresada capaz de excitar pasiones deportivas
de investigación científica. ¿No hay aquí una contradicción entre esto y la
afirmación de que el objetivo de la ciencia es la “utilidad”? En modo alguno.
La ciencia cumple una función social, no individual. Desde el punto de vista
histórico social es utilitario. Lo cual no significa que cada científico aborde
los problemas de investigación desde una óptica utilitario. ¡No! La mayoría de
las veces los estudiosos están impulsados por su pasión de conocer, y cuanto
más significativo sea el descubrimiento de un hombre, menos puede preverse con
antelación, por regla general, sus aplicaciones prácticas posibles. La pasión
desinteresada de un científico no está en contradicción con el significado
utilitario de cada ciencia más de lo que pueda estar en contradicción el
sacrificio personal de un luchador revolucionario con la finalidad utilitario
de aquellas necesidades de clase a las que sirve. Mendeleyev podía combinar perfectamente su
pasión de conocimiento con la preocupación constante por elevar el poder
técnico de la Humanidad. De ahí que las dos alas de este Congreso -los
representantes de las ramas teórica y aplicada de la química- están con igual
título bajo la bandera de Mendeleyev. Tenemos que educar a la nueva generación
de hombres de ciencia en el espíritu de esta coordinación armónica de la
investigación científica pura con las tareas industriales. La fe de
Mendeleyev en las ilimitadas posibilidades del conocimiento, la predicción y el
dominio de la materia debe convertirse en el credo científico de los químicos
de la patria socialista. El fisiólogo alemán Du Bois Reymond consideraba el
pensamiento filosófico como un cuerpo extraño en la escena de las luchas de
clase y lo definía con el lema ¡Ignoramus et ignorabimus! Es decir, ¡nunca conocemos ni conoceremos! El
pensamiento científico, uniendo su suerte a la de la clase en ascenso, repite:
¡Mientes! Lo impenetrable no existe para el conocimiento consciente. ¡Alcanzaremos
todo! ¡Dominaremos todo! ¡Reconstruiremos todo! * Discurso pronunciado el 17 de septiembre de
1925, ante el Congreso de Mendeleyev, por Trotsky como presidente del Consejo
técnico y científico de la Industria.
La sociedad socialista, en su relación con la herencia científica y cultural,
mantiene en general, en un grado muchísimo menor, una actitud de indiferencia o
de aceptación pasiva. Se puede decir a este respecto: mientras mayor es la
confianza que deposita el socialismo en las ciencias dedicadas al estudio
directo de la naturaleza, mayor es su desconfianza crítica cuando se aproxima a
aquellas ciencias y pseudociencias que están íntimamente ligadas a la
estructura de la sociedad humana, a sus instituciones económicas, a su estado,
leyes, ética, etc. Estas dos esferas no están separadas, por cierto, por una
muralla impenetrable. Pero al mismo tiempo es un hecho incontrovertible que la
herencia en aquellas ciencias que no atañen a la sociedad humana, sino que se
ocupan de la “materia” -las ciencias naturales en el sentido amplio de la
palabra, y la química por su puesto-, es de un peso incomparablemente mayor.
marxistas
Por a -
Thursday, Jan. 05, 2006 at 9:52 AM
Marx, Lenin, Trotzki, Satalin, Lisenko: el llamado socialismo cientìfico es la justificación del orden policial, maestros del nazismo.
alma
Por rocky marxiano -
Thursday, Jan. 05, 2006 at 10:05 AM
"En todos estos casos se ha tratado de encontrar una sustancia suprasocial que explique los fenómenos sociales. El marxismo rechazó las esencias suprahistóricas, así como la fisiología ha renunciado a la fuerza vital, o la química al flogisto."
Ya la encontraron esas sustancias, se llaman Serotonina, Dopamina y Nodralina.