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la sexta declaración: una hipótesis política a desarrollar
Por situaciones - Tuesday, Jan. 17, 2006 at 10:48 AM

El impacto de la Sexta Declaración del EZLN despliega una pregunta de doble dirección: ¿qué perspectiva abre para sus interlocutores de dentro y fuera de México? La motivación de este interrogante, en lo que a nosotros nos toca, proviene en buena medida del modo en que hemos vivido los últimos años en Argentina...

::: la sexta declaración: una hipótesis política a desarrollar* ::: colectivo situaciones

I. El impacto de la Sexta Declaración del EZLN despliega una pregunta de doble dirección: ¿qué perspectiva abre para sus interlocutores de dentro y fuera de México? La motivación de este interrogante, en lo que a nosotros nos toca, proviene en buena medida del modo en que hemos vivido los últimos años en Argentina, cuya crisis social, económica y política sin precedentes obtuvo amplias repercusiones que no lograron ocultar el desarrollo -desde mediados de los años 90- de novedosas experiencias de autoorganización que, a veces en condiciones muy duras, lograron recrear posibilidades de vida en medio de la guerra declarada por el neoliberalismo. Y es que la singularidad de estos diversos movimientos (puebladas, movimientos piqueteros, asambleas populares, tomas de fábricas, clubes del trueque, escraches juveniles a los cómplices de la dictadura militar de los 70, experiencias de economía alternativa y apertura de nuevos espacios de contracultura) estuvo marcada por una determinación común: ya no se trataba de los clásicos sujetos populares estructurados como clases en la producción o en torno al dilema entre dictadura (militar) o democracia (parlamentaria), sino que se correspondían con los avances mismos del neoliberalismo tras su enorme ofensiva de las últimas tres décadas.

Este nuevo protagonismo social que venía gestándose desde hacía varios años desplegó en los hechos nuevas estrategias de poder por fuera de los partidos políticos y los sindicatos, forjando modos de interpretación, de acción y de vínculos que, bajo influencias diversas de la experiencia zapatista, anticiparon hipótesis de construcción de un contrapoder que sin embargo, luego del 2003, ingresó en una fase de "repliegue". Durante las jornadas insurreccionales de diciembre del 2001, bajo la consigna "que se vayan todos", se hizo evidente una altísima capacidad de destitución política, sin precedentes respecto de los poderes constitucionales. Como es sabido, a las oleadas populares suelen seguir largos momentos introspectivos. Esos momentos, sin embargo, no pueden ser comprendidos sin evaluar la composición y las decisiones tomadas por las fuerzas contestatarias, pero tampoco sin considerar las operaciones que los poderes, en su faz reconstructiva, lanzan sobre los propios movimientos.

Y bien, la actual situación política argentina, presentada oficialmente frente al mundo como la reconstrucción de una soberanía fundada en una renovada representación popular y en la búsqueda de un nuevo modelo de desarrollo económico y social post Consenso de Washington, no se comprende sin tener en cuenta este cuadro complejo formado por la crisis de las políticas neoliberales plasmada en el "que se vayan todos", el "tempo" político de los movimientos -muchos de los cuales decidieron apostar a una participación subordinada en este proceso- y los modos en que continúan los viejos dispositivos de poder tanto políticos como económicos y sociales, jamás desmantelados ni sustituidos. Un balance precario de esta nueva fisonomía de la Argentina a más de dos años del gobierno de Kirchner muestra, entonces, esta ambivalencia: si de un lado, el consenso neoliberal ha sido destrozado en sus pretensiones simbólicas de legitimidad, subsiste sin embargo en las condiciones de existencia de la vida social; al tiempo que los movimientos que con mayor radicalidad buscaron innovar los lenguajes y prácticas de la lucha política, tomando como inspiración la autonomía como función organizativa y política, se vieron ante la alternativa de participar subordinadamente de una nueva legitimidad simbólica o bien resistir, con una pérdida considerable de influencia social, en una subterránea y frágil reorganización de los modos del contrapoder.

La complejidad de exponer este apresurado cuadro surge del hecho de que los balances sobre las propias estrategias de este nuevo protagonismo social no han alcanzado aún una madurez que permita retomar y revitalizar las líneas de investigación política, pero no es esperable tampoco que estos balances se hagan de modo independiente a las nuevas apuestas y prácticas que ya se despliegan con relativa fuerza en todo el país.

II. Si algo ha demostrado el zapatismo, y vuelve a actualizarse radicalmente ahora con la Sexta Declaración, es que no se trata de elegir entre la añoranza de la vida de las comunidades indígenas y campesinas o el rechazo a todos los elementos de teoría política que la experiencia de Chiapas ha entregado a la discusión política en diversas partes del mundo por la diferencia de condiciones y contextos en que se desarrollan las vidas en la ciudad. Esta opción no es necesaria ni fértil para quienes, teniendo como realidad la metrópoli (que se extiende a las periferias y tantos otros segmentos urbanos distribuidos como pequeñas ciudades), buscamos inspiraciones y elementos de valor para nuestros propios procesos de politización. Insistimos: el zapatismo ha expandido su fuerza no a partir de una invitación a lo indígena-campesino, sino al ofrecernos a todos elementos transversalizables que, con fuente en esas culturas, pueden circular entre nosotros -si inventamos los modos- de una manera completamente nueva.

Desde esta perspectiva, la Sexta Declaración adquiere un valor particular en América Latina al inscribirse en el nudo formado por la crisis de un modo de legitimación de la dominación regional, la ambivalencia de nuevos gobiernos que aún intentan estabilizar el desafío lanzado por los movimientos, el cambio de terreno que los movimientos experimentan en esta nueva coyuntura (también en la coyuntura propiamente mexicana) y la trayectoria del propio zapatismo.

A nivel continental la Sexta opera, a nuestros ojos, un doble reconocimiento. De manera explícita admite su propia inscripción en los procesos abiertos de lucha en varios puntos del continente, pero también proporciona una orientación que consiste en "trazar fronteras" respecto del sistema político (en principio mexicano, pero susceptible, creemos, de ser extendido a otros puntos del continente). Esta delimitación intenta preservar -pero también crear las condiciones para desplegar- el carácter autónomo de luchas y movimientos. Tal como ocurre en México hoy, este trazado del zapatismo implica una cierta restricción de parte de su auditorio -que se decide a favor de un gobierno de López Obrador- a la vez que procura preservar y desarrollar la perspectiva de un terreno político propio de y para los movimientos, que implica la calificación del neoliberalismo como una política de guerra.

La Sexta Declaración se nos revela entonces como un oportuno manifiesto político que, a la vez que intuye la apertura -por indeterminación- de un espacio a partir de la crisis de legitimación del poder político, advierte tanto sobre las estrategias en camino para suturar esa herida, como sobre los efectos de un eventual bloqueo. Y si su intervención divide el campo preexistente por medio de un trazado de fronteras respecto de la formación actual de consensos, es porque percibe que a pesar de las variaciones, estos nuevos contenidos políticos se producen a través de dispositivos que malversan el potencial de una renovación en curso.

En efecto, la Sexta es un texto preciso que pretende interrumpir una cierta deriva de los hechos: una que orienta las energías y conquistas de las luchas de estos últimos años hacia una revitalización de las formas soberanas que continúan atrapadas en modos tradicionales de representación, y procura, con sentido de los tiempos en juego, producir una hipótesis que aproveche el potencial de la situación actual en función de una afirmación de y desde los movimientos en rebelión.

Su sola publicación en la Argentina, sin embargo, nos muestra contrastes antes que equivalencias. De hecho, no hay nada entre nosotros comparable a una "Sexta". No sólo no existe aquí -por buenas y malas razones- una voz autorizada que concite atención unánime sino que, más allá de cuestiones de autoría, nos hemos quedado sin textos políticos de actualidad. Cuestión que motiva la pregunta por las razones de esta escasez, ya que no faltan entre nosotros voluntad ni tradición de escritura.

Efectivamente, la Argentina actual parece tomada por una divergencia que oscila entre un cierto asombro -sino entusiasmo- por la rápida estabilización institucional luego de la crisis y la conquista de un discurso político que reencuentra viejas añoranzas populares con perspectivas actuales del grupo en el gobierno y, por otro lado, una cruda indiferencia respecto a los cambios anunciados oficialmente, fundada en un escepticismo que enraíza en la persistencia de la jerarquización socioeconómica y en la pérdida de terreno de quienes, en lo más bajo de estas jerarquías, habían llegado a elaborar sus propios puntos de vista con lucidez y determinación. De la imposibilidad de revertir estas dinámicas parece alimentarse la producción actual de discursos que sustituyen y ocupan el sitio, necesario, del texto político. Ya que si, de un lado, se asiste a una fuerte interpelación de las energías sociales desde la fórmula antipolítica que reúne "gestión estatal" más "marketing" antiimperialista; del otro, el debilitamiento en la tentativa de abrir un terreno político propio de y para los movimientos ha llevado, por el momento al menos, a una reducción de horizontes y de capacidades que pospone todo texto propiamente político hacia un futuro indeterminado.

La Sexta nos presenta, en nuestra interpretación, una dimensión enteramente constructiva que consiste en la preservación y desarrollo de un plano propio de los movimientos -que incluye pero a la vez trasciende en mucho a los movimientos empíricos y a los fragmentos organizados a favor de la dinámica de multiplicidad de luchas y espacios de creación social- que se distingue claramente tanto de la dimensión puramente económica social y restringida a las negociaciones de los movimientos con los gobiernos, como de la dimensión estrechamente representativa del sistema político.

Un terreno como éste fue abierto entre nosotros, hacia fines de los años 90, a partir de la lucha de los llamados "movimientos sociales", cuestión que cobró notoriedad absoluta durante la vertiginosa crisis del año 2001-2002, cuando este desarrollo se combinó con la descomposición de la dimensión institucional y representativa. Entonces, la dispersión de los movimientos, lejos de ser un estorbo, dio lugar a una potencia de movilización y habilitó niveles cada vez más altos y articulados de coordinación. Durante los últimos años, la recomposición del mando político aceleró la fragmentación de este espacio (que no se corresponde literalmente con la fragmentación de los movimientos mismos) y de modo paralelo se fue destejiendo la trama de nociones internas capaces de leer y producir hipótesis activas de recomposición. La novedad de la Sexta entre nosotros, entonces, bien podría ser la de un llamado a plasmar, en nuestras disposiciones (de voluntad y lucidez), un cambio en esta tendencia.

Colectivo Situaciones Diciembre de 2005

* Este texto es parte del prólogo del libro "Bienvenidos a la Selva. Diálogos a partir de la Sexta Declaración del EZLN" (Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, diciembre 2005), que reúne una serie de entrevistas realizadas en México entre julio y agosto de 2005, compilado por el Colectivo Situaciones.

::: contacto ::: http://www.tintalimonediciones.org | colectivo@situaciones.org | http://www.situaciones.org






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