Julio López
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LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA,A 70 AÑOS DEL COMIENZO DE LA GUERRA CIVIL.
Por EL MILITANTE - Saturday, Jan. 28, 2006 at 8:55 AM
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La Revolución española

En julio de 1936 el heroico proletariado español se levantó contra el golpe fascista del general Franco. En Cataluña y el resto del país, los obreros tomaron el poder en sus propias manos. El Estado colapsó, con la mayor parte de la casta de oficiales del ejército pasándose al bando de Franco. Los obreros españoles trataron una y otra vez de tomar el poder. En Barcelona, los obreros del sindicato anarquista CNT y del partido de izquierdas POUM asaltaron los cuarteles armados solamente con cuchillos de cocina, palos y viejos rifles de caza. Aplastaron a los fascistas y el poder quedó en manos de la clase obrera. Esto hubiera sido posible en toda España, de no ser por la política de los dirigentes de las organizaciones obreras, que se aferraron a su alianza con los republicanos burgueses.

Incluso los dirigentes del PC tuvieron que admitir que el movimiento revolucionario ya había ido mucho más allá de los límites de la república burguesa: "tal y como observara José Díaz, ya se había logrado la destrucción del viejo orden gobernante. La revolución social no se había limitado a 'defender la República instaurada el 14 de abril y revivida el pasado 16 de febrero', como había afirmado el partido comunista al comenzar la guerra. Militantes comunistas en la primera línea de frente en torno a Madrid, como Miguel Nuñez, un miliciano de la enseñanza, eran muy conscientes de la profundidad de la expresión popular.

"'Era una revolución a fondo. El pueblo estaba luchando para conseguir todas aquellas cosas de las cuales las fuerzas reaccionarias de este país les había privado durante tanto tiempo. Tierra y libertad, el fin de la explotación, el derrocamiento del capitalismo. El pueblo no luchaba por una democracia burguesa, que eso quede bien claro...". (Ronald Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, Historia oral de la guerra civil española, vol. 2, p. 30).

En última instancia, el poder son destacamentos de hombres armados. Quien los controla tiene el poder. Pero en julio de 1936, los obreros de España se levantaron contra los fascistas en respuesta al alzamiento militar de Franco. El viejo ejército en la práctica quedó destruido y fue reemplazado por milicias obreras. Éstas eran las únicas fuerzas armadas que existían en el territorio de la República. Lo único que impidió la toma del poder por parte de la clase obrera fue la dirección de sus propias organizaciones. Habían aplastado la reacción fascista, pero los dirigentes de todos los partidos obreros -anarquistas, socialistas, comunistas e incluso el POUM- entraron en el gobierno burgués del frente popular y se convirtieron en el principal obstáculo para la revolución.

De una manera u otra traicionaron la heroica reacción espontánea contra el levantamiento fascista. Bloquearon el movimiento de los obreros colaborando con los podridos dirigentes burgueses republicanos, que en ese momento no representaban a nadie sino a sí mismos. De hecho, esta no era una alianza con la burguesía sino con la sombra de la burguesía. La gran mayoría de los terratenientes y los capitalistas apoyaban a Franco y habían huido a zona fascista. Pero los republicanos actuaron como un freno reaccionario para el movimiento de las masas. Tenían mucho más miedo de los obreros y los campesinos que de los fascistas, ante los que estaban bastante dispuestos a capitular.

En aquel entonces, la mayor parte de los dirigentes de los partidos de la Internacional Comunista se habían convertido en agentes de la política exterior de la burocracia rusa. Aplicaban las instrucciones de Stalin sin cuestionarlas. Éste estaba aterrorizado de que una revolución socialista triunfante en España, o en cualquier otro país de Europa Occidental, minara el poder de la burocracia y llevase a su derrocamiento. Los obreros de Rusia estaban entusiasmados con la revolución en España, que les sacudió mucho más que ningún otro acontecimiento desde la usurpación del poder por parte de Stalin. En un intento de mantenerse en el poder, la burocracia se vio obligada a lanzar el equivalente moderno de una caza de brujas medieval, para aniquilar a casi todos los dirigentes de la revolución y a los viejos bolcheviques, asesinando a centenares de miles de militantes del Partido Comunista. Esto se debió en parte a las repercusiones de la revolución en España. La victoria de la revolución en España hubiera sido el tañido de muerte para la burocracia de Moscú.

Además de esto, a los burócratas no les importaba la diplomacia revolucionaria, como en los tiempos de Lenin, sino que se guiaban por consideraciones puramente nacionalistas. En ese momento querían aplacar a los capitalistas de Gran Bretaña y Francia, para llegar a una alianza contra Alemania. No querían echar por tierra sus planes con un enfrentamiento revolucionario que se hubiera extendido a Francia y destruido totalmente el equilibrio político y social del mundo. Pero, destruyendo la revolución española, aseguraron la victoria de Franco, y con ello la Segunda Guerra Mundial se hizo inevitable. Por su parte, las llamadas democracias de Gran Bretaña y Francia hicieron todo lo que pudieron por ayudar a Franco, escondiéndose bajo la bandera hipócrita de la "no intervención". La política contrarrevolucionaria de Stalin en España no convenció a los imperialistas británicos y franceses para convertirse en aliados de la Unión Soviética, todo lo contrario.

Un militante de base del partido comunista declaraba: "Luchando y muriendo, a veces pensábamos: 'Todo esto... ¿y para qué?' ¿Era para volver a lo de antes? Si así era, no valía la pena luchar por ello. Aquella forma vergonzante de hacer la revolución desmoralizó al pueblo, que no la entendía. Pienso que el partido comunista fue el que mejor entendió de qué iba la guerra...". (Ibid. p. 36).

Los obreros de España hicieron todo lo posible una y otra vez, durante siete años, de 1931 a 1937, para tomar el poder en sus manos, pero en cada momento se encontraron bloqueados por sus propias organizaciones. La última oportunidad fue en mayo de 1937. Los estalinistas, actuando como fuerzas de choque de la contrarrevolución, intentaron tomar el edificio de la Telefónica en Barcelona, que estaba bajo control de la CNT. En respuesta a esta traición, los obreros anarquistas y del POUM organizaron una insurrección en los primeros días de mayo de 1937. Este movimiento contaba con el apoyo mayoritario de los obreros de Barcelona, incluso los comunistas y socialistas de base. Durante cuatro días el poder estuvo en las manos de los obreros. Pero una vez más, el POUM y la CNT se negaron a tomar el poder.

A pesar de la propaganda estalinista, el POUM no era una organización trotskista, aunque tenía militantes que habían sido trotskistas, como Nin y Andrade. En seis semanas, el POUM había crecido rápidamente, de 1.000 a 70.000 militantes, gracias a la imagen izquierdista y las declaraciones radicalizadas de sus dirigentes. Tenía su propia emisora de radio y un periódico diario. Pero Trotsky advirtió que, sin una política correcta, una política de clase dirigida contra los republicanos burgueses, todos los logros del POUM se convertirían en polvo. Esta brillante predicción pronto demostró ser correcta. En el momento decisivo llevaron a los obreros a la derrota. Ante la falta de una política revolucionaria consistente, los dirigentes de la CNT y el POUM exigieron a los obreros que abandonasen la lucha y volviesen al trabajo. Lo consiguieron, pero no les salvó y fue desastroso para la revolución. Al cabo de seis semanas, los dirigentes del POUM fueron asesinados en las mazmorras de la GPU. Se ilegalizó al POUM y se desarmó a la CNT. El camino estaba libre para el aburguesamiento de las fuerzas armadas y la reconstrucción del Estado bajo dirección de la burguesía.

En marzo de 1937, José Díaz, secretario general del PCE, llamó a la exterminación de todos los 'agentes del fascismo, trotskistas disfrazados de poumistas', repitiendo las acusaciones lanzadas en los juicios-farsa de Moscú. Pero la fuerza real de la purga en España fue la GPU de Stalin, que estaba presente en todos los organismos dirigentes del Partido Comunista de España. Por ejemplo, el tristemente famoso estalinista húngaro Ernö Gerö, uno de los agentes de Stalin, siempre asistía a las reuniones de la dirección del PSUC. Sin embargo, los dirigentes del Partido Comunista y del PSUC participaron activamente en estas actividades. Pere Ardiaca, editor del periódico del PSUC Treball, aunque niega la participación del partido en el asesinato de Andrés Nin, confiesa que el partido apoyó la persecución contra el POUM:

"Aunque no tuvimos arte ni parte en la persecución contra el POUM, la vimos con buenos ojos. Más adelante, al celebrarse el juicio contra los poumistas, nos quedamos estupefactos ante las declaraciones que allí se hicieron, pero, al mismo tiempo, en ningún momento se nos ocurrió protestar ya que compartíamos la opinión de la parte acusadora...". (Ibid. p. 125). Ardiaca y sus compañeros estaban "estupefactos" porque sabían perfectamente que todas las acusaciones que se lanzaban contra los militantes del POUM eran falsas, como él mismo reconoce: "Antes de ingresar en el partido comunista, yo había sido del BOC [uno de los dos partidos que se unieron para formar el POUM], por lo que sabía que sus militantes eran honrados y sinceros en sus creencias revolucionarias, aunque estas fueran distintas de las nuestras". (Ibid p. 124). No es extraño que Ardiaca describa el asesinato de Nin como "una herencia harto pesada". Pero nada puede cambiar el hecho de que los dirigentes catalanes y españoles eran, por lo menos, cómplices activos de la GPU de Stalin en España.

La liquidación de la revolución llevó inevitablemente al desastre que Trotsky había predicho. Los estalinistas apoyaron el llamado gobierno de la victoria de Negrín, un socialista de derechas que en la práctica presidió la más terrible de las derrotas, inevitable tras el triunfo de la contrarrevolución burguesa detrás de las líneas republicanas. La clase obrera estaba desilusionada y desmoralizada. En la revolución, incluso más que en la guerra, la moral es el factor decisivo. En términos puramente militares, la revolución nunca puede triunfar contra un ejército profesional con oficiales formados y expertos militares. El único factor que da a las masas ventaja es su entusiasmo revolucionario. Sin éste, la victoria de la reacción es inevitable. La precondición para la victoria en España era política: la confianza de las masas en la causa por la que estaban luchando.

Esta afirmación se puede demostrar con muchos ejemplos históricos. La victoria de los bolcheviques en Rusia se debió sobre todo a factores políticos. El poder estaba en manos de los trabajadores, que lo defendieron ferozmente. De la misma manera, en el campo los campesinos luchaban por la tierra que habían ganado gracias a la Revolución de Octubre. Unos años más tarde en China, Mao Tse-Tung llevó adelante una guerra semirrevolucionaria contra el Kuomintang. En la guerra civil china, las fuerzas de Mao eran insignificantes comparadas con el ejército de Chiang Kai-shek, armado por los EEUU. Basándose en una consigna revolucionaria simple ("la tierra para los campesinos"), Mao consiguió ganarse a las masas rurales. Incluso ofreció parcelas de tierra a los soldados del ejército de Chiang. Divisiones enteras se pasaron a los rojos y las fuerzas de la reacción simplemente se diluyeron. En España hubiera sido posible un resultado similar, pero eso habría requerido una auténtica política revolucionaria.

La Revolución Española representaba una amenaza mortal para Stalin y la burocracia. La clase obrera soviética, cada vez mayor en número, entusiasmada por los éxitos del Plan Quinquenal, empezó de nuevo a sentir los efectos de la revolución mundial y a resistirse a los abusos de la burocracia. El movimiento espontáneo hacia la revolución socialista en España empezó a reavivar la llama de la revolución internacional en los corazones de la clase obrera soviética. Stalin estaba aterrorizado ante la perspectiva de que una oleada revolucionaria en Occidente pudiera agitar el espíritu revolucionario de las masas soviéticas. Temiendo el éxito y la extensión de la revolución en España, y buscando un acuerdo con las "democracias" occidentales, Stalin, por primera vez, deliberadamente la estranguló. Esto no fue así ni en Alemania en 1930-33 ni en China en 1925-27. Es cierto que la política de Stalin también llevó a la derrota en esos casos, pero esa no era su intención. Al contrario, Stalin en ese momento necesitaba éxitos en el ámbito internacional. Pero ahora era diferente. En 1936, la nueva casta dominante se había consolidado y estaba ansiosa por defender sus privilegios contra cualquier amenaza, real o imaginaria. La revolución española era vista como una amenaza muy real para la camarilla dominante. Stalin pensaba que una revolución triunfante daría lugar a una nueva oposición dentro del Partido Comunista alrededor de aquellas figuras que todavía tenían vínculos directos con Octubre, y eso hubiera significado el fin del régimen estalinista. Por lo tanto se marcó la tarea de eliminar esa amenaza, acusando falsamente de crímenes contrarrevolucionarios a los viejos bolcheviques.

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