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En casa como en la ruta
Por Reenvio de Proyectos 19/20 - Friday, Feb. 10, 2006 at 4:56 PM

Proyectos 19/20 nro. 13

Conciencia de género en las organizaciones piqueteras
EN CASA COMO EN LA RUTA

“Vos a mí no me pegás más. Yo soy un ser humano y me respetás, porque yo a vos te respeto. Trabajo, salgo a la calle, hago piquete y me gano la comida con mucha más dignidad que vos. Así que a mí no me hacés más esto. Si no te gusta, vos te vas”, Rosa, del MTR, a su marido. “Yo decidí salir. Primero no me interesaba la política, pero cuando empezó a faltar, una ya la política la tenía que ver por dentro. Él me decía que no salga, pero yo le hacía entender: sola no voy a conseguir, hay que hacer una multitud” , Graciela, de la CCC. “En las asambleas queríamos hablar y teníamos que decirlo dos o tres veces porque varones y mujeres comenzaban a cuchichear. También está dentro nuestro el darle más valor a la palabra del varón que a nosotras mismas, por una cuestión cultural que desde el nacimiento siempre está la palabra del hombre antes que todo” , Mónica, del MTD Almirante Brown. “Hoy estuve haciendo la bandera de mi regional y él limpió el piso y lavó los platos. Es difícil. Tenés que ir lento. Igual, si los dos están en la militancia es todo un proceso. Hay que poner mucha voluntad. Así como luchás en la calle, tenés que luchar en tu casa” , Mariana, de la CUBa Capital.

Salieron primeras, pero fueron invisibilizadas. Pusieron sus cuerpos en la ruta cuando sus compañeros quedaron sin trabajo. Pelearon por comida, por salud y dignidad, como diariamente lo hacían en sus hogares. Y con lucha, organización y compañerismo, entre mujeres, empezó un replanteo del lugar que ocupan: en la casa, en las organizaciones y en el mundo.

”Hay compañeras que lo cuentan en la asamblea: no pude ir al corte de ruta porque mi marido me pegó, porque me encerró, porque dice: seguro vos te vas a joder. Muchas pudieron atraer a sus compañeros y ahora están los dos. A eso ayudó bastante lo nuestro con el tema de las mujeres... porque vos viste que las primeras que salimos fuimos las mujeres. Salimos por comida, puestos de trabajo, por la salud... y eso generó situaciones muy difíciles. Hasta muertes. Hubo maridos que no toleraron que la mujer fuera a una reunión, a un corte. Eso pasó. No digo que hoy no pasa todavía”. Gladys Roldán habló de un tirón, pero se queda callada de repente, mientras el mate se enfría entre sus manos. En el primer piso del refugio para mujeres golpeadas que la Corriente Clasista y Combativa (CCC) abrió a principios de 2004 en el barrio La Juanita, en Laferrere, unos hilitos de sol entran por la ventana. Gladys respira profundo y continúa:

-Te puedo contar de una compañera que venía participando cuando éramos nueve barrios, en 1996. La compañera era de acá, de La Juanita, y se separó porque ya no aguantaba más. El marido estaba sin trabajo, ella empezó a participar y él se enloqueció más, le empezó a pegar. Se separan, él se va. A la madrugada aparece, la ata y la prende fuego. La compañera murió. Él no aguantaba que ella saliera.

-¿Por qué?

-Salir te cambia la vida.

Salir de las cuatro paredes, de la cocina, de servir al marido y a los chicos. Salir de esa sensación de “se va la vida, se va al agujero, como la mugre en el lavadero”, que describe una vieja canción feminista mexicana. En las organizaciones piqueteras el setenta por ciento son mujeres. Desde el principio -aunque siempre se habló de “los” piqueteros y “los” desocupados- fueron cuerpos de mujer, curtidos en deberes y cuidados, los que salieron a parar la olla, a hacer visible un drama que deprimió maridos, desnutrió hijos, asesinó y asesina. Desobedeciendo mandatos conyugales, salieron; para seguir cuidando. Y en ese recorrido, no sólo pasaron de amas de casa a reconocerse como trabajadoras desocupadas, sino que comenzaron a replantearse el lugar de las mujeres en la propia familia, en la organización y en el mundo.

Salir es una revolución”, dice Viviana, del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lugano (en el MTD Aníbal Verón), al describir algo que no ocurrió en un día, pero que para ella, 33 años, mamá de cinco chicos y ama de casa desde los 16, ha sido un (feliz) camino sin retorno: “Mi vida antes era levantarme a las cuatro de la mañana, porque mi marido en ese tiempo tenía trabajo; cuando él se iba era hacer las cosas de la casa antes de que los chicos se levanten, prepararlos, llevarlos a la escuela, volver, darles de comer, hacer la tarea, planchar y no perderme ni una novela. Mi mundo eran Marimar, Thalía. Después, él se quedó sin trabajo”.

En esos días de 2001 los invitaron a una reunión de padres allí donde sus hijos iban los sábados a apoyo escolar. Viviana fue. Le gustó y siguió yendo. Hablaban de la desocupación, de los problemas del barrio, de hacer algo entre todos. Cada sábado, su marido la despedía con la misma frase: Te vas a perder el tiempo. Hasta que armaron el MTD. Entonces, la vida de él cambió también.

“Antes, era un hombre muy machista. Nunca cambió un pañal, jamás fue a buscar a los chicos a la escuela –recuerda Viviana-. Incluso una vez yo había conseguido un trabajo. Le digo: Leoznel, quiero ir a trabajar. Me contestó: No. Así estemos pasando hambre vos no vas a trabajar, ¿quién cuida a los nenes? Y vos -le digo-, si vos no estás trabajando. Me respondió: Yo no voy a cuidar los chicos”.

-¿Cómo fue que cambió?

-Y... el estar acá. Empezó por un emprendimiento, y con el primer corte, se puso a full con el MTD. Nosotros, los dos cambiamos. Ahora yo hago todo así rápido, no es que no lavo, pero estoy en el área de alimentación y tengo reuniones y vengo a cocinar. A la mañana, si se me viene la hora me dice: “Dejá, dejá que yo termino de repasar y andá”. Me acuerdo de antes preguntarle hasta si me dejaba ir a lo de mi mamá.

-¿Y ahora?

-Hace poco me fui diez días. Nunca me había ido sola a ningún lado. Fui a Córdoba, a una capacitación en El Medanito. Mis hijos no querían que vaya. Hasta el último día estuvieron con que no vaya. La nena dice que quiero más al MTD que a ellos. Yo le explico que si papá tuviera un trabajo digno... pero además, ni si tuviera. Me gusta esto, es por mí y por el otro. Como decían en la formación: para ser militante hay que estar bien segura y consciente de lo que una quiere, si no no lo vas a poder hacer.

-¿Quién cuidó a los nenes esos días?

-El papá.

Los Encuentros de Mujeres

La primera vez que salió fue ahí nomás, a unas manzanas de su casa. Graciela Cortés ya había cumplido los cuarenta cuando aceptó enseñar costura a otras mujeres desocupadas. “Sí, me traía problemas en casa. A pesar de que limpiaba, cuidaba los chicos, hacía todo, igual tenía problemas. Yo decidí salir. Primero no me interesaba la política, pero cuando empezó a faltar, una ya la política la tenía que ver por dentro. Él me decía que no salga, pero yo le hacía entender: sola no voy a conseguir, hay que hacer una multitud”. Graciela estuvo en el corte de dieciocho días en Isidro Casanova con la CCC y se pregunta en voz alta: “¿De qué me iba a servir obedecerle si igual nos separamos? No me arrepiento. Hice cosas que antes no hubiera hecho. Todo gracias a la máquina de coser y a los Encuentros de Mujeres”.

-¿A los Encuentros?

-Ahí te va abriendo la cabeza. Yo cambié en los Encuentros.

-¿Por qué?

-Ves cada mujer.

Hubo un tiempo en que a Gladys Roldán le encantaba decir que formaba parte de la Subcomisión de Damas de la comisión vecinal del asentamiento María Elena (con los años, bastión de la CCC en La Matanza). Le encantaba, hasta que fue por primera vez a un Encuentro Nacional de Mujeres, en 1989. Durante un debate, una mujer les preguntó: “¿Por qué son subcomisión? Ustedes también pueden estar en la comisión directiva”. Una luz cómplice brilla en los ojos de Gladys: “¡Te imaginás cómo volvimos! Pateando tarros.” La discusión con los hombres duró dos meses. Finalmente, todas se pasaron a la comisión directiva y la subcomisión de damas -que en paz descanse- se disolvió.

De toallitas y lavandina

En las organizaciones piqueteras, son mujeres las que se ocupan de los comedores. Mujeres son las que llevan adelante roperos y salitas de primeros auxilios. Ellas son mayoría en las capacitaciones, en los emprendimientos productivos. Y muchas tienen bajo su responsabilidad la administración de los planes; algunas, además, se sumaron a las tareas de seguridad (ver recuadro). Sin embargo, recién últimamente -casi una década después de la rebeldía primera- los petitorios incluyen, junto a la leche y el azúcar, un elemento exclusivamente femenino: toallitas higiénicas.

¿Sabés cuántas mujeres volvieron al pañito de tela, como en la época de nuestras abuelas?”, pregunta María Laura Blanco, de la Coordinadora de Unidad Barrial (CUBa) en La Matanza. En una compra, ¿qué elegir? ¿lavandina o preservativos? “Porque –aclara- en las salas del conurbano preservativos no hay”.

En el salón amplio de la CUBa en el porteño barrio de Almagro, donde se reúne la Comisión de Mujeres de la Asamblea Nacional de Trabajadores (ANT, integrada además por el Polo Obrero y el Movimiento Territorial de Liberación, entre otros grupos), María del Carmen Martínez, del PO, añade: “La ANT tiene en su programa la legalización del aborto y los derechos de los grupos GLTTTB (Gays, Lesbianas, Travestis, Transexuales, Transgéneros, Bisexuales). Para los trabajadores ocupados y desocupados, tener el derecho al aborto legal implica igualarnos en algún sentido, en materia de salud, a toda la clase media y clase alta que se puede pagar determinados abortos diferentes, sin el riesgo de terminar muertas o en cana”.

¿Cómo estás hoy?

“El aborto es el método anticonceptivo más habitual en los barrios: que me pongo la sonda, las pastillas, los preparados, el té de ajenjo ahí abajo”, enumera María Laura. En La Matanza, la CUBa empezó a trabajar las situaciones de violencia porque el tema, omnipresente, flotaba silencioso y duradero como el olor a goma quemada: “El chabón por ahí gana cinco pesos arriba del carro y porque trae la plata cree que tiene el derecho de pegar a la mujer –dice Laura-. Hay cosas que dan mucha impotencia. Así que nos juntamos a tomar mate, en talleres de educación popular, haciendo juegos.

-¿Por ejemplo?

-Todas paradas en un banco grande, te dan letras que arman la palabra “cooperativismo”; si estoy en la punta, tengo que llegar a donde va la “C” sin caerme del banco. Así vas empezando a desinhibirte, te reís porque una que es gorda se cae del banco, porque todas nos tocamos para pasar, mientras tomamos mate. Jugando, avanzás en la charla: “Vos, ¿cómo estás hoy?”.

Conversaciones entre mujeres. Íntimas y sentimentales. Transformadoras. Fue en esas charlas -al principio coordinadas por la socióloga Graciela Di Marco- que en el Movimiento Teresa Rodríguez (MTR) se empezó a tocar el tema de la mujer golpeada. “Ha sido muy productivo porque ahí muchas compañeras pudieron contar que son violadas por sus propias parejas. Pudieron contar un montón de cosas que de otra manera no lo hubieran sacado para afuera”, dice Susy Paz, referente de Ezpeleta.

La tarde en que una chica reveló su angustia profunda por el embarazo -ya muy avanzado- que le hinchaba la panza, algunas se animaron a hablar de sus abortos; otras respondieron que un hijo es una bendición, que si no se lo acepta viene con resentimiento a la vida. El clima era tenso. Hasta que una viejita propuso: “Armemos entre todas un moisés para que nuestra compañerita no tenga ese peso de decir viene y no tengo nada y yo no lo quería a este chico, pero dadas las circunstancias lo tengo que tener”. Ese día en el grupo empezaron a ver las necesidades de las otras. Y a respetarse en sus diferencias.

Otra vez llegó a la reunión una compañera que vivía con la cara marcada. Se habló de no dejarse usar, del derecho a decir NO. La mujer escuchó y escuchó. Al final, contó que el marido le pegaba porque ella no quería tener relaciones. La siguiente vez, cuando él quiso levantarle la mano, se defendió con un palo. Y le habló, como nunca antes: -Vos a mí no me pegás más. Yo soy un ser humano y me respetás, porque yo a vos te respeto. Trabajo, salgo a la calle, hago piquete y me gano la comida con mucha más dignidad que vos. Así que a mí no me hacés más esto. Si no te gusta, vos te vas.

Rosa se separó. Y es una de las militantes más activas de Ezpeleta.

Un piquete de convencimiento

Lo personal es político. La frase se hace acto en mujeres y varones, cuando el conjunto de la organización defiende a una compañera. Y eso, algunas veces, también sucede. Desde la zurrada y desalojo al golpeador en un barrio de la Verón (célebre porque lo mostró canal 13), hasta los piquetes de convencimiento del Polo Obrero (ver nota siguiente), todos los agrupamientos con los que proyectos 19/20 conversó para esta nota contaron experiencias al respecto.

Una vez que la compañera se larga a plantear lo que está viviendo –lo cual es poco frecuente-, lo primero es hablar con el hombre que está golpeando. En general, van varias mujeres juntas a hacerlo. Se le plantea el sufrimiento de su esposa, se le cuenta sobre los grupos para hombres violentos, se le insiste en que tiene que hacerse atender. El objetivo: hacerle saber que su golpe ya no es silencioso. Si continúa, la advertencia es bastante más enérgica. Y, si esto no alcanza, un grupo lo expulsa de la casa. En general, se trata de varones ajenos a la organización.

Gladys recuerda a una mujer que viajaba al taller hasta La Juanita, bastante lejos de su barrio, mientras el golpeador seguía participando de las asambleas y los piquetes como si nada. -¿Por qué no resuelven allá? –le preguntó a la delegada de la zona. -¿En serio, Gladys? ¿Yo puedo resolver? Porque a ése le tengo unas ganas. -No pegándole... háblenlo en la asamblea.

En plena reunión, la delegada planteó: “Todos tus compañeros y compañeras sabemos lo que vos le hacés a fulana (la mujer tenía una operación muy grande en la pierna en la que él le pegaba piñas, además de cortarle el pelo a la fuerza), que es un pedazo de pan, que está sola en Buenos Aires... ¿Sabés? Ella no está sola, porque estamos todas nosotras: Vos la llegás a tocar, vas a ver lo que te pasa”. Acto seguido, la asamblea completa se trasladó hasta la casilla y, con pintura blanca, marcaron una línea. De un lado la cama de una plaza con los nenes, del otro la cama grande para el marido y la TV en el medio. Él no tenía que pasar la línea.

Cuando callas te ves más hermosa

Cuando un varón maltrata, subestima, o decide por la mujer que está a su lado, hay miles de años de patriarcado conduciendo ese machismo. Cuando un varón no asume por igual las tareas de la casa ni cuidar los hijos, se pisa el palito que hace siglos nos pone el capitalismo: le obsequia al trabajador, empleado o desocupado, una propiedad para que actúe como patrón: “su mujer”. Por eso, muchas organizaciones feministas plantean que hace falta modificar (también) las relaciones en la pareja para lograr el cambio social. Pero lo invisible y arraigado de este mecanismo, hace tan difícil –para varones y mujeres- hacerle frente.

-¿Los compañeros participan del trabajo sobre violencia?

-Muchos piensan que es un problema privado –responde Gladys-. Algunos nos apoyan. Juan Carlos (Alderete) también, fue mejorando cada vez más. Porque él decía “las va a agarrar el tipo y qué van a hacer”. Tenía miedo que alguno salga con un arma, después se la fue aguantando. Pero bue... está mejor. Antes no: siempre esos chistes.

-¿Qué chistes?

-“Aaaaaaaah, los varones también somos golpeados y nadie se ocupa de nosotros”.

-¿Ustedes contestan?

-No es tan fácil, te meten de chiquita lo que podés y lo que no. Las mujeres que tuvieron que salir, les costó muy caro. En el movimiento de desocupados al que toma o roba se lo sanciona, pero al que golpea no. Estamos en eso.

María del Carmen Martínez revela algo similar: “Aspiramos que en nuestras organizaciones los golpeadores no puedan ser dirigentes ni integrar ninguna función de dirección. En el Partido Obrero, el que golpea a la mujer queda afuera. Esto en los Polos no es tan fácil”. En el Movimiento Teresa Rodríguez los talleres de mujeres comenzaron por iniciativa de la dirigencia masculina, a raíz de que en la devolución de un largo trabajo conjunto unas holandesas les señalaron que en la organización veían “mucho machismo”.

Andan con ganas de agrandar la cocina”, “ahora hay reuniones de tapers”, fueron las bromas en la Verón cuando comenzó la asamblea de mujeres. Al lado del horario, alguien escribió “vayan a lavar los platos”. En los plenarios en el Puente Pueyrredón, las mujeres descubrieron que el miedo a molestar al compañero, miedo a una respuesta agresiva, miedo al ridículo hacen que sea más fácil poner el cuerpo que la palabra. Sin embargo, siempre hay que volver a explicar a algún compañero por qué aún no es momento de que los temas de género se trabajen en grupos mixtos. Mónica, de 22 años, integrante del MTD Almirante Brown, aclara: “Lo que nos aporta a la mayoría de las mujeres el MTD es el participar, que vos también tenés palabra, aunque hay que lograr que te escuchen los compañeros”.

-¿A qué te referís?

-En una asamblea, cuando habla un compañero es: “atención, está hablando el compañero”. Y a nosotras nos pasaba que queríamos hablar y teníamos que decirlo dos o tres veces porque varones y mujeres comenzaban a cuchichear. También está dentro nuestro el darle más valor a la palabra del varón que a nosotras mismas, por una cuestión cultural que desde el nacimiento siempre está la palabra del hombre antes que todo. Entonces los compañeros no te escuchan o te cargan mientras hablás, o algún tipo de boludez. Así una tiene que hablar fuerte: estoy hablando.

Luchar, en la ruta y en casa

“Mujer, si te han crecido las ideas / de ti van a decir cositas muy feas / que, que si tal cosa / que cuando callas / te ves mucho más hermosa”, dice una guajira. Al salir a la ruta, el cuerpo se va abriendo con nuevos saberes. Participar de organizaciones que buscan cambiar el mundo, lleva a revisar la propia vida. Y eso, es una revolución.

En un proceso acelerado y dramático cuando el varón se opone al camino que inicia su pareja, el replanteo también emerge cuando no hay golpes y ambos son militantes. “No es que los dos militamos y nos entendemos”, señalan las compañeras. No.

Escenas de la vida cotidiana: ambos van al piquete, pero cuando llegan a casa, él se sienta, descansa y ella –que también estuvo todo el día en la calle- tira los palos, la bandera y ya está: cocinar, limpiar, bañar hijos. O hay una movilización y él decide: “Yo voy a la marcha, a los chicos los cuidás vos”. Aunque para ella también sea importante ir a la marcha. A Mariana Zárate, militante de base de la CUBa Capital, al principio le pasaban estas cosas con su marido, a pesar de que él hace rato que es militante. Que sí, que no, para que la pareja sea armónica empezaron a compartir. “Hoy, por ejemplo, yo estuve haciendo la bandera de mi regional para estrenarla en la marcha del viernes y él limpió el piso y lavó los platos –cuenta-. Es difícil. Tenés que ir lento. Igual, si los dos están en la militancia es todo un proceso. Hay que poner mucha voluntad. Así como luchás en la calle, tenés que luchar en tu casa”.

Mujeres en la seguridad

Es distinto ser varón que mujer dentro de una organización de trabajadores y trabajadoras desocupadas. Esto se ve claramente en los grupos de trabajo: obra, compañeros; cocina y guardería, compañeras. Las divisiones de roles reproducen la división sexual del trabajo naturalizada en el resto de la sociedad. Y eso se cambia con discusiones. El año pasado, por ejemplo, en los MTD Aníbal Verón las mujeres lograron que el área de voceros sea mixto. Tal vez donde más visible se hace el peso de las discusiones en torno a los roles es en el crecimiento de los cuerpos de mujer en la seguridad, durante las movilizaciones. Mónica, del MTD Almirante Brown, revela que después de la masacre del 26 de junio de 2002 en Puente Pueyrredón, al interior de la Verón se barajó la posibilidad de que las compañeras no estuvieran más en esa tarea. “No estuvimos de acuerdo. Dimos la discusión y ahora mujeres y hombres hacemos la seguridad”.

Analía, del cabildo de Ezpeleta, fue la primer mujer en integrar la Mesa de Seguridad del Movimiento Teresa Rodríguez (MTR). “Yo pedí estar en la Mesa, porque me siento capacitada para eso”, dice esta mujer de 40 años, alta y de voz firme. Su compañera, María Ledesma, de 39 años, es menudita y se sumó a la seguridad porque faltaba gente y la mayoría de los varones de su cabildo no querían hacerla. Las tareas son: ver que no haya infiltrados, que nadie tome alcohol durante la movilización y que no se salgan de las columnas. Además, cuidar que ningún compañero responda los insultos de la gente que pasa por la calle, ni a las provocaciones de la policía.

A tener a la policía enfrente ya nos acostumbramos. No me da miedo –dice María-. Con muchos nos miramos a la cara y ya nos reconocemos, porque ellos ponen los mismos y nosotros también”. En esos momentos, para Analía lo más difícil es aguantarse la bronca. “Te provocan constantemente, para ver la reacción tuya. Te tenés que controlar a vos misma y a la gente que está atrás tuyo, cantando y saltando. Si se da una situación de represión, nosotras no tenemos que correr, tenemos que quedarnos para que los compañeros y compañeras puedan retirarse. Esa es la adenalina”.

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