Julio López
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JUSTICIA PARA JOSEPH K.
Por Add & Binnen - Friday, Feb. 10, 2006 at 9:59 PM

Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo. Santa Biblia; Génesis 22; 1, 2, 3.

¿Quién es usted?
Esta pregunta es lo primero que dice Joseph K. al despertar en la mañana de su trigésimo aniversario. Nace a la conciencia y se topa, inmediata y sorpresivamente, con un completo desconocido que, para colmo, le responde con otra pregunta: ¿Usted llamó?
¿Qué puede haber más radical que este encuentro con un completamente otro (por lo demás, un cualquiera), y ello como resultado de una llamada que Joseph K. hizo ni bien abrió los ojos?.
Quizá también habría que preguntarse qué puede representar esa llamada inicial.
Como sea, la ley parece haber alcanzado a Joseph K.
Pero su palabra es incomprensible para él.

Así, Kafka denuncia cómo, en un mundo del que Dios está ausente, pueden entenderse todas y cada una de las palabras proferidas o impresas, sin que se comprenda qué es lo que esas palabras quieren decir, sin que se comprenda su sentido.
Todo lo que puede hacerse, frente a una ley que se presenta como inexorable, es obeceder sin comprender, como hizo Abrahám cuando Dios lo llamó para probarlo. Pero es precisamente eso lo que Kafka rechaza: la ley concebida en términos demoníacos, como una vinculación o lealtad puramente exterior, establecida en el ámbito de la finitud. Para Franz Kafka la verdadera Ley atañe a un punto individual de decisión, por eso escribió: "El Mesías llegará tan pronto sea posible el individualismo más desenfrenado de la fe, donde nadie se atreverá a destruir esa posibilidad, y nadie podrá tolerar esta destrucción, esto es, cuando las tumbas se abran".
La verdadera Ley no podría ser heterónoma, porque la heteronomía sería, para Kafka, propia del mundo infernal, alejado de Dios. Es ilustrativo de la misma idea el breve relato Ante la Ley, que figura en El Proceso como una especie de alegoría que un sacerdote dirige a Joseph. Allí, se pone en evidencia la falsedad del carácter heterónomo y universal de la ley, ya que la puerta que conduce a ella es de uso exclusivamente individual: Sólo es un engaño -parece decir Kafka- seguir la ley bajo su forma restrictiva, bajo su forma de prohibición o interdicción. Toda posibilidad de acceder a la ley se pierde, por obedecer a lo que externamente aparece como expresión de la ley (es decir: el guardián).
Ningún relato mejor que La colonia penitenciaria para ejemplificar el carácter infernal de una ley cuya palabra no puede ser leída por aquél a quien condena, ya que se escribe en sus espaldas y, además, en francés, una lengua ininteligible para el “nativo” condenado.

Pero no debe creerse que es la ley despótica -o los llamados “estados de excepción”- lo que Kafka denuncia en El Proceso, sino que se refiere a las condiciones normales, legales o consensuales, de dominación social.
Según la ley infernal, la culpabilidad no requiere ser probada sino que ha de admitírsela por adelantado: Ante las protestas de Joseph, los agentes de la Ley le señalarán que si él ignora la Ley no puede estar en condiciones de considerarse inocente. Así, Kafka insinúa el nexo profundo entre la obediencia ciega de Abraham y el moderno precepto de derecho que impide alegar ignorancia de la ley.
En cuanto a los agentes de la Ley, estos son presentados por Kafka como ensambles incongruentes de cuerpos y cabezas desproporcionados, en una reconocible metáfora de la alienación humana.
Ulteriormente, y para colmo de todos los colmos, los inspectores terminarán siendo azotados a raíz de las protestas de Joseph K., que no por eso podrá huir de su papel de acusado ni dejará de ser finalmente condenado y ejecutado. Kafka subraya así, no sólo la sistemática irracionalidad de esta ley demoníaca, sino también su carácter esencialmente impersonal.
La descripción negativa de Kafka dejaría ver cómo, para formularlo antinómicamente, la deificación del mundo es todo lo contrario al mundo divino, y la divinización de la polis es todo lo contrario a la ciudad de Dios.

Lo que caracterizaría a este mundo -parece sugerir Kafka- es la exigencia de obediencia pasiva a un poder exterior, cuya máxima expresión es el Estado. La conjetura de Kafka, construida por contraposición o contraluz, parece sugerir que la verdadera Ley, la que no rige en este mundo, sólo puede llegar a cumplirse por un acto radical de decisión personal, por un acto absoluto de fe.
No obstante, cuando Joseph K. tuvo la intuición, al inicio de El Proceso, de que “la clave de la situación” sería no darle importancia a los guardias y abrir “la puerta de la habitación vecina o la del vestíbulo”, finalmente no se atrevió a hacerlo.
Quizás, a diferencia de Abrahám, a Franz Kafka le faltó fe.



Dura lex sed lex

Si la lengua es ley para el género humano, si tal es la ley del género, no debería sorprender a nadie que una teoría del lenguaje tan moderna como puede ser la speech acts theory se vea retenida, por obra de su propia voluntad “científica” de razón, en una situación decididamente kafkiana: la que exige de antemano a todo hablante un compromiso -una promesa- de cumplir un conjunto de reglas que, Wittgenstein lo señaló, nunca se puede estar seguro de conocer.
Cuando se nos dice -como John Searle- que “el hablante asume la responsabilidad de tener la intención más que de afirmar que la tiene” ¿qué se nos está diciendo sino que se debe tener la intención de tener una intención? Es como si la teoría de los actos de habla -lo mismo que el principio de cooperación de Grice y sus máximas- postulara una promesa de orden superior a cualquier acto puntual de prometer. Es como si la teoría de los performativos exigiera la vigencia de una especie de “performativo trascendental”.
¿Cuán lejos está semejante “exigencia científica” de la ciega obediencia de Abraham a la Ley, aún antes de comprenderla? ¿Y si, como llegó a sospechar Joseph K., sólo una iniciativa absolutamente soberana de convicción individual fuera capaz de preparar la llegada del Mesías, único acontecimiento capaz de revelar la faz positiva, amorosa -y ya no restrictiva o punitiva- de la Ley?
Así las cosas, apenas podemos apostar a que la Justicia para Joseph K. llegará. La justicia para Joseph K. vendrá -como escribió Franz Kafka del Mesías- cuando no sea necesario; vendrá sólo un día después de su llegada; no vendrá el último día, sino el ultimísimo día".

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