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¿Washington contra las inversiones extranjeras?
Por Pablo Ramos | APM - Monday, Feb. 27, 2006 at 8:58 PM

Los capitales exóticos son iguales ante la ley, pero algunos son menos iguales

Los fundamentalistas del mercado siempre mencionan a Estados Unidos como el ejemplo a seguir. Pero legisladores de ese país buscan impedir que una empresa foránea administre sus puertos.


Las potencias económicas mundiales en general, y Estados Unidos en particular, hacen de la defensa de la libre empresa un precepto dogmático. Una cuestión de fe. Sus adláteres regionales adscriben tal cual fanáticos religiosos. Pero se hacen los distraídos cuando se pone en evidencia que, antes que la defensa de estos principios librecambistas, estos países tienen objetivos nacionales estratégicos, y que cualquier decisión política será subordinada a estos objetivos.

Washington presiona para concretar su proyecto de Area de Libre Comercio para las Américas (ALCA). Presiona y establece Tratados de Libre Comercio (TLC) con casi todos los países latinoamericanos con excepción de los integrantes del Mercado Común del Sur (Mercosur). Y presiona a través de la Organización Mundial de Comercio (OMC) para liberar el comercio de bienes y servicios, capitales e inversiones a escala global.

Sin embargo, puertas adentro las circunstancias pueden ser bien distintas.

Existe un gran alboroto en este momento en la capital estadounidense a raíz de la compra de los seis puertos más importantes de la costa este del país por parte de una empresa de origen árabe. Se trata de la Dubai Ports World (DPW), compañía oriunda de las Emiratos Árabes Unidos, una pequeña monarquía bañada en la riqueza que les otorga el petróleo.

La DPW opera más de 100 terminales en todo el mundo, y termina de adquirir la compañía británica Peninsular and Oriental Steam Navigation, que a su vez administra seis de los principales puertos en Estados Unidos: los de Filadelfia, Nueva York, Nueva Orleans, Nueva Jersey, Miami y Baltimore, es decir, toda la costa este de la Unión.

Hasta aquí no deberían existir problemas. Muchas compañías estadounidenses manejan sectores vitales de diversos países, y desde la caída del Muro de Berlín la inversión extranjera no sólo es bien vista, sino hasta estimulada. De hecho, Estados Unidos no opone demasiados reparos a la inversión foránea. Uno de los tres íconos automovilísticos, la Chrysler, fue adquirida hace unos años por la alemana Daimler Benz, fusión que dio origen a la DaimlerChrysler, con sede en Frankfurt.

Sin embargo, aquí la mayor oposición se debe al origen de los inversionistas. Se trata de árabes, y en el actual momento histórico estadounidense, la paranoia reinante vuelve a todo lo que suene a árabe como sinónimo de terrorismo –a excepción del petróleo, claro.

¿Cuál es el argumento esgrimido? Los puertos son la puerta de entrada al comercio de bienes –mientras que los aeropuertos son el equivalente para las personas. El terror de muchos ciudadanos y legisladores en Washington se basa en una idea muy simplista: si la DPW maneja el ingreso de mercaderías en toda la costa oriental de Estados Unidos, fácilmente podrían entrar al país los elementos necesarios para cometer actos terroristas.

Por lo tanto, estos grupos de presión buscan justificar su negativa a la transacción empresarial por cuestiones de seguridad nacional. Y cuando se menciona éste término, desaparece cualquier principio de libre empresa y librecambio. Esta es una cuestión elemental que nuestra intelligentzia (en la terminología jauretchiana) no logra entender jamás: los países centrales anteponen su interés nacional a cualquier tipo de dogma.

Miembros del Congreso en Washington, tanto del Partido Demócrata como del oficialismo criticaron lo que describen como un desempeño irregular de los Emiratos Árabes en su combate contra el terrorismo, e insinuaron la posibilidad de que la red terrorista Al-Qaeda pudiera infiltrarse en la compañía arábiga. Algunos de los responsables de los atentados de 2001 –sostienen- provenían del pequeño emirato.

Obviamente, esta postura de ciertos sectores va a contramano de la política exterior de la Casa Blanca. De allí que el presidente George Bush haya afirmado que el acuerdo con la compañía de los Emiratos debe seguir adelante, y que piensa vetar cualquier intento del Capitolio por bloquearlo.

Aunque destacamos el hecho de que, ante una razón suprema, una importante parte de la sociedad estadounidense antepone el interés nacional, el motivo que da origen a esta actitud es deleznable. Hablamos de racismo, antisemitismo –los árabes son semitas, no lo olvidemos- de etnocentrismo o de cómo queramos llamarlo. Pero no se trata de una actitud progresista que busca corregir una injusticia. Sencillamente es la confirmación de que la estigmatización de una etnia o cultura –tan remarcada por la corporación de medios y por el aparato de Hollywood- ha tenido los resultados buscados.

El Congreso de Washington no está en contra de las inversiones extranjeras. El Congreso de Estados Unidos considera a todo árabe un terrorista.

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