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La esperanza rebelde de los excluídos
Por Colectivo NUEVO PROYECTO HISTORICO (NPH) - Friday, Mar. 31, 2006 at 5:28 AM
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Artículo sobre la resistencia a la precariedad laboral, al trabajo en negro, a la intermitencia y a la explotación nueva del capital bajo la figura de la felxibilidad. Por Judith Revel, filósofa y profesora en la Universidad de Roma, autora de importantes libros sobre Foucault y de las traducciones al italiano. Miembro del equipo de redacción de la revista de Toni Negri, "Posse"...

Las esperanzas rebeldes de los excluidos
Judith Revel

Un movimiento contra la precariedad en general que ha rebasado los límites entre la universidad, la escuela y los banlieues. Lo que está en juego no es solo la ley del gobierno de Dominique Villepin, sino una política de izquierda en Francia.

Frecuentemente incluso las fotos tienen el poder de imponer un orden del discurso tranquilizante. En las últimas semanas, el recurso sistemático a las imágenes ha permitido efectivamente a gran parte de la prensa francesa –y probablemente también a la mayoría de la opinión publica- no hacerse demasiadas preguntas sobre el por qué de una revuelta social tan difusa como en la que se ha implicado una generación entera.

Imágenes a veces simples, en otros casos extremadamente «impactantes», pero todas indeleblemente marcadas por un dejà vu del sesenta y ocho: una joven, subida a la espalda de un amigo, que agita una bandera sobre una marea de manifestantes; una extrañísima pared de chapas construida por las fuerzas de seguridad para separar la Sorbona del resto de la ciudad; el cuerpo abatido de un hombre en medio de las botas de un grupo de policías; una multitud de jovencísimos rostros; decenas de universidades y escuelas superiores ocupadas.

Y luego: lanzamiento de piedras, coches ardiendo, asambleas generales, slogans, cargas policiales, octavillas, alegría, miedo. Y no obstante si entre el 2006 y lo iniciado en Nanterre hace exactamente treinta y ocho años hay semejanzas, hay sin embargo diferencias radicales. Los puntos de contacto no se reducen sólo a la iconografía clásica de la protesta.

Sorprende por ejemplo la rapidísima difusión de la consigna de la huelga general para el próximo martes 28, también si las organizaciones sindicales han preferido hablar, eufemísticamente, de «jornada de acción interprofesional». Sorprende también la extensión de las movilizaciones, que ha implicado no sólo los estudiantes.

Pero mientras en el 68 el movimiento era predominantemente estudiantil, en el 2006 se trata del precariado en general. Son precarios que lo han sido y no quieren volver a serlo, los que lo son y no saben como salir de esta condición, los que no lo son todavía pero saben que antes o después lo serán. Hombres y mujeres, jovencísimos y menos jóvenes, titulados y no, estudiantes y profesores, trabajadores e investigadores, empleados y desocupados.
El 68 fue, en plenos «gloriosos treinta años años» del estado de bienestar y del boom económico, un movimiento que expresaba contemporáneamente el deseo de romper con los modos de vida y valores que habían sido los de la generación precedente que había participado en la guerra –como en Europa- o que estaba dispuesta a empezarla – como en los USA- y, al mismo tiempo, pedía una justa redistribución de la riqueza. El 2006 es, sin embargo, la expresión de una revuelta contra la precarización generalizada del trabajo y de la vida.

Los manifestantes franceses son hijos (o hermanos) del post-fordismo y de la biopolítica. Saben que deben pagar el coste social de las pensiones y la seguridad social de sus padres y abuelos, que tienen que hacer frente a un reflujo económico tremendo y a tasas de desocupación que nada parece poder contener.

Con el CPE, el contrato de primer empleo, saben también que no podrán contar más ni con el derecho al trabajo más elemental, ni podrán proyectar su futuro: si pueden despedirte en cualquier momento sin ninguna explicación, qué banco va a concederte un crédito, qué propietario te va a alquilar un piso. Y cómo vas a tener hijos si no tienes la seguridad de poderlos sacar adelante. Cómo esperar tener una formación adecuada y permanente. Cómo comprometerse políticamente.

La generación del mayo parisino reclamaba el derecho a poder soñar. La generación de marzo de 2006 reclama el derecho a poder vivir. En los últimos años, se ha hablado a menudo de la reivindicación de una renta universal. El movimiento francés reivindica el derecho universal a una existencia digna, inteligente, sin temores, productiva, gozosa.

En este sentido, lo que sucede estos días en Francia -no sólo en París, sino en todo el país- no puede separarse de la revuelta en los banlieues del pasado otoño. Los jóvenes de los banlieues no han incendiado miles de coches por el placer de «jugar al combate»: han puesto en escena su propia desesperación ante una vida que otros han declarado económicamente improductiva y socialmente peligrosa, privada de toda perspectiva de construcción singular y común, reducida a mera supervivencia.

Hoy, sobre la estela de la revuelta de octubre, una generación entera grita su rechazo a convertirse en carne de cañón y quiere ver reconocida su centralidad productiva. Sorprende que buena parte de la Medef (la patronal francesa) se declare totalmente contraria al CPE.

Cínicamente, los empresarios franceses saben que la precarización a ultranza pone en peligro aquello precisamente de lo que se nutre la producción de riqueza: redes y cooperación social, lenguajes, afectos, formación. Sorprende además que, ante la generalización de la revuelta, la estrategia del gobierno consiste en fomentar divisiones y establecer líneas de separación. En noviembre, la estigmatización política de los jóvenes de los banlieues hacía vulgarmente palanca sobre su extrañeidad en el «cuerpo sagrado de la Republica ».

Hoy, la propaganda del gobierno consiste en situar en bandos opuestos a los estudiantes universitarios y a los jóvenes de los banlieues, a los “hijos de papá” y a los «pobres», a los titulados y a la «hez de la humanidad», en un burdo remake de la oposición entre jóvenes burgueses y policías proletarios de pasoliniana memoria.

Para el ministro Villepin, el «Contrato de primer empleo» se ha convertido en una filantrópica medida para luchar contra la desocupación de los no titulados, vale decir de los hijos de los banlieues, mejor de origen inmigrante: en consecuencia los manifestantes son, según la propaganda gobernativa, los peores reaccionarios.

Los manifestantes, por fortuna, se mantienen alejados de estos reclamos al orden social y continúan marchando juntos.

Y sin embargo las voces sobre los «malvados» que vienen de los barrios periféricos para “dar caza” a los estudiantes blancos durante las manifestaciones comienzan a difundirse como un virus letal. Pero, al mismo tiempo, el gobierno permite que algún centenar de jóvenes autoproclamados vanguardia actúe tranquilamente al final de las manifestaciones. Objetivos comunes. La esperanza, en Francia, no consiste solo en vencer el combate contra el CPE.

Consiste también en la posibilidad de construir otra política, hecha de movilización trasversal y actuar común, de prácticas para inventar y de espacios para construir.

Más o menos los mismos vínculos emergieron en la revuelta de los banlieues. Los jóvenes de los banlieues no quisieron que nadie hablase en su nombre, ni que los representase o pretendiese decir por ellos que era necesario hacer. Después de noviembre, aunque los medios franceses no han dado cuenta, algunos de ellos han organizado autónomamente encuestas, han continuado reuniéndose y discutiendo cómo una revuelta tan «desconcertante», para Francia, ha sido también una revuelta afásica.

En estos días, alguno roba teléfonos móviles, lanza piedras o destroza todo lo que encuentra a su paso. Pero basta darse una vuelta por las escuelas superiores o por algunas universidades de los banlieues para ver que la mayoría parte de nuevo de la indignación frente a lo injustificable y de la alegría del «hacer común».

Por tanto hablar de una distancia sideral entre los estudiantes y los banlieusard es erróneo. En este movimiento las líneas divisorias que separaban la ciudad de la periferia están, por el momento, disueltas, porque ambos mundos –estudiantes y jóvenes de los banlieues- están integrados por la precariedad.

La politización de este movimiento está pues fragmentada. Y por esto es también frágil. Cortar el hilo de este proceso significaría cancelar miles de rostros, enmudecer miles de voces, y enterrar toda posibilidad de política de izquierda para los próximos veinte años en Francia.


Le speranze ribelli degli esclusi. Judith Revel
http://www.ilmanifesto.it/Quotidiano-archivio/26-Marzo-2006/art20.html

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