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Balance del 24 de marzo
Por Eduardo Jozami - Monday, Apr. 03, 2006 at 4:39 PM

... Si a pesar de esto se insistió en leer un texto de condena al gobierno es por el incontenible sectarismo, en última instancia la expresión de un pensamiento autoritario, de quienes quisieron imponer la visión de sus grupos a cien mil manifestantes, la mayoría de los cuales seguramente ve con simpatía la gestión del actual presidente.

Balance del 24 de marzo

Estamos viviendo días muy intensos, en los que el dolor por el recuerdo de nuestros desaparecidos se mezcla con la íntima satisfacción por recuperar la memoria de sus luchas y esperanzas. Pero más allá de lo que cada uno de estos actos significa para quienes estamos vinculados al movimiento de Derechos Humanos, asistimos a un avance notable de la democracia argentina. En su momento, buena parte de la sociedad había elegido no saber, hoy son cada vez más quienes entienden que la búsqueda consecuente de la justicia y la verdad y la condena a los responsables del terrorismo de estado es una condición básica para construir una sociedad más solidaria.

Si el aniversario de los veinte años marcó un punto de inflexión, tanto por la mayor participación como en relación al discurso de los medios, estos 30 años han mostrado un nuevo avance muy significativo. Y no sólo por la impresionante concurrencia al acto del 24. La memoria de los desaparecidos se ha rescatado desde todos los ámbitos, en barrios, colegios, facultades, empresas y con las más diversas manifestaciones culturales en todos los rincones del país. Pequeños pueblos de pocos miles de habitantes, en los que el terror dictatorial dejó marcas profundas, hoy recordaron a quienes sufrieron la represión de la dictadura. Es obvio que esto es consecuencia de la lucha incansable de las organismos de Derechos Humanos y todos los sectores sociales y políticos que los hemos acompañado en estos años. Pero no es menos cierto que la decidida actitud del gobierno Kirchner ha permitido avanzar en la eliminación de las leyes de impunidad, en el mayor impulso a las causas judiciales, el conocimiento público de lo ocurrido en los centros clandestinos y en las cárceles y en la asunción más plena por la sociedad de este deber de memoria.

Las palabras del presidente en el Colegio Militar señalan –por vez primera desde el discurso oficial- el significado profundo del golpe militar: un proyecto cívico-militar destinado a una transformación regresiva de la sociedad, la economía y la cultura argentina. Es mucho lo que falta todavía para que esta caracterización se exprese en el mensaje de los medios masivos que más de una vez terminan banalizando el horror. También es cierto que se está lejos de haber avanzando en esa autocrítica de los diferentes sectores civiles reclamada por el presidente. Pero el balance de estos días de emociones mezcladas no puede sino ser alentador: aunque muchos sigan negando la realidad y no quieran ver los cambios ocurridos en estos años en la actitud del gobierno, en el ordenamiento jurídico y en la conciencia social de los argentinos.

El acto de la plaza.

Todos sabemos que es imposible, entre sectores políticos tan diversos, llegar al acuerdo sobre un documento que tenga los alcances del que se llevó a la plaza. La lectura de la Carta a la Junta Militar de Rodolfo Walsh, aceptada por todos, permitía resolver razonablemente la cuestión. Si a pesar de esto se insistió en leer un texto de condena al gobierno es por el incontenible sectarismo, en última instancia la expresión de un pensamiento autoritario, de quienes quisieron imponer la visión de sus grupos a cien mil manifestantes, la mayoría de los cuales seguramente ve con simpatía la gestión del actual presidente.

Mientras el giro oportunista de muchos comunicadores prueba que ya no hay posibilidad ninguna de retacear la condena a la dictadura, los beneficiarios de las políticas que entonces se impusieron cuestionan todo lo que hace el gobierno en esta materia. Se señala que no incluye a la guerrilla en su juicio condenatorio, como si el necesario debate crítico sobre las posiciones del movimiento popular en esos años pudiera compararse con la responsabilidad de quienes impusieron el golpe genocida. Pero como tampoco es fácil hoy seguir invocando los dos demonios, el más tradicional de los diarios argentinos plantea otra crítica destinada a unir a la oposición frente a un gobierno supuestamente autoritario. El presidente –se dice- niega todo lo que han hecho en este campo los gobiernos constitucionales que lo precedieron, se apropia de la causa de los Derechos Humanos. Así planteada la cuestión, desde el feriado del 24 hasta el discurso del Colegio Militar todos son ejemplos de una política hegemonista que no fortalecería a la democracia porque no respeta a la oposición.

Afortunadamente estos dislates no afectan a la gran parte de la opinión pública y menos aún a la mayoría de los organismos defensores de los DH, celosos de su independencia pero no dispuestos a confundirse con los cuestionamientos a un gobierno que ha hecho suyas las reivindicaciones que el movimiento de Derechos Humanos viene levantando desde hace 30 años.

No se trata de negar cuánto falta por hacer en una sociedad donde todavía están demasiado presentes la desigualdad y las huellas de la dictadura. Cuando se avanza en el sentido de la justicia y la reparación histórica y se convoca desde el gobierno a construir una Argentina distinta a la que impuso a sangre y fuego el neoliberalismo se comprende que reaccionen los intereses afectados. Los otros que no reconocen el cambio al que estamos asistiendo, más allá de los discursos, no aportan precisamente a ninguna causa popular.



Eduardo Jozami

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