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LIVING LA VIDA RICA Y POBRE EN LA CIUDAD DE MEXICO
Por Raúl Tortolero - Friday, Apr. 07, 2006 at 1:10 AM
raultortolero@yahoo.com

6 de abril 2006.- Ciudad de México. MEXICO CITY MONTHLY.- Es un reality show trágico-cínico. La calle es un licuado donde ricos y pobres flotan sin recelo no por buena vecindad. Los primeros no tienen contrato de felicidad pagada, pero sí el presente en el bolsillo, y esto seguirá igual porque los segundos aún no los odian pues ni siquiera imaginan la macabra distribución de los ingresos: cuando lo sepan, todo podría derivar en el crimen.

Un chico pobre en la Ciudad de México, teniendo a la vista el derrame de plata en carros lujosos de chicos ricos de su edad, sus relojes, sus mujeres, su tráfico de influencias, respira apretando los puños, y se siente mucho más tentado al crimen por resentimiento social y ansiedad de éxito que quien no sufre presenciando tales éxtasis monetarios. Es la historia de Viken y Jesús. Dos que no se han visto jamás. Y si esto fuera telenovela, al conocerse el primero empleaba al segundo y éste con los años heredaba su emporio. Pero la vida no es tan graciosa. En la realidad sólo se encontrarían cuando el segundo le lavara la Trail Blazer al otro, le empacara enseres en el súper... o le vendiera cocaína.
Pero demos una vuelta por la irrealidad de la mente chilanga un momento.
Es algo boba. Una cenicienta mucho más mermeladosa e inocente que sus perruchas competidoras quienes gozan de mejores curvas, ensoñados vestidos de diseñador y arreglo, pero son unas malditas. Y por supuesto, según la mente pedestre de sus creadores, estas jamonas adversarias son gente echada a perder, sólo la lujuria monetaria las sacia, el nado libre en albercas de oro, y las venas se les tapan con la grasa del egoísmo, porque no tienen alma.
Cuando una trabajadora doméstica, o vendedora de flores, carente y lastimosa, conoce a un guapetón de gordos números bancarios, y luego de muchas vueltas se casa con él, es que frente a una mala historia de la demente y “aspiracional” televisión mexicana.
Con tal estructura dramática, nuestros héroes del guión nos dictan un doctorado de “valores”, no exento de un toque vagamente cristiano. Basta recordar ese speech donde es más fácil que los afelpados camellos atraviesen el ojo de una aguja que un rico entre el reino de los cielos. (Bueno, si se trata de Carlos Slim, mejor que no entre: la güeva celestial va a convertirse en chinga capitalista). Lo reiterado hasta la náusea en los culebrones es básicamente una cosa: el pobre siempre es mejor que el rico. Tanta simpleza abruma: como si los comportamientos morales estuvieran relacionados con las propiedades. Todos quienes viven en esas cajas de zapatos de interés social de 35 metros cuadrados, serían santos, y las mansiones, hervideros facinerosos. O, más sencillo: el pobre es bueno y el rico es malo. En su papel de evangelistas electrónicos, indican la carretera de redención del rico: conocer el true love en una mujer humilde. Al mismo tiempo, la virginal muchacha sale de la barriada gracias al amor Redención mutua.
Alimentados por una cultura de otras telenovelas calumniosas, estos escritores son realmente perversos. Ese cuento del amor puro, homogeneizado y pasteurizado, entre un pobre y un rico, exhibe su confusión mental. No es una historia de amor y ya. Si así fuera, no habría nada qué objetar. El engaño inicia cuando el dinero asoma su nariz.
Detrás de la puerta, para sirvienta, no basta con el romance, si no que además busca en un hombre el pase fast-track a la abundancia de un buda panzón. Ya no quiere comprar en el Mercado de la Portales. Ni calzones de 3 por 10 pesos, sino tanguitas del Palacio de Hierro. Ni “empiojarse” en el metro, sino el aire acondicionado de una limo. Y el rico cree que la joven lo quiere por buena onda y porque el último peeling lo hace ver súper. Los dos están en el hoyo.
Penosamente las telenovelas “made in chilangolandia” son famosas en todos los países. Como hay 20 millones de pobres en este lindo país –gracias al populismo del PRI como al neoliberalismo de derechas tecnocráticas- que quieren salir de sus condiciones deplorables (¿y si quieren?), se enganchan con estos adiestramientos donde basta con enamorarse del tipo adecuado para matar dos pájaros de una sola pedrada, y así conseguir pareja y ser rico en automático. No es sólo la narración de cómo dos personas se bañan en Venus y van al altar. El rico no se quiere mochar con su lana y por eso rechaza a las interesadas arpías de su clase social y busca cariño en los arrabales donde cree no lo van a despelucar. Y la chica pobre concibe en un solo kit el amor y la chequera.
La “enseñanza” es que las mexicanas pobres no deben educarse y trabajar para obtener esa ecuanimidad monetaria gracias a su esfuerzo, sino atrapar el pez dorado que les desazolve todos sus pantanos. Por eso estas noveluchas son desechos.
Todos los pobres pueden estudiar y trabajar, pero muy especialmente el rasgo que debemos erradicar –uno muy marcado- es vivir esperando que otras personas den las batallas que nos corresponden. Pero esta clase de tele nos sirve como instrumento de medición de los deseos comprimidos en la psique mexicana. Y podemos hacer un corte de caja:
-Que los guionistas piensan que una percepción social de los chilangos pobres es que, si lo son, no serán educados. Que usarán ropa en jirones, van a oler mal porque no se bañan, y que su conducta está mucho más regida por las emociones que por la cabeza. Puras mentiras.
-Que los mexicanos no pensamos construir nuestra propia riqueza material trabajando, sino a través del “amor”. Lo cual está a un paso de la prostitución. -Que el principal pensamiento de los pobres es ser ricos. Y el de éstos, hallar cosas verdaderas, desinteresadas.
Conclusión: que los verdaderos herederos del reino de Dios, entendiendo éste como un estado de conciencia cool, son quienes si no son ricos tampoco están ansiosos de serlo, pero sí están luchando por sus ideales sin esperar soluciones ajenas, y si son ricos tampoco su único deseo es convertirse en el celoso guardián de sus cajas fuertes.
Pero viajemos a la realidad. Si las anteriores líneas son un buen resumen sobre una realidad virtual de la mente mexicana, o sea las novelas, con los siguientes párrafos nos adentraremos en el tuétano de lo real. Algo que no es fácil. Respecto de la Ciudad de México cualquier intentona de estudio puede resultar en fracaso: es un ciempiés que no puede congelarse, toda visión será parcial.
Aquí deambulan personas que desayunan una coca y un cuernito Tía Rosa. O una tortilla con chile y agua de la llave. O nada. La entrada en vigor del TLC que nos lanzaría al primer mundo, nos envío al primer inframundo. Luego de 12 años, según datos de Banco Mundial, un 8% de los mexicanos vive con menos de un dólar al día. Y un 24,3%, con menos de dos dólares diarios. Entonces, los niveles de pobreza están como en los sesentas.
Al mismo tiempo, el ahora tercer millonetas del orbe, míster Carlos Slim, cuenta con una fortuna de 30 mil millones de dólares, según Forbes. En un día gana 17 millones de dólares. En una hora, 700 mil dólares. La disparidad es increíble.
Según Rolando Cordera, especialista en pobreza, en un escenario optimista, “con un crecimiento económico de 4.3% anual entre 1997 y el año 2010, y un aumento real (anual) de los salarios de 3%; la pobreza sólo se reduciría en 10 puntos porcentuales”, y al menos 33 millones de mexicanos estarían bajo algún grado de pobreza en el 2010.
En nuestras calles hay indígenas sureños pidiendo limosnas a los enajenados automovilistas, como si por el simple hecho de ser indígenas hubiera que darles dinero cuando muchas veces pueden trabajar, o como si tener coche fuera sinónimo de estar desahogado. Esta ciudad que nos come el cerebro, la moral, el ánimo, un poco cada día, nos ha convertido en monstruos peludos de egoísmo. El chilango es un engendro egoísta a más no poder.
Y aquí están en un error tanto el que se hace limosnero por negocio (deja unos 200 pesos por día), como el Cascarrabias que odia le pidan.

EL RICH BOY SÓLO QUIERE SER FELIZ

Es aquí donde entra a escena uno de los dos personajes de carne chilanga y huesos capitalinos a quienes sin piedad les hicimos preguntas y convivimos con ellos hasta que revelaron sus secretos.
Se trata de nuestro Rich Boy. Y déjenme decirles algo, para empezar, por supuesto que no luce como los ricachos de las telenovelas. Es un tipo como cualquier otro. De no ser porque no es mal parecido, tal vez nadie lo voltearía a ver dos veces en las misteriosas, profundas y caóticas calles de la ciudad. Mide 1.78 mts, pelo castaño, piel blanca, con barbita de dos o tres días untada en los cachetes, unas botas de punta desgastada, chamarra y pantalón de mezclilla. Eso es todo.
¿Su desayuno? No, se equivocarían aquí guionistas, no es nada sofisticado. Es un pinche coco partido en tiras y enchilado con salsa Valentina, metido en un Tupper Ware.
Eso y un chesco. Quiere decir que su abundancia no significa estar bien alimentado. Eso sí, reconoce como una de sus principales aspiraciones “mantener el status de vida” que tiene. Así me lo dijo. Pero es obvio. ¿Por qué habría de querer perderlo?
Y también quiere “ser feliz”. En su caso, evidentemente riqueza y felicidad van de la mano. Por eso quiere conservar lo que ya tiene. Y multiplicarlo. Porque su fábrica de chanclas de hule no se debe estancar, debe crecer.
Se llama Viken S. Ruiz, es un chilango de poco más de 20 años. Estudió en una escuela bilingüe y la universidad en la Ibero, donde se gastó al año unos 50 mil pesos.
En cambio, Jesús Martínez Chavarría, de poco menos de 20 años, le debe su escolaridad al Estado y específicamente a la secundaria José María Morelos #74, donde usó un suéter café claro, pantalón beige a cuadros y camisa blanca. No pagaba nada. Es nuestro Poor boy.

ANTE TALES ALTURAS TODOS SOMOS POBRES

Cuando le propuse al reportaje a Jesús, estaba trapeando un abarrotes, donde trabaja. Le dije que haríamos la historia contrastante de un chavo adinerado y otro de clase popular. Pero luego de un rato, preguntó si él era el chavo de recursos o el que no los tenía dentro de mi texto. Esto tiene una lectura: no se siente pobre en lo más mínimo. Y si atendemos al principio del positivismo de “ser es ser percibido”, entonces Jesús no es ningún Poor boy. Y como reprobó una materia ya no sacó su certificado la prepa y se atrasó un año. Su mamá le dijo entonces: “si vas a querer divertirte, vas a tener que trabajar”. Por eso se metió al abarrotes, donde acomoda los muebles y gana 600 pesos a la semana por ocho horas diarias.
El primer trabajo de Viken fue a los 19 años. Estuvo seis meses en Tepito, donde su papá tiene una bodega de sandalias.
-Una vez llegué en un Cavalier mío y me dice un güey: vete a ver la calle de Ecuador a tres cuadras de Aztecas. Hay un botadero de basura. Vi una persona degollada. Pensé: ya no puedo vivir aquí. A los de la vecindad de junto les daba sus cinco varitos diario para que me cuidaran. Ahora están los coreanos, que tienen contactos en Asia y el contrabando.
Viken ganaba tres mil pesos al mes en ese entonces. Debido a eso, podríamos haberlo categorizado como Poor boy en esa época, pero no. No hay que equivocarse. Los instrumentos de medición de la pobreza no son lo que uno cree. Por ejemplo, el INEGI te pregunta cosas extrañas: cuántos focos hay en tu casa, que si es tuya o rentada, qué de qué es el suelo, si de tierra o de cemento o de qué. Claro que el nivel de ingresos tiene su peso, pero no en el caso de nuestro Rich boy.
Dejémonos de tonterías: Viken ahora trabaja y va a heredar junto a su guapísima gemela una fábrica y varias bodegas de sandalias que, de venderlas hoy, lo haría en 10 millones de dólares. Sus clientes son Wal-Mart y Chedraui. Sólo en la última novia que tuvo, con quien duró seis cansados años, gastaba al mes unos 3 mil pesos. Y eso es más que los 2,400 que gana pesadamente Jesús con una chinga de 8 horas. Por cierto, Jesús no puede considerarse de clase media en México, entre otras cosas porque, si viviera solo, tendría que rentar un cuarto en una colonia bastante populosa y los clasemedieros podrán no tener casa propia, pero tendrán una chica doméstica que les ayude a lavar la ropa y hacer la casa.
Viken es descendiente de armenios. Le gusta por tanto System of a Down, pero no llevó a su ex chica a verlos en concierto, sino a comer en Polanco al Non solo pasta, a Le Bouchon, carnes francesas y creme bruleé. Ahora, en pan de soltero, invierte en atarantarse el hígado con burbujas etílicas unos cuatro mil varos al mes. Es muy chelero. Pero es ahorrativo. Iba al Bull Dog de Sullivan donde chupaba a morir en barra libre por sólo 200 pesos, o al Rioma donde dejaba 500 pesos. Y si su madre le dijo a Jesús que chambeara para divertirse ¿se divierte? Porque Jesús tiene una novia. Se gasta 50 pesos cuando la ve. Pero en los pasajes. -No vamos a ningún lado. Yo la visito en horas de trabajo. Ella atiende en una papelería.
Ella sale un rato y se dan unos besos y unos agasajos. Es todo. No hay tiempo ni dinero para más. -Platicamos muchas cosas.
-O sea, de nada –le digo-, puro faje. Pura red hand. Se ríe. Está flaco y sus ojos verdes como canicas de agua, su pelo parado y arreglado, su ropa nueva y a la moda contradicen a los pinches guionistas de telenovela. Es un chico pobre, pero eso no le acongoja para nada. Él se siente a toda madre. Incluso mejor que antes, pues mientras Viken le surte por miles de chanclas a Wal Mart, Jesús trabajó en Bodega Aurrera de empacador (cerillo), en Apatlaco y Churubusco, donde obtuvo 50 pesos diarios, si bien, y si mal, sólo 30. Luego Jesús, que no tenía ni seguro ni vacaciones ni sueldo fijo, se pasó a lavar coches en Calzada Miramontes y Las Bombas, donde le daban 10 pesos por coche lavado más propinas. Cuando iban a remodelar el sitio ya no regresó pues le quedaba muy lejos. Vive en la colonia Juventino Rosas, en Sur 71, delegación Iztacalco, en un depa de dos recámaras, donde vive con su mamá y su hermanita, que duerme debajo de él en el mismo cuarto y en la misma litera.
La casa de Viken está en el Pedregal de San Ángel –una de las zonas más lujosas de la ciudad-. Tiene estacionamiento para 4 coches, cuatro recámaras, un billar, un jardín, 800 metros cuadrados de terreno y 700 construídos en un solo piso. En sus ratos libres Viken juega golf. Jesús devora enchiladas verdes y fija pósters de Vince Carter. Escucha salsa y fue a Cancún en un Monza como invitado, donde vive su papá, quien se dedica a instalar televisión de paga. No le manda dinero. Su mamá trabaja cortando el pelo por 25 pesos, a veces no tiene clientes, y no tiene tarjetas de crédito. Viken sí. Una con crédito de 100 mil pesos y otras dos con 20 mil. Maneja una Trail Blazer de unos 300 mil pesos.
Jesús nunca ha tenido auto. El departamento de Jesús es de su mamá, que a su vez heredó de su abuelo, quien lo obtuvo luego de años de apoyo al PRI. El papá de Viken maneja un BMW 325. Viken ha ido a Japón, Europa y a EU, donde tiene una casa en San Diego. Compra Diesel Jeans y camisas Ben Sherman. Jesús compra su ropa afuera del metro Pino Suárez a los vendedores ambulantes, como el panto negro que trae, un “Ben Davis” y playeras de 50 pesos. Jesús no sabe quién es bien pobre, pero el más “rico” es su amigo que tiene un Cougar y le compran MP3 y playstation. Lo que más le importa en la vida es su familia. “Nunca me he sentido muy triste… tampoco muy alegre”, reflexiona.
-¿Quién es rico?- le pregunto a Viken. -Quien tiene un BMW y un negocio que valga medio millón de dólares. Y pobre es uno que veas limosneando y gane menos de 3 mil pesos al mes. Viken sonríe: en 10 años se ve casado, con un hijo, y siendo feliz. “¿Qué, ser feliz no basta?”, dice de despedida.
¿Y a qué aspira Jesús para su futuro? -Quiero hacer mi carrera. Después de eso ya no sé qué más. -Si fueras rico qué harías estos días –le pregunto. -Me compraría un carro. Un Jetta ´95. -Y por qué uno tan viejo… -Es el que me gusta. Y una casa. En Cuernavaca. Compraría casas y las rentaría. -Para ti cuál es la mejor forma de conseguir dinero. -Trabajando –dubita por un momento, hasta que vuelve a abrir la boca y exhala una bocanada de sinceridad-. Pero la más rápida es de narcotraficante. Si ando muy necesitado, sí le entraba. -Te meten al bote 10 años –le contrapongo. -¡Si me agarran! Nomás le entraría mientras me aliviano. Hay que saber con quién. Mis amigos venden coca y mota…
Este capítulo de la vida real –si es que algo lo es en esta ciudad- se cierra bajo una extraña disyuntiva: “coca y mota”, idea básica como explosiva, pasaporte instantáneo a una improbable riqueza. Ningún narcomenudero es rico. La cárcel, dura como es, es lo de menos: podrías acabar muerto. Y del otro lado, Viken carga el tonelaje de heredar un comprometedor reino, y se queja. Debe esquivar posibles secuestros. Es un esclavo de su dorado destino, y las exigencias de su papá son punzantes. Mas al final del día puede sonreír. Tiene que hacer sacrificios para alimentar al monstruo empresarial, pero otros también pasan penurias aún sin un clavo.

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