Julio López
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Digale Sí al Capital - La metáfora del desfile peronista
Por COLECTIVO NUEVO PROYECTO HISTORICO - Sunday, May. 28, 2006 at 9:34 AM
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Anticipo, anticipo, anticipo del análisis del Colectivo NPH sobre la Plaza del Sí de Kirchner y sus acólitos... Para ir disfrutando. Saludo a los compañeros

Dígale sí al Kapital: Desfile versus Multitud

La Plaza del Sí: otro paso en el proceso desconstituyente
del neopopulismo


“Y al final un día volvimos a la gloriosa Plaza de Mayo
para hacer presente al pueblo argentino en toda su diversidad”
(Discurso del presidente Kirchner)

“Kirchner tiene una imagen positiva del 44,5%,
la regular del 20,6% y la negativa del 31,5%”
(Encuesta CENM,mayo 2006)

“Si un país no consintiera dejarse caer en la servidumbre,
el Tirano se desmoronaría por sí solo,
sin que haya que luchar contra él, ni defenderse de él.
La cuestión no reside en quitarle nada, sino tan sólo en no darle nada”
(Etienne de La Boétie, 1548)

“Demuestro cómo la lucha de clases creó las circunstancias y las condiciones
que permitieron a un personaje mediocre y grotesco
representar el papel de Héroe”
(Karl Marx, “18 Brumario de Luis Bonaparte”)


El regreso del Estado: Desfile vs. Multitud: la primer impresión era que la masa perfectamente encuadrada, cuadriculada, triste, apática, masticando alfajores gratis con el logo “Kirchner 2007” no parecía peronista. El discurso, el Líder, sin bastón de mando y sin banda presidencial, no sincronizaba con el humor de los actores secundarios. Si Hegel dice que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos veces, la segunda siempre es como farsa, remataba Marx. Como remedo del 17 de octubre, se pareció más a la plaza militarizada que festejaba el golpe militar en 1930; como recuperación de otro “Sí” al capitalismo popular, la convocada por Menem aquella era mucho más espontánea y menos “mussoliniana” que la de Kirchner. Algo queda claro: la “Plaza del Sí al Capital” es un conjuro a la “Plaza Rebelde” de 2001, así reconocida en el propio discurso (la obsesión en haber recuperado la Plaza para uso plebiscitario del “Capital-Parlamentarismo”: “volvimos a la Plaza de Mayo, acá estamos otra vez los argentinos”). La conjura recurre a lugares simbólicos, a banderitas, a los espíritus del pasado, toma prestados sus nombres, sus “shibbolet”, sus consignas de guerra, su ropaje (el presidente va “descamisado”), para con estas máscaras, este disfraz de vejez venerable y el lenguaje prestado representar la nueva escena de la historia del capital. El exorcismo de las clases dominantes puede ser diverso. Los teatros, los juegos públicos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores, los animales exóticos, los raros peinados nuevos, las grandes exhibiciones, los banquetes populares (vinos, jamones, salchichas, chorizos criollos), las revistas militares y civiles, las cucañas y los globos (no son invento peronista), los perdedores convertidos, los torneos y mundiales de fútbol, las representaciones gratuitas, las iluminaciones y fuegos artificiales, eran para los pueblos antiguos autoconscientes los cebos de la servidumbre, el precio de liquidación de su libertad, los instrumentos toscos de la tiranía. Como decía un republicano clásico, todo tiranozuelo antes de cometer un crimen, aun el más indignante, lo hace preceder de algunas hermosas palabras sobre el bien público y el bienestar de todos. Entonces los desfiles, ceremonias de apertura (incluidas las rúbricas en los convenios colectivos, el control del precio de las chuletas de ternera o un “sketch” cómico en la franja de mayor audiencia), las procesiones, las coronaciones, los funerales les ofrecen a los grupos dominantes y a la “Nueva Clase” de los políticos la oportunidad doble de conjurar, exorcizar lo revolucionario y de convertirse en un espectáculo con todas las características que ellos mismos han escogido. El análisis de estas ceremonias ofrece una vista exclusiva a la “mente oficial” del neopopulismo. Los reyes de Asiria y los de la Edad Media, no aparecían en público sino al anochecer, con el fin de que la plebe creyera que había en ellos algo sobrehumano. Los primeros reyes egipcios no aparecían en público sin llevar un gato (no es ninguna alusión a las extensiones de nuestra Primerísima Dama), o una rama o un haz de fuego sobre la cabeza. Y siguen los ejemplos. ¿No creó Pirro, el rey de Epiro, el mito público que su pulgar era milagroso y curaba los enfermos del bazo? ¿No realizaba el emperador Vespasiano miles de milagros, enderezar tullidos, equilibrar cojos, devolver la visión a los ciegos, con sólo escupir sobre la zona afectada? ¿Los reyes luises de Francia no curaban escrófulas? Por extraño que parezca conseguían hacerse respetar, temer y admirar por sus súbditos (lealtad de masas), gentes que por no estar tan embrutecidas o en el grado cero de la necesidad, se habrían burlado o reído. Nuestros líderes peronistas también sembraron el candoroso suelo popular de fantasías y fetiches, como gorros frigios, monumentos y criptas, flores de ceibo, momias gloriosas, besapiés religiosos en la fuente, santas y beatos, peregrinaciones y carusitas. Si fallaba estaba la “manu militari”. Aunque parecen ritos vacíos, la autodramatización de las elites combina religiosidad con mando, de manera muy parecida a la celebración de la misa, que vincula a sus participantes con Cristo, los apóstoles y con el centro político-teológico: Roma. El desfile mismo fue una versión a escala reducida y mucho más pobre y burocrática de las ceremonias peronistas de 1973. Semanas antes del rito estatal se impuso un control policial de sus accesos, se colgaron banderitas, se restauraron edificios, se pavimentaron los baches y los “homeless” fueron radiados del microcentro de Buenos Aires. A una modesta “designada” anti-multitud de cuadros, punteros, militantes retribuidos, extras ocasionales, empleados municipales, contratados (“ñoquis”), burócratas sindicales, familiares se le dio pancartas, banderines, camisetas y se les ordenó acudir a las 16 horas del día acordado. En el estrado se colocaron los dignatarios en estricto orden de importancia: la capa nepotista en primer lugar (la familia es lo primero), luego la omertá kirchnerista, y así sucesivamente en un orden simbólico premeditado. Tal vez lo más asombroso de este despliegue patético de cohesión y poder asombroso es que prácticamente nadie fue a verlo excepto los que estaban en el palco oficial y los que desfilaban frente a él. El espectáculo populista era de meros actores, sin público ni espontáneos. Mejor dicho: los actores eran el público. Resultó una ceremonia que la nueva Alianza en el poder (que incluye al PJ, parte de la UCR, restos del naufragio de diversos experimentos de centro izquierda, renegados, herejes de diverso pelaje, oportunistas y fundidos, aventureros y pícaros, etc.) organizó para sí misma. La verdadera multitud, la que se apoderó de las calles y de la esperanza en una sociedad nueva, la que orgullosamente garabateaba en las paredes "Sin la UCR ni el PJ, organización y pelotas”, la que hizo temblar las estructuras de uno de los países más desiguales e injustos del mundo, esa no fue invitada ni aceptó el convite envenenado.

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