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Los progresistas
Por Osvaldo Albarez Guerrero - Saturday, Jun. 03, 2006 at 4:34 PM

Una nueva enfermedad infantil de la democracia


LOS PROGRESISTAS

Por Osvaldo Alvarez Guerrero

Para examinar la adecuación de los adjetivos calificativos con que se adornan los nombres de las personas, es preciso averiguar de quién proceden tanto la denominación como la adjetivación. No es lo mismo si uno se llama a sí mismo progresista, que si a uno le asignan ese adjetivo.
En general, los progresistas se autocalifican con tal apelativo. Esto no es irrelevante: es improbable que un progresista lo sea porque él así se llame. Ni siquiera porque lo intente; pero está claro que, en este último caso, pretende serlo y desea que así sea considerado por la opinión pública.
Por lo tanto, no podemos asegurar que sea lo que dice ser, sino tan sólo que así quiere llamarse y ser llamado. Igualmente, si el calificativo que uno lleva se lo ha puesto un enemigo, la duda sobre la objetividad de la denominación y de la adjetivación de progresista es obviamente razonable.
Los medios de prensa y muchos analistas se refieren a algunos gobiernos actuales de Sudamérica denominándolos "progresistas". Invocan un presunto giro a la izquierda, empezando por Venezuela. Y ahí comienzan las contradicciones: el teniente coronel Hugo Chávez es mucho más nacionalista que socialista, autoritario que demócrata, demagogo populista que austero revolucionario jacobino.
El sindicalista Lula da Silva, aunque tenga como ministro de Economía a un trotskista – algo así como un revolucionario continuo – en la práctica aplica medidas mucho más neoliberales que su antecesor, el sociólogo ex progresista Fernando Enrique Cardoso. Además, sus principales allegados- antes extremistas de izquierda –están acusados de corrupción.
Progresistas declamatorios
Las políticas que efectivamente concretan los presidentes de Argentina y Uruguay nada tienen de progresistas más allá de sus declamaciones y una persistente e infecunda recurrencia a invocar la defensa de los derechos humanos para condenar la tragedia de hace tres décadas.
Nadie puede pensar que el gobierno de Chile sea socialista. En todos los casos, se agudizaron las desigualdades sociales, culturales y económicas.
El empresario cocalero boliviano Evo Morales estuvo claramente muy a la izquierda de sus rivales hasta que fue electo presidente. Veremos en poco tiempo si seguirá la tradición pragmática de sus colegas sudamericanos.
Hoy por hoy, decir de alguien que es progresista no parece una identificación de ideas y conductas. Ingresado al léxico político no hace demasiado tiempo, la palabra adquirió tan intensas interpretaciones equívocas que podría concluirse que con él se denomina exactamente lo inverso de lo que significan.
Ese era un término usado hace unos años por algunos políticos e intelectuales para expresar, de una manera algo humillante, a las corrientes que no querían o no podían confesar su procedencia del socialismo, en algunos casos; o bien, a la rotunda negativa de que los asimilasen al marxismo.
Es cierto que hubo épocas en que esos calificativos podían a uno costarle la vida, y otros, en que con estos se señalaba a un inquietante sujeto, al menos en el juicio de sus temerosos vecinos. Presumiendo que muchos electores no son proclives a los cambios bruscos en cuestiones económicas y sociales, sobre todo los que promueven turbadores igualitarismos en la propiedad de las cosas – entre las que se incluyen tenencias financieras, patrimonios inmobiliarios o simplemente dinero – algunos izquierdistas se inclinaban por utilizar el término amputado de 'progre'.
Calificativo Light de los intelectualoides
Este nombre light remitía a orígenes menos comprometidos y más elegantes para un intelectual.
Definamos el progreso como un movimiento o desarrollo a través del tiempo en dirección a un determinado estado final. Los progresistas han de juzgar que todo movimiento hacia delante es mejor que una situación estática. Pero para que el cambio se constituya en progresivo ha de ser para mejor. El concepto no es moralmente neutro.
De inmediato, el problema deriva en otra cuestión de superlativa complejidad, a saber: ¿qué es lo mejor? ¿ Y en qué y dónde se progresa? Una teoría al respecto, sustancialmente europea, nos indica que se debería progresar en el conocimiento contra el oscurantismo, en las virtudes solidarias y en la libertad. Suele incluirse, además, una meta igualitaria, pero como acto de fe optimista.
Veamos algunos puntos de la historia conceptual del término progreso. En castellano, por primera vez se usó la palabra hacia 1836. Eran tiempos agitados en España, con pronunciamientos militares, monarquías anacrónicas e impugnadas en su legitimidad dinástica.
La ignorancia, la desinformación cívica, el quedantismo de la Iglesia, el atraso en las industrias y el comercio eran muestras de la decadencia. Las minorías liberales se dividieron entre "progresistas", gente republicana de buena voluntad, y "moderados", que eran más bien, conservadores. Ni unos ni otros lograban diferenciarse demasiado, e intercambiaban sus papeles de mayor o menor oposición al régimen según estuvieran más o menos lejos del poder y contaran con algún "espadón" amigo.
Progresismo antesala del oportunismo
En Francia, Louis Gambetta, un revolucionario de las barricadas de París en 1848, se invirtió hacia el más escandaloso oportunismo, en acentuada atenuación de sus viejas ideas radicales. El oportunismo tomó finalmente el nombre de progresista y representó una tendencia a ajustar al poder dominante un comportamiento, una actitud o una opinión, por cálculo o por interés, pero sin convicción real.
Gambetta distinguía las ilusiones y los resultados, algo que se prolongó años después en la diferenciación de Max Weber entre la ética de los principios y la ética de las responsabilidades. Claro que los resultados, para Gambetta, eran los de su propio acercamiento al poder. Haciendo honor a su apellido, su progresismo se había hecho navegable, un ideario zigzagueante, postulando la postergación sin plazos de las reformas políticas en busca del momento oportuno, que claro está, nunca llegaba.
Para Marx, el progreso es inevitable, provocado por el conflicto de clases, contradicciones del modo de producción capitalista. El modo asiático de producción es la excepción: con él no se progresa nada. Lo cual hace que el modelo de progreso de Marx deje de ser universalmente aplicable. Y teniendo en cuenta su carácter inexorable, según las leyes de la dialéctica materialista, muchos progresistas interpretaron que había que esperar que estas se cumplieran por sí solas, sin aportar nada que implicara peligro para sus personas.
El principio del fin del progresismo del ‘880
En Argentina, el positivismo imperante en la llamada generación de 1880 fue progresista: creía en los éxitos del comercio y de la industria, de la ciencia y de la técnica que, en un ámbito de orden y buena administración, regidos por una elite oligárquica, conducirían, infinitamente, a la prosperidad material.
Después de 30 años en el poder, la elite autodenominada progresista, corrompida y egoísta, degeneró en un sistema de gobierno cerrado, corrompido y finalmente autoritario, aquel régimen oprobioso y falaz que condenara Hipólito Yrigoyen.
El concepto resurgió ahora. Pero se ha trastornado tanto, ha estado sujeto a tanta mentira y disimulo que suele tener un significado inocuo o, lo que es peor, sólo designa una pose fácilmente mutante. La política está hoy prisionera de la propaganda, el marketing publicitario y el éxito electoral, incómodamente voluble. Los candidatos y gobernantes se han convertido en mentiras vivientes, por lo cual, los calificativos ideológicos no tienen ningún sentido.
Los progresistas en el gobierno registran dos notas de identidad: la primera, el deseo irreprimible de formar parte del sistema de poder (conformando una de sus sensibilidades posibles); y la segunda, el pragmatismo politiquero que opera como barrera de contención de los eventuales desbordes populares. Promete estabilidad a los de arriba y humanización del sistema a los de abajo, lo que termina en numerosas oportunidades, por desatar la ira de unos y otros.
Una táctica de gobierno
Conforme con este prisma, el progresismo sería una técnica de gobierno que miente para asegurar y, en ciertos casos, para profundizar las conquistas básicas del modelo económico y social vigente.
De hecho, implica una suerte de articulación de intereses corporativos dominantes, lo que no está tan mal, pero se aleja demasiado de la idea original. El futuro del progresismo realmente existente está amenazado por la profundización de las crisis y por la magnitud y radicalidad de las insurgencias sociales las que, debiéramos saber, no tienen en cuenta las oportunidades.
Pero hay otra cara oculta del autodenominado progresismo: no ofrece ningún resultado progresista, en términos tradicionales de izquierda y derecha y, en general, todo el empeño de los "progres" está puesto en el intento de "legitimar" y fortalecer su poder personal, en ocasiones, confundido con el crecimiento y continuidad de sus ingresos.
Hay un aspecto, todavía intrigante, en esta cuestión de los "progresistas no progresistas". ¿Mintieron descaradamente, cuando parecían sinceros? ¿O han sido ingenuos idealistas, delirantes fantasiosos devenidos en súbitos realistas en cuanto a sus posibilidades limitadas a la ardua ocupación de mantenerse en el puesto? Con excepciones, temo que en ambos casos, las respuestas son positivas.

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ocultos
Por ale - Saturday, Jun. 03, 2006 at 8:48 PM

ejemplos de como se oculta el poder economico que cada vez tiene una parte mas sustancial de la torta es lavagna que dice querer un frente de centro izquierda, cuando lo unico que le interesa es contener los reclamos por la redistribucion de la riqueza, (cercano al opus?). el alfonsinismo se aferra a este conservador disfrazado de progre porque es un manoton de ahogado, le seguira el socialismo el juego, son los que piden un cambio de modelo, el duhaldismo que incendio la provincia de bs.as., y rukauf que salio huyendo en el 2001, com un banco provinca quebrado y creditos incobrables millonarios a sus amigos? que circo!

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cierto
Por jorge - Saturday, Jun. 03, 2006 at 9:46 PM

que razon tenes ale en lo que decís.
Alfonsin se equivoca mucho al apoyar a Lavagna. Pero concedenos que K es un demagogo de mierda.
Qué hacemos los radicales??? Seguir presentando a algún Moreau que saque menos del 2%?? o cerramos por quiebra??

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