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Vida Miseria, un informe de Martín Butera (Dir.de Radio Atomika 106.1 Mhz)
Por Martín Butera - Friday, Jun. 09, 2006 at 7:59 AM
martin_butera@yahoo.com.ar Radio 4713-4734 San Martín - Prov.de Buenos Aires

Vida Miseria ¿Cuántos años tienen? ¿Cómo son? ¿Quiénes viven en ellas?

Vida Miseria, un inf...
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Por Martín Butera

El hombre de la ciudad no siempre las conoce, pasa atemorizado ante esa acumulación de chapas y maderas cuya impresión de desorden le molesta. Maldice su suerte si le toca vivir al lado de una. Observa con temor el ir y venir de los hombres que las habitan hacia el trabajo, la intrusión de las mujeres en los comercios del barrio, la travesura descalza de sus enjambres de niños.

Aunque la clase media no lo sepa, la villa miseria ya está metida para siempre en su vida diaria. Llega hasta las casas de departamento desde su propio nacimiento en el albañil "boliviano" que las levanta, en la mujer que cumple tareas de servicio doméstico por horas, está en la mujer que vende ajos y limones en la feria. La villa construye y mantiene a la ciudad que la generó y la margina.

La mayoría de la gente que vive en casas "normales" parece conocerla tan sólo de oídas. La voz de alguno que transitó con miedo por sus calles, advierte: "Es mejor no entrar solo, y de noche... ¡ni loco!".

Constituyen lunares de dependencia, manchones de subdesarrollo en el rostro pretencioso de buenos aires.

En general, el país parece avergonzarse de ellas. Se planea erradicarlas de las vecindades de la Estación Retiro, donde se erige un gigantesco hotel de la cadena Sheraton. Su visión desde los lujosos departamentos empaña la "imagen" que el país vende al viajero que nos trae el "regalo" de sus dólares.

Lo cierto es que constituyen lunares de dependencia, manchones de subdesarrollo en el rostro compuesto y pretencioso de Buenos Aires.

No responden, es cierto, a las pautas clásicas del urbanismo. El laberinto de sus callejuelas desorienta al extraño. Hay pasillos sin finalidad aparente, que cuando el enemigo ataca se convierten en escondites. En cada casa hay un pozo ciego, un mínimo de cuatro chicos en edad escolar, un arma lista para la defensa o ataque y alguien con el cuerpo marcado por una cicatriz...

La villa sabe que se lleva contra ella una guerra de exterminio, y se defiende.

"A mí me gusta el lugar donde vivo, y me da mucha bronca que la gente no quiera creerme", asegura Zuly, de 40 años, quien se autodenomina "villera y a mucha honra". Zuly vive en la villa 31 desde que nació, dice no tener ningún prejuicio en que la llamen villera porque sabe que lo es. Ella trabaja como empleada doméstica en dos casas durante toda la semana. Tiene cinco hijos, que están entre los 4 y 18 años y comenta que los educa de la mejor manera para que puedan progresar en la vida, "es muy importante que estudien para que el día de mañana puedan llegar a ser alguien en la vida o aunque sea que lo intenten con todas sus fuerzas".

Zuly dice que la mayoría de los villeros tienen un gran problema" no les interesa progresar, prefieren conformarse con vivir el momento sin pensar en lo que puede pasar mañana.
Es muy difícil pero, aunque sea, hay que tener la esperanza de que uno puede avanzar, pensar, por ejemplo, en tener una casita de material y no vivir siempre entre cuatro chapas".

Muchos son los que toman conciencia de sus limitaciones, muchas son las trabas que encuentran en el camino hacia un mañana que sueñan próspero. Son concientes de que las cosas no son fáciles para ninguno de ellos. A pesar de todo esto, muchos sueñan con salir adelante, pero la realidad los golpea en la cara y les quita algunas lágrimas, así como el viento helado de las madrugadas de invierno.

Y son historias, muchas veces clandestinas, muchas veces eternos sueños, son sueños tan terribles y falsos como espejismos. Y entre todas estas historias está la de Raúl, que tiene diez años y vive en un asentamiento en la localidad bonaerense de Merlo. Cuando se le pregunta qué le gustaría ser cuando sea grande responde con un tímido "no sé", pero ¿qué te gustaría ser? "jugador de fútbol, como Palermo", dice con un tono de duda, como obligado por las circunstancias a definir su futuro que, entre la inocencia y la madurez callejera sabe incierto, pero deseado.

" Mi mamá dice que hay que hacerse hombre de chico"

"A la mañana voy al colegio, voy a la 415, a la Rivadavia, después voy a vender, pero cuando se vende poco no voy al colegio y me voy más temprano a vender, porque si no, no alcanza", asegura Raúl que vende rollos de papel higiénico.

Omar, un hombre de la villa, siempre le consigue el papel y les da para que vendan a él y a otros chicos. Él siempre sale a vender: "Mi mamá dice que hay que hacerse hombre de chico", dice Raúl y asegura que si vende bien hace 5 pesos por día. "Omar nos deja 100 rollos para que tengamos unos días, y después él pasa para ver si vendiste, si se vende todo me da diez pesos, pero a veces dice que le cuesta traerlos y deja menos" comenta con su inocencia todavía de niño.

Así como Raúl, muchos chicos deben "crecer de golpe" a veces obligados y otras por la necesidad misma que desde adentro los llama.

"A las villas habría que prenderlas fuego" dice Pablo (20), que vive a cinco cuadras de la villa Carlos Gardel, y reconoce que por culpa de los villeros no puede ni lavar el auto tranquilo en la puerta de su casa por miedo a que le roben. Y él no es el único que opina de esta manera: muchas personas creen que las villas sólo están pobladas de ladrones y drogadictos.

A pocos metros de la casa de Marta (46) todo es igual: sus vecinos también se sienten inseguros. Pedro Martini es el dueño de una verdulería ubicada casi a dos cuadras de La Cava. Tiene 19 años, una mujer, una hija de un año y tres meses y cinco armas: cuatro guardadas y una en la cintura, hasta cuando pesa un kilo de manzanas. "acá a las ocho de la noche no queda nadie. Y ningún vecino se salva, asegura Pedro. Las cosas están cada vez peor, porque las leyes están hechas para los que roban. Los chorros saben que salen enseguida".

Por otro lado, muchas personas que viven cerca de una villa intentan, casi siempre en vano, de vender su casa.

Julio (60) es uno de los propietarios que, desde hace dos años, intentan vender su casa. "las propiedades se desvalorizan" afirma, "cuando entro los autos a la noche, miro para todos lados. La inseguridad te obliga a tomar muchas precauciones".

Los villeros, por su parte, reconocen que no todos son así, "los pesados vivimos en el centro de la villa, en los primeros pasillos, los de adelante, viven los que laburan. Eso nos ayuda: son como un escudo".

Dentro de la villa muchos se sienten discriminados, en especial los chicos y los jóvenes. El joven que busca trabajo muchas veces prefiere no decir que vive en una villa. Trata de conseguir que alguien le preste un domicilio para poder completar en las planillas de empleo. Otros prefieren no preocuparse o hacer "oídos sordos" a los comentarios de las personas que viven en el "mundo real".

Pero sus ojos dicen lo mismo, en cada rostro visible se ve la sombra de la impotencia que asoma desnuda y se deja derribar por la fe y los sueños. Y por momentos se escapan de sus historias para vivir en carne propia todas sus fantasías, esquivan, eluden, transforman sus rabiosos rostros en alegres caras felices. Y ellos saben que es la única manera de tomarse un descanso de la dura batalla que les tocó en suerte.

Tienen ojos de historias, tienen manos de guerreros, tienen los cuerpos cansados más por llevar el peso de sus vidas, que por el peso de sus trabajos forzados. Parecen condenados a la indiferencia del olvido y como fantasmas se mueven en un mundo de chapas y laberintos.

(Esta Informe fue publicado en el Periodico El Barrio Villa Puyrredon Edición 12 Año II Julio 2003)

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