Julio López
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Que pierdan los dos
Por s - Tuesday, Jun. 27, 2006 at 11:35 AM

Pan et circensis decían los patricios romanos cuando tenían problemas de orden público. Ahora, además de otros sofisticados sistemas de control, vigilancia y represión, el lema de la clase dominante es “fútbol y pantalla plana”, dando parte de razón a quienes desde hace treinta años vienen denunciado a la sociedad del espectáculo, en nuestro caso y ahora mismo, el espectáculo de la industria futbolística.

La diferencia del presente con respecto a la época romana es que, ahora, nada es gratis, todo se vende y el fútbol es una industria especial que fabrica, además de goles, también y sobre todo una masiva alineación. Los patricios romanos sólo pedían votos, pasividad y obediencia al sistema. La burguesía te atontece y te cobra la idiocia que está inyectándote. Pero el asunto es mucho más grave. Las dos selecciones “nacionales” de los Estados que se reparten nuestro país, el español y el francés, van a dilucidar su futuro en el Mundial que se juega en Alemania.

Mientras tanto, un amplio sector de nuestro pueblo vive indiferente esta situación preocupado por otros problemas más graves y angustiosos, desde la represión acrecentada hasta el endeudamiento familiar pasando por el deterioro alarmante de las condiciones de salud, sin olvidar el neoliberalismo en ascenso. Son demasiados problemas como para poder adormecerlos delante de la caja tonta.

Existe también, sin embargo, otro sector amplio de nuestra población que por razones varias, desde su origen nacional y cultural, su alineación, o simplemente para aliviar un poco las angustias cotidianas antes vistas, se sientan ante el televisor con los ojos abiertos y la mente indefensa y desarmada, y absorben pasivamente toda la ideología reaccionaria de la industria deportiva.

Uno de los objetivos, y no el menor, de esta industria es el de azuzar el nacionalismo de los Estados dominantes, crear espacios de desahogo de las frustraciones y tensiones cotidianas, abrir las válvulas para controlar el grado de malestar social latente, derivar hacia otros objetivos la agresividad y la violencia sociales creadas por el aumento de la explotación burguesa, reforzar el machismo y el sexismo, reforzar el racismo, etc.

Por último, un tercer sector, en el que me incluyo, tenemos otra perspectiva totalmente diferente: rechazamos la industria del deporte y la reducción del deportista a simple trabajador; rechazamos, por tanto, los lazos político-económicos y culturales entre esa industria y los Estados burgueses; queremos que nuestro pueblo tenga sus propias selecciones y su propia presencia internacional; exigimos que urgentemente se tomen medidas que faciliten estos objetivos cuanto antes, y, por no extendernos, luchamos por independizarnos también de las estructuras deportivas –esencialmente políticas, económicas y linguítico-culturales- de los Estados que nos oprimen.

Naturalmente, el rechazo de la industria del deporte, en este caso del fútbol, es por ello mismo un rechazo radical del capitalismo que, en su fase actual, necesitado de abrir nuevas ramas económicas, lo mercantiliza todo, desde la vida hasta las zapatillas de los árbitros. Lo malo es que esa mercantilización generalizada va unida a la expansión del nacionalismo burgués que reaparece en los grandes Estados genocidas y brutales: España, Francia, Alemania, Inglaterra...

Además, los dos que padecemos directamente se van a enfrentar en el territorio de la potencia que dirige en euroimperialismo aliado al imperialismo yanqui: Alemania que vive una oleada de inquietante pangermanismo. Miles de vascas y vascos de Hegoalde queremos que pierda la selección española, pero otros miles de Iparralde que pierda la francesa. Desgraciadamente la solución es tan simple como imposible: que pierdan ambas, que los dos equipos queden eliminados.

¿Qué hacer entonces? Pues no caer en la trampa de lo supuestamente inevitable. O sea, desarrollar y socializar nuestra estrategia independentista a la vez que realizar una crítica radical de la industria del deporte. No es inevitable que padezcamos la opresión nacional por toda la eternidad: podemos conquistar nuestra independencia. Esta filosofía vital es imprescindible y de hecho la estamos aplicando desde hace tiempo, con efectos más positivos que negativos.

Lo opuesto a la industria deportiva, estrechamente unida a los Estados opresores, es la vivencia del juego como expresión de la creatividad y de la confraternización humana. No hay que confundir el juego con el deporte. Mientras que el deporte es, por su esencia, producto del individualismo y potencia los valores capitalistas de absoluta competitividad aunque se juegue en equipo, el juego, por el contrario, es colectivo, participativo y creativo por cuanto admite la adaptación y mejora de las reglas en el mismo juego.

Fue la burguesía ascendente la que creó el deporte según su forma de vida individualista y mercantil para diferenciarse de la masa trabajadora y para cohesionarse como clase social. Luego lo usó para disciplinar a los trabajadores –“civilizarlos”-- en las empresas y para enfrentarlos empresa a empresa; después, este sistema de control e integración se aplicó para reforzar el nacionalismo burgués en la fase imperialista, y el colmo del maquiavelismo eurocéntrico se produjo con la oficialización del mito de las Olimpiadas; desde los años 60-70, con la fase del consumismo compulsivo del masas, asistimos a la industrialización del deporte. Pese a esta dinámica general, no han faltado las experiencias prácticas de otros modelos deportivos, así como tampoco el uso del deporte burgués para fines de emancipación.

Las naciones oprimidas han tenido cortos momentos de presencia internacional cuando han utilizado, con todo el derecho, los actos deportivos de masas para dar a conocer sus reivindicaciones. Siempre es bonito, con todos sus limites, ver cómo los pueblos empobrecidos y aplastados vencen a los grandes Estados imperialistas siquiera en algunas competiciones deportivas. Pero son placeres fugaces porque la solución está en otro lado ya que, incluso buena parte de estas victorias terminan favoreciendo a la postre a la corrupta minoría dominante en esos países empobrecidos, minoría que está en el poder gracias a que defienden los intereses del imperialismo.

La corrupción, el poder y la propaganda son inherentes a la industria deportiva. Por esto y por más, la solución está en otra línea estratégica que vaya directamente contra la opresión nacional y de clase, y también contra la opresión de sexo-género, porque si hay algo machista es el deporte, que no el juego.


27.06.06
Que pierdan los dos

x Iñaki Gil de San Vicente - La Haine

Pan et circensis decían los patricios romanos cuando tenían problemas de orden público. Ahora, además de otros sofisticados sistemas de control, vigilancia y represión, el lema de la clase dominante es “fútbol y pantalla plana”, dando parte de razón a quienes desde hace treinta años vienen denunciado a la sociedad del espectáculo, en nuestro caso y ahora mismo, el espectáculo de la industria futbolística.

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