Julio López
está desaparecido
hace 6423 días
versión para imprimir - envía este articulo por e-mail

Ver este artículo sin comentarios

VARGAS LLOSA SE AVERGUENZA DE SER AMIGO DE ISRAEL
Por Juan Gelman - Monday, Jul. 17, 2006 at 9:10 PM

\

Las vergüenzas de un escritor


Juan Gelman
Página 12


Dijo que el operativo de las fuerzas armadas israelíes en Gaza “está fuera de toda proporción” y que “lo avergüenza ser amigo de Israel”. Estas palabras no provienen de algún “judío que se odia a sí mismo”, como Tel Aviv y sus lobbies de Occidente califican a todo judío de la diáspora –o no– que rechaza sus políticas de colonización y agresión al pueblo palestino. Pertenecen a Mario Vargas Llosa, quien no entra en esa categoría por razones obvias: no es judío ni se odia a sí mismo. El gran novelista las formuló en una entrevista al diario israelí Haaretz (http://www.haaretz.com, 9-7-06): “Israel –agregó– se ha convertido en un país poderoso y arrogante y cabe a los amigos ser muy críticos de sus políticas”. Qué habrá pensado en materia de proporciones el Premio Jerusalén 1995 y miembro honorario de la Universidad Hebrea de Jerusalén cuando días después tropas israelíes, en represalia por la captura de dos de sus soldados, incursionaron en el sur del Líbano, bloquearon sus puertos, bombardearon el aeropuerto de Beirut y dos bases militares libanesas, causaron la muerte de 53 civiles y provocaron la respuesta de Hezbolá (Reuters, 13-7-06).

Tel Aviv recibe de EE.UU. un promedio de 15 millones de dólares diarios en concepto de subsidios y ayuda militar. Las ONG palestinas, unos magros 232.000 dólares diarios que además la Casa Blanca ha suspendido desde el triunfo en las urnas de Hamas. Gracias a la ayuda norteamericana, las Fuerzas de Defensa de Israel cuentan con más de 3800 tanques, 1500 piezas de artillería pesada, 2000 bombarderos, helicópteros de combate y cazas, incluidos los F-16 de fabricación estadounidense, y un número indeterminado de bombas nucleares que se estimaba en 300 a fines de la década pasada. El año que viene se cumplen 40 desde que Israel ocupa territorios palestinos con mano de hierro y sus tropas han vuelto a entrar en Gaza. La respuesta, esos atentados suicidas que siegan la vida de inocentes civiles israelíes, es ciertamente repudiable. Pareciera, como señaló Vargas Llosa, que “paradójicamente, los extremistas de uno y otro lado comparten una agenda cuyo propósito es impedir cualquier posibilidad de negociaciones y de concesiones mutuas”. Claro que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.


La notable periodista israelí Amira Hass ha hecho los distingos. “Un palestino es un terrorista cuando ataca a civiles israelíes y cuando ataca a soldados israelíes acantonados a las puertas de una ciudad palestina... cuando una unidad del ejército israelí irrumpe con tanques en su vecindario y el palestino dispara contra un soldado israelí que emerge por un instante de la torreta de su tanque... cuando es alcanzado por fuego procedente de un helicóptero mientras empuña su rifle. Los palestinos son terroristas tanto si matan a soldados como si matan a civiles.” Agrega: “El soldado israelí es un combatiente cuando dispara un misil desde un helicóptero, o un obús desde un tanque, contra un grupo de personas reunidas en Kahn Yunis (poblado de Gaza)... cuando dispara una granada contra una casa (palestina) de la que el ejército israelí afirma que ha salido un cohete Qassam y mata a un hombre o una mujer... el soldado israelí mata a gente armada y mata a civiles... mata a comandantes de batallones de terroristas asesinos y mata a bebés y ancianos que se hallan en sus casas. Más exactamente, éstos caen bajo el fuego israelí” (Haaretz, 9-10-02).

No es el único modo de morir que los palestinos conocen. La Cruz Roja Internacional ha informado en El Cairo que entre 3000 y 7000 palestinos esperan desde fines de junio el permiso para regresar a Gaza. Se amontonan del lado egipcio de la caseta de cruce al poblado fronterizo de Rafah y578 de ellos necesitan atención médica urgente (Haaretz, 11-7-06). El martes 4 fallecieron una joven palestina de 19 años que había sido operada en un hospital cairota y cuyas condiciones se deterioraron durante la espera hasta que le llegó la muerte, y un infante de año y medio por infarto. Dos enfermos más cruzaron esa otra clase de frontera, un hombre de 68 años y un muchacho de 15 que habían sido tratados de enfermedades cardíacas en la capital de Egipto (Reuters, 11-7-06). Los demás siguen aguardando el permiso israelí para volver a Gaza mientras se escriben estas líneas.

No son los únicos que esperan: por primera vez desde la Guerra de los Seis Días de 1967, Tel Aviv prohíbe ahora la entrada de palestinos con ciudadanía extranjera, en su mayoría estadounidenses, pero también europeos. Varios miles no pueden regresar a sus casas y puestos de trabajo, o visitar a sus familias, en el territorio palestino ocupado de la Ribera Occidental. Esta medida también incluye a extranjeros casados con una palestina o un palestino y a profesores visitantes. Hace falta un permiso emitido por la Autoridad Palestina y autorizado por los funcionarios israelíes, pero este mecanismo se interrumpió en septiembre de 2000. “El Ministerio del Interior y la Administración Civil (de Israel) declinaron comentar el hecho de que durante 40 años los ciudadanos palestinos residentes en países occidentales no necesitaban un ‘permiso de visita’” (Haaretz, 11-7-06). Pero ése es un detalle y el gobierno de Israel no es detallista.




Envía esta noticia

agrega un comentario


A mi me averguenza vivier en un país que mantiene relaciones diplomáticas con Israel
Por Luciano - Monday, Jul. 17, 2006 at 9:28 PM

Desde ya Vargallozas no puede ser acusado de comunista o pro árabe...
En mi caso creo que Israel es la peor mierda que construyó la especie humana, peor aún que el nazismo.
Es contra el único estado caso donde justificaría el uso de armas de destrución másiva.

agrega un comentario


la respuesta de vargas llosa
Por cortado negro - Tuesday, Jul. 18, 2006 at 10:27 AM

MARIO VARGAS LLOSA
EL PAÍS - Opinión - 16-07-2006
Illan Pappe, historiador revisionista israelí, procede de una familia de judíos alemanes de sólidas credenciales liberales, y él mismo fue educado dentro de esta corriente de pensamiento que defiende la sociedad abierta, el mercado, al individuo contra el Estado y opone al colectivismo -la definición del ciudadano por su pertenencia a una clase social, una raza, una cultura o una religión- la soberanía individual. Hace unos días le oí contar que, cuando empezó a tomar distancias contra el sionismo, doctrina que sustenta la creación y la naturaleza del Estado de Israel, pensó que su evolución política estaba dentro de la ortodoxia liberal y que cuestionar la ideología sionista era, además de otras cosas, dar una batalla contra el colectivismo. Pero no encontró en su país partido o movimiento político liberal donde encajaran sus ideas, pues la inmensa mayoría de los liberales israelíes eran sionistas. Esto lo fue acercando a quienes, por doctrina, eran sus naturales adversarios políticos, los comunistas, con quienes discrepaba en todo lo demás, pero coincidía en su posición crítica del sionismo. Y eso hace que desde entonces, se quejaba, los amantes de la simplificación y enemigos de los matices, lo cataloguen de "comunista".

La abolición de los matices facilita mucho las cosas a la hora de juzgar a un ser humano, analizar una situación política, un problema social, un hecho de cultura, y permite dar rienda suelta a las filias y a las fobias personales sin censuras y sin el menor remordimiento. Pero es, también, la mejor manera de reemplazar las ideas por los estereotipos, el conocimiento racional por la pasión y el instinto, y de malentender trágicamente el mundo en que vivimos. Hay ciertos conflictos que, por la violencia y los antagonismos que suscitan, conducen casi irresistiblemente a quienes los viven o siguen de cerca a liquidar los matices a fin de promover mejor sus tesis y, sobre todo, desbaratar las de sus adversarios.

Quiero ilustrar con un ejemplo personal lo que trato de decir. La Fundación Internacional para la Libertad organizó hace unos días, en Madrid, un encuentro entre intelectuales judíos y árabes, en el cual, en una de sus intervenciones, el periodista Gideon Levy, crítico severo del Gobierno de su país, dijo que él militaba contra la ocupación de Cisjordania porque no quería sentirse avergonzado de ser israelí. Yo, por mi parte, al clausurar el evento, parafraseando a Levy, dije que mis críticas a la política con los palestinos de los dos últimos gobiernos de ese país se debían a que tampoco quería sentirme avergonzado de ser amigo de Israel. Dos días después, el diario israelí Haaretz publicaba una crónica del propio Gideon Levy sobre el encuentro madrileño, bastante exacta, pero con un título que, al cambiar el matiz, me hacía decir algo que yo no había dicho: "Vargas Llosa tiene vergüenza de ser amigo de Israel".

El diario recibió 199 cartas de lectores israelíes indignados, que publicó en su blog. Las he ojeado con cierta estupefacción, pese a que ellas no hacen más que confirmar algo que, desde que empecé a pensar por mi propia cuenta en cuestiones políticas hace cuarenta años, ya sé de sobra: lo fácil que es tergiversar, caricaturizar o desacreditar a quien disiente, o parece disentir, de nuestras convicciones dogmáticas. Lo curioso es que casi todas las cartas me llaman "comunista", "ultra izquierdista", "castrista", "otro Saramago", "antisemita", y, una de ellas, la más imaginativa, se pregunta: "¿Qué se puede esperar de alguien que sube a los escenarios con la conocida actriz estalinista Aitana Sánchez Gijón y que escribe en EL PAÍS, el periódico más izquierdista de toda Europa?". Bueno, bueno. Mis vociferantes objetores no parecen sospechar siquiera que de lo que yo suelo ser acusado más bien, en España y en América Latina, es de neo-con, de ultra liberal, de pro americano y otras lindezas por el estilo por atacar a Fidel Castro, a Hugo Chávez y criticar con frecuencia el fariseísmo y el oportunismo de los intelectuales de izquierda.

En realidad, una de las cosas que soy, o, mejor dicho, trato de ser en la vida, es un leal amigo de Israel. Muchas veces he escrito que visitar ese país hace treinta y pico de años fue una de las experiencias más emocionantes que he tenido y que sigo creyendo que construir un país moderno, en medio del desierto, de lineamientos democráticos, con gentes provenientes de culturas, lenguas, costumbres tan distintas, y rodeado de enemigos, fue una gesta extraordinaria, de enorme idealis

mo y sacrificio, un modelo para los países como el mío, o los demás países latinoamericanos o africanos, que, con muchos más recursos que Israel, no consiguen todavía salir del subdesarrollo. Es verdad que Israel en el curso de su breve historia ha recibido mucha ayuda exterior. Pero ¿no la han recibido también muchos otros, que la han desaprovechado, derrochado o simplemente saqueado?

Para mí, el derecho a existir de Israel no se sustenta en la Biblia, ni en una historia que se interrumpió hace miles de años, sino en la gestación del Israel moderno por pioneros y refugiados que, luchando por la supervivencia, demostraron que no son las leyes de la historia las que hacen a los hombres, sino éstos, con su voluntad, su trabajo y sus sueños los que le marcan a aquélla unas pautas y una dirección. Ningún país existía allí, en esa miserable provincia del imperio otomano, cuando nació Israel, cuya existencia fue luego legitimada por las Naciones Unidas y el reconocimiento de la mayoría de países del mundo.

Ahora bien, para que Israel tenga un porvenir seguro y sea por fin un país "normal", aceptado por sus vecinos, debe encontrar un modo de coexistencia con los palestinos. Y contra esta coexistencia conspira esa ocupación de Cisjordania que se prolonga indefinidamente y que ha convertido a Israel en un país colonial, lo que ha crispado de manera indecible sus relaciones con los palestinos. Las condiciones en que éstos han vivido, en Gaza, y viven todavía dentro de los territorios ocupados, sobre todo en los campos de refugiados, son inaceptables, indignos de un país civilizado y democrático. Lo afirmo porque lo he visto con mis ojos. Los amigos de Israel tenemos la obligación de decirlo en alta voz y censurar a sus gobernantes por practicar en esos territorios una política de intimidación, de acoso y de asfixia que ofende las más elementales nociones de humanidad y de moral. Y, también, de condenar sus reacciones desproporcionadas a los actos terroristas, como la actual, que, a raíz del secuestro criminal de un soldado israelí por militantes palestinos, ha causado ya decenas de muertos civiles inocentes en Gaza y amenaza con resucitar la guerra con el Líbano.

Esto no significa, en modo alguno, justificar las acciones criminales de los terroristas de Hamás o la Jihad Islámica o de los otros grupúsculos armados que operan por la libre. Pero sí reconocer que detrás de estas acciones injustificables y crueles -las bombas de los suicidas, los ataques ciegos a la población civil, los secuestros, etcétera- hay un pueblo desesperado al que la desesperación empuja cada vez más a escuchar no la voz de los moderados y razonables sino la de los fanáticos y a creer, estúpidamente, que el fin del conflicto no está en la negociación sino en la punta del fusil o la mecha de la bomba.

La superioridad de Israel sobre sus enemigos en el Medio Oriente fue política y moral antes que la de sus cañones, sus aviones y su modernísimo Ejército. Pero, debido a su extraordinario poderío, algo que suele volver a los países arrogantes, la está perdiendo, y eso lleva a algunos de sus dirigentes, como creía Ariel Sharon, a pensar que la solución del conflicto con los palestinos puede ser un diktat, una fórmula unilateral impuesta por la fuerza. Eso es una ingenuidad que sólo prolongará indefinidamente el sufrimiento y la guerra en toda la región.

Mi amigo israelí David Mandel (¿o debo decir ahora ex amigo, ya que me he vendido a los palestinos?) me conmina en una carta abierta a que devuelva el premio Jerusalén que recibí en 1995. Se trata de un premio más bien simbólico, pero que a mí me llena de orgullo, y no voy a renunciar a él, porque, aunque David no pueda entenderlo, lo que yo hago y escribo sobre Israel no tiene otro objetivo que seguir siendo digno de esa hermosa distinción, que me fue concedida por mi compromiso con la democracia y la libertad. Para mí, mi adhesión a Israel es inseparable de aquel compromiso, como es el caso de tantos israelíes que, a la manera de Illan Pappe, Gideon Levy, Amira Hass o Meir Margalit, pero sin duda de manera más radical que yo, denuncian las políticas de su Gobierno con los palestinos y plantean alternativas.

Es verdad que ellos representan una minoría, ese matiz que los adoradores de verdades dogmáticas desprecian. Ni siquiera sé si yo estoy de acuerdo en todas las posiciones que ellos defienden. Probablemente, no. Creo, por ejemplo, que el sionismo tiene unas razones que no pueden descartarse de manera abstracta, prescindiendo de un contexto histórico preciso. Pero que ellos, y otros muchos como ellos, vayan contra la corriente y sean capaces de oponerse de manera tan resuelta a lo que les parecen políticas equivocadas, contraproducentes o brutales, y que puedan hacerlo sin ser perseguidos, encarcelados, o liquidados, como ocurriría -ay- entre casi todos los otros países de la región, es una de las realidades que todavía mantiene viva mi esperanza de que haya un cambio en Israel, y, otra vez, la negociación sea posible, y pueda llegarse a un acuerdo razonable que ponga fin a esa infinita hemorragia de dolor y de sangre.

El encuentro madrileño de judíos y árabes fue asimétrico, porque cerca de diez palestinos que habían aceptado nuestra invitación no pudieron venir, y porque algunos israelíes, como Amos Oz y David Grossman, cuyas voces queríamos escuchar, tampoco lo hicieron. Pero no fue inútil: una gota de agua en el desierto es mejor que ninguna. Hubo, por ejemplo, exposiciones magníficas y no del todo irreconciliables, de Shlomo Ben Ami y de Yasser Abed Rabbo, que participaron en las negociaciones de Camp David. Trataré de seguir convocando estos diálogos, invitando no sólo a quienes hablan por la mayoría, sino también por las pequeñas minorías, esos matices olvidables en los que, sin embargo, muy a menudo se agazapa la verdad.

-© Mario Vargas Llosa, 2006. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SL, 2006.

agrega un comentario