En la noche del 7 de diciembre de 1970, en el Madison Square
Garden de Nueva York, al promediar el noveno round de la pelea,
Ringo Bonavena lo tuvo groggy al boxeador más grande de todos los
tiempos: Muhammad Alí. En el último round, sabiéndose vencido, salió
a jugarse como lo hacen los héroes de leyendas épicas y después de
tres caídas se consumó su derrota, la más dolorosa de la historia
del boxeo argentino. Terminada la pelea nadie se puso a recriminarle
que había perdido porque era medio gordito, porque no tenía cintura
o porque tenía pie plano. Al contrario: los aficionados argentinos
lo amaron más que nunca y comprendieron que si había llegado tan
alto había sido porque Bonavena también era un grande.
No ha tenido el mismo reconocimiento de varios de sus
“aficionados” Mario Roberto Santucho. Después de su caída en
combate, de la derrota de su Partido y del intento revolucionario,
se ha insistido en “sus errores y limitaciones”. Por el contrario,
nosotros pensamos que Santucho fue el revolucionario que, a lo largo
de nuestra historia, puso a la burguesía contra las cuerdas y la
tuvo groggy, y si llegó hasta allí fue por sus virtudes y no porque
tenía “pie plano”. De allí que lo más constructivo sea no andar
hurgando tanto en sus defectos sino en desplegar las virtudes que lo
hicieron el más grande revolucionario argentino y uno de los más
destacados de América Latina. Es por eso que hoy voy a escribir
sobre una de sus virtudes.
Entre los militantes del Partido Revolucionario de los
Trabajadores se le daba mucha importancia al hecho de ser un
compañero humilde, lo cual es una virtud, pero a veces se caía en
los aspectos formales de ella. En este sentido se decía que Santucho
era humilde porque, por ejemplo, en las reuniones se sentaba en un
rincón, no hablaba, o hablaba poco, cebaba mate y pasaba
inadvertido. O se decía que era humilde porque llegaba a una casa y
cocinaba o barría el lugar de la reunión y situaciones similares. Yo
creo que, sin desmentir ni dejar de valorar estos hechos, la
humildad o no de un dirigente de la talla de Santucho se debería
medir por otras actitudes, ya que cualquier buena persona haría
estas cosas.
Hace unos años le conté a Ana María, su hija mayor, la
circunstancia en la que conocí a su padre. Fue en diciembre de 1972,
Santucho recién había regresado de Cuba, luego de la fuga de Rawson.
En una casa que me habían prestado funcionaba una escuela de
formación política cuyos alumnos eran militantes del Partido Obrero
Revolucionario (de Bolivia) y, debido a que se habían manifestado
algunas indisciplinas, me avisaron que un dirigente partidario iría
a hablar con ellos. El día estipulado llegaron a la casa, en las
afueras de La Plata, dos compañeros. Uno, el dirigente que yo no
conocía ni sabría quién era hasta tiempo después, entró a la casa, y
el otro se quedó conmigo bajo unos eucaliptos.
Pensando que el que venía con el dirigente sabría acerca de una
cuestión teórica, le pregunté por qué Lenin caracterizaba a la
Argentina como un país formalmente independiente pero que, desde el
punto de vista económico, era una colonia comercial inglesa,
mientras que el PRT caracterizaba a la Argentina como una
semi-colonia. El compañero me dijo que él no sabía, pero que se lo
preguntara al que había entrado a la casa, que seguramente tendría
la respuesta. Cuando éste salió, repetí la pregunta a lo que
inmediatamente me contestó que: la caracterización de Lenin
correspondía a una etapa anterior a la crisis económica mundial
iniciada en 1929, y que a partir de esa fecha el grado de nuestra
dependencia del imperialismo había aumentado. Luego comencé a decir
que tenía una actividad en otro lugar... Me interrumpió y me dijo:
“Usted, compañero, se queda acá.” Le dije a Ana María que para mí su
padre no era un compañero anónimo que cebaba mate sino que, por éste
y otros hechos, se mostraba como un jefe. El rostro de su hija se
iluminó. No le gustaba la versión oficial sobre la humildad se su
padre.
Hace poco Anita Badosa, una compañera de HIJOS, en el marco de
una entrevista, me preguntó: entonces, ¿por qué era humilde
Santucho? Después de pensar bastante y transpirar un poco comencé a
contestarle:
Desde la fundación del PRT, e incluso desde antes, en la época
del Frente Único entre el FRIP y Palabra Obrera, la corriente
liderada por Santucho fue minoritaria con respecto a la liderada por
Nahuel Moreno. Esto fue así hasta la reunión del Comité Central del
Partido en enero de 1968, cuando Santucho ganó la mayoría. En esos
casi cuatro años Santucho acató y se disciplinó a la mayoría, y no
se le ocurrió dividir al PRT. En cambio Moreno, al primer traspié,
abandonó la reunión del Comité Central y al Partido provocando su
primera división.
Cuando poco después de la fundación del ERP, en julio de 1970,
comenzaron a llevarse a cabo acciones militares masivas, una de las
más habituales era desarmar policías. Como en varios desarmes hubo
policías que se resistieron, y ante esa situación Santucho explicaba
que ello se debía a que no se apretaba con suficiente energía y
convicción. Pero no se quedó sólo con la explicación, sino que
recorrió el país acompañando a los distintos equipos militares
enseñando a sus compañeros a realizar desarmes.
En su libro Todo o nada la periodista María Seoane
reprodujo acríticamente la opinión del militante peronista José
Carlos Ramos. Éste cuenta que, en su casa de Córdoba, entre Carlos
Olmedo, también peronista, líder de las FAR, y Santucho, “se daban
los debates políticos más serios y cultos que presencié en mi
vida... y Olmedo siempre lo aventajaba”.(**) Y luego agrega que
ambos “se respetaban profundamente”.
Quizás uno de los puntos más sublimes de la lucha revolucionaria
se expresó el 22 de agosto de 1972 con la fuga del Penal de Rawson
por parte de los militantes de tres organizaciones revolucionarias
[ERP, FAR y Montoneros]. Este hecho se constituyó en el máximo
símbolo de la unidad de los revolucionarios. Ellos, fieles a ese
espíritu, nunca se atribuyeron liderazgos personales más allá del
comando unificado formado por seis compañeros. Muchos años después,
en diferentes trabajos, trascendió que tal o cual había sido el
jefe. Santucho nunca había dicho nada, Osatinsky tampoco.
El domingo 14 de abril de 1974, sobre el final de las
deliberaciones del II Congreso del Movimiento Sindical de Base,
liderado por el PRT, en el que se había formado una Mesa Directiva
integrada por quince miembros (doce del PRT y tres aliados),
representantes de cuatro pequeñas agrupaciones propusieron que se
ampliara la Mesa a dieciséis para poder incorporar a un compañero
que los representara. Se llevó la propuesta a votación y los
militantes del PRT, que éramos la inmensa mayoría, fuimos instruidos
por nuestros dirigentes para votar en contra de ampliar la Mesa
dejando sin representación a esas cuatro fuerzas aliadas. Santucho,
al enterarse, realizó una dura crítica a los responsables ya que
consideró que se había actuado con extremo sectarismo, y explicó que
se debió proceder con gran amplitud con los aliados y como ejemplo
de esa amplitud dijo que se debería haber formado una Mesa con sólo
tres militantes del PRT y dejar los otros doce lugares para los
aliados.
Después de las grandes movilizaciones obreras de junio y julio de
1975, que voltearon a López Rega y a su camarilla del gobierno
presidido por Isabel Perón, se realizó la reunión más numerosa de
toda la historia partidaria: la sesión plenaria del Comité Central
ampliado del PRT, que sustituyó al VI Congreso. Allí, alrededor de
sesenta compañeros debatíamos la línea política y las tareas
prácticas ante una eventual apertura democrática producto de la
debilidad en que había quedado el gobierno. Luego de un descanso, al
reiniciar la sesión, el destacado dirigente obrero de Villa
Constitución Luis Segovia –cuya figura parecía escapada de un cuadro
de Carpani- que co-presidía la reunión, dijo ante el asombro de
todos los presentes:
“Recién, mientras estaba en el baño, pensaba que nosotros tenemos
la suerte de tener un dirigente que tiene la inteligencia de Lenin,
la humildad de Ho Chi Min y la garra del Che.” Como es de imaginar,
se produjo un expectante silencio. Yo pensaba: ¿cómo hace este
hombre ahora para salir de semejante aprieto?, ya que era imposible
no hacerse cargo de esas palabras. Santucho dijo: “Agradezco esos
elogios que no creo merecer pero que, de todas maneras, reflejan la
cohesión del Partido en torno a su dirección.” Dejo librado al
lector la valoración de la respuesta. Yo, en el momento, quedé
conforme.
Pero quizás el hecho más elocuente de esa cualidad de Santucho se
expresó en el proceso de unidad con Montoneros y la Organización
Comunista Poder Obrero. A principios de julio de 1976 el Comité
Ejecutivo del PRT resolvió que Santucho debía salir del país para
preservar su vida. Pero como quedaba pendiente la concreción de ese
proceso de unidad, Santucho postergó una semana su partida para
estar presente el 19 de julio día establecido para firmar el
documento unitario.
Él había dicho que esa unidad era de un “positivismo difícil de
exagerar” por lo que se debían hacer todas las concesiones
necesarias para lograrla. Sólo se debían garantizar tres ejes
fundamentales: Avanzar hacia un único partido revolucionario, un
único ejército popular y un frente de liberación nacional y social.
Ejemplificaba diciendo que Montoneros impulsaba una CGT en la
resistencia y nosotros no estábamos de acuerdo, pero que eso no
debía ser un impedimento. La reunión se suspendió por problemas de
seguridad y pocas horas antes de partir Santucho murió combatiendo.
Fue así un héroe de la revolución y también un mártir de la unidad
de los revolucionarios.
Una vez muerto Santucho, la dictadura contrarrevolucionaria del
76, más que demonizarlo, además de hacer desaparecer su cuerpo, hizo
desaparecer su nombre. Tenía experiencia: no podía permitir que se
trasformara en otro Che Guevara.
Finalizada la dictadura muchos se han dedicado a oscurecer su
memoria, cosa que no se ha hecho con ningún otro jefe revolucionario
muerto. En el caso más reciente observamos que en el marco de muchos
errores y tergiversaciones, en el libro Monte Chingolo. La mayor
batalla de la guerrilla argentina, tomando como base tres hechos
reales que comprometían el resultado exitoso del asalto al Batallón
de Monte Chingolo se construye un Santucho “obcecado, desesperado y
militarista”. Esta construcción no se asienta en hechos reales sino
en la ideología de los derrotados, quienes deben encontrar al gran
culpable de las pérdidas, de los desaparecidos y de los muertos.
Mientras que Santucho, tenaz y humilde, en julio de 1976, cuando
las fuerzas revolucionarias, y las del PRT-ERP en particular, habían
sido puestas a la defensiva y todos los días caían o desaparecían
muchos y valiosos compañeros, dando muestras de una inquebrantable
voluntad de lucha, después de reordenar la táctica partidaria, pocos
días antes de su muerte escribió: “En la guerra de nuestra primera
independencia los ejércitos patrios intentaron avanzar dos veces por
Bolivia hacia Perú, hasta descubrir el triunfal camino de Chile;
Bolívar a su vez fue cuatro veces vencido en Venezuela y cuatro
veces se exilió, hasta encontrar en su quinto intento el camino de
la victoria definitiva... Y en este momento de reflujo de las masas,
las fuerzas revolucionarias podrán analizar serenamente las
experiencias, ‘hacer un alto en el camino’, reagrupar, reorganizar y
consolidar el potencial revolucionario para estar en condiciones de
aportar vigorosa y organizadamente para la máxima extensión y
potencia del próximo auge obrero-popular... que nos conduce a la tan
ansiada liberación nacional y social de nuestra patria y de nuestro
pueblo.” [Ver
texto completo en La Haine]
Desde aquel oscuro 19 de julio Mario Roberto Santucho, con
paciencia santiagueña, ha estado esperando durante veinticinco años
que la juventud rebelde se acercara a sus ideas expuestas en
centenares de escritos que tercamente nos recuerdan que fue el más
grande de su clase, que puso esa grandeza para luchar por un mundo
mejor al que la utopía y la ciencia siguen llamando socialista.
Santucho aún no lo ha dicho todo. Y hace cinco años, cuando el
pueblo de Buenos Aires se rebeló, en diciembre de 2001, el
Comandante retomó la palabra.
* Daniel De Santis integró el Comité Central del PRT desde julio
de 1975. Actualmente es Coordinador de la Cátedra Libre Ernesto Che
Guevara en la Universidad de La Plata.
** Seoane no ofrece otros testigos y el hecho aquí afirmado no se
sostiene en ningún documento escrito. |