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De nuevo sacan israelíes a civiles libaneses de sus casas y los matan
Por Reenvío Rebelion - Tuesday, Jul. 25, 2006 at 12:41 AM

Robert Fisk La Jornada

Están en escuelas, en hospitales vacíos, en corredores y mezquitas, y en las calles. Refugiados musulmanes chiítas del sur de Líbano, obligados a salir de sus casas por los israelíes, llegan a Sidón por millares, son atendidos por musulmanes sunitas y luego enviados al norte para unirse a los 600 mil desplazados libaneses en Beirut. Más de 34 mil han pasado por aquí en estos cuatro días, una oleada de miseria y furia. Llevará años restañar sus heridas, y se necesitarán millones de dólares para reparar los daños a sus propiedades.
¿Y a quién pueden culpar de su éxodo? Este domingo, por segunda vez en ocho días, los israelíes cometieron un crimen de guerra. Ordenaron a los aldeanos de Taire, cerca de la frontera, salir de sus casas y luego -cuando el convoy de autos y minibuses avanzaba obedientemente hacia el norte- la fuerza aérea israelí lanzó un misil hacia el minibús que iba a la zaga; perecieron tres refugiados y 13 sufrieron heridas graves. Se cree que el cohete que les dio muerte era un Hellfire, fabricado por Lockheed Martin en Florida.

Hace nueve días, el ejército israelí ordenó salir de sus casas a los habitantes de un pueblo vecino, Marwaheen, y luego disparó cohetes hacia uno de los camiones que los transportaban; perecieron las mujeres y los niños que iban dentro. Y ésta es la misma fuerza aérea israelí que fue elogiada la semana pasada por uno de los más ardientes defensores de Israel, el profesor de Harvard, Alan Dershowitz, porque "se necesitan medidas extraordinarias para minimizar las bajas civiles".

Tampoco a Sidón la han perdonado los atacantes. En lo que queda de la mezquita Fátima Zahra, institución de Hezbollah en el centro de la ciudad, se ve una pila de escombros y muros aplastados; el alminar y el domo yacen en el suelo, todavía con una bandera negra ondeando en la punta. Cuando los aviones israelíes llegaron allí esta mañana, el velador, un anciano de 75 años, no tuvo tiempo de salir corriendo; horas después murió de las lesiones. Su silla de plástico blanco, volteada de lado, aún se ve junto a la puerta. Es improbable que esa mezquita tuviera uso militar: a un lado hay una escuela perteneciente a los Hariris, la poderosa familia sunita; jamás habrían permitido armas en el edificio.

No es que Hezbollah -que mató a dos civiles israelíes más este domingo con sus cohetes en Haifa- haya respetado a Sidón, cuya población es 95 por ciento sunita. La semana pasada trató de lanzar misiles de fabricación iraní hacia Israel desde el malecón y desde el rastro de la ciudad. En ambas ocasiones los pobladores lo impidieron por la fuerza.

La multimillonaria Fundación Hariri -creada por el ex primer ministro Rafiq Hariri, asesinado el año pasado- ha ayudado a 24 mil refugiados chiítas a salir del sur y trasladarse a Beirut, pero no siempre su generosidad ha sido recibida con agrado. Unos refugiados en una escuela técnica de Meheniyeh insultaron y dieron de puñetazos a trabajadores de la fundación. En otras partes las familias que huyen han maldecido a los empleados.

"Nos dicen que trabajamos para los estadunidenses y que por eso los sacamos de su tierra", señala Ghena Hariri, sobrina de Rafiq y egresada de Georgetown. "Es algo que seca nuestra energía. Trabajamos 24 horas y al final del día nos maldicen. Pero me dan mucha pena; ahora los israelíes les dicen que salgan de sus pueblos a pie y tienen que caminar docenas de kilómetros con este calor."

No es difícil ver cómo dañará esta guerra el delicado tejido sectario que existe en Líbano. Un grupo de familias chiítas -albergadas en una escuela de las montañas drusas del Chouf- trató de poner banderas amarillas de Hezbollah en el techo y miembros del Partido Popular Socialista Druzo de Salid Jumblatt tuvieron que rasgarlas en jirones. Ese acto tal vez salvó la vida de los refugiados.


Con todo, muchos de los chiítas de este bello puerto de la época de las cruzadas han descubierto lo gentiles que pueden ser sus vecinos sunitas. "Aquí estamos, ¿adónde más podríamos ir?", pregunta Nazek Kadnah, sentada en un rincón de una mezquita que Rafiq Hariri construyó en honor a su padre, Haj Baha'udin Hariri. "Pero nos cuidaron aquí como si fuéramos sus hermanos y hermanas y ahora estamos seguros."

Estos sentimientos provocan algunas preguntas sombrías. ¿Por qué, por ejemplo, estas infortunadas personas no pueden recibir de Tony Blair la misma compasión que supuestamente sintió por los musulmanes de Kosovo cuando los serbios los expulsaron de sus hogares? Estos miles de libaneses están tan aterrorizados y privados de un hogar como los albaneses de Kosovo, por quienes Blair decía estar librando una guerra moral. Pero para los musulmanes chiítas que se refugian en Sidón no hay tal postura moral ni sugerencia alguna de cese del fuego por parte de Blair, quien se ha alineado con los israelíes y los estadunidenses.

¿Y cuál es exactamente el propósito de sacar a más de medio millón de personas de sus hogares? Muchos de estos infelices están sentados apretando en la mano las llaves de su casa, como hacían los palestinos de Galilea cuando llegaron a Líbano hace 58 años para pasar como refugiados el resto de su vida. Sí, es probable que los musulmanes chiítas de Líbano vuelvan a su casa. Pero, ¿qué encontrarán? ¿Una guerra entre Hezbollah y alguna fuerza occidental de intervención? ¿O más bombardeos israelíes?

Inocentes siguen muriendo

Los refugiados de Sidón disponen ahora de 36 escuelas para albergarse... pero ellos son los afortunados. En todo el sur de Líbano continúan muriendo inocentes. Uno fue un niño de ocho años que pereció en un ataque aéreo israelí en una aldea cercana a Tiro. En esta última ciudad, otros ocho civiles resultaron heridos cuando un misil israelí impactó un vehículo afuera del hospital Najem. Y por la mañana de este domingo, una periodista libanesa, Layal Nejib, reportera gráfica de la revista Al-Jaras, cuyas imágenes eran difundidas también por la Agencia France Press, murió en un taxi durante un ataque aéreo israelí cerca de Qana, el mismo poblado donde 106 civiles fueron masacrados en una base de la ONU por proyectiles de artillería israelíes en 1996. Tenía apenas 23 años.

En su casa de muros de mármol, en la parte alta de Sidón, Bahia Hariri -parlamentaria local, madre de Ghena y hermana del primer ministro asesinado- se sienta con rostro severo; apenas si puede controlar la rabia. "Estamos en esta situación terrible, pero no tenemos ninguna salida -comenta-. Rafiq Hariri ya no está con nosotros. La comunidad internacional no está con nosotros. ¿Quién está con nosotros? Dios. Y los libaneses viejos. Y el mundo árabe; esperamos que nos ayude. La única resistencia que podemos mostrar es ser un país unido. Pero tenemos escaso margen para soñar."

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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