Julio López
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Exclusión, sexo y cárcel
Por reenvío lavaca.org - Wednesday, Aug. 16, 2006 at 4:54 PM

Mientras espera ir a juicio, la historia de Jorge Nievas puede leerse como un muestrario de estos tiempos: exclusión, pobreza, ciudadanía, identidad, protesta, represión policial y judiciall, proxenetismo estatal, rebeldía, iglesia. Jorge –Jorgelina ciertas noches- habló con lavaca sobre sus decisión de hacerse transformista, el mercado del sexo, el día que se disfrazó de puritano, su alucinante paso por la cárcel de Devoto, y la causa Legislatura, en la que se siente secuestrado por el Estado.


Biografía de una época



Esta es la historia Jorge Nievas, un auxiliar contable que se quedó sin trabajo y que para poder sobrevivir decidió convertirse, por las noches, en Jorgelina. Aquella decisión personal y sus actitudes poco dóciles hacia la policía, disgustaron a las llamadas fuerzas del orden, que comenzaron a hostigarlo hasta internarlo y enjuiciarlo. Por eso, el transformista –así se define- decidió involucrarse en las protestas contra la reforma del Código Contravencional porteño, que penaliza entre otras cosas la oferta de sexo en la vía pública. Nievas fue uno de los 15 detenidos por los incidentes ocurridos en la puerta de la Legislatura el 16 de julio de 2004. Estuvo 14 meses preso en Devoto, acusado de privación ilegítima de la libertad y coacción agravada, delitos gravísimos que tienen una pena mínima de cinco años: el modo de judicializar la protesta, encarcelando a la gente como si fuera culpable, hasta que demuestre lo contrario años después. Los procesados quedaron libres en septiembre de 2005, otro parche jurídico acaso promovido desde el poder para evitar papelones preelectorales.
¿Qué hizo Nievas aquel día que cayó preso? Concurrió a la marcha disfrazado de cura puritano, con una bandera papal que tenía dibujada una cruz svástica. En poco más de dos semanas, el 3 de octubre, comenzará el juicio oral y público que tratará de demostrar que hizo lo que no hizo. Antes, cuenta a lavaca su historia, a la que sería mezquino llamar “de película”, y habla de su temor a volver a la cárcel, territorio de asesinatos y favores sexuales que los presos pagan con protección y los policías, además, con tarjetas telefónicas.

-¿Cuál es la diferencia entre travesti y transformista?
El transformista es el gay –lo digo bien clarito- que usa la imagen femenina con meros fines laborales. Psíquica, emocional y genitalmente está contento, orgulloso de su condición de haber nacido macho. Tiene una elasticidad mental, como un actor, de representar un papel femenino. En este caso sería también la intimidad femenina. Para mí fue como una aventura, un descubrimiento. Jamás me hubiera imaginado que iba a tener que aprender a maquillarme, a dejarme el cabello largo y a teñirlo. Fue una opción, una alternativa frente al mercado laboral que se había convertido en una humillación.

-¿Cuándo apareció esta alternativa?
-Desde siempre trabajé bien y contento con mi habilidad: era auxiliar contable, analista de cuentas, hacía liquidación de IVA, de impuestos, de ganancias, llevaba cuentas corrientes de clientes, proveedores. Nunca me había faltado trabajo y siempre busqué cambiar por mejores sueldos. Eso fue hasta el 95, después me fui tres años a Alemania. Me había invitado un amigo gay que trabajaba en Lufthansa. Pero cuando volví, los sueldos habían bajado a 400 pesos y aparte, después de haber cumplido los 30, ya nadie me tomaba. La situación había cambiado muchísimo, el mercado también: ya no pedían ayudantes, sino contadores. No era fácil reinsertarse en el mercado laboral. Manejaba idiomas y entré a trabajar en el Aeropuerto, un ambiente con mucho glamour y encanto, pero lo que pagaban era humillante. Prestaba servicio de apoyo operativo a compañías aéreas: acompañaba a pasajeros, hacía preguntas de seguridad, llevaba el equipaje de mano, chequeaba pasaportes y boletos. Pero llegar a Ezeiza era una aventura, más cuando la línea 86 justo estaba en conflicto. Terminaba llegando siempre tarde y entre lo que me descontaban por eso y lo que gastaba en el almuerzo, me quedaba sin sueldo. El dueño de esa empresa, Quolity Control, era Adolfo Donda.

(Aclaración: Donda, alias Palito o Jerónimo, es el represor detenido por la causa ESMA, acusado de 62 crímenes de lesa humanidad, apropiador de su sobrina Victoria, tras haber entregado a su hermano y a su cuñada, que fueron desaparecidos)

>>>Análisis del mercado

-¿Se fue del aeropuerto para dedicarse al transformismo?
-Estuve en el aeropuerto desde junio del 98 hasta diciembre de 99. Era humillante, me planté. Comenzaba el nuevo milenio y me dije: “Nuevo milenio, nueva vida, vamos a trabajar como cuentapropista”. Yo paseaba por la zona de parque Saavedra y charlaba con las travestis. También tenía amigos camioneros que venían de Junín, Chivilcoy, para llevar cosas a las areneras del puerto. Iba a saludarlos y ahí también conocí a algunas travestis que trabajaban en la zona. Una vez escuché a una mujer que le decía a otra: “Hoy me vine bien, apenas llegué me hice 60 pesos”. Yo me dije: “Con qué facilidad hacen la plata”. Ahí se me prendió como una opción, empecé de forma muy tímida. Como todo amateur comencé con cierta desprolijidad. Mi estilo, por lo general es machito. Pero, en general, me fue muy bien. Me fue de acuerdo a cómo le fue al país. Cuando vino la crisis de la Convertibilidad, la devaluación, el corralito la gente se empobreció y nos empobrecimos todos. Más de un kiosquero se comió el paquete de cigarros porque no le entraba un cliente. Así también nos tocó a nosotros. Pero no me puedo quejar, en seis años se fundieron muchos bares, kioscos y restaurantes y yo con mis servicios puedo decir que voy tirando.

-No parece tan sencillo, al menos le costó 14 meses de prisión.
-Fue el único parate que tuve, obligado por el secuestro que sufrí por el Estado.

-¿Pero siente que trabajar con el cuerpo es una elección o una imposición el mercado? ¿No le gustaría hacer otra cosa?
-En general se empieza como una opción de superviviencia, para gente que viene muy marcada por la marginalidad o el desamparo. En general me encuentro con travestis que empezaron con su trabajo a los 14, 15 años, que llegaron del interior o de países limítrofes. Muchas veces es una opción en la gran ciudad que no te ofrece nada y te pide todo. A mí me encantaría hacer otra cosa, nunca tuve un ritmo nocturno de vida. Yo no visito discos, me encanta el campo, el entorno natural. De alguna manera tomé esto como una opción, porque no veía nada inmediato. Pero con mi psicología de varón homosexual auténtico, aceptado por mí mismo, frontal y transparente, tampoco lo tomo como “ayyy...”

-¿Cómo se relaciona esa frontalidad con la discriminación social?
-Fruto del fundamentalismo religioso que azota a la humanidad desde hace cinco mil años, según el calendario hebreo, los homosexuales eran obligados a mimetizarse, aún los más viriles. Los homosexuales no son una minoría evidente, sino una mayoría oculta. Hay padres de familia, excelentes profesionales, deportistas. Ni hablar la cantidad de novios y candidatos que tuve de Campo de Mayo y del Colegio Militar. Por más que los fundamentalistas religiosos nos nieguen, vamos a seguir estando. Si escribían sobre nosotros es porque estábamos antes que ellos. Somos parte de la naturaleza, de la rica diversidad humana.

>>>Administración bajo los pinos

-¿En qué situaciones concretas se siente discriminado?
-Por ahí me ha tocado que un grupo de mocosos adolescentes, con buena apariencia, me insultaran cuando paso delante de ellos. Es normal que los adolescentes estén en fuertes crisis de identidad, que sientan bronca por no encontrar su lugar en el mundo. Pero en general, son nenitos de mamá, malcriados, por ahí estudian en colegios religiosos. Me indigna, como contribuyente, con gran responsabilidad y conciencia sobre el valor de pagar impuestos, que desde el Estado se mantenga a los colegios religiosos. Ahí se está apoyando posturas fundamentalistas, intolerantes y negadoras de las diferencias del resto de la humanidad. En la tele escuchás a cualquier monja o cura descalificando al homosexual como no apto para convivir. Pero la iglesia es el mayor refugio de los homosexuales de clase media y alta. Es mejor visto ser célibe y solterón siendo cura, que peluquero o modisto. Y después pasan los Storni, los Grassi, que tienen doble mensaje, doble práctica, doble moral.

-Ya contó como se hizo transformista, ¿y cómo se involucró en la lucha contra la reforma del Código Contravencional?
-Cuando vine de Jujuy, en e 1984, me acerqué a la CHA (Comunidad Homosexual Argentina) y marchaba con Jáuregui (Carlos Jáuregui fue el primer presidente de la organización, falleció en 1995). Después, cuando comencé a trabajar en el Parque Saavedra me tocó ser testigo de casos de abuso de autoridad cometidos por la policía de la Comisaría 49. Varones adultos, responsables, que andaban buscando servicios de una trabajadora sexual eran coimeados y extorsionados por la policía. Desde un primer momento me opuse a eso. El Estado no se puede poner a administrar los pitos y los culos de las personas. Es un derecho que tienen las personas: administrar el propio cuerpo. Sobre todo si son adultas y responsables, y si no están en una zona de conflicto, como ocurría en Palermo. Nosotros estábamos en la General Paz, en las colectoras, entre pinos y eucaliptus. Sin embargo, hasta ahí llegaba la persecución, la intolerancia de la Policía Federal.

>>> La golpiza

-¿Usted sufrió esa persecución en carne propia?
-Yo empecé a manifestarme contra el Código de Macri porque el 10 de marzo de 2002 intenté ser testigo en un procedimiento, para evitar que corrieran y maltrataran a unos pibes. Entonces, el jefe del operativo me hace detener por atentado y resistencia a la autoridad, un cargo que la policía usa con mucho abuso. Cuando me hacen subir al móvil, un grandote me empieza a pegar, en el estómago, la espalda y cuando llego a la comisaría me tira boca abajo en el piso con las manos esposadas atrás. Me pisa a la altura de los pulmones. Me pisoteó todo, después no podía caminar. Fui a denunciarlo a Clarín, a Canal 2, Canal 9. Nadie me dio bolilla. En Página/12 me mandaron al INADI y a la CHA. Me acerqué a la Legislatura, hablé con Lohana Berkins (de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual, ALITT) que en ese momento era secretaria de Patricio Echegaray y me mandó a la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, con quienes inicié la primera denuncia penal contra el torturador Ariel Romano. Yo quería dar un paso y no podía caminar, tenía dos puntadas paralelas en la espalda. Si tenía que estornudar o toser me dolía todo el pecho. Para que este maldito no repitiera su accionar, inicié la demanda, pero la jueza De Crudo lo perdonó. Quizá me prejuzgaban por mi apariencia: tener el cabello largo, teñido y hacer este trabajo no significa que no tenga principios, dignidad y valores y no merezca un lugar en la sociedad.

-¿Y con ese fallo adverso no se inhibió?
-No. Como la jueza lo sobreseyó, mis abogados apelaron. Entonces una noche entran en la casita municipal donde me cambiaba en el Parque, me lastiman todo. Me detienen, me llevan a la comisaría y no paraban de pegarme en las manos y las rodillas con ese palo que tiene cuatro filos. Yo no daba más. Romano me preguntaba el nombre de mi abogada y yo no quería dárselo. Entonces me seguía dando. Hasta que le di un nombre falso y me da un garrotazo en la cabeza, me la abre. Estaba muy lastimado y en un momento que Romano sale, pido que llamen a una ambulancia. Otro policía, Pérez, que estaba con él, me repetía: “yo no vi nada, no vi nada”. Pero parece que después llama a una ambulancia, que me lleva al hospital Pirovano. Me dieron un montón de puntos en la cabeza. Mientras me curaban tenía un policía constantemente arriba mío. En un momento pude quedarme solo y le dije a una de las enfermeras que llame un teléfono de una vecina, para que le avise Lohana Berkins que mi vida corría peligro. Me internaron en neurocirugía con guardia policial permanente. El lunes me dan el alta y yo marcho nuevamente preso a la comisaría. Cuando estoy ahí, siento que el loco de Romano gritaba: “Ábranme la puerta, ábranme la puerta. Tengo que hablar con este puto”. Ahí me agarró pánico. Me desesperé, casi me muero de un ataque cardíaco. Al final no pasó nada, pero estaba muy solo. Nunca tuve siquiera la ayuda de las travestis que trabajaban en el parque. A pesar de haberlas defendido tanto...

>>>Tres coimas por noche

-¿Las travestis no se comprometían por miedo?
-Había de todo: ignorancia, poca educación y la poca simpatía de que yo haya logrado en el parque parar a más gente que ellas. Los celos y la ignorancia hacen a la gente miedosa. Había otras que eran cómplices, les entregaban los autos a la policía. A mí la policía me pedía que les entregara tres autos por noche para coimear a los conductores.

-¿Qué significaba entregar tres autos por noche?
- A las travestis las hacían llevar autos a un lugar donde fácilmente los agarrara la policía, un lugar por donde pasaba rutinariamente la ronda del patrullero. Cuando la policía llegaba, esperaba que la travesti se bajara y el tipo quedaba a merced de estos inquisidores que cobran impuestos policiales. A veces, directamente, lo agarraban mientras mantenía intimidad y hacían bajar al fulano. Entonces empezaban a decirle que iban a llamar a su mujer para avisarle que estaba con una travesti o, si eran jóvenes, a su papá. De esa manera lo extorsionaban y le cobraban. Cuando comencé, me tocó varias veces ser testigo de esta situación y veía con espanto los métodos. Me fui ganando la bronca de los coimeros y fue una de las causas por las que me detenían arbitrariamente. Me subían al carro policial, con documentos y todo y me llevaban a la fiscalía contravencional. Me hacían actas truchas. Como primero tienen que hacerte una de advertencia y después la contravención, a mí me hacían las dos en el mismo momento, aunque les truchaban los datos. Por esas cosas hice las denuncias de abuso a la autoridad.
-¿Qué hacía usted con los pedidos de “entrega”?
-Me negaba sitemáticamente. Venían y me decían: “Tenés que comer y dejar comer, tenés que entregar tres por noche”. Una vez, en una estación Shell que está frente al Parque Sarmiento, yo estaba en el baño, arreglándome frente al espejo, y viene uno de civil y me dice: “Así que vos sos la que no querés pagar impuestos policiales”. Se río socarronamente y se fue. Yo no aceptaba, subía a un auto y me iba a 8 o 10 cuadras, alejado, porque nunca me interesó trabajar sucio. Pero es una práctica habitual. En 2004, estaba trabajando en la avenida Juan B. Justo y los policías de un móvil de la Comisaría 44 directamente me proponen trabajar juntos. Me dicen: “Agarrás un viejo con mucha plata, y le sacamos todo”. Me parece lamentable que usen el poder concedido por el Estado para extorsionar a adultos responsables. No tienen límites a la hora de hacer plata fácil.

-¿Qué consecuencias tuvo aquella golpiza?
-Yo tenía toda la cara emparchada, estaba desfigurado, lleno de moretones. En mi casa me lavé un poquito y me fui a la Liga a hacer la segunda denuncia, pero el policía ya había planeado bien cómo defenderse. Me armó una causa y me acusó de invasión a la propiedad privada, por la casita municipal que está en el Parque Saavedra, donde yo me cambié durante dos años y medio. Lamentablemente, los serenos que la cuidan negaron conocerme, aún cuando los conozco en la intimidad. Estaban temerosos de perder su puestito municipal. Además, me ponen “atentado y resistencia a la autoridad”. Otro detalle muy sucio: Médicos policiales certificaron, testimoniaron, que yo le había provocado lesiones leves a Román. Me pusieron un defensor oficial que habló una sola vez conmigo y nunca más, la jueza Mónica Atucha me embargó en cinco mil pesos, y como soy inembargable, me dio una probation, que no pude rechazar porque a esta altura ya estaba detenido en Devoto por lo de la Legislatura. Me dio cien horas de trabajo comunitario en el Zubizarreta. Y mientras tanto, todavía conservo las radiografías y los certificados médicos de los golpes que recibí.

>>>Los bendecidos

-¿Qué recuerda de aquél día en la Legislatura?
-Había ido solo. Cuando llegué ya estaban las puertas quemadas, salía el chorro de agua desde adentro. Vi que la gente disparaba de aquí para allá, veo un grupo de travestis disparando para el monumento a Roca y las sigo. Yo iba disfrazado con un traje de puritano inquisidor, y llevaba escrito con letras negras sobre mi túnica blanca: “Maté 50 millones de nativos al descubrir América, desaparecí 30 mil rebeldes, quemé vivos a judíos y moros. Estos son mis bendecidos puritanos: Hitler, Mussolini, Pinochet, Franco, Videla”. En la mano llevaba una bandera papal con la cruz svástica y en la espalda tenía la bandera vaticana. También tenía una máscara de un viejo monstruo. Por ese traje me acusan de incitación a cometer delitos. En esta causa de la Legislatura se confirma una vez más lo que dijo Gustavo Beliz, que habló de la mafia judicial, policial y política. Porque no hay verdad más evidente que las imágenes de los videos, donde me muestran sin pegarle a nadie ni rompiendo nada. La verdad de las imágenes me absuelven, pero si no hay culpables los inventamos.
-¿Qué sensación tuvo cuando ingresó a Devoto?
-Horrible, porque llegué a la leonera, un galpón grande con ventanales rotos. ¡Qué frío, por favor! Después había unos asientos de cemento y en el fondo un separador, donde había excrementos, con muchísimo olor a orina. Imposible acercarse. Me llevaron a las cinco de la mañana y recién me atendieron como a las 9.
-¿Qué pasaba en esas cuatro horas por su cabeza?
-Sorpresa. ¿Preso?, me preguntaba. Estaba confiado en que era una circunstancia rápida, pasajero. Incluso cuando estábamos ahí, salía un preso de muchos años y nos pusimos a conversar con él. Cuando le contamos por qué estábamos ahí, él nos dice que en unos días nos iban a soltar, que era un escarmiento. Confié en eso, pero no pensé que iban a oficializar la criminalización de la protesta de esa forma, con tanto descaro por nuestra mera condición de personas humildes. A la mayoría de los 15 detenidos no le interesa la política. Nadie estaba metido en política. Yo reconocí una militancia a favor de los derechos gay, Margarita Meira en defensa de los vendedores ambulantes, pero el resto era humilde, trabajadores, sobrevivientes de la vía pública.

>>>Menú en el Cachivache

-¿Cómo fue su vida en la cárcel?
-Como era evidente mi condición de marica –tenía el cabello platinado, con rulos- me llevaron al pabellón gay, en realidad había dos entrepisos para los gays en pabellones comunes. A mí me mandan al entrepiso número dos, el Cachivache, donde había gente más pobre, que no estudiaba y que por ahí era un poco más revoltosa y ruidosa.

-¿En qué condiciones los tenían?
Te daban de comida agua sucia, un pedazo de hueso grande con mucha grasa y una mezcla de fideos y arroz. El pan venía cada 24 o 48 horas. Comí eso durante una semana, porque yo no quería avisarle a mi vieja que estaba preso. Tardé como tres o cuatro días en decirle. Me dolía la cabeza, estaba mareado. Me habían mandado a una de las piecitas del fondo, porque todo estaba ocupado. Tenía unos colchones viejos, no había vidrios ni sábanas. Había unas mantas rotas, de una calidad muy ordinaria, peor que un trapo de piso. Dormía con ropa, hasta que pasaron los días y me dieron un colchón y una manta. Era una planta conocida por su peligrosidad, llamada “de la muerte”.

>>>Sexo entre rejas

-¿Usted sentía ese peligro?
-Desde el primer momento me empezaron a llamar la piquetera. Al fondo colgaban ropa, las travestis lavaban para el pabellón de abajo y los presos pagaban con mercadería. A la noche, las chicas prestaban también servicios sexuales.

-¿Podían circular entre pabellones?
-No, pero los muchachos podían subir hasta las rejas, se tenía intimidad reja de por medio. Los muchachos quedaban bien trabados ahí, y del otro se arman carpas con mantas. Los mismos policías requerían servicios sexuales y les pagaban con maquillajes, tarjetas telefónicas, mercaderías.

-¿Cuanto tiempo logró evitar entrar en esa rutina?
-Desde el primer día, cuando me acerqué un poquito hacia el fondo, los muchachos me miraban, ellos querían que les llevaran a la nueva, que era yo. Yo no quería, me negaba, decía que estaba cansado, angustiado. Tenía miedo que se armara lío, alguna situación de celos o competencia. Prefería estar tranquilo. Así pasé un mes. Estaba entusiasmado pensando que podría salir, y además ese no era mi entorno. Pero un día, cuando bajé al taller de inglés, me agarraron en un pasillo y me dijeron: “Así que vos no querés prestar servicios, mirá que este pasillo se puede volver muy oscuro para vos”. Entendí perfectamente el mensaje.

-¿Cómo pasaba el día?
-Trataba de engancharme en todos los estudios que se ofrecían. De todas formas, en 2004, solo bajé en inglés, donde era ayudante. Salía a la mañana y regresaba tipo seis de la tarde, dos veces por semana. Durante el día se repartían las tareas de limpieza, y después se camina mucho. Los presos van y vienen caminando del brazo, conversando. Yo trataba de leer, de informarme y empecé a escribir.

-¿Qué escribía?
-Comencé a organizar mi resistencia, mi rechazo a este atropello. Estaba preso sin haberle pegado a nadie, sin romper nada. Lo máximo que hice fue gritarle a una diputada que el pueblo pobre no fundió el país, que lo hicieron los grupos de poder. Cuando me agarraba la chiripioca, la crisis, el comienzo de la angustia y la bronca, me ponía a escribir y hacía una exhalación fuerte. Nunca dejaba de tener cerca de mí un lápiz y un papel. También iba mucho a la biblioteca.

-¿Qué leía?
-Yo ingresaba las revistas que me traían los organismos de derechos humanos y las organizaciones políticas: leía el diario del PO, del MST, del PTS. Después, la biblioteca estaba muy depurada, limpiada ideológicamente y los diarios eran viejos. Más que nada había libros viejos, diccionarios. Aunque no había de inglés, yo me hice traer uno y lo doné.

>>>Tacto y cuchilladas tumberas

-¿Cómo se convive con el miedo en la cárcel?
-A veces iba caminando para estudiar, bajando las escaleras, y por ahí detrás de mí caía uno apuñalado. No me daba miedo, pero me obligaba a estar atento. Nunca sabés cuando un loco resentido pueda matar al otro. Ese año murió mucha gente. Algo que me shockeó fue escuchar en un pabellón que pedían auxilio, un preso desesperado gritaba: “¡Encargadoooo, encargadooooo!”. Después escuchaba los gritos, tipo indio, de un grupo que lo atacaba. Y la voz del que pedía ayuda se iba apagando. Y el encargado recién apareció media hora después, subiendo como a las apuradas. Después lo vi bajar al que había gritado: ensangrentado, blanco, estaba muerto. El poder judicial hace un abuso excesivo de la prisión preventiva, encarcela inocentes que terminan muertos porque no pertenecen al entorno carcelario. No son de tener conductas delictivas y muchas veces por no ser “del palo” son las primeras víctimas de atropello. En los pabellones heterosexuales, cuando entran hombres nuevos, con buenas zapatillas, bien vestidos y un bolso grande, va un grupo de pesados y le da una faca, un cuchillo tumbero para que se defienda (“tumba” le dicen a la cárcel). Y si la persona no sabe pelear, entrega todo, lo incorporan al rancho para ser, como le dicen, gato: lavar cocinar, limpiar para el grupo que lo adoptó como esclavo y eventualmente, si es lindo, dejarse violar. Además, tendrá que pedir tarjetas, comida, ropa o pastillas, para los muchachos del grupo. Cuando se ponen locos, le pegan al gato.

-¿A usted le dieron un cuchillo para pelear?
-Yo me manejé con mucha inteligencia. Pero había un gay salteño que arreglaba todo a los puntazos y me dio un puñal. Yo se lo dejé en la mano. Sin miedo le dije: “¿Qué querés? ¿Pudrirte acá adentro? ¿Por qué no haces algo más inteligente, no pensás en tu libertad, las ventajas que te puede dar la calle, hacer lo que te gusta? Me manejé con mucho tacto. Atendía de noche para que no pensaran que discrimino, tenía sangre fría y usaba el diálogo.

-¿Cómo fue el primer día en libertad?
-¡Qué hermoso el 7 de setiembre de 2005! Yo ya estaba al frente de las clases de inglés, porque el anterior ya había salido. A eso de las 11 viene un guardia con una nota chiquita que decía: “Urgente, traslado a Tribunal oral 17”. Yo enseguida encendí una luz de esperanza, porque semanas antes habían venido a visitarme del Ministerio de Justicia y les había presentado una carta detallada, aclarando mi inocencia en un análisis técnico clarito.

>>>El amor en la capilla

-¿Fue difícil reinsertarse en la sociedad?
-Yo volví a lo mío. Digamos que no tengo un capital para emprender nada.

-¿Y volvió a tener incidentes con la policía?
-No, pero siempre, cuando para un auto oscuro, tengo temor que me vengan a acribillar los que denuncié de la comisaria 49.

-¿Qué huellas le dejó la cárcel?
-Ahí estás abandonado, no hay estado de derecho. Hay un primitivismo impresionante. Lo que sí me di el gusto es de hacer el amor en la capilla, frente a la foto de Juan Pablo II, un fascista polaco, homofóbico y conservador. Qué alegría, qué blasfemia, qué encanto.
-En octubre comienza el juicio oral y público ¿Cree que se hará justicia?
-Tengo temor, con un fiscal muy soberbio, muy arrogante, muy acusador, impregnado de lo que han escrito y armado con la jueza Ramond. Van a estar declarando Santiago de Estrada y Jorge Enríquez, dos fascitas que tuvieron una actitud destructiva para con nosotros. ¿De qué me quieren acusar? De que me disfracé de cura y que le grité a una diputada que el poder fundió el país. Que más quieren inventar para mandarnos de vuelta a la prisión. El gobierno tendrá que tomar nota del mamarracho que fue todo el periodo de instrucción. La jueza cometió prevaricato, que es el que comete una magistrada cuando toma decisiones en base a falsos testimonios y los policías cometieron perjurio al inventar que le pegué a una diputada. El terrorismo de Estado sigue presente en el abuso policial, en el abuso judicial.





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