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Rodolfo Livingston: Arquitecto de familias y revoluciones
Por Entrevista de Oscar Caram - Sunday, Aug. 20, 2006 at 7:04 AM
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Una charla con Rodolfo Livingston se sabe cuándo empieza pero no cuándo termina. Y mucho menos cómo termina. Se puede comenzar por su visión de la arquitectura, por sus libros escritos sobre el tema, pasar sin darnos cuenta a la Revolución cubana -su otra pasión-, a su entusiasmo por el proceso venezolano, y terminar en su experiencia como funcionario… de ¡Carlos Grosso! Trasgresor de formas y contenidos, es autor de trabajos que van de lo revelador a lo desopilante: «Cirugía de casas»,» Memorias de un funcionario»,»Cuba existe, es socialista y no está en coma», y el más reciente «Anatomía del sapo y otros asuntos». Un verdadero personaje, de esos que vale la pena conocer.

En una nota que publicó hace poco en Clarín, usted hace referencia a algo que es un leit motiv en su trabajo de arquitecto: cómo quebrar el mito de la profesión…
-Yo ayudo a la gente a vivir en los espacios, ése es mi trabajo. Ya sea en los espacios de trabajo o en su casa. Y las casas cambian porque las familias cambian. A veces se mudan a otras casas que se hicieron para otras necesidades, otras veces en las casas donde viven hace diez o veinte años aparecen nuevas exigencias. Nuevos hijos o incluso trabajo. Cada vez es más común que los clientes que vienen a verme tengan alguna pequeña empresita en la casa. Es decir, ese modelo de casa de dos dormitorios, el bañito en el medio, living-comedor, no funciona más, todo el mundo hace algo en la casa. Tengo un cliente que hace piñatas, otro que fabrica maniquíes. Toda clase de cosas. Otro que es mayorista de piedras semipreciosas que vende a los negocios, de todo. Entonces, cuando esas empresas crecen van invadiendo la vida familiar, con cajones, con depósitos, hasta con empleados. Y se va generando todo un lío ahí. Y a veces eso se puede resolver. Esto que estaba acá se coloca allá, lo que era el dormitorio pasa a llamarse de otra manera. Es muy interesante cómo se puede mejorar el hábitat de una casa sin necesidad de ampliarla en metros cuadrados. Y ése es mi trabajo. La gente ve al arquitecto como algo superfluo. Para hacer una casa hace falta materiales y obreros, y el arquitecto es el que la hace linda, le hace la fachada, es un gasto más. Desde mi punto de vista, mi trabajo no es un gasto más, yo le hago ahorrar dinero al cliente. Yo le pregunto cuál es su proyecto, aunque generalmente hay varios: uno del padre, otro de la madre, de los hijos. Y casi siempre son cosas mucho más costosas que si las hacen con mi intervención. No soy un precio de más sino una forma de hacer las cosas con más inteligencia. Y además me he dedicado, casi sin darme cuenta al principio, a una parte de la profesión casi ignorada que son los cambios de las casas. La reforma. De hecho, en todos los corralones hay gente comprando materiales. ¿Y dónde se ponen esos ladrillos, esas escaleras? Y bueno, donde el albañil y el propietario decidan. Y a veces no deciden mal, pero por ahí a los dos años surgen nuevas realidades y se van creando problemas complicados.

-Justamente usted tiene un libro escrito hace bastante que es «Cirugía de casas». Allí dice que los arquitectos salen de la facultad sin haber conocido jamás a un cliente concreto.
-Jamás, y sin haber nunca proyectado la reforma de una casa real. La casa real no es así, el bañito, los dos dormitorios y el living. No, la casa real ha sido fábrica de pinturas, la hizo el abuelo, la heredó el hijo; en fin, son procesos complicados. Es como un ser humano. Es como si en la facultad de Medicina se estudiara solamente a Mister Chile o a Miss América. Y al abuelo que tiene Parkinson, o al padre que está medio rengo, eso no lo ven nunca. En Arquitectura sólo ven proyectos de casas nuevas, abstractas, sin cliente y sin terreno muchas veces. Y la realidad es que el setenta por ciento de las casas se transforman durante su vida útil una o más veces. Porque se agrega un cuarto, se añade una escalera, cambia de destino. Y es interesantísimo en ese proceso lo útil que puede ser una persona que lo piense. Yo me dediqué a eso como arquitecto. Si hacemos otro paralelo con la medicina, entre la gente que se enferma y los remedios, que serían los materiales, hay un intermediario que es el médico. Entre la gente que necesita una vivienda o modificarla, y los materiales, no hay nadie, en todo caso un albañil. Y los arquitectos, mientras tanto, manejan los taxis en que esa gente va al supermercado. Exagero un poco, ¿no?

-O no tanto.
-En todo caso, el noventa y cinco por ciento de la gente no llama a un arquitecto ni para hacer su casa ni para modificarla, salvo la clase alta, en los countries. A veces la clase media, como no sabe qué es un arquitecto ni qué le va a proponer, se animan a llamar a un sobrino que se recibió de arquitecto. Pero el pobre sobrino, cuando empieza a trabajar, nunca vio a un cliente, nunca hizo una reforma. Eso es lo que yo realizo y lo que fundamento en un libro y en una práctica que hice en un país como Cuba: la del arquitecto de familia. Como la del médico de familia, los cubanos son campeones en eso.

-Usted ha trabajado en Cuba ya desde comienzos de la Revolución, colaborando en la resolución del problema de la vivienda ¿Cómo fue esa experiencia?
-Yo estaba casi recién recibido. Fui a dirigir la erradicación de una villa miseria convertida en un barrio nuevo hecho por sus propios habitantes. Fue en 1961, recién empezaba la Revolución. Ésa fue una experiencia increíble, yo aprendí a nadar como el tipo al que lo empujan, ahí me hice grande como arquitecto. Porque los clientes eran los obreros, ellos iban a habitar las casas que construían, y yo no tenía más remedio que hablar con ellos; si hasta se peleaban conmigo, no querían el techo que les proponía, etcétera. Y ahí, sin darme cuenta, se generó el embrión de mi sistema actual de trabajo. Después dejé de ir -dictaduras militares de acá mediante-, eso quedó en el freezer, esa experiencia tan maravillosa, en la que yo era el único arquitecto en trescientos kilómetros a la redonda. En 1990 los cubanos descubrieron mi libro «Cirugía de casas» y arranqué un período en el que fui 32 veces para armar seminarios con otros arquitectos, como los ateneos médicos. No sólo con las bases teóricas sino que aprendíamos con familias concretas. Y ellos veían cómo se atiende a una familia que quiere un cuarto más. Porque tienen un hijo varón y una chica que han crecido y no pueden estar más en el mismo cuarto, porque la mujer se recibió de médica y quiere atender en su casa; son cosas que pasan en todas partes. Y bueno, el ayudante de Fidel Castro se entusiasmó muchísimo con esto, dijo que era revolucionario y humanista, se difundió en toda Cuba la idea del arquitecto de la comunidad, que trabaja con mi método.

-¿Cómo está en Cuba la situación de la vivienda?
-Ellos tienen un azote permanente que son los huracanes. Cada vez que pasa un huracán, les tira abajo cien mil viviendas. Los cubanos tienen un sistema que yo digo que está escrito en la Biblia, que los últimos serán los primeros. Ahí hay gente que realmente está deseando que le pase un huracán, porque los que pierden su casa por un huracán pasan al primer lugar en la prioridad de atención de problemas. En todos los aspectos, les consiguen un televisor nuevo, una heladera nueva, es impresionante…

-Eso se maneja desde el Estado directamente…
-Desde el Estado, pero con la solidaridad de la gente. Ahora tienen para los huracanes -ya quisieran en Estados Unidos aprender de ellos- un sistema de prevención, de ensayos, de evacuación, de sujeción de casas, de preservación de los cultivos. Por ejemplo, pasa un huracán y hay un muerto porque estaba borracho, mientras enfrente, en México o Estados Unidos, hay 150 muertos.

-Como pasó con el Katrina en Nueva Orleáns, que en Cuba no provocó ni una víctima fatal.
-Exactamente, ni una. Por la prevención. Porque la prevención es algo que sólo puede hacer bien el socialismo, porque no da rédito, no es un negocio. Pero aparte de los huracanes, en Cuba no está resuelto el problema de la vivienda. Hay familias hacinadas. Lo que no hay es villas miseria. Y no hay una sola persona en la calle. Había un cartel allá, no sé si seguirá estando, que decía «53 millones de niños mueren de hambre por año en el mundo. Ninguno es cubano». Ninguno. En estos días se decía que hay un millón y medio de chicos que trabajan en las textiles, bueno, ninguno es cubano.

-Y usted ha estado en Venezuela, en el esbozo de un programa parecido al cubano.
-Sí, se están haciendo en Venezuela muchos congresos, de todos los temas. Y el lema es «Aprendiendo del mundo y mostrando lo nuestro». Querían conocer mi experiencia, la de otros colegas, pero lo interesante fue que en lugar de ser un congreso de arquitectos, los asistentes eran mil campesinos. El tema era la vivienda para el pueblo. Fue muy interesante, todo lo que está ocurriendo en Venezuela me parece apasionante.

-¿Hay un proyecto oficial para avanzar en el problema habitacional?
-Sí, pero todo es con la gente, organizando a la gente. Y tiene mucho que ver con Cuba. Ya hay un médico y una enfermera en cada barrio. Ojo, la pobreza no desapareció de Venezuela, pero están alfabetizados, no hay casi analfabetos, es una verdadera revolución. Y han tomado posesión de lo que les pertenece. El petróleo es de ellos. Antes cobraban un bolívar por barril, y era de los yanquis. Como acá, que no es nuestro. Allá dijeron «esta tierra es nuestra»; acá les sacaron un millón y medio de hectáreas a los mapuches. Los yanquis pueden refinar el petróleo en Venezuela, pero tienen que pagar el treinta por ciento de impuestos. ¿Y con eso qué hacen? Planes sociales, porque ahí no roban. Hugo Chávez me parece un líder realmente maravilloso. Es increíble que lo acusen de dictador, es mentira: tiene casi todas las radios, todos los diarios, todos los canales de televisión en contra. Y resulta que es un dictador, y ha sido elegido por el voto popular una y otra vez. Lo han derrocado con un golpe militar patrocinado por Estados Unidos y el pueblo lo puso de nuevo en el poder.

-Bueno, si ellos hablan tan mal de él…
-Claro, si hablan mal de él es porque en algo les afecta. Dicen que es populista, claro que es populista. ¿Y cómo sería la gente que no es populista? Aristocraticista. Aristocrático es el poder de pocos. Y populista es el poder de muchos. Por supuesto que es populista.

-Recordaba ahora otro libro suyo, «Memorias de un funcionario», que relata los tiempos en que fue director del Centro Cultural Recoleta.
-Sí, y lo vamos a editar de nuevo, porque me ha dado grandes satisfacciones. Yo no lo escribí como libro, eran notas que publiqué en la revista Humor, pensé que iban a ser unas pocas, y fueron dieciocho. Andrés Cascioli me propuso convertirlas en un librito. Y entre otras satisfacciones es que le llegó a Fidel Castro, no sé cómo. Y fue una de las razones por las que me recibió, porque el tema de la burocracia, que yo trato allí a través de anécdotas, es universal. Y a él le gustó mucho. Y resultó bueno porque me salvó de la frustración de que me echaran.

-¿Cuánto duró?
-Cinco meses y medio.

-Y en un momento tan álgido como el de la intendencia de Carlos Grosso, nada menos…
- Y yo creía que era bueno Grosso. Cuando asumió, dijo por televisión: «Rodolfo, el arquitecto más creativo, tenemos que hacer algo, Rodolfo, con el río», me miraba con unos ojos grandes, yo creía que era bueno. Muy poco tiempo después me di cuenta. La escuela-shopping por ejemplo, yo fui el que levantó la polvareda con ese escándalo.



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