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La chatarra humana de occidente
Por Giorgio Trucchi -
Thursday, Aug. 24, 2006 at 2:45 PM
Nicaragua:
el drama y la lucha de los cañeros Testimonios
de ex trabajadores y viudas
La
"chatarra humana de Occidente" Giorgio
Trucchi * El tiempo, como
concepción y
ritmo de vida, tiene una forma muy particular en Nicaragua. Es
frecuente oir hablar de la "hora nica" que institucionaliza
todo atraso. Llego a Chichigalpa, en el Occidente del país,
para reunirme con los ex-trabajadores de la caña de
azúcar
que están sufriendo los efectos de los
agrotóxicos
utilizados por toneladas en los cañaverales de la zona. En
los
últimos cinco años se han contabilizado 1383
muertos
por Insuficiencia Renal Crónica (IRC) y son miles los
ex-trabajadores que están graves y desempleados. Nadie les
ofrece trabajo y tienen que arreglárselas para poder
sobrevivir. Al
llegar, me
encuentro con un grupo importante, impaciente, con ganas de hablar,
estrechar manos, mirar fijo a los ojos, dar palmaditas en los
hombros. Tienen ya media hora de estar esperándome, a pesar
de
haber llegado puntual me doy cuenta que esta vez la "hora nica"
falló, porque el deseo y la urgente necesidad de hablar,
contar sus dolorosas historias y hacerme partícipe de su
lucha, cuenta más que los rituales y la idiosincrasia de un
pueblo. Más tarde, Pedro Rivas Varela, uno de los afectados,
me dirá: "para nosotros es importante que el mundo
sepa y conozca lo que está pasando en este lugar, y
necesitamos que internacionalmente se respalde nuestra lucha".
Chichigalpa
es un
pueblo chiquito, pero bien conocido en toda Nicaragua porque su
nombre está vinculado a la producción de
azúcar
y ron. Aquí, en 1898, el empresario Alfredo Francisco Pellas
fundó el Ingenio San Antonio, uno de lo más
grande
ingenios azucareros de Centroamérica y las empresas
Nicaragua
Sugar State y Compañía Licorera de Nicaragua
S.A.,
dando origen a la tradición de una de las familias
más
poderosas de la región. Decenas
de miles de
trabajadores han dado los mejores años de sus vidas
"matándose" en los inmensos cañaverales que
forman el Ingenio San Antonio y sus alrededores (aproximadamente 55
mil manzanas), muchos de ellos salieron gravemente afectados de IRC y
fueron despedidos, quedando al desamparo, otros murieron sin haber
podido conseguir una pensión que, ahora, sus viudas
están
reclamando. Nos
reunimos en la
casa de Carmen Ríos, viuda y presidenta de la
Asociación
Nicaragüense de Afectados por IRC "Domingo Téllez",
una de las organizaciones de cañeros que se han formado en
estos últimos años. La
gente llega, se
asoma, mira adentro de la casa y lentamente entra buscando un espacio
donde sentarse, lista para hablar, contar su vida. Historias que van
más allá del drama, porque también son
una
expresión de la lucha y la resistencia. Rufino
Benito
Somarriba tiene 53 años y trabajó en el ingenio
San
Antonio desde 1975 hasta 1984. Está sentado frente a
mí,
casi recostado en su silla, mirándome y hablando en voz baja. "Trabajé
como temporal regando herbicida por varios años y nunca me
contrataron como permanente. Llevaba la bomba de riego en mi espalda.
El veneno se derramaba y me mojaba todo el cuerpo. Trabajaba de 9 de
la mañana hasta las 3, 4 de la tarde seguido. Me tocaba
recorrer grandes distancias en el ingenio, había que cruzar
ríos y charcos, yo no sabía que estaban
contaminados.
Se sudaba muchísimo y el agua se terminaba
rápido, así
que me tocaba tomar agua del río o de la que se utilizaba
para
riego. Nunca
pensé
que esa agua estuviera contaminada o que el líquido que me
mojaba el cuerpo me iba a dejar en el estado en que estoy ahora. Tal
vez fue por el atraso cultural en que vivimos, pero ellos se
aprovecharon y no nos dijeron nada. Nunca nos dieron equipo para
protegernos, sólo una mascarilla que no servía
para
nada. Trabajé
también en 'riego de pala' o sea tenía que entrar
en
los lagos artificiales, donde convergen las aguas negras, altamente
contaminadas, que salen del proceso industrial del azúcar y
desatascar las presas para regar los campos. Un trabajo sucio y duro,
porque el agua hedía, me empapaba todo y me agarraba una
gran
picazón en todo el cuerpo. Nosotros le llamamos
’la
mierdosa’. Una vez me salí y me di cuenta que
estaba
sangrando del pene. En
2002 supe que
estaba enfermo. La presión se me disparó y me
dolía
todo el cuerpo, pero sobre todo la nuca. Ya había dejado de
trabajar en el ingenio y me habían trasladado a la licorera.
Me hicieron los exámenes y salí 'pegado', con 5.2
de
creatinina. Actualmente tengo 16, pero hubo momentos que
llegué
a tener 24". La
creatinina es un
valor que determina la funcionalidad de los riñones y el
valor
normal no llega a 1. Cuentan los afectados que después de
que
se descubrieron muchos casos de IRC, el ingenio San Antonio
decidió
sacar a más de cinco mil personas que trabajaban y
vivían
en los terrenos del ingenio o en sus alrededores, obligando a los
trabajadores a hacerse análisis en la clínica del
mismo
ingenio. Si una persona salía con una creatinina de 1.2 para
arriba, de inmediato se le despedía o se le negaba el
trabajo
temporal, aconsejándoles recurrir al Instituto de Seguridad
Social (INSS) para comenzar los trámites para la
pensión. A veces
a lo que no
se "enganchaban", los hacían trabajar por contrato
sin ningún tipo de derecho a prestaciones. Como no
podían
recurrir contra la empresa, se los podía explotar otro
poquito. Pedro
Joaquín
Rivas Varela se involucra en la discusión y habla de su
situación. "Tengo 42 años y
entré a
trabajar en el ingenio con 0.4 de creatinina y hoy tengo 2.3.
Me
acuerdo que el trabajo era muy duro. Comenzaba a las 6 de la
mañana
y terminaba después de haber cortado por lo menos 2
hectáreas
de caña. Trabajábamos descalzos y no
teníamos ni
siquiera tiempo para comer. Uno andaba con su pichinga colgada y
comía sin parar de trabajar, si no, no te daba tiempo de
terminar el trabajo.
No
nos podíamos
organizar sindicalmente o protestar, porque éramos
trabajadores temporales y te sacaban de inmediato. A
las 10 de la
mañana llegaba la pipa del agua y de allí
nosotros
agarrábamos para beber. Agua del mismo ingenio. Todas estas
enfermedades están relacionadas con el agua del ingenio,
contaminada por la gran cantidad de pesticidas que se utilizaron. Las
avionetas
pasaban entre seis y siete de la mañana, porque
había
poco viento y el sereno de la noche humedecía la tierra y
facilitaba la penetración del pesticida. Todo
eso pasaba
mientras nosotros estábamos trabajando y tiraban el veneno
sin
importarles que nosotros estuviéramos allí.
También
las casas de la gente que vivía cerca de los
cañaverales
salían afectadas.
Hoy
siguen
tirando un veneno que llamamos "madurador" y que sirve para
que la caña acelere el proceso de maduración. Lo
tiran
varias veces antes de la zafra y es bien dañino. A
veces los
trabajadores se desmayaban y los llevaban al hospital para darles
suero, pero después regresaban al campo para seguir
trabajando. En 1998, cuando la empresa supo que aproximadamente 3 mil
personas estaban afectadas, sacó a las familias que
vivían
en el ingenio o cerca de él y comenzó a practicar
exámenes clínicos a todos los que se presentaban
para
participar en la zafra. En
el año
2000 la misma empresa aceptó que el agua estaba contaminada.
Lo que más nos preocupa es que el Ministerio de Salud
sabía
perfectamente de la situación y en Nicaragua existe la Ley
274
que reglamenta el uso de herbicidas, pesticidas y
agrotóxicos
sintéticos, pero no la aplicó. No hizo nada. Hasta
el mismo
gobierno dijo que somos 'chatarras humanas', pero esto es el
resultado de años de explotación y
contaminación,
donde nadie dijo nada. Los
resultados
son dramáticos. Según nuestros
cálculos han
muerto 1383 compañeros y en los últimos
años hay
un promedio de 46 muertos mensuales. Justo la semana pasada
enterramos a ocho. Estamos
luchando
para que se nos dé una pensión vitalicia por
riesgo
laboral y para que se reforme la Ley 456 en su artículo 1o,
donde se reconozca la Insuficiencia Renal Crónica como
enfermedad profesional para todos los trabajadores de la
agroindustria azucarera. Pero
no termina
allí, porque queremos que los dueños del ingenio
San
Antonio nos indemnicen por los daños que nos han causado y
por
los muertos". La
gente sigue
hablando y los casos son muy similares. Bismark
Velásquez
explica que la IRC es una enfermedad que te quita la energía
y
que seguir trabajando empeora la situación. Tiene un hermano
y
su padre muertos y él está afectado con "piedras"
en los riñones y con 1.6 de creatinina después de
15
años de trabajo. Ahora está desempleado y no sabe
cómo
resolver las necesidades de su hogar. Gonzalo
López
trabajó 35 años como técnico
informático
en el Ingenio San Antonio. Nunca tuvo contacto con el corte de la
caña o el riego de herbicida, pero sí con el agua
que
tomaba a diario en su oficina. Ahora tiene dos años de
haberse
jubilado. La empresa lo sacó cuando se dio cuenta de la
enfermedad. Comenzó
con
una creatinina de 2.3 y en pocos años se le subió
a 7.
Casi no camina y ha gastado toda su liquidación para
curarse,
ya que el Seguro no pasa nada y una sola inyección vale 68
dólares. "A la empresa no le interesa el trabajador
–dice– no me ayudaron y sólo me dijeron
que me fuera". Para
José
Luis Suárez, quien nos atiende en el patio de su casa,
tendido
en una cama, la situación es aún más
dramática. "Tengo
59
años y trabajé 38 años en el ingenio
haciendo de
todo. Los dueños de la empresa han traído la
muerte a
ese lugar y a sus habitantes. Desde hace tres meses estoy en esta
cama y no puedo levantarme. Tengo 14 de creatinina y me siento como
uno de los héroes y mártires que han aguantado
hasta el
final esta enfermedad. Cuando
en 1999
me presenté para trabajar en la zafra, me sacaron sangre y
resulté enfermo de IRC. Entonces me rechazaron y me tiraron
a
la calle a morir. Me dieron una pensión de 1.500
córdobas
mensuales (85 dólares) que no me alcanza ni para una semana. La
vida es
sagrada y vale mucho y nosotros que fuimos trabajadores, necesitamos
que se denuncie todo esto en el mundo entero, porque fue criminal
tirar todos estos pesticidas y contaminar el agua de esta manera. Aquí
no
fueron sólo los trabajadores los afectados, sino todo el
pueblo, pero como esos señores son ricos y poderosos, gozan
del apoyo del gobierno y de los políticos, y
también
los medios de comunicación los cubren. En el ingenio hay
siete
ríos que la empresa utiliza para el proceso industrial del
azúcar que están totalmente contaminados". Con
José
Luis fuimos a un cañaveral para ver de cerca las pozas de
desechos del proceso industrial. Nos paramos en la entrada del
ingenio. Quería tomar una foto al rótulo que
delimita
la propiedad, pero un guardia de seguridad me lo prohibió. "No
se puede. Tenés que pedir permiso a la
administración",
me dijo y de nada sirvió explicarle que estaba en suelo
público. El arma que andaba fue una razón
suficiente
para no seguir discutiendo. Llegamos
al Centro
de Salud donde el INSS y el ingenio San Antonio financiaron un
pequeño cuarto para atender a la gente enferma de IRC.
Entramos para hablar con la doctora y saber un poco de la
atención
que dan a los enfermos. La sala
estaba
repleta de gente y la consulta comenzaba a las 12.30. Un minuto
después de la hora señalada tocamos a la puerta
una,
dos, tres veces y al final oímos la voz hostil de la doctora
gritando: "¡Estoy comiendo!" "Vaya atención",
me dije. Más tarde los cañeros me informaron que
de
todas maneras ese lugar no sirve para nada, porque sólo te
preguntan cómo sigue la enfermedad y te dan acetominofen.
Los
medicamentos específicos para la enfermedad nunca
están
y la palabra que más se escucha en este lugar es:
"¡no
hay!" La
isla de las mujeres solas Finalicé esta
entrevista con una
persona que completa el cuadro dramático que se vive en
Chichigalpa. En el recorrido que hicimos por los cañaverales
me indicaron un lugar que le llaman "La isla de las mujeres
solas". Aquí no hay hombres, todos murieron de IRC. El
fenómeno
de las viudas es tan dramático como el de los afectados.
Piden
que se les dé una pensión, como prevé
la Ley del
Seguro Social, pero cada vez hay una excusa o un falso elemento legal
para no otorgarles nada. Carmen
Ríos
es la presidenta de la Asociación "Domingo
Téllez".
Risa contagiosa y ojos que se le salen cuando se enoja al recordar el
drama que viven las viudas. "La
situación es bien difícil para todas las viudas.
El
INSS utiliza muchas estrategias para no dar las pensiones. A veces
dicen que sus maridos murieron antes de la aprobación de la
Ley 456 (que ordena la materia jurídica), pero cuando
cumplen
el requisito tampoco se la dan.
Hay
232 viudas
sin pensión y la lucha de nuestra asociación es
lograr
esas pensiones. Además de reformar la Ley 456, para que se
reconozca la IRC como enfermedad profesional para todos los sectores
de la agroindustria azucarera y no sólo para los que
trabajaban en el campo. Tenemos
pruebas
de actos de fraude y corrupción en el INSS y los estamos
denunciando. Hay que dejar en claro una cosa, la enfermedad que
sufren y por la que se han muerto miles de personas no es por el
exceso de trabajo, sino por el agua contaminada por los pesticidas y
estamos luchando para que se realicen análisis serios del
agua. La
riqueza de
los empresarios viene a costa de la sangre de los obreros. Levantamos
nuestro grito de dolor para que el mundo nos escuche, para que mire
hacia ese lugar donde la gente muere cada día. La muerte se
ha
vuelto algo normal y nos estamos acostumbrando a despertar y esperar
la noticia de un nuevo fallecido. Se mueren muchachos de 18 y 20
años
y hasta niños de 10 años. Mi marido se
murió a
los 46 años después de trabajar 24 en el ingenio.
Se
murió soñando con una pensión que
nunca vio.
Ahora
dicen que
no tengo derecho a recibirla porque no cotizó las 750
semanas
como prevé la ley, pero eso no tiene nada que ver porque
él
tiene derecho a una pensión por riesgo laboral,
independientemente de las semanas que trabajó. Pero lo peor
es
que me di cuenta que desde hace varios años esta
pensión
existe y que alguien la está cobrando.
¡Así es la
corrupción aquí! Hay
cientos de
viudas solas, de niños y niñas sin
protección y
miles de hombres enfermos y sin trabajo, que deambulan por las
calles. Estamos
dispuestos a luchar. Si nuestros padres y abuelos no pudieron llevar
adelante una lucha, que no crea el gobierno, el Seguro Social y los
empresarios que por ser campesinos no tenemos la capacidad de luchar.
Hay gente preparada entre nosotros y llevaremos esta lucha hasta el
final. Tengo
50 años
y soy mujer, viuda y lucho por mis derechos, los de mis hijas y los
de mi marido ya fallecido, y esto a pesar de ser la 'chatarra humana
de Occidente'." *
Desde
Chichigalpa, gtrucchi@ibw.com.ni. Del
boletín-e SIREL no 82, 7/2/2006 de
Rel-UITA (Regional Latinoamericana de la Unión Internacional
de Trabajadores de la Alimentación, Agrícolas,
Hoteles, Restaurantes, Tabaco y Afines), Montevideo, Uruguay, <uita@rel-uita.org> <www.rel-uita.org>.