Julio López
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L@z zapatistas y la Otra: los peatones de la historia. Parte 1
Por gat negre - Sunday, Sep. 24, 2006 at 12:08 AM
centrodemedioslibresdf@gmail.com

La otra campaña reinicia su marcha por el país. Los peatones de la historia son una serie de artículos, donde se hace un analisis de lo que acontece por ahora en México. Esta es la primera entrega

De manera sintética, puesto que ya hemos abundado en este tema, expondremos el proceso previo, interno al EZLN, a la Sexta Declaración:

1.- La traición de la clase política mexicana y su descomposición.- A finales de abril del 2001, luego de la Marcha del Color de la Tierra y del apoyo de millones de personas, de México y del mundo, a la causa del reconocimiento constitucional de los derechos y la cultura indígenas, la clase política en su conjunto aprobó una contrarreforma. De esto ya hemos platicado más extensamente, ahora sólo señalamos lo fundamental: los tres principales partidos políticos nacionales, PRI, PAN y PRD, dieron la espalda a la justa demanda de los indígenas y nos traicionaron.
Entonces algo se rompió definitivamente.

Este hecho (que cuidadosamente “olvidan” quienes nos reclaman nuestras críticas a la clase política en su conjunto), fue fundamental para los pasos posteriores del EZLN, tanto en lo interno como en lo externo. A partir de ahí, el EZLN realiza una valoración de lo que fue su propuesta, el camino que siguió y las posibles causas de esa traición.

Por medio de análisis públicos y privados, el EZLN caracterizó al modelo socioeconómico dominante en México como NEOLIBERAL. Señaló que una de sus características es la destrucción del Estado-Nación, la que incluye, entre otras cosas, la descomposición de los actores políticos, de sus relaciones de dominio y de sus “modos”.

El EZLN había creído, hasta entonces, que existía cierta sensibilidad en algunos sectores de la clase política, particularmente los que se agrupaban en torno a la figura de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano (dentro y fuera del PRD); y que era posible, con movilizaciones y en alianza con este sector, arrancar a los gobernantes el reconocimiento de nuestros derechos como pueblos indios. Por ello, buena parte de las acciones públicas externas de EZLN estuvieron destinadas a la interlocución con esa clase política, y al diálogo y la negociación con el gobierno federal.

Pensábamos que los políticos de arriba iban a entender y a cumplir una demanda que había costado un alzamiento armado y sangre de mexicanos; que eso encaminaría el proceso de diálogo y negociación con el gobierno federal a un final satisfactorio; que así podríamos “salir” a hacer política civil y pacífica; que con el reconocimiento constitucional se tendría un “techo jurídico” para los procesos de autonomía que se vienen dando en varias partes del México indio; y que se fortalecería la vía del diálogo y la negociación como alternativa para la solución de conflictos.

Nos equivocamos.

La clase política en su conjunto fue avara, vil, ruin… y estúpida. La decisión que tomaron entonces los tres principales partidos políticos (PRI, PAN y PRD) demostró que las supuestas diferencias entre ellos no son más que simulaciones. La “geometría” de la política de arriba se había trastocado. No había ni izquierda, ni centro, ni derecha. Tan sólo una banda de ladrones con fuero… y con cinismo en horario mediático estelar.

No sabemos si nos equivocamos desde el inicio, si ya para 1994 (cuando el EZLN opta por las iniciativas civiles y pacíficas) la descomposición de la clase política ya era un hecho (y el llamado “neocardenismo” era sólo una nostalgia del 88); o si en esos 7 años el Poder había acelerado el proceso de putrefacción de los políticos profesionales.

Desde 1994, personas y grupos de la entonces llamada “sociedad civil”, se habían acercado a nosotros para decirnos que el neocardenismo era honesto, consecuente y un aliado natural de todas las luchas populares, no sólo la neozapatista. Creemos que, en la mayoría de los casos, esa gente lo hizo con buena intención.

La posición del hoy empleado de Vicente Fox, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, y de su hijo, el patético Lázaro Cárdenas Batel (hoy gobernador de un Michoacán controlado por el narcotráfico), en la contrarreforma indígena es ya conocida. De la mano del después flamante coordinador de la campaña de AMLO, Jesús Ortega, los senadores perredistas votaron una ley que fue denunciada como una farsa incluso por organizaciones indígenas anti-zapatistas. Se confirmaron así las palabras de un antiguo militante de izquierda: “el general Cárdenas murió en 1988”. Los diputados del PRD, por su parte, en la cámara baja aprobaron una serie de leyes secundarias y reglamentos que consolidaron la traición.

Sólo recordamos que, cuando denunciamos públicamente esta actuación del neocardenismo, fuimos atacados (caricaturas incluidas) por los mismos que ahora dicen que, en efecto, Cárdenas es un traidor (sólo que ahora por no haber apoyado a López Obrador). Claro, una cosa es traicionar a unos indios, y otra muy diferente traicionar al LÍDER. Se nos dijo entonces “sectarios”, “marginales”, y que, al “atacar” a Cárdenas “los zapatistas le hacían el juego a la derecha”. ¿Les suena? Y ahora el ingeniero se quiere hacer el “izquierdista” y crítico de AMLO… mientras trabaja para el inquilino de Los Pinos en la comisión de festejos del bicentenario de la independencia.

Después de esa traición, nosotros no podíamos hacer como si no hubiera pasado nada (no somos perredistas). Con el objetivo de la ley indígena habíamos entablado el proceso de diálogo y negociación con el gobierno federal y llegado a acuerdos, habíamos construido una interlocución con la clase política, y habíamos llamado a la gente (en México y en el mundo) a que se movilizara con nosotros con esa demanda.

En nuestro error habíamos arrastrado a mucha gente.

No más. El siguiente paso del EZLN no sólo no iría encaminado a hablar y escuchar a los de arriba, sino que los confrontaría… radicalmente. Es decir, el siguiente paso del EZLN iría contra todos los políticos.


2.- ¿Lucha armada o iniciativa civil y pacífica?.- Después del rechazo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación a las protestas e inconformidades de diversas comunidades indígenas por la contrarreforma, algunos intelectuales (varios de los cuales nos reprocharían después el no apoyar a AMLO y al PRD en la lucha por la silla presidencial) llamaron implícitamente a la violencia. Palabras más, palabras menos, dijeron que a los indígenas ya no les quedaba otro camino (véanse las declaraciones y editoriales de esos días –septiembre y octubre del 2002-). Alguno de ellos, hoy flamante “intelectual orgánico” del movimiento postelectoral de López Obrador, festinó la decisión de la SCJN y escribió que, entonces, al EZLN sólo le quedaban dos caminos: o renegociar con el gobierno o alzarse de nuevo en armas.

Las disyuntivas que allá arriba se plantean (y que hacen suyas algunos intelectuales “de izquierda”), son falsas. Fue viendo hacia dentro nuestro, que decidimos no hacer ni una cosa ni otra.

Teníamos entonces la opción de la reanudación de los combates. No sólo teníamos la capacidad militar para hacerlo, también contábamos con la legitimidad para ello. Pero la acción militar es una típica acción excluyente, el mejor ejemplo de sectarismo. En ella están los que tienen los pertrechos, el conocimiento, las condiciones físicas y mentales, y la disposición no sólo a morir, sino a matar. Nosotros recurrimos a ella porque, como lo dijimos entonces, no nos habían dejado otro camino.

Además, habíamos hecho, en 1994, un compromiso de insistir en el camino civil. No con el gobierno, sino con “la gente”, con la “sociedad civil” que no sólo apoyó nuestra demanda, también participó directamente en nuestras iniciativas a lo largo de 7 años. Estas iniciativas fueron espacios para la participación de tod@s, sin más exclusión que la deshonestidad y el crimen.

Según nuestra valoración, teníamos un compromiso con esa gente. Así que nuestro siguiente paso, pensamos, debería ser también una iniciativa civil y pacífica.


3.- La lección de las iniciativas anteriores: mirar abajo.- Mientras la clase política, en 2001, convertía en ley su traición, en las comunidades zapatistas informaba la delegación que participó en la llamada “Marcha del Color de la Tierra”. Contra lo que se pueda pensar, el informe no se refería primordialmente a lo que se había hablado y escuchado con y de políticos, dirigentes, artistas, científicos e intelectuales; sino a lo que habíamos visto y escuchado del México de abajo.

Y la valoración que presentábamos coincidía con la que habían hecho los 5,000 delegados de la consulta de 1999 y los de la Marcha de los 1,111 en 1997. A saber, había un sector de la población que nos interpelaba, que nos decía “los estamos apoyando en esto de las demandas indígenas, pero ¿y nosotros qué?” Y este sector estaba, y está, formado por campesinos, obreros, empleados, mujeres, jóvenes. Sobre todo mujeres y jóvenes, con todos los colores pero la misma historia de humillación, despojo, explotación y represión.

No, no leímos que pidieran alzarse en armas. Tampoco que esperaran un líder, un guía, un caudillo, un “rayo de esperanza”. No, leímos y entendimos que esperaban que lucháramos junto con ell@s por sus demandas específicas, así como ell@s luchaban junto con nosotros por las nuestras. Leímos y entendimos que esa gente quería otra forma de organizarse, de hacer política, de luchar.

La “salida” de los 1,111 y de los 5,000 había significado “abrir” todavía más nuestros oídos y mirada, porque est@s compas habían visto y escuchado, DIRECTAMENTE Y SIN INTERMEDIARIOS, a l@s de abajo. No sólo la situación de vida de personas, familias, grupos, colectivos y organizaciones, también su convicción de lucha, su historia, su “esto soy”, su “aquí estoy”. Y era gente que no había podido visitar nunca nuestras comunidades, que no conocía directamente nuestro proceso, que sólo sabía de nosotros lo que nuestra palabra le había narrado. Y no era gente que hubiera estado en el templete de las distintas iniciativas en las que l@s neozapatistas hacíamos contacto directo con l@s ciudadan@s.

Era gente humilde y sencilla a la que nadie escuchaba, y que necesitábamos escuchar… para aprender, para hacernos compañer@s. Nuestro siguiente paso debería ser para hacer contacto directo con esa gente. Y si antes había sido para hablar y que nos escucharan, ahora debía ser para escucharl@s. Y no para relacionarnos con ell@s en una coyuntura, sino a largo plazo, como compañer@s.

También analizamos que la delegación zapatista, cuando “salía” a alguna iniciativa, era “aislada” por un grupo de personas: las que organizaban, las que decidían cuándo, dónde y con quién. No juzgamos si eran buenas o malas, sólo lo señalamos. Por lo tanto, la siguiente iniciativa debía poder “detectar” esos “aislamientos” en un inicio, para evitarlos más adelante.

Además, queriéndolo o no, las “salidas” del EZLN habían privilegiado la interlocución con un sector de la población: la clase media ilustrada, intelectuales, artistas, científicos, líderes sociales y políticos. Puestos a escoger, en la nueva iniciativa tendríamos que elegir entre ese sector o el de los más desposeídos. Y, si teníamos que elegir, lo haríamos por es@s, l@s de abajo, y construir un espacio para encontrarnos con ell@s.


4.- El “costo” de ser consecuente.- Cada conclusión que hacíamos en el análisis interno nos llevaba a una definición, y ésta a una nueva conclusión. Según nuestro modo, no podíamos llamar a la gente a una iniciativa sin decirle claramente lo que pensábamos y a dónde queríamos ir. Si valorábamos que con la clase política nada, que nada arriba, debíamos decirlo. Debíamos hacer una crítica frontal y radical de TODA la clase política, ya sin diferenciar (como diferenciábamos antes a Cárdenas del PRD), dando nuestros argumentos y razones. Es decir, avisarle a la gente lo que se había roto.

Pensamos entonces (y, como se vería después, no nos equivocamos) que el sector que antes siguió a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, “olvidaría” después las acciones legislativas y de gobierno del PRD, las incorporaciones de expriístas, los coqueteos con el gran dinero, las represiones y agresiones de gobiernos perredistas a movimientos populares fuera de su órbita, el silencio cómplice de López Obrador frente al voto perredista en el Senado contra los Acuerdos de San Andrés, y proclamaría a AMLO nuevo líder. De López Obrador hablaremos más adelante, por ahora sólo diremos que la crítica lo incluiría y, era de esperar, eso molestaría y alejaría a ese sector que había estado cerca del neozapatismo.

Este sector, formado principalmente, pero no sólo, por intelectuales, artistas, científicos y líderes sociales, incluía también a lo que llaman “la base social perredista” y a mucha gente que, sin ser afín o simpatizante del PRD, piensa que hubo o hay algo rescatable en la clase política mexicana. Y toda esta gente, junto a mucha más que no suscribía ni suscribe los análisis y posiciones del PRD, había formado una especie de “escudo” en torno a las comunidades indígenas zapatistas. Se había movilizado cada vez que sufríamos una agresión… menos cuando la agresión provino del PRD.

La crítica y la distancia frente a AMLO, a quien consideraban y consideran su alternativa para arriba, sería considerada una crítica a ell@s. Ergo, no sólo dejarían de apoyarnos, también pasarían a atacarnos. Así ocurrió.

Entre los “triunfos” de quienes, desde la academia, las ciencias, las artes, la cultura y la información, apoyan incondicional y acríticamente a López Obrador (y hacen ostentación de intolerancia y despotismo… aún sin tener el gobierno) está uno que ha pasado desapercibido: lograron lo que no pudo el dinero, las presiones y las amenazas, es decir, cerrar los pocos espacios públicos que daban lugar a la palabra del EZLN. Primero mintieron, luego tergiversaron y calumniaron, después arrinconaron y, por último, eliminaron nuestra palabra. Ahora tienen el campo libre para hacerse eco estridente (previa edición) de lo que dice y contradice AMLO, sin que nada ni nadie les haga sombra.

Pero el costo no sólo sería político… también militar. Es decir, el “escudo” dejaría de serlo y la posibilidad de un ataque militar contra el EZLN sería cada vez más atractiva para los poderosos. La agresión vendría entonces con ropas verde olivo, azules, tricolores… o, como ocurrió, amarillas (el gobierno perredista de Zinacantán, Chiapas, atacó con armas de fuego una movilización pacífica de bases de apoyo zapatistas el 10 de abril del 2004, los paramilitares amarillos formaron después, patrocinados por el PRD, las primeras “redes ciudadanas de apoyo a AMLO” -otro “olvido” de quienes reclamaron y reclaman que el EZLN no apoyara ni apoye al perredista-).

Entonces decidimos separar la organización político-militar de la estructura civil de las comunidades. Esto era una necesidad apremiante. La injerencia de la estructura político-militar en las comunidades había pasado, de ser un impulso, a convertirse en un obstáculo. Era el momento de hacerse a un lado y no estorbar. Pero no sólo se trataba de evitar que el proceso que habían construido (con aporte, ingenio y creatividad propios) las comunidades zapatistas, fuera destruido al mismo tiempo que el EZLN o estorbado por él. Se buscaría también que el costo de la crítica a la clase política fuera “pagado” sólo por el EZLN y, preferentemente, por su jefe militar y vocero.

Pero no sólo. En el caso de que las comunidades zapatistas decidieran dar el paso que el EZLN veía como necesario, urgente y consecuente, debíamos estar listos para sobrevivir a un ataque. Por eso, tiempo después, la Sexta Declaración de la Selva Lacandona arrancaría con una alerta roja, y había que prepararse, por años, para ella.


5.- Anticapitalista y de izquierda.- Pero la conclusión principal a la que llegamos en nuestra valoración no tenía qué ver con estos aspectos, digamos, tácticos, sino con algo fundamental: el responsable de nuestro dolor, de las injusticias, desprecios, despojos y golpes con los que vivimos, es un sistema económico, político, social e ideológico, el sistema capitalista. El siguiente paso del neozapatismo tenía que señalar claramente al responsable, no sólo de la conculcación de los derechos y de la cultura indígena, sino de la conculcación de derechos y de la explotación de la gran mayoría de la población en México. Es decir, debería ser una iniciativa anti-sistémica. Antes de eso, aunque tendencialmente todas las iniciativas del EZLN eran anti-sistémicas, no eran señaladas claramente. Toda la movilización en torno a los derechos y cultura indígena había sido dentro del sistema, incluso con la intención de construir interlocución y un espacio jurídico dentro de la legalidad.

Y definir al capitalismo como el responsable y el enemigo traía consigo otra conclusión: necesitábamos ir más allá de la lucha indígena. No sólo en declaraciones y propósitos, también en organización.

Se necesitaba, se necesita, pensábamos, pensamos, un movimiento que una las luchas en contra del sistema que nos despoja, nos explota, nos reprime y nos desprecia como indígenas. Y no sólo a nosotr@s como indígenas, sino a millones que no son indígenas: obreros, campesinos, empleados, pequeños comerciantes, ambulantes, trabajador@s sexuales, desempleados, migrantes, subempleados, trabajador@s de la calle, homosexuales, lesbianas, transgénero, mujeres, jóvenes, niñ@s y ancian@s.

En la historia de la vida pública del EZLN habíamos conocido a otras organizaciones y pueblos indios y nos habíamos relacionado con ell@s con fortuna. El Congreso Nacional Indígena nos había permitido no sólo conocer y aprender de las luchas y procesos de autonomía que pueblos indios estaban llevando adelante, también habíamos aprendido a relacionarnos con ell@s con respeto.

Pero también habíamos conocido a organizaciones, colectivos y grupos políticos y culturales con una definición claramente anticapitalista y de izquierda. Frente a ell@s habíamos mantenido desconfianza, distancia y escepticismo. La relación había sido, sobre todo, un continuo desencuentro… de ambos lados.

Al reconocer al sistema capitalista como responsable del dolor indígena, el EZLN tenía que reconocer que no sólo a nosotros nos producía ese dolor. Estaban, están, es@s otr@s que hemos ido encontrando a lo largo de estos 12 años. Reconocer su existencia era reconocer su historia. Es decir, ninguna de esas organizaciones, grupos y colectivos había “nacido” con el EZLN, ni a su ejemplo, ni a su sombra, ni bajo su techo. Eran, son, agrupamientos con una historia propia de lucha y dignidad. Una iniciativa antisistema capitalista debía no sólo tomarlos en cuenta, sino plantear una relación honesta con ell@s, es decir, una relación respetuosa.

L@s compas del Congreso Nacional Indígena nos habían enseñado que reconocer historias, modos y ámbitos es la base para el respeto. Así que pensábamos que era posible plantear esto a otras organizaciones, grupos y colectivos anticapitalistas. La nueva iniciativa debía plantearse la construcción de coincidencias y alianzas con es@s otr@s, sin que ello significara unidad orgánica o hegemonía de ell@s o del EZLN.


6.- Mirar arriba… lo que no se dice.- Conforme iba avanzando allá arriba la lucha por la silla presidencial, iba quedando claro para nosotros que lo fundamental no se tocaba: el modelo económico. Es decir, el sistema que padecemos como pueblos indios y como mexican@s, no era abordado por ninguna propuesta de quienes se disputaban el arriba, ni por el PRI, ni por el PAN, ni por el PRD.

Como ha sido señalado, no sólo por nosotros, la propuesta supuestamente de “izquierda” (la del PRD en general y la de AMLO en particular), no era ni es tal. Era y es un proyecto de administración de la crisis, asegurando ganancias para los grandes propietarios y controlando el descontento social con apoyos económicos, cooptación de dirigentes y de movimientos, amenazas y represión. Desde la llegada de Cárdenas Solórzano al gobierno de la capital, luego con Rosario Robles y después con López Obrador y Alejandro Encinas, la ciudad de México era y es gobernada como con el PRI, pero ahora bajo la bandera del PRD. Cambió el partido pero no la política.

Pero AMLO tenía, y tiene, lo que ninguno de sus antecesores: carisma y habilidad. Si antes Cárdenas usó el gobierno de la ciudad como trampolín para la presidencia; López Obrador también, pero con mayor pericia y fortuna que el ingeniero. El gobierno de Vicente Fox, con sus torpezas, se convirtió en el principal promotor y publicista de la candidatura del perredista. Según nuestras valoraciones, AMLO ganaría la elección para presidente de la República.

Y no nos equivocamos. López Obrador obtuvo el mayor número de votos entre quienes se disputaban la presidencia. Aunque no con la holgura que vaticinó, su ventaja fue clara y contundente.

En donde sí nos equivocamos es en pensar que el recurso del fraude electoral era ya cosa del pasado. De esto hablaremos más adelante.

Siguiendo con nuestro análisis, la llegada de AMLO y su equipo (formado por puros salinistas descarados o vergonzantes, además de una runfla de personas viles y ruines) a la presidencia de la República significaba la llegada de un gobierno que, aparentando ser de izquierda, operaría como de derecha (tal y como hizo, y hace, en el gobierno del DF). Y, además, llegaría con legitimidad, simpatía y popularidad. Pero nada de lo esencial del modelo económico sería tocado. En palabras de AMLO y su equipo: “se mantendrían las políticas macroeconómicas”.

Como casi nadie dice, las “políticas macroeconómicas” significan aumento de explotación, destrucción de la seguridad social, precarización del trabajo, despojo de tierras ejidales y comunales, aumento de la migración a los Estados Unidos, destrucción de la historia y la cultura, represión frente al descontento popular… y privatización del petróleo, la industria eléctrica y la totalidad de los recursos naturales (que, en el discurso lopezobradorista, se disfrazaban como “coinversión”).

La política “social” (los “analistas” afines a AMLO “olvidan”, otra vez, las grandes semejanzas con aquel “solidaridad” de Carlos Salinas de Gortari – el “innombrable” renombrado en el equipo de López Obrador) de la propuesta perredista, se nos decía, sería posible reduciendo el gasto del aparato gubernamental y eliminando (¡ja!) la corrupción. El ahorro obtenido serviría para la ayuda a los sectores “más vulnerables” (ancianos y madres solteras) y para apoyar las ciencias, la cultura y el arte.

Entonces pensamos: gana AMLO la presidencia con legitimidad y el apoyo de los grandes empresarios, además del respaldo incondicional de la intelectualidad progresista; sigue el proceso de destrucción de nuestra Patria (pero con la coartada de ser una destrucción “de izquierda”); y cualquier tipo de oposición o resistencia sería catalogada como “patrocinada por la derecha, al servicio de la derecha, sectaria, ultra, infantil, aliada de Martha Sahagún (entonces era Martita la que “sonaba” como precandidata del PAN – después la etiqueta diría “aliado de Calderón”-) y bla, bla, bla”, reprimida (como el movimiento estudiantil de 1999-2000; el pueblo de San Salvador Atenco –recordemos que todo inicia con el perredista presidente municipal de Texcoco, -los diputados del PRD en el Estado de México, hoy demandantes de la libertad de l@s pres@s, saludaron y apoyaron en su momento la represión policíaca-; y l@s jóvenes que fueron reprimid@s por el gobierno perredista de ese “defensor del derecho a la libre expresión”, Alejandro Encinas, paradójicamente, por bloquear una calle en demanda de libertad y justicia para Atenco); agredida (como las bases de apoyo zapatistas en Zinacantán); o calumniada, perseguida y satanizada (como la Otra Campaña y el EZLN).

Pero la ilusión se acabaría a la hora en que se fuera viendo que nada había cambiado para l@s de abajo. Y entonces vendría una etapa de desánimo, desesperación y desilusión, es decir, el caldo de cultivo para el fascismo.

Para ese momento sería necesaria una alternativa organizativa de izquierda. Según nuestro cálculo, en los primeros 3 años de gobierno se definiría la verdadera naturaleza del llamado “Proyecto Alternativo de Nación”.

Nuestra iniciativa debía tomar en cuenta esto y prepararse para ir con todo en contra (caricaturas incluidas) por varios años, antes de convertirse en una opción real, de izquierda y anticapitalista.


7.- ¿Qué seguía? La Sexta.- Para finales del 2002, el proyecto que después sería conocido como la Sexta Declaración de la Selva Lacandona estaba esbozado a grandes rasgos: una nueva iniciativa política, civil y pacífica; anticapitalista, que no sólo no buscara la interlocución con los políticos, sino que los criticara abiertamente y sin consideraciones; que permitiera el contacto directo entre el EZLN y l@s otr@s de abajo; que l@s escuchara; que privilegiara la relación con la gente humilde y sencilla, que permitiera la alianza con organizaciones, grupos y colectivos con el mismo pensamiento; que fuera de largo aliento; que se preparara para caminar con todo en contra (incluido el sector progresista de artistas, científicos e intelectuales) y dispuesta a enfrentarse a un gobierno con legitimidad. En suma: mirar, escuchar, hablar, caminar, luchar, abajo… y a la izquierda.

En enero del 2003, decenas de miles de zapatistas “tomaron” la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Machetes (en honor a l@s rebeldes de Atenco) y varas de ocote ardiendo brillaron e iluminaron la plaza central de la antigua Jovel. Habló la dirección zapatista. De entre ell@s, el Comandante Tacho advirtió a quienes apostaban a la desmemoria, el cinismo y la conveniencia: “Se equivocan, sí hay otra cosa”.

En ese momento, aún entre la sombra de la madrugada, la Sexta Declaración empezó a andar…


(Continuará…)


Por el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN y Comisión Sexta.



Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Agosto-Septiembre del 2006.

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