Julio López
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Tiempo, Caos y resplandor de lo vivido
Por Orlando Guillén - Monday, Oct. 30, 2006 at 4:23 PM
floresdeuxmal@yahoo.com.mx (Casilla de correo válida)

Este texto es el prólogo a mi edición de la "Obra Completa" del poeta valencianno Francisco Seguí (1944-1994). Su inclusión, que aparece mutilada, en "La Estampida de los hipócritas" me obliga a ofrecerlo entero

Tiempo, Caos y resplandor de lo vivido

Orlando Guillén





La oscuridad de pronto que hace posible el resplandor de lo vivido nos cierra el párpado solemnemente: rito que la muerte rinde en préstamo a la vida, nos apaga la armonía del ocaso que reluce conforme a la belleza: la muerte, último caos del orden humano que siendo de cada quién repercute por amor o por odio en la máscara sobreviviente de los demás. Hay muertes propias, y hay ajenas indiferencias. Música turbia del osario común. La muerte del poeta es relativa: muerte de paso que habitó un espíritu. Eso que no es consuelo pero queda como tiempo estanco por un segundo una poca de mar en la cuenca de las manos, es recuerdo, es obra y es vida. La flor negra del caos y el tiempo en la solapa, resplandor de lo vivido en la memoria, y no más digo de la muerte de mi amigo, de mi hermano Paco Seguí, ahora que enfrento la evidencia de sus obras completas, sinfonía a trancos inconclusa. Paco escribe esto: “El Caos vendrá después de varios siglos/ cuando el que prolonga el ser perfeccionado hasta la delicia,/ le devuelve el rostro a la delicia/ con látigos y fósforos que tiemblan”. Y también: “vendrá el Caos,/ este vacío irreprimible,/ horrible desazón enlutada en los viejos refranes desacompasados, y diremos que sí/ a todas las bárbaras plegarias rezadas en silencio,/ porque no van con nosotros los crímenes del hambre y de la guerra.../ dos tres siglos de eróticos sentimientos sobre la tumba de los desconocidos,/ algún amor profano con la margarita de los colores estériles:/ helados y pretensiosos discursos/ para alimentar los senos de las parturientas más delicadas, un abucheo de ayes corrompidos/ y soñar,/ tapados el tímpano y el cerebro,/ soñar,/ colorear de besos los esqueletos vivos de los asesinos”. Así la poesía de Paco Seguí entra en el tiempo o en los siglos por la vía del Caos, de un modo diverso al de José Revueltas (itinerante espiritual mexicano de experiencia al mismo tiempo cercana y otra a la suya: “En el principio había sido el Caos, pero aquel apacible sortilegio se disipó y la vida se hizo; la atroz vida humana”). Para Revueltas el Caos es principio, origen. Para Seguí es futuro, fin. Mas desde lejos emparenta la aventura conceptual el hecho indudable de que ambos se expresan desde el interior bullente de la atroz vida humana. Para el uno tanto como para el otro, la condición de la atrocidad define la vida humana, y en esa medida son autores-límite, y, por ello, el Caos es concebido por los dos como dimensión tiempal y no solamente espacial. Fin y principio se tocan aquí además por el extremo de la utopía. El Caos de Revueltas es (apacible sortilegio) utopía del origen; el de Paco, utopía de la ruina, de la destrucción total bajo los escombros del poder que la atiza; beckéttica utopía de fin de partida. El terrible espectáculo del mundo y su reducción esperpentacular a la infamia en ejercicio del poder y los sistemas de vida impuestos sobre la especie, llevaría a Paco a la noción de la indolencia como categoría de la tragedia en su madurez, pero en los encabalgados, sostenidos poemas de Prohibido amar las cucarachas (1973) que, después de la intentona principiante de La carne y el verso (1969) , es su primer libro notable (y que en este lugar me sirve para procurar el establecimiento de una poética), ese sentimiento no existe todavía ni siquiera como ente abstracto (lo que significa que la indolencia como concepto es producto de una meditación y de una evolución espiritual del autor); y en esa razón no ostentan rayas de desencanto sino estrépito de rabia aparentemente baldía que la poesía revierte floreciente en rosas de sangre coagulada. Algo prójimo a la estética del odio, desde la sabiduría que se expone práctica de que en un mundo como el que vivimos (signado por la rapiña, el hambre, la guerra, la bursatrapía...), las cucarachas han prohibido literalmente amar. Esto supone, ya de entrada, en esta poesía, una defensa del amor (en términos contemporáneos como en los de Shakespeare sostener con la muerte y con la vida el derecho al amor) y mucho más acá y mucho más allá que su mera glosa, boleada que lustra a tantos falsos amorosos y que, cómo no, salpica. Escueta, pues, y apuesta la propuesta primigenia del título de este libro, su disposición sintáctica lo implanta en la diálectica del doble sentido y en el juego de oposiciones entre el sujeto y el predicado, más que en la lógica inerte de la ambigüedad. La ambigüedad no es rastreo, búsqueda, movimiento (razón humana en movimiento; belleza humana en acto): es estática en el azar y en la circunstancia, atole con el dedo de la metáfora. La poesía de Paco Seguí no es ambigua sino contundemente espiritual, sombríamente vital, amorosa en acecho y cuajadamente conceptual. El cuerpo y el amor delicadamente se enlazan: forman líneas y espacios: ámbitos huecos. Sus presencias vivas adorables son exclamaciones malditas: la historia, la piedad, lo sagrado. Contra ellas El Otro se deslinda. Tres términos que la muerte convoca alucinantes elevando en el hombre el rito a la grandeza. Así el dilucidamiento de un arte poética en esta obra de madrugada, que será base de largo alcance por evolución de espíritu y por voluntad de estilo, impone exigencias oscuras de difícil asunción, porque no es suficiente con comprenderlas ni bastan para el propósito complicidades elementales. Es más: esta obra rechaza las complicidades. Su destinatario es la lucidez, la conciencia, la atroz belleza de la especie, y aplasta con pata ciega el dictum de las cucarachas. El lector ideal de esta poesía es poeta de por sí o será poeta en Utopía. “Asómense al pétalo veleidoso/ De un temperamento humano/ A su intranquilidad/ Yo los invito a la inquietud/ A la violenta posesión de los seres amados/ Al cianuro siempre dispuesto de una ofrenda grave/ Al dolor despellejado de cualquier ornamento inútil/ Al orgasmo que transporta la música/ A la abierta oposición del presente”. Y, 1) “Yo les invito a perderse en el sexo”; 2) “insatisfechos el numen y la vida yo les invito a la hostilidad”; 3) “Yo les invito a la soledad (donde uno puede seguir siendo ninguno)”; pero, por encima, 4) “Al humano animal que prende fuego/ En la tierra seca a la hojarasca/ Al solícito vivir de una chispa humana/ Que devora soterradas raíces/ e incendia relámpago un cuerpo bello/ más bello aún que su hermosura”. Sobredosis de poesía total en reclamo al ser y a la conciencia en activo de los días para cambiar con la vida la vida. No en el sentido adolescente de Rimbaud, que permite salvarse sino en el ejercicio de la poesía implacable en todas y cada una de las edades humanas que nos sean dadas, trayectoria erizada de creación y vida que Paco siguió hasta la muerte. Se trata, y es rayón en esa línea, de un planteamiento de forma y contenido que da sentido a la vida cambiando la hermosura, la pisotees o no cayéndote de borracho de bruces entre la uva en flor. A propósito: El sentimiento me hace menos sensible. Un bosquejo de elegancia por todo lo alto. ¿Deslumbraríamos al entonces pretendiente del mar? Durante un tiempo un engaño sin nombre y el escribir locuras donde no llega el cerebro a serenarse, a pincharse o destruirse: PROHIBIDO AMAR LAS CUCARACHAS Y ANIMALES ARÁCNIDOS. Un trozo de madera recién pintada para no resolver nunca nuestra íntima situación y los brazos tendidos que me imagino lanzas desconsolada, presta nunca a obligarte a ver las cosas con un sentido nuevo, una machacotada de azafrán para una boca linda, un cuerpo hermoso con el que destruirse, anegarse, tumbarse, desoírse, calentando algún trozo de papel para algún desconocido donde no hay nadie pero se presiente, que es y que al mismo tiempo no es, de ahí su presencia irracional maravillosamente irracional, lúcida ingenuidad de temblor y chispazos ilusorios avasallantes por su poder abstracto, pero que indudablemente existe, delante del cuadro contemplación de un nacimiento nuevo donde la imaginación, sólo la imaginación puede redimirlo, crearlo: un artista recogido y asesinado por su misma índole de asceta, al estupidismo de la ignorancia. Sobrada región flotante para no entender el qué y el cómo Y NO ME DIGAS QUE ESTÁS TEMBLOROSA ni esas lindeces de niña sentimental porque a uno le están cayendo las telarañas de los ojos y no verá más ni sentirá más, ni escuchará más el gemido de aquel moribundo lento en reflejos, cortado, indolente, escapándose un hilillo de materia gris por la herida de una uña, y resucitará recién alimentado PROHIBIDO, explotado con calor y una pequeña cicatriz en los cartílagos: una de dos, o tres, o uno que estuvo allí y no le vieron nunca. Estos versos de Paco sí que valen bien su prosa. A lo que ya ha quedado dicho, vienen a desplegar una poética programática o mejor sarcásticamente poemática, ambas inclusive, que se resuelve en una teoría de la poesía. Esta teoría se desprende de un poema de amor: lúcida ingenuidad de temblor y chispazos ilusorios avasallantes por su poder abstracto, pero que indudablemente existe, delante del cuadro contemplación de un nacimiento nuevo donde la imaginación, sólo la imaginación puede redimirlo, crearlo: un artista recogido y asesinado por su misma índole de asceta, al estupidismo de la ignorancia. En el centro del vuelo reposado donde convergen todos los sentimientos letales: el amor y el vanidoso instante en que se vive, la profecía del Caos siempre a un paso del amor y su perversión varicosa y bajo control por las imposturas religiosas y morales, cubre el espacio extracto y metaforme del tiempo con verdura de la era humana y música entre el síncope y el grito: música tótem, música de mito. La poesía de Paco Seguí mana y mama de la raíz del tiempo con variaciones de música. Es la sangre mortal del siglo XX, las horas a cuchillo. Por eso recuerda desde otra perspectiva la teoría de la poesía como insurrección solitaria en Carlos Martínez Rivas (a la cual alude, y uno de sus temas que fueron grandes cuadros: la mujer de Lot) o la teoría de las edades en la muerte que se desprende de la práctica poética de Joan Vinyoli, dos poetas simultáneos y al mismo tiempo lejanísimos pero de espíritu tocayo en tantas otras cuestiones del espíritu. Proceso de lucidez por otro lado el mismo: si música es el arte de bien combinar los sonidos y el tiempo, según el breve agravio de Hilarión Eslava que prescinde de su sentido humano en mérito de pie de piedra al eros pedagógico, habría que ahondar en cómo en Paco el tiempo es música humana. El paso de los días tiene en su obra créditos ostensibles en la meditación liberadora del catolicismo y su extensión en intención: el cristianismo (en todo caso apenas referenciales en Prohibido amar las cucarachas, pero que tendrán base por altura sobre dos en la espléndida novela Pátalo -1984- y en De Anima Vilis), mas su sostén sin duda en el sonido pando del idioma como crepitar de leños en la aurora: meditar en el remanso del lago me abre el apetito del amor como otra operación sin sustancia del sonido por una curiosidad emocional que relame el pubis y crea la parábola. Correría todos los peligros de la deformación si orara la quietud o hiciera de la contemplación un simulacro de experiencia. Contemplar es una experiencia relativamente pasiva. La experiencia como se entiende en el verso es el involucramiento directo en los hechos humanos de la vida: es acto, y estricta protagonía: ante todos, y en privado: su dimensión es ética. La vida por encima de la contemplación de la vida, sin que a la otra la una la niegue. Pero es falsear la realidad, correr todos los peligros de la deformación hacer pasar la contemplación por experiencia directa: es montar un simulacro de experiencia. Poesía que prima la vida por sobre las formas de contemplarla o incluso de expresarla, porque poesía y vida integran o son el ser dual, tronco de la eternidad y de la muerte, del sueño, de la finitud del sueño y de la infinita finitud del amor. En una historia de vida que toda una poesía sostiene, no nos une el amor sino el espanto. Poesía de agresión y estertor, de ternura y sarcasmo de las masas de gris blanco y vivo en vuelo de las gaviotas que la surcan: Sofía no puede desnudarse más que los senos redondos bronceados y no tiene más que contarme: la ermita de sanmiguel, el sacromonte no serán sino paisaje donde poder reírse de la intensa llamarada de la vida. La indolencia aquí es omisión, deshonra, entendida en oposición al ejercicio directo de la vida. La indolencia literal convencional no cabe en la concepción de la poesía de Paco, de manera manifiesta en Prohibido amar las cucarachas: aquel moribundo lento en reflejos, cortado, indolente, escapándose un hilillo de materia gris por la herida de una uña, resucitará prohibido, explotado con calor y una pequeña cicatriz en los cartílagos: eso así sostiene uno que estuvo allí y no le vieron nunca, elegante esteta y poeta de la vida que se escurre en la sombra sin dejar no más que obra. Paradoja de la preindolencia en la poesía de Paco: si alguien resucita, no está prohibido resucitar, y ese alguien no puede resucitar prohibido. Paradoja y sarcasmo, como vindicar para la vida al nacidomuerto. A menos que el resucitado sea el poeta mismo, cosa nunca remota, y también paradójica. Sea como fuere, establecido un arte poética, un instrumento de indagación y escrutinio de la vida y del sentido de la vida desde una ética de la muerte, era natural el surgimiento de un proyecto poético de vida en las dimensiones cósmica, espacial y tiempal de profundas y melódicas incisiones humanas: el caótico ciclo De la presencia al estallido, donde el caos cobra la forma de estructura: resumidero de libros que no son más que la línea de su título (Embriaguez de sombra, Mundo estupidera, fechados en 1980 y 1988, respectivamente, y publicados en México), pero al que pertenecen entre éditos y póstumos que esta edición recoge Avara presencia (1980), Poemas del indolente (1978-1986), Octubre nunca pasa (1992; aparecido en 1994), De Anima Vilis (1988; aparecido en 1992), y al que corona sorprendentemente la sorprendente novela Pátalo (1983-1984), a pesar de su data. Aporta más caos a este orden el hecho de que apareció primero el libro segundo del ciclo (Avara presencia) y, el colmo, el epílogo (De Anima Vilis), mientras el cuerpo central ciclópeo permaneció inédito en vida del autor . La noción de la indolencia como categoría trágica está íntimamente ligada con este ciclo. Se desplaza en un arco que va desde 1978 hasta 1994, y puede decirse que toda la obra de madurez de Seguí es producto de esta miradura, lo que confiere a Avara presencia relieve de autonomía transicional y factura y textura circunstanciales. Pero quizá, como quiere Salvador Espriu , toda poesía sea circunstancial. El título remite a la poesía, cuya avara presencia se produce después de pródigos tramos vitales de sequía creadora. Pero debe entenderse también como una definición personal de la presencia de la poesía en este ciclo, porque a pesar de sus singularidades azarosas el libro pertenece a él: es más, en la práctica arranca con este libro. Entonces pues aparece la poesía como muñón avaro y no se desparrama generosa: más bien tensa, densa, contenida hasta el chicotazo manco, el estallido. Esta definición conlleva la angustia del creador, más allá de la desesperación estéril. En términos generales Avara presencia es un libro temáticamente circunstanciado, avaro de su límite, a su pintura hermético, intenso en amor de sombra y contraluces y escrito en contrapunto músical al diapasón a tragos de Prohibido amar las cucarachas. En contrapunto, digo, no en oposición, pues este dominio ritmal y melódico es una extensión y una consecuencia de la respiración diríase prosódica de las tajadas confluentes versarias y prosaicas que acompasan y desacompasan al libro anterior. Se podría especular aquí, a la luz de que el autor lo ostenta como libro segundo De la presencia al estallido y al inestimable aguijón titular, si, en un momento dado, Paco Seguí no llegó a pensar (aunque no lo haya dicho o acaso asumido), que Prohibido amar las cucarachas fuera en realidad el libro primero. Ello daría a la totalidad de su obra (si exceptuamos su aprendizaje), un carácter unitario cuyos movimientos de espíritu caerían en su conjunto dentro de un solo ciclo vital de creación. Puede leerse así, ahora que ya es obra acabada, pero ciertamente no fue tal la voluntad expresa del autor y Prohibido amar las cucarachas merece extrapolarse autónomo y claramente representativo de la juventud del poeta. La música en Avara presencia adquiere perfiles estrictos pero no necesariamente escandidos: son golpes de oído que pueden o no rayar la perfección (el gusto por los rompimientos súbitos, raras veces bruscos permanecerá en Seguí hasta el final), e incidentes melódicos de respiración que obedecen a impulsos de espíritu: “Alas. Blancas, rojas, negras alas/ Negras y rojas. Alas blancas. Rojas./ Un eco, un atisbo, ¿quién goza? Aquí,/ Acaso el cuerpo grita o pide y no se/ Espanta. Piedras en abanico/ Las contiene. El gozo temporal/ De la mirada, el gesto, los contiene/ Con crueldad a pedrada y a tierra./ Levanta el vuelo y el humo de las/ Campanas y el aliento de las alas/ Negras y rojas y el aroma blanco/ Eyacula la efímera insistencia/ La calma auroral de la voz herida”, es una muestra donde el deca y el endeca sílabos se dan la mano fugaz mientras se cuela uno de doce que, al encabalgarse con el verso que le sigue mantiene sin embargo el juego rítmico y melódico: Acaso el cuerpo grita o pide y no se/ Espanta... Este hervidero lúdico, por lo demás, cubre el movimiento, el sonido y el tiempo de Quinta naturaleza, la serie de cinco poemas que abre el libro. Pero “Se queja la otra mitad/ Del agua de mi sangre.// Han callado la fuente,/ Han cortado su dorada cabeza/ Y la han dejado caer/ En un pozo sin límites./ Atentos esperamos/ En silencio/ Un dolor hilarante o un golpe/ Seco”. Extraño a las veleidades de la autocompasión, el poeta enfrenta la ascensión física de la muerte propia en su propia madriguera: el cuerpo propio; testimonia allí, pero no queja: el espíritu espera un dolor hilarante, un dolor para cagarse de la risa, no para sufrirlo, pues toda introspección es conocimiento abstracto y revierte en realidad concreta: la muerte es permanente, diaria, y es más sabia la burla si se crece al castigo. Enfrente está el asedio, la guerra sucia de las imposiciones y los condicionamientos de las fórmulas opresoras: “Cruje la espuma:/ Un aroma húmedo reposa./ No sabes de qué color/ Te matan”. Porque es “diente de ti lo cósico”. El tiempo se dilata si”"se explosiona/ Hinchándose sin alas/ A la orilla”. En este libro, “Acartonado te inoculan/ El interior del espanto”, y en él el cuchillo contracatólico se hunde en carne de excrementerio, adquiere identidad material:”"La larga marcha de peregrinos sórdidos a envenenar/ De verde, sus diminutos puntos, la ancha plaza/ Del vaticano como otras plazas y plazas de columnas vastísimas/ Donde palomas blancas y grises pavonean la espera/ Del balcón romano, la salida en punto del monarca/ De dios, el hierofante alma contoneándose/ En oro y plata finos hasta los pies de lechuguinos oros,/ Zapatitos diamante y báculo de escarcha,/ Escarcha roja que dora la inhumana riqueza/ Y la humana miseria que lo adora”. Desnudo a pie gritando la misma intensidad, el autor se decanta por aquello de volar (pero son pocos) y la avara presencia poética se expresa en el límite de lo humano como “Un pensamiento acorde/ Al son/ O al grave son su música/ A modo de pétalo caído”. Mas inmediatamente, a libro seguido la indolencia es agonal. Los poemas del indolente son agonías en actos, en actitudes, inteligencias y sentimiento; pero son agonías sarcásticas. Sin embargo son caídas profundas, y llevan la burla adentro, porque el espíritu de la vida no muere a la primera agonía. Y menos aquí donde la agonía se apaña instrumento de trabajo. Una meditación constante sobre la poesía y sobre la servidumbre a la poesía rinde y cosecha: la agonía de la puerta de todas las llaves y ninguna; un modo de entrar manifiesto por la Reina. “Y sobre todo aquel, recuerdas,/ Que me detuvo los ojos/ Por otear el inmenso/ (Sam Peckimpah)/ Trallazo de la muerte./ El que me devolvió/ A los orígenes/ (Ojos también la nada)/ De mi indolente páncreas/ Agónico”. Transvase de la agonía física al llano espiritual: conciencia de una muerte concreta, dependencia de esa muerte al margen de cualquier otra posible; cultivo de esa muerte; amor, odio y ética de esa muerte; sujección involuntaria a esa muerte... Agonía del acontecer, del tiempo, del suceso diario que, oscuramente, con la lucidez de la propia muerte puesta desarrolla un propósito de vida poético desmesurado, simultáneo, liberador, conceptual y espiritual, como es un hecho toda poesía. De una muerte cierta una poesía del vértigo tranquilo y lejano, pero profundo y sombrío, acaso desconcertante en la intensidad de sus tonos de amor, sarcástico con todos y con todo, y con el autor mismo por supuesto; una poesía cínica e incauta en su ingenuidad; una poesía que va de la (avara) presencia al estallido. Averosímil destino el de Paco, que supo cumplir como un hombre de la poesía, hasta el límite de la vida aullante que llamamos muerte. “La Amanecida/ Cuando el agua comienza de su volumen abisal/ A destruir/ Corazón de la marea/ Un remoto sentimiento de impotencia/ Anega devorándonos: trepanación/ De un universo alimentándose/ De alevosos homicidios en cadena/ -A medida que el agua te cubre poco a poco-/ Inoculan,/ Cuando todo es silencioso y siniestro,/ la siembra del amor,/ Desde la cósmica inmensidad que nos arroja”. “Sólo un vasito de agua/ Cuando te querían poseer el sentimiento/ (El escondido)/ En medio de la cópula/ (Gato ella/ O perra la costumbre)”. Acababan de sacar dos lagartijas de las orejas del tembloroso delincuente: el que voló misántropo su pascua a pesar de tu vómito, y esa miseria posiblemente sea una vaca, un cerdo, y hasta se nos hubiera podido escarnecer sin delito, incluso se nos hubiera podido ahorcar, o agarrotar, o fusilar sin ninguna malquerencia, sin odio, sólo por capricho, un capricho ancestral como un vahído. La noción de la indolencia es fruto de un cruce semántico, también: proviene de índole (en el sentido de ser, que en Paco reduce la circunstancia óntica, y así la amplía, a ser poeta); de dolor (que al ayuntarse con la primera da a luz los verbos gemelos indoler e indolecer; el primero extensible a la doble índole del dolor en términos físicos y espirituales, y el segundo expresión de un estado de ánimo espiritual que participa ya de la indolencia como categoría trágica creadora, y asienta noticia matriz del poeta cuando sucumbe a su encanto y crea la poesía. Indolecer; Indolencia: índole y dolencia). Saltan de este modo a la luz de la Noche los Poemas del indolente (1978-1986), de los cuales ya he adelantado una probadita de gloria. La indolencia de Paco no es pues una desestimación del mundo y de la acción ni mucho menos la huera despreocupación que desemboca en parálisis sino un modo de ser poeta, una vindicación del ocio creador y su ejercicio por obra. Este modo es desolado y aparece enfrentado directamente (y a veces por la mera nominación que se externa en rechazo) al poder en todas sus manifestaciones y a la mierda en activo del mundo. La agonía como instrumento le imprime su carácter trágico (correlativo al equivalente físico exterior que el poeta soporta) a esta miradura poética que, a partir de este libro y hasta el último (Octubre nunca pasa, 1992) dará sostén a su apuesta creadora. “Porque ella dormía con los ojos abiertos/ Y soñaba con los ojos abiertos,/ Y no acababa la desazón del pánico/ Y su bestia prolífica. Debías haberme llamado para joder/ Aunque de aquello saliera, también,/ La desinteresada, haciéndote el amor vacío de tu muerte,/ Aquella noche verde de la nube, embebido/ Al agujero matutino, después:/ Que no debe el amor,/ Que se nos moja,/ Que nos empapa enorme,/ Que altivos, congruentes, vosotros/ teneis pánico, vosotros/ Vivís pánico/ Porque no teneis materia suficiente que pese más que el tiempo”. Esta es la penuria del asceta que come para defecar resurrecciones (el ser poético de Paco es propenso a ser ascético), es como el pasado un cubo de cenizas. La ascesis que sustenta es solitaria en la creación y estricta en su vuelo de espíritu, pero no es mística ni supone rémora católica ni vocación de claustro. Es más: la encendida espada cantante troza de canto contracatólica el aguayón aguañoso de esa res pública: “Y lúdicamente/ Te indoleces y prestas al recuento/ Y los demás te adoran donde el hueco hace/ Vientre del orín y donde el sacro espera/ Otra artrosis y cantas:/ Me agriaron escoliótico y fingido,/ Bésame,/ Babéame y romperé el silencio y seré/ Desde todas las noches aquel,/ El que mesuraba la paciencia y el miedo y que dijera:/ No me soporto más allá e indefinidamente/ Hasta toda la eternidad católica del alma/ Y del prepucio”. Esta poesía oficia ahora el ritual escatolúdico en verbo de vida y muerte, sacude el panal jediondo donde se embijan zánganos y reinas y obreras: A la fiesta opípara de toda vuestra mierda: aquella presencia a la sombra del eucalipto son crepuscular huraño y colérico, abriéndose de costal a costal, empedernido centinela de niebla, acurrucado y tembloroso para el pánico y el terror de todos defe/Cándose, empecinados a ti: El honor, la nobleza y el orgullo a la huida de alondra, madrugada; a la caza de alondra, madrugada, y despierta por el frío, el miedo, acusándonos más tercamente aún (que hubiera estado dispuesto a dispararme). La muerte de la vida tan próxima (aunque llevara un ramillete de violetas). La muerte de la mierda tan próxima (recién arrancadas de toda vuestra tumba). La sangre de la vida que os espanta. Un ramillete de violetas recién arrancadas de vuestra tumba perfuma la forma de no ser sino un ocio. En los huesos de la tierra han dejado tu ser. Todos los sentimientos abiertos de la carne: mismo ser de otro ser sin agua provocandóos, elementos de vida en los lindes de la muerte que dan entorno a la soledad: incendio de desnudos. Allí, odio es lo que barrena al cisne. Evidentemente, otra es la música que se puede amedir, denombrar si estamos ebrios. De Anima Vilis (1988; publicado en México en 1992) es un alegato conceptual lírico contracristiano en dos tiempos sucesivos: el del desembarace por enfrentamiento directo del lastre del cristianismo, y el de la expresión abierta de un espíritu libre, antecedente por tanto de Pátalo como libro publicado aunque este sea de 1984, porque permanece inédito hasta esta edición. Esto vale para el lector, por supuesto, no para el autor y un reducido monte chapeado por sus amigos y demás prójimos con acceso. Estas paradojas aparentes están en la estructura del caos de De la presencia al estallido. Poemas del indolente, Pátalo y De Anima Vilis de algún modo son simultáneos, sin duda contemporáneos e hijos de un mismo semen creador tiempal. Los dos tiempos del poema responden a dos plásticas distintas: la primera se expresa con la imagen de quien cuelga de la soga, incómoda postura por lo menos para la prédica, y hasta donde lanza (en el desierto del espíritu que se sacude), desde donde desgarra, ubérrimo su grito libertario; la segunda construye un paisaje espiritual móvil en cuyos espacios, asistido por las “almas” de sus amigos, la del poeta se dirige a sí misma y al espantajo enquistado (todavía) en ella: el guiñapo cruento y pío impuesto en la conciencia de la infancia. Ambas plásticas son únicas, mas ubicuas. Habría sido una pantomima si no hubiera, de aquellos que asistimos abiértonos el ánima. El cristianismo es inhumano por exigencia y castrante por imposición, y en todo caso inmovilizante en su condición rígida conductual dogmática. Las nociones de culpa y de pecado, extrañas a la libertad del espíritu humano (viejas grandes culturas como la maya o la azteca no tuvieron primero que metérselas y luego que expulsarlas para poder crecer en libertad de espíritu y por eso de creación) y enemigas; el juego de enanos (que) oferta y demanda premios y castigos; la caridad, la esperanza y la fe... pastan por una ética equívoca, interesada. ¿El tráfico del más allá ofrenda corazones humanos al Padre Sol? La culpa y el pecado originales chocan con la inocencia original de la libertad. La universalidad incuestionable de la intolerancia. No prohibirás a la mujer de tu prójimo. Y el arrepentimiento “(¡Que era así, desgraciados!/ Que padecereis ignominia, sodomía, justicia y castigo/ Públicos e ímprobos/ Y todo se andará o se avendría con su Verbo elocuente contra todos,/ Porque está contra mí el que no quisiera estar conmigo)”. “¡Que os arrepintierais! Porque vendrá el día”. El arrepentimiento, a pagar con la cartera vencida. Gloso y esta vez advierto por la primera cuarteadura plástica: Esas fechas indecisas que van de boca en boca envenenándonos el ánima, que de tan vagas e inconclusas y al mismo tiempo tan terribles, se te estremece el corazón al conjurarlas y las quisieras apartar, pero son tinieblas que te espantan por el puro miedo de estar pendiente, pendiendo de su soga, dependiente del qué piensa de ti; desde su soga, sometido a los latidos de su sangre; desde su soga, obediente de sus consejas (que te dejarán huérfano, sin herencia seminal); que no podrás asistir ni a tu muerte propia, porque ya no eres tú sino de El, desde su soga). Y desde esa soga cruel e intolerante te impondrán el contubernio de ser tú -o desde él y de ellos- y lo decretarán y lo escribirán Ley. Y al ramalazo de tu grito te habrán roto la boca. Y así por este calvario licencioso, la recompensa eterna ayudará con tu equipaje y se hará ardua, y te pesará como una rueda inmensa sobre tu espalda efímera. Y cuando se pende o se ha pendido desde su soga, el sujeto víctima se deslinda y despoja, y lo que es prenda de alegato lírico propiamente es lo que sigue y acosa rémora a rémora, y con lenguaje de imagen subrepticia airado: no en voluntad: porque “la voluntad es una ley de que se sirven para doblegarnos, y tú ya has sido afanosamente voluntario”; no en consentimiento: porque “consentir es esa vaga paciencia impuesta que te oponen a morir, y tú ya eras consentido por indolente”; no por miedo: porque el miedo es esa inseguridad verde que resbala violeta por tu cuerpo indeciso, y tú ya eras miedoso desde que ese fantasma te buscara en insomnio espeso y envolvente y lloraras casi todas las noches del mundo; no humillado: porque esperas consejo de un humilde “que te humilla por esa misma delectación que es el humillar al humilde hasta que ya no puede más y desaparece”, y “tú ya eras humilde y voluntario y consentido por indolente”; no por caridad: porque esa obligación ajena de pedir “se ha convertido en su vergüenza propia de robar”; no por mérito: porque ¿quién merece algo, de alguna cosa o de alguien? O ¿quién no merece algo, de alguna cosa o de alguien. ¿Qué idolatría tan asquerosa es esa de haber o consentir merecimiento o no (que con la negación del merecer también es asqueroso el poder serlo); ni mucho menos arrogante: porque ese arribismo tan sutil y deferente “nos empaña la boca y aún los ojos de tanto repetir el soliloquio: Yo soy yo y soy un único e intransferible, y mi propia muerte, y mi propia vida”. Los espacios astutos del paisaje de espíritu son diversos en el poema y pueden ser íntimos y abstractos pese a la presencia real de los lugares que se nombran, y paisajes de puro espíritu, absortos en la pureza. 1): Y recalcitrante que era que ni siquiera tuvo valor de enfrentarse a las civilas que de pasada se le quedaban mirándole la entrepierna por si volvía a las andadas. Y eso que estuvimos no ya dos sino tres: uno en Calonge, otro en Calella, otro en Barcelona avisándole que de cuajo arrancaríanle las turmas por si acaso se le ocurriera pavonear su sensibilidad primigenia, la más insólita, y no quejó tampoco de sangría. 2): Y taciturno paseábase desde lo de arriba a lo de abajo aún sin ni siquiera notar las cinco presencias, insaciables cinco ánimas ayunas que impedíamos nos lo arrebataran, por si acaso se escapaba buscando una otra sexta que llegó agorera desde Baires, y él anduvo cecijunto e insolente, tanto que no quiso gritar cuando sus cuencas aún hilaban un hilillo de sangre y nuestro escrúpulo. Y, 3) Y por si fuera preciso atarlo otra vez a la placenta, vino la quinta ánima desde Acayucan, y a la vez, así pues, que a la primera yo sí estuve y el otro y el otro, más el de Ligure, y fuimos cinco después; así estuvimos en enredadera voraz platicándole las cuarenta al mancebo de nuestras ánimas, hasta desternillarle de un boquete la sien, recién perforado el lóbulo interior de su memoria. Una encerrona a muerte de amigotes y compinches poetas con el mancebo de nuestras ánimas y la cabeza titular del cristianismo en el cuchitril implacable y desolado y desierto de la conciencia, es y da el clima en la sombra. La vida ensoberbebe humildad y orgullo, gallos puque, chorreante de sangre y muertos y hecatombes y amores a la segunda caída de Dios Hijo, a la primera de Dios ante la avara potencia. El cristianismo es históricamente la crónica hipócrita criminal de un atentado fracasado, la apología de un fracaso en términos filosáficos, y a modo de teatrino de la crueldad un baño de sangre y miedo a galope de siglos de jamelgos de oro tirados por travestis del ropón ritual. Al advenimiento de La Matancera, la poesía es la verdad que existe, porque es materia y es sueño la belleza. La verdad y la belleza. La poesía infinita en la multitud de la especie finita y sucesiva. Octubre nunca pasa (Anotaciones, Clínico, Poemas) es poesía (misteriosamente retoma algunos poemas anteriores que Paco transcribe indolente sin modificar más que el contexto, lo que les hace cobrar nuevo significado o vida nueva, y que el lector de poesía reconocerá cambiados por la circunstancia al tropezarlos) desde el umbral conciente de la muerte: su nombre lo indica; eludo la metáfora de la anecdótica. Esta homicida, resentida sombra de logreros que especulan sobre la escasez y la miseria: La rata. Ha visto al dios de las ratas. Anhelante hocico, ojos, cerdas, negros, rabo, rata succionaba hocico el niño muerto a dentelladas, anhelante, ojos, cerdas, negros, rabo, rata, en presencia de la puta madre. La enfermedad poco a poco terminal como en suspenso, y la mente y la imaginación en delirium tremens de la borrachera de la muerte. O en el alucine. Y en la fiebre siempre. La división en "Anotaciones", "Clínico” “Poemas" no es jerárquica pero baja de la jerarquía de la alta gloria pues comparte de un mismo envío de impulso creador, y es útil para agilizar y amenizar la densidad del sobretono moridor del conjunto poético, como la noción de exogamia me sirve ahora para dar registro de una presencia permanente en la obra de Paco: el erotismo, que en él va de la celebración de la presencia a la necrofilia o el estallido de la imagen: “Cuando se oye la zumbalera, sonido que zumba al pasar el aire por el interior hueco de un hueso humano, entonces los machos se lanzan en busca de hembra para depositarse. Y ellas, también, oída la zumbalera, corren abiertas al encuentro del nuevo semen inaudito, extranjero y fantástico”. No es de la intención de este prólogo autónomo a las mancas que lo escriben, hablar del erotismo en esta obra, pero da de él rápido registro, y a las puertas de la muerte. Esta folla en la Tierra ha hecho posible la Humanidad. Leído de un libro sagrado. Se ha dicho algo en torno a una supuesta alineación paquiana en el plantel titular de Vallejo, con quien comparte muchas cosas, pero a cuya experiencia espiritual no es afín. Diré que Vallejo es poeta del dolor y Paco es poeta trágico, y con esa sustancia de espíritu me callo de esto. Hay rasgos de estilo y como tales merecen breves individuaciones: la ironía, al acecho en esta poesía. El sarcasmo y la rabia. El metafiling del miedo. La proclividad hilarante de súbito en la tragedia. Los peculiares abalorios del juego de palabras. Pero aquí estoy hablando en términos generales: esto es un seguimiento a la evolución de la humanidad lírica de la obra ya completa de Paco Seguí. Y en el caso de Octubre nunca pasa la tragedia cobra caracteres de conciencia. Conciencia y lucidez que son relámpagos entre los desgarrones del delirio, la poesía pisando la raya de la locura, el placer sombrío de lo macabro, raras reminiscencias de Goya, La Elegancia Esperpentácula de Valle Inclán. Aquí está vivo el horror que pintara Revueltas en su visita al leprosario de Guadalajara en México: en este hombre como en aquellos de que se habla hay conciencia de la enfermedad. Aún cuando de entrada lo niega, Paco Seguí tenía conciencia de la enfermedad como tenía conciencia de la muerte: No estaba preparado para la muerte. Es un sentimiento, primero. Después un pensamiento. El sentimiento es un caballo, o una yegua joven que cocea, intermitente. Se abre como el ala de una enorme águila, se abre como el muslo de la yegua al ser penetrado, se encoge y repliega como los estambres al atardecer. Es una volatería pertinaz, y una jauría a las que han disparado una sarta de fantasmas de plomo. Hasta voces tiene. Pero no se oyen, no se inhala el aleteo que provoca, ni el rugir, al pensamiento.// Teeto habla del conocimiento y Platón pone en boca de Sócrates qué es el conocimiento. El de la muerte. ¿Sócrates estuvo preparado para morir?: fue conciente de ese conocimiento. Bartra: ese desfiladero de que se nace predispuesto a la muerte, no. Retóricas del consenso vitalista del sentimiento. Tú tomas conciencia del conocimiento muerte; irracional del pensamiento muerte. Germán Gaudisa pudo vislumbrar la llegada de la muerte cuando me llamó antes de morir, porque estaba siempre en vísperas. Mas no obtuvo la lucidez por el reflejo sentimental -todo él era sentimiento- de ese tiempo que se le acercaba, ni visceral sentido con pelos y señales de identificación moral. No. Germán Gaudisa se anticipó a su muerte hablándole desde el pensamiento, desde ese compromiso de él con la palabra, con la bocanada de la vida en plena efervescencia. No espantas a la muerte con sarcasmos, pero tampoco nos espanta. Esta sabiduría es conciencia plena de la muerte, y esta escritura es hija de esa conciencia y de su delirio tremendo. Yo, que escribo por obsesiones, por nebulosas pintarrajeadas, acalorado. Masa de jugo gelatinoso, sanguinolento mas locuaz. El estampido, la tos, la flatulencia, música rota y rata de corrido, canto agorero, sonámbulo, balbuciente. El abuelo Luiso: Eres de perra, niño. Y machacó hasta cinco cabezas gato: Los mato porque no puedo darles de comer. El dios Marte de Marta. Que me preguntó qué era el hambre, la destrucción del hambre. La guerra marta, tan ella, tan pálida, tan sus ojos de miel. Las muestras de la presencia del amor como esta última paterna son escasas pero indican un valor desde o frente a la muerte: el amor es último acicate. La luz, el entorno de luz, blanca. El almidón, la suave sábana para cubrir, oh amor, tu cuerpo desnudo. El amor y su crítica: Es la hipócrita sensatez que nos ama. Morir en la poesía es un propósito de vida y alcanzarlo es gloriar un destino. Los flashes patálicos que como por sorpresa lo abordan (¿qué hacen los muertos en la muerte que es y no es racimo?), retrotraen a su enfrentamiento con la cabecera municipal de La Cristiada, en rangos de los de sobra y menosprecio a los de finiquitar. “Entonces, ella arropó ausente la voz del victimario, arropó la serpiente y le abrió los ojos desde la oscuridad de Pátalo-Tiresias, a pesar del peligro. Y desde la comisura de la ventana oscilaron reconociéndose. Y ambos yacieron sobre la loma del mundo, bajo el cedro, sobre todas las noches. Ite misa est”. La fundición de ambos mitos (aunque Pátalo tiene más de icono que de mito) al finir el rito crístico da muerte católica a dos individualidades separadas por los pueblos y el tiempo, que ahoran son ya Uno: uno, un solo oráculo atrás mano, monosexual en lo sexual y bíceps, y en lo ético negación de un destino solitario por afirmación de otro mutuo pero mortal. El sacerdote agorero simbólico poeta de los dioses, y el Hijo virtual de Dios. Metáfora irrecurrente, impersonal, fuera del circuito resurreccional. Las resurrecciones no se alcanzan por mutuo consentimiento. Sólo por inmovilidad pueden desprender los oráculos en Uno, y sus viejos yo yacen cadáveres bajo el césped y las rosas de la luna de octubre. Octubre es el mes más cruel. 46 de octubre. Octubre nunca pasa. Mas la agonía de un ciclo tiene su corona en Pátalo. Pátalo es prodigiosamente una novela de poeta. Corona acrónica el ciclo poético De la presencia al estallido, es única del autor en un género distinto a la lírica y tiene su contracanto, sobre todo, en los versos por pie de ritmo quebrado agilísimos de Prohibido amar las cucarachas (que pudiendo ser su consecuencia extrañamente y por mucho le preceden) y su antecedente publicado en De Anima Vilis. En el conjunto de este ciclo el autor descontruye para aniquilar una fe: la cristiana por la base en su vertiente católica, pero en Pátalo acomete una biografía laica, al mismo tiempo mágica, esotérica y satírica de Cristo, para quien por supuesto no hay piedad. Se trata de un grito desesperanzado y casi nihilista desde las gargantas oscuras de la inocencia, y la confirmación de que la ética cristiana no soporta la menor confrontación con la realidad. Fuera de este sacudimiento de encima de un mito que suplanta en el alma de un pueblo la asunción del misterio en el logismo que se conoce como religiosidad (y que corresponde a la conciencia del cosmos, y desde luego a la de la especie frente a su destino), la novela ejerce la libertad absoluta del lenguaje (esplendor por el cual Pound viera en Joyce al abigarrado escritor de lo estricto) y despliega a punta de imagen una galería de personajes cuyo crédito cobra de su propia estirpe: tales Hepafrodito, Paulino o Empecinado -símbolos de liturgia rancia o, en el último caso botón de lúgubres vindicaciones populares. La alegoría de la segunda parte del poema perdido de Filipo Miamor (que por homenaje insepulto hace radicar en la memoria de Villon), opone al ecumenismo presunto del credo católico la universalidad real de la poesía: a la creencia que acosa y derriba, la creación como pasto del amor y la muerte. Apuntalada por la más sarcástica crítica contemporánea de la llamada “transición a la democracia” que se haya escrito, Pátalo es por mérito propio la novela de la liberación espiritual de la España de fin de milenio.





Barcelona, enero del 2000


Revisión: 2006






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