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Sexismo neocolonial -
Por Ángeles Ramírez - Thursday, Sep. 13, 2007 at 2:32 AM

La islamofobia se instala entre nosotros. Su negación es una legitimación de su continuidad, y ello hace que no dispongamos de las herramientas para erradicarla.

Recientemente organicé con mis estudiantes de la Universidad una visita al Centro Islámico de Madrid. La excursión tenía como fin conocer el lugar y asistir a una conferencia-coloquio sobre el Islam, que imparte el personal gratuitamente. En el debate, algunas estudiantes bien informadas comenzaron a preguntar a nuestro anfitrión sobre las mujeres y el Islam. El coloquio subió de tono y el conferenciante se encontró agresivamente acorralado por el público. El responsable nunca podía terminar su discurso por la presión de parte del público. Al salir, reñí a las estudiantes, porque me parecía que el tono no había sido adecuado. Mis alumnas, ofendidas, decían que él estaba a la defensiva, y me di cuenta de que les resultaba prácticamente imposible imaginar que la situación se había creado desde las dos partes. Son “ellos” siempre los que están a la defensiva, como si eso fuera un sentimiento unilateral. Pero ¿de qué se tienen que defender?

De nosotros. De la islamofobia. Pero nuestro anfitrión no se defendía de la islamofobia de los discursos de algunos académicos o políticos, o de la que tiene su correlato en la violencia. Se defendía de la islamofobia naturalizada o “latente”, según terminología de algunos autores franceses. Ésta, cercana al orientalismo de Said, no consiste sólo en colección de estereotipos. Es un modo de conocer esa realidad, y una estructura de conocimientos tan firmemente instalada que no admite alternativas, considerando, además, que los mecanismos de control sobre lo que se dice son muy sofisticados e infinitas sus formas de legitimación.

La idiosincrasia de la islamofobia en España tiene su base en la morofobia, y se encuadra en el odio al moro. Ésta, para el historiador Eloy Martín, se hace patente desde nuestro descubrimiento colonial de Marruecos, a últimos del XIX y primeros del XX, pero sobre todo, durante el Protectorado español en Marruecos (1912-1956) hasta la independencia del Sáhara. Marruecos se orientalizó, y la imagen negativa del marroquí, del moro, apuntalada por las relaciones coloniales, se extendió al conjunto de la población arabo-musulmana. Las características que históricamente se achacaban al marroquí eran la pereza, crueldad, lascivia, deslealtad, fanatismo, etcétera, y para el caso de las mujeres, básicamente la ignorancia y la sumisión, porque estos estereotipos estaban generizados. Y estas imágenes se refuerzan con la inmigración.

Y ahora la morofobia-islamofobia va adoptando diferentes formas, pero tiene una fundamental en España: la que se articula a partir de la construcción que se hace de las mujeres y de las chicas arabo-musulmanas. Y sucede que las niñas con pañuelo en los colegios son asociadas, por parte de algunos responsables, a la autoexclusión, al fracaso escolar y acusadas de ¡proselitismo! para conseguir que más niñas lleven pañuelo. O que algunas personas de la comunidad universitaria muestren y demuestren descontento ante estudiantes de licenciatura y de doctorado con velo. En este sentido, los discursos supuestamente progresistas, como buena parte del feminista, no escapan de estos argumentos, sino que le dan mayor legitimidad. Las feministas, sobre todo las de cierta edad, instigadoras de la institucionalización del feminismo en España, no quieren ni oír hablar de la cuestión del velo, y niegan cualquier interpretación que no ponga el énfasis en la presión familiar a la hora de llevarlo. Para ellas, el velo es una forma de subordinación clara, que ignora los valores igualitarios y que excluye a las mujeres. Los que ponen en duda esta afirmación son tildados peyorativamente como relativistas culturales. Involución es la palabra que se maneja para reflejar los cambios que ha habido en los últimos años en la condición de las mujeres, uno de los cuales sería el velo. Es cierto que los derechos de las mujeres en los países arabo-musulmanes se han recortado, y que a la dominación tradicional se ha unido la de un Estado que, para legitimarse, usa el Islam en contra de las mujeres. Pero bueno sería considerar, por ejemplo, que muchas mujeres arabo-musulmanas eligen llevar el velo como forma de militancia, o para optimizar los escasos recursos que poseen y así poder optar a cierto prestigio, o a un mejor matrimonio, o como medio de movilidad social, o porque creen en Dios. Todo esto parece ser irrelevante para una parte importante del feminismo. Así, paradójicamente, el feminismo, que nace como una ideología de liberación para la mitad de los oprimidos de la Tierra, puede transformarse y servir a los intereses de la islamofobia.

De este modo, la islamofobia en España tiene su mejor baza en un sexismo imperialista, en lo que antes se llamó feminismo colonial, y ahora feminismo burgués. Se ubica en la época colonial, siglo XIX y primeros del XX, cuando se usaba la condición de las mujeres para primitivizar, en este caso, a los árabes, y para confirmar la idea de base: que las mujeres son sumisas y débiles, y los hombres, autoritarios y agresivos. Nuestra islamofobia, entonces, se sustenta en buena parte sobre la situación de las mujeres de “los otros”. La islamofobia, además, argumentada y justificada a partir de una crítica a la situación de las mujeres musulmanas, sobre todo las del pañuelo, que parece que necesitan ser salvadas. Por las otras mujeres, por nosotras, por supuesto. Y por eso, nuestras estudiantes, a quienes les pesaba como un fardo el pañuelo con el que nos tuvimos que cubrir la cabeza en la mezquita del Centro Islámico, discutían con el responsable. Habían decidido unilateralmente, sin consultarlas, salvar a las otras mujeres de la carga de llevarlo. A las mujeres de los otros.

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