Julio López
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Nuestros hermanos de clase en el campo son los obreros rurales.
Por Plenario Obrero y Popular - Friday, Mar. 28, 2008 at 12:47 AM
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Nuestros hermanos de clase en el campo son los obreros rurales. Ellos son los que merecen nuestra preocupación y a quiénes debemos brindar nuestra solidaridad, mucho más cuando su situación los ubica hoy como rehenes de los propietarios y sometidos a una burocracia que junto a éstos viene compartiendo el beneficio. Venegas, Secretario General de UATRE (Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores y a la vez de las “62 Organizaciones"), el duhaldo kirchnerista que hoy se ofrece como mediador es el dueño de enormes complejos sanitarios, transporte, turismo, hotelería e incluso campos.
Esa es nuestra preocupación.
Los propietarios son otra clase. Si por la base ya podemos establecer la diferencia sustancial con los que nada poseen más que su fuerza de trabajo, su cuerpo y alma, que deben vender para apenas subsistir; ni hablar de las diferencias notorias en lo que se exterioriza en el que no tiene otro medio que sus pies y la alpargata y el que ostenta una 4x4 con enormes llantas. El ingreso de cualquiera de los que denominan “pequeños productores” equivale a muchisimo más que varios  sueldos promedio de los trabajadores.
Es cierto que entre los propietarios rurales hay distinción de magnitudes y que no es lo mismo ser un Anchorena –por hablar de tradición- o un Grobocopatel, que ser un dueño de 100 hectáreas.

El problema es la política que se asume. La oposición a las retenciones a secas no muestra más que una subordinación de los pequeños y medianos burgueses rurales a la defensa del cuerpo total de los terratenientes.
Las circunstancias concretas muestran que la pequeña burguesía continúa reconociendo en el programa de la gran burguesía su motivo de vida y pretende que la existencia de la propiedad privada es una virtud del sistema que no está dispuesta a cuestionar.
No es extraño que la supuestamente “popular” FAA se alinee con la Sociedad Rural Argentina o la CRA o todos aquellos que fueron, son y serán la base social de la peor resolución de las crisis políticas, es decir, que a los gobiernos no los cambie el pueblo sino el sector más reaccionario. La FAA ya lo hizo con la última Dictadura Militar Argentina.

Por su parte el Gobierno de Cristina continúa con lo mismo que le había dado tanta felicidad a los que hoy la enfrentan. La cuestión, insistimos, es un enfrentamiento entre capitalistas por la repartija de los beneficios de la explotación obrera y de la actual renta extraordinaria de muchos de los productos del agro. Nada ha cambiado en los planes de los Kirchner. Nada.
No es cierto que las medidas como las retenciones se practiquen para favorecer la “redistribución de la riqueza”. Si fuera cierto, ya durante todo este tiempo los beneficios del boom sojero y agropecuario en general, hubieran significado un mejoramiento de la situación de las más amplias masas. Y sin embargo, acá se siguen muriendo de desnutrición y enfermedades curables miles de trabajadores y sus mujeres, sus niños, su familia, y sigue la desocupación en términos altísimos (nuestra Provincia es una muestra clarísima) y los salarios no cubren la canasta familiar, y la flexibilización no retrocede sino que avanza y con ella mil penurias y muerte (los compañeros muertos en ACINDAR son un ejemplo). Como antes de la era K.

Entonces debemos concluir que la masa de miles de millones de dólares con que se quedan son para lo de siempre: pago de la deuda (que pese al “desendeudamiento” sigue campante y en crecimiento), los meganegociados (como el tren bala) etc. Y la chequera de la canasta clientelar de mayor nivel, la que compra desde organismos de derechos humanos hasta gobernadores, desde sindicalistas hasta intendentes.
En nuestra Provincia, superavitaria si las hay, se han gastado en los últimos dos años la friolera de U$S 300 millones en infraestructura caminera para que los ricos de la soja saquen su producción y los superricos exportadores la reciban, en accesos a puertos de las multinacionales, y todo con la propaganda de que “el asfalto hace crecer los pueblos”. Este disparate es uno más de estos tiempos: Santa Fe, la agropecuaria a la que Binner representa poniéndose a favor de la protesta lisa y llanamente, está plagada de pueblos fantasmas a los cuales ningún asfalto salvará.

La existencia de los piquetes hace que algunas organizaciones se hayan deslumbrado e inclinado por el apoyo al emprendimiento de las entidades capitalistas del campo con la ilusión de ver el nuevo “argentinazo” de las cacerolas y la movilización general. Si esto se diera, con tales dirigentes a la cabeza, no habría por qué no compararlo con la movilización de la derecha cruceña boliviana, que no obstante su clara filiación oligárquica y vinculación estrecha con el imperialismo yanqui, ha logrado complicar el panorama político incluyendo movilizaciones de masas de pobres. Obviamente que Cristina no es Evo. Pero obviamente que los ricos del campo son idénticos. Los intereses que defienden por los métodos que fueran, son los más retrógados que puedan concebirse.

Por otra parte, estos no son los piquetes del norte santafesino en los años 70, cuando las Ligas Agrarias planteaban la reforma agraria, mínima expresión de una apertura a la cerrazón cerril en la “rentabilidad” que hoy se plantea en los cortes y movilizaciones. Todo lo contrario, del llamado “Programa de Villa María” del año 1974 que contemplaba que el principio de “la tierra para el que la trabaja” se correspondía con la expropiación de los titulares de más de dos unidades económicas, estimadas según la región donde estuvieran las tierras, y de las Sociedades Anónimas, de eso, hace rato que el campesinado no habla. Mucho menos de “todo en alianza con los obreros”. Puede ser, es cierto, que tales formulaciones hayan sido insuficientes desde el punto de vista de la revolución social, e incluso quiméricas, pero sin estos condimentos el caldo que se cocina en los actuales piquetes, tiene gusto más a angurria que a necesidad. En todo caso, al debate que se llegó entonces sería un buen punto de partida, que por supuesto, ha sido suprimido.

En medio de la situación que se está desarrollando, los trabajadores debemos negarnos terminantemente a participar de acciones con la oligarquía a la cabeza. No puede ser que no se haya comprendido que el espejismo de “piquete y cacerola la lucha es una sola” ha sido eso y nada más. Que la miserable pretensión de un propietario de depósitos bancarios o uno de tierras no es cambiar el mundo de manera radical. Es reafirmar su derecho de propiedad bajo el régimen actual y que, apenas satisfechas algunas de las pretensiones, abandonan la calle y la “unidad” para refugiarse en sus viejas prácticas: repudiar todas y cada uno de las luchas.
Los trabajadores nada ganamos participando de esta lucha entre más y menos ricos. Nada bueno viene de ellos y por lo contrario, surge la ratificación del sistema.
Olvidar que la dirigencia del conflicto es oligárquica y proimperialista es suicida.

Sí debemos precavernos ante las consecuencias y en esa tarea vamos a poder plantear un punto de vista propio y no adherir lisa y llanamente a una acción ajena o predicar sobre cuestiones teóricas que hoy por hoy debemos usar para orientarnos y no para desorientarnos poniéndonos al lado de la burguesía del campo, como si hablándoles en la oreja estos fueran a comprender que el destino de muchos de esos sectores está signado más por la expropiación capitalista que por la de la revolución proletaria. La inmediatez de sus miras es grande, tan grande como una parva de billetes descomunal puesta sobre su mesa por varias cosechas al año.

Los trabajadores debemos además tomar en nuestras manos y de dónde fuera lo que el desabastecimiento y la carestía hacen imposible que tengamos para vivir. A la miseria se le agrega miseria mientras se discute la mayor o menor porción de enormes riquezas con que se quedará cada uno. Es decir, si el Gobierno la apropia y redistribuye como se le antoja disminuyendo un poco (jamás todo y ni siquiera mucho) las ganancias de los propietarios; o sí toda la masa enorme de dinero queda en manos del sector que hoy protesta de modo tan iracundo.
Es preciso que comencemos a hacer el inventario de los enormes depósitos que rebosan de mercadería aunque lo nieguen los que aprovechan para especular. Es necesario que el aprovechamiento de la situación por vía de los precios tenga un punto final y si, como está ocurriendo efectivamente, los mismos alejen cada vez más de nosotros el bocado imprescindible, comencemos la organización de la expropiación de todo aquello indispensable para aminorar el impacto de esta, que como cualquier crisis, a los que golpea de lleno es a los trabajadores.

NI UNA CONCESIÓN AL GOBIERNO QUE RECAUDA PARA EL IMPERIO.

NINGÚN A APOYO A LA POLÍTICA DE LA OLIGARQUÍA.

 

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