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Mario Santiago: una carga de caballería
Por Horacio Caballero - Thursday, May. 08, 2008 at 8:27 AM
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Un poco antes de la aparición que aquí saluda de “Jeta de Santo” (FCE, Madrid, 2008), antología de Mario Santiago por Rebeca López y Mario Raúl Guzmán, el autor de este texto lo pronunció en un homenaje a la memoria del poeta en México

Mario Santiago: una carga de caballería
Horacio Caballero

Mario Santiago había descubierto el lenguaje necesario para poder decir las cosas. Un lenguaje verdadero, auténtico, que salía del barrio más oscuro de su memoria y podía visitar las realidades azotadas, dolientes. Escogía así a la prostituta, al enfermo de sífilis, al purulento; las cosas más desagradables las convertía en impulso, en aliento, en creatividad poética. Se las arreglaba para decir cosas grandiosas entre ruinas, cosas muy hermosas de repente, con ese modo tan suyo de encontrar la armonía de los contrarios.
Se gozaba demasiado. Se gozaba demasiado atacando a los demás. Había un mundo espantoso para él. Entonces su arte surgía: en la medida en que el mundo era un rival al que él podía atacar con sus versos; y con este rival imaginario (que también era él mismo), en determinados momentos se reconciliaba; y lograba estados poéticos diferentes. Este ser con el que él estaba combatiendo perpetuamente, me recuerda al sujeto rival de un personaje de la Biblia: aquel que luchó contra un ángel toda la noche: Jacob. Creo que Mario Santiago se la pasó luchando contra un ángel; contra el ángel Blue Demon, o Santo el Enmascarado de Plata: ese tipo de mitos de pancracio a los que apreciaba por su raigambre popular, pero contra los que arremetía tratando de desenmascararlos, y de repente se le olvidaban. Sin embargo, al principio de su batallar, de su impulso continuamente reforzado, había en él una idea de la fuerza: amorfa, brutal, de lava como la que Rimbaud, cito de memoria, describe cuando dice: “Si lo de lo profundo viene amorfo, lo doy amorfo; si trae forma, lo doy con forma”. Creo que ese tipo de testamentos, de los que fue heredero Mario Santiago, pueden servirnos para entender no sólo sus motivaciones sino el secreto de sus recursos. Además de que se la pasaba entre esos estados de malestar que deja el beber los diez días seguidos de la vida; esa irritación del nervio, del estado pensante, bajo el régimen, bajo la disciplina de la alcoholización, con las consecuencias que la alcoholización produce en un individuo del talento que él tenía. Al mismo tiempo, hay que contar con el hecho de crear desde ese estado: de volver arte el mal humor, el sentirse contrariado; de hacer arte precisamente con esos elementos: es como pedirle a un prisionero que haga arte con las experiencias de la celda, del celador, de los prisioneros que lo acosan, y de la decepción y la frustración de no poder salir en años.
Investigaba a la prostituta, al prisionero, al que murió de cirrosis, al mediocre, al criminal, al vividor, al que le roba a los demás con profesionalismo. Todo un inventario de sinvergūenzas estaba perfectamente valorado por él y lo aprovechaba hablando no de personajes sino con metáforas que aludían a ese tipo de seres. Sus metáforas tienen la característica hermética de contener compactos de seres compactados que viven en promiscuidad, en el horror, en una soledad indiferente. Seres excepcionalmente defraudados y tristones y resentidos tienen su revancha en el verso agresivo y sorpresivo de Mario Santiago. Se hacía cargo de causas perdidas, y las llevaba a expresarse por su palabra; en el universo secreto que alcanzaba con mucho esfuerzo, estaban invitados todos los personajes que menciona, y algunos que, los nombre o no, están presentes porque los respeta. A fin de cuentas era un ser que se ganaba a pulso cada instante de libertad; que quemaba, que incendiaba, que se convertía en un montón de ruinas, o en pleno poema miraba cómo se resquebrajan las verdades, las cosas, y luego con esos pedacitos armaba nuevas criaturas animadas... sólo para que el poema tuviera una expansión, una extensión, una forma encantada, como un monstruo que con un beso se convierte en princesa. En muchos momentos suyos vemos que transforma lo horrible en maravilloso y que transforma lo maravilloso desenmascarándole todas sus complicidades con una humanidad a la que él no puede salvar: la mira leprosa, enferma. Por eso revolotea entre las enfermedades de los jodidos: la sífilis, la tuberculosis. Pero entre esas y otras enfermedades busca también el disparo de la locura propia, el ímpetu, la dignidad que agrega a sus esfuerzos de persona que maltrata con la palabra otras palabras. No cesa de tener conflictos. Lucha con un ser que puede ser Dios o un ángel o cualquiera de los demonios que menciona, no con los nombres que tienen en las tradiciones musulmana o judía o cristiana...; cuando digo que menciona a los demonios es que menciona la embriaguez, la pobreza, la sordidez; y cuando los menciona los conjura y pelea con ellos: no son sus socios; son sus formas de provocar al abismo y de sacar del abismo lo que Rimbaud decía: a ver qué sacas: ¿lo amorfo? Dalo, sigue dando lo amorfo si no trae forma... Entonces podemos ver que a lo amorfo y a lo irracional en su ímpetu de versificador les da forma en cauces de lava derretida. Mario Santiago trabajaba la fuerza como un peón, como un cargador, como un guerrero que no ha parado de combatir a los españoles en la conquista, a los gringos en la invasión. A él no le interesaba la historia: le interesaba enfrentar enemigos, encontrar rivales, provocar respuestas, ecos, convertir sus propias palabras en motivo de burla. No porque se estuviera burlando de sí mismo, sino porque tenía que burlarse de lo que es digno de burla: así el lenguaje le servía para presentar lo que más detestaba y con ese mismo lenguaje pulverizar tales entidades y situaciones; y de esta batalla salían de pronto versos maravillosos, sueltos o insólitos, o dentro de un poema cuatro claves que nos permiten advertir que su trabajo tiene más significado que el aparente.
Una de las cosas que le producían más placer era llegar al momento del éxtasis de la gran poesía. Lo convertía en sorpresa. Aprovechaba su forma de exteriorizarse como alguien sorprendido, porque la sorpresa ya está diciendo por sí misma con toda energía una verdad. Y las verdades a las que él se permitía tener derecho son las verdades de los humildes, de los que sufren, de los que no han sido favorecidos; de aquello que es feo y pobre, de aquello que carga un resentimiento más grande por lo que la humanidad no tiene que por lo que a él le falta. Entonces sabía hacer sus versos de estos contrastes.
Otra cosa que puede darnos una pista para descubrir los recursos secretos de Mario Santiago es el placer que la daba no ser monedita de oro; el placer que le daba ser una mortificación hasta para las personas que más estimaba. No se flagelaba como un místico en una cueva, pero podrían considerarse actividades por el estilo sus depresiones alcohólicas que indudablemente no eran placenteras; lo placentero en él era encontrar calidades. No la belleza como una presencia o como una estatua o como una imagen maravillosa; no, no, no. Las pinceladas que llegan a tener estas calidades eran para él el gran encuentro con la poesía. No la poesía bonita sino la que encontraba en esas astillas de verdades supremas, y en eso consistía su esfuerzo de náufrago. Al mismo tiempo, despertaba de su propio impulso y se daba cuenta de que su forma de no fracasar era el placer, el gusto de poder leerles a los amigos el poema terminado, por ejemplo mediante una llamada telefónica a las tres de la madrugada, cuando cualquiera está más bien para descansar y dormir que para escuchar a un tipo con el que se necesita el triple de voluntad para entender que se trata de un artista, de un artista muy neurasténico, que arrastra una problemática importante, y que la trata de resolver, y que no es que la comparta sino que exige que comprendas que es el único que logra o que ha logrado dar ese paso: meterse en el ojo del huracán a paso lento, como en cámara lenta. ¿Por qué digo en cámara lenta? Porque se da su tiempo para agarrar los problemas y reducirlos a lo que en ese momento le parece sustancia, y esto le sirve para decir algo más y para llegar un poco más lejos con las mismas palabras. No es nada más la saturación de cosas negativas y horrendas y difíciles e insoportables; es la prueba a la que se somete en cada uno de estos trabajos, que finalmente son poemas: unos más buenos que otros, pero todos articulados en esta voluntad de llegar a agarrar a alguien y someterlo a una verdad. No sé hasta qué grado pudo impresionarlo la frase de Víctor Hugo en su proemio a Los miserables, donde dice que no es en vano escribir esas historias y tomar al burgués y restregarle en el hocico la miseria y decirle: ésta es tu obra, contempla tu obra; pero tal vez ese tipo de Hércules de la revolución a través de la literatura que fueron Víctor Hugo, Baudelaire, Rimbaud, Lautreamont dieron a Mario Santiago las claves y las pautas, y probablemente sus recursos secretos vengan de haber abrevado en esas cavas.
Mario Santiago sabía muchas cosas y conocía al que se pasa de listo, y lo cuestionaba agresivamente en sus poemas. Su poética es fiscalizadora, en el sentido de Rimbaud. Su poesía es muy parecida a él. Él era la reencarnación de su persona en la poesía. Era una persona muy insoportable; se daba vuelo para decir cosas fuertes, agresivas, en un instante. Se mostraba como si estuviera haciendo la disección de un cuerpo, como si estuviera sacándose las venas y los nervios y las células porque verdaderamente trabajaba su materia corporal hasta exprimirla, hasta sacarle las gotas de angustia necesarias para los climax que buscaba. Pero nos usaba a todos como si fuéramos su laboratorio. Él finalmente escribía sus hallazgos; pero a todos nos atormentaba. Sus poemas también los arrancaba de sus amigos, y eso es algo que también hay que empezar a revisar, porque nos involucraba en poemas que todavía no estaban escritos, y no le importaba saquearnos.
Por eso beber con él era más placentero que compartir la palabra poética: era un verdadero trabajo, un trabajo difícil, porque tenía mucha violencia en la emoción y convertía las palabras en fragmentos de nuevas palabras, y luego las integraba a lo suyo como si estuviera enyesando un brazo roto; quiero decir que para él había un ritmo que cazar, porque su poética tiene la necesidad del verso: no hace prosa, hace verso siempre, y su estrofa es verdaderamente un trabajo de alquimista: no en el sentido aristocrático de este concepto sino tomando la alquimia en el sentido de una carga de caballería, en un combate muy dramático.
Mario Santiago despreciaba a todos los grupos mafiosos, principalmente los capitaneados por Octavio Paz. Mario era, simplemente, un hombre de talento con mucha indignación, que hacía acopio de más indignación porque no le bastaba con la propia: agarraba la de la prostituta, la del criminal...; necesitaba el sufrimiento de millares de seres para poder decir que no era fácil amar. Me tocó ser una de las últimas personas con las que Mario expresara y compartiera su inconformidad con el mundo. Mario Santiago era un gran inconforme, y yo eso lo admiro, porque la conformidad es cómplice de muchas bajezas.


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