Julio López
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Muerte a los imbéciles
Por de klinamen.org - Wednesday, Sep. 24, 2008 at 10:40 PM

DE LO QUE SE TRATA.

Es una pregunta complicada para el demócrata que mientras come tranquilamente se ve frente a acontecimientos y cosas que se suceden a un ritmo vertiginoso y caótico, un tumulto sin conexión aparente con indicaciones distorsionadas laberínticamente y un futuro que hay que alcanzar a través de la sumisión, el aburrimiento y la estupidez. Desde hace más de setenta años se perfila entre las masas de los países altamente industrializados la tendencia a abandonarse en manos de toda clase de especialistas en lugar de perseguir intereses racionales y, ante todo, el control de sus propias vidas. Por lo visto, las personas esperan que el mundo sin salida sea incendiado por una totalidad que son ellos mismos y sobre la cual nada pueden.

A pesar de que los distintos indicadores económicos, los resultados de la bolsa, los agentes financieros, los responsables políticos y hasta el vecino de la izquierda quieran negarlo, no nos cabe duda de que verdaderamente sobrevivimos en una sociedad desgraciada: las exigencias de felicidad son invariablemente defraudadas por la vida real hasta la muerte. ¿Qué es lo que queda de nuestros sueños? La barca del amor se rompe contra la vida cotidiana. En las gélidas aguas del cálculo egoísta la poesía se ve desmentida día tras día por eso que llaman vida.
Mientras las formas burguesas de existencia son conservadas con obstinación, su supuesto económico se ha derrumbado. La cantidad de bienes de consumo ha llegado a ser tan grande que ningun individuo tiene ya derecho a aferrarse al principio de su limitación; el trabajo es sólo un peaje que los poderosos nos obligan a pagar para vivir maldiciendo nuestra suerte. El mundo al que pertenecemos no propone sino la miseria. Un mundo que no puede ser amado hasta la muerte representa solamente el interés del beneficio y la obligación del trabajo, y de nada sirve estar vivo mientras estás trabajando. Las ventajas de la civilización quedan compensadas por la forma en que las personas se aprovechan de ellas; y se aprovechan de ellas para convertirse en los seres más viles que hayan podido existir. El demócrata no está loco, quiere vivir hasta el último céntimo...¿Qué es un demócrata? Un ser corrompido por la mediocridad y el miedo, que sólo se convierte en humano cuando le persigue la muerte, que sólo sabe expresar sus deseos primitivos de una forma primitiva cuando la muerte le tira de la manga; un imbécil. El demócrata no piensa, opina. Lo que debería ser abolido sigue existiendo con la complacencia general, y nosotros nos consumimos con ello. El hecho de soportar pasivamente las alienaciones y miserias convierte a las personas en poco interesantes. Si la rebeldía no es lo más fuerte que sienten no nos interesan. Aquí se están representando dramas, señores demócratas; nos encontramos en una situación homérica y ustedes preocupados por la ETA y el fútbol. Les vamos a revelar el secreto que sus amos tan celosamente les ocultan: ustedes ya se están pudriendo, y el incendio ya ha estallado.

LA CONTESTACION.

Ya se ha convertido en un acto tan burgués como la democracia. La burguesía utiliza la contestación como medio de renovación de su propia decadencia programada. ¿Qué es un izquierdista? Un imbécil que convoca ruedas de prensa para denunciar montajes mediático-policiales; un consumidor insatisfecho de las mercancías siempre deterioradas que se le ofrecen, desde el urbanismo a la ideología, pasando por el trabajo o la comunicación, que el desearía poder reformar según su dudoso gusto (pues no puede tener gusto quien carece de experiencia; no puede tener experiencia quien esta falto de memoria, y, finalmente, no puede en absoluto tener memoria quién nunca ha tenido conciencia histórica); un chiflado que se dedica en sus locales a cultivar mitos como "contrainformación" o "antiglobalización" mientras redacta febrilmente mentirosos periódicos en los que expone sus oscuras construcciones ideológicas con llamamientos a "la humanidad", "la opinión pública", "el obrero social" y otras personalidades imaginarias. Un tipo que delira con "antagonismos", "líneas políticas" y "principios, tácticas y finalidades" sin tener el valor de admitir sus vilezas. Revolución siempre ha sido violencia, profanación, orgía , verdad -la verdad siempre es una forma de violencia-... ¡Eso es! Revolución es sacrificio, dice el izquierdista. Seguir militando aunque la inteligencia se vaya al carajo. Ya hace tiempo que se ha ido allí; nunca ha estado entre ellos.

Al público le interesan los que van de raros: realmente magnífico. Al izquierdista le viene la antiglobalización como anillo al dedo en cuanto comprende de qué se trata el asunto. Ha descubierto su misión en la humanidad y trata por todos los medios de cumplirla. Hasta entonces tenía que conformarse con hacer el ridículo y que la gente le tomase por idiota, lo cual le representaba poco beneficio y encima no satisfacía su ansia pequeño burguesa de poder y fama.

En la era del analfabetismo funcional, como eufemísticamente denominan los detentadores del poder de comunicación al embrutecimiento planificado y generalizado, el izquierdista asume orgullosamente toda la inmundicia que la cultura capitalista ha depositado en el individuo: la pseudoerudición, la indolencia, la credulidad mostrenca, la tolerancia y la ordinariez. Un vistazo a cualquiera de sus medios de "contrainformación" basta para comprobarlo.

El izquierdista simpatiza con la violencia jerarquizada cuando ésta se desarrolla en escenarios tropicales a los que ir de vacaciones no gubernamentales como quien va de safari fotográfico, pero la mentira izquierdista palidece ante la violencia proletaria aquí y ahora, la denuncia e incluso insinúa que los "violentos" están al servicio de los poderes existentes. En su indecible temor, no puede y no quiere ver más que lo que ella misma es.

Estos centauros de bufón y negociante complacen a aquella parte del público que equipara revolución con infantilismo y tontería. La mayor necedad del pseudopensamiento izquierdista reside en la sobreestimación extravagante de lo conocido respecto a lo aún por conocer. Aunque los izquierdistas crean lo contrario, las leyes sociales no son invencibles; las costumbres que hay que atacar de frente deben dejar paso a una renovación incesante; y el primer bienestar que deseamos es la aniquilación de este tipo de ideas, y de las moscas que las propagan. Devolvamos a esta gente al basurero de la Historia.

SOMOS CODICIOSOS.

Pero no somos poseedores. Vivir es una alegría. Queremos reír, luchar, jugar, gozar y hacer lo que nos manden los instintos. Es preciso evitar el aburrimiento y vivir solamente de aquello que nos fascina. Ya es tiempo de abandonar el mundo de los civilizados y su luz radioactiva. Es demasiado tarde para intentar ser civilizados y cultos -pretensiones que nos han abocado a una vida carente de interés. No queremos diálogo, paciencia, buen rollo, detestamos el consumo de rechazo subintelectual, no temblamos ante el capital. Es preciso hacerse fuerte e inquebrantable para que la existencia del mundo de la mercancía parezca por fin incierta; hemos de transformarnos en otros, o dejar de ser.

Queremos cantidades de fantasía que ninguna película nos puede ofrecer, emociones que ninguna droga nos puede proporcionar. Queremos crear todo por nosotros mismos -nuestro nuevo mundo. Sufrir es una debilidad que puede evitarse haciendo algo mejor. Dejemos que los demás se lamenten de la maldad de su época. Nosotros la destruiremos por su mezquindad; carece de pasión: la vida se resuelve en un sólo color. ¿Qué es un revolucionario? Aquella persona que ha comprendido completamente que sólo se podrán tener ideas si son realizables: un tipo claramente activo qué sólo vive a través de la acción, porque solamente ésta encierra la posibilidad de conocimiento.

No somos otra cosa que la expresión del tiempo de una época a la que, además de negar, se debe insultar. Estamos en contra de cualquier sedimentación. Descartamos en principio las medidas terroristas, pero llegado el caso nos servimos de ellas como estímulo vital, siguiendo el principio de l'art pour l'art. Queremos que los dueños del mundo aúllen, y no existen medios que llegado el caso no seamos capaces de emplear.

De lo que se trata en realidad ahora, como antes, es de destruir al padre, al patrón y a la patria, y no de quejarse o lamentarse por este u otro exceso; no hemos venido para hacer retórica de la revolución, sino para llevarla a cabo; no hacemos demagogia con la represión, vamos a acabar con ella. Llegados al punto en que toda comunicación se vuelve trivial la tarea de la organización revolucionaria debe ser la reconstrucción de su base material, lo que en la práctica significa la desaparición de las clases y el Estado. No utilizamos el lenguaje del poder, no nos interesa que nos entienda; no se trata de dialogar con él, sino de dinamitarlo. Existen tres clases de infamia sobre la tierra que la teoría y la práctica revolucionaria deben combatir: la primera es la dictadura económico-estatal; la segunda, no combatirla con todos los medios; la tercera, deponer las armas si existen en algún lugar un amo y un esclavo. "Tranformemos el mundo" dijo Marx; "cambiemos la vida" dijo Rimbaud. Para nosotros estas dos consignas se funden en una.

Nos dirigimos a todos los que, por todos los medios y sin reservas, estén resueltos a derribar la autoridad capitalista y sus instituciones; a quienes no aceptan la carrera hacia el abismo de una sociedad sin cerebro y sin ojos; a todos los que no aceptan ser conducidos por lacayos y esclavos; a aquellos que se niegan a dejar escapar cobardemente la riqueza material debida a la colectividad y la exaltación moral sin las cuales no será restituida la vida a la verdadera libertad; a aquellos que no bajan la cabeza ante nada; nos dirigimos a su instinto de libertad, a su violencia: sin ninguna reserva, la próxima revolución debe ser totalmente agresiva, no puede ser más completamente agresiva. Somos conscientes de que las condiciones actuales de la lucha exigirán de quienes estén resueltos a destruir el poder una violencia imperativa que no ceda a ninguna otra, por grande que sea nuestra aversión a las diversas formas de autoridad social, no retrocederemos ante esa ineludible necesidad, así como tampoco lo haremos ante todas las que nos puedan ser impuestas por las consecuencias de la acción que emprendemos. Conocemos nuestro destino. Alguna vez se asociará nuestro nombre al recuerdo de algo tremendo: el recuerdo de una crisis como no ha habido jamás otra en la tierra, de la más honda colisión de conciencias, de una condena de todo lo que hasta ahora se había creído, postulado, santificado. Esto no es una revista: es dinamita.

La exactitud favorece siempre a la belleza, y el pensamiento exacto al sentimiento delicado: somos hermosos porque nuestra ira anuncia una explosión de inteligencia.

Extraído de Klinamen.org

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