Julio López
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CÓMO PROMOVER LAS CULTURAS ORIGINARIAS
Por Boletín ISQUITIPE - Wednesday, Oct. 01, 2008 at 11:23 AM
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Si hay algo que le da personalidad a nuestra América es la existencia de las culturas originarias. Es lo que ha dado la vida y la naturaleza en el transcurso de miles de años. Y que la conquista europea, no ha podido suprimir, pese a todo el esfuerzo puesto a propósito.

Luego han surgido la formas culturales mestizas, resultado del entrecruzamiento, de las mezclas de los distintos aportes, tantos europeos como africanos, que con distintas formas adornan también nuestro continente. No son menores, ni menos importante, por cierto. Pero éste es el panorama.

Las culturas originarias debieron replegarse ante la potencia del invasor europeo y en este camino muchas costumbres se escondieron, se refugiaron en la memoria de los antiguos pobladores y en muchos casos estas culturas orales, de esta forma, se fueron trasmitiendo a la futuras generaciones. Fue tanto su arraigo, que subsistieron pese a las enormes dificultades que encontraron. Con los nuevos estados independientes, luego de expulsado el invasor español, hubieron muy pocos cambios respecto a la situación anterior de marginación y servidumbre de los indígenas. Todavía falta ese balance de cómo mejoró la presencia de los antiguos habitantes indígenas en las nuevas condiciones creadas con los estados nacionales americanos.

La diversidad de culturas es la riqueza del patrimonio cultural americano. Por cada cultura que muere, muere un pedazo de nuestra memoria, una parte de nosotros mismos. Por cada cultura que renace es como una toma de conciencia, una identidad renovada que acrecienta nuestro poderío y nuestra idiosincrasia.

Ahora bien la cultura es la forma de vivir de un pueblo; no es algo abstracto y que no hay que confundir con la noción de cultura como información o conocimiento de algunos estratos privilegiados- tan característico de cómo se entendía esto en siglos pasados.

A fines del siglo XX se produce el fenómeno denominado de la “emergencia indígena”, caracterizado porque los pueblos y sus culturas , en muchos casos dormidas o adormecidas, salen a la luz a reivindicar un espacio que siempre les perteneció y que, por distintas razones, habían abandonado.

El primer capitulo de este proceso fue el reconocimiento de su carácter de pueblos diferenciados, con sus instituciones y sus formas de vida propia. Al mismo tiempo la reivindicación de sus territorios ancestrales, que muchos de estos pueblos detentaban y que históricamente resistían y aún hoy resisten de su despojo.

Estos dos puntos reconocimiento y territorio son las dos reivindicaciones básicas que van unidas en estos últimos años en las demandas de los pueblos indígenas.

Pero no hay que olvidar que el reconocimiento de estos pueblos es un reconocimiento cultural. No confundir esto con un pedido de prebendas económicas, como a veces se ha entendido el reclamo de territorio. Así opera la mentalidad típicamente asistencialista, que ha dominado varias décadas del pasado político.

¿La única verdad es la realidad?

Con esta visión insuficiente de la vida, que ha primado en muchos de nuestros dirigentes políticos es difícil entender verdaderamente lo que pasa.

Además de lo que vemos con nuestros ojos y nuestras impresiones inmediatas, hay muchas realidades “invisibles”, que no se percibe inmediatamente.

Y está también lo que crece y se desarrolla, lo “que va a venir”, que un criterio estrecho de la realidad, por obvias razones, no puede percibir.

En muchos casos los pueblos originarios son eso “que va a venir”. Son grupos olvidados que se asumen cada vez más con sus hábitos ancestrales, que son su seña de identidad. Los hay que viven en el campo, que tienen reivindicaciones de territorios, porque ese es su ambiente y su forma de vida; y los hay también que viven en la ciudad, que forman conglomerados autónomos y que necesitan también del apoyo para desarrollarse.

El Estado a través de sus organismos específicos tiene que tener políticas adecuadas para apoyar el desarrollo de esos grupos, en el momento en que se encuentran. Para ello hay que convalidar y financiar proyectos de desarrollo cultural de esos grupos, de “re-etnización” .

Sin embargo vemos que la acción oficial, ya sea a través de los organismos nacionales como el INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas) o lo que hacen los organismos provinciales, es pretender detectar quien es el grupo más indio de todos, como si se tratara de reunir requisitos para ser aprobados en algún examen o en alguna junta.

Mientras tanto, los grupos aborígenes tratan denodadamente de consolidarse como tales y recuperar la memoria ancestral , sobre la cual construyen su propia cultura.

La provincia de Córdoba, la que hemos recorrido últimamente, a propósito de la presentación del libro “Indígenas y Conquistadores de Córdoba” es un buen ejemplo de ello.

Allí existen cerca de 10 peticiones de reconocimientos de grupos indígenas, que reivindican para sí ese carácter, aunque todavía no son un grupo consolidado, y ninguno puede obtener el “tan ansiado” reconocimiento oficial, que le servirá para desempeñarse con un status mínimo de entidad reconocida. El organismo que los tiene que reconocer anda averiguando a ver cuantas plumas tiene cada grupo, en lugar de diseñar una política de apoyo, reconocimiento que les permita desarrollarse como tal, en un terreno que de por sí es adverso, por la dispersión de los elementos culturales originarios.

Otro caso es el de los grupos urbanos de las grandes ciudades, como Buenos Aires, que viven allí hace muchos años y que sus lazos con los grupos que viven en el campo están debilitados. En el menú de las recetas oficiales estos grupos urbanos interesados en desarrollar su propia cultura originaria se encuentran degradados, porque las autoridades entienden que solo hay lugar para las culturas de base “agrarias”.

La política de Estado con respecto a las culturas originarias no puede ser la de un censor, o un organismo limitante que está para decir que no. O para moverse con recetas burocráticas.

Si le interesa realmente promover estas manifestaciones genuinas de nuestro pueblo su accionar debe ser positivo, de verdadero apoyo y desarrollo de estas expresiones, con planes adecuados para cada uno, que sean realizables y verificables y que no modifiquen el curso que estos mismos grupos le imprimen a su accionar. Esto es: políticas no paternalistas o asintencialistas y mucho menos clientelistas del partido de turno, a la que estamos acostumbrados.

La consigna es apoyar y promover estos grupos, en todas sus modalidades, allí donde existan. O sus embriones, donde no hay grupos consolidados , en sus genuinos procesos de re- etnización.

Lo equivocado es “querer fotografiarlos”, congelarlos, como lo que está, anulando o cercenando lo que es una verdadera promesa de renacimiento cultural.

La pregunta, entonces, es: ¿Verdaderamente les interesa apoyar el surgimiento y desarrollo de estas culturas originarias?

Bueno, aquí estamos esperando una respuesta que nos convenza

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