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Genocidio, genocidas y monumentos
Por Jorge Nahuel / Especial para Río Negro - Tuesday, Oct. 14, 2008 at 5:01 PM

No hay dudas de que Roca concretó un genocidio con el peor de los métodos. La discusión sobre el retiro de su estatua no pretende poner a otro en su lugar sino cuestionar el "monumentalismo" hueco que endiosa a "guerreros" y "héroes" para fijar aquello en lo que cuesta creer.

Siempre hay un pájaro posado en las grandes estatuas...". Armando Tejada Gómez

Desde el comienzo hay una sensación de que corresponde al Pueblo Originario Mapuce colocar a la sociedad en general ante la expectativa de pensar sobre si los genocidas deberían ser entronizados y exaltados o apartados de la sociedad, si como sociedad pretendemos sanarnos de los desvíos.
¿Por qué nos toca este rol a nosotros, al Pueblo Originario Mapuce? ¿Por qué asumimos el deber de tirar abajo un monumento? ¿Por qué como Pueblo Originario Mapuce colocamos a la sociedad en su conjunto ante la alternativa de revisar su propia manera de construir la historia? No es propia y nuestra en su totalidad. Nuestra historia y la de nuestros genocidas es la historia de la raíz fundamental del pueblo argentino. Por eso resulta esencial este debate sobre sacar el monumento y el nombre a la Plaza Roca y a su calle.
Promovemos un debate bienintencionado: pretendemos un nuevo comienzo para restablecer las bases poco firmes de una nueva sociedad en relación intercultural. Lo hacemos porque creemos que destruyendo un monumento, un ícono, un ídolo con bases barrosas, construimos otra mentalidad para relatar nuestra propia historia como Estado argentino, al que actualmente pertenecemos.
Vamos al origen o causa: ¿por qué se hacen estatuas y por qué se sostienen? Cada ciudad latinoamericana (y Neuquén no es la excepción) tiene su plaza, su casa de gobierno y su iglesia puestos en evidencia en un mismo espacio de poder; se llame municipio o gobernación, en cada lugar hay un "sitio". Los monumentos fijan ese espacio de poder. El poder, en el caso de las invasiones, fue establecido por los invasores para "marcar" el espacio con su aparente solidez.
La presunción de "fijación de poder" con el nombre temido de un invasor genocida forma parte de un sistema educativo que imprime en la conciencia social colectiva ese triunfalismo, esa aspiración a lo heroico fallido, a lo artificial, lleno de significados espurios impuestos, construidos con intenciones totalizadoras para adormecer el pensamiento.
A partir de este planteo mapuce, nos preguntamos: además de derrumbar las estatuas, ¿podemos derrumbar el espíritu triunfalista de un genocidio que no termina? No termina especialmente en los planos educativo, económico, discursivo y jurídico. Si derrumbar la estatua tiene como objetivo levantar otra o convertir en un jardín el mismo lugar, ¿qué modificamos en la realidad concreta, qué buscamos transformar para bien de todos y no sólo del Pueblo Originario Mapuce?
No sirve sólo reemplazar los nombres, porque si no van a surgir otros "grandes guerreros", generadores de otras grandes matanzas que llevan a repetir los textos de la versión oficial impuesta.
Nos sirve, sí, transformar las plazas en asambleas de debate sobre el modelo de sociedad que edificamos para las generaciones que vienen. Los mapuce lo estamos promoviendo sin descanso. Hoy nos aglutina el discutir sobre la entronización de monumentos de genocidas, para provocar su destronamiento pero, principalmente, para imaginar qué íconos, qué símbolos, qué parámetros éticos queremos dejar a una sociedad que se promueva como intercultural.
El Pueblo Originario Mapuce ve las costumbres wigka como muy extrañas. Pero que las veamos no es lo importante sino cómo las hacemos ver a los demás para que también las "extrañifiquen" y dejen de creer -precisa mente- en ellas.
Hoy no hay dudas de que Roca intentó y concretó un genocidio con el peor de los métodos.
Aplicó terrorismo de Estado para imponer un modelo de país al servicio de los sectores de poder económico que hasta hoy se benefician de la institucionalidad creada, generando la desigualdad social que se profundiza sistemáticamente.
Ahora el protagonismo decisorio lo tiene el Pueblo Originario Mapuce cuando dice "Es un genocida, no quiero sus monumentos, mató a mis abuelos, a mis educadores naturales, a mi pueblo; me impuso un modelo de sociedad basado en el racismo de una cultura que se cree superior a otra". Así que debo decirle al "otro": "¿Por qué le hicieron un monumento? Vos, que no sos mapuce, ¿por qué creés que lo hicieron?".
No se trata sólo de derrumbar el monumento sino de mostrar que cuando el poder arma esos monumentales monumentos es porque no cree en aquel a quien erige.
Si lo precisan grande, si lo precisan duro, si lo precisan mucho, es porque adentro está hueco y refleja el vacío general si aún lo mantenemos. El sistema inventa estatuas porque precisa endurecer sus incredulidades de modo que parezcan creencias. Endiosa a sus próceres, fabrica semihéroes, puebla sus plazas de monumentos y fija en cemento aquello en lo que le cuesta creer. Así impone "creencias". Pero están huecas.
El pueblo mapuce no construye héroes ni semidioses, vive y -obligado a hacerlo- se defiende. No es tan simple como cambiar una estatua por otra ni la imagen del billete por otra. Estamos proponiendo no crear imágenes ni inventar credulidades huecas.
Los monumentos tan monumentales impiden ver la luz detrás, porque son como paredones que ocultan el sol de la verdad, esa verdad que ocultan las llamadas "grandes civilizaciones" que construyeron monumentos considerados "patrimonio de la humanidad" producto de la esclavitud humana y la muerte física. Occidente premia con ese rótulo a sociedades indígenas que construyeron monumentos similares en nuestro continente o Wajmapu y nos habla de "las grandes civilizaciones de América" mientras considera subculturas a aquellas sociedades que crecieron construyendo un modelo de convivencia filosófica concreta, sin clases sociales, sin oprimidos, sin esclavos, profundizando sus cosmovisiones y su relación con el mundo natural, sintiéndose parte de esa naturaleza y no un elemento superior con facultades para dominarlo.
El "monumentalismo" es una cosa que la sociedad occidental impone a las sociedades australes (como es nuestro caso) para "sacar pecho". Si alguien está tranquilo, si no tiene dudas de su poder, no tiene necesidad de presumir con estatuas.
El viejo y actual dicho "Dime de qué presumes y te diré de qué careces" aquí implica "Decime cómo construís de grandes y huecos tus héroes artificiales y te voy a mostrar qué sociedad tan sin héroes te has hecho".
A lo mejor ser paloma sería una mejor opción, para poder ignorar esas estatuas. Ser un héroe convertido en estatua equivale a soportar las cagadas de todas las palomas. Ser paloma y volar y cagarse en quien se quiera es más poderoso que ser un héroe falso rígido de cemento. Todo depende de la perspectiva desde donde partimos para construir el futuro.

JORGE NAHUEL (*)
Especial para "Río Negro"

(*) Werken (vocero) de la Coordinación de Organizaciones Mapuche (COM)

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