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Tráfico de órganos
Por Luis E. Sabini Fernandez - Sunday, Dec. 07, 2008 at 4:22 PM
luigi14@gmail.com

¿leyenda imposible o mercantilización más que posible?

Acerca de la sensatez de los que saben

Frente al tráfico de órganos, es decir a la compraventa, generalmente bajo cuerda, dos actitudes opuestas, francamente contradictorias, se han ido presentando durante los últimos años. Que existe. Que no. En nuestras latitudes, esta última se ha presentado con una altísima racionalidad.
El último informe de la Unión Europea, que acaba de publicarse y con el cual el confiable, profesional y crítico The Independent, de Londres, acaba de hacer un resumen sobrecogedor, no hace sino zanjar una vez más el conflicto entre aquellas dos actitudes a que hacíamos referencia inicial.
Sin embargo, por la relevancia o prestigio de los negadores o escépticos, vale la pena rever su interpretación, la racional, que ha sido además, la actitud más generalizada de los medios de incomunicación de masas, al menos en Buenos Aires.

La de visualizar el presunto carácter mítico de tales hechos. Una recurrencia típica de sectores humildes y poco documentados, fáciles de caer en ”estados de pánico” (el título de una nota de sociología de Jorge Halperín, Clarín, 30/5/1988). Pesadillas diurnas que hay que saber interpretar como emergentes de un estado de inseguridad social.

Halperín es altamente comprensivo de estos fenómenos: ”La gente es un medio de comunicación: crea y difunde noticias incluso de cosas que no han sucedido.” (ibid.)
Constituyen así, ”mitos colectivos universales”, nos proveyó de sabiduría, también en aquel entonces, Eva Giberti (Héctor Alí , Página12, 24/5/1988).
1988 resultó un año de recrudescencia de tales temores. Y allí, la prensa responsable y las instituciones correspondientes calmaron las aguas. Un jerarca policial le explicaba entonces al cronista de Página12: ”Queremos llevar una total y absoluta tranquilidad a la población porque este tipo de delitos son prácticamente imposibles.”
Eva Giberti también irradia comprensión desde su estatura intelectual: ”Es sin duda un gran esfuerzo para esa gente hambreada, deprimida, sin trabajo, exigirse a sí misma un esfuerzo crítico extra.” (ibid.)
La nota de Alí registraba que ”la especulación sensacionalista alienta el fantasma”.

¿Fundamento de la sensatez en qué confianza?

Sabemos que los fenómenos de paranoia colectiva, de noticias mediante ”el teléfono descompuesto” pertenecen a ese universo fantasmático al que hacían referencia todos los comentaristas citados. En el artículo glosado de Halperín, que visita muchas de las presuntas leyendas urbanas, es indudablemente cierto que muchas son falsas. 1
Lo que resulta francamente llamativo de la actitud condescendiente de Alíes, Halperines o Gibertis es la base documentaria en que se apoyan con tanta certidumbre. Halperín, por ejemplo, comprueba la tozudez del bajo pueblo: ”No importa que la Policía, el Parlamento, las clínicas que hacen transplantes y otras instituciones [sacrosantas, también, me imagino] desmientan la versión.” (ibid.). Y Alí, por su parte, aclara categóricamente¨”Funcionarios y especialistas desmienten categóricamente la existencia de un supuesto mercado negro de órganos infantiles.” ¿Está claro?

En una nota radial Magdalena Ruiz Guiñazu también salió a combatir la superstición y el espanto injustificable y trajo la prueba documental de que no existía tal tráfico: un informe del United States Information Service (USIS), un aparato de seguridad de EE.UU. paralelo a la CIA (véase recuadro).

Para enterarnos que este tipo de suficiencia mental no es una exclusividad porteña, vale bien señalar la investigación del periodista sueco Jonny Sågänger quien en pleno menemismo, visitó la Argentina recabando datos para elucidar finalmente si el tráfico de órganos era una leyenda urbana o una sórdida realidad.
Este primer movimiento, como si fuera una investigación, nos podría hacer creer que Sågänger estaba un paso más adelante que los ya citados Halperín, Giberti, Alí, Ruiz Guiñazu. Pero tranquilicémonos. Quien esto escribe no conoce el punto de partida de tal investigación. Pero durante el capítulo argentino, la investigación (ya) no era tal: partía de la misma base ”filosófica” de nuestros conocidos; estaba convencido que enfrentaba una leyenda absurda. En Buenos Aires, entrevistará al ministro de Salud, a la sazón Quique Aráoz, quien [estuve presente] la asegurará categóricamente, con la palabra de honor de alguien que ha sido reiteradamente sindicado como estrecho colaborador de la dictadura militar, que no existía el tal tráfico.

Con semejantes ”incursiones de campo” el nórdico investigador no hacía sino ratificar lo que su perspicacia escéptica le había permitido conocer de antemano. Uno terminaba preguntándose a santo de qué tantos viajes (porque Sågänger tenía viáticos para recorrer varios países latinoamericanos, países ”candidatos” en el imaginario europeo-occidental a tales corporizaciones, reales o imaginarias). Vuelto a Suecia escribirá un libro, Organhandel [Comercio de órganos], en el que asienta su tesis concordante con las que hemos venido glosando: una leyenda urbana más.

No podía faltar la revista Noticias en esta recorrida por lo más granado de la progresía vernácula: en el 2000 por entre los mitos que expone, pasa revista a algunas verdaderas mentiras. El recopilador, Matías Loewy, incorpora el mito del riñón robado al joven que dormía después de una festichola. Aquí, quien nos tranquiliza es el director del INCUCAI (años atrás el CUCAI había sido disuelto tras un incendio en sus instalaciones que hizo desaparecer todos sus registros; con el colapso de ese primer centro o banco de órganos para transplantes, se habilitó el ahora vigente, con un nombre que procuró dar continuidad simbólica a lo que era también una continuidad institucional).

A tanta sensatez le falta... el nervio motor

Lo que nos dicen todos estos ponderados profetas del sentido común y la superioridad intelectual es que entre los pobres se gesta una mitología con la que transfieren al reinado atroz de los secuestros y muertes ante el altar de la novel –no tan novel (véase recuadro sobre comercio cadavérico)– cirugía de transplantes de órganos, sus propios miedos, impotencias, supersticiones.
La verdad, que sin embargo se ha ido abriendo paso, pese a dictámenes tan categóricos, parece más prosaica y menos imaginativa.

Una verdad que no se presenta atada a la construcción de imaginarios de gente sin recursos intelectuales ni a delirios de la miseria, sino más bien a la manipulación mercantil, al tráfico comercial, ése sí, a menudo apoyado precisamente en la miseria (para una parte del contrato, la débil) y en las necesidades vitales (para la otra parte, generalmente la poderosa). Si los medios de incomunicación de masas y hasta un periodismo de seudoinvestigación en lugar de invocar tantas autoridades, hicieran un análisis de situación, un análisis de los valores de nuestras sociedades podríamos haber estado sobreaviso desde hace bastante tiempo.
Desde el momento que hubo capacidad tecnológica para encarar estos transplantes. Desde ese mismo momento, habría sido extraño que no surgiera un comercio atroz, abusivo, en el mercado, en este caso médico. ¿Cuánto vale un órgano para un millonario del jet set de Los Ángeles que lo necesite? Algunas decenas de miles de dólares. Una bicoca.. ¿Cuánto vale la vida de algún pequeñín de San Pablo? A gatas el precio de la bala con que a menudo se los mata alegando ”higiene social”.

¿Qué impedimentos tendrían algunos VIP para quienes trabaja un ejército de empleados, asistentes, secretarios, guardaespaldas, servidores varios, si se viera necesitado de un riñón, una córnea, un hueso, una arteria para sí, para su amada esposa o el entrañable hijo con una afección dramática de desenlace fatal inminente?
Para quien su fortuna descansa en el mercado, también su valía descansa en el mercado. Su sentido de la vida descansa en el mercado. Para quien crea valer lo que tiene (o pueda tener en el mercado), la decisión es meridiana: adquiriría en el mercado la mercancía médica reparadora, salvadora, que necesita.
Si entendemos como funciona el mercado, la extrañeza se invierte: sería raro que no se hubiera generado un tráfico irregular. Sería algo así como si la represión del sistema fuera estrictamente legal, no existiera ni la ”zona liberada”, ni los acuerdos o arreglos entre delincuentes y quienes están encargados de combatirlos. Como si la administración pública no tuviera ñoquis, como si en los sistemas de conscripción, los ricos no compraran su exención y fueran al servicio militar o a la guerra del mismo modo exactamente que el resto de los mortales... sería casi como creer, el 6 de enero, en los Reyes Magos.

Los descargos de la intelectualidad ”sensata” que hemos venido glosando no se llevan del todo bien con los datos de la realidad. Halperín nos hablaba que esos estados de pánico se construían pese a la opinión del Parlamento en contra. No vamos a pretender que fuera profeta. Pero apenas cinco años después, en 1993, en el Parlamento argentino (Trámite Parlamentario, no 154) se prestaba oídos a una escalofriante investigación publicada por la BBC de Londres sobre tráfico de órganos de niños en varios países latinoamericanos. Los principales eran entonces: Guatemala, Honduras... y Argentina. La investigación distinguía entre tráfico de órganos de gente desaparecida y aquellos provenientes de extracciones de chicos con ”muerte cerebral”. En este último caso el autor del informe, Bruce Harris, señalaba poca confiabilidad en los encefalogramas que servían para decretar la muerte cerebral.
El proyecto de Diputados se refería también a la nunca aclarada desaparición de la médica Cecilia Giubileo en 1985 ”por su presunta investigación de tráfico de órganos en la Colonia Montes de Oca” (Mercedes, prov. de Buenos Aires). Al director de ese centro de internación psiquiátrico se le responsabilizó de haber comercializado cientos de córneas entre 1979 y 1985.
En 1995 se le retira el premio francés Albert Londres sobre periodismo de investigación a Marie Robin que había llevado adelante una investigación sobre tráfico de órganos. Es interesante consignar que la autora impugnada le atribuyó a nuestro ya conocido USIS la campaña de desprestigio que culminó en el retiro del premio.
En 1996 el New York Times denunció el tráfico de niños... en Paraguay (y aquí se hizo eco al menos Página12 (20/3/1996), que significativamente cruzó ese tema con el de tráfico de órganos que acabamos de mencionar.
Por esa misma época, la extraña muerte de un periodista francés, Xavier Gautier, dedicado a investigar el tráfico de órganos en la Bosnia desangrada por la agresión étnica, puso otra vez sobre el tapete el negado fantasma.
Volvemos a Argentina. En abril de 2000 se consignó públicamente que una clínica en Claypolé estaba complicada en el tráfico de bebes. Que se supuso con ramificaciones hasta en la provincia de Misiones: tráfico de bebes. Ya sería atroz para adopciones que se hacen sobre la base del despojo o la miseria de progenitores. Pero pensando en Misiones, hay que pensar en tráfico internacional de bebes. ¿Y si se tratara de tráfico de órganos en cuerpos vivos?

Lo atroz se hace casi inaguantable, inconcebible. Hannah Arendt, refiriéndose a las pesadillas de universos totalitarios, nos dice algo sobre el particular: ”Los hombres normales no saben que todo es posible, se niegan a creer en lo monstruoso [...].” (Los orígenes del totalitarismo. 3, edic. Alianza, 1968, p. 567).
Tal vez esto explica porqué esa permanente desmentida al tráfico de órganos. Nadie niega la prostitución infantil, por otra parte, cada vez más masiva (y en donde el riesgo de muerte de ”el objeto sexual” es bien cierto). Ya se sabe, sin sombras de dudas, que existen ”grupos” y ”redes operativas” para semejante tráfico. Y se los reconoce. Tal vez porque los delitos vinculados con la prostitución aparecen más ”normales” o menos ”anormales”, que el incalificable tráfico de órganos.

Quince años más tarde, la aseveración de Halperín tuvo un nuevo mentís: ahora es el Parlamento Europeo el que toma cartas en el asunto: el tráfico se ha europeizado en estos últimos años: ”las redes [...] están apuntando a países pobres europeos como Estonia, Bulgaria, Turquía, Georgia, Rusia, Rumania, Moldavia y Ucrania.” (Jeremy Lawrence, Página 12, 4/10/2003).

El informe explica las ventajas de los donantes vivos sobre los recién fallecidos (algo que ya se mencionó cuando el asesinato de Gautier; tráfico con cuerpos moribundos). Esa diferencia ”técnica” es decisiva para que un tipo de actividad como la del INCUCAI reciba una fuerte ”competencia” de lo que algunos apresurados han calificado como ”leyendas urbanas”.

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Comercio cadavérico
El comercio de órganos es de larga data. Suecia, por ejemplo, obtiene una respetable cantidad de divisas que convierte en petróleo (del que carece) mediante la exportación de varios cientos de córneas al año a Egipto. Egipto es un país con un índice alto de ceguera. Suecia tiene una legislación muy permisiva respecto de la conservación de los cadáveres y en los hospitales no hay necesidad de consultar a los deudos para extraerle las córneas a los fallecidos aptos. Simbiosis perfecta. Así, la tecnología quirúrgica ha alcanzado un nivel de operatividad que le otorga a Suecia considerables divisas.
Pero dicho comercio tiene cierta potencialidad riesgosa. EE.UU. es un gran consumidor de cadáveres para sus salas universitarias de anatomía. Al parecer, dicho consumo no se ha satisfecho con una circulación interna. Por su parte, la India ha dispuesto desde tiempo inmemorial de una cantidad enorme de muertos jóvenes, cadáveres que en los servicios de capacitación y formación médica estadounidenses son altamente estimados. Otra simbiosis. La India exportó durante mucho tiempo cadáveres, cuerpos humanos anátomicamente aptos a EE.UU.

¿Qué mejor que dejar librado al mercado semejante juego de necesidades y disponibilidades? Seguramente será el consejo de algunos de nuestros inefables neo- o paleoliberales. Esa mano invisible que todo lo arregla. India exportaba cadáveres con fines científicos. Pero, ¿desde cuándo hubo necesidades y mercados ”naturales”? En la India no sólo mueren muchos jóvenes, también hay mucha gente (mil millones de habitantes). Y mucha gente pobre. Y mucha indocumentada. Y mucha sin recursos ni contactos (los ”adecuados”). A algún empresario se le ocurrió que no era suficiente esperar a los muertos para exportarlos. Y se decidió a producirlos. Hasta que, por algún traspié; algún muerto inadecuado, vaya uno a saber, o algún aduanero pesquisante y honesto, saltó el ”negocio”. Para cortar los asesinatos, el gobierno indio suspendió la necrofílica exportación.

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Unites States Information Service. USIS.
¿Desmintiendo verdades?

Sale públicamente –algo que hace muy pero muy esporádicamente porque su labor permanente es más en las sombras–, a tranquilizar a ”la opinión pública” y a los medios de incomunicación de masas que le hacen el juego, desmintiendo toda posibilidad de tráfico de órganos.
Hay que volver a la fábula de Samaniego: si el mono critica malo, si el chancho aplaude, peor.
Si algo puede apuntar a la existencia de tan sórdida actividad humana es, no tanto las pesquisas siempre difíciles respecto de una actividad confidencial y oculta que por otra parte se entremezcla con las ”leyendas urbanas”, sino, precisamente, la falta total de lógica de que se pretenda que tal actividad NO puede existir. Sospechable desmentida.

En su momento (La Nación, 10/8/1988), el USIS acusó a la URSS de esa ”campaña de desinformación”. Ahora que no existe la URSS pero la cuestión está más presente que nunca, ¿será ”el enemigo musulmán” el que lleve adelante la ”campaña de desinformación”?
El mensaje del USIS resultó regocijante. Porque atribuía a la URSS cinco campañas, no sólo ésta. Y todas falsas, pretendía el USIS.
Repasemos las otras cuatro desmentidas que nos permitirá apreciar los quilates de veracidad de esta sí, instructiva campaña:
2) que EE.UU. estaba investigando armas étnicas. Para matar a no-blancos.
En 1995, con el levantamiento del carácter secreto que periódicamente tolera la administración de EE.UU., se pudo saber que tal investigación sí existió. Y en su transcurso, llegaron a matar a algún ser humano tratado como cobayo involuntario (dentro de población estadounidense inoculada con bacterias sin saberlo, por ejemplo en la bahía de San Francisco, y, sin muertes registradas, en la de Norfolk). Que las investigaciones reveladas no hayan llegado a obtener tales armas, es otro cantar.
3) Que EE.UU. desarrolla armas biológicas.
No sólo es cierto y, entrado el siglo XXI, sabido hasta por el periodismo más cómplice, sino que además EE.UU. es uno de los poquísimos estados que se ha negado a cualquier tratado internacional de abolición de tales armas.
4) Que la CIA participó de la matanza de la secta de Jim Jones en Guyana.
Lo que sí se conoce públicamente es que todo el funesto episodio de los ochocientos suicidios o más bien suicidados, empezó en el aeropuerto guyanés donde desembarcaran agentes de ”seguridad” de EE.UU. recibidos a tiros por sectarios.
5) Que EE.UU., sus fuerzas de ”seguridad”, estaban envueltos en asesinatos de palestinos...¿alguien que dudara de ello en 1988, puede hacerlo en el 2003? En Israel, cuesta distinguir entre el Mossad y la CIA, tal es el grado de entrelazamiento de los regímenes establecidos en EE.UU. e Israel.

Luis E. Sabini Fernández

notas:
1 Aunque se podría observar que algunas de tales leyendas bordea fuertemente una realidad que en 1988 parecía racionalmente impensable: Halperín se burla entonces de la leyenda urbana según la cual los bancos van a diezmar la plata de los ahorristas. Unos doce o trece años después, no la diezmaron pero la terciaron...
2 Que sustituyó al clásico concepto de muerte cardiaca, justamente cuando la técnica de preservación y trasplante de órganos se puso a punto.

artículo publicado en Revista futuros nº6 / Río de la Plata otoño- verano 2004

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