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Miguel Angel Mozé,jefe de la JP Córdoba y militante montonero
Por FW: Alexis Oliva - Friday, Feb. 27, 2009 at 5:34 AM

El hijo olvidado



Treinta años después de su fusilamiento, la historia de Miguel Angel “Chicato” Mozé, seminarista, jefe de la Regional III de la Juventud Peronista y militante montonero, es un testimonio emblemático de una generación de jóvenes que adquirieron sus ideales revolucionarios en el seno de la Iglesia Católica y luego fueron demonizados y abandonados a su suerte por una jerarquía clerical cómplice de la dictadura.

“Sólo le pido a Dios / que el engaño no me sea indiferente / Si un traidor puede más que unos cuantos / que esos cuantos no lo olviden fácilmente”._

(León Gieco reveló hace poco que el destinatario original de esos versos de Sólo le pido a Dios fue Juan Domingo Perón, porque “en España, Perón decía ‘si fuera joven estaría tirando bombas como los muchachos en Argentina’. Pero cuando vino, se cagó en todos los muchachos y se juntó con la derecha de López Rega”.).


“...(Raúl Francisco) Primatesta convalidó con su silencio el relato encubridor del asesinato de quien se había formado bajo su autoridad. Entre la ideología y el miedo, no había espacio para la verdad”._

(Horacio Verbitsky – Doble Juego – La Argentina Católica y Militar – 2006).

Julio de 1970. El seminarista Miguel Angel Mozé recibe un sobre. Adentro hay una carta y varios escritos, donde una agrupación llamada Montoneros se atribuye la autoría del copamiento de la localidad de La Calera y el secuestro y ejecución del general Pedro Eugenio Aramburu. Le ha llegado a él y a otros compañeros con los que comparte una militancia cristiana tercermundista que no alcanza a saciar sus ansias revolucionarias.

Enero de 1979. Angela Suša de Mozé recibe un sobre. Adentro hay una medalla de oro y un acta de condecoración póstuma para su hijo: “Considerando que el compañero Miguel Angel Mozé que ha dejado la vida en la defensa de los intereses de nuestra Patria y de nuestro Pueblo es un ejemplo de la heroica resistencia popular (...) La Conducción Nacional del Partido Montonero y Comandancia del Ejército Montonero resuelve otorgar a este compañero la condecoración ‘Al Mártir de la Resistencia Popular’ en su máximo grado, el de Compañera Eva Perón”. Firman los comandantes Mario E. Firmenich y Horacio A. Mendizábal, y el segundo comandante Horacio D. Campiglia.

Entre un sobre y otro han pasado, además de ocho años y medio, muchos muertos. Entre ellos, un Mozé que ya no era seminarista y mucho menos sacerdote, que fue fusilado a los 27 años, el 17 de mayo de 1976, junto a otros cinco presos políticos.
El primero de esa historia ha sido Emilio Mazza, herido fatalmente en aquel intento de copar La Calera. Los sacerdotes tercermundistas y el obispo de la Rioja, Enrique Angelelli, han justificado la “violencia de abajo”; y está preso el cura Fulgencio Alberto Rojas, sospechado de pertenecer a Montoneros. Mozé y sus compañeros del Seminario Mayor de Córdoba sienten que deben hacer oír su voz: “Morir por el Pueblo es la máxima opción del cristiano y justamente el anuncio sin hipocresía del Evangelio y la acción por la justicia que se gesta en el seno de nuestro Pueblo tienen como consecuencia entrega total”, afirman en un documento que se convertirá para los firmantes en una lista negra.

La Iglesia que comenzará a abandonarlo a partir de ese documento, recibió a Miguel Angel siendo un niño de cinco años en el jardín de infantes del Instituto Nuestra Señora del Valle, de la ciudad de Cruz del Eje. En aquellos primeros años 50, catolicismo y peronismo todavía no eran términos educativos incompatibles y ambos imaginarios se encontraban en un libro de lectura que decía: “Nuestra Evita está con Dios y nos cuida desde el cielo”.
Ya era monaguillo cuando en cuarto grado se cambió al colegio de los Hermanos Educadores de Bialet Massé, para pasar luego al Seminario Menor de Jesús María.
Su ex compañero Luis Miguel Baronetto recuerda algunas características: “Era muy pata dura para el fútbol; y eso era jodido, porque valías mucho si eras buen jugador. Y era un tipo muy jetón, alegre y rompe huevos, diríamos, de esos que animan cualquier fiesta. Eso compensaba sobradamente su incapacidad futbolera, así que no era un desapercibido, sino muy tenido en cuenta. Además, se distinguía por su interés y dedicación por todo lo que significaba la reforma litúrgica”.

El despertar

Ingresa al Seminario Mayor en 1967, año en que sus alumnos comienzan a estudiar en la Universidad Católica. La experiencia dura apenas dos años, porque la acelerada politización del estudiantado representa un peligro potencial para los futuros sacerdotes. En la Católica, los ámbitos de militancia son el Ateneo de Estudios Sociales y el Campamento Universitario de Trabajo (CUT), con el que en 1969 Mozé viaja a la colonia aborigen de Quitilipi, Chaco. En una entrevista del periódico cruzdelejeño Nuevo Tiempo, describe la realidad que observó: “Viven casi exclusivamente del cultivo del algodón. Éste es comercializado por intermedio de una Administración, de la cual dependen ellos y, aquí se crea un círculo vicioso, dado que la cosecha generalmente se la paga con las nuevas semillas; esto, sumado a los alimentos racionados que durante el año sacan de la cooperativa (repartición de la Administración), no les permite dejarles ninguna ganancia; muy por el contrario, siempre quedan en deuda”.

Su formación sacerdotal se complementa con trabajo social -en un principio avalado por el propio Arzobispado- en parroquias de barrios populares conducidas por curas del creciente Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Mozé y Roberto Vidaña -luego diputado nacional de Montoneros- van a la parroquia de barrio Los Plátanos, a cargo de Erio Vaudagna. “Todavía se gozaba de cierta libertad de opinión y elección, y los seminaristas elegían a qué parroquia ir. Vidaña y Mozé me vinieron a hablar y yo acepté con gusto. La actividad era netamente parroquial, con un sentido progresista y de Iglesia de los pobres, en base a reuniones, debates y los sermones. Ellos me dirigían la misa y formaban los grupos juveniles”, recuerda el ex sacerdote.

En ese tiempo van ocurriendo sucesos que estimulan una conciencia revolucionaria que trascenderá la militancia cristiana tercermundista: la aparición de la guerrilla, el Cordobazo, Vietnam, la irrupción de Montoneros con la ejecución de Aramburu, la toma de La Calera y la muerte de Emilio Mazza, que motivará aquel pronunciamiento que irritará al arzobispo Raúl Francisco Primatesta. Sus firmantes serán retirados del Seminario por los titulares de sus diócesis.

“En un momento descubre que desde la Iglesia ya no se podía avanzar más -explica Vaudagna-. La Iglesia tenía que pasar a ser una institución que dentro de un sistema socialista trabajase por profundizar ese socialismo. Mientras tanto, su misión, la de un auténtico cristiano, estaba en lo político. Y contra esa oligarquía aliada en el capitalismo al Ejército, la opción que quedaba era la lucha armada. Vivir el cristianismo significaba luchar por otro orden social. Y no se podía con elecciones, era con la lucha armada del pueblo contra el sistema. Entonces, al surgir estos movimientos que proponían la acción armada, ellos se enrolaron”.

La ruptura

El obispo cruzdelejeño Enrique Pechuán Marín traslada a Mozé a la localidad de Serrezuela para despolitizarlo, pero allí encuentra el mismo mecanismo de explotación que conoció en el Chaco y comienza a concientizar y organizar a los campesinos.

El 24 de septiembre de 1970, organiza en el salón del Pasaje España de Cruz del Eje una entrevista pública entre un corresponsal de la revista Siete Días y el cura tercermundista Abud Layús, con masiva convocatoria y amplia repercusión en la prensa cordobesa. Tanto que el propio Layús rescata la experiencia en su libro El Poder y la Sangre, donde refiere que Mozé “había querido traer a su ciudad natal las ideas que a él le habían cambiado la vida”. Layús cuenta que al final del debate el cruzdelejeño corrió a darle un abrazo:

-Muy bien, Cura. Muy claro todo. Ahora debo enfrentar a Monseñor Pechuán, que está furioso por haber organizado esta jornada y sobre todo por haberlo invitado a usted.

También los terratenientes de Serrezuela están furiosos con el seminarista y lo denuncian, por agitar a sus peones, ante el Obispo, que convoca a varios curas de la diócesis a una reunión donde deciden que no se ordenará sacerdote.

En 1971, vuelve a Córdoba y se muda con otros seminaristas a barrio Oña para trabajar con las comunidades cristianas coordinadas por el cura irlandés Antonio Gill. Allí crean la primera unidad básica de superficie de la JP en Córdoba. En esa época, conoce a Olga Acosta, militante cristiana y de la JP, con quien tendrá un hijo, Martín, nacido el 4 de septiembre de 1973.

En el libro “Por la memoria, por la justicia, por un sueño”, que cuenta la historia de los fusilados en la Penitenciaría de Barrio San Martín, escribió un relato que termina así: “Pido a gritos tu presencia para no morir sin sufrimientos ni razones y no dejar tu mundo ni olvidar mis sentimientos por vos, papá”. Actualmente, Martín tiene 33 años y estudia cine en España. Hace unos años, se reunió en Jesús María con los ex compañeros de Mozé en el Seminario Menor. “Al verme, por mi parecido físico con mi padre, se sobrecogieron y hasta lloraron”, recuerda Martín, quien piensa hacer un documental con eje en el difuso recuerdo de una visita que alcanzó a hacerle con su madre en la cárcel.

En marzo de 1972, Mozé ingresa a la Escuela de Ciencias de la Información (ECI) de la Universidad Nacional de Córdoba. En su legajo, al responder a “Se inscribió, inscribe o reinscribe en otra carrera”, marca “La abandonó”. Pero su paso por la ECI no figuraba en la placa que durante muchos años rindió homenaje a los estudiantes asesinados o desaparecidos por la dictadura.

Recién en marzo de 2003, la entonces directora Marita Mata lo advertirá gracias a una casualidad: “Yo recibí la demanda de la agrupación Arcilla de que buscáramos los legajos de los compañeros desaparecidos, que por alguna razón nunca se encontraron. Entonces, me fui a Despacho de Alumnos con la lista de los compañeros que siempre han figurado en las placas y documentos. Pero después de buscar con esa lista, al no encontrar algunos, me llevó a ver todos los legajos porque pensé que podían estar traspapelados. Al revisar uno por uno, de pronto veo la foto del Chicato. Y me quedé impresionada, porque no recordaba que hubiera sido alumno. En esos años, Mozé era una presencia constante en la Escuela, pero yo lo asociaba a su calidad de dirigente de la JP”.

El vértigo

28 de febrero de 1973. Ante un estadio de Talleres colmado, habla “en tono enérgico y verba encendida, el joven Miguel Angel Mosse (sic), prologando la palabra del candidato a la presidencia de la República” (La Voz del Interior), un Héctor Cámpora que triunfará con el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) el 11 de marzo. Mozé está en la cúspide, aunque al convocar a trabajar por “la patria socialista” desde un sector de la tribuna le silben y contesten: “¡No, la patria peronista!” (Diario Córdoba).

Son los mismos que el 13 de julio festejarán que Cámpora sea desplazado cuando “sectores de derecha dieron un golpe que pretendió burlar la voluntad popular”, definirá el cruzdelejeño en una entrevista del diario El Independiente de La Rioja. El 8 de septiembre, Mozé participa en la reunión de Gaspar Campos, donde Juan Domingo Perón logra tranquilizar y “encuadrar” a los líderes de Montoneros, FAR y JP.

El 17 de septiembre, El Independiente titula: “Mozé: Esta es la etapa de la toma del poder”. El dirigente aclara que “las relaciones de Perón con la JP nunca estuvieron interrumpidas”, y afirma: “Gracias a la lucha de FAR y Montoneros, esencialmente, y de la clase trabajadora hoy podemos cumplir el anhelo de Perón Presidente. En la actual etapa de reconstrucción y liberación nacional no se pierde el objetivo estratégico que es la toma del poder con Perón en el gobierno, para construir, en definitiva, el socialismo nacional”, insiste.

El 23 de septiembre, triunfa la fórmula Perón-Perón.

“Él siempre decía que habían sido muy tontos -recuerda su hermana, Miguelina-, porque cuando salieron de Gaspar Campos, no sé qué les dijo (José) López Rega y ellos se rieron, como diciendo: ‘Miralo a este tonto, que se cree que tiene tanto poder’. Y después con el tiempo, cuando pasa todo lo que pasa, él me decía: ‘Qué lástima que no nos dimos cuenta quién era’”.

La caída

22 de julio de 1975. 16,30 horas. Un muchacho con lentes de contacto charla con el cadete apoyado en el mostrador en la corresponsalía del diario La Opinión, en el 7º piso de Rioja 33, mientras aguarda que termine una reunión el periodista Jorge Pérez Gaudio. De repente, una docena de policías de la Dirección de Informaciones (D2) irrumpe en el local y reduce al joven, que tiene un documento de identidad a nombre de Alberto Marull.
-¿Así que sos éste? Mirá vos, justo a vos te estábamos buscando...- se mofa un policía.

-¡No señor! ¡Se están llevando a Miguel Angel Mozé, el delegado de la JP!- interviene Pérez Gaudio. Un agente lo derriba de un empujón.

-¡Piro, salvame!- alcanza a gritar Marull-Mozé desde el ascensor.
Inmediatamente, el periodista recurre a los abogados Gustavo Roca y Lucio Garzón Maceda, quienes presentan un habeas corpus y logran aclarar la identidad del detenido.

“Diversos procedimientos se efectuaron con motivo de la detención de Mosé” (sic), titula el Diario Córdoba del 26 de julio. La nota indica que “era buscado desde hace varios meses, pues en ocasión de la liberación de Mario Kember, presidente del directorio de INTI, se encontró en el lugar del cautiverio la libreta de enrolamiento de Mosé” (sic). Y agrega que “los primeros resultados no trascendieron para los medios de difusión”, pero “la posibilidad de ubicar algunos de los centros operativos de la organización autoproscripta, se habría diluido en gran parte, y se espera que un buen número de los detenidos por sospechas de actividad subversiva recuperen sus libertades tras aclarar sus situaciones personales”, lo que no significa otra cosa que Mozé fue torturado y resistió sin dar información, según consta también en la documentación judicial y aseguran sus compañeros de cautiverio.

Después de varios días en el Cabildo, un maltrecho Mozé va a parar a la Unidad Penitenciaria Nº 1, a la celda uno del pabellón ocho, en el que están alojados los militantes guerrilleros. Allí se reencontrará con su ex compañero Baronetto y con su abogado Miguel Hugo Vaca Narvaja (h), secuestrado por policías de civil en la escalinata de Tribunales, donde realizaba un trámite relacionado la defensa del ex delegado de la JP.

En aquellos meses previos al golpe de Estado, un sistema relativamente permisivo permite que durante el día las puertas de las celdas permanezcan abiertas y en el pabellón se puedan realizar tareas manuales, recibir visitas, leer, escribir y discutir política.

Todo terminará cuando, luego del 24 de marzo del ‘76, el Ejército se haga cargo del penal e inicie un régimen implacable de requisas, incomunicación, golpizas nocturnas, hambruna y asesinato.

Asesinato y encubrimiento

“Córdoba debe vivir con tranquilidad”, afirma el cardenal Primatesta en el titular principal del diario Córdoba del 18 de mayo de 1976. Tal vez después de leer la crónica de su audiencia de la víspera con el general Jorge Rafael Videla, en la que estrenó su condición de presidente del Episcopado, haya pasado unas páginas y advertido algo que ocurrió ese mismo día: “Abatieron a seis extremistas”, dice el título.

El comunicado del Tercer Cuerpo de Ejército informa que cuando “una comisión policial trasladaba a seis delincuentes subversivos (...) fue atacada por otros delincuentes que ocupaban dos o tres automóviles con el evidente propósito de rescate, abriendo fuego contra la comisión policial, la que reaccionó de inmediato. Como resultado del tiroteo, dos delincuentes que se encontraban dentro del vehículo policial fueron alcanzados por varios disparos pereciendo en el acto. Un agente resultó con una herida leve en un brazo. Los otros detenidos, tratando de aprovechar esta situación, intentaron huir en distintas direcciones. Dos de ellos se cruzaron en la línea de fuego cayendo heridos mortalmente y los dos restantes, al no acatar la intimación policial, fueron abatidos por las fuerzas del orden.

(...) Los delincuentes muertos son: Miguel Angel Mossé (sic), José Alberto Svagusa, Diana Beatriz Fidelman, Luis Ricardo Verón, Ricardo Alberto Young y Eduardo Alberto Hernández”.
¿Desconocía el Cardenal quién era aquel al que vio formarse bajo su órbita, aquel cuya graduación en el Seminario Menor presidió un no tan lejano día de noviembre de 1966? (“Estuvo Primatesta”, figura en el día de su egreso en el cuaderno donde Mozé registraba sus vivencias del Seminario Menor. “Primatesta no la quiso recibir a mi mamá cuando mi hermano estaba preso”, dice Miguelina).

Y si no leyó la noticia en el diario, la pudo leer después. Rodolfo J. Walsh, en su Carta Abierta a la Junta Militar, cita una carta “de los presos en la cárcel de Encausados al obispo de Córdoba, monseñor Primatesta. El 17 de mayo son retirados con el engaño de ir a la enfermería seis compañeros que luego son fusilados...”, le cuentan con detalle los prisioneros al Cardenal.

Así comenzó a cumplirse aquella amenaza del general Juan Baustista Sasiaiñ, a poco de copar el Ejército la cárcel después del golpe:
-Los vamos a matar a todos. Pero los vamos a matar de a poco, como a las ratas, para que sufran.

Ese día irrumpen en el pabellón, gritan sus apellidos, los esposan, les vendan los ojos, los obligan a subir a una camioneta de la policía y los llevan hasta la costanera del río Suquía, cerca del puente Santa Fe.

-¡Corran, carajo!- ordena un oficial.
-No seas cobarde. Matame de frente, hijo de puta- le contesta Diana Fidelman.

Los testigos escuchan ese diálogo y ven que los empujan hacia la barranca del río y a tropezones comienzan a bajar. También escuchan y ven que los acribillan.

Al día siguiente, un empleado penitenciario se lo confirma a los presos políticos:

-Los mataron a todos cerca del puente Santa Fe y después la policía baleó sus propios vehículos para simular el enfrentamiento.
“Ahí tomamos conciencia de que lo que Sasiaiñ había dicho, eso que considerábamos una bravuconada de los milicos, era en serio”, reflexiona Baronetto treinta años después, al evocar a los 28 compañeros asesinados durante 1976 en la cárcel de barrio San Martín, entre los que estaba su esposa, Marta Juana González.

Impunidad y olvido

En el caso de Mozé, tomaron otro recaudo para garantizar la impunidad de su crimen. Ricardo Valentini, esposo de su hermana, fue apresado el 11 de mayo -seis días antes del fusilamiento colectivo- y el 18 fue trasladado a la penitenciaría de donde el día anterior se llevaron a su cuñado. “Fui una especie de rehén”, interpreta Valentini el verdadero motivo de aquella detención que se ordenó por “leer material subversivo” y lo mantuvo preso hasta marzo de 1979.

Miguelina aún no se recuperaba del allanamiento de su casa y el encarcelamiento de su esposo, cuando se entera de la muerte de su hermano: “Cuando le tuve que decir a mi mamá que lo habían matado y teníamos que ir a reconocer el cuerpo, fue uno de los peores momentos de mi vida. Había venido mi suegro a contarme lo que salía en el diario... Entonces, me fui a su casa y le dije: ‘Mirá, mamá, hubo un enfrentamiento en la cárcel de San Martín y creo que Miguel está muy herido. Tenemos que ir a verlo’. Después nos llevaron y en el auto le dije, porque ella ya se daba cuenta: ‘Lo mataron’”.

De todas las “madres” de Miguel Angel Mozé, fue Angela, la que lo trajo al mundo, la única que nunca lo abandonó. Con su dolor a cuestas, recuperó el cuerpo de su hijo, lo sepultó en el cementerio San José de Cruz del Eje y guardó como un tesoro sus recuerdos hasta que le tocó descansar junto a él. Porque fue abandonado por su ciudad natal, que retribuyó su compromiso primero esquivando la mirada a sus familiares y después con olvido. Abandonado también -como tantos militantes de la izquierda peronista- por un Partido Justicialista que jamás le rindió un homenaje. Y abandonado por su “segunda madre”, la Santa Madre Iglesia, que no permitió que se ordene sacerdote y lo dejó librado a su suerte en una cárcel donde mandaban los asesinos de Menéndez. Miguel Angel Mozé es el paradigma del hijo olvidado por esta ingrata madre, que habiéndolo formado desde niño en el pensamiento revolucionario, cuando ese ideario se tradujo en opción de vida le soltó la mano y lo entregó a la muerte.

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Chicato Moze, un ciego visionario
Por Ignacio Gonzalez Janzen - Saturday, Sep. 19, 2015 at 6:27 PM
ignaciogonzalezjanzen 00527771021117

Norberto Habergger, uno de los directores del diario Notiicias -montonero- me envió a Córdoba en la época del golpe del coronel Navarro contra el gobernador Ricardo Obregó Cano. Fue entonces que me puse a las órdenes del "Chicato"Mozé,
jefe de la JP regional. Así conocí un compañero excepcional, impregnado de sólidos valores cristianos, un gran compromiso solidario con los más humildes y pasión por la justicia. Los militares lo fusilaron en lo que fue uno de tantos crímenes abominables de la dictadura. La Patria perdió un hijo valioso, ejemplar, de esos que no tienen reposición.

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