Julio López
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La reunión de la cúpula del G-20 y las grandes ilusiones
Por reenvío rebelión.org - Friday, Apr. 10, 2009 at 6:00 PM

Boaventura de Sousa Santos Carta Maior Traducido por Antoni Jesús Aguiló









Todo se hizo para que los ciudadanos del mundo se sintiesen aliviados y confortados con los resultados de la cúpula del G-20 que acaba de celebrarse en Londres. Las sonrisas y los abrazos coparon los noticiarios, el dinero asomó más de lo previsto, no hubo conflictos —del tipo de los que hubo en la Conferencia de Londres de 1933, en igual tiempo de crisis, cuando Roosevelt abandonó la reunión en señal de protesta contra los banqueros— y, como si no hubiese un mejor indicador del éxito, los índices de las bolsas de valores, comenzando por el de Wall Street, se dispararon en un estado de euforia. Fue todo muy eficaz. Mientras una reunión anterior, con objetivos similares, duró más de 20 días —Bretton Woods, en 1944, de donde salió la arquitectura financiera de los últimos 50 años—, la reunión de Londres duró tan sólo un día.

¿Podemos confiar en lo que leemos, vemos u oímos? No. Por varias razones. Cualquier ciudadano, con las simples luces que aportan la vida y la experiencia, sabe que, a excepción de las vacunas, ninguna sustancia peligrosa puede curar los males que causa. Ahora bien, detrás de la retórica, lo que se decidió en Londres fue garantizar al capital financiero poder continuar actuando tal y como lo ha hecho en los últimos treinta años, después de liberarse de los controles estrictos a los que antes estaba sujeto. O sea, acumular lucros fabulosos en las épocas de prosperidad y contar, en las épocas de crisis, con la «generosidad» de los contribuyentes, de los desempleados, de los pensionistas robados y las familias sin casa, garantizada por el Estado de su Bienestar. Aquí reside la euforia de Wall Street. Nada de esto resulta sorprendente si tenemos en cuenta que los verdaderos artífices de las soluciones —los dos principales asesores económicos de Obama, Timothy Geithner y Larry Summers—, son hombres de Wall Street y que ésta, a lo largo de las últimas décadas, financió a la clase política norteamericana a cambio de la sustitución de la regulación estatal por la autorregulación. Hay quien incluso habla de un golpe de Estado por parte Wall Street sobre Washington, cuya verdadera dimensión y estrago se revelan ahora.

El contraste entre los objetivos de la reunión de Bretton Woods, donde participaron no sólo 20, sino 44 países, y la de Londres explica la vertiginosa rapidez de la última. En la primera, el objetivo fue el de resolver las crisis económicas arrastradas desde 1929 y crear una arquitectura financiera robusta, con sistemas de seguridad y alerta, que permitieran prosperar al capitalismo en medio de una fuerte contestación social, la mayor parte de orientación socialista. En Londres, al contrario, lo que tenemos es pura cosmética, reciclaje institucional, sin otro objetivo que el de mantener el actual modelo de concentración de la riqueza, sin ningún temor a la protesta social —por asumir que los ciudadanos están resignados ante la supuesta falta de alternativa— y un retroceso con relación a las preocupaciones ambientales, que volvieron a su estatuto de lujo para ser desempolvadas en tiempo mejores.

Las instituciones de Bretton Woods (el FMI y el Banco Mundial, en especial) hace mucho que fueron desvirtuadas. Sus responsabilidades en las crisis financieras de los últimos 20 años —México, Asia, Rusia, Brasil— y en el sufrimiento humano causado a vastas poblaciones por medio de medidas posteriormente reconocidas como erróneas —como por ejemplo, la destrucción, de un día para otro, de la industria del cajuil de Mozambique, dejando a millares de familias sin subsistencia—, llevaron a pensar que podríamos estar ante un nuevo comienzo, con nuevas instituciones o profundas reformas de las ya existentes. Sin embargo, nada de esto ocurrió. El FMI salió reforzado en sus medios, Europa continuará detentando el 32% de los votos y los Estados Unidos el 16,8%. ¿Cómo es posible imaginar que los errores no se van a repetir?

La reunión del G-20, por tanto, va a ser recordada por lo que no quiso ver o afrontar: la creciente presión para que la moneda internacional de reserva deje de ser el dólar; el creciente proteccionismo como prueba de que ni los países que participaron en la reunión confían en lo que se decidió —el Banco Mundial identificó 73 medidas de proteccionismo tomadas recientemente por 17 de los 20 países participantes—; el fortalecimiento de las integraciones regionales Sur–Sur, en América Latina, África y Asia, y entre América Latina y el mundo árabe; la restitución de la protección social —los derechos sociales y económicos de los trabajadores— como factor insubstituible de la cohesión social; la aspiración de millones de personas para que las cuestiones ambientales sean finalmente colocadas en el centro del modelo de desarrollo; la ocasión perdida para terminar con el secreto bancario y los paraísos fiscales, dos medidas esenciales para transformar la banca en un servicio público a disposición de empresarios productivos y consumidores conscientes.


Fuente: http://www.cartamaior.com.br/templates/materiaMostrar.cfm?materia_id=15923
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).

Antoni Jesús Aguiló es miembro de Rebelión y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.





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G-20: su agenda y la nuestra
Por reenvío nodo50.org - Friday, Apr. 10, 2009 at 6:55 PM


Josep María Antentas y Esther Vivas - Viernes.10 de abril de 2009


Si algo ha caracterizado a la reciente Cumbre del G-20 en Londres es la grandilocuencia de las declaraciones de sus protagonistas, empeñados en dar trascendencia histórica a sus decisiones y en buscar frases de impacto. Pero ¿qué hay detrás de los acuerdos anunciados y de las políticas seguidas por los gobiernos desde el estallido de la crisis? En palabras del respetado geógrafo David Harvey, “lo que están intentando hacer es reinventar el mismo sistema(…). El razonamiento fundamental que se están planteando es ¿cómo podemos reconstituir el mismo tipo de capitalismo que hemos tenido en los últimos 30 años en una forma ligeramente más regulada y benevolente?”.
Los acuerdos de la Cumbre profundizan las políticas hasta ahora adoptadas por sus integrantes para hacer frente a la situación. La declaración final mantiene el compromiso del G-20 con las bases del modelo de globalización neoliberal y sus instituciones. Se reafirma la necesidad de seguir impulsando la liberalización del comercio mundial y las inversiones en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de evitar medidas que limiten la circulación de capitales. Se señala la necesidad de dar un nuevo protagonismo al Fondo Monetario Internacional (FMI), receptor de la anunciada inyección de 500.000 millones de dólares. Esto supone el enésimo intento de restablecer la credibilidad y las funciones de uno de los símbolos y pilares institucionales del actual modelo de globalización. Reforzar el rol del FMI, en el ojo del huracán desde su nefasto papel en la crisis financiera asiática de 1997, es toda una declaración de intenciones.
En el terreno del sistema financiero, los acuerdos anunciados están lejos de suponer cambios estructurales, a pesar del anuncio de más medidas regulatorias y de control que buscan evitar los desmanes recientes. Los rescates a entidades financieras continuarán como hasta ahora. La retórica y la presión contra los paraísos fiscales se endurece, pero no se anuncian medidas concretas en dirección a su desaparición efectiva. Tampoco hay propuestas claras referentes a la regulación de los salarios de los directivos de las grandes empresas. Más allá de algunas medidas que puedan paliar la indignación popular ante situaciones escandalosas, lo cierto es que no se vislumbra ningún cambio sustancial de la dinámica que ha comportado la explosión por arriba de las remuneraciones de los altos cargos y el aumento espectacular del diferencial entre sus salarios y los de los trabajadores medios.
En definitiva, como señalan Éric Toussaint y Damien Millet, miembros del Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM), los acuerdos de la cumbre representan “un pequeño retoque de pintura en un planeta en ruinas (…). El G-20 vigilará para que se preserve lo esencial de la lógica neoliberal. Los principios son de nuevo apuntalados, aunque su fracaso esté claro”.
El sentido de las políticas de los principales gobiernos del mundo es claro: hacer pagar el coste de la crisis a los sectores populares e intentar apuntalar el modelo actual con tímidas reformas que aseguren su viabilidad. Frente a ello es necesario plantear otra agenda portadora de una lógica de ruptura con el actual orden de cosas. “Cambiar el mundo de base”, como reza la conocida estrofa de la Internacional, aparece hoy como más necesario que nunca. La declaración de la asamblea de los movimientos sociales aprobada en el pasado Foro Social Mundial de Belém traza lo que pueden ser las líneas maestras de una agenda alternativa de salida a la crisis sistémica contemporánea: “Tenemos que luchar, impulsando la más amplia movilización popular, por una serie de medidas urgentes como: la nacionalización de la banca sin indemnización y bajo control social; reducción del tiempo de trabajo sin reducción del salario; medidas para garantizar la soberanía alimentaria y energética; poner fin a las guerras, retirar las tropas de ocupación y desmantelar las bases militares extranjeras; reconocer la soberanía y autonomía de los pueblos, garantizando el derecho a la autodeterminación; garantizar el derecho a la tierra, territorio, trabajo, educación y salud para todas y todos; democratizar los medios de comunicación y de conocimiento”.
Es el momento de profundizar y radicalizar las alternativas, en el sentido de ir a la raíz de los problemas, de apuntar hacia el “núcleo duro” del actual sistema económico y no de conformarse con retoques cosméticos, la “moralización” del capitalismo o, simplemente, la domesticación de sus excesos neoliberales. Así ha quedado patente en las demandas de las manifestaciones celebradas en Londres y en todo el mundo en el marco de la Semana de Acción Global acordada en Belém. Aunque Gordon Brown afirmara en vísperas de la Cumbre haber entendido el mensaje de los manifestantes en Londres, en realidad, entre las políticas del G-20 y las demandas expresadas en las movilizaciones se enfrentan dos lógicas irreconciliables. En palabras de Daniel Bensaïd: “La del beneficio a cualquier precio, el cálculo egoísta, la propiedad privada, la desigualdad, la competencia de todos contra todos, y la del servicio público, los bienes comunes de la humanidad, la apropiación social, la igualdad y la solidaridad”. Para nosotros la elección es clara.
Josep María Antentas es Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona
Esther Vivas es miembro del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS)-Universidad Pompeu Fabra

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