Julio López
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Backround. Jorge "el fino" Palacios. El proximo nuevo jefe de la policia metropo
Por Compilado - Thursday, Jul. 16, 2009 at 11:25 AM

4 notas cronologicas sobre el funesto historial del proximo nuevo jefe de la policia metropolitana (la policia de macri): jorge el fino palacios

Les envio cuatro notas sobre este nefasto personaje, por orden de aparición. Todos estuvieron durante la dictadura en la vieja Coordinación Federal de Moreno 1417, que para entonces ya se llamaba Superintendencia de Seguridad Federal (SSF), donde actuaba el temible Grupo de Tareas 2. Como explica Ragendorfer, parece que Palacios lo integró a la órdenes del comisario Carlos Gallone, hoy condenado a prisión perpepetua por la Masacre de Fátima.

Un encubridor profesional
Por Juan Salinas
El nombramiento del comisario Jorge “El Fino” Palacios como jefe de la nueva Policía Metropolitana es en el plano local una provocación equivalente a la del golpe de Estado en Honduras en el plano americano. En ambos casos quienes las perpetran aspiran a imponerlas a pura prepotencia, aspirando a que su manifiesta y ofensiva ilegitimidad se diluya con el mero paso del tiempo. Está en cada uno de nosotros tolerarlo o resistir.

Diversos medios y periodistas han destacado el papel protagónico de Palacios en el temprano desvío de la pesquisa de los autores del atentado a la AMIA, así como en la conducción de la feroz represión desatada contra los manifestantes el 20 de diciembre de 2001 –cuando el presidente Fernando De la Rúa se vio obligado a renunciar y a huir en helicóptero– y en su turbia relación con un reducidor de autos robados al que un fiscal acusó de ser parte de la banda que secuestró y asesinó a Axel Blumberg y que resultó condenado. Sin embargo, han dejado en las penumbras detalles cruciales de su accionar en dichos hechos y no han mencionado ni su probable participación en la represión ilegal durante la última dictadura, ni algunas groserías que cometió como zar policial antidrogas.
Palacios y el atentado a la AMIA

En los primeros días de la investigación del atentado a la AMIA, Palacios intervino demorando y “arreglando” ostensiblemente el allanamiento del comercio y la vivienda de Alberto Kanoore Edul hijo. Se trata de un comerciante sirio-argentino que se encuentra en el centro mismo de la trama terrorista, ya que él y su padre homónimo (cuyos domicilios Palacios evitó allanar en flagrante incumplimiento de la orden escrita del juez Juan José Galeano) tenían relación tanto con el entonces presidente Carlos Menem y sus hermanos como con un lejano primo de ellos, el traficante de armas y drogas Monzer al Kassar, principal sospechoso de haber instigado tanto el ataque a la AMIA como su predecesor, dos años antes, a la Embajada de Israel.

La intervención de Palacios no fue contingente, sino decisiva, ya que Albertito Edul aparecía relacionado tanto con la supuesta Trafic-bomba (desde su celular se había llamado a Carlos Alberto Telleldín el mismo domingo en que éste vendió o se desembarazó de ella) como con el volquete que se colocó minutos antes de su voladura frente a la puerta de la AMIA y que según varios investigadores –entre ellos, quien escribe, que estuvo contratado por la propia mutual judía durante más de tres años– consideran que explotó o explosionó.

Según la Historia Oficial, el camión que dejó dicho volquete, perteneciente al libanés Nassib Haddad, fue luego a dejar otro a un terreno baldío aledaño al domicilio de Edul. Según mi investigación, en ese terreno de propiedad municipal y abierto por entonces a la entrada de vehículos, aquel camión cargó un volquete “relleno” antes de dirigirse a la AMIA. En cualquier caso, el “arreglo” de esos allanamientos (incluyendo el hecho de que, a pesar de su pedido de detención, Albertito Edul regresó esa misma noche a dormir a su cama, tras prestarse a un amable interrogatorio) fue tan crucial como la posterior detención (a pedido de siete fiscales) e inmediata liberación a instancias del Poder Ejecutivo de Haddad y de su primogénito, quienes habían adquirido recientemente 10 toneladas de amonal, el explosivo utilizado para demoler la AMIA y matar a 85 personas.
Un golpe de mano

Respecto a la participación de Palacios en la represión del 20 de diciembre de 2001, se ha destacado que Palacios no estaba ese día de servicio, pero que se presentó a comandar la represión voluntariamente, según explicaría luego, por un imperativo moral. Suele omitirse en cambio que ese día se puso en ejecución un golpe de mano dentro de la Policía Federal, putsch a través del cual la vieja guardia que participó en la represión de la dictadura, los llamados “Arcángeles”, buscaron y consiguieron desembarazarse de su jefe, Rubén Santos, a quien odiaban por provenir de la “policía científica” y no haber formado parte de los “grupos de tareas”. Basta recordar que aquel día, un grupo de policías vestidos de paisano y pertenecientes al Departamento de Asuntos Internos, es decir, encargados de reprimir la comisión de ilícitos y desmanes por miembros de la repartición, se agenciaron armas largas y se pusieron a disparar a mansalva contra manifestantes preferentemente jóvenes, barbudos y melenudos en el cruce de las avenidas de Mayo y Nueve de Julio, matando a tres y a un cuarto de otro perfil, al parecer por mala puntería. Algo tan normal como que los hubieran fusilado enfermeras de la Cruz Roja.
Un símbolo del genocidio

A la sazón jefe de la Divísión Delitos Complejos de la Federal (y con altas probabilidades de convertirse en el próximo jefe de la repartición) Palacios, es sabido, quedó grabado en una intervención judicial del teléfono de Jorge Daniel Sagorsky, un reducidor de autos robados, que según un fiscal era miembro pleno de la banda de Martín “El Oso” Peralta, la misma que secuestró y asesinó a Axel Blumberg. Según la grabación, buscaba comprarle a Sagorsky una 4 x 4 obviamente “trucha”, hecho que por sí mismo debería bastar para que Mauricio Macri y su ministro Guillermo Montenegro se abstuvieran de nombrarlo jefe de la nonata PM. Sin embargo, los medios han omitido recordar que en esa grabación oficia de intermediario entre ambos el comisario retirado Carlos “El Duque” Gallone, quien se comporta como un dilecto amigo de Palacios, empeñado en conseguirle un vehículo de lujo a precio de ganga.

El hecho provocó que Palacios fuera eyectado del servicio activo por orden del entonces presidente Néstor Kirchner, quien el domingo pasado se presentó imprevistamente en la asamblea que el espacio Carta Abierta realizaba en el anfiteatro de Parque Lezama y denunció que el golpe de Honduras y el nombramiento de Palacios eran, ambos, “hechos centrales e intolerables” e instara a luchar por revertirlos.

Si Palacios fue definido por Familiares y un vocero de Familiares y Amigos de las Víctimas de la AMIA como “el Astiz de la AMIA”, Gallone vendría a ser cuando menos “El Tigre” Acosta de la Federal, hasta el punto de que hace un año fue condenado a prisión perpetua como uno de los organizadores del mayor crimen serial en el que se vio involucrada la Policía Federal en toda su historia, la llamada “Masacre de Fátima”, el horrendo asesinato de 30 secuestrados-desaparecidos en los calabozos de la Superintendencia de Seguridad Federal (la vieja Coordinación Federal de la calle Moreno 1417) en agosto de 1976. Gallone y otros jefes policiales molieron entonces a palos a 20 hombres y 10 mujeres (entre ellos, la casi totalidad de la comisión interna de la fábrica Béndix), les inyectaron pentotal, los cargaron como fardos en camiones, los llevaron a una fábrica textil abandonada en la localidad de Fátima, partido de Pilar, los asesinaron de un disparo en el occipucio, y los volaron con tan grande cantidad de trotyl que los aterrorizados vecinos encontraron brazos arrancados colgando de los cables del tendido eléctrico.
Cocaína

Gallone, un feroz torturador cuyo rostro se hizo célebre a comienzos de agosto de 1982 cuando el fotógrafo Marcelo Ranea lo retrató estrujando a una Madre de Plaza de Mayo (los diarios de entonces, obsecuentes del poder dictatorial, dirían que abrazando, y promovieron la imagen como símbolo de una imposible “reconciliación” entre víctimas y verdugos) formó pareja a fines de los ’80 con Cristina Furri, la ex mujer del actor de cara marmórea Carlos “Facha” Martel, recordado, sobre todo, por su relación con Alberto Olmedo (En marzo pasado, la mujer fue arrojada por una ventana de su casa en oscuras circunstancias, cayó desde 8 metros de altura y sufrió graves lesiones). Al formarse la nueva pareja, y mientras su padre se dedicaba en materia de sexo a saltar de rama en rama, los hijos de Martel permanecieron viviendo con su madre y con Gallone, quien tenía desde antes relación con Martel, acaso el adicto a la cocaína más conspicuo de la farándula. Gallone y Martel conservaron una muy buena relación, casi de trato diario, so pretexto de llevar y traer a los chicos al colegio.

Palacios, en cambio, se hizo famoso como zar antidrogas de la Policía Federal. Desde ese cargo cultivó sus tan publicitadas relaciones con los jueces federales y los representantes de la CIA (Ross Newland), el FBI (William Godoy) y la DEA. Lo que no impidió que quedara pringado en la investigación de la “Operación Strawberry”, tal como se llamó al mayor secuestro de cocaína en Argentina (por lo menos, durante más de una década). Según las investigaciones, la Operación Strawberry parece haber sido una compra directa de casi tres toneladas de cocaína por parte de jefes de la SIDE y de la Policía Bonaerense, de los que se declararon a la justicia 2.240 kilos. Aunque es posible que Palacios se arrepienta ahora de haberlo hecho, la justicia federal de San Martín consideró que había encubierto este delito y ordenó que se investigara su actuación.

Para colmo, cuando se descubrió en 2004 que Southern Winds era una narcolínea especializada en vuelos directos desde y hacia Santa Cruz de la Sierra y su triangulación con Madrid, el Fino Palacios fungía de “asesor” en materia de seguridad. Curiosamente, los abogados de SW (uno de cuyos propietarios era Aeropuertos 2000) eran Eamon Mullen y Barbaccia*, también eyectados de la causa AMIA y de la Justicia junto al ex juez Juan José Galeano. Los tres cómplices, como Palacios, en haber desviado las investigaciones por el ataque a la mutual hebrea hacia una vía muerta.
Secuestros extorsivos

Para defender el nombramiento de Palacios, allegados al jefe de Gobierno, Mauricio Macri, recordaron que el mucho aprecio que éste le tiene data de su intervención en la feliz resolución de su secuestro en 1991 por la llamada “Banda de los Comisarios”. Aquella pesquisa fue dirigida por los comisarios Carlos Sablich y Vicente Palo, y comenzó con el secuestro de un sargento retirado de la fuerza, Juan Carlos Bayarri, y su remisión a un viejo centro clandestino de detención y extreminio, El Olimpo, hoy convertido en museo. Allí Bayarri fue salvajemente torturado por espacio de seis largos días, hasta que desembuchó todo lo que sabía. Por este hecho el Estado Argentino fue condenado por la Corte Penal Interamericana de San José de Costa Rica.

Por este motivo, Sablich, íntimo de Mauricio Macri, se fue de la Policía Federal, y Macri desistió de su propósito original de nombrarlo jefe de la nueva Policía Metropolitana. En su reemplazo optó por Palacios, a quien previamente había llevado como jefe de seguridad a Boca Juniors, donde más que enfrentar a la barra brava pareció hacer buenas migas con ella. Aunque es casi imposible que Palacios no haya integrado los “grupos de tareas” de la dictadura, jamás fue identificado. Y aunque fue varias veces procesado por delitos graves, jamás fue condenado.

Bajo tormentos, Bayarri y sus cómplices reconocieron “una docena de secuestros extorsivos”, según me reveló entonces una fuente calificada de la investigación. Sin embargo, ante la justicia, sólo se blanquearon 5 secuestros extorsivos, desde el inaugural a la adolescente Karina Werthein, en 1978, hasta el de Macri, 13 años después.

Uno de los secuestros que no fueron denunciados fue el del millonario Rodolfo Clutterbuck, un antiguo socio del banquero saudí Gaith Pharaon, de quien se había distanciado. La justicia recién pudo establecer a comienzos de 2001 que el secuestro y asesinato de Clutterbuck había sido obra de “La banda de los comisarios”, por lo que es posible sospechar que Sablich, Palo, Palacios y otros oficiales pueden haber incurrido en el delito de encubrimiento. Si así fuera, Palacios, que ya había favorecido a un amigo de Al Kassar (Edul), aparecería encubriendo el asesinato de un ex socio de su principal financista, el saudí Gaith Pharaon. Para entonces, Al Kassar se había asociado con el capo del Cartel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria, y el Banco de Crédito y Comercio Internacional (BCCI) de Pharaon financiaba todo tipo de redituables exportaciones no tradicionales y lavaba bien blanco a su dinero negro producido, como pronto iba a establecer la justicia de los Estados Unidos. “Ralph” Clutterbuck, CEO de Alpargatas y del Banco Francés, había sido uno de los introductores de Pharaon en la Argentina (donde construyó el Hotel Hyatt, hoy Four Seasons), pero poco después ambos se habían distanciado. Algunos investigadores, extrañados con la nula insistencia en querer cobrar un rescate, postularon que el secuestro de Clutterbuck debió haber sido un asesinato por encargo disfrazado de secuestro extorsivo.
Conclusión

Leo en los diarios que dos policías de Río Cuarto, Córdoba, en 1991 atropellaron a un niño de 5 años y lo enterraron para no hacerse cargo. Se lo ha descubierto cuando han pasado 18 años y aquél delito está prescripto, pero un juez declara el disparate (para embarrar la cancha, para hacerle el campo orégano a los que quieren acabar con los juicios por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura) que se trata de “un delito de lesa humanidad”.

Uno de estos policías miserables es el comisario retirado Mario Gaumet. El hecho de que no pueda ser castigado no implica que el Gobernador de Córdoba pueda convocarlo al servicio activo como jefe de Policía. Sería un escándalo. Un policía así no puede ser nombrado en un cargo político… más allá de si resultó o no sentenciado, por elementales razones políticas.

Lo mismo sucede con el nombramiento del Fino Palacios: es un escupitajo en la boca de todo aquel que se considere un demócrata. Como si Macri decidiera nombrar al Padre Grassi secretario de Minoridad.

Pretenden pasarnos por encima. Lo que no deja más alternativa que cerrar filas y comprometernos en un “No pasarán”.
* PS: Barbaccia asesora al ministro Montenegro, quien le dijo a los legisladores que se trata de un amigo de la juventud. Ambos son hijos de marinos.


Mauricio y su nueva banda de los comisarios
Qué hay detrás de la designación del polémico Fino Palacios.
El lado más oscuro de su existencia
por RICARDO RAGENDORFER
rragendorfer@miradasalsur.com

Durante la mañana del 23 de noviembre de 1991, Mauricio Macri fue llevado a una casa ubicada sobre la avenida Garay al 2800, de Parque Patricios, para reconocer el sitio en el que dos meses antes había transcurrido su secuestro. Y al llegar a un oscuro sótano, rompió en llanto. Su sollozo entrecortado y agudo era casi infantil. En ese instante, un oficial lo estrechó entre sus brazos con una fingida ternura. Se trataba de un tipo alto, con bigote tupido y mirada fría. La cuestión es que su gesto bastó para que el joven heredero recobrara la compostura.
Es posible que entonces el uniformado no haya llegado a imaginar hasta qué punto aquellas palmaditas incidirían con el tiempo en su propio destino.
Lo cierto es que, 18 años después, ya ungido como jefe del gobierno porteño, Macri le concedería al ex comisario retirado Jorge Alberto Palacios, alias El Fino, el honor de conducir su criatura más preciada: la Policía Metropolitana.
Es posible que entonces el mandatario no haya llegado a imaginar hasta qué punto ese nombramiento incidiría en el equilibrio político de su gestión.
Prueba de ello fue la afiebrada visita del ministro Guillermo Montenegro a la Comisión de Seguridad de la Legislatura. Allí, entre titubeos, enojos y actos fallidos, trabó una esgrima verbal con organismos de derechos humanos y familiares de víctimas de la Amia, además de todo el arco opositor, sin excepción alguna (ver aparte).
A lo largo de casi cuatro horas, sus interlocutores le enrostraron el dudoso papel del comisario en la investigación por la voladura de la mutual judía, su rol en la represión del 19 y 20 de diciembre de 2001, además de la ya famosa escucha telefónica en la que Palacios le manifestó a un traficante de autos robados su interés en adquirir una camioneta para una excursión de pesca. Eran, desde luego, los costados flacos del jefe policial que ya son de dominio público. Lo significativo fue que, con el propósito de atenuar la gravedad de semejantes cuestionamientos, el ministro –tal vez de modo inadvertido– aportó otros elementos para suponer que El Fino es un tipo de sumo cuidado.
Por caso, para refutar su presunto apego a la represión ilegal durante la última dictadura –que Palacios desliza con singular elocuencia en su libro Terrorismo en la Aldea Global (ver recuadro)–, Montenegro, luego de admitir no haber leído esa obra, sostuvo: “He mantenido conversaciones ideológicas con Palacios, y él está de acuerdo con defender la Constitución. Eso no significa que Palacios y yo tengamos coincidencias con cuestiones de terrorismo de Estado”. Esa línea argumental generó el estupor de los presentes; fue como si alguien insistiera en poner al padre Julio Grassi al frente de la Subsecretaría de Niñez y Adolescencia, pero dejando debidamente asentada su discrepancia sobre la sexualidad del cura.
Más desafortunada fue la aclaración del ministro sobre el ya célebre diálogo de Palacios con el reducidor vehicular Jorge Sagorsky; su argumento consistió en reconocer la relación del policía con el ex subcomisario Carlos Gallone –quien ofició de nexo en esa llamada–, tal vez olvidando que éste es un represor de fuste, condenado en julio de 2008 a prisión perpetua por su participación en la llamada masacre de Fátima, ocurrida el 20 de agosto de 1976. Ese día, 20 hombres y nueve mujeres murieron bajo la metralla policial, antes de que sus cuerpos fueran dinamitados, en represalia a la bomba puesta por Montoneros en el comedor de Coordinación Federal.
Durante su declaración en el juicio, el Duque –ése era el apodo de Gallone en las catacumbas de la dictadura– trató de impresionar a los integrantes del tribunal enumerando su selecto círculo de amigos. Entre ellos figuraba nada menos que Palacios. “Él era mi subordinado”, precisó Gallone en esa ocasión. En esas cuatro palabras anida la etapa más oculta del flamante jefe de la Metropolitana.
El pasado nunca muere. La prehistoria policial de Palacios arrancó en la Escuela Ramón L. Falcón, de la que egresaría a los 20 años con grado de oficial ayudante. Corría 1969, y por un tiempo se fogueó en algunas comisarías. Pero el joven Palacios daba para más. Tanto es así que no demoró en arribar al edificio de la calle Moreno 1417, un destino codiciado por los efectivos policiales puesto que allí prestaba servicios nada menos que la elite de la fuerza. En aquellos tiempos, esa dependencia tenía el críptico nombre de Coordinación Federal, casi un eufemismo para nombrar el brazo represivo de la principal agencia policial del país. Dicen que Palacios desarrolló allí sus aptitudes investigativas durante buena parte de los ’70; es decir, los años de plomo.
Es de suponer que, por entonces, aquel entusiasta oficial haya conocido los rincones más recónditos de su lugar de trabajo. El edificio de la calle Moreno tenía nueve plantas. Y desde octubre de 1975, el tercero y cuarto pisos fueron utilizados como sede del temible GT 2. (Grupo de Tareas 2), que operaba bajo la órbita del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército. En consecuencia, uno de sus jerarcas, el teniente coronel Alejandro Arias Duval –actualmente preso por delitos de lesa humanidad–, solía trajinar los mismos pasillos que Palacios. A los pocos meses, entre el quinto y el séptimo pisos se habilitó un centro clandestino de detención por el cual pasarían unas 800 víctimas del régimen. En aquella tenebrosa edificación, no había efectivo o empleado civil que ignorara las actividades que se realizaban en dichos sectores. Máxime cuando el acceso de vehículos que transportaban a ciudadanos secuestrados se hacía a través de un patio descubierto con entrada por la calle Moreno. Desde allí, atravesando oficinas y guardias se llegaba a la zona de detención.
En esa época, el hombre fuerte del lugar era el comisario Juan Carlos Lapouyole, alias El Francés (también condenado a perpetua por la masacre de Fátima). Este sujeto alto y con aspecto intimidante estaba al frente de la Dirección General de Inteligencia, de la que dependían los jefes de las brigadas operativas. Gallone era uno de ellos.
No se sabe con exactitud cuándo el Duque tuvo como subordinado al oficial Palacios, a quien apenas le lleva cinco años. Pero, por cierto, no fue a comienzos de los ’80, cuando el represor ya prestaba servicios en la comisaría 4ª, su único destino fuera de Coordinación, y en el que el Fino no pasó. Se presume, en consecuencia, que la relación policial entre ellos se haya desarrollado en el edificio de la calle Moreno, así como también el vínculo amistoso que se prolongaría hasta el presente.
En resumidas cuentas, se ignora en qué sitio prestó servicios el Fino durante su permanencia en el edificio de la calle Moreno ni cuáles fueron sus tareas específicas. Hay que reconocer que sobre él no hay denuncias penales por crímenes cometidos en la dictadura ni testimonios de sobrevivientes que lo incriminen. Sin embargo, por alguna razón, los detalles de ese segmento de su carrera parecen guardados bajo siete llaves.
No sucede lo mismo con otros policías de su misma camada que también pasaron por la Superintendencia de Seguridad Federal, tal como sería rebautizada Coordinación unos años después.
Tal es el caso de Norberto Ramis, quien durante los ’70 fue oficial de Inteligencia en la Dirección de Delegaciones, cuya especialidad era el análisis y la elaboración de informes sobre militantes políticos y gremiales. Otro camarada de promoción fue el oficial Miguel Mazzeo, quien bajo el nombre de cobertura de Macciopinto, se desempeñó como personal operativo del Departamento de Asuntos Políticos de la SSF. Su cuñado, Gustavo Morón –un agente civil de Inteligencia al servicio de la Federal– también estuvo en ese mismo ámbito, al igual que el oficial Carlos Mizurelli. A ellos se les suman los oficiales Eduardo Orueta, quien durante la dictadura hizo carrera en la nada amigable Guardia de Infantería, y Osvaldo Chamorro, quien a partir de 1977 comenzó a trabajar en la Dirección de Planificación del SSF.
Ellos, al igual que Palacios, se reciclaron con éxito durante la democracia, alcanzando grados que van desde comisario mayor a comisario general. Pero, en tren de coincidencias, el ocaso de sus carreras en la Federal también los encontró unidos. Casi todos pasaron a retiro en marzo de 2004, cuando la escucha telefónica del Fino con Sagorsky precipitó su renuncia, con el consiguiente efecto dominó.
Pero, en la era Macri, la ciudad de Buenos Aires parece ser –al menos, en el aspecto policial– la tierra de la segunda oportunidad. Ramis fue designado titular del Instituto Policial de la Metropolitana. Chamorro dirigirá la Dirección Administrativa. Orueta, la de Seguridad. Mazzeo fue puesto al frente de Asuntos Internos. Mizurelli, a cargo de Asuntos Externos. Y Morón conducirá la Unidad de Auditoría.
Cabe destacar que esta última dependencia, así como también Asuntos Internos y Externos, son en realidad nombres de fantasía, ya que su veradadero objetivo estará cifrado en efectuar tareas de inteligencia sobre los ciudadanos y también sobre su propia tropa. Ello estará centralizado por el experimentado Morón, mientras que su cuñado reunirá información sobre diversos objetivos públicos y privados de la vida civil, en tanto que Mazzeo se dedicará al escarpado arte de la contrainteligencia.
En pocas palabras, una policía a la medida de sus hacedores.
Mauricio ratifica. El inequívoco carácter de reality show que adquirió la obligada visita de Montenegro a la Comisión de Seguridad de la Legislatura fue seguramente el primer acto de una puja que, dada la naturaleza de algunos funcionarios porteños, tendrá seguramente visos de comedia.
En este punto, resulta inexplicable la obstinación de Macri en mantener a Palacios en el candelero de su policía personal. Y que esté dispuesto a pagar por ello el correspondiente costo político. Sin embargo, en esta trama subyace un interrogante: ¿en qué consiste el compromiso real que el jefe de Gobierno mantiene con el polémico comisario? Seguramente, la respuesta a dicha cuestión posea el rango de secreto de Estado.
Por lo demás, el perfil de la Metropolitana ya no es un arcano.
La entronización del abogado ultraderechista Daniel Pastor en la academia policial; la designación como coordinador de la fuerza del ex comisario Carlos Kervokian (vinculado al homicidio de un hincha de Defensores de Belgrano durante un operativo en la cancha de Huracán), junto con la convocatoria de militares, que según la Ley de Seguridad Interior tienen prohibidas las tareas policiales. Y el veto macrista de la comisión creada por la Legislatura para controlar a la flamante policía, no son sino la marca de un estilo.
Un estilo que también se extiende a las palabras. El jueves pasado, tras una breve ceremonia en Plaza de Mayo por el Día de la Independencia, Macri impostó un gesto extrañamente adusto para decir: “Hay una clara intencionalidad política en los cuestionamientos a Palacios por parte de un pequeño grupo”. Y reiteró: “No vamos a ceder al propósito de algunos por generar un prejuicio sobre una persona que es reconocida por las propias autoridades de la Amia y de la Daia.”
Inmune a las críticas de un vasto mosaico de personalidades y organizaciones, Mauricio concluyó con que “Palacios es el mejor jefe que la Ciudad puede tener”.
Cualquier similitud con otras máximas del pasado es una simple coincidencia.

Jorge “Fino” Palacios
Premio a la impunidad
País / Es el controvertido jefe de la flamante policía macrista. Los familiares de los muertos en la AMIA lo acusan de traición. El fiscal lo denunció por encubrimiento. La represión en 2001 y el caso Blumberg. Además: los hombres del ex represor Arias Duval que vuelven con su nombramiento.



Es el controvertido jefe de la flamante policía macrista. Los familiares de los muertos en la AMIA lo acusan de traición. El fiscal lo denunció por encubrimiento. La represión en 2001 y el caso Blumberg. Además: los hombres del ex represor Arias Duval que vuelven con su nombramiento


Por Carlos Romero

Para los familiares de las víctimas del atentado a la AMIA, el ex comisario de la Federal Jorge “Fino” Palacios es lisa y llanamente un “traidor”. Un “Judas”, en la acepción bíblica, que en su paso por la investigación de la voladura de la mutual israelita no habría hecho otra cosa que entorpecer la búsqueda de justicia, a la vez que se mostraba condolido por sus reclamos. No se lo perdonan.

En palabras del fiscal especial Alberto Nisman, que denunció a Palacios y pidió su procesamiento por “encubrimiento”, mientras el “Fino” era el detective antiterrorista estrella de la investigación, se dedicó sistemáticamente a obstaculizar las pesquisas y a correr el eje de la llamada “pista siria”, una línea que podría llevar hasta el ex presidente Carlos Menem y a figuras clave de su entorno, como Hugo Anzorreguy y Carlos Corach. El juez federal Ariel Lijo ya recibió el pedido de Nisman y en los próximos días podría expedirse en sintonía con el fiscal. Hasta ahora, siempre fue así.

Entre otros delitos, Nisman acusa a Palacios de “incumplimiento de los deberes de funcionario público”, “destrucción de prueba” y “omisión en la persecución y represión” de los sospechosos. En su escrito destaca una serie de allanamientos malogrados a domicilios del empresario Alberto Jacinto Kanoore Edul, hombre vinculado al entorno del menemismo (por esos años en el poder) que, días antes del atentado, mantuvo contactos telefónicos con Carlos Telleldín, el reducidor de autos que aportó la camioneta Trafic que luego explotó en la AMIA. En uno de los allanamientos, los subordinados del entonces comisario Palacios llegaron con una anticipación de nueve horas a la cuadra donde vivía Edul sin ingresar a la vivienda y dándole tiempo para, eventualmente, limpiar de pruebas el domicilio. Lo peor es que, según Nisman, hay dos comunicaciones desde el celular de Palacios al teléfono particular de Edul. ¿Acaso negociando la entrega? En su acusación, el fiscal no duda: los llamados habrían sido “para advertir” del procedimiento.

El antecedente, sin embargo, no modificó la decisión de Mauricio Macri de nombrarlo al frente de la nueva policía porteña. Tampoco la reacción opositora, que se abroqueló para rechazar su designación. Ni la queja pública de la AMIA, la DAIA y hasta el Centro Simón Wiesenthal.
Pero sus movidas en la causa AMIA no son las únicas que están cuestionadas. En 2004, Palacios fue pasado a retiro luego de que se conociera una escucha telefónica en la que mantenía una amigable charla con Jorge Sagorsky, delincuente vinculado a la banda que secuestró y asesinó a Axel Blumberg, condenado a más de seis años de prisión. La Justicia luego lo absolvió. El nexo entre ambos era un comisario retirado, Carlos Gallone, de quien escribiremos más adelante, porque cumple un papel clave para entender la historia.

Volviendo a Palacios, también estuvo denunciado por la salvaje represión durante los incidentes de diciembre de 2001 en Plaza de Mayo. Aunque el Fino estaba fuera de servicio, se hizo presente en la plaza para cumplir, según dijo, con un mandato “moral”. María Servini de Cubría le trabó un embargo millonario y lo procesó por “homicidio imprudente” contra cinco manifestantes, pero Palacios terminó zafando en una benévola interpretación del magistrado reemplazante, luego de que la jueza se apartara de la causa. Aquí, Palacios, aunque en libertad, continúa siendo investigado.

¿Por qué Macri, pese a los escandalosos antecedentes del ex comisario, lo sigue respaldando?
Una injusticia puede no tener explicación, pero nunca le faltan razones. Cada noche, Macri recuerda que el Fino Palacios, en 1991, fue uno de los policías que lo liberaron de la “Banda de los comisarios”, que lo mantuvo cautivo durante 15 días, cuando José Luis Manzano era el ministro del Interior. Los métodos no del todo lícitos aplicados aquella vez para rescatar al empresario y hoy jefe de gobierno porteño se tradujeron en un expediente por “apremios ilegales” que produjo un quiebre interno en la fuerza. Policía no investiga a policía. Y, mucho menos, lo somete a prácticas sólo reservadas a los “delincuentes”. No fueron pocos los que le recriminaron haber mandado a prisión a los rapto-comisarios, salvando su propia carrera profesional pero hundiendo la imagen de la fuerza.

El primer premio de Macri fue nombrarlo como jefe de la seguridad de Boca Juniors. Ahora, con su designación al frente de la nueva policía porteña, el Fino Palacios siente que lo están reivindicando; y con él, a toda una policía “que se la jugó en los años de plomo”. Palacios es hijo de Moreno 1417, a una cuadra del Departamento Central de Policía. Allí hoy funciona la Superintendencia de Seguridad Federal, el nombre “democrático” del brazo político y represivo de la Policía de Capital conocido, a lo largo de décadas, como “Coordinación Federal”. No son los policías de calle: ese es el epicentro de un cuerpo de espionaje que supera en calidad y reunión informativa a la propia SIDE. De ese mismo lugar proviene el ya citado Gallone, tristemente célebre por haber sido inmortalizado en una foto donde abraza a una madre de Plaza de Mayo que, en realidad, lo había reconocido como el secuestrador de su hijo durante una manifestación.
Gallone fue condenado a prisión perpetua el año pasado, por los delitos de “privación ilegítima de la libertad” y “homicidios” en los hechos de la Masacre de Fátima, el 20 de agosto de 1976. Ese día, 20 hombres y 10 mujeres fueron secuestrados por un grupo de tareas del I Cuerpo de Ejército y asesinados de forma brutal: después de fusilados, sus cuerpos fueron dinamitados. Fue en represalia por el bombazo de Montoneros en el comedor de “Coordinación Federal”.

Gallone es el vínculo con Sagorsky, pero también con otro personaje oscuro del terrorismo de Estado: el temible coronel Alejandro Arias Duval. Un represor trágicamente eficiente que durante la dictadura intervino “Coordinación Federal” y usó los archivos de la fuerza para perpetrar la cacería de militantes revolucionarios y combatientes armados desde 1976. Su ejecutividad sanguinaria logró neutralizar la escasa operatividad en apenas un año. Gallone, el amigo de Palacios, era un personaje siniestro de extrema confianza de Arias Duval. De hecho, era el jefe de las patotas de “Coordinación Federal”, es decir, el encargado de atrapar a las futuras víctimas, muchas de ellas hoy desaparecidas.

El Gato. Alejandro Arias Duval, el padre ideológico y operativo de toda una generación de oficiales jefes que hoy rodean a Palacios en la Policía Metropolitana, tiene 80 años. Figura en los archivos de la Conadep y será juzgado oral y públicamente este año. Comenzó su carrera en el Destacamento de Inteligencia 121, con jurisdicción en La Plata, y también paseó sus métodos por Entre Ríos, Misiones y Corrientes. Desde 2006 cumple prisión domiciliaria. Se le imputan 101 casos de “privación ilegal de la libertad” y “tortura”.

Sin embargo, algunos de sus subordinados fueron rescatados por Palacios. Basta repasar el borrador del organigrama de la nueva fuerza:

- Comisario general (R) Norberto Ramis, titular del Instituto Policial. Otro hombre de Seguridad Federal. Ingresó a la fuerza en el ’70. Llegó a ser superintendente de Interior, hasta que Beliz lo pasó a retiro. En tiempos de Arias Duval, fue oficial de Inteligencia en la Dirección de Delegaciones, donde elaboraba informes políticos y gremiales.

- Comisario mayor (R) Osvaldo Chamorro, a cargo de la Dirección Administrativa. Abogado, Chamorro consolidó su legajo en la hoy denominada Superintendencia de Planificación y Desarrollo, a la que ingresó en 1977. En 2004 fue uno de los 107 retirados por el ex ministro del Interior Gustavo Beliz.

- Comisario mayor (R) Eduardo Mario Orueta, a cargo de la Dirección de Seguridad. Entre 1977 y hasta 2002 dirigió la Escuela de Cadetes y el Cuerpo Guardia de Infantería. Su último destino fue la Dirección de Orden Urbano, que maneja los grupos de choque de la Federal. Orueta fue involucrado en la represión de diciembre de 2001.

- Comisario general (R) Roberto Weschberg, al frente de la Dirección Científica y Técnica. Licenciado en criminalística, hizo carrera en la Superintendencia de Policía Científica. En 2006, junto a otros 20 efectivos de las áreas técnicas de la Federal, fue investigado por cobro de viáticos y horas extras inexistentes.


El Fino Palacios también tendrá hombres de confianza hablándole al oído al jefe de Gabinete de Ministros, Horacio Rodríguez Larreta. Este tridente de asesores está integrado por los ex comisarios Miguel Ángel Ciancio, Osvaldo Capozzo y Norberto Bellini, todos ellos ex comisarios generales y ex jefes de Seguridad Metropolitana, que siguieron su actividad en el sector privado o prestando servicios para el gobierno porteño. Ciancio está vinculado a la firma JSA Security SA, y Capozzo, a Starseg SRL. En el caso de Bellini, en el ’99 fue interventor de la Dirección General de Habilitaciones y Verificaciones cuando Fernando de la Rúa aún era jefe de gobierno.

La legislación vigente prohíbe la inteligencia interna. Por eso las áreas que realizan prácticas por el estilo suelen ser rebautizadas. La “Unidad de Auditoría” del Fino Palacios sería la encargada de hacer ese tipo de informes. Para comandarla suena el nombre de Gustavo Darío Morón, por varios años supernumerario del Cuerpo de Inteligencia de la Federal.

Su estructura se divide, a su vez, en dos sectores:

- “Asuntos Internos” (Contrainteligencia), que estaría a cargo de Miguel Mazzeo, cuñado de Morón y retirado de la fuerza como oficial de Inteligencia, donde en los ’70 revistó como miembro del Departamento de Asuntos Políticos, bajo el alias de “Macciopintos”, según informes que obran en poder de los organismos de derechos humanos. En “Asuntos Internos” lo asistiría la también oficial de Inteligencia Mónica Amoroso. En mayo de 2000, Amoroso quedó en evidencia como la agente secreta que por siete años se infiltró en el Partido Nueva Dirigencia, integrado entre otros por Beliz. Desde el Departamento de Asuntos Nacionales y sin revelar su doble identidad, Amoroso se casó con el fallecido legislador Miguel Doy, muy cercano a Beliz, además de ser su jefa de despacho.

- “Asuntos Externos” (Inteligencia), que estaría al mando del comisario inspector (R) Carlos Misurelli. En dictadura, Misurelli revistó en “Coordinación Federal”, según investigaciones delos organismos de derechos humanos.

La Argentina no es un país fácil para el consenso. Hay mayor entrenamiento para la disputa que para el acuerdo. Pero la AMIA, la DAIA, el Centro Simón Wiesenthal, Memoria Activa, Familiares de Víctimas, Aníbal Ibarra, Tito Nenna (kirchnerista), Juan Cabandié, las Abuelas, Madres y todos los bloques de la oposición de la Legislatura porteña coincidieron en algo: no es un hombre como Palacios el que puede estar al frente de una nueva policía.

Su historia huele a pasado. Al peor.

TERRORISMO EN LA ALDEA GLOBAL, EL LIBRO ESCRITO POR EL COMISARIO JORGE PALACIOS
Un pensamiento no tan Fino

El jefe de la policía de Mauricio Macri cuenta de “los marxistas que sembraron la violencia” en la Argentina de los ’70, pero no dice una palabra de la represión ilegal. Tampoco del exterminio judío en su repaso de la Segunda Guerra Mundial.

“Nadie está libre de la amenaza terrorista, nadie está a salvo, no importa donde se encuentre”, sostiene Jorge “Fino” Palacios en su libro Terrorismo en la Aldea Global. En su obra, Palacios hace un racconto del terrorismo mundial y señala que antes de marzo de 1976 “la Argentina era el teatro de operaciones de los revolucionarios marxistas que sembraron violencia y terror en la ciudadanía”. De los centros clandestinos de detención, los desaparecidos, exiliados y presos políticos, ni una palabra. No es de extrañar: el relato que hace de la Segunda Guerra Mundial tampoco menciona el exterminio de seis millones de judíos. A continuación, una síntesis del pensamiento global del flamante jefe de la Policía Metropolitana, elegido por el jefe de Gobierno, Mauricio Macri.
Desde que se conoció su designación, Palacios fue cuestionado por los organismos de derechos humanos, los familiares de víctimas de la AMIA y los de la represión del 19 y 20 de diciembre. El ex comisario –que no se deja sacar fotos porque está disconforme con su figura– está imputado en la causa por encubrimiento del atentado a la mutual judía y estuvo procesado (luego fue sobreseído) por los hechos de diciembre de 2001. Néstor Kirchner lo pasó a retiro cuando se conoció la grabación de una conversación que tuvo con el represor Carlos Gallone –condenado por la masacre de Fátima, como se conoce el fusilamiento de 30 desaparecidos en la dictadura– y con Jorge Sargosky, luego sentenciado a seis años y medio de prisión en la causa por el secuestro de Axel Blumberg.
A los cuestionamientos sobre su idoneidad, la legisladora de Nueva Izquierda, Patricia Walsh, sumó el libro del comisario retirado. En su paso por la Legislatura, el ministro de Justicia y Seguridad, Guillermo Montenegro, aseguró que no leyó el libro. “Voy a tratar de leerlo, espero que no me cueste el cargo”, ironizó. El libro de Palacios fue publicado dos veces, aunque probablemente tuvo una sola tirada: lo editó en mayo de 2003 la editorial La Llave, que tiene como cliente a diversos círculos militares y policiales. Entre ellos, está la Editorial Policial, que publicó el mismo libro un mes después. El índice ya trasluce la visión geopolítica del flamante jefe de policía: allí, Europa es “un continente donde el accionar terrorista no ha sido erradicado”, Africa es “un continente con subsistencia de conflictos post coloniales y terrorismo” y América del Sur es “un subcontinente que sufrió más de dos décadas de guerrilla marxista”. En cambio, América del Norte y Centroamérica es “una región con una integración económica dificultosa, pero promisoria”.
“Decrecimiento evidente”
Palacios empieza por los atentados del 11 de septiembre de 2001. Señala que el terrorismo internacional “pudo haberse extendido a una región como América del Sur en la década del ’70, pero sin perder el sentido `nacional’, ni tampoco los blancos de sus ataques, a pesar de la doctrina que esgrimían promoviendo la unificación política”.
El capítulo dedicado a la Argentina (“Guerrilla marxista en los ’60 y ’70”, se titula), muestra que, según Palacios, en el siglo XX no hubo dictaduras en este país, sino que “se alternaron militares y civiles en el poder”. Por ejemplo: “Desde 1966 hasta 1973, estuvo a cargo del país la Revolución Argentina (...) en su seno también hubo crisis y las Fuerzas Armadas levantaron el exilio de Juan Perón (sic), posibilitando su participación en los comicios”. En esa época, el Cordobazo fue producto de “elementos revolucionarios infiltrados en distintas ramas sindicales” y de la presencia de “Ernesto Guevara, que había tenido una estadía prolongada un tiempo antes, durante la cual preparó y adoctrinó militantes”. Palacios insiste en que “no puede dejar de mencionarse que Cuba asumió el fomento de la actividad subversiva” en la Argentina.
“Durante los 70, la Argentina fue escenario y víctima de grupos armados que adhirieron al marxismo-leninismo, los que llevaron el despliegue de su actividad hasta los primeros años de la década del 80, aunque con decrecimiento evidente de la misma”, detalla Palacios. Por supuesto, el ex comisario no explica a qué se debió ese “decrecimiento evidente” (de 30 mil personas desaparecidas). A la última dictadura, le dedica tres líneas: “La guerrilla no decrece y un nuevo movimiento militar toma el poder (Proceso de Reorganización Nacional), durante el cual el combate contra la guerrilla se intensificó”. No hay una sola alusión a la represión ilegal ni tampoco a las dictaduras, que son descriptas como una “circunstancia”: “Dichos grupos esgrimieron como justificación la circunstancia de hallarse el país bajo sucesivos gobiernos militares”, menciona al pasar.
El comisario también se detiene sobre la caída de Fernando de la Rúa:
“El presidente debió dejar el poder en diciembre de 2001, en un marco de reclamos de la ciudadanía y desórdenes producidos por grupos violentos”, dice. ¿Por qué aparecen “grupos violentos” en el marco de un libro sobre terrorismo? “Porque para Palacios, los grupos violentos están relacionados con el terrorismo”, concluyó Patricia Walsh, cuando le leyó estos párrafos a un inmutable Montenegro. La definición de Palacios del terrorismo en la introducción de su libro no ahorra dudas: “Es el ejercicio organizado, metódico, intencional e ilegítimo de la violencia y/o la amenaza de su utilización, con propósitos políticos, sociales, ideológicos o religiosos, dirigido indistintamente a objetivos civiles o estatales”.
Los vecinos terroristas
Uruguay. “Tuvo una expresión terrorista con Tupamaros (...) hasta que las fuerzas de seguridad uruguayas lograron su desarticulación en 1972.” No arriesga hipótesis sobre cómo lograron esa “desarticulación”: parece no haber existido ni el terrorismo de Estado en Uruguay, ni el Plan Cóndor.
Chile. No hay una sola línea sobre la dictadura de Augusto Pinochet, que derrocó el gobierno democrático de Salvador Allende. Palacios hace una escueta referencia a que “en diciembre de 1996, se produce una fuga de cuatro miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (...) detenidos en una cárcel especialmente construida para delincuentes terroristas”. Un dato curioso: “Delincuentes Terroristas” es una jerga que usó la dictadura argentina para referirse a los presos políticos.
Perú. Buenas noticias. Palacios está al tanto de que Alberto Fujimori “desempeñó su poder de manera autocrática, con disolución del Parlamento y suspensión de las garantías constitucionales”. Lástima que lo que sigue es una extensa descripción de Sendero Luminoso y no agrega nada sobre las violaciones a los derechos humanos, como el emblemático caso Barrios Altos.
Guatemala. “A fines de los ’60, surge la Unidad Revolucionaria Guatemalteca, de ideología marxista. Después de lustros de violencia y pérdidas de cientos de vidas (en los noventa) cesa el accionar terrorista en el país.” Se le escaparon los 200 mil muertos y desaparecidos del genocidio en Guatemala. Según datos de la ONU, más del 93 por ciento de las víctimas eran de las comunidades mayas y fueron exterminados a manos de las fuerzas de seguridad de ese país.
El Salvador. Palacios se centra en el Frente Farabundo Martí que “se identificó con el marxismo” y “desató una etapa de violencia que costó cerca de 80 mil muertos”. Nuevamente, no hay alusiones a la represión estatal y mucho menos al asesinato del arzobispo Oscar Romero.
Nicaragua. Con la revolución sandinista “se convierte en una base de entrenamiento de guerrilleros” hasta que “el sandinismo fue derrotado en las elecciones de 1990”. ¿Alguien oyó hablar de los contras, financiados por Estados Unidos? Palacios, no.
Colombia. Si bien Palacios se concentra en las FARC, dedica un breve párrafo también a los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). En su interpretación, los campesinos les pagan a los paramilitares para que los defiendan (y no para que no los maten) y existió solamente “una especie de alianza táctica con las Fuerzas Armadas que combaten a la guerrilla”.
Debilidad africana
Sudáfrica. “Debilitamiento de la policía”, se titula el capítulo posterior a la caída del Apartheid. Palacios considera que, con la llegada de Nelson Mandela, “las fuerzas policiales atravesaron un período de crisis y persecución, porque el nuevo gobierno dirigió una investigación sobre ellas”. “La serie de acusaciones contra la policía empuja a su jefe a la renuncia. (...) A la par, los índices delictivos se incrementaron en toda Sudáfrica”, escribió el jefe de Policía porteño.
Argelia. Ni violaciones a los derechos humanos, ni escuadrones de la muerte. Allí lo que realmente pasó es que “renacieron los motivos nacionalistas y antagonismos y rebeliones sumieron al país en un conflicto interno, que se extendió por ocho años, hasta que en 1962 un plebiscito determinó la independencia”. Franz Fanon tendría algo para decir sobre esto.
Weltanschauung
“Ahora el terrorismo es una cuestión de todo el mundo”, sostiene Palacios y por eso su libro abarca el globo entero. En su relato de la historia europea –que ocupa tres páginas– el genocidio nazi es escamoteado. Solamente menciona que el final de la Primera Guerra Mundial “generó nuevos esquemas, en general fueron autoritarios, como se vio en Alemania e Italia, junto a la nueva amenaza del comunismo”. Adolf Hitler no tendrá lugar en el libro y Francisco Franco aparece sólo para que se eludan 50 años en el apartado sobre la historia de España.
En suma, en un libro de 397 páginas que tiene la pretensión de contar la historia universal del terrorismo, Palacios omite, por dar sólo algunos ejemplos:
- La Shoá, durante el nazismo y el fascismo.
- Medio siglo de dictadura franquista en España.
- Todas las dictaduras militares en América latina.
- La base militar en Guantánamo.
Y dicen que el diablo está en los detalles.





El Observatorio de Derechos Humanos de la Ciudad de Buenos Aires rechaza la designación de Palacios


Finalmente, Mauricio Macri designó al "Fino" Palacios como Jefe de la Policía Metropolitana, a pesar de las promesas del Macrismo que implicaban la creación de un cuerpo policial moderno y una conducción intachable y profesional.

Su designación es otro eslabón en la cadena que se encuentra construyendo el Gobierno de la Ciudad para la policía local. Esta designación se suma a la posibilidad de que militares ingresen a la Policía Metropolitana, a que sus miembros no tengan el secundario terminado y al veto de la ley que creaba un organismo de control para esa fuerza.

La designación fue confirmada tanto por el Jefe de Gobierno como por el Ministro de Seguridad, Guillermo Montenegro. Cabe aclarar que no se conoce, hasta ahora el Decreto de designación, entre otras cosas porque la página web del GCBA, desde que cambió la gestión en la Ciudad, es más lenta y al Boletín Oficial es imposible acceder (y si se logra acceder, tampoco se lo puede consultar porque los decretos son publicados tardíamente). Esta práctica denota -además- la falta de transparencia de esta gestión.

Entre los documentos destacados se encuentra la denuncia a la UCEP, el organismo del Gobierno de la Ciudad que amenaza y golpea a las personas en situación de calle: “En la gestión actual, encabezada por Mauricio Macri, en particular desde mediados de 2008, se tomó conocimiento y se tornó mucho más visible el accionar de un grupo de empleados del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aries que actúan en horas de la noche, desalojando a la fuerza, con amenazas y golpes, a personas en situación de calle que duermen en algún lugar de la ciudad”.

Desde una mirada que pone su objetivo en los derechos humanos la designación de Palacios causa absoluta preocupación. Si bien es cierto que no tiene impedimentos legales para ser el Jefe de la fuerza en tanto no reviste en su contra ninguna condena judicial ni fue exonerado de la Policía Federal sus antecedentes demuestran que no configura el modelo de policía que la Ciudad debería tener en cumplimiento de la normativa internacional, la Constitución Nacional, la Constitución de la Ciudad y particularmente la Ley 2894.

Por ello, este Observatorio se conforma con el objetivo de conseguir el cumplimento de las obligaciones constitucionales en la Ciudad, principalmente en relación con los grupos más vulnerables.

Su designación se realizó de forma inconsulta, con todo el arco opositor en contra y enfrentando la opinión de reconocidos actores de la sociedad civil y organizaciones de derechos humanos.
El "Fino" Palacios es cuestionado por Memoria Activa por encubrimiento comprobado en la investigación del atentado en la AMIA. También está involucrado judicialmente en el asesinato de cinco personas fallecidas como consecuencia de la brutal represión del 20 de diciembre de 2001 en la Ciudad de Buenos Aires, Ciudad que ahora tiene la obligación de cuidar. Además, se denunció su complicidad con uno de los imputados del secuestro de Axel Blumberg. Y, como si fuera poco, es cuestionado por su turbia relación con la barra brava de Boca Juniors mientras era jefe de seguridad de ese club cuándo Mauricio Macri lo presidía.

Palacios es el fruto del triunfo de una interna de la Policía Federal Argentina, que los porteños debemos soportar. Es conocido como un funcionario que defiende los métodos represivos de forma franca y sincera. En el año 2003 publicó el libro "Terrorismo en la Aldea Global" en la editorial de la Policía Federal. y en el capítulo "Guerrilla marxista en los 60 y 70", señala que "la Argentina era el teatro de operaciones de los revolucionarios marxistas que sembraron violencia y terror en la ciudadanía". Para relatar el golpe de Estado del '76 dice: "La guerrilla no decrece y un nuevo movimiento militar toma el poder (Proceso de Reorganizació n Nacional), durante el cual el combate contra la guerrilla se intensificó".

Denominar el terrorismo de estado y las innumerables violaciones a los derechos humanos cometidos en la dictadura miliar como "combate contra la guerrilla" es una visión que no puede ser aceptada en nuestro país. Teniendo este pensamiento y esta impronta ideológica, es muy fácil imaginar qué tipo de policía quiere para nuestra ciudad: represiva; persecutoria de los "diferentes" , de los más vulnerables, despreciando las garantías constitucionales del debido proceso; arbitrariedad y abuso policial, etc.

Nada más lejos de una policía que debe garantizar la seguridad de todos los ciudadanos y el respeto por los derechos humanos.

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Contacto de prensa: prensa@observatorio ddhh.org. ar

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