Julio López
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Habla una puta
Por reenvìo ubatorcida - Thursday, Apr. 15, 2010 at 5:47 PM

Las nuevas leyes sobre prostitución son sexistas. Que te paguen por sexo no te objetivizan más de lo que lo hace cualquier otro trabajo asalariado

Thierry Schaffauser
guardian.co. uk, Miércoles 14 Abril 2010
traducción: Leonor Silvestri.



El 1 de Abril, se puso en efecto Policing and Crime Act. No estamos hablando de una medida feminista, sino de una ideología que no ve a las mujeres capaces de ser sexualmente independiente y libre de sus propias acciones. Las leyes anti-trabajo sexual son sexistas. Son esencialmente paternalistas y refuerzan la división del trabajo de la mujer.


Es una concepción esencialista considerar el trabajo sexual siempre como una violencia sin tener en cuenta cuándo, dónde y bajo qué condiciones se realiza. Las trabajadoras sexuales suelen ser vistas solo como si fueran mujeres cuando muchos varones y transexuales también realizan el trabajo. Son las mujeres las únicas consideradas víctimas esenciales. Todos los actos de violencia contra la trabajadora sexual son analizados como intrínsecamente el resultado del trabajo sexual mismo y no como las condiciones bajo las cuales tal trabajo se realiza.



Esto impide ver la violencia real que existe en la industria del sexo. Se nos dice que debemos detener el trabajo sexual para evitar dicha violencia. Si nos negamos, nos convertimos en cómplices de un sistema patriarcal. Se nos acusa de ser responsables de mantener una industria que daña mujeres.


Sin embargo, bell hooks advirtió a las feministas de los peligros que conlleva la visión de una hermandad “de victimización compartida”. El status de víctima de las mujeres las reduce a seres que necesitan ser protegidos. Asimismo, supone le negación de sus capacidades, y la libre disposición de sus cuerpos, su auto-determinación, y nuestra capacidad para expresar nuestro consentimiento sexual como si fuéramos niñxs menores de 16. Refuerza la idea de que las trabajadoras sexuales son tan estúpidas, haraganas, sin habilidad y sin consciencia de su alienación.


Muchxs activistas anti trabajo sexual piensan que la violación es una condición para convertirse en trabajadora sexual. Estos argumentos acerca de la violación en nuestra infancia o el síndrome de Estocolmo son usados para deslegitimar que se reconozcan los intentos políticos como si hablaran expertxs sobre nuestras vidas y quisiera confiscar nuestra voz. ¿Cómo podemos afirmar que la víctima de violación ha perdido su capacidad para expresar su consentimiento porque está traumatizada de por vida? Nunca afirmamos esto para otros casos.


Otro modo paternalista de negar nuestra voz es argumentar que somos manipuladas por los proxenetas. Es una acusación común desde comienzos de nuestro movimiento en 1975. esta estrategia ha sido usada contra muchos grupos. Por ejemplo, las mujeres fueron acusadas de ser manipuladas por la iglesia para quitarles el derecho a votar.


En vez de luchar “el estigma de puta”, las feministas de clase media prefieren distanciarse, y reforzarlo y excluir a aquellas que encarnan esa identidad. Esto forma parte de la segregación entre mujeres y podría ser considerado una forma de sexismo interno por otras mujeres que creen que el trabajo sexual les da una mala reputación De acuerdo a las activistas anti trabajo sexual, las trabajadoras sexuales mantienen la idea de que los varones pueden usar los cuerpos de las mujeres Se les dice a las trabajadoras sexuales que crean una presión sexual sobre todas las mujeres.


Por el contrario, pienso que al usar la expresión “vender el cuerpo” refuerza la idea de que las trabajadoras sexuales son propiedad y un objeto, mientras que las trabajadoras sexuales tratan de imponer el término “venta de servicios sexuales” entre dos sujetos adultos. ¿Cómo podemos hablar de propiedad de nuestros cuerpos cuando somos las que imponemos las condiciones? ¿Acaso no es una excusa no cuestionar la propia sexualidad?

Ser penetradas no significa entregar el cuerpo. Que se nos pague por sexo no me convierte en un objeto más que si estuviéramos trabajando por el salario mínimo. Lo que me convierte en un objeto es el discurso político que me silencia, criminaliza a mi compañero sexual contra mi voluntad, rehusa darme iguales derechos como trabajadora y ciudadana y rehusa reconocer mi autodeterminación y las palabras que uso para describirme.




* guardian.co. uk © Guardian News and Media Limited 2010

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Las mujeres también pueden rechazar a las putas por una idea de mercado de hombres
Por hombre - Thursday, Apr. 15, 2010 at 7:17 PM

Esto es algo que también puede afectar a los hombres y se llama síndrome capitalista, es la idea de que sólo al alcanzar una posición de respeto y significativa con respecto a los medios de producción, el hombre puede y está en condiciones de atraer a la mujer y poder formar una pareja de su gusto.

 

Las mujeres pueden hacerse una idea, y sobre todo las militantes, de que las prostitutas le sacan hombres del mercado, de que los mismos objetos que ellas desean no pueden ser coaccionados a formar parejas monogámicas porque les (nos) resulta más cómodo ir detrás de las putas, que son las que no ponen ninguna condición, nada más que se les pague por el tiempo en que se las usa.

 

La histeria de algunas feministas que dicen que ya no hay hombres, y los que hay se van de putas.

 

Basta de machismo y basta de hembrismo histérico, la monogamia no es algo natural en el ser humano. Que las trabajadoras del sexo puedan ejercer su trabajo con total libertad

 

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La que habla...
Por carlos dellepiane - Friday, Apr. 16, 2010 at 1:06 AM
tukudellepiane@hotmail.com

en el comentario y en el inicio del post es la misma voz:
LA VOZ DE LA INDUSTRIA CRIMINAL DEL SEXO PAGO
LA VOZ DE LOS FIOLOS, LOS PROXENETAS Y LOS "CLIENTES" (VIOLADORES QUE PAGAN)

LA PROSTITUCIÓN NO ES TRABAJO.
ABOLICIÓN YA DE TODA FORMA DE EXPLOTACIÓN SEXUAL
MUERTE AL PATRIARCADO HETEROSEXUAL
REBELDES! NI PUTXS NI SUMISXS!



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por un lado, argumentos racionales
Por cansado del feminismo de clase media - Saturday, Apr. 17, 2010 at 3:35 PM

por el otro, a falta de argumentos, calumnias y consignas en mayúsculas seguidas de signos de admiración.

cuando hablan prostitutas en contra del abolicionismo, es porque les lavaron el cerebro o porque son la voz de los fiolos. pero si todos los que contradicen a determinada doctrina son o idiotas o agentes del enemigo, entonces esa doctrina es la dueña de la verdad y está más allá de toda crítica. la fórmula perfecta para el sectarismo.

según los abolicionistas, las prostitutas son víctimas incapaces de pensar por sí mismas (salvo cuando coinciden con el abolicionismo) y por lo tanto incapaces de decidir por sí mismas. por lo tanto para el abolicionismo no es central ni imprescindible la autoorganización de las prostitutas. es un enfoque que únicamente las trata como víctimas a las que hay que liberar desde una política de ONG realizada desde afuera (activismo) y desde arriba (métodos penales). igual que esas ONGs de clase media que hacen activismo asistencialista.

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MUERTE AL PATRIARCADO Y ABOLICION DE LA EXPLOTACION SEXUAL
Por carlos dellepiane - Sunday, Apr. 18, 2010 at 12:13 AM
tukudellepiane@hotmail.com

Despabilate un poquito del "cansancio" que te produce la lucha ajena por la igualdad de las personas y contra la opresion de genero, que aca tenes una sarta bien llena de argumentos sumamente racionales:

Prostitución, liberalismo sexual y patriarcado
Carmen Vigil y Mª Luisa Vicente
En el artículo de opinión publicado en el periódico El País el sábado 1 de abril de 2006 con el título
Feminismo y prostitución, su autora, Mª Luisa Maqueda Abreu, defiende la regulación legal de la
prostitución libremente acordada entre adultos, al tiempo que propugna erradicar la prostitución
forzada, a la que califica como una de las formas más graves y persistentes de violencia de género.
Esta distinción radical entre prostitución libre y forzada, así como el conjunto de los planteamientos
defendidos por la señora Maqueda en su artículo, son representativos de la posición reglamentarista en el
debate abierto en nuestro país con respecto al tratamiento que debe darse, desde los poderes públicos, al
mercado de la prostitución y a su progresiva expansión en los últimos años.
El presente escrito analiza, a partir del artículo comentado, las contradicciones inherentes a la posición
reglamentarista, realizando una crítica a la misma desde una perspectiva de género.
Prostitución libremente acordada y servicios no deseados
Maqueda abomina de la victimización de las prostitutas y tacha de moralistas a las feministas que se
oponen a la reglamentación del comercio sexual. Frente a estas feministas, ella afirma la complejidad de
las relaciones entre los sexos y se posiciona del lado de las otras feministas, las que rehusan enjuiciar lo
que está bien o mal en tales relaciones. Su alineamiento con el punto de vista del liberalismo sexual, según
el cual las prácticas sexuales de las personas adultas sólo a ellas les competen, la conduce a defender (o la
impide enjuiciar) la prostitución libremente acordada entre adultos, según expresión utilizada en su
artículo. De donde se deduce que ella sitúa esa llamada prostitución libre en el ámbito de la sexualidad,
un ámbito que, bajo su criterio, nadie debe enjuiciar porque cada uno tiene derecho a hacer lo que le
plazca.
Pero, al mismo tiempo, Maqueda reclama que esa supuesta práctica sexual libre entre adultos sea
objeto de una regulación legal por el Estado, apelando a la necesidad de salvaguardar los derechos de las
trabajadoras del sexo. ¿En qué quedamos? Si la prostitución es una actividad sexual acordada entre
personas adultas (y eso es precisamente lo que a ella le impide enjuiciarla desde una ética que, en este
ámbito, sólo puede concebir como moralista) y si, además, las prostitutas conciertan estos acuerdos con
sus usuarios sin que nada ni nadie las fuerce a ello, ¿por qué considera procedente la intervención del
Estado para reglamentar esta actividad y proteger los derechos de las prostitutas? ¿No sería más
coherente con este punto de vista liberal defender que esos adultos que acuerdan libremente la
prostitución hicieran lo que quisieran, cómo, dónde y cuándo quisieran, sin ningún tipo de normativa que
estableciera unas reglas y unos cauces para su consensuada práctica sexual?
Si, por el contrario, reconoce que las prostitutas están expuestas a evidentes riesgos y tratamientos
abusivos, tanto por parte de sus usuarios como de sus eventuales empleadores o proveedores de locales
¿cómo seguir manteniendo que nos estamos moviendo exclusivamente en el ámbito de una actividad
sexual consensuada y que nadie está legitimado para enjuiciar políticamente lo que esta práctica social
significa, para analizar las razones de su existencia, para determinar las relaciones de fuerza entre los
actores sociales que intervienen en ella, para tratar de identificar los intereses en juego o para valorar las
implicaciones políticas y sociales de su regulación legal?
Maqueda alaba en su artículo el pragmatismo de los tribunales penales de nuestro país que, durante estos
años, han defendido en solitario los derechos de las prostitutas cuando han detectado abusos en sus
relaciones laborales, condenando a muchos empresarios de la industria del sexo para evitar, según
argumentan en sus sentencias, que “los más desprotegidos deban cargar con las consecuencias de su
desprotección”. El reconocimiento a la labor de los tribunales en este terreno pone de manifiesto que ella
considera oportuno proteger a las prostitutas en el ejercicio de su actividad, una actividad que, según su
visión de la prostitución, es el resultado de un acuerdo libre entre adultos. ¿Protegerlas frente a quién?
¿Frente a los otros “adultos”, ni siquiera nombrados, con los que conciertan sus acuerdos? ¿Frente a los
terceros adultos que se llevan una parte del precio convenido por proporcionar un espacio donde realizar
la actividad acordada? Parece que es a estos últimos a quienes apunta cuando destaca que “los
empresarios de la industria del sexo han sido condenados por la explotación de sus empleadas al
exigirles condiciones de ejercicio de la prestación sexual incompatibles con la dignidad de
cualquier trabajador”. Ahora bien, entre estas condiciones inaceptables para las trabajadoras del sexo
señala, en primer lugar, “la imposición de servicios sexuales no deseados”, lo cual concierne
lógicamente a los adultos no nombrados porque ¿qué interés puede tener el empresario en imponer a la
trabajadora la prestación de unos servicios que aquéllos no desean? Hay que concluir, entonces, que el
consumidor de este tipo de servicios (al que Maqueda no se refiere en ningún momento, ni siquiera con el
aséptico término de cliente) no es ajeno a esa explotación que las prostitutas pueden sufrir y que motiva
su demanda de protección para ellas.
En todo caso, Maqueda no especifica qué servicios sexuales son incompatibles con la dignidad de estas
trabajadoras, ya que, al considerar que su actividad laboral se inserta en el ámbito de la sexualidad, en el
que no cabe valorar los gustos de nadie, el único problema es que se demande de ellas servicios no
deseados. Se entiende que no deseados por ellas y sí por los demandantes de los servicios. De modo
que, según este criterio, un mismo servicio puede dar lugar a la explotación de unas prostitutas y no de
otras, ya que según sean los deseos de cada una variarán los servicios que supongan un atentado a su
dignidad.
Es curioso que, reivindicando la equiparación de la prostitución a una actividad laboral cualquiera,
Maqueda introduzca, como ejemplo de condiciones laborales abusivas en este ámbito, la noción de
“servicios no deseados”, un concepto totalmente ajeno al mundo laboral. La mayoría de las personas, en
sus trabajos, tienen que hacer diariamente muchas tareas que no les gustan, pero ello no es percibido
como un tratamiento abusivo por parte del empleador, salvo que éste les obligue a realizar tareas que no
correspondan a la categoría profesional del puesto de trabajo contratado o no les suministre los medios o
condiciones adecuadas para realizar las tareas propias de dicho puesto. Incluso en sectores feminizados
sin cualificación ninguna, como la limpieza de locales y oficinas, el servicio doméstico o el cuidado de
personas mayores, las denuncias de condiciones abusivas por parte de las trabajadoras no incluyen nunca
tener que hacer tareas desagradables que obviamente no desearían hacer (por ejemplo, limpiar retretes y
urinarios o lavar a personas mayores enfermas), pero que forman parte de su trabajo y no son percibidas,
ni por ellas mismas ni por la sociedad, como un atentado a su dignidad.
Según la visión reglamentarista, el trabajo de las trabajadoras del sexo consiste en prestar servicios
sexuales que satisfagan a los demandantes de sexo, por lo que, en principio, debería incluir todos los
servicios solicitados por éstos, que podrán variar según las modas vigentes y los gustos de cada cual. Si se
sostiene que éste es un trabajo de prestación de servicios personales como cualquier otro, si se considera
que prestar el propio cuerpo para que los hombres satisfagan sus caprichos sexuales no es diferente a
prestar los brazos para realizar otras tareas manuales (por ejemplo, cortar el pelo o servir bebidas), ¿por
qué, entonces, se considera en este caso que algunos gustos sexuales de los demandantes pueden suponer
un atentado contra la dignidad de estas trabajadoras? ¿No habíamos quedado en que las prácticas
sexuales no se enjuician? O la utilización del cuerpo de unas personas como instrumento de placer de
otras es una indignidad, o no lo es. Si es una indignidad, cualquier servicio prestado en el marco de esta
utilización debe considerarse como tal. Pero si se defiende que no es ninguna indignidad, que no es más
que una prestación de servicios como otra cualquiera, entonces no viene al caso hablar de servicios
deseados o no deseados ni hay por qué excluir ninguno de los servicios solicitados por los consumidores
de sexo. Pretender que algunas prácticas demandadas por los consumidores de servicios sexuales pueden
configurar el contenido de una actividad laboral para las mujeres que se prestan a realizarlas, y considerar
al mismo tiempo que otras prácticas también demandadas por estos mismos consumidores dan lugar a una
explotación que atenta contra la dignidad de estas trabajadoras, utilizando además como criterio de
distinción entre unas prácticas y otras los deseos de las propias trabajadoras, pone de manifiesto la
inconsistencia teórica del planteamiento reglamentarista, que por un lado reivindica tratar la prostitución
como un trabajo cualquiera y por otro demanda que esa reglamentación tenga en cuenta aspectos
subjetivos (los deseos de las trabajadoras) que son ajenos a un trabajo cualquiera.
En fin, distinguir entre servicios deseados y no deseados por parte de las prostitutas muestra hasta qué
punto se puede llegar a desenfocar el fenómeno de la prostitución cuando esta práctica social se defiende
adoptando el punto de vista del liberalismo sexual. Es obvio que las prostitutas se prestan a realizar los
servicios demandados por sus clientes exclusivamente por dinero y que ninguno de los servicios
realizados, con esos hombres y en esas condiciones, constituye para ellas una práctica sexual deseada.
Sólo cabe hablar de práctica sexual desde el punto de vista del cliente. Para las prostitutas esta actividad
es sólo un medio (desagradable) de obtención de dinero y no tiene nada que ver con su propia sexualidad.
El hecho de que se resistan a determinadas prácticas pone de manifiesto que lo que hacen no las satisface
y hay determinados límites que no están dispuestas a sobrepasar, pero estos límites son lógicamente
cambiantes y dependen de sus necesidades de ingresos y de las exigencias de la demanda en cada
momento, no de sus propios gustos o deseos personales.
Las organizaciones feministas han conseguido, con grandes esfuerzos y teniendo que vencer muchas
resistencias, que las agresiones sexuales de los hombres a las mujeres se tipifiquen como conductas
delictivas, y que la sociedad sea consciente de los efectos traumáticos que estas agresiones (violación,
abusos sexuales, acoso sexual) producen sobre sus víctimas. En su forma no comercial, pues, la práctica
social masculina que consiste en utilizar los cuerpos de las mujeres para satisfacer sus deseos sexuales sin
tener en cuenta la voluntad ni los deseos de aquéllas, es hoy objeto de una repulsa social que se manifiesta
en una respuesta penal específica. Sin embargo, la mediación de una cantidad de dinero, que actúa como
incentivo para que las prostitutas se presten voluntariamente a esta utilización de sus cuerpos, impide la
percepción de esta misma práctica social masculina como una agresión a las personas prostituidas y la
presenta como una actividad comercial supuestamente inocua y sin consecuencias para las mujeres que la
sufren. La existencia de un mercado, de una demanda masculina dispuesta a pagar dinero para conseguir
cuerpos que no se resistan a sus deseos, tiene dos efectos importantes que operan en una misma
dirección: de un lado, doblega la voluntad de mujeres en situación de necesidad, incentivándolas para
ofertar sus cuerpos en ese mercado; y de otro lado, enmascara la realidad de la práctica social agresiva
que tiene lugar en dicho mercado, haciéndola aparecer como un intercambio comercial entre iguales. Pero
si la mediación de una contraprestación monetaria modificara efectivamente la naturaleza agresiva de esta
práctica social masculina, bastaría con indemnizar con una cantidad de dinero a las mujeres violadas para
que éstas pudieran recuperarse del trauma sufrido.
Prostitución libre y prostitución forzada
En la misma línea argumental que la lleva a distinguir entre servicios deseados y no deseados, Maqueda
distingue también entre prostitución libre y prostitución forzada, estableciendo una línea nítida de
separación entre ambas: la primera, como ya se ha dicho, sería una actividad laboral libremente elegida
que debe ser objeto de reglamentación y protección; la segunda, en cambio, debe ser erradicada porque
constituye una de las formas más persistentes de violencia de género. Se trata, por lo visto, no ya de dos
fenómenos distintos, sino incluso radicalmente opuestos, ya que para uno se reclama protección y para
otro erradicación. Como no delimita lo que es prostitución forzada, no sabemos exactamente cuándo,
según su criterio, las prostitutas son víctimas de violencia de género. Y es destacable que no hable
simplemente de violencia (una violencia que cabría predicar de la imposición por la fuerza de cualquier
actividad a cualquier individuo), sino que se refiera específicamente a violencia de género, lo que parece
indicar un reconocimiento de que la actividad de las prostitutas, al menos de las que ella considera
forzadas, tiene algo que ver con su pertenencia al colectivo social de las mujeres (esta relación entre
prostitución y género, en cambio, no es mencionada en ningún momento al referirse a la prostitución libre,
ese otro fenómeno, tan distinto para ella, que debe ser reglamentado y protegido).
Aunque Maqueda, como ya hemos dicho, no define el concepto, lo que se entiende habitualmente por
prostitución forzada es la ejercida bajo el control de las mafias por mujeres traficadas. En síntesis, se trata
de mujeres que, pretendiendo escapar de la miseria y la ausencia de expectativas en sus países de origen,
se ponen en manos de redes de tráfico que les prometen empleo en otros países más desarrollados y
llegan al país de destino total o parcialmente engañadas (no siempre) sobre la ocupación que en éste les
espera. Una vez aquí, las redes de acogida les exigen la deuda contraída por los gastos de transporte y de
gestión del viaje y, para saldar esta deuda, les confiscan su documentación y las obligan a dedicarse a la
prostitución, manteniéndolas controladas mediante chantajes y amenazas diversas que no excluyen la
violencia física. Sus posibilidades de escapar de estas redes son muy reducidas, por lo que, en general,
estas mujeres se pliegan dócilmente a una situación que se ha denominado ya como la nueva esclavitud del
siglo XXI. Nadie puede hablar aquí de actividad consentida, aunque la mayoría de estas mujeres, después
de resistirse los primeros días, acaban adaptándose o resignándose a vivir en estas condiciones. No
obstante, también puede suceder que, pasado algún tiempo, les surjan posibilidades de escapar o de
denunciar a sus extorsionadores, y no es infrecuente que opten por no hacerlo y decidan continuar en el
mercado del sexo. Lo cual, por otro lado, tampoco debe sorprendernos, dado que dentro del país no
tienen muchas otras alternativas y la vuelta a su país de origen, después de la experiencia sufrida, les
resulta extremadamente dura. ¿Habría que considerar entonces que estas mujeres están ejerciendo ya la
prostitución porque ellas quieren, e incluirlas en el grupo de las que optan voluntariamente por este
medio de vida? ¿Cuál es la naturaleza de este consentimiento?
Los márgenes de libertad dentro de los que se mueven los individuos en una sociedad dada son siempre
limitados y varían en función de múltiples factores, tales como su procedencia social, su situación
económica, sus circunstancias personales y familiares, y también su pertenencia de clase, género, raza, etc.
El perfil mayoritario de la población prostituida deja poco margen a la duda sobre cuáles son las razones
que llevan a las prostitutas a adoptar esta forma de “ganarse la vida” y no es casual que más del 90% de
las mujeres que ejercen hoy la prostitución en España sean inmigrantes sin papeles y sin apoyos dentro del
país.
Hay muchas razones que impiden trazar un corte entre las prostitutas que “optan voluntariamente” por este
medio de vida y las prostitutas que se ven forzadas a realizar esta actividad por imposición de terceros, ya
se trate de los clásicos proxenetas individuales o de las redes mafiosas que controlan actualmente el
mercado y la distribución de la oferta.
En primer lugar, dentro del mundo de la prostitución, las fronteras entre las distintas situaciones son difusas
y el paso de una situación a otra es muy fácil: mujeres que se ven forzadas a prostituirse bajo condiciones
de chantaje o amenaza pueden, una vez desaparecida esa amenaza, “optar voluntariamente” por
continuar, ante su falta de alternativas en el mercado laboral y su incapacidad sobrevenida para llevar ya
otra forma de vida. Y recíprocamente, mujeres que recurren a la prostitución de forma “voluntaria” para
conseguir dinero pueden, pasado algún tiempo, ser víctimas de chantaje o amenaza por parte de algún
proxeneta, o quedarse atrapadas en la estigmatización de esta actividad y verse impotentes para salir de
ella, aunque lo deseen y lo intenten repetidamente. Sin olvidar a aquellas otras mujeres en situación de
exclusión social que, sin ser forzadas por terceros, se prostituyen bajo presiones externas no menos
efectivas que la fuerza física, como la necesidad de conseguir dinero para adquirir droga, para mantener a
sus hijos o simplemente para sobrevivir sin caer en la indigencia.
En segundo lugar, la situación de todas estas mujeres, tanto si han decidido recurrir a la prostitución
voluntariamente para conseguir dinero, como si han sido traficadas desde sus países de origen para ser
ofertadas posteriormente en el mercado del sexo, como si han sido empujadas a este mercado de
cualquier otra forma, sólo puede ser explicada a partir de la existencia previa de la institución social de la
prostitución.
Sólo la existencia de una práctica social que convierte el cuerpo femenino en una mercancía puede
explicar que la venta del propio cuerpo sea contemplada por las mujeres como un medio de obtención de
ingresos. Antes de que algunas mujeres decidan ofrecerse en el mercado del sexo, ya sea de forma
temporal o esporádica para hacer frente a determinadas necesidades o aspiraciones materiales, ya sea
como medio de vida en el caso de mujeres socialmente excluidas que carecen de otra alternativa, es
necesario que este mercado exista.
La prostitución no existe porque determinados comportamientos individuales de algunas mujeres y de
muchos hombres confluyen en la plaza pública para dar lugar a este comercio del sexo. Las mujeres no
tienen una inclinación natural a ofrecer su cuerpo a cambio de dinero para satisfacer sexualmente a los
hombres (ni las mujeres en general, ni algunas mujeres en particular). Y tampoco los hombres tienen una
inclinación natural a pagar dinero a las mujeres para que éstas se plieguen a sus deseos sexuales. Al
contrario, es la existencia previa de este mercado prostitucional, socialmente construido e
institucionalmente asentado, la que explica que algunas mujeres recurran a la venta de su propio cuerpo
para conseguir dinero, y la que explica también que “irse de putas” sea una típica forma de diversión
masculina, individual o colectiva. Los comportamientos de los diversos partícipes en el mercado del sexo,
ya sea de las mujeres prostituidas, de los hombres consumidores de prostitución o del conjunto de
proxenetas, sostenedores y beneficiarios del comercio sexual, son todos ellos comportamientos sociales
que sólo tienen sentido dentro del contexto social en el que se producen. La elección individual de las
mujeres que se ofrecen en el mercado del sexo no procede de su código genético y debe ser
necesariamente referida a la existencia previa de una práctica social que convierte el cuerpo femenino en
un producto comercial.
Del mismo modo, la existencia de la prostitución como institución social precede necesariamente al tráfico
de mujeres y niñas con fines de explotación sexual. Sólo a partir de la conversión del cuerpo femenino en
una mercancía puede explicarse que se trafique con mujeres de países en vías de desarrollo para
abastecer la demanda de este mercado en los países occidentales (o bien para cubrir las necesidades de
algunos países en desarrollo que han hecho del turismo sexual una de sus principales fuentes de ingresos).
La participación forzada de mujeres de otros países en este mercado revela, de un lado, que la oferta
autóctona de los países desarrollados no es suficiente para cubrir la demanda (lo que a su vez pone de
manifiesto la relación entre la dimensión de la oferta voluntaria y las condiciones objetivas del colectivo
social de las mujeres en una sociedad dada), y de otro lado, que estamos ante un negocio rentable, tan
rentable que las mafias locales e internacionales han hecho del tráfico y trata de mujeres y niñas una de sus
principales actividades criminales, utilizando métodos de extorsión y control cada vez más racionalizados.
En todo caso, si el tráfico de seres humanos con fines de explotación sexual afecta a las mujeres y no a los
hombres, si es a las mujeres a quiénes las mafias obligan a ejercer la prostitución, es porque el uso como
mercancía sexual de los cuerpos femeninos está socialmente institucionalizado, lo que no sucede con los
cuerpos masculinos. Y es esta institucionalización del uso del cuerpo femenino como mercancía sexual la
que explica tanto la existencia de una oferta voluntaria como de una oferta forzada en el mercado de la
prostitución, ofertas indisociables ambas de la desigualdad de género sobre la que descansa dicho
mercado.
Por último, cualquiera que sea el modo de acceder a este mercado por parte de las mujeres prostituidas, y
las razones para mantenerse en él, todas ellas son objeto, dentro de dicho mercado, de una misma
explotación.
Maqueda, al calificar la prostitución forzada como “una de las formas más graves y persistentes de
violencia de género”, está reconociendo que las mujeres traficadas y obligadas a prostituirse son víctimas
de una explotación relacionada con su pertenencia al género femenino. Ahora bien, es obvio que esta
violencia de género sufrida por las prostitutas traficadas tiene que ver con la naturaleza de la actividad que
se les impone. No hay que olvidar que estas mujeres dejan sus países de origen bajo la promesa de un
empleo y unos ingresos en el país de destino, empleo e ingresos en los que ellas están interesadas, ya que
en caso contrario no se marcharían. Si en lugar de tenerles reservada esta ocupación les tuvieran
reservada cualquier otra (por ejemplo, dependientas, camareras o recolectoras agrícolas), la imposición
de realizar esa otra actividad supondría sin duda una explotación económica, en la medida en que se las
empleara en condiciones ilegales y se las obligara a entregar todos o gran parte de sus ingresos para
reembolsar una deuda muy superior a los gastos de transporte y viaje. Pero en ese caso no se hablaría de
violencia de género ni de explotación sexual. Si se utilizan estos términos es porque, además de ser
víctimas de extorsión económica por parte de sus controladores, estas mujeres están siendo utilizadas
como mercancía sexual, en virtud precisamente de su pertenencia al grupo social “mujeres”. Cabe añadir
que están siendo utilizadas como mercancía sexual en contra de sus deseos, pero esta precisión es
innecesaria, porque ¿qué persona desea ser utilizada como mercancía sexual? El rechazo (o al menos el
rechazo inicial) de las mujeres traficadas a la realización de esta actividad es el mismo rechazo de todas las
mujeres a ser usadas sexualmente por los hombres, a que se les impongan relaciones sexuales no
deseadas. Pero este carácter de mercancía sexual de las prostitutas, y los contactos sexuales no deseados
que configuran el contenido de su actividad, son aplicables a todas las mujeres prostituidas, con
independencia de que se encuentren en este mercado “voluntariamente” (por dinero) o por imposición de
terceros.
Sin duda, la situación de las mujeres traficadas y obligadas a prostituirse bajo condiciones de
semiesclavitud (a veces literalmente secuestradas por sus controladores) no es equiparable a la de las
mujeres que se prostituyen de forma autónoma por dinero. Pero lo que distingue ambas situaciones, y
todas las intermedias, son las condiciones de vida externas de las mujeres que ofertan sus cuerpos en el
mercado sexual, no su estatuto de mercancía dentro de dicho mercado. Para los usuarios de estos
cuerpos, no hay diferencia entre unos y otros, más allá de su gusto por la novedad y el exotismo de los
cuerpos de las mujeres subsaharianas, eslavas, brasileñas, etc. Y resulta muy sorprendente que los
reglamentaristas no se refieran nunca a estos usuarios que saben perfectamente, como lo sabe ya todo el
mundo, que los cuerpos ofertados pertenecen mayoritariamente a mujeres traficadas que están en este
mercado por la fuerza, lo que a ellos no les impide usarlos para entretenerse, sin que este uso les plantee
ningún problema de conciencia. ¿Cómo se puede denunciar la explotación sexual de las mujeres traficadas
sin mencionar siquiera a las personas que usan sexualmente a esas mujeres, a los hombres que aprovechan
la oferta forzada de sus cuerpos para la realización de unas prácticas sexuales que ellas no desean?
Porque los reglamentaristas, al denunciar la explotación sexual de las mujeres que son forzadas a
prostituirse, están reconociendo que estas mujeres, que son hoy mayoría en el mercado de la prostitución,
no desean ser usadas sexualmente por los demandantes de sus servicios (en la lógica de Maqueda, todos
los servicios serían para ellas “servicios no deseados”). Y sin embargo, propugnan que esta utilización
sexual de sus cuerpos que la mayoría de las mujeres prostituidas rechazan, lo mismo que el resto de las
personas sin distinción de sexo (para los hombres, el uso sexual de sus cuerpos por otras personas
representa una humillación superior incluso que para las mujeres, en la medida en que implica que se les
está tratando como si fueran mujeres), se convierta en una práctica comercial legal y se regule como una
actividad laboral, apelando a que hay unas cuantas mujeres que optan voluntariamente por prostituirse y
hay que respetar su elección individual.
Estatuto de prostituta, voluntariedad y relaciones de género
Maqueda echa en cara a las feministas abolicionistas que, al explicar el proceso que lleva a algunas
mujeres a prostituirse remitiéndose a su contexto social, a su situación económica y a su historia personal,
están negando a estas mujeres su capacidad de decidir por sí mismas y las están relegando a la condición
de infrasujetos. De este modo, no sólo establece un corte imposible entre prostitución voluntaria y
forzada, sino que también establece un corte arbitrario entre las prostitutas como seres humanos
individuales y la sociedad que las rodea. Pone así de manifiesto una visión naturalista de los
comportamientos humanos, porque sólo un pensamiento que considera lo “individual” y lo “social” (o lo
“privado” y lo “público”) como pertenecientes a dos órdenes de fenómenos distintos, puede postular que
los deseos, las aspiraciones, los sentimientos, las decisiones y los comportamientos de los individuos son
de naturaleza asocial y pueden explicarse al margen de la sociedad a la que esos individuos pertenecen.
Por supuesto que hay mujeres que, utilizando los márgenes de libertad de los que disponen en un
momento dado, pueden tomar la decisión de recurrir al mercado del sexo para conseguir dinero (en
general, en un primer momento, con la idea de utilizar este recurso temporalmente), e incluso pueden
posteriormente decidir “ganarse la vida” de este modo. Por supuesto también que, como en el caso de
cualquier otro individuo, su decisión (tanto su decisión inicial de recurrir a esta vía de obtención de
ingresos, como su decisión posterior de utilizarla como medio de vida) está condicionada y propiciada por
múltiples factores, entre ellos su pertenencia al grupo social “mujeres”, su situación económica y sus
circunstancias personales y familiares presentes y pasadas. Es un hecho así mismo que algunas de estas
mujeres, que han adoptado la prostitución como medio de vida, reclaman el establecimiento de unos
“derechos” asociados al ejercicio de su actividad (podemos obviar incluso la influencia que en estas
reclamaciones tienen determinados grupos autodenominados de defensa de los derechos de las
prostitutas, grupos cuyos objetivos están en plena sintonía con los del proxenetismo organizado). Ahora
bien, inferir a partir de aquí que 1) estas mujeres no son víctimas de explotación en el mercado del sexo
porque están voluntariamente en él y 2) la mejor forma de apoyarlas es atender sus reclamaciones y
regular su actividad, es incurrir en un doble error y denota una incomprensión absoluta de cómo opera el
sistema de género.
No se puede defender a las prostitutas de carne y hueso sin cuestionar previamente su estatuto de
prostituta (de mercancía sexual que puede ser adquirida y consumida). Del mismo modo que tampoco se
puede defender a las amas de casa de carne y hueso sin cuestionar previamente su estatuto de ama de
casa (de persona económicamente dependiente) ni, en general, defender a las mujeres reales de carne y
hueso sin cuestionar previamente el estatuto de mujer, con sus diversas variantes, en el que nos encierra el
sistema social de género. La asunción voluntaria, incluso complaciente, de las funciones que el patriarcado
nos tiene encomendadas es uno de los mecanismos más eficientes de mantenimiento y reproducción del
sistema de género (y, en general, de cualquier sistema de explotación social). Todo es mucho más fácil y
funciona mejor si existen medios y presiones sociales para que las propias víctimas se adapten a su papel
y cumplan con su función voluntariamente, sin tener que recurrir a la violencia física (violencia cuyo
ejercicio y amenaza quedan, en todo caso, como recursos que siempre es posible utilizar cuando las
víctimas se resisten).
Entre las funciones atribuidas hoy a las mujeres en las sociedades patriarcales occidentales, la de atraer y
complacer sexualmente a los hombres ocupa un lugar primordial. En el ámbito de las relaciones
heterosexuales, las mujeres encarnan “el sexo”. Los hombres utilizan el término “mujeres” como indicativo
de un objeto que se puede degustar y consumir, de un placer mundano que se puede disfrutar, al mismo
nivel que la comida o el vino. El cuerpo femenino ha sido objetualizado, erotizado, sexualizado. Este
cuerpo no es simplemente la forma física de estar en el mundo de una parte de los seres humanos (los que
tienen un aparato reproductor femenino en lugar de masculino). No: el cuerpo femenino es en sí mismo un
objeto sexual, que puede ser usado y consumido por los seres humanos que tienen un aparato
reproductor masculino (estos últimos, los hombres, simplemente tienen un sexo, unos deseos sexuales,
pero en ningún caso su cuerpo puede reducirse a “sexo”, como el de las mujeres).
Las pautas estéticas que rigen hoy para las mujeres en las sociedades occidentales tienden a acentuar
cada vez más esta sexualización del cuerpo femenino, convertido en un objeto que puede ser moldeado a
conveniencia, por una industria de cirugía estética en expansión, para adaptarse a los gustos vigentes (tetas
voluminosas y erguidas, cuerpo estilizado y con curvas, culo firme, piel tersa …). La moda contribuye así
mismo a esta socialización del cuerpo femenino, con una legión de estilistas que proponen para las mujeres
un tipo de “atuendo” muy diferente al que usan los hombres. Las prendas confeccionadas para las mujeres
tienden cada vez más a marcar las formas del cuerpo femenino y a dejar algunas de sus partes al
descubierto, con objeto de que éste cumpla adecuadamente su función (y ello desde edades bien
tempranas, con miles de niñas y adolescentes con el ombligo al aire en pleno invierno). Desde muy
pequeñas, las chicas aprenden a adaptar su cuerpo a este uso. Muy pronto estar guapas y “sexys” se
convierte en una de sus aspiraciones fundamentales, y para conseguir este objetivo se pliegan
voluntariamente, desde la adolescencia, a las servidumbres que la moda les impone (servidumbres que no
se ven presionados a soportar los chicos de su edad).
La identificación social de las mujeres con esta función de su soporte corporal se manifiesta especialmente
en el “look” adoptado por travestis y transexuales. Para los travestis, vestirse de mujer equivale a llevar
una cara embadurnada de maquillaje, unos ojos bien pintados, unos morros bien rojos, una melena larga y
tupida, unos tacones bien altos, una ropa ceñida… (en definitiva, ponerse un disfraz con el que tratan de
emular el aspecto físico que ellos consideran representativo de una “mujer” y que en realidad es similar al
que muchas mujeres adoptan habitualmente, sólo que más exagerado). En cuanto a los transexuales
varones que se identifican con las mujeres, la asunción de su “identidad femenina” (una identidad
construida socialmente, lo mismo que la masculina), pasa también por adoptar el aspecto físico que
consideran característico de tal identidad, lo que incluye, en muchas ocasiones, hormonarse y operarse
para adaptar su sexo anatómico a su “sexo mental”. Para ser una “verdadera mujer” (y no sólo “sentirse
mujer”, esto es, sentirse más cómodos dentro de la construcción social de la identidad femenina que de la
masculina) algunos transexuales necesitan adaptar su cuerpo a las formas y pautas estéticas asociadas a la
función erótica y sexual atribuida a las mujeres en las sociedades patriarcales occidentales.
Las prostitutas son la encarnación por antonomasia de esta función femenina inherente a las relaciones
sociales de género. Su “oficio” consiste justamente en dar un servicio sexual a los hombres, a cualquier
hombre que se lo demande. Su “look” característico, que permite identificarlas en cualquier esquina,
responde justamente a esa función: escotes bien pronunciados, ropa bien ceñida, minifaldas mínimas y
tacones imposibles. Da igual que sea verano o invierno, porque de lo que se trata es de mostrar el
“género” que ofrecen. La socialización de sus cuerpos es tan extrema que éstos son literalmente expuestos
en un mercado, como si fueran ganado. En algunos países, se exhiben completamente desnudos tras los
escaparates, para que sus consumidores puedan elegir y acceder al que mejor les parezca.
La relación entre el comprador de servicios sexuales y la persona que ofrece su cuerpo para satisfacerlos
es, siempre, una relación de sujeto a objeto, porque lo que el primero demanda, cualquiera que sea la
percepción subjetiva de la segunda, es un cuerpo sin más, cuánto más joven mejor. La prostitución
despoja a las mujeres prostituidas de su condición humana, de su naturaleza de seres pensantes dotados
de razón e inteligencia, y las reduce a una condición puramente animal: en tanto que prostitutas, ellas son
solamente una anatomía femenina, una masa de carne, unas tetas, unos agujeros (boca, vagina, ano) en los
que introducir los órganos genitales masculinos. Ellas personifican la condición de “sexo”, de placer
degustable y consumible atribuida a las mujeres en general. La asunción voluntaria de esta función por
parte de algunas prostitutas no sólo no modifica sus relaciones objetivas con los consumidores de
servicios sexuales, sino que facilita su utilización por parte de éstos.
Mantener que las mujeres que ejercen la prostitución voluntariamente no son víctimas de explotación
sexual es negar el carácter objetivo de las relaciones sociales de explotación, que no dependen del mayor
o menor grado de adaptación de las víctimas a su situación. Según este criterio de la voluntariedad, las
mujeres que quieren y eligen ser amas de casa (todavía muchas) no serían víctimas de las relaciones de
dependencia económica que las mantienen sujetas a sus mantenedores, las mujeres que quieren seguir
ligadas a sus maltratadores no serían víctimas del maltrato que éstos les infringen o, en general, las mujeres
que aceptan gustosas las funciones asociadas a su estatuto de mujer (por ejemplo, la responsabilidad de
las tareas domésticas y del cuidado de las personas dependientes), no serían víctimas de la desigualdad de
género.
Si hay mujeres que, aprovechando la existencia de una demanda masculina de cuerpos femeninos, deciden
utilizar el suyo para conseguir dinero (en el uso de su libertad, como dicen los reglamentaristas), no
podemos impedírselo, como tampoco podemos impedir que haya mujeres que decidan abandonar su
trabajo remunerado al casarse o al tener hijos, o que decidan seguir viviendo con sus maridos
maltratadores. Pero, desde una posición política feminista, lo que de ningún modo puede hacerse es
apoyar, confortar ni mucho menos reivindicar estas opciones vitales, que sirven objetivamente los intereses
patriarcales y refuerzan el sistema de género.
Necesidades específicas de las prostitutas e intereses generales de las mujeres
El conflicto entre el corto y el medio plazo ha estado siempre presente en la acción política del movimiento
feminista desde mediados del siglo XIX. Hay feministas que dan prioridad al corto plazo y centran sus
energías en mitigar los problemas más acuciantes de las mujeres y en conseguir reformas legislativas que
mejoren las situaciones de determinados colectivos femeninos (minoritarios o mayoritarios) en un
momento histórico dado, sin cuestionar las razones últimas de tales situaciones. Con ello, pueden hacer
más fáciles las vidas de dichas mujeres en ese momento, al precio de fijar en el tiempo las condiciones
concretas de su forma de vida, de dejar inscritos en las leyes un reconocimiento y un tratamiento de estas
condiciones que resultan contraproducentes, a la larga, para todas las mujeres. Las feministas que dan
prioridad al medio plazo, por el contrario, centran sus energías en la consecución de medidas y objetivos
que reduzcan la brecha existente entre hombres y mujeres, que debiliten las relaciones sociales de género
(las relaciones sociales de poder de los hombres sobre las mujeres), que incentiven a las mujeres más
sojuzgadas para salir de las situaciones de dominación en las que se encuentran atrapadas y que
supongan, en fin, un avance para el conjunto de las mujeres de las generaciones presentes y futuras.
En la década de los setenta, determinados sectores del movimiento feminista en Europa, especialmente
significativos en Italia, reivindicaban un salario para las amas de casa (ocupación mayoritaria en aquel
momento entre las mujeres en edad de trabajar), entendiendo que este salario supondría un
reconocimiento oficial del valor económico del trabajo doméstico realizado por las mujeres en sus hogares
y mitigaría la falta de autonomía económica de las amas de casa. Afortunadamente, esta reivindicación no
fue secundada por el grueso del movimiento, que entendía, por el contrario, que una prestación económica
asociada al trabajo doméstico actuaría como un incentivo para que las mujeres se quedaran en casa y
contribuiría a encerrarlas en una función que impedía su acceso en igualdad de condiciones al mercado
laboral, reforzando las diferencias de género.
Actualmente, la mayor parte de las feministas se oponen a todas las medidas de política económica que
incentivan el trabajo de las mujeres dentro de casa o su dedicación al cuidado de los niños (también a las
medidas que suponen un incentivo para dedicarse al cuidado de familiares dependientes en el reciente
Proyecto de Ley de Dependencia aprobado por el gobierno), a pesar de que estas “ayudas” económicas
contribuirían a mejorar la situación de las mujeres que ya se dedican a estas tareas y a pesar también de
que algunas de estas mujeres demandan tales ayudas. Así, un sector importante del feminismo tiene hoy
muy claro que se deben primar los objetivos a medio plazo sobre los intereses a corto plazo de algunas
mujeres concretas, y que lo que hay que apoyar son las medidas que incentiven a las mujeres para salir de
sus funciones tradicionales, y no las que conforten social o económicamente el ejercicio de dichas
funciones.
Ante el fenómeno de la prostitución, los reglamentaristas (entre los que se encuentran, desgraciadamente,
muchas mujeres y grupos autoproclamados feministas) alegan, como argumento fundamental, las
reivindicaciones de las propias prostitutas, que reclaman para su medio de ganarse la vida el mismo
tratamiento que para cualquier otra actividad laboral. Vamos a obviar el hecho de que el porcentaje de
mujeres prostituidas que defiende activamente estas reivindicaciones es puramente anecdótico. Vamos a
obviar también el hecho de que detrás de estas reivindicaciones se encuentran siempre grupos y personas
que no ejercen la prostitución, pero sí viven de ella. Y vamos a obviar así mismo la utilización interesada
que estos grupos y personas hacen de las prostitutas vinculadas a ellos. Vamos a admitir, en suma, que
hay prostitutas que reivindican su forma de vida y quieren que sea regulada como una actividad laboral.
¿Significa esto que su propuesta es válida y debe ser atendida? ¿Simplemente porque procede de ellas?
¿Debe considerarse el criterio de estas mujeres sobre la prostitución más valido que el de cualquier otra
mujer preocupada por el tema?
Los testimonios y la información que pueden aportar las prostitutas a partir de su experiencia, lo mismo
que las ex prostitutas, no sólo son enormemente valiosos, sino que resultan imprescindibles para la
comprensión de esta actividad. Pero, para interpretar y analizar esta información, y el resto de los datos
que conforman el fenómeno de la prostitución, no están en mejores condiciones que las mujeres que no
son prostitutas. Al contrario, en la medida en que todas las personas tienden a justificar teóricamente sus
prácticas vitales, su implicación en el mercado del sexo supone una dificultad para el análisis objetivo del
mismo. No es casual que en las filas abolicionistas no encontremos a mujeres prostitutas (aunque sí a
muchas ex prostitutas, algunas tan activas y experimentadas como Somaly Man): la asunción voluntaria del
estatuto de prostituta no es compatible con el cuestionamiento teórico de este estatuto (eso supondría
negarse a sí misma), de modo que no podemos esperar que las prostitutas, mientras lo sean por decisión
propia, se impliquen activamente en el combate político contra la institución de la prostitución.
En todo caso, la existencia de la prostitución, contra lo que mantienen los reglamentaristas, concierne a
todas las mujeres, incluso a las que no les importa nada el tema porque piensan que no va con ellas.
La expansión de una práctica comercial que trata el cuerpo femenino como un instrumento de placer
sexual para los hombres tiene implicaciones importantes para todas las mujeres. Y no sólo por el valor de
símbolo que este tratamiento del cuerpo femenino puede tener en la consideración social de las mujeres en
general. La representación ideológica de las relaciones entre hombres y mujeres que esta práctica
presupone y refuerza al mismo tiempo, no puede dejar de tener consecuencias sobre las relaciones entre
los hombres y las mujeres concretos. Para comprar y consumir el cuerpo de una mujer, primero hay que
considerar normal esta compra, hay que tener interiorizada la idea de que este consumo es posible, de que
un cuerpo femenino puede disociarse de la persona a la que pertenece y ser usado a voluntad por su
consumidor. Y esta visión implícita del cuerpo femenino como un objeto que puede disociarse de su
portadora y ser usado por cualquier hombre incide necesariamente sobre las relaciones de los
consumidores habituales de prostitución con todas las mujeres de su entorno, pero también sobre las
relaciones de los hombres con las mujeres en general, en la medida en que la práctica masculina de
consumir cuerpos de mujeres en la prostitución esté institucionalmente asentada y sea considerada normal
por el conjunto de la sociedad.
La expansión del comercio prostitucional produce inevitablemente una normalización social del uso del
cuerpo femenino como instrumento de placer, así como una familiarización con este uso, desde edades
muy tempranas, en el conjunto de la población masculina. Por ello, lejos de contener las agresiones y
violencias sexuales sobre el resto de las mujeres (la famosa “función social” de las prostitutas invocada
cínicamente por los defensores de este mercado), el avance y consolidación del comercio prostitucional
produce también un incremento de las agresiones sexuales en su modalidad no comercial, reforzando la
violencia de género sobre las mujeres en general.
Por otro lado, las prácticas más demandadas en un momento dado en el mercado del sexo, y aceptadas
por la mayoría de las prostitutas para conseguir la contraprestación monetaria buscada, sirven como
referencia para modelar los gustos sexuales masculinos en ese momento (no sólo de los usuarios
habituales de prostitución), de modo que muchos hombres querrán ponerlas en práctica también con sus
novias, amigas y cónyuges, originando no sólo problemas de orden práctico en las relaciones sexuales de
pareja, sino también problemas psicológicos a mujeres que las rechazan y piensan que, por ello, tienen un
problema que debe ser tratado en una consulta de “sexología”.
Cualquier mujer está legitimada para debatir sobre la prostitución, y el punto de vista de una mujer no
prostituta no puede ser considerado, a priori, menos válido que el de una prostituta. Los reglamentaristas
suelen acusar de paternalismo a las feministas que se oponen al ejercicio de la prostitución y demandan
medidas de reinserción para las mujeres prostituidas, en la medida en que ello supone, según su criterio,
considerar a las prostitutas incapaces de saber por sí mismas lo que les conviene. El verdadero
paternalismo, sin embargo, es el que refleja la actitud de las personas que promueven y dirigen las
asociaciones autodenominadas “de defensa de los derechos de las prostitutas”, que no tratan a las mujeres
a las que pretenden defender como personas capaces de pensar y analizar su propia situación, no intentan
profundizar y debatir con ellas las razones que las han abocado a prostituirse. Su “respeto” a la “libertad
de elección” de estas mujeres se traduce en considerar esta elección como un dato intocable, no
cuestionable. Su forma de apoyarlas consiste en darles la razón en todo lo que dicen, en confortarlas
ideológicamente sobre la validez de su “trabajo” y en orientar sus reivindicaciones hacia la mejora de sus
“condiciones laborales”, sin plantear ninguna salida para su forma de vida. Su actitud es equiparable a la
de una organización de beneficencia que ayuda a sus protegidos a sobrellevar su “carga” sin preguntarse
por los motivos de ésta, como quién suministra comida a los pobres sin entrar en las causas de su
indigencia.
Por lo demás, aún suponiendo que las reivindicaciones reglamentaristas beneficiaran efectivamente a las
mujeres que están en la prostitución voluntariamente (lo que es dudoso), desde una posición política
feminista no pueden anteponerse, de ningún modo, los intereses a corto plazo de un grupo de prostitutas
sobre los intereses a medio y largo plazo del conjunto de las mujeres.
El objetivo abolicionista es un objetivo político a medio plazo. La prostitución es una práctica de carácter
social, no natural (por tanto, modificable y no inevitable). Por ello, frente a la pretensión de mejorar las
condiciones concretas del ejercicio de la prostitución para unas cuantas mujeres, al precio de dejar
inscritas en la legislación esas condiciones de vida como una opción normal para cualquier mujer, el
abolicionismo opone la pretensión de crear las condiciones que hagan posible la desaparición de esta
práctica social, lo cual implica, como es lógico, actuar en muchos ámbitos simultáneamente. Por lo que
respecta al terreno de la política económica, frente a la demanda reglamentarista de unas prestaciones
públicas que incentiven el ejercicio de la prostitución, el abolicionismo demanda medidas que supongan un
incentivo para abandonarlo, aunque ello pueda, de entrada, hacer más difícil la vida de algunas prostitutas.
Reglamentación, estigmatización y tráfico
Los reglamentaristas reclaman la equiparación legal de las trabajadoras del sexo con los trabajadores de
cualquier otro sector, apelando al derecho de estas mujeres a utilizar su cuerpo como quieran y a ejercer
su actividad en condiciones adecuadas de seguridad y salubridad. Se trata, por tanto, de garantizar a las
prostitutas las prestaciones económicas y sociales asociadas al estatuto de trabajador, lo que implica
reivindicar que se las reconozca legalmente como profesionales. ¿Profesionales de qué? ¿Cuál es la
cualificación y experiencia que estas mujeres podrán alegar en sus currículos frente a eventuales
expectativas de empleo en cualquier otro sector de actividad? ¿Chupar pollas y hasta tragarse el semen?
¿Expertas en franceses, griegos, completos, besos negros, lluvias doradas o cualquier otro eufemismo
empleado habitualmente en su argot para designar las prácticas demandadas en cada momento por los
consumidores de sexo? ¿Debemos entender que están condenadas a ser siempre trabajadoras del sexo,
y que por ello debe estar prevista, para ellas, una edad de jubilación anterior a la del resto de los
trabajadores?
Cualquier intento de considerar la prostitución no ya como una actividad profesional cualquiera, sino
simplemente como una actividad neutral a las relaciones de género resulta imposible de sostener sin caer
en el absurdo. ¿Va a tener la ampliación del abanico de posibles empleos en el mercado laboral, con la
creación legal de esta nueva actividad profesional, una correspondencia en el ámbito de la educación, la
formación y el reciclaje profesional? ¿Qué tipo de políticas de género encaminadas a eliminar la
segregación sexual del mercado de trabajo deberían seguirse respecto a este nuevo campo de actividad?
¿Hacer campañas para impulsar la participación de los hombres, se entiende que para satisfacer también
la demanda masculina, puesto que la femenina es prácticamente inexistente? ¿Habrá que regular una
objeción de conciencia para las mujeres registradas en el paro que rechacen este trabajo cuando las
llame el INEM para cubrir un puesto vacante en algún puticlub? Teniendo en cuenta que la mayoría de las
mujeres prostituidas actualmente son inmigrantes sin papeles ¿se les ofrecerá la posibilidad de regularizar
su situación en el país si son contratadas legalmente por algún empresario del sexo con la documentación
en regla? ¿O se las expulsará al quedar fuera de los cauces legales establecidos para la prestación de este
tipo de servicios profesionales?
El comercio sexual puede ser regulado legalmente. Algunos países ya lo han hecho y otros, como el
nuestro, están contemplando la posibilidad de hacerlo. La “prestación de servicios sexuales” puede ser
incluida en Clasificación Nacional de Actividades Económicas y en las Tarifas del Impuesto sobre
Actividades Económicas a los efectos de su cómputo y tributación en la economía oficial. Las mujeres que
quieran ejercer la prostitución por cuenta propia podrán darse de alta como autónomas en la Seguridad
Social y practicar su actividad en los lugares reservados al efecto (con toda seguridad, en locales
cerrados, o bien en determinados espacios abiertos, expresamente acotados y situados en lugares
periféricos, con objeto de no molestar con su visión a la ciudadanía). Las que quieran ejercerla por cuenta
ajena, podrán ser contratadas legalmente por proxenetas convertidos de la noche a la mañana en
respetables empresarios, y quedarán sujetas a los derechos y obligaciones de cualquier trabajador. Todo
ello supondrá la bendición oficial, la elevación al rango legal de una institución social que hasta ahora se
mantenía dentro de un limbo alegal, lo que consagrará la legitimidad de utilizar el cuerpo femenino como
mercancía e introducirá los beneficios derivados de este uso en el circuito económico oficial,
incrementando las arcas del Estado, que también se verá beneficiado con la recaudación correspondiente
y pasará a ser un proxeneta más. Pero de ningún modo convertirá la prostitución en un trabajo como otro
cualquiera.
Los reglamentaristas asocian la estigmatización de las prostitutas con la falta de reconocimiento legal de su
actividad y la criminalización de su entorno, por lo que alegan siempre, como uno de los motivos de
defensa de la legalización, que ésta permitirá “dignificar” a las trabajadoras del sexo. En esta línea,
Maqueda señala en su artículo que “Criminalizando su entorno y sus relaciones no se les protege, sino
que se les oculta en la subcultura de lo desviado, garantizando su victimización. La prohibición
crea estigma, aislamiento y mayores dosis de vulnerabilidad e indefensión para sus supuestos
beneficiarios.”
Esta vinculación entre el estigma de las prostitutas y la ilegalidad de la prostitución pone de manifiesto, una
vez más, un punto de vista idealista, que atribuye la nula valoración social de las prostitutas a criterios
morales e ideológicos ligados a la falta de reconocimiento legal de su actividad. La regulación legal de la
prostitución, según esta visión, la convertirá en un trabajo respetable y permitirá modificar esos criterios
morales, modificando asimismo la valoración social de las personas prostituidas.
La realidad, sin embargo, es que el valor atribuido por la sociedad a las personas que desempeñan una
determinada actividad no deriva de las ideas existentes sobre las tareas que realizan. La consideración
social de una profesión, el valor que la sociedad atribuye a las personas que ejercen unas determinadas
funciones, están determinados por el lugar jerárquico objetivo que estas personas ocupan dentro de la
escala social, por las cotas de poder y autoridad que el desempeño de sus funciones les permite alcanzar.
La sociedad española actual dista mucho de ser moralista en materia sexual. Respecto al consumo de
prostitución, concretamente, es enormemente permisiva. Pero, aunque la aceptación social de la
prostitución sea muy amplia, ello no impide, ni puede impedir, que las personas prostituidas estén
estigmatizadas, sea cual sea el estatuto legal de su actividad.
Porque la estigmatización social de las prostitutas deriva justamente de la función desempeñada en su
calidad de tales, una función que, como se ha señalado repetidamente, las convierte en un objeto de
placer en venta, las despoja de su naturaleza de personas dotadas de razón e inteligencia y las reduce a
una condición animal, a una mera masa de carne que puede ser manoseada y penetrada por todas partes.
Y esta función es un hecho objetivo, que no tiene nada que ver con la legalidad o ilegalidad de la
prostitución, ni con la moralidad o amoralidad de la sociedad.
Si la estigmatización social de las prostitutas fuera consecuencia de la condena moral del sexo comercial, o
de su falta de cobertura legal, esta estigmatización alcanzaría al conjunto del mercado sexual y a todos los
que participan en él, empezando por los consumidores de servicios sexuales. Pero no es la prostitución,
sino la prostituta, la que está estigmatizada: el consumidor de sus servicios, lejos de ser despreciado, es
celebrado por sus colegas masculinos, ya que para ellos este consumo es un acto de dominio sobre las
mujeres y refleja su poder sobre ellas.
Se puede alegar que la sociedad tiene una doble moral en materia sexual (lo cual es cierto), pero
precisamente esta doble moral refleja los diferentes roles sexuales atribuidos a hombres y mujeres en las
sociedades patriarcales: el hombre es el sujeto, con deseos y necesidades sexuales, mientras que la mujer
es el objeto de deseo del hombre. Las prostitutas personifican justamente esta función femenina de objeto
de placer consumible por los hombres. Lejos de presentar un comportamiento transgresor que desafía el
modelo sexual femenino, como sostienen algunas feministas reglamentaristas, las prostitutas encarnan un
modelo femenino paradigmático: ellas son “sexo” puro y duro, a disposición de todos los hombres (la
mujer “decente”, que es el modelo contrario, está disponible sólo para un hombre, con el que mantiene
una relación más amplia que la puramente sexual, razón por la cual, aunque también está desvalorizada, no
lo está tanto como la “puta”, en la medida en que su función no se reduce exclusivamente a ser un
instrumento de placer para otros).
No es posible disociar la función de la prostituta de los modelos de comportamiento sexual que determina
el sistema de género para hombres y mujeres. Y no es posible disociar el estigma que acompaña a las
personas prostituidas de la función que estas personas desempeñan en el mercado del sexo, función que
es exactamente la misma con o sin legalización. Por otro lado, si la falta de cobertura legal no impide la
valoración positiva del consumo de prostitución por los hombres ¿por qué se piensa que sí incide sobre la
valoración negativa de las prostitutas?
Precisamente, esta estigmatización ligada a su función es la que lleva a muchas prostitutas a no registrarse
como tales en los países en los que su actividad se ha regulado legalmente. Porque, una vez registradas
oficialmente como prostitutas, una vez que su ocupación es transparente, conocida por todas las personas
que las rodean, podrán ser tratadas y despreciadas como prostitutas no sólo por los hombres que
consumen sus servicios en los lugares habilitados al efecto, sino también por todas las personas con las
que tengan contacto habitualmente en sus vidas cotidianas (sus vecinos, el portero de su casa, el frutero de
la esquina, el camarero del bar, la cajera del supermercado…). Por lo que respecta a los hombres, el
conocimiento de su ocupación no les llevará sólo a despreciarlas, sino también a saber que las pueden
usar cuando quieran, que basta con pagar para poder tenerlas porque son mujeres de “uso público”. No
hay que olvidar que el insulto favorito de los hombres hacia las mujeres, su forma de ponerlas “en su
lugar” en cualquier momento y circunstancia (conduciendo, en una bronca, en una manifestación
pública…) es precisamente llamarlas “putas”. ¿Qué tratamiento pueden esperar entonces las prostitutas de
los hombres cuando ellos sepan que este insulto genérico destinado a todas las mujeres se corresponde
exactamente con su ocupación? Su visibilidad social como prostitutas, lejos de “dignificarlas”, extiende el
ámbito de su estigmatización a todo su entorno social y puede acarrearles muchos inconvenientes en su
vida cotidiana (por ejemplo, agresiones sexuales, tanto verbales como de hecho, por parte de los hombres
que tengan alguna relación con ellas y se crean con derecho a disponer de sus cuerpos, en tanto que
mujeres de uso público).
Otro argumento utilizado habitualmente por los reglamentaristas para defender la regulación legal de la
prostitución es que ésta, al hacer más transparente el mercado del sexo, facilitará la desarticulación de las
redes criminales y permitirá contener el tráfico y la prostitución forzada (este argumento es utilizado
también por Maqueda cuando propugna favorecer la transparencia en el mercado de la prostitución como
medio para combatir la prostitución forzada).
Los datos relativos a los países que ya han regulado la prostitución no sólo no confirman esta relación
inversa entre legalización y tráfico, sino que apuntan en sentido contrario.
En el primer informe sobre trata de personas a nivel mundial, elaborado recientemente por la Oficina
sobre Droga y Delito de Naciones Unidas, las víctimas de trata se estiman en “millones” de personas, la
mayoría mujeres y niñas destinadas al mercado de la prostitución. Según la información publicada en El
País el 30 de abril de 2006, entre los 137 países identificados como países de destino de las personas
traficadas, el informe distingue diez con una incidencia “muy alta”, entre los cuales se encuentran los tres
países de la Unión Europea en los que la prostitución ha sido objeto de regulación legal (Alemania,
Holanda y Grecia). En el segundo grupo de países de destino, calificado por el informe cómo de
incidencia “alta”, se encuentran países como España y Francia, en los existe una política muy permisiva
respecto del consumo de prostitución, aunque el mercado no esté regulado legalmente.
En Australia, según datos aportados por Sullivan y Jeffreys (2001) desde la legalización de la prostitución
en el Estado de Victoria en 1984, el número de prostíbulos se ha triplicado, y la mayoría trabajan sin
licencia con total impunidad. La industria ilegal, a partir de la despenalización en New South Wales en
1995, se encuentra fuera de control y el número de prostíbulos en Sydney se estima en unos 400, la
mayor parte sin licencia. En Holanda y en Alemania, donde la prostitución se ha legalizado en 2000 y
2002 respectivamente, también se ha incrementado la industria del sexo en su conjunto con posterioridad
a la regulación legal, y el tráfico continúa aumentando.
En realidad, la expansión de la industria del sexo es un hecho en todos los países de la Unión Europea
(excepto en Suecia, donde las dificultades introducidas al consumo por su nueva legislación, a
contracorriente de la tendencia general, ha obligado a desplazarse a la demanda y al tráfico a los países
limítrofes). Con independencia de los datos empíricos disponibles sobre los distintos países (muy escasos
y poco fiables, dada la dificultad de obtención de información sobre un tráfico que se mueve
continuamente de un lugar a otro y es opaco por definición), parece lógico que la legalización (lo mismo
que la despenalización, o la permisividad de hecho), al favorecer a la industria del sexo y estimular la
demanda, atraiga más tráfico, en la medida en que incrementa la rentabilidad del negocio.
La cuestión, por lo demás, no tiene vuelta de hoja: la industria del sexo es hoy uno de los negocios más
rentables de la economía globalizada (junto con la droga y las armas) y se ha convertido en la principal
línea de actuación de la criminalidad internacional, tanto a pequeña como a gran escala. El tráfico de
personas para la prostitución, además de rentabilidad, presenta muchas ventajas: el consumo de esta
mercancía está bien visto en los países de destino, las mujeres y niñas se pueden revender tantas veces
como se quiera y la demanda es extremadamente elástica, capaz de absorber lo que la echen. De esta
forma, la globalización del mercado del sexo, potenciando las posibilidades de valorización de la pobreza,
expone hoy a millones de mujeres y niños excluidos al riesgo de ser víctimas de tráfico y trata para este
mercado, tanto en los países desarrollados como en países en vías de desarrollo que han convertido el
consumo de sexo en su principal reclamo turístico.
Pero el problema de la reglamentación no es sólo que, contrariamente a lo que sostienen sus defensores,
atraiga más tráfico. El problema fundamental es que la regulación legal, al presentar en el país de destino el
“trabajo sexual” como un trabajo normal, tan legítimo como otro cualquiera, cambiará la perspectiva
desde la cual se contemplan el tráfico destinado a ese trabajo y las personas obligadas a prostituirse,
modificando su calificación oficial.
De un lado, empresarios del sexo legalmente establecidos en el país de destino podrán recurrir al empleo
de “mano de obra” foránea cuando no encuentren lo que buscan dentro del país, ofreciendo a mujeres de
países en vías de desarrollo un empleo “legal”. Cuándo a estas últimas mujeres se las informe, por parte
de los intermediarios locales, que pueden optar a un empleo retribuido en la industria del sexo de un país
desarrollado, con un contrato de trabajo legal ¿se harán cargo de qué es exactamente lo que se les está
ofreciendo? ¿Adivinarán las mujeres nigerianas (por ejemplo) que el “paraíso” al que se les permite
acceder consiste en chupársela a los hombres occidentales? ¿O vendrán igual de confundidas sobre la
ocupación que les espera que las que son reclutadas por las mafias para realizar esa misma actividad en
régimen de semiesclavitud? Una vez en el país de destino, ¿tend

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Son tantos...
Por carlos dellepiane - Sunday, Apr. 18, 2010 at 12:22 AM
tukudellepiane@hotmail.com

...los argumentos racionales, que no caben en un solo posteo, ahora veo si caben en 2. No es que crea que los pro fiolos y los "clientes" y sus apañadores que se "cansan" del feminismo vayan a cambiar de opinion. Me tomo la molestia de postear para quienes quieren sumar herramientas teoricas basadas en la praxis, contra la dominacion heterosexual que se expresa, de un modo privilegiado, a traves de la prostitucion. Vamos a destruir el heteropatriarcado, ahi va:

Una vez en el país de destino, ¿tendrán algún motivo para protestar? ¿Acaso
no es cierto que serán consideradas legalmente dentro del país como “trabajadoras” y disfrutarán de los
derechos y prestaciones establecidos en la normativa laboral para todos los trabajadores? ¿Quién las va a
reconocer oficialmente como víctimas de explotación sexual?
De otro lado, a las mujeres que sigan siendo reclutadas por las mafias para ofertarlas en el mercado del
sexo (obviamente en condiciones ilegales, porque las redes criminales no van a renunciar a una parte de la
rentabilidad de su negocio cuando el país de destino legalice la actividad objeto de éste), se las obligará a
realizar un “trabajo sexual” reconocido como tal en ese país y cuyo contenido coincide exactamente con el
realizado por las “trabajadoras del sexo” que están empleadas legalmente. De este modo, dejarán de ser
mujeres sexualmente explotadas y se convertirán en “trabajadoras sexuales” ilegales. Cuando se persigan
los burdeles ilegales, se perseguirán justamente porque son ilegales, porque no se adaptan a la normativa
establecida legalmente en el país para ese tipo de establecimientos. Pero, dado que en estos burdeles
ilegales se prestan los mismos servicios que en los legales, unos servicios considerados oficialmente en ese
país como un trabajo normal y no como una explotación de las mujeres que los prestan, ¿tendrá ya
sentido hablar oficialmente de “explotación sexual” de las personas prostituidas en esos burdeles ilegales?
El contenido de la explotación reconocida para estas personas se desplazará, inevitablemente, hacia el
carácter forzado de su trabajo, hacia la extorsión económica, los chantajes y las amenazas sufridas de sus
controladores, quedando oculto el fundamento último de dicha explotación, que será equiparada a ejercer
trabajos forzados en condiciones ilegales en cualquier otro sector.
La regulación legal, por tanto, no sólo no contendrá el tráfico, sino que modificará la consideración oficial
de este último, tanto en los países de origen como en los de destino.
Desde la perspectiva de los países de origen, una vez legitimada la “prestación de servicios sexuales”
como un trabajo normal en los países de destino, las mujeres que vayan a ser contratadas legalmente en la
industria del sexo vendrán a “trabajar”, y las mujeres reclutadas por las mafias destinadas al mercado de la
prostitución vendrán a realizar también un trabajo legítimo, si bien en condiciones ilegales y bajo el control
y la extorsión de las redes locales de acogida. En cuanto a los países de destino, las mujeres que vengan a
ser contratadas en burdeles legales serán calificadas como “trabajadoras” y las mujeres que vengan a
ejercer la prostitución bajo el control de las mafias (que actualmente son reconocidas como víctimas de
explotación sexual por los reglamentaristas) serán calificadas como víctimas de trabajos forzados (igual
que pueden serlo los trabajadores agrícolas). No se entiende bien cómo este cambio de perspectiva
producido por la legalización y la “transparencia” del mercado del sexo puede animar a los cuerpos
policiales de los países de destino a luchar más contundentemente contra el tráfico de mujeres, y mucho
menos se entiende cómo dicho cambio va a ayudar a librarse del riesgo de explotación sexual a las
mujeres socialmente excluidas de los países en vías de desarrollo.
Liberalismo sexual y sistema prostitucional
La práctica social masculina de usar los cuerpos de las mujeres como objetos con los que satisfacer sus
deseos y fantasías sexuales ha alcanzado hoy unas dimensiones pavorosas. A pesar de que el feminismo
ha conseguido que algunas modalidades de esta práctica sean tipificadas como delictivas, y
consecuentemente penalizadas, asistimos desde hace ya más de dos décadas a una ofensiva en toda regla
en la utilización de los cuerpos de las mujeres como instrumentos de placer al servicio de los hombres, a
través de sus modalidades “comerciales”. Una ofensiva patriarcal que actúa como contrapeso a las
conquistas logradas en otros ámbitos, en la medida en que sirve para resituarnos en “nuestro lugar”.
Maqueda, con la pregunta formulada al final de su artículo sobre el alcance de las pretensiones
abolicionistas, pone de manifiesto la realidad y extensión de esta ofensiva. En efecto, ella se pregunta: “
Pero, además, ¿cuál es la prostitución que se quiere abolir desde el Estado? ¿La callejera, la de los
burdeles y los clubes, que son sus formas más visibles? ¿O se busca desmontar el mercado de la
pornografía, las cabinas, las líneas eróticas, los anuncios y reclamos de servicios relacionados con
el sexo? ¿Dónde fijar la línea de lo indigno y lo degradante?”
La mera formulación de la pregunta anterior, y el modo de formularla, revela:
1) Que Maqueda considera, acertadamente, que todos estos fenómenos (y otros más que ella no cita
aquí) están relacionados y sirven a la misma finalidad, por lo que no pueden abordarse separadamente
unos de otros.
2) Que le parece inconcebible que se pueda pretender la desaparición del ingente dispositivo comercial
que, en las últimas décadas, se ha montado alrededor del “sexo” y de los cuerpos de las mujeres (en
tanto que encarnación de dicho “sexo”).
3) Que ella se desmarca de tan inconcebible pretensión, seguramente porque no quiere convertirse en
empresaria de la moral colectiva estableciendo lo que está mal o bien en las complejas
relaciones entre los sexos (según afirma en otra parte de su artículo).
4) Que, no obstante, admite la posibilidad de que existan elementos indignos y degradantes para las
mujeres en todos estos fenómenos citados (de no ser así, no tendría sentido su pregunta final sobre
dónde fijar la línea de lo indigno y lo degradante).
Más que de prostitución, debemos hablar hoy de sistema prostitucional, término acuñado en las filas del
abolicionismo para englobar, en un único concepto, el conjunto de personas, actividades, industrias,
instituciones, intereses, ideas, medios de comunicación y distribución que contribuyen a sostener un
mercado organizado de cuerpos de mujeres y niñas para su utilización como objetos sexuales. Este
concepto tiene la ventaja de poner de manifiesto, al mismo tiempo: 1) la existencia de relaciones de
interdependencia entre todos los elementos que sostienen el mercado sexual, esto es, su carácter de
sistema y 2) el carácter dinámico y no estático de este dispositivo comercial construido en torno a los
cuerpos de las mujeres (y, cada vez en mayor medida, también de las niñas y los niños).
Precisamente porque todos sus elementos están relacionados y se refuerzan unos a otros, cualquier
avance en uno de los frentes tendrá un efecto inmediato sobre el conjunto del sistema prostitucional. Así,
la regulación legal de la prostitución en establecimientos cerrados (como propone la consejera Tura en
Cataluña) dará lugar a un incremento de los anuncios de oferta de sexo en todos los medios, que ya no
tendrán que limitarse a los habituales anuncios por palabras en las correspondientes secciones de los
periódicos, o a los actuales anuncios nocturnos en la televisión: la publicidad sobre los servicios sexuales
de las mujeres podrá equipararse a la de cualquier otro producto comercial legal, de modo que podrán
aparecer anuncios a toda plana en la prensa escrita y spots explícitos en horas normales de televisión
sobre los estupendos cuerpos femeninos que pueden hacer las delicias de cualquier hombre en tal o cual
club. Por no hablar del bombardeo continuo (que ya existe) a través de Internet. El aumento de la
publicidad estimulará la demanda y activará el morbo en la población masculina más jóven. Los sex shops,
las cabinas, las líneas eróticas, la distribución y el consumo de productos pornográficos se verán también
potenciados en cuanto las formas más visibles de prostitución sean legalizadas. Combatir la prostitución en
la calle y en los burdeles, oponiéndose a su legalización, implica combatir también todo el conjunto de
actividades montadas alrededor de la mercantilización del cuerpo femenino, aunque las modalidades en las
que el combate se centra sean sólo una parte del sistema prostitucional.
Imposible no relacionar este sistema prostitucional, y su expansión continuada desde los años ochenta,
con los cambios registrados en la posición social de las mujeres en las sociedades occidentales, de un
lado, y con el auge del discurso del “liberalismo sexual”, como parte de la respuesta patriarcal a dichos
cambios, de otro.
El liberalismo sexual, que define la postura adoptada en relación al “sexo” tanto por las personas
políticamente liberales (esto es, individualistas y de derechas) como por la inmensa mayoría de las
personas políticamente progresistas (defensoras del progreso social en términos colectivos) constituye el
soporte ideológico del sistema prostitucional y garantiza, hoy por hoy, la “intocabilidad” de dicho sistema
por parte de los grupos políticos y movimientos sociales que promueven, en otros ámbitos, el avance
hacia la consecución de relaciones sociales igualitarias entre todos los seres humanos. Incluyendo aquí a
una gran parte del movimiento feminista, que también ha adoptado, en materia de sexo, la posición liberal.
Mª Luisa Maqueda se refiere a la sexualidad como una “construcción social”. Como cualquier otra
construcción social debería ser, por tanto, susceptible de ser analizada en términos de relaciones,
intereses, funciones, contradicciones, implicaciones sociales. Pero cualquier intento de análisis de esta
“construcción social” desde una perspectiva de género será relacionado inmediatamente con el
puritanismo victoriano, tildado de moralista y equiparado a la posición del conservadurismo más rancio y
de la jerarquía eclesiástica. Una crítica que, hay que reconocerlo, es muy efectiva, porque muy pocas
feministas se atreven a cuestionar nada respecto a la importancia del sexo y a la validez de las conductas y
prácticas sexuales imperantes en las sociedades patriarcales.
Sheila Jeffreys, una feminista que sí se atreve a abordar el tema de la sexualidad desde una perspectiva de
género, señala a este respecto:
“El problema de la politización del sexo “consensuado” no sólo estriba en el concepto liberal
de intimidad, sino además en otras ideas clave de la revolución sexual que se han convertido
en la opinión ortodoxa sobre el sexo y que impiden el debate feminista. Una de ellas es la
noción del “sexo”, en todas sus formas “consensuadas”, como un factor bueno, necesario y
positivo para la salud humana. La mentalidad masculina está dominada por una concepción
dualista del sexo: éste se considera o “bueno” o “malo”. Desde 1890 los reformadores
sexuales han luchado contra el puritanismo y los valores considerados contrarios al sexo,
promocionando la idea del sexo como un bien supremo. Al conferirle este halo de santidad y
fomentarlo como el elixir de la vida, se hizo difícil ponerlo en tela de juicio. Quienes se
autoproclamaban progresistas sentenciaban que la crítica de cualquier forma de expresión
sexual suponía rendirse a las oscuras fuerzas de la represión, de la iglesia católica, de la
inquisición y del puritanismo” (Jeffreys, “La herejía lesbiana”, 1996, pag. 56)
El combate contra el puritanismo y la represión sexual nos ha llevado, pues, a la sacralización del sexo y a
la defensa de cualquier práctica o fantasía que se considere una forma de expresión sexual. La mayoría de
las personas progresistas, incluidas muchas feministas, cuando se trata de sexo abandonan su postura
política y adoptan un liberalismo profundo: en este terreno, a diferencia de todos los demás, quedan
suspendidos todos los valores y sólo cabe el respeto a las “elecciones individuales” de cada persona.
Y, sin embargo, está claro que la “construcción social” de la sexualidad determina, en este ámbito de la
experiencia humana, funciones y pautas de comportamiento diferenciadas para hombres y mujeres, lo
cual, sin necesidad de entrar siquiera en el contenido de esas diferencias, la hace ya sospechosa desde una
perspectiva de género. Ahora bien, dado que la “no pertinencia” de enjuiciar lo que pasa dentro de este
ámbito es precisamente uno de los elementos que lo definen y lo diferencian de los demás, el dispositivo
social del sexo se encuentra blindado frente a cualquier crítica política en términos de confrontación de
intereses entre grupos sociales.
De este modo, el ámbito de la “sexualidad” funciona, de hecho, como un ámbito de impunidad respecto a
cualquier utilización que se haga de las mujeres dentro del mismo. Unicamente en casos tasados, como la
violación, se considera hoy, debido a las presiones del movimiento feminista, que tal utilización atenta
contra la libertad sexual de las mujeres, lo cual, siendo la libertad sexual uno de los pocos valores que no
queda suspendido en la posición liberal sobre el sexo, permite una reprobación social de tales conductas y
una sanción penal de las mismas.
El problema es que el concepto clave, el que permite determinar si se ha atentado o no contra la “libertad
sexual” de las mujeres agredidas, es el concepto de “consentimiento”: una utilización “consentida” por las
mujeres deja de ser una práctica agresiva y se convierte de inmediato en una práctica sexual no enjuiciable
(considerada implícitamente positiva tanto para quién utiliza como para quién consiente esa utilización). Y,
puesto que nos movemos dentro de una perspectiva individualista, huelga plantear las diferentes
posiciones, dentro de la estructura social, de las personas que habitualmente “utilizan” y las personas que
habitualmente “consienten”.
Así, una misma acción será valorada diferentemente según que tenga lugar dentro o fuera del ámbito de la
sexualidad. Si se obliga a un prisionero de guerra a realizar una penetración anal a otro mientras sus
guardianes los jalean y lo graban en vídeo, esa acción será considerada una tortura intolerable y enjuiciada
políticamente por todo el mundo, al margen de la investigación y juicio al que se someta a sus autores si
son descubiertos. La grabación en un vídeo pornográfico de una penetración anal y variadas otras
prácticas “sexuales” realizadas con una o varias mujeres, para que todos los hombres que lo deseen
puedan disfrutar del espectáculo (en el “legítimo uso de su libertad sexual”) será por el contrario defendida
tajantemente por las mismas personas que condenaron escandalizadas la tortura infringida a los
prisioneros. ¿Cuál es la diferencia entre estas dos conductas? ¿Por qué todo el mundo ve claro que a los
prisioneros se les está humillando de forma intolerable y a todo el mundo le parece normal, en cambio,
que se haga lo mismo (o mucho más) con las mujeres grabadas en un vídeo pornográfico?
La respuesta es que a las mujeres se las utiliza dentro del dispositivo social de la “sexualidad” y este
dispositivo es sagrado. Nadie puede sostener que, para ellas, esas prácticas “sexuales” grabadas en el
vídeo, realizadas en esas condiciones, fueran deseadas, pero todo el mundo destacará que han
“consentido” en ser utilizadas haciendo uso de su derecho a disponer de su propio cuerpo (esto es, se han
prestado por dinero). Y, puesto que todos los implicados en la grabación y difusión del vídeo, lo mismo
que sus consumidores, actúan en el ámbito de la sexualidad, lo que hacen no es enjuiciable.
En relación a la noción de “consentimiento”, Sheila Jeffreys destaca:
“Las palabras clave son “consentimiento” y “libre elección”. Un modelo de sexualidad
basado en la idea de consentimiento parte de la supremacía masculina. Según este modelo,
una persona -habitualmente un varón- utiliza de útil sexual el cuerpo de otra, que no siempre
está interesada sexualmente e incluso se puede mostrar reacia o angustiada. Es un modelo
basado en la dominación y la sumisión, la actividad y la pasividad. No es mutuo. No
descansa sobre la participación sexual de ambas partes. No implica igualdad, sino su
ausencia. El concepto de consentimiento es un instrumento que sirve para ocultar la
desigualdad existente en las relaciones heterosexuales. Las mujeres deben permitir la
utilización de su cuerpo; mediante la idea de consentimiento se justifica y se legitima este uso
y abuso. En ciertas situaciones en que la improcedencia de esta utilización resulta
especialmente patente -por ejemplo, en el caso de una violación callejera- se les concede a
las mujeres un derecho limitado de objeción; sin embargo, generalmente la idea de
consentimiento logra que la utilización y el abuso sexual de las mujeres no se consideren
daño ni infracción de los derechos humanos. En el contexto de esta aproximación liberal al
sexo, se considera vulgar hacer preguntas políticas, por ejemplo, sobre la construcción del
consentimiento y de la libre elección. El consentimiento de las mujeres, que puede obligarlas
a sufrir un coito indeseado o a aceptar su función como ayuda masturbatoria, está
construido a través de las presiones a las que las mujeres se encuentran sometidas a lo largo
de su vida.” (Jeffreys, “La herejía lesbiana”, 1996).
Lo mismo que la “privacidad” y la “intimidad”, ámbitos sociales de impunidad para las prácticas agresivas
contra las mujeres que el feminismo ha desenmascarado hace ya algún tiempo, también el ámbito de la
“sexualidad”, estrechamente vinculado a los anteriores, se alza hoy como una barrera que nos impide
denunciar las prácticas sociales de explotación que, con consentimiento o sin él, sufren las mujeres dentro
del mismo. No es posible combatir el sistema prostitucional sin desenmascarar, al mismo tiempo, el
discurso del liberalismo sexual, soporte ideológico de dicho sistema que justifica la objetualización de las
mujeres y su uso como producto comercial en nombre de nociones engañosas como “consentimiento” y
“libertad de elección”, nociones que, utilizadas en este contexto, sólo sirven para encubrir las relaciones
sociales de desigualdad (entre hombres y mujeres, entre habitantes de países ricos y pobres, entre adultos
y menores) sobre las que descansa actualmente el comercio sexual.
Madrid, mayo de 2006

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el perezoso sos vos
Por cansado del feminismo de clase media - Sunday, Apr. 18, 2010 at 12:59 PM

en vez de responder con argumentos propios a lo dicho volvés a calumniar y enchufás un choclo para leer. si leo ese artículo y lo critico, ¿qué vas a hacer? por lo que he visto, vas a responder con algunas calumnias y consignas en mayúsculas y por ahí volvés a pegar otros choclos.

yo también podría pegar artículos que sostengan la postura contraria. pero vos qué vas a hacer? por lo que he visto en este hilo, todos los argumentos te van a rebotar y vas a responder con calumnias y consignismo. ya lo hiciste con el excelente artículo que inicia el tópico.

asi que, no gracias. el curso de discusión que proponés requiere que además de alimentarte a cuchara te mastique yo la comida, para que encima termines escupiéndola.

te propongo otra cosa: demostrá que sos capaz de discutir. someté el artículo del inicio del tópico a una crítica punto por punto en vez de ser tan asquerosamente vago de responderlo con calumnias y consignas. sino tomatelás.

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HABLAMOS LOS HOMBRES ABOLICIONISTAS...
Por carlos dellepiane - Sunday, Apr. 18, 2010 at 2:53 PM
tukudellepiane@hotmail.com

...Y NADIE NOS VA A ACALLAR.
Compañeros lectores, queremos invitarlos a sumarse a la lucha contra la explotación sexual de las mujeres desde el lugar en que cada uno desempeñe su actividad y llevando la propuesta de cuestionar la masculinidad patriarcal a todos los ámbitos: educativo, laboral, intelectual, cultural, comunicacional, etc.
SIN "CLIENTES" NO HAY PROSTITUCIÓN, SIN PROSTITUCIÓN NO HAYA TRATA.
EL PATRIARCADO NO ES UNA IDEA, EL PATRIARCADO ES UN SISTEMA CONCRETO DE DOMINACIÓN QUE OPERA A TRAVÉS DE NUESTROS CUERPOS, LAS MUJERES LLEVAN DÉCADAS COMBATIÉNDOLO, ES HORA DE QUE TOMEMOS CONCIENCIA Y DEJEMOS DE SER LOS REPRODUCTORES DE LA DOMINACIÓN MACHISTA.
DE A POCO, CADA DÍA SOMOS MÁS.

Les dejo este texto que es fundamental para la lucha antipatriarcal desde nuestro lugar de hombres:

MANIFIESTO DE HOMBRES POR LA ABOLICION DE LA PROSTITUCIÓN
21/09/2009 por hombresabolicionistas

A todos los hombres por la igualdad entre hombres y mujeres“

Nosotros, hombres por la abolición de la prostitución cuestionamos el modelo tradicional de masculinidad, basado en las ideas de control, dominación y rechazo de los sentimientos. Nos manifestamos a favor de una sociedad totalmente libre de machismo y discriminación por razón de género. Por ello valoramos la prostitución es una manifestación de explotación sexual. Por tanto, en el debate sobre el tema queremos aportar nuestro punto de vista:
- Defendemos que la sexualidad debe producirse en un plano de libertad, igualdad y mutua correspondencia, libre de jerarquías, dominación y mercantilización.
- Denunciamos la prostitución como una modalidad de explotación sexual de las personas prostituidas, en su práctica totalidad mujeres, y que contribuye a perpetuar y a que se acepte socialmente la violencia de género.
- Rechazamos que la educación sexual de muchos se base en la pornografía, industria donde se reproducen los mismos esquemas de violencia sexual que en la prostitución.
- Para nosotros el “cliente”, el prostituidor es el principal responsable de la misma porque con su compra permite que haya mujeres que se puedan vender y contribuye a generar relaciones sexuales de dominación.
- Consideramos que la regulación legal, sobre todo tal y como se plantea y con las escasas garantías para las prostitutas, beneficia a las mafias dedicadas a la prostitución, contribuye a su extensión y a la aceptación social de la misma, y favorece la existencia de la prostitución infantil.
- Afirmamos que en la actualidad existe una casi absoluta inhibición y tolerancia por parte de políticos, jueces y fuerzas de seguridad frente a todos los que participan en el negocio del sexo cosa que contribuye a su extensión y aceptación social.
-El modelo holandés de legalización de la prostitución no ha contribuido a la desaparición de la misma si no a su aumento. Porque cuando se quiere hacer desaparecer algo se lo combate, no se lo legaliza. El ejemplo de Suecia donde hace 4 años que se aplica el modelo abolicionista, la prostitución y el tráfico de mujeres han descendido vertiginosamente.
- Consideramos que afirmaciones del tipo “sin la prostitución habría más violaciones”, “es la profesión más antigua del mundo”, “es la única manera de tener relaciones sexuales para muchas personas” son completamente inaceptables y ofensivas para los hombres. Los hombres no tenemos deseos sexuales incontrolables e incontrolados por los cuales sin prostitutas solo podemos acabar violando. Ese tipo de argumentos solo pretenden justificar la relación de poder que supone la prostitución y simplemente buscan defender los derechos de los explotadores sexuales.
- Rechazamos las acusaciones de “moralismo” y “conservadurismo” con que se ataca a la postura abolicionista desde diversas posiciones. Todos tenemos una moral, pero nuestro abolicionismo parte de un análisis feminista y del deseo de acabar con la violencia sexual. Por otra parte, nuestras posiciones no tienen nada que ver con el prohibicionismo, no pretendemos penalizar a la prostituta o obligarla a abandonarla. Los abolicionistas pretenden aplicar programas sociales de ayuda, alternativas y reinserción laboral para aquellas que voluntariamente quieran cambiar su situación.
-Para nosotros los únicos que merecen castigo son los traficantes de mujeres (que comercian con las mujeres como mercancías sexuales), los proxenetas (que sacan provecho de la explotación sexual) y en última instancia los “clientes” por la utilización y “cosificación” del cuerpo de la mujer. No vemos delito en la venta del cuerpo por parte de las prostitutas, pero sí en la compra de las mujeres y de la consideración que de esa compra se deduce de la mujer como mera mercancía al servicio de los deseos del hombre, y sujetas a la relación de poder que surge a partir de la relación comercial y de quien paga.
-Pensamos que la sexualidad masculina y la masculinidad debe de ser cuestionada (para poder abordar las relaciones con las mujeres en una situación de plena igualdad). ¿Que le falla a la sexualidad masculina para creerse con derecho a comprar mujeres? ¿Por qué el “cliente” no aspira a tener una relación igualitaria con la mujer en el ámbito sexual si no una en la que esta relación sea de dominación? Creemos que todo esto se debe de reformular e igual que hicieron las mujeres debemos de repensar nuestro papel social y la esencia de la masculinidad para dar una respuesta adecuada a la actual situación de igualdad entre hombre y mujer.

Por ello, nos oponemos a la regulación legal de la prostitución, por suponer una legitimación y normalización de esta forma de violencia sexual, y una equiparación de la mujer con mera mercancía. Consideramos que las acciones políticas deben ir encaminadas de manera urgente a:
- Eliminar las condiciones que posibilitan y favorecen la prostitución, lo cual pasa por políticas de igualdad de género y la lucha contra el sexismo.
- Campañas de prevención, educación y sensibilización con el tema, instando a los hombres a no comprar servicios sexuales.
- Perseguir inmediatamente todas las modalidades de proxenetismo, medie o no consentimiento de la persona prostituida, en consonancia con el Convenio de Naciones Unidas para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena de 2 de diciembre de 1949, tal y como asumimos al ratificar dicho documento.
- Campañas de educación sexual y afectiva desde una visión de la sexualidad igualitaria, científica y libre de tópicos machistas.
- Incrementar los recursos dedicados a desarticular las redes de prostitución
- Crear un código ético que disuada a los medios de comunicación de publicitar la prostitución.
- Incrementar suficientemente los recursos destinados al desmantelamiento de las redes de prostitución que operan en nuestro país con mujeres traficadas.
-Contribuir con planes sociales a la reinserción social y laboral de las prostitutas que quieran libre y voluntariamente abandonar su situación. Ofrecer opciones laborales a las prostitutas para su inserción social.

Consideramos que, aunque la prostitución homosexual posee características diferentes de la prostitución heterosexual, es también una forma de explotación sexual. Por ello, llamamos a los hombres heterosexuales y homosexuales a comprometerse de manera activa en la lucha contra la prostitución. Como principales clientes de la prostitución los hombres tienen la responsabilidad de generar las condiciones para su desaparición: sin hombres dispuestos a pagar no podrá haber comercio del sexo.

HOMBRE, LAS MUJERES Y LOS HOMBRES NO SON MERCANCIAS, NO LOS COMPRES! CON ELLO CONTRIBUYES A LA EXPLOTACIÓN SEXUAL
http://hombresabolicionistas.wordpress.com/2009/09/21/hello-world/

Hojas de Trébol, Colectiva de Género y diversidad afectivo-Sexual, adhiere e invita a adherir a la campaña abolicionista "Ni una mujer más víctima de las redes de prostitución"
Por las innumerables mujeres, niñas y niños desaparecidos en democracia para abastecer el mercado de la prostitución.
REBELDES! NI PUTXS NI SUMISXS!


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demostrado
Por cansado del feminismo de clase media - Sunday, Apr. 18, 2010 at 9:12 PM

este individuo no tiene lo que hay que tener para defender su posición racionalmente. procede de manera totalitaria, igual que cualquier dogmático.

nada más parecido a un dogmático de derecha que un dogmático de izquierda.

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MÁS INFORMACIÓN Y FORMACIÓN...
Por carlos dellepiane - Sunday, Apr. 18, 2010 at 11:24 PM
tukudellepiane@hotmail.com

...para hombres que queremos sumarnos a la lucha feminista contra la explotación sexual en todas sus formas:

El grupo de hombres por la abolición de la prostitución considera que la prostitución es una forma más de violencia de género
13/10/2009 por hombresabolicionistas

El grupo Hombres por la Abolición de la Prostitución considera que la prostitución es una forma más de violencia de género y de explotación sexual que debe ser abolida y no una profesión que haya que reglamentar. “Lo que las mujeres prostituidas tienen que soportar equivale a lo que en otros contextos correspondería a la definición aceptada de acoso y abuso sexual. ¿El hecho de que se pague una cantidad de dinero puede transformar ese abuso en un ‘empleo’, al que se le quiere dar el nombre de ‘trabajo sexual comercial’?”.
Consideramos que no se puede desvincular el tráfico de mujeres con la legalización de la prostitución, porque el tráfico es una consecuencia de la oferta y la demanda que rige el negocio de la prostitución. Además, respecto a la libertad con la que se puede ejercer la prostitución consideramos que el punto de vista según el cual las intrusiones repetidas en el cuerpo y los actos sexuales tolerados, pero no deseados, pueden ser vividos sin perjuicio es, por lo menos, dudoso.
La elección entre regulación o abolición de la prostitución implica posicionarse sobre el modelo social que queremos para los hombres y mujeres. Sin embargo, la estrategia patriarcal y neoliberal quiere centrar el debate sobre las elecciones individuales de las mujeres (la libertad para prostituirse de las mujeres), evitando el análisis social. Tratando de separar la prostitución “libre” de la forzada, considerando que la aceptada debe ser organizada y reglamentada y la forzada debe perseguirse.
Situar el centro del debate en el significado político del acceso por precio al cuerpo de las mujeres (lo que eufemísticamente se denomina “prostitución”) afecta al estatuto de igualdad de los seres humanos. Porque la prostitución “per se” supone una situación de desigualdad y, por tanto, incompatible con el estatuto de igualdad que queremos construir entre hombres y mujeres. El bien social está por encima de la libertad individual, aunque esta también sea protegida. Podemos, por ejemplo, admitir privadamente en nuestra relación matrimonial una situación de desigualdad porque quiero ser sumiso o dependiente, pero no podemos regular un contrato matrimonial sobre la base de la desigualdad.

Un cambio necesario en los hombres
Por eso consideran que es necesario un cambio en la masculinidad, ya que la inmensa mayoría de los clientes son hombres (el 95%) y la mayoria de las prostitutas mujeres (90%). Desde el grupo se preguntan por qué los hombres acuden a la prostitución actualmente en una sociedad como la española donde no hay tal nivel de represión sexual como había hace 40 años. Consideran que en una época de libertad sexual como la actual, los que acuden a la prostitución lo hacen como un ejercicio de poder y dominación sobre otra persona con la que no tienen que tener ninguna consideración porque la pagan.
La masculinidad está en crisis y es el momento de transformarla en pro de la igualdad. Muchos hombres en las relaciones sociales y personales en la sociedad actual, experimentan una sensación de pérdida de poder sobre otras personas, sobre las mujeres. La masculinidad tradicional no consigue crear relaciones satisfactorias de respeto mutuo entre el hombre y la mujer teniendo como base una nueva masculinidad igualitaria. Este grupo abolicionista considera que es este el perfil mayoritario del cliente que acude a la prostitución. “En realidad buscan una experiencia de total dominio y control sobre el cuerpo de la mujer”, y añaden que esta parte del género masculino “parece tener problemas con su sexualidad y con relacionarse en igualdad con el 50% del género humano, que creen que debe de estar a su servicio”.
Plantean un debate abierto y centrado en las motivaciones del cliente para poder solucionar de otra manera sus carencias en la relación, principalmente, con el género femenino. Un debate sobre la masculinidad, la afectividad y la sexualidad y que cuestione el actual modelo patriarcal que es permisivo con esta forma de violencia de género y dé alternativas igualitarias a los problemas de relación que puedan tener los clientes o prostituidores. La principal pregunta a nuestro entender es: ¿porque una parte importante de los hombres, pudiendo optar por relaciones igualitarias, optan por relaciones de dominación a través del dinero para relacionarse con las mujeres? Y los primeros que nos hemos de hacer esta pregunta somos los propios hombres. No s trata, por supuesto, de estigmatizar el sexo, estamos a favor del sexo libre y sin remuneración, pero precisamente para que la sexualidad y la afectividad sean libres no tenemos que convertirlas en un supermercado, en donde todos somos mercancías.

No legitimar la explotación y la violencia
Regular la prostitución legitima implícitamente las relaciones patriarcales: equivale a aceptar un modelo de relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, establecer y organizar un sistema de subordinación y dominación de las mujeres, anulando la labor de varios decenios para mejorar la lucha por la igualdad de las mujeres. No hay que olvidar que el 90% de las prostituidas son mujeres y el 95% de los clientes hombres. No s trata tanto de dudar de las buenas intenciones de los que proponen regular (aunque si permítannos dudar de las buenas intenciones de la “patronal” sectorial), pero es un hecho: legalizar la prostitución ( y no nos olvidemos, no solo a las que ejercen: por extensión a los que compran,) supone convertir nuestro cuerpo en una mercancía más. Es una vuelta de tuerca más de un capitalismo salvaje que lo compra y vende todo (dentro de poco también compraremos amor?). Al regular admitimos que somos mercancías, también en eso.
Además, al legitimarla se convierte en un soporte del control patriarcal y de la sujeción sexual de las mujeres, con un efecto negativo no solamente sobre las mujeres y las niñas que están en la prostitución, sino sobre el conjunto del género femenino, ya que confirma y consolida su definición patriarcal de estar al servicio sexual de los hombres. ¿Cómo vamos a educar a nuestros hijos e hijas en igualdad con mujeres tras los escaparates como mercancías o es un posible futuro laboral de nuestras hijas?

Si reglamentamos la prostitución, integrándola en la economía de mercado, estamos diciendo que es una alternativa aceptable para las mujeres y para algunos hombres y, por tanto, no es necesario remover las causas, ni las condiciones sociales que determinan que sean, mayoritariamente, las mujeres las que sean prostituidas. A través de este proceso, se refuerza la normalización de la prostitución como una “opción para las pobres” y como forma de violencia de género. Porque no nos engañemos, muchos de los que pretenden regularla como mal menor, muy bienintencionadamente, no piensan en ellos o ellas mismos para ejercer este “trabajo como cualquier otro”. Se trata, por tanto, de “dar derechos” a las pobres que caen en las redes de prostitución, pero no de remover sus raíces y problemas fundamentales.

El modelo abolicionista
Pedimos que la prostitución se aborde como se ha hecho en Suecia, un modelo que se centra en medidas de erradicación de la demanda, a través de la denuncia, persecución y penalización del prostituidor (cliente) y del proxeneta. En este país se penaliza a los hombres que compran a mujeres o niños con fines de comercio sexual, con penas de cárcel de hasta 6 meses o multa. El peso de la ley, en ningún caso, se dirige contra las mujeres prostituidas, ni se pretende su penalización o sanción. La novedosa lógica detrás de esta legislación se estipula claramente en la literatura del gobierno sobre la ley: “En Suecia la prostitución es considerada como un aspecto de la violencia masculina contra mujeres, niñas y niños. (…) La igualdad de género continuará siendo inalcanzable mientras los, en su mayoría, hombres compren, vendan y exploten a mujeres, niñas y niños prostituyéndoles”. Además, la ley sueca provee de fondos para servicios sociales para cualquier prostituta que desee dejar esa situación; también provee fondos adicionales para reeducar la masculinidad en la igualdad de género.
La prostitución siempre ha existido, dicen. También las guerras, la tortura, la esclavitud infantil o el hambre. Pero esto no es prueba de legitimidad ni validez. Tenemos el deber de imaginar un mundo sin prostitución, lo mismo que hemos aprendido a imaginar un mundo sin esclavitud, sin apartheid, sin violencia de género, sin infanticidio, ni ablación de clitoris.

Prensa y comunicación
Hombres por la Abolición de la Prostitución
hombresabolicionistas@gmail.com
hombresabolicionistas.wordpress.com


Compañeros de Argentina: formemos redes de hombres abolicionistas y pro-feministas, al igual que se viene haciendo desde hace ya bastantes años en países tan distintos como España, Suecia, El Salvador, Guatemala, México, Australia, etc.
Si ladran los machistas de izquierda y "progres", señal de que avanzamos.
Nada más parecido a un machista de derecha que un machista "de izquierda".
Desde nuestro colectivo Hojas de Trébol (Tucumán) adherimos a la campaña abolicionista "Ni una mujer mas victima de las redes de prostitución" impulsada por decenas de organizaciones de mujeres, feministas, sociales, sindicales, políticas, culturales, de derechos humanos y religiosas, y convocamos a todas las personas que quieran trabajar y luchar contra la explotación a sumarse, en especial a los varones que comienzana cuestionar la masculinidad patriarcal impuesta por una sociedad machista.
REBELDES! NI PUTOS NI SUMISOS!

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por la aboliciòn de carlos dellepiane
Por una puta - Monday, Apr. 19, 2010 at 9:38 AM

por favor, no hables por nosotras. podemos hacerlo nosotras mismas. gracias.

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Vos tampoco
Por otra puta - Monday, Apr. 19, 2010 at 1:33 PM

Vos tampoco creas que por ser puta podes hablar por todas las putas, en todo caso habla por vos misma. Y que cada puta se apropie de su voz y no que una puta hable por todas.
De onda, de puta a puta

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Me parece que esta...
Por carlos dellepiane - Monday, Apr. 19, 2010 at 11:37 PM
tukudellepiane@hotmail.com

...supuesta "puta", debe ser en realidad uno de esos "hombres cansados del feminismo de clase media", es muy fácil poner en autor "una puta", total acá todo el mundo se escuda en el más cobarde anonimato, incluso para proferir amenazas veladas como la de "abolir" a mi persona, con mi nombre y apellido real. Uy, que miedo...
No importa, sea o no auténtico el comentario de la presunta "puta" quien quiere "abolirme", no nos vamos a amedrentar. Hay muchas mujeres que han podido escapar de la esclavitud prostituyente y hoy militan en las filas abolicionistas, y además el problema de la prostitución no es algo que les concierna exclusivamente, ni mucho menos, a una ínfima minoría de mujeres que dicen sentirse a gusto en la prostitución. Se trata de una problema social y por lo tanto concierne a todo el mundo, y ni siquiera el enojo de una supuesta "puta" que quiere "abolirme" impedirá mi militancia y la de muchos otros hombres en todo el planeta contra la esclavitud mas antigua del mundo.
El hecho de que algunos esclavos negros alienados quisieran permanecer sujetos a sus amos no impidió la abolición de la esclavitud de la población negra en muchos países. Que una presunta puta anónima detrás de un oscuro monitor me amenace con abolirme, en un comentario a un post donde una supuesta prostituta de lujo del Primer Mundo pregona la servidumbre sexual como un "trabajo digno", no cambia un ápice el hecho de que la prostitución es violencia de género, y debe ser combatida y abolida. Le guste o no a la puta anónima y a todos los que piensan como ella, no estamos dispuestos a que se equipare a una lacra social como la prostitución con los oficios y las profesiones que producen bienes y servicios socialmente necesarios.La prostitución no produce nada más que degradación de los seres humanos y debe ser eliminada.
Esta supuesta "puta" ofendida debe ser en realidad un fiolo o un "cliente" queriendo hablar, el sí, por las mujeres que explota. No es mi intención hablar por nadie más que por mi mismo ,compartir ideas con otrxs militantes abolicionistas y buscar entre todxs las maneras de erradicar toda forma de violencia y explotación sexual. Para ellxs posteo este interesante artículo:

MITOS SOBRE LA PROSTITUCIÓN


1) ES EL OFICIO MAS VIEJO DEL MUNDO

Falso: Supone que la prostitución es un atributo innato de las mujeres y por lo tanto inevitable, construcción muy conveniente al patriarcado y a los explotadores. La prostitución expone el propio cuerpo al servicio de otro, para que sea usado como mercancía, por tanto no es oficio sino esclavitud. Es imposible vender el cuerpo sin lastimar el alma. En sociedades primitivas, las mujeres aparecemos como parteras, alfareras, artesanas, curadoras, maestras, aurigas (conductora de carro), recolectoras, antes que practicando la prostitución. Estos oficios ejercidos por las mujeres se pueden comprobar por la arqueología y la mitología popular pero son ignorados por la “historia” patriarcal. La prostitución tiene un inicio preciso: la afirmación del patriarcado.

2) ES UNA FORMA SENCILLA DE GANAR MUCHA PLATA

Falso: Las mujeres en situación de prostitución sufren daños irreparables, comparables con los daño de una persona que fue torturada, que sufrió una guerra. La gran mayoría de las mujeres en situación de prostitución es muy pobre. Los proxenetas son los que se enriquecen. La trata y el tráfico de mujeres para las redes de prostitución es uno de los negocios más redituables, junto con el tráfico de drogas y de armas.

3) LO HACEN PORQUE LES GUSTA

Falso: La mayoría llega a la prostitución luego de historias de violencia, vulnerabilidad, pobreza, engaños (de sus parejas, de sus familiares), violaciones, exclusión y falta de educación. Muchas también son secuestradas y obligadas mediante torturas, amenazas, violencias. La prostitución no es elección. Es una opción cuando no queda ninguna otra opción,

4) ES ELECCION LIBRE. LO ASUMEN DE MANERA VOLUNTARIA
Falso: Para millones de mujeres, escoger entre hambre, abuso, aislamiento o prostitución no representa una verdadera opción. Cuando una sociedad aumenta los espacios de igualdad, social y sexual, y de nivel de vida disminuye el número de mujeres del propio país que se dedican a la prostitución. Se necesitan muchos cómplices para prostituir, para considerar a la prostitución como ideal de “libertad”.

5) LA PROSTITUCION VIP ES LIBRE ELECCION. NO ES LO MISMO QUE LA PROSTITUCION DE LAS MUJERES POBRES

Falso: Las mujeres hemos sido enseñadas por la cultura, los medios de comunicación, la escuela, nuestras familias a “ser” para…, a estar al servicio del varón. Las mujeres que son prostituidas en los lugares VIP, también son usadas como mercancía (un poco más cara), también han aprendido que sus cuerpos están al servicio del varón, han entendido (porque el patriarcado se los ha enseñado) que sus cuerpos pueden servirles para ser consumidoras de lujos, a la vez que consideradas objetos de consumo. No fue una libre elección porque estuvo condicionada por la cultura. ¿Dónde está la libertad?

6) SE PROSTITUYEN PARA DARLE DE COMER A SUS HIJOS/AS

Falso: No se prostituyen “son prostituidas” por varones que requieren sus cuerpos para afirmar su poder y su valía. Las mujeres amamos a nuestros/as hijos/as, sobre todo si elegimos ser madres, esto no nos imposibilita el darnos cuenta que sólo a nosotras se nos requieren todos los sacrificios para su cuidado y bienestar.
Muchas veces los y las hijos/as son utilizados/as por el fiolo para tener amenazadas a las mujeres. Muchas veces sus hijos/as son vendidos/as por las redes, obteniendo ganancias extras para los proxenetas.


7) LA PROSTITUCION ES UN TRABAJO

Falso: Esta forma de legitimación es un ardid de los y las oportunistas que “lucran” con cada mujer en situación de prostitución, incluidas aquellas religiones, las ONGs, los sindicatos, los organismos internacionales que les exigen llamarse “trabajadoras” para ser meritorias de asistencia y (de paso) bajar los índices de desocupación y justificar partidas de dinero dedicadas a tal fin. También es una reivindicación de muchas mujeres que creen correrse del papel de discriminación que la sociedad les tiene reservado (pensemos cómo se insulta a los genocidas, asesinos corruptos, ladrones). No siempre el consentimiento legitima una práctica, ni mucho menos la convierte en trabajo.

8) TODAS LAS MUJERES SON PUTAS

Falso: El sistema patriarcal utiliza la palabra “puta” para estigmatizar a cualquier mujer transgresora (ver letras de boleros y tangos, etc.). A la vez que nos une nos separa en putas y no putas: “las obedientes”, “las domesticadas”. Nuevamente, el centro está siempre en la culpabilización de las mujeres, mientras nadie dice algo que sí es verdaderamente cierto: todos los hombres pueden ser clientes.

9) SON MUJERES DE VIDA ALEGRE

Falso: La vida de una mujer en situación de prostitución no es fácil ni alegre. Esta es una expresión acuñada por clientes y proxenetas que sirve para restarles responsabilidades en el daño que producen. El sexo prostibulario tiene que ver con el poder y no con el placer. Las mujeres en situación de prostitución conforman uno de los grupos más vulnerables de todas las sociedades en todas las épocas.

10) SI LA PROSTITUCION NO EXISTIERA HABRIA MAS VIOLACIONES

Falso: No es cierto que los deseos sexuales de los varones sean irrefrenables. Esto es una construcción del patriarcado. El verdadero combate a la prostitución y a las violaciones pasa por una toma de conciencia, profunda reflexión y cambios de conductas que promuevan una práctica sexual que tenga que ver con el placer y no con el dominio.

11) LEGALIZAR LA PROSTITUCION (ya sea reglamentándola, con libreta, registrando a las mujeres que son víctimas) PROTEGE A LAS MUJERES EN SITUACION DE PROSTITUCION

Falso: No protege a las mujeres en situación de prostitución que así serían maltratadas, pero con permiso, tratadas y traficadas legalmente y enfermadas, ya que el certificado de salud no se exige a los clientes-prostituyentes. Sólo protege el negocio para los fiolos, proxenetas y redes de prostitución. Las mujeres quedan igualmente exentas de todos los derechos y más expuestas que nunca a ser detenidas si se les ocurre estar paradas en las esquinas sin la protección de las mafias. Incrementa el negocio de los “pagos” para la policía, ya que al exigir más reglas arbitrarias, la coima aumenta.

12) PROHIBIR LA PROSTITUCION ES LO MAS DIGNO PARA LA SOCIEDAD

Falso: La prohibición de la prostitución genera más indefensión para el eslabón más débil de la cadena: las mujeres en situación de prostitución, porque cuando se prohíbe la prostitución, se persigue a las mujeres. No remedia el ejercicio de la sexualidad de los varones con poder de dominio sobre las mujeres.

13 LA MUJER COMO PROVOCADORA Y EL VARÓN COMO VICTIMA NO RESPONSABLE

Falso: El varón es un cliente potencial desde que deja de ser niño. El sistema patriarcal-capitalista nos enseña que los varones tienen derecho sobre los cuerpos de las mujeres y a la vez que los poderosos tienen derecho sobre los cuerpos de los más débiles. No es “cliente” es prostituyente, aunque sea invisibilizado. “Porque tú pagas hay prostitución”.

La prostitución está inserta en un mecanismo de múltiples sistemas de opresión y explotación: estructuras económicas y sexistas que crean barreras para el desarrollo en el plano personal, educativo, político y en el plano laboral de todas las mujeres. Eliminando murallas sexistas e igualando posibilidades mediante la supresión de estructuras económicas injustas es como abriremos la vía para las mujeres entrampadas en la explotación sexual. Eliminando la dominación masculina sobre la sexualidad de las mujeres eliminaremos a los prostituyentes de nuestras sociedades. Respetar los Derechos de las Humanas es la consigna de nuestro tiempo.
fuente:
http://campanianiunavictimamas.blogspot.com/search/label/prostituci%C3%B3n%20y%20mitos

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dellepiane expuso claramente su programa
Por cansado del feminismo de clase media - Tuesday, Apr. 20, 2010 at 10:38 AM

las prostitutas son esclavas y el es un liberador de esclavos. lo quieran o no, las prostitutas seran liberadas por dellepiane y otros como el. y todos los que estan en contra de eso es o porque estan a favor de los fiolos o porque son clientes de la prostitucion o, si son prostitutas, porque son alienadas que aman a su esclavitud (y por lo tanto su opinion no cuenta).

fórmula perfecta para el sectarismo.

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Ladren lo que ladren...
Por carlos dellepiane - Tuesday, Apr. 20, 2010 at 1:59 PM
tukudellepiane@hotmail.com

...los y las funcionales a la industria criminal del sexo, seguiremos trabajando y luchando para erradicar la explotación sexual en todas sus formas.
Invito a l@s compañer@s lector@s a sumarse a la campaña abolicionista "Ni una mujer más víctima de las redes de prostitución:

SIN CLIENTES NO HAY PROSTITUCIÓN

¿Alguna vez pensaste que tanto los proxenetas como los clientes son prostituyentes?

No es una pregunta menor, y sabemos que para muchas personas, en primer lugar para muchos hombres, puede ser incómoda y hasta molesta. Pero para nosotras es fundamental: porque, en general, está ampliamente aceptado que en este flagelo de la trata de mujeres para la prostitución hay responsabilidades directas e indirectas del gobierno nacional, de los gobiernos provinciales, de los jueces, de la policía, de tantos medios de comunicación y, en primer lugar, de los tratantes y proxenetas de muy diverso tipo; pero muy pocas veces se hace referencia a los clientes, sin los cuales este círculo de violencia, esta industria de opresión y muerte de mujeres secuestradas y desaparecidas no se completa, no se cierra.
Y queremos decirlo claramente: la prostitución y, más aún la trata, es violencia contra las mujeres; una violencia que se asienta sobre un pacto masculino, sobre un pacto patriarcal entre clientes y proxenetas de muy diverso tipo que, si bien no es un pacto explícito, es un pacto con claros códigos, que existe y está absolutamente naturalizado. Es verdad que son los proxenetas y los tratantes los que montan y se benefician con este negocio, pero también es cierto que nadie ofrece y comercia aquello que no tiene demanda.
¿Hasta cuándo tendremos que soportarlo?, ¿hasta cuándo tendremos que soportar la numerosa y naturalizada cantidad de clientes que pagan, que son cómplices, que pasan sus horas “divirtiéndose” con mujeres secuestradas, torturadas y drogadas por la fuerza?
¿Alguna vez pensaste que los clientes pueden ser, son nuestros padres, hermanos, hijos, novios, maridos, amantes, amigos, compañeros?
Porque cuando hablamos de clientes estamos hablando de hombres concretos, de todas las clases, de cualquier condición: todos pueden ser clientes, con algunos pesos o con cientos de dólares, todos pueden ejercer el privilegio que el patriarcado les otorga.
Por ello decimos una vez más: ¡sin clientes y sin proxenetas no hay prostitución ni trata!
Y para las mujeres que llevamos adelante esta Campaña, la lucha contra las redes de prostitución y trata de mujeres, así como contra la responsabilidad de las instituciones estatales, es inseparable de la crítica y de la denuncia de la complicidad de los clientes.

E-mail: niunavictimamas@yahoo.com.ar
fuente:
http://www.campanianiunavictimamas.blogspot.com

Hojas de Trébol, Colectiva de Género y Diversidad Afectivo-Sexual.
ROMPAMOS LA JAULA DE HIERRO.
REBELDES! NI PUTAS NI SUMISAS!
REBELDES! NI PUTOS NI SUMISOS!
REBELDXS! NI PUTXS NI SUMISXS!

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estás en campaña?
Por cansado del feminismo de clase media - Tuesday, Apr. 20, 2010 at 11:47 PM

dale, respondé pegando otro texto, no sea cosa que te herniés.

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De una, esta campaña es todo el tiempo
Por carlos dellepiane - Wednesday, Apr. 21, 2010 at 1:08 PM
tukudellepiane@hotmail.com

asi que ahi van tres artículos más para seguir fortaleciendo posiciones ideológicas y buscando líneas de acción política CONTRA EL REGLAMENTARISMO HIPÓCRITA Y CÍNICO QUE BUSCA HACER "MAS LLEVADERA" LA VIOLACIÓN PAGA Y LA ESCLAVITUD SEXUAL:

LA PROSTITUCIÓN NO ES UN TRABAJO

ES UNA FORMA DE VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES

Existen hoy dos posiciones respecto a la prostitución:

- La que la considera un trabajo como cualquier otro y una elección libre, fruto de un contrato entre dos individuos: cliente y mujer prostituída.
- La que, en cambio, sostiene que la prostitución es una forma de violencia contra las mujeres.

Nosotras decimos que la prostitución es una forma de violencia contra las mujeres, una violación de los derechos de las humanas, porque:

- La prostitución se inscribe en las relaciones de opresión patriarcales, que colocan a los varones del lado del dominio y a las mujeres de la sujeción. La pregunta no es, ¿por qué las mujeres ingresan a la prostitución?, sino: ¿por qué tantos varones compran cuerpos de mujeres y niñas para la satisfacción de su sexualidad?

- No es un contrato entre cliente y mujer en prostitución, porque no se puede hablar de consentimiento –condición de todo contrato- en condiciones de profunda desigualdad.
Las mujeres no “se prostituyen”, son prostituídas por clientes y proxenetas protegidos por el Estado, compelidas por la necesidad económica, por presiones de todo tipo, por la violencia material y simbólica, por costumbres e ideas contenidas en los mensajes culturales que consideran que las mujeres de todas las clases sociales somos objetos disponibles para satisfacer supuestas “necesidades” de los varones también de todas las clases.

- La relación entre cliente y mujer prostituída no es una relación laboral entre empleador y empleada ni entra dentro del campo del derecho del trabajo.

- Ninguna forma de trabajo puede separarse del cuerpo. Pero en la prostitución el comprador obtiene derecho unilateral al uso sexual del cuerpo de una mujer. El “cliente” prostituyente le impone su cuerpo, su sexualidad y su placer a la mujer prostituída. El placer de ella no importa. No es un intercambio sexual recíproco.

- Hechos que en cualquier trabajo se consideran acoso o abuso sexual: los toqueteos, las violaciones, las insinuaciones verbales, los requerimientos sexuales indeseados, en la prostitución forman parte de la naturaleza misma de la actividad. ¿Cómo reclamarían las mujeres prostituídas contra el acoso sexual, el abuso o la violación?. ¿Con qué parámetros se mediría?. Considerarla trabajo legitima la violencia y las desigualdades sociales y sexuales entre varones y mujeres.

- En todo trabajo está comprometida la subjetividad, pero en la prostitución lo está de una manera más profunda, ya que existe una relación inseparable entre cuerpo y subjetividad, entre cuerpo y sexualidad. La sexualidad es una parte fundamental e inescindible de la construcción de identidad. La identidad sexual está marcada por la masculinidad y la femineidad socialmente construídas, es decir por la desigualdad jerárquica entre los sexos. La prostitución daña a las mujeres de una manera muy distinta a la del trabajo.

- La prostitución produce daños físicos y psíquicos que algunos estudios comparan con los sufridos por quienes padecen una guerra.

- Si prostituir menores de 18 años se considera un delito, ¿cómo puede convertirse en un trabajo y en una elección libre el día en que la mujer cumple 18 años?. El trabajo infantil está prohibido (en nuestro país, antes de los 14 años), pero se promueve la preparación educativa de niñas y niños para sus futuros trabajos: escuelas técnicas, comerciales, de magisterio, etc. Si la prostitución es trabajo, ¿cómo se formaría a las niñas para el mismo?, ¿cuáles serían los cursos de aprendizaje? ¿secundarios con orientación servicio sexual? ¿dónde y con quiénes se harían las prácticas? ¿con los padres, con los tíos, con los maestros?.

- Considerar a la prostitución trabajo favorece la trata y la legalidad de proxenetas y rufianes, al convertir la explotación sexual en un negocio legal.

- Sirve también para crear la ficción de un descenso en la tasa de desempleo, útil para mejorar la imagen de la actual fase del capitalismo, que se caracteriza por el carácter estructural de la desocupación y la exclusión social.

La prostitución es una forma de violencia contra las mujeres, de violación de los derechos de las humanas, de explotación sexual, institución fundamental en la construcción de una sexualidad basada en el dominio masculino y la sumisión femenina y en la cosificación de nuestros cuerpos. No es, por tanto, una expresión de la libertad sexual de las mujeres.

Por todo esto sostenemos que no se debe hacer distinción entre prostitución y trata forzada y voluntaria, ni entre prostitución infantil y adulta, ni diferenciar entre personas menores y mayores de 18 años. Estas distinciones legitiman prácticas de explotación sexual, transformándolas en aceptables y permisibles. Utilizan una falsa idea de elección y consentimiento que no reconoce los condicionamientos sociales e individuales y el complejo proceso que lleva a una mujer a ejercer la prostitución y las diversas formas, sutiles o brutales de coerción, no siempre demostrables.

E-mail: niunavictimamas@yahoo.com.ar

Fuente:

http://campanianiunavictimamas.blogspot.com/

hOJAS DE tRÉBOL, cOLECTIVO DE gÉNERO Y dIVERSIDAD AFECTIVO-sEXUAL (tUCUMÁN) adhiere e invita a adherir a la Campaña Abolicionista "Ni una mujer más víctima de las redes de prostitución"

Compañerxs estos 2 artículos son largos, vale la pena leerlos están muy completos:


http://www.aboliciondelaprostitucion.org/textos/DO_ART_ceciliahofman97manila.doc

http://www.aboliciondelaprostitucion.org/textos/DO_ART_heterosexismo.doc

Fuente:
http://www.aboliciondelaprostitucion.org/

REBELDES! NI PUTOS NI SUMISOS!

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"fortaleciendo posiciones ideológicas"
Por cansado del feminismo de clase media - Thursday, Apr. 22, 2010 at 9:32 AM

o sea, cegándose cada vez más a la realidad.

dentro de la Ideología, todo. fuera de la Ideología, nada.

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¿QUÉ DEFIENDEN REALMENTE LOS ABOLICIONISTAS?
Por uno más - Thursday, Apr. 22, 2010 at 8:21 PM

De El Origen de la Familia la Propiedad Privada y el Estado
  • Los abolicionistas de la prostitución sostienen que la mujer siempre fue sometida.
  • Los abolicionistas de la prostitución creen que el capitalismo es la última fase en la historia de la humanidad.
  • Los abolicionistas de la prostitución creen que la mujer adulta debe ser protegida como una niña.
  • Los abolicionistas de la prostitución creen que el libre albedrío de la mujer adulta no es posible porque el ejercicio de la prostitución según ellos las esclaviza (la pareja monogámica también las esclaviza, y según este criterio también debería ser abolida).
  • Los abolicionistas de la prostitución sostienen que el hombre que paga por sexo comete violación.
  • Los abolicionistas de la prostitución sostienen que el sexo fuera de la pareja monogámica debe ser considerado un delito.
  • Los abolicionistas de la prostitución sostienen que el fin del sometimiento de la mujer es posible dentro del marco de la economía capitalista.

 

 

LOS ABOLICIONISTAS DE LA PROSTITUCIÓN DEFIENDEN AL ESTADO, A LA PROPIEDAD PRIVADA, AL CAPITALISMO Y A LA PAREJA MONOGÁMICA.

 

NO PUEDE EXISTIR EL ABOLICIONISMO DE LA PROSTITUCIÓN DENTRO DEL LOS LÍMITES DE LA ECONOMÍA CAPITALISTA, PARA ABOLIR DEFINITIVAMENTE TODA FORMA DE OPRESIÓN DE LA MUJER HAY QUE ABOLIR AL CAPITALISMO MISMO.

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Lean alguno de los...
Por carlos dellepiane - Thursday, Apr. 22, 2010 at 11:11 PM
tukudellepiane@hotmail.com

...artículos posteados aca mismo sobre abolicionismo y van a ver que las afirmaciones del que escribe acá arriba son todas falsas.

domingo
Sin Complicidades no hay prostitución
SIN COMPLICIDAD DE FUNCIONARIOS DE LOS PODERES JUDICIAL, LEGISLATIVO, EJECUTIVO Y DE LAS FUERZAS DE SEGURIDAD, NO HAY PROSTITUCION NI TRATA

Millones de mujeres y niñas son prostituidas en el mundo. Ingresan a la prostitución por necesidad económica, situaciones de abandono emocional o físico, de abuso y violencia, para ayudar a sus familias, mantener a sus hijos frente al abandono paterno, proporcionándoles además lo que la sociedad de consumo exige, para pagar sus estudios, reclutadas por un hombre que dice quererlas, o por un “dealer” o una amiga, o secuestradas por las redes de prostitución. Muchas migran de un país a otro, de una provincia o de una ciudad a otra, en busca de mejorar una situación desesperante.

Pero la pregunta no es cómo llega una mujer a la prostitución, sino como sale de ella, con qué recursos.

Lo decisivo no son los motivos personales o sociales que hacen que las mujeres y niñas sean alrededor del 90% de las personas en situación de prostitución, sino la consideración del cuerpo de las mujeres como un objeto de intercambio, como una mercancía al servicio sexual de los varones.

Los prostíbulos pululan en todas partes, en cualquier confitería, pub o whiskeria, en casitas modestas a lo largo de las rutas o en departamentos o locales de lujo. Ello a pesar de estar prohibidos por ley nacional y por la Convención contra la Trata de Personas y la Explotación de la Prostitución Ajena, suscripta y ratificada por nuestro país y vigente, que castiga la explotación de la prostitución ajena y la instalación de prostíbulos.

De vez en cuando la justicia condena a algún proxeneta, sobe todo cuando se trata de algún caso resonante de secuestro o desaparición de persona, como los de las mujeres en situación de prostitución de Mar del Plata, de Andrea López o de Fernanda Aguirre . En algunas ocasiones, la policía, por orden de un juez, allana un prostíbulo y se lleva detenidas a las mujeres y a algún/alguna regente de menor peso.

La respuesta estatal es reprimir a las víctimas, en los burdeles o en la calle, como sucede con la aplicación de los códigos contravencionales y de faltas, que en su redacción y aplicación cada vez más represivas, son herederos de los viejos edictos policiales. La policía utiliza el arresto, los malos tratos, la amenaza y la coima, convirtiéndose en socia del proxenetismo, cuando no directamente en proxeneta.

Nunca se llega a los grandes responsables de la explotación sexual de las/os
mujeres y niñas/os, a los jefes de las redes de prostitución, o a aquellos funcionarios, legisladores, empresarios, fiscales, comisarios y jueces que participan del negocio. Ni a los clientes prostituyentes. Cuando se formulan leyes, están dirigidas a la represión de las personas en situación de prostitución o bien a la protección velada del proxenetismo, como sucede con la ley de trata con media sanción del Senado.

El Estado, los gobiernos, los poderes legislativos y la justicia, son responsables por lo que hacen, pero también por lo que no hacen. No persiguen a los explotadores, no respetan ni protegen los derechos humanos de las víctimas, no destinan leyes, programas y presupuesto a la creación de refugios, a la asistencia médica, jurídica y psicológica, a la capacitación laboral, a la creación de empleos. No realizan campañas destinadas a desnaturalizar la prostitución y mostrarla como lo que realmente es: explotación y violencia. Los pocos/as funcionarios/as, legisladores/as, fiscales y jueces que, desde su lugar, intentan hacer un trabajo conciente, se encuentran con una verdadera carrera de obstáculos y escasez de presupuesto.

Por todo esto afirmamos: sin clientes y sin complicidad de funcionarios de los poderes judicial, legislativo y ejecutivo y de las fuerzas de seguridad no hay prostitución ni trata.

Exigimos al Estado:

· Leyes y políticas que respeten los derechos humanos de las víctimas y abran los caminos para su libertad.
· Programas integrales de protección y asistencia a las víctimas, sin distinción de edad ni nacionalidad, con fondos suficientes previstos en las leyes de presupuesto, con personal adecuado y controlados por las organizaciones de mujeres y otras organizaciones sociales que se ocupan de la problemática.
· Políticas de prevención de la prostitución y la trata de mujeres y niñas, que abarquen la educación, los medios de comunicación y la demanda de prostitución.
· Otorgamiento de residencia y trabajo a las migrantes, cuando así lo requieran.
· Políticas universales de creación de trabajo, de capacitación laboral, vivienda, salud y educación, sin discriminaciones y con particular atención a las situaciones de opresión y desigualdad.
· Investigación sobre la complicidad de funcionarios en todos los poderes del Estado. Juicio, condena y separación definitiva de sus funciones.

fuente:
http://www.campanianiunavictimamas.blogspot.com

A la lista de complicidades con la violación sistemática de decenas de miles de mujeres y niñas hay que añadir, por supuesto:
#los medios de comunicación que naturalizan la explotación sexual y se benefician directamente de ella a traves de publicidad de burdeles, servicios de "acompañantes" y pornografía
#los y las intelectuales "progresistas" preocupados por lograr una prostitución más "digna", que debieran ser los primeros en dar el ejemplo y ofrecer sus ortos al mejor postor, ya que la prostitución es una vocación y una ocupación como cualquier otra, o en todo caso una desgracia inevitable que hay que esperar que "se termine el capitalismo" para que se termine.
Otras y otros creemos que es una esclavitud, un negocio criminal y una de las formas principales de perpetuación de la dominación masculina y por lo tanto decidimos combatirla ahora.
REBELDES! NI PUTOS NI SUMISOS!
Hojas de Trébol, colectiva de Género y Diversidad Afectivo-Sexual en la Campaña Abolicionista "NI UNA MUJER MÁS VÍCTIMA DE LAS REDES DE PROSTITUCIÓN"

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A Carlos Dellepiane
Por hombre - Friday, Apr. 23, 2010 at 8:44 PM

No tengo problema en dar el ejemplo, Carlos.

No ofresco el orto al mejor postor, poque lamentablemente ahí no tengo líbido.

Pero si puedo ofrecer mi pija al mejor postor, en eso no tengo ningún problema.

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PROSTITUIDAS Y PROSTITUIDORES
Por carlos dellepiane - Saturday, Apr. 24, 2010 at 2:12 AM
tukudellepiane@hotmail.com


Prostituídas y prostituidores: dos psicologías enfrentadas

Por Carlos Paris

Voy a imprimir un pequeño giro al tema que me ha sido propuesto por la organización del Congreso, “Prostituidas y prostituidores: dos psicologías enfrententadas”, para analizar más que los aspectos psicológicos- en que, por añadidura no soy experto- los roles o papeles de ambas partes. Pienso, en efecto, que las psicologías en cuanto fenómenos individuales, tanto del cliente como de la prostituída, pueden ser enormemente variadas, recorren un amplísimo campo de posibilidades, en cambio, sus situaciones objetivas, los papeles desde los cuales uno y otra se relacionan resultan susceptibles de una descripción comunitaria y representan el nudo del debate sobre la prostitución, así como de las políticas con que esta realidad debe ser afrontada. Y, como se trata de una relación dual, con funciones complementarias, me veré obligado a hablar de sus dos términos, no sólo el llamado “cliente” sino también de la mujer o prostituída. En esta perspectiva nos encontramos ante dos lecturas y valoraciones inversas: la que podemos designar como leyenda áurea o leyenda rosa de la prostitución y aquella que desvela la cruda realidad de los hechos.

Cliente y prostituta en la “leyenda äurea”

“Dos adultos mantienen una relación sexual tras convenir un precio”. ¿No constituye ello un acuerdo perfectamente aceptable? Puede ser repudiada semejante relación si es establecida con menores de edad, con personas sometidas a coacción, forzadas, o si entran en juego drogas ilegales. Pero no, si trata de una relación entre seres libres, en el ejercicio pleno de sus facultades. Así se explica la Asociación de Empresarios de Locales de Alterne, (ANELA) según reproduce Joaquín Prieto en una reciente colaboración publicada en El País. (1)

Consecuentemente, fuera de estos límites, condenar la prostitución únicamente tiene sentido desde posiciones que rechazan el sexo y su libre ejercicio, desde actitudes represivas ante la sexualidad. Ya sea por inmadurez y ñoñería ante nuestro cuerpo y sus pulsiones, por falta de capacidad para asumir nuestra plena realidad. Ya, según la doctrina católica oficial, por la ordenación de la sexualidad humana a la reproducción que permite su ejercicio exclusivamente dentro del matrimonio y sin el uso de medidas contraceptivas. Aunque, ciertamente los teólogos no hayan tenido empacho en considerar necesaria la prostitución, según la teoría del “mal menor”. Y, curiosamente, es esta teoría la que hoy vemos reaparecer, secularizada, en voces como la de la catedrática Mercedes García Arán, que, si bien no osan entrar a discutir éticamente la relación prostituyente, mantienen que su supresión generaría caóticos desordenes. (2)

Mas no es ésta teoría del mal menor, la visión expresada por la ANELA, y, en general, por las posiciones proclamadoras de la leyenda áurea. Según ellas, se trata de una relación en que un individuo, normal y mayoritariamente un hombre, requiere ciertos servicios y está dispuesto a pagar por su suministro, a quien se los proporcione. Estos servicios son de índole sexual. Pero nada los diferencia, a no ser que tengamos una concepción represiva de la sexualidad, de otros, tales como la limpieza del hogar, la atención del camarero o camarera a la mesa en que nos sentamos en una cafetería, el tratamiento por el médico de nuestras dolencias o la asistencia que el abogado nos proporciona en un trance jurídico. Y el individuo en cuestión busca y encuentra una mujer dispuesta a prestarle los servicios deseados. Lo hace libremente, de acuerdo con esta descripción, pero, sin duda -hay que reconocerlo- no por gusto, buscando su satisfacción propia, al modo del cliente. Ni mucho menos por amor, cosa imposible, tratándose, al menos en un primer encuentro, de un desconocido. Lo hace, y ello diferencia radicalmente esta situación de las habituales, normales, relaciones sexuales, para obtener unos ingresos que le permitan sobrevivir en los casos más necesitados o le posibiliten elevar su nivel de vida en meretrices acomodadas.

Entonces, su entrega y actividad ha de ser planteada como un trabajo. La prostituta es redefinida como “trabajadora del sexo”. Se aduce, para quitar hierro al asunto, que incluso hay trabajos más duros y más explotadores que el suyo. Y, como los otros trabajadores, la mujer dedicada a la prostitución debe obtener los derechos laborales que la actual legislación prescribe. Tal es la perspectiva de las relaciones entre cliente y prostituta defendida por los partidarios de la leyenda áurea y cuya consecuencia práctica es que la prostitución debe ser aceptada y mantenida, sin más necesidad que la de regularla por parte de los poderes públicos.

La cruda y dura realidad de la relación

Es interesante observar el falaz juego de esta descripción punto por punto. Algunos detalles de importancia menor, no dejan, sin embargo, de ser significativos. Por ejemplo, he hemos hablado de “un individuo” y ello no siempre se ajusta a la realidad. No debemos olvidar que muchas veces la visita a los burdeles se realiza en pandilla. Como una juerga colectiva, por hombres cargados de alcohol- droga admisibe en la doctrina de la ANELA, pues no está prohibida- y en un clima supermachista, en el cual alguno llega a decir: “vamos a dar una paliza a las putas”. Si no siempre es tan alto el grado de brutalidad y actitudes primarias, en todo caso resulta normal la acumulación de clientes que, sucesivamente, en lamentable hilera, se satisfacen con una prostituta, en ocasiones hasta agotarla. Según Anita Sand se puede contar el número de cuarenta o cincuenta clientes por cada mujer prostituída. (3)

Pero lo decisivo, sin extendernos en comentar aspectos más accesorios, es el deslizamiento que se ha producido de la realidad a su idealización manipulannte. Y la tranquila aceptación de un mundo degradado. Las relaciones sexuales humanas son expresión bien del amor en los casos más nobles, bien de un deseo de goce libre y mutuamente compartido. Y tal es su normal realización. No debemos olvidarlo. En la prostitución asistimos a una radical transformación de estas relaciones. Degradadas y desiguales, se han convertido en “prestación de servicios”.

En términos lógicos reina una completa asimetría. Y dicha asimetría, expresada en su forma más suave, es la de un protagonista dominante y una sirviente. De un lado se sitúa activamente un hombre que experimenta la sexualidad como necesidad fisiológica y como voluntad de goce. Posee el poder del dinero y, aún podríamos añadir, el prestigio social. Actúa como soberano. De otro un sujeto pasivo, la mujer, o -si se quiere ampliar el campo hacia fenómenos más minoritarios- el ser prostituído, para quien la relación no tiene más razón y atractivo que el de los ingresos que le proporciona. Sólo éstos le dan sentido. Pero, entonces, se ha convertido, no ya en sirviente, sino en mero objeto, utilizado por el ser que goza de ella. Podemos decir que la mujer sumida en la prostitución no se ve en función de sí misma, sino en el espejo que es el ojo del cliente, como realidad que puede satisfacer a éste. Se ha borrado a sí misma, como ser personal, convertida en mercancía. Por supuesto, la terminología de cliente y prostituta, debe ser sustituída por la prostituidor y prostituída.

Patriarcalismo, mercantilismo y racismo en la prostitución

El carácter patriarcal de la relación resulta evidente. Corresponde a un mundo en que el varón maneja el dinero y tiene derecho a satisfacer a gusto sus instintos. Son tan poderosos que no se les puede poner barreras. En otro caso se incendiaría el mundo. La mujer aparece como un ser necesitado, carente de posibilidades por sí misma y además es despojada de sexualidad propia. Aunque rizando el rizo de sus sumisión, simule un placer no experimentado, para gratificar la virilidad del prostituidor. Es el colmo de la farsa montada por la dominación patriarcal.

Significativo de este carácter patriarcal de la prostitución resulta el hecho de que el combate por la abolición de la prostitución es en su mayor parte librado por mujeres feministas. Por aquellas que promueven un mundo igualitario, roto el dominio del varón, mientras que tantos hombres se muestran partidarios de mantener la prostitución. Los que la defienden más encarnizadamente son beneficiarios económicos del fenómeno como empresarios o chulos, otros se complacen en frecuentar los burdeles y finalmente muchos poco sensibles para la liberación total de la mujer se muestran indiferentes o abogan por la regularización. Y, así, sólo se consiguió la prohibición y sanción de los clientes en Suecia, cuando el Parlamento resultó compuesto igualitariamente por hombres y mujeres.

Junto al patriarcalismo, se manifiesta el mercantilismo que ha dominado la historia humana y ha alcanzado su ápice en el capitalismo. Ambos en estrecha relación. Como acabo de escribir es el varón quien maneja el dinero. Compra a la mujer en la forma más extendida de prostitución. En nuestra sociedad capitalista en que el dinero constituye el resorte más importante de poder, su distribución entre sexos es aplastantemente desigual en todos los niveles sociales. De un lado la feminización de la pobreza, de otro la acumulación de la riqueza o la superioridad de ingresos en manos masculinas. Y a partir de aquí la mercantilización inunda todo el mundo que estamos analizando.

Conforme a una sentencia del Tribunal de Luxemburgo de 2001 la prostitución constituye una “actividad económica”. Para la OIT (Organización Internacional del Trabajo) el “sector sexo” debería ser incluido en el actual mundo industrial. (4) Y, evidentemente, estamos en presencia de una actividad económica. Según datos aireados por la portavoz socialista en la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo, Elena Valenciano, sólo en España mueve dicha actividad 40 millones de euros diarios y alcanza en el mundo la cantidad de 5 billones de euros anuales. (5) En algunos puntos del planeta este mercado del sexo alcanza proporciones extraordinarias. Según el informe de la OIT la prostitución constituye la principal fuente de ingresos en las economías deprimidas del sureste asiático (Malaisia, Indonesia, Tailandia y Filipinas). Ello ha exacerbado el reclutamiento de mujeres para dicha actividad. (6)

Y, en conjunto, se sitúa junto al mercado de armamentos y la droga entre los más cuantiosos negocios de nuestra sociedad. No deja de sorprender entonces el interesado y acendrado vigor con que la prostitución es defendida por sus actuales beneficiarios. Pero, aún se llega más lejos, cuando se proclama que su legalización suministraría importantes ingresos a las arcas de los Estados, gracias a la percepción de impuestos, como también defiende la OIT.

Mas semejante situación convertiría al Estado en cómplice y proxeneta. Consideración nada honrosa para un Estado que se pretende de Derecho. Al término despectivamente usado de “Estado bananero” habría que añadir ahora el de “Estado putero”. Y es que, evidentemente, el hecho de que la prostitución constituya una actividad económica explica el interés de sus beneficiarios, mas no justifica el mantenimiento de la misma. Como tampoco el del tráfico de armas y de drogas. Mas bien pone a la luz el carácter perverso de la prostitución, al transformar las relaciones sexuales en compraventa y al convertir en mercancía los cuerpos humanos, las mujeres, y su capacidad de servir de objeto de desahogo para los apetitos sexuales del varón. Como en Suecia propaló la campaña que condujo a la abolición de la prostitución, “comprar cuerpos humanos es un crimen”. Expresión justa, nada desmesurada, si nos percatamos de que, si bien la vida física de la prostituta no es suprimida -aunque en el límite de la violencia que, dígase lo que se quiera reina en este campo, se lleguen a producir verdaderos asesinatos (7)- en todos los casos, aún sin violencia física, se anula la condición humana y personal de la mujer prostituída, al tratarla como mero objeto, al modo del esclavo.

Y la intensa actividad que mueve la prostitución debe ser categorizada, consecuentemente, como “crimen organizado”. Con el cual el prostituidor colabora activamente, ya que sin él no sedaría. Tal es la realidad recientemente denunciada en otra oportuna campaña, esta vez, en Almería, mediante carteles cuyo texto afirma: “La prostitución atenta contra los derechos fundamentales de miles de mujeres y niñas en todo el mundo y existe porque tú pagas”.

Junto al patriarcalismo y el mercantilismo, también otra lacra de nuestra historia se manifiesta aquí: el racismo. El hecho básico es la desigualdad económica y de poder entre razas que arroja a la mujeres de las razas dominadas al ejercicio de la prostitución, tanto en sus propios países como en tierras a que, en el tráfico de carne humana, son llevadas. Pero, además florece cierta mitología de lo exótico y de ardiente sexualidad de las mujeres no blancas, como han analizado y documentado Laura Keeler y Marjut Jyrkinen. (8)

La pretendida libertad

En una relación patriarcal, mercantilizada y racista ¿se puede mantener la libertad de la mujer prostituída? En la descripción áurea de las relaciones entre cliente y prostituta se afirma la libertad de la prostituta como requisito para una relación lícita y, por ende, regulable. Aun en el supuesto de aceptar la conversión de la sexualidad en negocio mercantil, evidentemente todo contrato económico, para ser válido ha de establecerse en condiciones de libertad. Entonces debemos preguntarnos ¿existe verdaderamente esta pretendida libertad?

Al respecto, podríamos considerar tres grandes situaciones típicas en la mujeres que se encuentran sumidas en el orbe de la prostitución. En primer lugar aquellas que han sido literalmente forzadas, obligadas bajo poderosísima coacción a convertirse en prostitutas, cosa que -como no deja de ser natural- en modo alguno deseaban. Resulta que, en nuestros días, y en nuestro mundo industrial avanzado, constituyen la inmensa mayoría. Según datos de la Policía Nacional y la Guardia Civil, el 90% de las mujeres que actualmente ejercen la prostitución en España son extranjeras. Evidentemente no se trata de turistas que viajan desde países ricos y quieren compaginar nuestro sol y nuestras playas con la prestación de servicios al macho ibérico. Vienen de países de la Europa del Este, cuya incorporación al triunfante capitalismo globalizador les ha hundido en la miseria, también provienen del subdesarrollo creciente de naciones de Ibero-América, o de la abandonada África. Han sido traídas engañosamente con la promesa de ofrecerles un trabajo, que no se anunciaba precisamente como “trabajo del sexo”. Y, luego, llegadas a la tierra prometida, tras haberse endeudado hasta las cejas, son forzadas a ejercer la prostitución. Caen prisioneras, encerradas, a veces sin otra ropa que la erótica con que deben excitar a los clientes, pero con la cual no pueden salir a la calle. Amenazadas y sometidas al terror, en ocasiones, son, incluso, vendidas. Semejante tráfico de carne humana femenina, que adapta a los tiempos actuales el transporte de esclavos, no es un fenómeno marginal en la realidad que estamos considerando, como los voceros de la prostitución pretenden, define su situación aplastantemente mayoritaria. En la cual las mujeres son víctimas, tanto de la violencia y la codicia patriarcal, como de la que preside, en estrecha relación con ella, el actual orden económico mundial. Y el llamado turismo sexual -ahora con el aditamento de explotar infantes desvalidos- completa y redondea este siniestro panorama en que los varones ricos y poderosos del Primer Mundo satisfacen sus instintos en la carne de los países pobres, esperándola en su confortable mansión o viajando en busca de ella.

Es el tremendo espectáculo que ofrece un mundo interrelacionado y cruzado por las comunicaciones en una tecnología puesta al servicio no del desarrollo planaterio, sino de la voluntad y beneficio de los poderosos. Pero, no sólo la prostitución es ejercida por mujeres arrancadas a su patria, también es practicada, y así tradicionalmente lo ha sido, en el propio país, sin necesidad de salir de él, a veces con el desplazamiento de las zonas más pobres, rurales, a las grandes urbes. En este sentido se puede dibujar un recorrido que va del pueblo al servicio doméstico en la ciudad, y, en él, al abuso de los señoritos de la casa para acabar en la prostitución. ¿Es factible describir esta historia como un ejercicio de la libertad? En primer lugar, sin duda, cabe hablar de los hombres en cuyas manos esta criatura puede caer para ser explotada y manejada, de los chulos en pequeña escala y de los propietarios de locales y negociantes del sexo. Pero, aún prescindiendo de estas situaciones, imaginando una mujer que ejerce como prostituta por cuenta propia ¿en qué medida la decisión de vender su cuerpo es libre? Distingamos, al respecto, entre voluntariedad y libertad. Y, con arreglo a tal precisión, podríamos decir que en este caso la decisión es voluntaria, pero no estrictamente libre. Aunque arranca de la iniciativa personal, no de una directa coacción de un individuo dominador, está condicionada tal opción por un marco de posibilidades que la fuerzan. Por el acecho de la miseria, de la indigencia, de la penuria. La prostitución aparece como vía para sobrevivir.

En un reciente programa de televisión sobre el sexo en Brasil, una mujer que se ganaba la vida como prostituta así lo declaraba. No había encontrado otra posibilidad para sobrevivir y confiaba en que, ejerciendo la prostitución, conseguiría que su hija no se viera obligada a afrontar el mismo triste destino. Ciertamente no parecía muy satisfecha con su mal llamado trabajo.

Por encima de estos dos mundos, se encuentra el minoritario de la prostitución de lujo, o alta prostitución. Está integrado por mujeres que, supuestamente, han ingresado en este universo de servicio al placer masculino, no por el apremio de la necesidad ni por la fuerza y el engaño, sino por el puro afán de lucro. Refinadas, educadas, obtienen los más altos ingresos por su actividad. Si Lenin hablaba de la aristocracia obrera, aquí -aunque ello no signifique aceptar la idea de la prostitución como trabajo- podríamos hablar de la aristocracia de la prostitución. Y parecería, a primera vista, que en este nivel ciertamente la elección ha sido indiscutiblemente libre.

Examinemos críticamente esta presunción. Sin duda no han actuado las intensas coacciones físicas y económicas que hemos denunciado en los mayoritarios casos anteriores, pero, aún en esta realidad minoritaria, se acusa la presencia de presiones sutiles que cuestionan la pretendida libertad. En primer lugar, la escandalosa diferencia de retribución entre un trabajo productivo y los ingresos obtenidos por complacer los gustos del varón de alta posición. Situación sólo concebible en una sociedad dominada por el despotismo patriarcal, que rige su economía, y para el cual priman, sobre cualquier otra necesidad, los caprichos del hombre de las altas clases sociales. Y esta desigualdad estructural opera sobre mentes que han sido troqueladas por la mitología del consumo, por el acceso a lujos, a los cuales este hombre satisfecho por el servicio femenino abre puertas. Como vemos, la pretendida libertad de las mujeres dedicadas a la prostitución se esfuma, cuando la sometemos a crítica, y, al modo en que Diógenes buscaba al hombre verdadero, tendríamos que tratar de encontrarla con un candil.

La prostitución disfrazada como trabajo

Si hemos examinado críticamente la pretendida libertad de la mujer prostituída, no resulta menos importante atender, ahora, al intento de convertir su actividad en un trabajo. Quizá este planteamiento trate de basarse en el hecho de que la prostitución es una actividad económica, como hemos visto, y representa una fuente de ingresos para la persona que se dedica a ella. Pero, evidentemente, no toda actividad que genera ingresos para quien la ejerce puede ser categorizada como trabajo. En tal caso habría que considerar el robo o la estafa como trabajos, a veces de alta calidad y muy rentables. Y, ciertamente, así son expresados en el argot del gremio de ladrones o estafadores, pero no en el uso social y jurídico. Lo mismo cabría decir del juego, y a nadie se le ocurre que comprar un décimo de lotería y cobrar el premio, si éste es obtenido, se defina como un trabajo. En cambio, se dan verdaderos trabajos, como el llamado “trabajo voluntario”, que, hechos por altruismo, no revierten en ninguna compensación económica. Y en la histórica explotación de la mano de obra esclava asistimos, sin duda, a duros trabajos que no son retribuidos.

El concepto de trabajo, rigurosamente entendido, supone el desempeño una actividad encaminada ya a la producción de una obra, industrial, manufacturera, intelectual o artística, ya a la extracción de bienes naturales, como en la minería o la pesca, ya a la prestación de servicios. Es preciso insistir en la idea de “actividad”, como algo que pone en funcionamiento nuestras facultades físicas y mentales, según las destrezas que previamente hemos adquirido. Así el obrero en la sociedad capitalista, a cambio de un salario, vende su fuerza de trabajo al propietario de los medios de producción. Se puede hablar de explotación, en la medida en que el capitalista obtiene una plusvalía. Se beneficia del trabajo y aumenta su riqueza. Y, ciertamente, el sistema capitalista no representa la forma más justa y humana de organizar la producción, que encontraría en la propiedad colectiva de los medios de producción una fórmula más alta y racionalmente equitativa. Pero, indubitablemente, lo que el proletario vende es su fuerza de trabajo. Algo exterior, no se vende a sí mismo. No vende su cuerpo, ni su intimidad. La mercancía que sitúa en el mercado laboral es su capacidad productiva externa, no su realidad personal, como el esclavo o la esclava que son vendidos y comprados en su entera realidad, en un mercado de carne humana, despojados de la condición de personas.

Y algo análogo podemos decir de otros trabajos, en que una actividad, sea la propia de una profesión liberal, sean servicios manuales, logra una retribución. Un cliente de un restaurante no se permite derechos sobre el cuerpo de quien le sirve. Y el camarero o camera consideraría un ultraje ser manoseada por dicho cliente. Tampoco una persona que se vale de los servicios de un médico o de un abogado adquiere el derecho de imponerle sus ideas o aspirar a que realice acciones que contradigan la ética del profesional. Y es que, aunque en ocasiones se afirme que en nuestra sociedad todo se compra y se vende, aún el más descarado mercantilimo tiene sus límitres. Y, entre ellos, debe figurar la prohibición de comprar algo tan íntimo, personal y noble, como es la sexualidad y su realización.

Frecuentemente se dice, con justo repudio, que en la prostitución se compra el cuerpo de la mujer o del ser prostiuído. Ello es verdad, pero aún tal decir constituye una expresión demasiado débil, respecto a la intensidad de la venta. Porque el cuerpo no es algo exterior, que posee un yo angélico, como pensaba Descartes o ha expresado Gabriel Marcel. El cuerpo es nuestra realidad personal, inseparable del yo, es aquello que nos define, con que hacemos nuestra biografía. Constituye nuestra identidad. Vender el cuerpo es venderse a sí mismo. Y si es alguien exterior quien realiza la venta, como, por desgracia, ocurre con notable intensidad en el tráfico de mujeres es un vendedor de esclavas, como los antiguos negreros.

Conceptualmente, no es posible, por todo lo que acabo de argüir y han argumentado muchas voces, categorizar a la prostitución como un trabajo, sin incidir en grave confusión. Pero, además, debemos pensar en las consecuencias lógicas, a que conduciría la inclusión de tal actividad en el mundo laboral, si se desarrolla estrictamente. Como ha puntualizado Lidia Falcón, en tal caso, habría que pensar que a una prostituta sin trabajo le correspondería ir al INEM a solicitar un burdel y se abriría una bolsa laboral con la oferta de puestos de prostitución. Entonces cabe –prosigue Lidia Falcón– que “a cualquier mujer que se encuentre en el paro, aunque previamente haya trabajado siempre en fábricas u oficinas, se le podrá ofrecer el “empleo” en un burdel. Si no tiene trabajo en el sector en que se ha formado, puede, sin embargo, ser prostituta”. (9)

Parece una siniestra broma surrealista. Sin embargo, observemos lo que nos relata Gisela Dütting en Holanda: ”...a algunas personas desempleadas se les ofreció trabajar como recepcionistas en burdeles. Si se niegan a aceptar el trabajo, pierden sus beneficios sociales y el seguro de desempleo”. (10) Aunque el trabajo ofrecido no era estrictamente el de prostituta, imponía la colaboración y presencia en esta actividad a personas que la rechazaban y al rechazarla quedaban gravemente perjudicadas.

En línea con todo lo que venimos comentando, el Grupo de Trabajo sobre las Formas Contemporáneas de la Esclavitud del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, en el año 2003 se declaró “convencido de que la prostitución nunca puede considerarse un trabajo legítimo”.

La degradación del prostituidor

Si, en la relación entre prostituída y prostituidor, la explotación y alienación a que la primera de estas figuras es sometida, se revela escandalosamente manifiesta, una vez que hemos desenmascarado la leyenda áurea, no deja de ser cierta también la degradación en que el prostituidor cae. Como ya en otras ocasiones he explicado y escrito, (11) semejante degradación adquiere dos aspectos principales. Uno de ellos es la despersonalización, el otro la deshumanización, la caída en una conducta puramente zoológica, de instintividad animal.

El llamado cliente paga, utiliza la superioridad de su dinero para comprar a una mujer -en ciertos casos un niño, niña o un adulto masculino- que se encuentra en inferioridad económica. Pero, al hacerlo, no solo cosifica el ser comprado, borra, también, su identidad personal propia. Se convierte, dentro de una íntima relación, en mera y pura moneda, que es aquello a que la prostituida se ofrece. ¿No representa una alineación perder el rostro humano y transformarlo en un fajo de billetes? ¿No se desprecia a sí mismo en su identidad, al desaparecer transmutado en dinero?. ¡ Qué triste estima de su propia persona!

En el otro aspecto, el prostituidor aparece ciego para el mundo que las pulsiones sexuales abren en la condición humana. En lugar de dirigirlas hacia una relación personal, busca el mero desahogo fisiológico, a cuenta de un ser en quien descarga sus instintos. No sólo este ser utilizado es degradado, también lo es el hombre que actúa como mero macho animal.

Pero, además, es el responsable del hundimiento en una indigna humanidad. La prostiuída ocupa en su relación el lugar de víctima y de objeto. Es utilizada por la pura fuerza o por el poder económico. El prostituidor es el sujeto responsable de este abismo de inhumanidad. Para salir de él debe ser disuadido mediante el castigo, tal como en Suecia o en Corea del Sur se ha establecido. Tanto el proxeneta como el llamado cliente, más exactamente el degradado prostituidor, han de ser perseguidos hasta borrar estas criminales figuras de nuestra sociedad y avanzar hacia un mundo en que las relaciones sexuales alcancen la dignidad y plenitud que corresponde a la condición humana.

Notas:

(1) Prieto, Joaquín, “Una fábrica incontrolada de dinero negro”, El País, 27 de septiembre, de 2005, p. 17.
(2) García Arán, Mercedes, “ Prostitución y derechos” en “El Periódico” 4 de octubre de 2005.
(3) Sand, Anita, “Comprar sexo es un crimen” en Poder y Libertad, nº 34, año 2003, p. 38.
(4) Véase la aguda crítica de Raymond, Janice, “Legitimar la prostitución- La Organización Internacional
del Trabajo llama al reconocimiento de la industria sexual” en “Poder y Libertad”, nº 34, año 2003, pp. 44-46.
(5) Valenciano Elena, “Mercado de mujeres” en el País, 31 de agosto de 2005.
(6) Raymond, J. op. cit. p.44
(7) Una investigación canadiense ha mostrado que las mujeres en la prostitución tienen cuarenta veces mayor riesgo de ser asesinadas, en comparación con mujeres corrientes ( Sand, Anita, “Comprar sexo es un crimen” en Poder y Libertad, nº 38, año 2003, p. 39.
(8) Véase Keeler, Laura y Jyrkinen M. “Racismo en el comercio sexual en Finlandia” en Poder y Libertad, nº 34, año 2003, pp. 48-50.
(9) Falcón, Lidia, “Falsedades sobre la prostitución”, en Poder y Libertad, nº 34, año 2003,p. 19.
(10) Gisela Dütting, “Legalizar la prostitución en Holanda” en Poder y libertad, nº 34, año 2003, p. 15.
(10) París, Carlos, “La degradación del hombre en la prostitución” en Poder y Libertad, nº 34, año 2003, pp. 26- 29.

Fuente:
http://zula.nireblog.com/cat/abolicion-de-la-prostitucion

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Prostituta defiende a Benzema y a Ribéry
Por Prostituta defiende a Benzema y a Ribéry - Saturday, Apr. 24, 2010 at 11:06 PM

Zahia Dehar, la prostituta que puso en aprietos judiciales a Karim Benzema y Franck Ribéry confesó que esos futbolistas desconocían que era menor de edad al tener relaciones sexuales con ella.

“Me acosté con ellos, pero nunca les dije que era menor de edad. Los amaba, me trataron con mucho respeto”, dijo Zahia sobre los futbolistas en declaraciones publicadas por el diario inglés The Guardian.

La legislación francesa prevé penas de hasta 3 años de cárcel y 45 mil euros para los clientes de prostitutas menores de 18 años, como ocurría con la mujer.

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