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EL MISMO AMOR, LOS MISMOS DERECHOS
Por carlos dellepiane - Saturday, May. 22, 2010 at 12:33 AM
tukudellepiane@hotmail.com

La inmensa mayoría de las personas, más allá de la orientación sexual que tengamos, queremos formar una familia, sentimos la necesidad de compartir nuestras vidas con otras personas. Existe una gran diversidad de formas de familia. Sin embargo, el Estado y los poderosos siguen favoreciendo una sola forma de familia: la heterosexual, ya que de esta manera se asegura la persistencia del sistema patriarcal.

Compartir un proyecto de vida con otro ser humano, construir una vida en común en base a dos vidas que confluyen y se entrelazan motivadas por el amor es, más que un derecho abstracto, una necesidad vital y un anhelo de sentido que la gran mayoría de las personas, si no todas, nos esforzamos por concretar. Junto a esta necesidad profunda, suele despertarse otra no menos vital y movilizadora. La necesidad de la persona de verse prolongada, continuada, completada y superada en otras vidas que, de algún modo, al ser en parte el resultado de ese amor que une y que las ayuda a crecer, simbolizan un triunfo sobre la caducidad, sobre la finitud de la existencia individual. “Escribir un libro, plantar un árbol, tener un hijo”, reza uno de los refranes más famosos.
Vivimos en una sociedad que, pese a los avances tecnológicos y a las transformaciones vertiginosas en todos los campos, carga todavía con pesadas cruces que no son precisamente las de las enseñanzas de un revolucionario que vivió y murió crucificado por el Poder, hace más de 2000 años, precisamente por enfrentar a ese Poder jerarquizante, opresor, discriminador. Se trata de las cruces que las interpretaciones retrógradas y anacrónicas de esa tradición, monopolizadas por los jerarcas de una institución que se arroga la representación exclusiva del Ser Supremo sobre la Tierra, imponen sobre las espaldas de las mujeres y de las personas no-heterosexuales.
Esta institución no solo se encuentra a la cabeza de un lobby reaccionario para perpetuar la discriminación a las familias “mal constituidas”, sino que pretende que las y los representantes de todo el pueblo argentino legislen según su ideología misógina y homofóbica y no según criterios de equidad y trato igualitario para todas y todos sin excepción. Sus intervenciones públicas en torno al debate por la reforma de la ley de Matrimonio se asemejan a sus intentos de boicot en el último Encuentro Nacional de Mujeres. Muestran una gran pérdida de credibilidad incluso entre un sector cada vez mayor de su propia feligresía, que hace mucho tiempo ha dejado de vivir según las normas opresivas que la jerarquía eclesiástica intenta imponerles, y que en mayor o menor medida apoyan la lucha de las mujeres y de los colectivos de diversidad afectivo-sexual.
Un ejemplo de esto son las amplias encuestas de opinión realizadas en estos últimos años, que indican con claridad que si bien una gran mayoría de la población se identifica como católica o evangélica, un porcentaje igualmente elevado se manifiesta de acuerdo con la interrupción del embarazo en caso de violación o peligro para la mujer y con el acceso al matrimonio civil para las parejas del mismo sexo.
Uno de los argumentos esgrimidos por los defensores del orden social y sexual establecido es que la institución matrimonial, para ser válida, debe estar integrada por un hombre y una mujer, ya que la finalidad de esta unión es la procreación, conforme a un supuesto “orden natural”. Sin duda el nombre del matrimonio civil remite a la institución patriarcal consagrada por la iglesia de Roma como única forma legítima de familia, lo cual no deja de ser una desafortunada confusión entre los fines del Estado y las creencias de una confesión religiosa en particular. Tal vez una opción aceptable sería que deje de utilizarse el nombre de un sacramento religioso para el reconocimiento civil de la unión entre dos personas de igual o diferente sexo/género, ya que estas personas pueden ser, y de hecho lo son, católicas, evangélicas, judías o sin religión alguna.
Sin embargo, es inadmisible, aún si se reconocieran idénticos derechos para las uniones entre personas de igual y diferente sexo/género, que estas uniones sean designadas con nombres diferentes, ya que seguiría manteniéndose una segregación en el plano del lenguaje. Por lo tanto a lo que se debe apuntar es al pleno reconocimiento de la legitimidad de las uniones entre personas del mismo sexo/género, incluyendo a las personas con identidades de género que no encajan en el binomio hombre/mujer, y esta igualdad debe manifestarse tanto en el plano simbólico como en el plano material: los mismos derechos con los mismos nombres; el mismo amor, los mismos derechos.
Para lograr estos objetivos, no obstante, no basta con lograr que se haga efectiva y se cumpla en todo el territorio nacional una reforma de la legislación vigente, que asegure protección legal e impulse un reconocimiento social a las familias diversas ya existentes y a las que con ley o sin ley seguirán constituyéndose.
Hace falta un profundo cambio político y cultural, hace falta una transformación radical de las prácticas sociales y las representaciones, que tienda a desmantelar el régimen patriarcal en el que vivimos, cuyo principal dispositivo de control y de reproducción es precisamente la heterosexualidad obligatoria. Esa heterosexualidad impuesta desde la familia tradicional y reforzada poderosamente por la escuela cuando se asignan determinados roles, colores y juegos a varones por un lado y a nenas por el otro. Esa heterosexualidad prepotente en todos los medios de comunicación, desde donde se nos muestran todo el tiempo historias de amor entre hombres y mujeres, mientras que para las y los “anormales” solo queda el lugar de la burla, el morbo o la tragedia. Medios tan misóginos y homofóbicos como la iglesia, que nos dictan sin cesar guiones de conducta fijos y estereotipados en base a si poseemos pene o vagina, incluso en base a si somos “hetero” o no lo somos. Esa heterosexualidad soberbia que le hizo decir a la diputada Cynthia Hotton, días atrás, en el programa conducido por la señora más tradicional y paqueta de la TV argentina, que si ella se moría quería asegurarse de que a sus hijos los adopten “un papá y una mamá”. Que, en todo caso, todo bien con que se casen dos mujeres o dos hombres_ aunque votó en contra_ pero qué sucedería con los chicos que fueran criados por “un bisexual y un transexual, por ejemplo…”
Quisiera decirle a la señora Hotton que sus preocupaciones por los niños están un tanto fuera de foco: las familias formadas por dos hombres, por dos mujeres, con o sin hijos hace mucho que existen. También las familias con hijos de un bisexual y una trans, por ejemplo, o una bisexual y un trans, y muchas variantes más.
Quisiera decirle que lea un poco acerca de violencia doméstica y encontrará que la inmensa mayoría de las agresiones y abusos psíquicos, físicos y sexuales son cometidos por varones que se identifican como heterosexuales, dentro de familias “bien constituidas”, contra sus esposas, hijas, hijos u otros familiares en desigualdad.
Que dos hombres, dos mujeres, dos trans, o la combinación que se le ocurra, no son más ni menos capaces de brindar afecto, contención, límites y educación a sus hijos e hijas que un hombre y una mujer. Que la clase de órganos que uno tenga entre las piernas no determina esta capacidad. Que, en todo caso, el problema está en los hombres y mujeres que presumen de ser “normales” porque _al menos de la boca para afuera_ sólo les atraen las personas con órganos distintos entre las piernas, y que andan por la vida sintiéndose superiores a quienes sienten de otra manera. Que a esta injusta superioridad la expresan y la imponen, entre otras muchas formas, impidiendo el acceso a la pareja y a la familia en igualdad de condiciones para quienes sienten distinto a ellos.
Cuando la heterosexualidad se presenta de esta manera, y así lo hace en nuestra sociedad, no es sinónimo de relación entre una mujer y un varón, como una orientación sexual más. Cuando la heterosexualidad se cree normal, natural y superior, es sinónimo de opresión, es un régimen de dominio y discriminación al cual hay que oponerse.
Como dicen las compañeras de Cruzadas, Lesbianas de Tucumán: “Luchar contra la homofobia significa cambiar las preguntas y dejar de asumir la heterosexualidad como única posibilidad. Significa incorporar la sexualidad en el sistema educativo como una forma más de expresarse libremente y que diferentes identidades sexuales se hagan visibles y legitimas. Significa que los medios de comunicación asuman su responsabilidad ética para con la sociedad y no reproduzcan estereotipos que nos excluyen y discriminan”
Quiero recordarles a senadoras y senadores, en especial a quienes fueron electos por nuestra provincia y que en pocas semanas tendrán que votar la reforma de la ley de Matrimonio, que no son representantes tan solo de aquellos y aquellas que los votaron.
Son representantes de todo el pueblo, de todo un pueblo diverso, sumamente diverso, que incluye a católicos y no católicos, y que incluso la porción del pueblo que los voto, con toda seguridad, no esta integrada únicamente por heterosexuales.
Antes de emitir su voto debieran poner en la balanza por un lado las presiones de grupos que han hecho de la religión una excusa para conservar privilegios y fomentar odios sexistas, y por el otro las legitimas aspiraciones de justicia e igualdad de una enorme cantidad de argentinos y argentinas que hasta el día de hoy vemos cercenado el ejercicio de nuestros derechos y seriamente coartadas nuestras posibilidades de una vida afectiva, familiar y social con todo el respeto y la dignidad que cualquier ser humano merece, más allá de con quien se vaya a la cama.

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