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Los asesinos de Chocobar y sus registros
Por Ximena Cabral - Wednesday, Jun. 16, 2010 at 9:08 PM

Aprimera vista parece una discusión. Son cuatro los hombres.
Entre medio de cerro y llanura, se los ve gesticular.
Algunos brazos empiezan a desplegarse y, de repente, un arma. La filmación alcanza a mostrarlo. El vértigo, en el movimiento, se expresa.
El ojo de la cámara gira con la violencia de los golpes. Tierra y roca.
La noticia llegara mucho tiempo después. El cacique Chocobar del pueblo originario diaguita en Tucumán fue asesinado. Fue un 12 de octubre hace un año, fecha emblemática en la que llegaron el terrateniente y las fuerzas represivas para cometer el crimen. Y filmarlo.
Los asesinos de Chocobar permiten ver los vínculos entre la historia reciente y aquellas lógicas y prácticas que se actualizan hoy. Niño Gómez, fue represor de la última dictadura, ex integrante del Comando Parapolicial Atila en los ´90 -la década privatista- y trabajó bajo las órdenes del Jefe de la Brigada de Investigaciones Mario Malevo Ferreyra. Darío Amin, el terrateniente de la zona, es quien lo filma. Hay dos miembros más de la comunidad diaguita presentes que fueron heridos de bala. La cámara cae y permite conocer
los hechos como sucedieron.
No es la primera vez que una cámara muestra cómo se produce un asesinato. Lo que hay son diferentes maneras de registrarlo. Están las cámaras como la de Brad -aquel documentalista que acompañaba la lucha de los oaxaqueños- en México o las de los crímenes del puente Pueyrredón de Buenos Aires pos 2001 y tantas experiencias que son silenciadas a cotidiano en los territorios que resisten al despojo. Esas cámaras permitieron documentar, ser evidencia, mostrar que a los que protestan los mata la policía. Las balas filmadas permitieron también desarmar las versiones oficiales de "enfrentamiento" entre indígenas, campesinos, grupos de piqueteros, manifestantes, y tantos otros estigmatizados que "se matan entre ellos".
En el asesinato del cacique también se repitió este mecanismo. Las pruebas presentadas a la justicia hablaron de "una riña entre vecinos desaforados". Aquí la cámara que en principio quiso ser un registro personal llegó a manos de los diaguitas y pudo constituirse en documento, en prueba que incrimina al asesino.
Sin embargo, lo horroroso de este hecho es que la cámara esta allí porque los propios verdugos quisieron filmar la muerte del cacique.
Como si se tratara de un trofeo, los sicarios tucumanos llevaban la cabeza del otro. Este hecho remite a esas otras formas de testificar la muerte. Aquellas donde la muerte, la violencia y las cámaras corren en paralelo como forma vaciar el horror y volverlo espectáculo.
Sensaciones y sensibilidades nenecesarias para asegurar la entrega y sofocar la resistencia. Ante los asesinos, esta semana comunidades originarias de Tucumán y otras partes del país se hacen presente y se movilizan. Están marchando desde La Quiaca a Tucumán para hablar de este crimen y de su trasfondo "el relevamiento territorial y el estado de sumisión en que ha vivido nuestro pueblo durante muchos años", como explicaba Mario Quinteros, miembro de la comunidad indígena de Amaicha del Valle.
Este año 2010 del bicentenario muestra la firmeza con la que se sueldan las cadenas y las versiones de la independencia. El acto de la colonización, el hecho de la conquista como despojo y saqueo tras la expropiación de las tierras y las vidas, es acto cotidiano. Solo que hoy -como ayer- se silencian, en una visión restringida y mercantilizada de la prensa y de la política donde aquello que se muestra corre el riesgo de ser estetizado y animado como espectáculo ante una cámara mórbida. Censura, anécdota, show son parte de las diversas formas en que una sociedad anestesiada evade lo trágico que implican estas políticas que depredan la tierra y reinstalan relaciones coloniales sobre la tierra y su humanidad.

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