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La victoria del padre de la mentira
Por reenvìo ubatorcida - Tuesday, Jul. 20, 2010 at 9:21 AM

Me voy a repetir un poco y voy a volver a contar lo que conté. Ya pasaron varios días desde las 4.06 del jueves. Hoy no estoy borracho. Aunque tengo algo de resaca por los festejos.


Había que festejar. Esta semana fue tremenda. En el sentido más
fuerte de la palabra. No me a ser fácil olvidar los últimos diez días. No quiero
olvidarlos. Y no los voy a olvidar. Ahora miro hacia el miércoles y recuerdo el día
con mucha plenitud. Yo nunca fui un gran activista por el matrimonio. Me parecía muy
importante en lo simbólico. Pero en los últimos tiempos decidí sumar desde mi lugar.
Como siempre intento hacer. El miércoles pasado terminé saliendo solo de La Plata.
No sabía si iba a haber quórum. Pero igual salí. Yo quería estar ahí desde el
principio. Estaba emperrado con que me iba a quedar todo el día. Hasta que terminara
el debate. No sé por qué se me metió esa idea en la cabeza y no pude sacarla. Estaba
dispuesto a quedarme. Había cargado mi mochila vieja con galletitas, el equipo de
mate, la cámara digital y muchas pero muchas ganas de aguantar todo. De estar en la
vigilia. De llorar escuchando los discursos llenos de odio. Raro en mí, pero casi no
lloré. Lloré cuando volvíamos en el colectivo. Cuando hablé con mi mamá y con Vero.
Pero no lloré en ningún otro momento. Para los que no sepan, yo soy muy llorón e
hipersensible. Y estas semanas todas las monstruosidades que se han dicho me
hicieron llorar más de una vez. Pero ese día no lloré. Llegué antes de que todo
empezara. Saqué fotos a los carteles llenos de odio que habían colgado los naranjas
en la reja del congreso y esperé. Cuando empezaron a transmitir los discursos en la
carpa de la CHA hablé con una chica de Buenos Aires que estaba ahí para apoyar la
ley pero no tenía mucha idea de por qué estaba. Pero estaba. Después me crucé con
Ezequiel y Emiliano y otras personas. Hice mate. Escuchamos los primeros discursos.
Negre de Alonso. Después llegó mi hermano con los varones, los chicos, Mariana,
Lucho, Evelyn, Tere, Martín, Ale, Agus, Santi, Mar, gente que conozco mucho y poco.
Todos ahí con mil ideas diferentes sobre el matrimonio y la vida, pero ahí, en la
vigilia, en la espera. En las ganas de hacerle daño a la iglesia y arrebatarles la
palabra. En las ganas de convertir lo demoníaco en amor. Las horas pasaron. Mate,
mucho mate. Café. Mariana maravillosa con su gorro rojo y su termo con café. Tomamos
un café comunitario mientras una señora nos dice que les da asco vernos besarnos
frente a las cámaras y se va velozmente. Una sola de miles que estamos ahí. Llegan
los movimientos sociales, los piqueteros, las agrupaciones universitarias, llega
mucha gente. Y la calle se corta y los naranjas corren y el frío es cada vez más
intenso. Tengo sueño y hambre y estoy abrigado pero igual siento el frío. Y se me
cansan las piernas. Vero llama para decirnos que nos está viendo en C5N y la
saludamos. Me llegan mensajes a toda hora con información sobre los votos de los
senadores de todas las personas que lo miran por televisión: familia, amigxs,
estudiantes, conocidos, desconocidos. Muchas personas están pendientes de esto.
Cecilia Pando en la marcha naranja del día anterior nos dio miedo. Cecilia Pando da
miedo. Y estaba ahí. Cubierta de naranja. Las horas siguen pasando. Los discursos
también. Escucho algunos. Otros no. Tenemos frío. En un momento nos calentamos en un
fuego que se arma con cajones de madera. Algunos llegan y otros se van. Cenamos en
un McDonalds cerca. Y muchos se van yendo. Ya es casi medianoche y el mundo
continúa. Los senadores debaten mientras Negre de Alonso interrumpe y el frío cada
vez es más fuerte. Cuando ya pasa la medianoche quedamos Martín, Tere, Lucho y yo.
Tomamos un café con Martín y Tere y vemos como va el conteo de votos en internet.
Por muchos lugares se escucha la palabra empate. O eso escucho yo. Lucho compra una
caña Legui. Y ahí comenzará el “momento legui”. Tomamos con los cordobeses. Cada vez
se acerca más la hora en la que se va a votar, ya son más de las tres. Tomamos vino.
Para esa altura ya estoy eufórico, ansioso y borracho y no siento más el frío.
Abrazo mucho. Y doy muchos besos. Inocentes. No se aguanta más la espera. En un
momento se llega al momento de la votación. Y pasa lo que ya escribí. Abrazados y
sin mirar, manos, brazos y cuerpos que anhelaban por un instante derrotar al
enemigo, que por un instante el mal no triunfara, que por un segundo las entrañas de
los que nos quieren destruir sangraran. Ser libres y dañar. Tere, Martín, Ezequiel,
Lucho, Santi, Mar, Agus, Santiago, Ernestina, creo que eran las personas que estaban
al lado mío. No estoy del todo seguro. Pero por un instante miré alrededor mío y
pocos miraban, todos deseaban, bajaban la cabeza y deseaban. Y el momento se
produjo. La primera votación la perdieron. Y Reuteman, Romero y Rodriguez Saa se
levantan y se van. Y Negre de Alonso llora, la derrotaron, y ella es la responsable.
Ella y el odio de los discursos de Bergoglio, Marino y Aguer, el odio de la
corporación de abogados católicos y el odio de Cecilia Pando. Aunque me cueste
creerlo, aunque no crea en el matrimonio más que a un nivel simbólico, no ganaron.
El odio no ganó. En ese instante a las 4:05 o las 4:06, se escuchó que se aprobaba
la ley y todos fuimos un solo grito. Existíamos, la batalla de Bergoglio era ganada
por el señor de la mentira. Nosotros ganábamos. Todo ese grupo de personas
absolutamente diferentes y extrañas y únicas había ganado. Lo que viene después son
como flashes. La multitud estalla, llora, abraza. Terminamos adelante con Martín y
Tere. Lucho me llama y corremos hasta un colectivo. Volvemos con los chicos de
comunicación. Todos exhaustos. Cansados. Congelados. No tengo batería ni crédito en
el celular. Martín me pasa el suyo y llamo a mi vieja. Y lloramos. Días después me
va a contar que ese día estuvo tan ansiosa, que mientras miraba los discursos se
tejió una manta entera. Esa es la manta de la ley. Después hablo con Vero. Lloramos.
Y repito lo único que me sale decir. Lo que voy a usar para lo que voy a escribir
apenas vuelva a casa: existimos. No quiere decir que antes no existiéramos. Esto es
diferente. Esto es simbólico. Dañar a la iglesia y apropiarse de la palabra fue
parte de lo que me movilizó a mí. Pensar en que me puedo apoderar de una institución
y redefinirla y deconstruirla y convertirla en algo tan diferente que asuste me
llena de ganas. Creo que eso es más revolucionario que destruir la palabra.
Pensamientos que tengo y se van y no importan. Lo que importa ahora, digan lo que
digan, es que ese jueves algo pasó. Algo que no sabemos que consecuencias puede
llegar a tener. Pero que se respiran en el aire. En el sol que hubo jueves, viernes
y sábado. Se vienen cosas muy fuertes. Y tengo muchas ganas de atragantarme con el
universo y ser parte de ellas.


Facundo Nazareno Saxe
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