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A 70 años del asesinato de Trostky: "La dialéctica de la transición socialista"
Por Roberto Saenz - Nuevo MAS - Monday, Aug. 09, 2010 at 2:14 PM

A 70 años del asesinato de León Trotsky

La dialéctica de la transición socialista

Por Roberto Sáenz

El 20 de agosto de 1940 fue asesinado Trotsky por los sicarios de Stalin. Queremos aprovechar nuestro homenaje no para sumar otra presentación rutinaria y acartonada del evento, sino para poner sobre la palestra algunos de los duros debates que jalonaron la lucha anti-estalinista. De entre los más apasionantes, está la polémica de los años 20 acerca de las vías de la transición socialista y las agudas observaciones de Trotsky al respecto.

“La lucha por los intereses vitales, considerados como los factores fundamentales de la planificación, nos introduce en la esfera de la política, que es la economía concentrada. Las armas de los grupos sociales de la sociedad soviética son (deben ser), los soviets, las uniones sindicales, las cooperativas y, sobre todo, el partido dirigente. Sólo la coordinación de estos tres elementos, la planificación estatal, el mercado y la democracia soviética, pueden garantizar una dirección justa de la economía de la época de la transición y asegurar, no la liquidación de las desproporciones en algunos años (esto es utópico), sino su atenuación y, como consecuencia, la simplificación [fortalecimiento, R.S.] de las bases de la dictadura proletaria”
León Trotsky: “El fracaso del plan quinquenal” (1932).

En una reciente charla organizada por los compañeros del PST –integrantes de nuestra corriente SoB– en la Universidad de Costa Rica (UCR) acerca del balance de las experiencias “socialistas” del siglo XX, surgieron un conjunto de ricos interrogantes. Éstos se concentraron en la dinámica de la transición socialista a posteriori de la toma del poder por parte de la clase obrera.

Producto de la misma realizamos el siguiente artículo concentrándonos en una somera revisión crítica de los debates llevados adelante en los años 20 en la ex URSS (y también en las enseñanzas dejadas por los límites de la experiencia anticapitalista pero no socialista de la China del 49).

Bujarin, Preobrajensky y Trotsky

En la década del 20 del siglo pasado se procesó en la ex URSS un debate apasionante acerca de las vías de la transición socialista luego de la revolución. Al compás de circunstancias económicas cambiantes y del aislamiento en el que quedó la república bolchevique luego del fracaso de la revolución europea, una polémica y durísima lucha política se fue abriendo paso acerca de la orientación para impulsar hacia adelante la transición económica en el contexto de las constricciones que imponía el encierro económico y político de la ex URSS.

El oficialismo burocrático encarnado por Stalin y Bujarin, impulsaba una orientación de enriquecimiento campesino y lenta industrialización hasta que a finales de la década, el frente único entre los dos se rompe, y el primero –en un giro político brutal– impone la orientación de colectivización agraria e industrialización a ritmos forzosos[1].

Por su parte, la oposición de izquierda encabezada por Trotsky, alertaba que sin una rápida industrialización y planificación económica, los campesinos terminarían dejando las ciudades sin alimentos y presionando cada vez más por vincularse con el mercado mundial. Esta posición se vio verificada –a la postre– por el curso de los acontecimientos, lo que no llevó a Trotsky a capitularle a Stalin señalando que la “manera” y “quién” estaba llevando adelante este giro podría terminar socavando las bases mismas del Estado obrero. Se generó así un debate estratégico acerca de cuál debía ser la orientación general para hacer avanzar la transición en un sentido socialista.

A comienzos del siglo XXI volver sobre esta discusión no deja de tener importancia. Los postulados generales del debate llevado adelante en esos años ha dejado un manantial de enseñanzas “universales” que, sin embargo, desde hace décadas que no se vuelve a revisar de manera sistemática.

Su importancia estriba en que lo que se terminó colocando sobre la mesa es la comprensión de la “mecánica” misma del proceso de transición socialista, sus condiciones más “universales”.

Lo que nos interesa aquí es subrayar los clivajes teóricos más generales, encarándolos desde una óptica en cierto modo original, dar cuenta no solamente de las “inercias” teóricas de la fracción burocrática, sino, sobre todo, de las limitaciones del enfoque del propio Eugen Preobrajensky (eminente economista de la Oposición de izquierda), las que se vieron puestas sobre la palestra –en tiempo real– cuando éste termina capitulando ante el giro “izquierdista” de Stalin a finales de los años 20. Postulamos un intento de superación dialéctica de su enfoque.

Haremos esto tomando como punto de partida los señalamientos dejados por el propio León Trotsky (pero no desarrollados in extenso) a comienzos de los años 30 acerca de la necesaria imbricación –en el proceso de la transición– entre plan, mercado y democracia obrera[2]. Como se podrá observar, los mismos configuran una superación crítica del punto de vista estrictamente “económico” de Preobrajensky, el que fue explícitamente criticado -en tiempo real- por el propio Trotsky: “El análisis de nuestra economía desde el punto de vista de la interacción (tanto en sus conflictos como en sus armonías) entre la ley del valor y la ley de la acumulación socialista es en principio un enfoque extremadamente provechoso; más precisamente, el único correcto (...) Pero ahora hay un peligro creciente de que este enfoque metodológico sea convertido en una perspectiva económica acabada que prevea el ‘desarrollo del socialismo en un solo país’. Hay motivos para esperar, y temer, que los seguidores de esta filosofía, que se han basado hasta ahora en una cita mal entendida de Lenin, van a tratar de adaptar el análisis de Preobrajensky convirtiendo un enfoque metodológico en una generalización para un proceso casi autónomo”[3].

Ley del valor, fuerza de trabajo, proteccionismo y acumulación socialista

Lo primero a señalar es que lo que está aquí en juego es cuál es, cuál debe ser a la luz de la experiencia práctica del siglo XX, la verdadera mecánica de la transición socialista. Aquí se pone en juego un problema que no pocas consecuencias ha tenido entre las filas de los marxistas revolucionarios: el tener una mirada esquemática de la transición socialista como si fuera un proceso regido por “puras leyes económicas” que podrían operar mecánicamente por encima de las clases y las fracciones de clase llevando a uno y sólo un resultado posible: el socialismo.

Existe un nudo teórico en este debate, tiene que ver con la relación entre los tres elementos que necesariamente “regulan” la economía en la transición: el mercado, la planificación y la democracia de los trabajadores. En primer lugar, la discusión acerca del mercado quedó planteada correctamente en “La Nueva Economía” de E. Preobrajensky: tenía que ver con la continuidad, o no, de las imposiciones de la ley del valor en la transición.

Bien, la cuestión siempre se ha expresado bajo la forma de una ardua polémica dentro de las filas de las corrientes revolucionarias socialistas. Desde nuestra corriente siempre hemos sostenido que la ley del valor inevitablemente se mantiene en las economías de transición, y que oscurecer este hecho flaco favor la hace al proceso mismo de la socialización de la producción.

Esto se debe a varias razones. La principal tiene que ver con la subsistencia del mercado mundial y con el hecho que al realizarse la mayoría de las revoluciones anticapitalistas del siglo pasado en países atrasados, inevitablemente su “racionalización económica” no podía prescindir de la medida del valor, la medición de la riqueza por el tiempo de trabajo medio empleado en producirla.

Por esto mismo, no es casual que el mismo Trotsky haya insistido una y otra vez en que como correlato de la necesaria subsistencia de la ley del valor, la moneda estable es una forma inevitable de racionalización económica. No hay otra manera de medir, objetivamente, la productividad económica del Estado obrero. Es para ello que hace falta el señalado patrón objetivo y común, una moneda estable es la medida de la productividad del trabajo.

Amén del elemento anterior, hay otro que en general no ha sido tomando en consideración, el carácter de mercancía de la fuerza de trabajo, incluso después de la expropiación de los capitalistas. Porque en los países donde fue expropiado el capitalismo, en todos los casos, sea la Revolución Rusa del 17 o la China del 49, la fuerza de trabajo mantuvo, invariablemente, el carácter de mercancía intercambiable por un salario. Si el principal “factor de la producción” siguió siendo una mercancía… no hay cómo suponer que la ley del valor no siguiera rigiendo –al menos hasta cierto punto– en la economía de transición. Oscurecer esto implica negar las imposiciones que la misma sigue implicando respecto del carácter todavía –por así decirlo– no “emancipado del todo” de la fuerza de trabajo y la problemática de la generación y administración del trabajo no pagado.

Al respecto, y como digresión, digamos que en la transición sigue subsistiendo, inevitablemente, un principio de explotación del trabajo: “la autoexploración” o “explotación mutua”. Este es un tributo colectivo y conciente de la clase obrera para las generaciones posteriores. Pero si esta autoexploración no significa que la acumulación esté al servicio del progreso general de la clase obrera sino de una burocracia que se encarama por encima de ella, esta autoexplotación se transforma en lo opuesto, una nueva forma –no orgánica– de explotación unilateral al servicio de la burocracia que es la que se queda con la parte del león de la acumulación. Veamos un ejemplo de la China del 49: “[No se puede dejar de ver] el problemático papel del Estado, que nunca es neutral, y menos aún cuando la burocracia del aparato estatal no está sometida a ningún tipo de control. En China, desde los años cincuenta, la burocracia ha secuestrado en los hechos el Estado, y lo usa como maquinaria para apropiarse del excedente social”[4].

Retornando sobre nuestro argumento, señalemos que cuando hablamos de ley del valor en la transición, inevitablemente debemos hablar de los alcances pero también de los límites del imperio de la misma. Porque si el Estado obrero dejara regir plenamente la ley del mercado está claro que lo que ocurriría es el retorno al capitalismo y no la acumulación socialista[5]. Por el contrario, y contra esta tendencia al enriquecimiento pequeño-burgués, lo que debe hacerse para promover la acumulación socialista en manos del Estado proletario es precisamente violar este imperio de la ley del valor[6].

Desde el Estado obrero debe haber –y no puede dejar de “haberlas”–, “infracciones” necesarias e inevitables al imperio del valor, hay que infligirla, claro que no al precio de la caída en la “irracionalidad económica”, so pena de que no haya acumulación socialista.

¿A qué nos referimos con esto? Al hecho inevitable que la acumulación –una vez expropiados los capitalistas, pero en el contexto de la subsistencia del mercado capitalista mundial– deberá hacerse en toda una serie de ramas y dominios económicos en los que seguramente la economía del país postrevolucionario del que se trate no debería poner en pie si se atuviera a los criterios promedios de productividad del mercado mundial.

Y, sin embargo, a la “espera” de la extensión “universal” de la revolución, el hecho es que se debe poner en pie todo el mecanismo de la economía so pena la “inanición” del Estado obrero, todo un sistema de ramas de la economía. Más aún teniendo en cuenta el seguro aislamiento a la que será sometida la revolución (por lo menos en un primer momento).

En esas condiciones, esta infracción de la ley del mercado es una obligación de principios de la transición que tiene que ver con los necesarios mecanismos de “proteccionismo socialista” de la economía. Es que si se permitiera el libre comercio con el mercado internacional a “valores” los campesinos (o productores capitalistas agrarios, o cualquier productor todavía “privado” de mercancías subsistente), inevitablemente preferiría exportar su producción.

Esto por dos razones: con toda seguridad, estos productores privados (sobre todo los agrarios) obtendrían mayores precios en el mercado internacional que los fijados internamente por el Estado; podrían comprar con divisas o moneda dura mejores mercancías –de mejor calidad y menor precio– que en el mercado interno.

Es decir, es obvio que cuando el Estado proletario fija los precios a la producción agraria y obliga a los productores del campo a comprar productos de la industria más atrasada del país que del exterior, hasta cierto punto está “explotando” a estos productores agrarios entregándoles menos valor a cambio de más valor, hecho que sirve a la acumulación socialista como correctamente –a este respecto, también– subrayara Preobrajensky.

Es así que la ley del valor subsiste, debe en cierto modo subsistir para racionalizar la economía y, a la vez, desde ser necesariamente infringida en el proceso de la transición para lograr que la acumulación socialista vaya para adelante.

La planificación socialista como principio de racionalidad

Establecida la problemática de la ley del valor, está la problemática de la planificación. Es aquí donde se observan los costados más defectuosos del pensamiento “preobrajenskiano” (y que los “trotskistas” de la segunda posguerra tomaron al pie de la letra).

Es que con la justa preocupación de impulsar la industrialización en manos del Estado obrero hacia adelante, Preobrajensky llegó a caracterizar unilateralmente a la planificación como una suerte de “ley” natural (“Ley” con mayúscula en todo el sentido de la palabra)[7].

En realidad, fue bajo la dirección política de Trotsky que la Oposición de izquierda levantó la necesidad de industrializar el país y planificar sistemáticamente su economía. Pero el concepto de “ley del plan” o “ley de la acumulación socialista” fue más producto del economista señalado, cuestión que fue visualizada por el mismo Trotsky –como ya hemos señalado arriba– al denunciar el peligro de que esta misma “ley” pudiera ser interpretada como un proceso casi autónomo del sujeto social y político que está al comando de la transición.

Profundicemos un poco en este tópico. A nuestro modo de ver, esta idea de “ley de la planificación” se la puede asumir en dos sentidos diferentes. Por un lado, partiendo correctamente del hecho obvio que si la asignación de recursos ya no se hace por la vía de la anarquía del mercado (no se hace ya centralmente sobre la base de productores privados porque los capitalistas han sido expropiados) una planificación de los “factores” económicos se debe necesariamente imponer para llevar adelante la organización económica como un todo.

Pero lo que nos preocupa aquí es la utilización de esta idea de “ley” en otro sentido: si lo que se entiende por “ley” es una que se debe imponer en el sentido socialista del término, de una acumulación al servicio de la clase obrera, la acepción de “ley” es cuestionable porque parecería que la misma se pudiera imponer cual ley de la naturaleza independientemente del sujeto que esté al frente de la dirección de la economía.

Repetimos por si no quedó claro, si se cree que esta “ley” se impondría espontáneamente cual ley de la gravedad que haga avanzar la acumulación en un sentido obrero y socialista… la idea está toda mal, porque la experiencia histórica ha demostrado que los procesos económicos-políticos-sociales de la transición no avanzan en el sentido socialista si la clase obrera no está al frente verdaderamente del Estado.

Esta idea -que la transición socialista avanzaría “espontáneamente”– ha dado lugar a equívocas derivas objetivistas en el sentido de creer que se trataría de una “ley” que se impondría por sí sola, independientemente de los sujetos, de “quién” y “cómo” planifique. Esto último es completamente falso.

Cuando se habla de la “ley del plan”, sobre todo en las etapas iniciales de la transición, se está más frente a un “principio de planificación” que a una verdadera “ley”[8].

Es decir, no hay cómo –en la transición– la planificación se imponga con la regularidad de una ley espontánea, tal cual se impone el valor, cuando se la libera de trabas en el capitalismo (revolución burguesa mediante).

Esto se debe a varias razones: entre ellas, que el plan debe ir, conscientemente, contra determinaciones que libradas al solo imperio de lo “natural”, irían para la ruptura del monopolio del comercio exterior y a una “racionalidad económica” según los precios del mercado.

Pero, además, hay otro problema, “quién” y “cómo” planifique no es un problema menor. Es decir, es un craso error creer que la planificación se podría imponer –en toda su “racionalidad”– por sí sola. La planificación es hasta cierto punto una intervención de la política –y de las valoraciones– en la economía. Contra lo que muchos “trotskistas” suponen, la planificación no tiene –no puede tener– una racionalidad per se, “quién”, “cómo” y “para qué” planifica es fundamental. Como decía Pierre Naville, la racionalidad de la planificación, su superioridad respecto de la anarquía del mercado, no se puede afirmar mecánicamente, depende de sus fines. ¡Y sus fines dependen de al servicio de qué clases y fracciones de clase está la planificación misma!

También la anarquía del mercado capitalista tiene su racionalidad, sin algún tipo de racionalidad los sistemas sociales se vendrían abajo. Lo que pasa es que su racionalidad es una al servicio de la acumulación capitalista (incluso en detrimento del desarrollo de las fuerzas productivas). Pero el desarrollo de las fuerzas productivas en la transición socialista, la acumulación socialista, para que sirvan realmente a la clase obrera, no se podría imponer espontáneamente, eso ha sido demostrado por toda la experiencia del siglo XX.

En definitiva, creer que la planificación podría tener una “racionalidad per se” podía ser algo comprensible en las primeras décadas del siglo pasado. Pero viendo toda la experiencia de conjunto, no deja de ser un comportamiento necio, un error de craso objetivismo que pierde de vista el hecho que para que la acumulación económica sirva a la clase obrera debe estar en sus propias manos y no de una burocracia que como capa social ajena a la misma buscará, sobre todo, resolver su propia cuestión social.

Propiedad, posesión y estado proletario

Hay todavía un tercer problema. Se trata de que las relaciones entre economía y política en la transición se encuentran modificadas respecto del “tipo ideal” del capitalismo de libre mercado. En el tipo ideal capitalista, economía y política están separados estrictamente. Pero esto se trastoca en la transición, necesariamente ambas instancias se vuelven a “fusionar”, con la economía “estatizada” el Estado se transforma en el organizador económico.

Aquí llegamos al problema de la democracia obrera, necesariamente se debe pasar al nivel del carácter del Estado, del carácter real del poder, la dictadura del proletariado.

Porque si la planificación no tiene una racionalidad per se, si todo depende de quién y cómo planifica, es evidente que esto no podría quedar en el mero nivel “económico”, depende de definiciones políticas y de políticas económicas más estratégicas. Y esto se desprende, inevitablemente, del carácter del poder; más aún cuando nos encontramos en una situación donde la economía, los medios de producción, han sido estatizados, en ese caso, de quién “es” realmente el Estado, es fundamental.

Esto rompe, necesariamente, con la igualación mecánica habitual –en las filas del “trotskismo”– entre propiedad estatal y propiedad de la clase obrera (o socialización). Por varias razones.

Una, que la propiedad solamente es tan absoluta en el caso de la propiedad privada capitalista. Pero cuando se proclama la “propiedad del pueblo entero” y cuando dentro de tal “pueblo entero” hay, necesariamente, tan diversas clases y fracciones de clase, hay que especificar de qué “pueblo” se está hablando…

Porque, además, en los demás regímenes sociales que en la historia ha habido, la propiedad siempre enmascaró distintas posiciones reales, distintos grados de apropiación real de las cosas[9]. Es decir, además del concepto de propiedad, está el de posesión efectiva. Si se declara que la clase obrera es propietaria de un bien pero ese bien nunca está en sus manos realmente –léase los medios de producción–, evidentemente la clase obrera muy propietaria de los medios de producción no se va a sentir. Un viejo dicho en los países del Este europeo era muy ilustrativo al respecto, “la propiedad que se declara de todos… no es de nadie… y se la apropia el más vivo”.

Al respecto, es interesante un reciente señalamiento respecto del caso de China del 49, “[Muchas veces se pierde de vista que en las sociedades no capitalistas] las leyes y regulaciones escritas no son necesariamente vinculantes en la práctica. Desde los años cincuenta, la burocracia china gobierna usando un conjunto de reglas ocultas y no escritas (…). El objetivo de las reglas ocultas es obvio: están al servicio de [los intereses] ocultos de la burocracia, esto es, del enriquecimiento de ésta”[10].

Pero, además, en la definición de la propiedad como “social” hay una evidente contradicción ya marcada por Pierre Naville: el hecho que siempre que se declara una propiedad es en relación a no propietarios. Efectivamente, la propiedad estatizada al principio se afirma contra los capitalistas expropiados. Pero con el devenir de la transición, la propiedad misma se debe reabsorber en la socialización efectiva de la producción –esto es, la gestión colectiva de los medios de producción por parte de la clase obrera autoorganizada– so pena de que la propiedad se termine afirmando –como ocurrió en los hechos– contra la masa de los trabajadores.

Así las cosas, la propiedad estatizada debe remitir, más concretamente, a la posesión efectiva de los medios de producción por parte de los trabajadores –superación de la división entre trabajo vivo y trabajo muerto de manera efectiva– y la disolución de toda la propiedad por la vía de la socialización del trabajo.

Porque, a la vez, son estas mismas relaciones las únicas que pueden permitir una planificación económica al servicio de la clase obrera y un carácter efectivamente obrero del Estado en la medida que la expropiación de los medios de producción sea puesta realmente al servicio, gestión y control efectivo por parte de la propia clase obrera.

Es decir, la democracia obrera, una auténtica dictadura del proletariado, el ejercicio del poder de manera efectiva por parte del proletariado, es el tercer factor para poner la acumulación al servicio de las necesidades de la masa de los explotados y oprimidos.

El poder en manos de la clase obrera

En síntesis, ¿qué tenemos luego de la valoración de estos tres aspectos señalados? Lo que tenemos es que, en la transición, la interrelación de los factores económicos y políticos, objetivos y subjetivos, está necesariamente imbricada, profundamente interrelacionada.

Nuestra posición es una crítica a los abordajes puramente “economicistas” de la transición que creen que la economía de la transición socialista se puede definir por el solo factor de la estatización de la propiedad privada.

Toda la experiencia del siglo pasado ha demostrado que esto no es así, no alcanza con que la propiedad capitalista haya sido expropiada –condición absolutamente necesaria pero no suficiente– para que estemos en una sociedad y economía realmente de transición. Hace falta que el poder político pase efectivamente a manos de los trabajadores, que se ponga en pie una verdadera dictadura del proletariado.

Porque si como hemos tratado de demostrar más arriba, la transición está pautada por la inextricable relación de los tres elementos señalados, para dónde vaya esa transición realmente depende no solamente del contexto económico de la misma, sino de la naturaleza del poder político del Estado.

En síntesis, no alcanza para definir una economía de transición socialista con que la propiedad sea de “la clase obrera”… “aunque esté –pequeño “detalle”– en manos de la burocracia” tal cual dijo el “trotskismo” en la segunda posguerra, la propiedad y la posesión de los medios de producción, el poder político y la capacidad efectiva de planificación, deben estar en manos de los trabajadores para que la transición camine en sentido socialista[11], esta es una de las principales lecciones que la experiencia del siglo XX ha legado para las revoluciones socialistas del XXI.


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[1] A nuestro modo de ver, este giro del estalinismo, amén de destruir las fuerzas productivas en el campo por varias décadas, comienza a sentar los pilares para la transformación del “Estado obrero con deformaciones burocráticas” en “Estado burocrático con restos proletarios y comunistas” como lo definiera –en tiempo real– Christian Rakovsky.


[2] A este respecto, repetimos aquí nuestra crítica al compañero Claudio Katz que en un trabajo sobre esta materia llega a plantear, equívocamente, que los enfoques de Bujarin, Preobrajensky y Trotsky serían simplemente complementarios…


[3] León Trotsky: “Notas sobre cuestiones económicas” (1926).


[4] “¿Final de un modelo o nacimiento de uno nuevo?”. Au Loong Yu, New Politics, Verano del 2009. En http://www.socialismo-o-barbarie.org


[5] La anterior era la consecuencia inevitable de la orientación oportunista de Nicolai Bujarin acerca del enriquecimiento ilimitado de los campesinos propietarios.


[6] Violarla hasta cierto punto en el sentido de impulsar la producción en ramas económicas que inevitablemente tendrán menos productividad que las del mercado mundial capitalista, esto como condición para poner en pie el mecanismo de la economía de transición. Hasta cierto punto decimos, porque esto no quiere decir el quedarse sin medida objetiva de la riqueza o pretender, voluntaristamente, que la medida de la producción sobre la base de las horas de trabajo podría ser desechada administrativamente…


[7] Este análisis es seguido por los compañeros del PSTU del Brasil, el PO (burdamente economicista) o el PTS de la Argentina que llega a hablar de una “racionalidad per se” de la planificación. A decir verdad, veinte años atrás Nahuel Moreno estaba por delante de estos análisis cuando en una escuela de cuadros del Viejo MAS demostraba palmariamente la irracionalidad completa de la planificación en manos de la burocracia.


[8] En el transcurso del debate de los años 20 Nicolai Bujarin llegó a hablar de este “principio de la planificación” pero en su caso era para un objetivo contrario al que estamos criticando acá: para quitarle toda entidad real, toda “necesidad”, lo que también es falso porque justamente uno de los contenidos centrales de la planificación es justamente romper la racionalización económica sobre la base de los valores.


[9] Este era el caso, por ejemplo, del colonato en el feudalismo: se trataba de una forma de propiedad que significaba muy diferentes formas de acceso a la misma por parte de los campesinos propietarios de la tierra.


[10] Au Loong Yu, ídem.


[11] Esto no parece entenderlo del todo –aunque lo intenta, en parte– Roberio Paulino, ex militante del PSTU y actual integrante de Socialismo Revolucionario (integrante de la CWI a nivel internacional) que en un libro de reciente edición, “El socialismo del siglo XX: ¿qué falló?”, no logra superar realmente un enfoque de tipo deutscheriano del estalinismo: a pesar de todos los pesares… la burocracia habría sido agente de la transición socialista.

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Y dale con el estado burocratico
Por Pablo - Monday, Aug. 09, 2010 at 6:28 PM

Todavía siguen caracterizando a la urss post 24 como estado burocratico?.
Es el peor homenaje que le pueden hacer a Trotsky.
En el aniversario del nuevo MAS, le voy a regalar a Boby Saenz En Defensa del Marxismo, lo necesita urgentemente!
Haganlé un homenaje a Burham y Schaman!

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Ridículo
Por ... - Tuesday, Aug. 10, 2010 at 12:39 PM

Por qué no criticás el contenido del artículo?

Si tenés alguna idea de lo que decís: Qué tienen que ver los antidefensistas de Shachtman y Burnham con nuestra posición?

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as
Por as - Tuesday, Aug. 10, 2010 at 12:50 PM

los obreros no defendieron nada de esos supuestos estados "obreros"
si los trabajadores pierden el control de su estado en manos de una casta burocratica eso no es mas estado obrero...
es como si agarras un auto lo metes en un maquina de compactar y seguis diciendo q es un auto deformado...eso no es mas un auto ¡¡¡¡ es chatarra¡¡¡

el cocepto es de rakovski , estado burocratico con restos comunista...

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No hay que seguir argumentando
Por ... - Tuesday, Aug. 10, 2010 at 12:56 PM

Ya hay bastantes argumentos, y lo único que los compañeros hacen es hacer una amalgama entre nuestras posiciones y las del WP yanqui. Que alguien explique esa afirmación sin sentido, por favor.

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mucho gre gre
Por para decir gregorio - Tuesday, Aug. 10, 2010 at 1:10 PM

Decir que un estado es burocrático es no decir prácticamente nada.

El estado burgués es burocrático.
El estado en general lo es.

Si con "burocrático" se alude al poder omnímodo de una camarilla, entonces el burocratismo de estado definiría por igual al fascismo y al stalinismo ruso.

Esto último es Brunham puro, una postura criticada mortalmente por Trotski.

Se entienda como se entienda el burocratismo, éste no define un contenido de clase.
Un estado, en la actualidad, o es burgués o es proletario.

No hay opciones intermedias, ni la burocracia es una clase social con intereses históricos propios y definidos.

La cuestión es, entonces, determinar el contenido de clase de un estado (la URSS), con independencia de su mayor o menor burocratización.

El contenido de clase de la URSS estaba determinado, como proletario de un lado, por la expropación masiva de los capitalistas y, por otro lado como burgués por el punto de partida de la transición y el contexto mundial que seguía siendo capitalista.

La burocracia simplemente es un ingrediente que maniobraba entre ambos polos del contenido de clase de la sociedad rusa.

La tendencia última de la burocracia la conducía a la restauración íntegra del capitalismo, pero cuando Trotski debatió con la oposición pequeñoburguesa del SWP, esta tendencia lejos estaba de consumarse, y Trotski caracterizó acertadamente que el régimen burocrático de la URSS mantenía todavía un contenido de clase proletario, aún si estaba monstruosamente deformado por la dominación burocrática.

Que los obreros perciban un estado o un gobierno como propios, no necesariamente expresa un contenido de clase: los obreros argentinos sintieron al gobierno "histórico" de Perón como propio, y mostraron gran disposición a defenderlo, y no por eso podría calificarse de "proletario" al peronismo!

La experiencia histórica terminó demostrando que el punto crucial para determinar si la URSS mantenía algún resto de carácter proletario (o sea: no burgués) pasaba por el monopolio estatal del comercio exterior.

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zarismo rojo, capitalismo de Estado
Por proletario - Tuesday, Aug. 10, 2010 at 1:42 PM

no importa tanto la etiqueta, sino el hecho de que ese Estado no era obrero ni puede existir jamás tal cosas como un "Estado obrero" (un invento ideológico de los leninistas).

la posición de Trotsky era la de alguien que se negaba a asumir la responsabilidad por la creación de esa estructura opresora y asesina de trabajadores (y no a partir de Stalin, ya a partir de 1918). por eso daba un montón de malabares para decir que el Estado era de los obreros pero se lo había apropiado una "casta" (!) burocrática. o sea, que la burocracia no era la clase dominante, la clase dominante en la URSS eran ¡¡¡¡los obreros!!!!

con todo el material acumulado ya discutir la URSS como un tema de internas del troskismo es de un nivel político e intelectual bajísimo.

http://www.kaosenlared.net/noticia/clase-imprevista-burocracia-sovietica-vista-leon-trotsky
http://www.kaosenlared.net/noticia/clase-imprevista-burocracia-sovietica-vista-leon-trotsky-parte-final

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asa
Por leccion - Tuesday, Aug. 10, 2010 at 1:57 PM

el PTS cae en el mismo error de todo el trotskismo de posguerra, que asimiló mecánicamente la connotación “anticapitalista” a la de “socialista”. Era correcto dar cuenta de que, en el siglo XX, llevar adelante las tareas democráticas dejadas pendientes por la revolución burguesa obligaba a una dinámica de expropiación de las clases capitalistas. Pero toda la experiencia de posguerra atestigua que cumplir estas tareas –de manera inconsecuente, por otra parte– en ningún caso significó que automáticamente la clase trabajadora se transformara en la clase social y/o políticamente dominante. Y que, por lo tanto, dar este paso de homologación de la connotación anticapitalista con la obrera y socialista es profundamente equivocado y embellece estos procesos, donde por definición la clase obrera, sus organismos y su conciencia estuvieron completamente ausentes.

Agregan los compañeros: “Moreno, al actuar con el mismo método de contraponer falsamente el contenido social de la revolución con la clase que la dirige –una ‘trampa teórica‘, según Trotsky– la convierte de una revolución objetivamente socialista en automáticamente socialista. Con ello, se transforma en un objetivista, separando las tareas de una revolución de la clase y dirección que las lleva a cabo”. [55]

Esto es correcto, porque, en la polémica con Preobrajensky que ya hemos desarrollado, Trotsky critica precisamente la separación mecánica entre tareas y sujetos. Pero si el PTS coincide con esto, ¿cómo explica que “objetivamente” las revoluciones de posguerra fueron “obreras y socialistas” y que dieron lugar a “Estados obreros” –como dijo todo el “trotskismo de Yalta”–, aun en ausencia total de la clase obrera como sujeto central y consciente?

Hay aquí una contradicción irremediable, que no se puede salvar con la fuga metodológica a la “excepcionalidad” de los años 43-48, que no explica nada. Los compañeros del PTS utilizan el argumento de las “condiciones excepcionales” creadas en la inmediata posguerra –nosotros preferimos hablar de “especificidad” de esas condiciones, justamente para no caer en este mismo error–, para salvar la teoría principal, que queda, como tal, sin explicación.

“Este período 1943-1948 (...) abrió condiciones excepcionales, producto de la más grande guerra mundial que padeció la humanidad, y fue cuando los estalinistas se vieron obligados a ir ‘más lejos de lo que ellos mismos querían en su vía de ruptura con la burguesía‘. En [ese período], lo que Trotsky no descartó como excepcionalidad en determinados países se dio como situación excepcional a nivel mundial, generalizada, y se consiguieron grandes conquistas para el proletariado y las masas del mundo: los nuevos ‘estados obreros deformados‘ de China, el Este de Europa y Corea”. [56]

Lo que se les escapa a los compañeros es que Trotsky veía esta posibilidad sólo como un “corto episodio hacia la verdadera dictadura del proletariado”, lo que, evidentemente, no se dio. Esto es lo que había que explicar.

En un trabajo crítico sobre las concepciones del PTS se dice que “(...) la excepcionalidad prevista por Trotsky ‘se generalizó (...) en el período 1943-1948 y no en toda la posguerra‘. Este esfuerzo por encajar los pronósticos de Trotsky en una realidad que no fue tal (...) ajeno al esfuerzo por comprender los procesos revolucionarios tal cual se dieron, lleva a la conclusión de que en ese período se habrían dado condiciones excepcionales no para el surgimiento de gobiernos obreros y campesinos que fueran un corto episodio en la vía de la dictadura del proletariado, como señalara Trotsky en su ‘hipótesis altamente improbable‘, sino para el logro de ‘grandes conquistas para el proletariado y las masas del mundo‘ (...). Las fechas (...) no coinciden para nada con la realidad, porque la revolución china triunfó recién en 1949, y la guerra antiimperialista de Corea en 1952, lo cual hace incomprensible su afirmación de que la excepcionalidad prevista por Trotsky se cumplió sólo entre 1943 y 1948. Por otra parte, esta falta de rigurosidad confirma el carácter insustancial de la crítica a la elaboración de Nahuel Moreno [y de la mayoría del trotskismo de posguerra. RS], además de no escapar al objetivismo y de rechazar cualquier esfuerzo por repasar los errores del trotskismo respecto de la conformación de ‘nuevos estados obreros deformados‘ (...) En el caso de Cuba (...) la expropiación a la burguesía [llegó] mucho después (...)”. [57]

En la elaboración de los compañeros, la famosa “excepcionalidad” queda sin explicación teórica y estratégica: ¿cómo se había realizado una revolución socialista que abría el proceso de la transición sin dictaduras proletarias genuinas? Porque la expropiación de la burguesía, la independencia del imperialismo y la reforma agraria fueron conquistas materiales, pero a costa de la movilización independiente de los trabajadores, congelando el proceso revolucionario y bloqueando la apertura de la transición socialista. Esta misma realidad, con la burocracia encaramada al frente de esos Estados, fue lo que a la postre dio lugar a Estados no obreros, sino burocráticos, sobre una base social no capitalista.

La “excepcionalidad” de supuestas revoluciones obreras y socialistas sin clase obrera sigue sin explicación, a pesar de que se pretenda “salvar” el problema sugiriendo que, luego de esas condiciones excepcionales, las cosas vuelven a su cauce normal y para expropiar hace falta nuevamente a la clase obrera. Porque para llevar a cabo la revolución propiamente socialista la clase trabajadora es insustituible, pero es por esto mismo que las revoluciones de la posguerra no fueron obreras ni socialistas. Creemos que ésta es la única explicación coherente posible en el marco del marxismo, si lo que se busca es hacer un verdadero balance del trotskismo en la posguerra y modificar las definiciones y teorizaciones equivocadas, resultantes de la presión de los acontecimientos.

En reemplazo de una verdadera explicación de lo ocurrido, el PTS fundamenta las expropiaciones en que “nunca hubo condiciones objetivas tan favorables para la derrota del imperialismo, que, utilizando la expresión de las Tesis [de la LIT] de 1985, era lo más parecido a ‘un tigre de papel”. [58]

Aquí se pierden dos cosas: en primer lugar, no se puede dejar de señalar que el imperialismo yanqui cedió a la burocracia estalinista la periferia para conservar el centro del sistema, y es evidente que en esta apuesta estratégica salió triunfador. Pero, además, es un error afirmar que las condiciones “objetivas” nunca habían sido tan favorables para derrotar al imperialismo como luego de la Segunda Guerra Mundial. Esto es una mistificación completa de cómo se desarrolló el proceso de la posguerra y, además, deja afuera un factor subjetivo y objetivo de inmensa importancia: el peso internacional que había adquirido el aparato estalinista sobre la clases trabajadoras y populares.

Porque en la posguerra intervinieron dos factores que contribuyeron decisivamente a la estabilidad: la resolución de la hegemonía imperialista a favor de Estados Unidos y el fortalecimiento del estalinismo en la inmediata posguerra, sancionada por los pactos de Yalta y Potsdam. Más que la famosa “guerra de los bloques” –argumento por excelencia del curso totalmente capitulador del pablismo, ya comentado–, se trató, como lo definiera el historiador Immanuel Wallerstein, de “un conflicto pautado”.

En nuestro concepto, fue, por el contrario, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial cuando el imperialismo quedó peor parado porque, además de la no resolución de la hegemonía, el desafío del poder bolchevique a la dominación capitalista mundial fue mucho más real que el que significó el estalinismo luego de la Segunda Guerra. Pero comprender esto implica romper completamente con el objetivismo del movimiento trotskista de posguerra, lo cual está más allá del horizonte del PTS.

“Nosotros estamos con Moreno y los que en aquel momento, correctamente, polemizaron con Just, determinando la periodización de la situación mundial esencialmente por los factores objetivos. Pero opinamos que, después, Moreno cae en una unilateralidad cuando abstrae el factor objetivo y le da un valor sin límites, sin ver cómo influía el factor subjetivo, la dirección contrarrevolucionaria, sobre las propias conquistas: hoy se puede ver hasta qué punto influyó la burocracia hundiendo a los estados obreros”. [59]

Pero si esto es así, entonces hay que comprender que la burocracia estalinista influyó desde el inicio –no sólo “después”– en esos procesos revolucionarios, haciendo lo imposible para evitar la acción independiente de los trabajadores, esto es, quitándoles desde el principio todo contenido realmente socialista.

El propio Trotsky entrevió el resultado final de una experiencia tal en La revolución permanente (1927): “En las condiciones de la época imperialista, la revolución nacional-democrática sólo puede ser conducida hasta la victoria en el caso de que las relaciones sociales y políticas del país de que se trate hayan madurado en el sentido de elevar al proletariado al poder como director de las masas populares. ¿Y si no es así? Entonces, la lucha por la emancipación nacional dará resultados muy exiguos, dirigidos enteramente contra las masas trabajadoras”. [60]

Esto se pudo verificar a la postre en la URSS a lo largo de la década del 30, alrededor del desastre que significó para la producción agrícola la colectivización forzosa del campo y la superexplotación redoblada de los trabajadores de los planes quinquenales. [61] Lo propio sucedió en China, con el disparate voluntarista del “Gran Salto Adelante” de fines de los 50, que fue más bien un gran salto atrás. Esto es, las conquistas económico-sociales reales terminaron transformándose en lo contrario: ahí está para demostrarlo el caso de la cuestión nacional, que desangra pueblos enteros en Rusia y el Este europeo, o el hecho de que en los levantamientos populares de 1989-1991 no se viera a ningún trabajador defendiendo la propiedad estatizada. [62]

Pero, para el PTS, “hay que decir claramente que las burocracias contrarrevolucionarias en los Estados obreros deformados de la posguerra, dirigieron ‘a su manera‘ el ‘proceso de la revolución democrática a la revolución socialista”. [63] En esto, “claramente”, el PTS sigue al milímetro las definiciones teóricas del “trotskismo de Yalta”, tradición que dice condenar pero cuyo balance crítico real permanece ausente. Por nuestra parte, nos oponemos totalmente a la definición citada. Creer que las burocracias pequeño burguesas [64] consumaron la revolución socialista es una concepción sustituista sin límites que pierde el contenido esencial de la tradición del socialismo revolucionario: la necesidad inalienable de la clase obrera consciente en el centro de los procesos para que las revoluciones sean socialistas.

Las experiencias de posguerra fueron sin duda procesos revolucionarios progresivos antiimperialistas y anticapitalistas. Pero lo que “hay que decir claramente” es que al quedar dirigidos por la burocracia y con los métodos de ésta (una vez más, el rol decisivo de “el cómo y el quién”) fueron revoluciones no obreras, sin socialismo, que no abrieron el proceso de transición al socialismo. [65]

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pts: trotkistas de yalta
Por asas - Tuesday, Aug. 10, 2010 at 2:00 PM

un poco mas

otro muy fuerte elemento de continuidad del PTS con la tradición que tanto critica: el aspecto economicista de su objetivismo, al atribuir a la estatización de los medios de producción –al estilo “ortodoxo”– un carácter obrero “objetivo”, sin molestarse por estudiar las relaciones sociales de producción reales como ámbito distinto, de contenido, respecto de las relaciones jurídicas. La rotunda negativa a analizar esas verdaderas relaciones de producción imperantes en la URSS se basa en un error de leso marxismo: confundir la estatización con la socialización de los medios de producción.

Por empezar, el PTS afirma, a kilómetros del mismo Trotsky y de la base material de la revolución permanente, que las imposiciones de la ley del valor –las “leyes del capitalismo mundial”– no dominaban en la ex URSS. Incluso se mofan de la definición perfectamente marxista de Naville de que la ex URSS y el Glacis eran un “subsistema del capitalismo mundial”. Esta ubicación, de hecho, los pone del lado de Ernest Mandel, en el fondo el verdadero mentor teórico de los compañeros del PTS en este terreno.

Véase, por ejemplo, esta declaración: “la propiedad estatal generalizada (es decir, el monopolio) de los medios de producción sólo puede darse por medio de la expropiación de la burguesía y es, por definición, antagónica con las leyes del capitalismo”. [68] Dicho así, tout court, sin determinaciones concretas, esto es erróneo. Porque no se debe oscurecer las continuidad de las imposiciones de la ley del valor, en el marco de la economía mundial y de una sociedad que surge de la vieja base capitalista, y no todavía de una nueva base. Como decía Marx en un texto clásico, la Crítica del Programa de Gotha, al referirse a las sociedades que emergerían inmediatamente después de la revolución proletaria: “de lo que tenemos que ocuparnos aquí no es de una sociedad comunista tal como se ha desarrollado ya sobre sus propias bases, sino, por el contrario, tal como acaba de nacer de la sociedad capitalista; por lo tanto, es una sociedad que, en todos sus aspectos, económico, moral e intelectual, lleva todavía los estigmas de la vieja sociedad en cuyo seno ha surgido”. [69]

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donde es el festejo
Por Ramón Mercader - Tuesday, Aug. 10, 2010 at 3:30 PM

donde se hacen los festejos del 70 aniversario de la muerte de ese gil¿¿

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Pregunta
Por Pablo - Wednesday, Aug. 11, 2010 at 2:29 AM

Una pregunta: Los compañeros del MAS pueden decir entonces que fué el 89?. Cual era la política que había que levantar?. Y en Cuba ahora?.
Si la respuesta es revolución social y revolución politica, entonces las tareas son las mismas para todos los paises y para todos los procesos donde existen y existían restauraciones capitalistas?.
Como y cuando se restauró el capitalismo en la URSS?.
Y en Polonia?.
Y en China?
Y en Vietnam?.
Gracias por la respuesta!

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ese gil
Por mario el alemán - Wednesday, Aug. 11, 2010 at 8:03 AM

Mercader ? un asesino a sueldo del GPU,no te da verguensa ponerte ese nombre? QUE DIFERENCIA HAY CON LAS TRES AAA ? . Que la GPU mato millones.
El Gil, al cual Mercader se refiere,fue con Lenín unos de los más grandes socialistas revolucionarios de la historia de este planeta.

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Los intelectuales marxistas
Por mario el alemán - Wednesday, Aug. 11, 2010 at 8:18 AM

La mayoria de ustedes jamas vivo en alguno de esos paises,ni cerca del muro,ni cerca del alambrado.

Cuando llegara el dia que los intelectuales digan: fué una dictadura de la dirección del partido que reprimia a la población para mantener el PODER y sus previlegios,no era simplemente una burocracia.Estados obreros? NO ME HAGAN REIR.

No basta leer 20 libros y creer que saben todo.Aprendan de la gente que vivio en ese "paraiso".

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Cierta confusión
Por si acaso - Wednesday, Aug. 11, 2010 at 9:05 AM

Más allá del horror stalinista -sobre el que creo que ya se dijo todo- no conviene confundir países donde el socialismo advino como resultado de una verdadera revolución (Rusia) y países donde no sólo vino enteramente de arriba, como resultado de una ocupación militar y contra la voluntad de la mayoría de la nación (Alemania).

Los gritos indignados e histéricos contra el genocidio stalinista, o contra los intelectuales marxistas, no contribuyen en nada a aclarar el tema.

Tampoco contribuyen las estupideces stalinistas o stalinoides sobre el '89: "acusaciones" a los trotskistas o a ciertos trotskistas de haber apoyado la restauración capitalista en la URSS, cuando la realidad es que fue la propia burocracia del PC la que consumó la restauración y, por otro lado, lo hizo con el aval del pueblo ruso y no contra su resistencia.

Que los trotskistas se hayan opuesto sistemáticamente al dominio político de la burocracia stalinista y que, por otro lado, hayan defendido las conquistas socialistas (o anticapitalistas, una discusión bizantina que no voy a convalidar) como el monopolio estatal del comercio exterior, los servicios elementales garantizados, etc., no determinó en definitiva la actitud de la mayoría de los rusos.

Y si algo no defienden los trotskistas es la acción "revolucionaria" al margen de las masas o, peor aún, contra ellas.

Son los stalinistas los que deben tomar nota de que la restauración capitalista la hicieron los personeros del "comunismo" y que los pueblos que se hallaban bajo la opresión "comunista" dieron un gran suspiro de alivio.

El stalinismo es una pesada hiopoteca, de todo un siglo, para la causa de la revolución socialista.

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Muy bueno
Por Por si las moscas - Wednesday, Aug. 11, 2010 at 10:12 AM

Excelente la síntesis de "por si acaso". A la realidad hay que verla tal cual es, como lo enseñaron los maestros del marxismo. Saludos.

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