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El movimiento sindical en Argentina: especialista en reelección
Por Iván Schargrodsky - Thursday, Oct. 28, 2010 at 7:23 PM

Escrito por Iván Schargrodsky Viernes, 11 de Diciembre de 2009 17:48

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Hugo Moyano cumplió 17 años al frente de los camioneros y es secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT) desde 2004. Gerardo Martínez lleva veinte años como jefe de los obreros de la construcción (UOCRA). Oscar Lescano festejó el vigésimo sexto aniversario como mandamás de Luz y Fuerza y Juan José Zanola lidera la Bancaria desde 1982. Ellos se enquistaron en el poder con la vuelta de la democracia y, desde ese momento, el crecimiento de sus patrimonios ha sido directamente proporcional al incremento de los afiliados de sus gremios. El modelo sindical argentino: especialista en reelección.
Para el historiador Alejandro Horowicz, “el motivo fundamental de la permanencia de los dirigentes sindicales en el poder es la derrota general de los obreros en 1976”. Con la caída del peronismo, los sindicatos fueron proscriptos y cualquier actividad gremial se pagaba con la muerte y con la presencia del ejército en la fábrica. El autor de Los cuatro peronismos es taxativo al referirse a la actividad de las organizaciones y sentencia: “Un sindicato de la década del '70 pensaba en la política. Hoy, los dirigentes gremiales sólo son funcionales a su ‘empresa’ y a su agrupación, obviamente, separada de los intereses de los trabajadores”.
El 17 de diciembre de 1983, una semana después de la asunción de Raúl Alfonsín como presidente de la Nación, se produjo uno de los puntos de inflexión más significativos en la historia de la conducción sindical: la Ley Mucci. El proyecto pretendía introducir las minorías en el gobierno de las organizaciones sindicales, además de restringirles el control de sus fondos, como una forma de democratizarlas. La ley polarizó las opiniones entre un sector de la clase trabajadora que apoyaba la iniciativa y otras agrupaciones afines a la CGT que se opusieron en forma terminante.
La normativa podría haber evitado la perpetuidad de los dirigentes sindicales y su poder sobre la clase trabajadora. En ese sentido, el titular de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), Hugo Yasky, rechaza ese argumento: “Ese proyecto dejaba una cantidad de agujeros negros que quizá les hubiese permitido tener minorías de fantasía y seguir más o menos como hasta ahora, en lugar de concederles el fuero sindical a los delegados. Es decir, el paraguas que los protegiera del despido”.
Años más tarde, durante el menemato, hubo diversas situaciones que marcaron la relación entre los sindicatos y el gobierno de turno. Según Vicente Palermo y Marcos Novaro, en Política y poder en el gobierno de Menem, se pueden diferenciar tres etapas: en primer lugar, están aquellos trabajadores del campo de la colaboración, los llamados Gordos –Lescano, Cavalieri, entre otros-, que apoyaban al ex presidente desde la interna y buscaban obtener beneficios como producto de las políticas económicas regresivas que caracterizaron a la década del 90. En segundo término, los autores identifican al campo de la negociación dura, que no apoyaba ni confrontaba explícitamente con el gobierno menemista. Por último, se agrupan los que se oponían formalmente a las reformas.
Luego de la crisis que desencadenó la renuncia de Fernando de la Rúa a la presidencia, la llegada de Néstor Kirchner ofreció un nuevo escenario en la dirección sindical. Moyano contó con el apoyo oficialista para convertirse en el líder indiscutido de la CGT. A partir de entonces, la Confederación no sólo mantuvo su poderío económico, sino que también sumó una alta adherencia política, que le dio protagonismo a la hora de las negociaciones colectivas de trabajo como, por ejemplo, en la Administración de Programas Especiales del Ministerio de Salud, que se relaciona con los fondos para las obras sociales. En relación con esta simbiosis, Yasky manifiesta: “Kirchner tiene un grado de dependencia muy alto en esa alianza y al movimiento le hacen falta acuerdos mucho más amplios, que cuenten con una impronta transformadora mucho más clara que la que representa la CGT”.
La CTA, que reclama la personería gremial desde 1993 –un año después de haber sido creada-, se encuentra, por este motivo, en un conflicto con la cúpula de la CGT. “La ‘zurda’ está aprovechando lo que no pudo hacer en sus mejores momentos ya que el movimiento obrero, tanto peronista como no peronista, no le permitió meterse con el sistema. Ahora quiere hacerlo porque el Gobierno es tolerante con ella”, arremete Lescano, en relación con el pedido de la CTA.
Horowicz concluye: “Hay un prejuicio moral sobre Moyano y Cavalieri que, si bien no son santos de mi devoción, tampoco son ni mejores ni peores que los dirigentes del campo o los empresarios, sólo tienen otros métodos para reproducir sus condiciones de eficacia”.

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