Julio López
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El ALBA y la revolución en América Latina hoy
Por Movimiento MULCS - Monday, Nov. 01, 2010 at 3:38 AM

Panel debate con Modesto Emilio Guerrero - Viernes 5 de Noviembre 19 horas

El ALBA y la revoluc...
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el alba reproduce capitalismo
Por carlos althaus - Monday, Nov. 01, 2010 at 8:16 PM
elmorodetreveris@gmail.com

ante todo,las posturas del mulycs me parecen un gran paso adelante frente a los remanidos puntos de vista de la "izquierda marxista tradicional".No obstante
el tema Alba,se parece mucho al debate sobre la transicion socialista y la economía de mercado!!!
pienso que debatir fraternalmente,releyendo y recordando aquella "confrontación" entre el Che y Bettelheim.....luego mandel y otros nos hará muy bien.

saludos fraternales y revolucionarios anticapitalista antiimperialista y por la construccion del socialismo indo latino americano!
Carlos

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notas adjuntas al respecto
Por Carlos althaus - Monday, Nov. 01, 2010 at 8:32 PM
elmorodetreveris@gmail.com

Los retos del Che siguen siendo retos para América Latina hoy

«Siempre visualizo al Che como un adelantado, luchando contra el dogmatismo y el quietismo, en un proceso revolucionario como el cubano que había alcanzado su poder precisamente por medio de decisiones radicales, con un proyecto autóctono muy nuestro y expresión de lo más avanzado en el largo camino por el que tuvimos que transitar para obtener nuestra soberanía», expresa en esta entrevista la doctora en Ciencias Históricas e investigadora cubana María del Carmen Ariet, coordinadora científica del Centro de Estudios Che Guevara.

Conocida mundialmente por ser quien organizó y ejecutó la investigación socio-histórica que finalizó con el hallazgo, en 1997, de los restos del Che y de sus compañeros de la guerrilla en Bolivia, Ariet expone el alcance continental de las ideas guevarianas: «Muchas de sus posiciones y acciones llevadas a cabo dentro de la realidad cubana se convirtieron en tácticas y estrategias pensadas también para que sirvieran de experiencias a procesos revolucionarios futuros y con similares características al nuestro».

Ariet demuestra que en el pensamiento del Che se encuentran las claves de ese mundo, mejor y posible, al que tantos aspiramos: «No nos damos cuenta de que el tiempo se nos agota y que se hace necesario y casi urgente abogar por un cambio de correlación de fuerzas en el planeta que permita una organización más humanizada del acceso a los recursos de manera igualitaria, unas relaciones económicas más flexibles y abiertas entre las principales regiones del mundo y la creación de instituciones políticas que representen los intereses sociales a escala mundial».

María del Carmen Ariet es autora y de los libros Pensamiento político de Ernesto Che Guevara, Pensamiento del Che y Lecturas y reflexiones sobre el Che. Ha compilado y prologado libros como Justicia Global; América Latina, despertar de un continente; Punta del Este; Che Guevara presente; Apuntes críticos a la economía política; El socialismo y el hombre en Cuba; Notas de viaje y Otra vez, muchos de ellos ediciones del Proyecto editorial Che Guevara, desarrollado por el Centro de Estudios Che Guevara y las editoriales Ocean Press y Ocean Sur.

Reconocida como una de las personas más conocedoras de la vida y la obra de Ernesto Che Guevara en el mundo, la investigadora accedió amablemente a conversar sobre el libro Retos de la transición socialista en Cuba (1961-1965), antología que reúne los conceptos esenciales del pensamiento guevariano sobre la construcción del socialismo en Cuba a través de discursos y escritos del Che, ordenados cronológicamente. Estas reflexiones que emanan del debate, la polémica y su “asombrosa” proyección de futuro, resultan fundamentales no solo para comprender, sino para emprender los nuevos caminos de transformación social que, aunque sustentados en un auténtico pensamiento socialista y marxista, tienen el reto de no excluir lo autóctono de cada proceso, cada lugar, cada cultura.

En estos tiempos, una antología que exponga tales retos se convierte en un valioso documento histórico, en una mirada crítica al presente y una formidable luz hacia un futuro por el que se lucha más que nunca en Latinoamérica. De estos y otros temas conversamos con María del Carmen Ariet.

¿Qué importancia le concede al hecho de que, precisamente en estos tiempos de cambio en América Latina, aparezca un libro como Retos de la transición socialista en Cuba (1961-1965), que contiene el núcleo de lo que fuera para el Che el socialismo en Cuba?

—En estos tiempos, después de años inciertos, de retrocesos y de nuevas búsquedas en los movimientos revolucionarios y sociales, se percibe como una necesidad casi obligada de que todas esas fuerzas de avanzada reconstruyan las nuevas alternativas de poder bajo una mirada escrutadora del legado histórico dejado por procesos que, como el cubano, apostaron por una transformación radical y consecuente de sus estructuras de dominación, signada por el socialismo y enfrentada a un agresivo poder hegemónico imperialista.

Esas pudieran ser razones suficientes para conocer una experiencia histórica, revolucionaria y transgresora, que por sus particularidades y dinámica propia consiguió ser referente casi obligado de los movimientos de liberación que desde las regiones más atrasadas del mundo se plantearon alcanzar sociedades más humanas y dignas. Sin embargo, existen razones más abarcadoras que no se ciñen a las enunciadas y que tienen que ver con la validez y la necesidad del surgimiento de nuevos proyectos de cambio que, como Cuba, se planteen como alternativa la vía socialista como parte de un nuevo orden mundial, conscientes de los errores y dificultades por los que transitó el denominado “socialismo real”, pero por encima de todo ello sabedores de que solo mediante una acertada transición socialista, sin calco ni copia —como pedía Carlos Mariátegui—, se podrá enfrentar un poder omnímodo como el actual, capaz de hacer desaparecer al mundo con tal de no perder su poderío.

Pensemos brevemente en las dimensiones por las que transitó el Che en su carácter de actor revolucionario y de pensador, y se verá con claridad su trascendencia al dejar sentado un análisis crítico del imperialismo y el capitalismo con un involucramiento activo, sumado a sus reflexiones en torno a la transición socialista. Son, a no dudar, principios activos en la política revolucionaria contemporánea que nos permiten plantearnos múltiples estrategias y tácticas, aun cuando él era consciente de las variaciones históricas y de la contextualización de determinadas posiciones y acciones que debió asumir en su tiempo.

En el plano particular, ajustándonos al contenido del libro, y teniendo en cuenta lo expresado anteriormente, aunque su estructura se diseñó con el objetivo de ordenar el cuerpo teórico y práctico de lo expuesto por el Che en años tan decisivos de la transición socialista en Cuba (1961-1965), es importante remarcar que su sólida formación teórica y política, su dedicación y entrega al proyecto revolucionario cubano, y su experiencia adquirida como dirigente de la Revolución cubana en sus vínculos con los países socialistas, los partidos comunistas del mundo y con los dirigentes de los principales movimientos de liberación de su época, se conjugan para entregarnos un legado que representa un nexo obligado para los futuros cambios que debían producirse en el mundo».

“MAYÚSCULA AMÉRICA”

Siempre he pensado que su pensamiento y su obra miraban hacia el futuro con la experiencia del presente sin ataduras ni dogmas, con el espíritu puesto en un quehacer mayor, en el que participaría lo más avanzado de la humanidad toda y, sin lugar a dudas, en ese espacio América Latina ocupaba un lugar preponderante en sus aspiraciones de alcanzar un verdadero proyecto de cambio en el continente.

En el caso de Latinoamérica, si alguien estaba preparado para percibir un futuro de cambios era el Che, porque demostró su sentido de pertenencia desde que en épocas tempranas de su juventud fue atrapado por esa “Mayúscula América”, de la que nunca quiso salir por voluntad propia, y a la que le entregó lo mejor de sí. Es cierto que sus tesis más avanzadas apuntaban hacia la unidad tricontinental y de lucha global, pero nunca dejó de ser un actor principal en la región al vislumbrar una América integrada, apta para enfrentar las transformaciones a partir de los procesos revolucionarios que necesariamente se debían asumir como parte de los caminos de la lucha contra el poder del capital, basados en el surgimiento de un nuevo hombre, donde primara la solidaridad y la justicia social como base de la plena emancipación humana, lo que renueva el contenido moral en la política.

Esos enunciados por sí solos hablan permanentemente y para todos los tiempos de la herencia dejada por el Che y que estamos en la obligación ética de conocer y estudiar no solo como punto de partida, sino como ejes y principios que mantienen un valor per se en los nuevos espacios de poder y en los que surgirán sin dudas de ningún tipo, porque no se puede perder de vista que la perspectiva revolucionaria del Che se sitúa en la lucha de todos y entre todos por cambiar el mundo».

A su criterio, ¿dónde radica la validez del pensamiento del Che sobre la transición socialista para la realidad cubana actual?

—El “asombro” ante la vigencia de los “llamados” del Che sobre la transición socialista se debe esencialmente a que existe, en general, un desconocimiento de su papel en Cuba sobre el difícil reto que significó asumir el socialismo, la multiplicidad de sus responsabilidades y el tremendo esfuerzo que realizó para teorizar sobre muchos de los problemas que existían y se debatían en torno a los modos y maneras de cómo realizar la construcción socialista.

A ello habría que sumarle elementos vitales para entender la magnitud de la empresa, porque muchas de sus posiciones y acciones llevadas a cabo dentro de la realidad cubana se convirtieron en su caso en tácticas y estrategias diseñadas no solo para la realidad de nuestro país, sino que fueron pensadas también para que sirvieran de experiencias a procesos revolucionarios futuros y con similares características al nuestro, si se tiene en cuenta además los problemas que desde esa época se manifestaban en los países socialistas y que con tanta exactitud pronosticó, muy a su pesar.

Como podrás darte cuenta, estamos hablando de una suma de factores en extremo complejos, que por sí solos generaban y motivaban la polémica y el debate, porque se ubicaban no solo en cómo ejecutar, sino en cómo repensar el socialismo en un contexto específico, lo que constituía para muchos una osadía y peor una herejía, olvidándose, como ha afirmado Alfredo Guevara, del carácter revolucionario del hereje.

Siempre visualizo al Che en esa época como un adelantado, luchando contra el dogmatismo y el quietismo, en un proceso revolucionario como el cubano que había alcanzado su poder precisamente por medio de decisiones radicales, con un proyecto autóctono muy nuestro, expresión de lo más avanzado en el largo camino por el que tuvimos que transitar para obtener nuestra soberanía.

En ese proyecto, pensado y defendido por nuestra vanguardia revolucionaria, encabezada por Fidel y su liderazgo indiscutible, el Che fue un factor relevante porque llega a nosotros después de transitar y conocer profundamente la realidad lacerante de nuestro continente y de haberse decidido por el camino de la revolución, ya para esa época con un apellido: socialista. Con eso quiero indicar que nadie más preparado que el Che para impulsar un proyecto tan radical como el cubano, apoyado además en su preparación teórica marcada por la filosofía y en particular por el marxismo y su filosofía de la praxis, componentes que constituirían la columna vertebral de su pensamiento y acción.

Aunque expuesto a grandes rasgos, lo anterior es en extremo importante para convertir el reto de la transición en un reto de cada uno de nosotros por conocer y entender el verdadero legado del Che acerca de la transición socialista y por qué fue el centro de sus ideas y posiciones más preclaras.

Afirmaciones como el marxismo creador del Che y dentro de ello el papel central que tenía que desempeñar el hombre, juzgadas como una de sus mayores contribuciones, se adentran precisamente en el plano de cómo y de qué forma se debía enfrentar una revolución socialista, convencido de que no se produce mecánicamente, sino que como premisa esencial debe ser construida por medio de la actividad humana y donde la transformación de la conciencia es parte inseparable del proceso, aspectos que a su juicio se habían relegado no solo de la terminología marxista imperante en los países socialistas y su consiguiente vulgarización de categorías teórico-políticas —olvidándose de premisas esenciales desarrolladas por Marx—, sino además por su comportamiento e involución que provocaron la crisis y la restauración paulatina del capitalismo.

»explica por qué para el Che la transición no podía verse como un esquema lineal, tenía necesariamente que transitar hacia un cambio total y abarcador de todas las dimensiones de la existencia humana y su base no podía apoyarse restrictivamente en una socialización económica, sino que tenía que concebirse en su sentido sociológico y político como un proceso simultáneo».

RETOS PARA TODO PROCESO NUEVO

Si analizamos detenidamente los discursos y escritos seleccionados en el libro que presentamos, más allá de contextos específicos y hechos puntuales que no alcanzaron un desarrollo sistemático, en todos se percibe la esencia de sus posiciones conceptuales y prácticas en un esfuerzo extraordinario por dejar una síntesis teórica de las cuestiones cruciales de la transición referidas a Cuba, marcadas por la acción humana como el centro y en la que se inserta la conciencia, la organización disciplinada y la claridad ideológica como lo verdadero y auténticamente transformador y revolucionario, encaminado a un proceso de emancipación de los individuos válido para cualquier movimiento socialista a escala mundial, pero sin perder su carácter nacional, más allá del internacionalismo y la solidaridad política y sobre todo con la advertencia de que cada proceso debe asumirse a partir de sus realidades y de la decisión colectiva para encontrar sus vías: recuerden su prevención de que no todo había que copiarlo ni era válido y que se debían encontrar las especificidades propias.

Aun cuando el tiempo no le alcanzó para sistematizar su pensamiento por la urgencia de la lucha, el hecho de dejar esclarecidas ideas y acciones emanadas de la práctica cotidiana, nos acerca a un modelo propio de socialismo a alcanzar y que abarca un proyecto de nación que debe construir un nuevo ser humano con una nueva ética, afianzada en una educación masiva del pueblo capaz de generar un proyecto de consenso libertario con la intervención consciente de las masas en contra del autoritarismo, de la burocracia y las brechas que pudieran abrirse entre la dirigencia y el pueblo, poniendo en riesgo el proyecto.

Por eso no faltan las definiciones esclarecedoras sobre el socialismo, ahí está su fórmula de producción más conciencia, que apunta a hacernos entender que el socialismo tiene que demostrar su superioridad, pero nunca con herramientas melladas del capitalismo, hay que producir no solo para entregar bienes materiales al pueblo, cuestión de hecho vital, pero hay que insistir en su esencia consciente donde el hombre sea capaz de entregar lo mejor de sí, como la obligación moral que nos corresponde a cada uno como deber social. No debemos olvidarnos cuando nos advierte que el hombre debe transformarse conjuntamente con la producción, porque de nada nos vale que fuéramos productores de artículos y no fuéramos a la vez productores de hombre.

Si esos ejes son analizados bajo el prisma de la realidad cubana actual, después de cincuenta años de revolución, tamizados por nuestros propios problemas y errores internos, así como la traslación de los de carácter externo copiados del llamado modelo soviético, sin lugar a dudas sorprende la exigencia y el rigor del ejemplo y las enseñanzas dejadas personalmente por el Che para transitar por una sociedad heredera de una conciencia del pasado muy difícil de destruir, pero que se puede transformar si entre todos luchamos por alcanzar una plena democracia participativa, conscientes de nuestras responsabilidades y deberes mediante la disciplina y la autoridad que emana de una dirección que se involucra en el trabajo y la vida cotidiana y que enseña dando ejemplo, no por decreto o mandato, con una organización del trabajo como base de la productividad, requisito indispensable para el desarrollo económico del futuro y para desterrar el capitalismo.

Por supuesto, en su actuar está presente una práctica ética que marcó su influencia política no a partir del engrandecimiento individual, sino por su concepto de la ética de la política que lo condujeron, en el plano interno, a enfrentar críticamente a la burocracia, al sindicalismo y a todo el pensamiento sectario, a defender a un partido capaz de ejercer funciones en lo interno y en lo externo, al conjugar la acción política y su acción educativa para obtener un nivel más alto de cultura general para sus cuadros en su funcionamiento democrático y participativo con el objetivo de eliminar la corrupción, la doble moral, la economía burocrática y no socializada y la demagogia.

Es cierto que llegar a alcanzar todo esto no ha sido ni es tarea fácil, cuesta años de sacrificio y trabajo, de avances y retrocesos, de incomprensiones y dudas, pero aunque yo no lo alcance a ver recuerdo al Che cuando miraba hacia ese futuro y nos expresaba que alguna señal queda de lo que hicimos “en ese bello edificio que estamos empezando a construir” y que esa es la recompensa de un verdadero revolucionario.

Siguen siendo retos para todo proceso nuevo que surja al estar obligados a barrer con un pasado donde la dominación imperial y las relaciones de clase permanecen en el centro de las disputas políticas. Concebir una estrategia de lucha integral, la conquista del poder político, la hegemonía del poder apoyada en un amplio consenso y la creación de una sociedad nueva son problemas difíciles y no existen recetas para solucionarlos, pero hay experiencias que indican la importancia de la ética en el socialismo y la formación de hombres que asumen los nuevos proyectos, porque sin socialistas no puede haber socialismo».

¿Cree usted que se asumen el pensamiento y la ética del Che en el actual mundo individualista y enajenado en que se vive?

—Creo que la enumeración última puede ayudarnos a entender por qué en un mundo enajenado, consumista y en crisis, muchas banderas se enarbolen con la imagen del Che como el símbolo tangible de la rebeldía. Pudiera pensarse que muchos lo asumen por agotamiento y lógica, ávidos de asirse a algo que los aleje del abismo en que se encuentran prisioneros de un sistema que cada día en su devenir profundiza las desigualdades e impide la capacidad de los pueblos y naciones para actuar y poder construir un proyecto social alternativo y anticapitalista.

¿Se podrá transitar por ese proceso?, ¿se podrá luchar conscientemente contra la explotación económica y la dominación política y cultural? Son preguntas que desesperanzadoramente muchos no se hacen o quizás no se hacían, porque los tiempos de crisis nos catapultan a posiciones impensadas. De pronto ese poder omnímodo que emana de los centros de poder del capitalismo actual y que definen el marco en que opera la ley del valor que rige en el mundo, se nos presenta como el eje del mal que nos anula y limita en nuestros espacios naturales, imponiendo una jerarquía más desigual que ninguna otra por las que se ha transitado.

¿Podemos, queremos y es posible construir un proyecto alternativo y humanista, socialista por demás, a pesar de los errores y dificultades por las que transitaron experiencias anteriores? La pregunta muchas veces se diluye, no se enfrenta o se pasa por alto, y no nos damos cuenta que el tiempo se nos agota y que se hace necesario y casi urgente abogar por un cambio de correlación de fuerzas en el planeta que permita una organización más humanizada del acceso a los recursos de manera igualitaria, relaciones económicas más flexibles y abiertas entre las principales regiones del mundo y la creación de instituciones políticas que representen los intereses sociales a escala mundial.

Aunque también parezca asombroso, todos esos indicadores fueron expuestos y analizados por el Che en tribunas internacionales en esos años decisivos de los sesenta y pasados por alto —al no avenirse a los intereses y estrategias de los que estaban en el deber de sustentarlos—, sin embargo todo nuevo proyecto está en la obligación de reconstruir los valores universales desvirtuados por el capitalismo e intentar modelar una política de desarrollo que responda a las necesidades de la mayoría, contra la discriminación, contra las desigualdades y la dependencia de las naciones, que luche por frenar el deterioro del planeta, por acabar con la explotación económica, la opresión política y la dominación cultural mediante la socialización del saber y que su razón de ser y su fin último sea crear un hombre nuevo más avanzado y mejor, capaz de luchar por la igualdad, la justicia social, la dignidad humana y la defensa de sus derechos. Ahí está, con una total validez, su ensayo mayor El socialismo y el hombre en Cuba, síntesis preclara de lo que afirmamos y que cumplirá cuarenta y cinco años de haberse publicado en marzo del próximo año, al que estamos comprometidos a volver una y otra vez y a divulgarlo y estudiarlo en fecha tan especial.

Sin dudas, el compromiso es de todos sin distinción, porque estamos frente a una disyuntiva impostergable. En particular a “las izquierdas” les corresponde interrogarse a sí mismas, buscar espacios perdidos, avanzar y unirse a la resistencia que se levanta y enfrenta el pensamiento único. Yo estoy convencida, aunque parezcan adversos los tiempos, de que el Che y todos los que han contribuido con su pensamiento y acción a marcarnos los caminos de la lucha por la emancipación de la humanidad, mantienen su validez en los cambios que obligatoriamente se vislumbran y no solo en los por venir, ahí están los países del ALBA y sus presidentes dando un ejemplo de dignidad y soberanía y de plena continuidad con el legado histórico de Bolívar, Martí, el Che y Fidel».

En un entorno mundial donde la información se monopoliza por los grandes centros de poder y son difíciles las iniciativas contrahegemónicas, ¿cómo valora el Proyecto Editorial Che Guevara?

—Si asumimos el contenido de las afirmaciones anteriores, creo hoy más que nunca en un proyecto editorial como el que desde el Centro de Estudios Che Guevara y la Editorial Ocean Sur se han propuesto desarrollar en torno a la vida y la obra del Che.

Es real y asfixiante el poder de la información monopolizada por los grandes centros de poder, pero también es cierto que a pesar de las dificultades y limitaciones materiales, a partir de los avances tecnológicos empleados también por nosotros —muy a su pesar—, se están abriendo espacios alternativos que ganan en credibilidad y afianzan las iniciativas contrahegemónicas basadas en un principio marxista y guevariano: la transformación de la conciencia como precepto inseparable de los cambios estructurales.

Es imprescindible asumir a Gramsci cuando reafirmaba la necesidad de un cambio total que abarcara la política, la cultura, las relaciones sociales, la ideología, entre otros factores sustanciales, como concepción estratégica y revolucionaria de la lucha. Si no se lucha por su obtención no alcanzaremos el poder hegemónico ni seremos capaces de construir una nueva sociedad bajo los signos rectores de la filosofía de la praxis, y en esa línea de pensamiento y acción el Che ocupa un espacio indiscutible que es necesario divulgar para acabar con “los asombros”, sin magnificarlo ni hacerlo extraterrenal.

La obra del Che parte de los años de su formación política con ejes temáticos y disciplinas insoslayables desarrolladas en su etapa de madurez intelectual, esta última vinculada esencialmente a su actividad práctica como dirigente de la Revolución cubana. Existe entre esas etapas una continuidad teórica y aunque se realiza en un breve tiempo el resultado es muy coherente, al irrumpir como un teórico de la revolución mediante una obra dinámica que contiene una dialéctica del cambio y una concepción estratégica, expresión cualitativa de su marxismo creador.

En ese espíritu renovador y crítico es que se ha asumido el ordenamiento de su obra, avalado por un proceso investigativo y de rescate de documentos inéditos invaluables, para ofrecer un producto lo más acabado posible de su trayectoria revolucionaria y de su pensamiento, que nos acerca actualmente a la edición de más de dieciséis títulos, que abarcan desde la recuperación de la memoria histórica hasta los más polémicos y sugerentes, en total consonancia con los tiempos actuales de fuertes debates y definiciones necesarias».

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Retos de la transición socialista en Cuba (1961-1965)

Ernesto Che Guevara
Selección e introducción: María del Carmen Ariet García

Antología que reúne los conceptos esenciales del pensamiento del Che Guevara sobre la construcción del socialismo en Cuba. Ordenados de manera cronológica, los discursos y escritos contenidos en esta compilación, revelan la acción teórica y práctica del Che en el desarrollo de la transición socialista en Cuba. Más información sobre este libro »

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Por Carlos althaus - Monday, Nov. 01, 2010 at 8:35 PM
elmorodetreveris@gmail.com

Los retos del Che siguen siendo retos para América Latina hoy

«Siempre visualizo al Che como un adelantado, luchando contra el dogmatismo y el quietismo, en un proceso revolucionario como el cubano que había alcanzado su poder precisamente por medio de decisiones radicales, con un proyecto autóctono muy nuestro y expresión de lo más avanzado en el largo camino por el que tuvimos que transitar para obtener nuestra soberanía», expresa en esta entrevista la doctora en Ciencias Históricas e investigadora cubana María del Carmen Ariet, coordinadora científica del Centro de Estudios Che Guevara.

Conocida mundialmente por ser quien organizó y ejecutó la investigación socio-histórica que finalizó con el hallazgo, en 1997, de los restos del Che y de sus compañeros de la guerrilla en Bolivia, Ariet expone el alcance continental de las ideas guevarianas: «Muchas de sus posiciones y acciones llevadas a cabo dentro de la realidad cubana se convirtieron en tácticas y estrategias pensadas también para que sirvieran de experiencias a procesos revolucionarios futuros y con similares características al nuestro».

Ariet demuestra que en el pensamiento del Che se encuentran las claves de ese mundo, mejor y posible, al que tantos aspiramos: «No nos damos cuenta de que el tiempo se nos agota y que se hace necesario y casi urgente abogar por un cambio de correlación de fuerzas en el planeta que permita una organización más humanizada del acceso a los recursos de manera igualitaria, unas relaciones económicas más flexibles y abiertas entre las principales regiones del mundo y la creación de instituciones políticas que representen los intereses sociales a escala mundial».

María del Carmen Ariet es autora y de los libros Pensamiento político de Ernesto Che Guevara, Pensamiento del Che y Lecturas y reflexiones sobre el Che. Ha compilado y prologado libros como Justicia Global; América Latina, despertar de un continente; Punta del Este; Che Guevara presente; Apuntes críticos a la economía política; El socialismo y el hombre en Cuba; Notas de viaje y Otra vez, muchos de ellos ediciones del Proyecto editorial Che Guevara, desarrollado por el Centro de Estudios Che Guevara y las editoriales Ocean Press y Ocean Sur.

Reconocida como una de las personas más conocedoras de la vida y la obra de Ernesto Che Guevara en el mundo, la investigadora accedió amablemente a conversar sobre el libro Retos de la transición socialista en Cuba (1961-1965), antología que reúne los conceptos esenciales del pensamiento guevariano sobre la construcción del socialismo en Cuba a través de discursos y escritos del Che, ordenados cronológicamente. Estas reflexiones que emanan del debate, la polémica y su “asombrosa” proyección de futuro, resultan fundamentales no solo para comprender, sino para emprender los nuevos caminos de transformación social que, aunque sustentados en un auténtico pensamiento socialista y marxista, tienen el reto de no excluir lo autóctono de cada proceso, cada lugar, cada cultura.

En estos tiempos, una antología que exponga tales retos se convierte en un valioso documento histórico, en una mirada crítica al presente y una formidable luz hacia un futuro por el que se lucha más que nunca en Latinoamérica. De estos y otros temas conversamos con María del Carmen Ariet.

¿Qué importancia le concede al hecho de que, precisamente en estos tiempos de cambio en América Latina, aparezca un libro como Retos de la transición socialista en Cuba (1961-1965), que contiene el núcleo de lo que fuera para el Che el socialismo en Cuba?

—En estos tiempos, después de años inciertos, de retrocesos y de nuevas búsquedas en los movimientos revolucionarios y sociales, se percibe como una necesidad casi obligada de que todas esas fuerzas de avanzada reconstruyan las nuevas alternativas de poder bajo una mirada escrutadora del legado histórico dejado por procesos que, como el cubano, apostaron por una transformación radical y consecuente de sus estructuras de dominación, signada por el socialismo y enfrentada a un agresivo poder hegemónico imperialista.

Esas pudieran ser razones suficientes para conocer una experiencia histórica, revolucionaria y transgresora, que por sus particularidades y dinámica propia consiguió ser referente casi obligado de los movimientos de liberación que desde las regiones más atrasadas del mundo se plantearon alcanzar sociedades más humanas y dignas. Sin embargo, existen razones más abarcadoras que no se ciñen a las enunciadas y que tienen que ver con la validez y la necesidad del surgimiento de nuevos proyectos de cambio que, como Cuba, se planteen como alternativa la vía socialista como parte de un nuevo orden mundial, conscientes de los errores y dificultades por los que transitó el denominado “socialismo real”, pero por encima de todo ello sabedores de que solo mediante una acertada transición socialista, sin calco ni copia —como pedía Carlos Mariátegui—, se podrá enfrentar un poder omnímodo como el actual, capaz de hacer desaparecer al mundo con tal de no perder su poderío.

Pensemos brevemente en las dimensiones por las que transitó el Che en su carácter de actor revolucionario y de pensador, y se verá con claridad su trascendencia al dejar sentado un análisis crítico del imperialismo y el capitalismo con un involucramiento activo, sumado a sus reflexiones en torno a la transición socialista. Son, a no dudar, principios activos en la política revolucionaria contemporánea que nos permiten plantearnos múltiples estrategias y tácticas, aun cuando él era consciente de las variaciones históricas y de la contextualización de determinadas posiciones y acciones que debió asumir en su tiempo.

En el plano particular, ajustándonos al contenido del libro, y teniendo en cuenta lo expresado anteriormente, aunque su estructura se diseñó con el objetivo de ordenar el cuerpo teórico y práctico de lo expuesto por el Che en años tan decisivos de la transición socialista en Cuba (1961-1965), es importante remarcar que su sólida formación teórica y política, su dedicación y entrega al proyecto revolucionario cubano, y su experiencia adquirida como dirigente de la Revolución cubana en sus vínculos con los países socialistas, los partidos comunistas del mundo y con los dirigentes de los principales movimientos de liberación de su época, se conjugan para entregarnos un legado que representa un nexo obligado para los futuros cambios que debían producirse en el mundo».

“MAYÚSCULA AMÉRICA”

Siempre he pensado que su pensamiento y su obra miraban hacia el futuro con la experiencia del presente sin ataduras ni dogmas, con el espíritu puesto en un quehacer mayor, en el que participaría lo más avanzado de la humanidad toda y, sin lugar a dudas, en ese espacio América Latina ocupaba un lugar preponderante en sus aspiraciones de alcanzar un verdadero proyecto de cambio en el continente.

En el caso de Latinoamérica, si alguien estaba preparado para percibir un futuro de cambios era el Che, porque demostró su sentido de pertenencia desde que en épocas tempranas de su juventud fue atrapado por esa “Mayúscula América”, de la que nunca quiso salir por voluntad propia, y a la que le entregó lo mejor de sí. Es cierto que sus tesis más avanzadas apuntaban hacia la unidad tricontinental y de lucha global, pero nunca dejó de ser un actor principal en la región al vislumbrar una América integrada, apta para enfrentar las transformaciones a partir de los procesos revolucionarios que necesariamente se debían asumir como parte de los caminos de la lucha contra el poder del capital, basados en el surgimiento de un nuevo hombre, donde primara la solidaridad y la justicia social como base de la plena emancipación humana, lo que renueva el contenido moral en la política.

Esos enunciados por sí solos hablan permanentemente y para todos los tiempos de la herencia dejada por el Che y que estamos en la obligación ética de conocer y estudiar no solo como punto de partida, sino como ejes y principios que mantienen un valor per se en los nuevos espacios de poder y en los que surgirán sin dudas de ningún tipo, porque no se puede perder de vista que la perspectiva revolucionaria del Che se sitúa en la lucha de todos y entre todos por cambiar el mundo».

A su criterio, ¿dónde radica la validez del pensamiento del Che sobre la transición socialista para la realidad cubana actual?

—El “asombro” ante la vigencia de los “llamados” del Che sobre la transición socialista se debe esencialmente a que existe, en general, un desconocimiento de su papel en Cuba sobre el difícil reto que significó asumir el socialismo, la multiplicidad de sus responsabilidades y el tremendo esfuerzo que realizó para teorizar sobre muchos de los problemas que existían y se debatían en torno a los modos y maneras de cómo realizar la construcción socialista.

A ello habría que sumarle elementos vitales para entender la magnitud de la empresa, porque muchas de sus posiciones y acciones llevadas a cabo dentro de la realidad cubana se convirtieron en su caso en tácticas y estrategias diseñadas no solo para la realidad de nuestro país, sino que fueron pensadas también para que sirvieran de experiencias a procesos revolucionarios futuros y con similares características al nuestro, si se tiene en cuenta además los problemas que desde esa época se manifestaban en los países socialistas y que con tanta exactitud pronosticó, muy a su pesar.

Como podrás darte cuenta, estamos hablando de una suma de factores en extremo complejos, que por sí solos generaban y motivaban la polémica y el debate, porque se ubicaban no solo en cómo ejecutar, sino en cómo repensar el socialismo en un contexto específico, lo que constituía para muchos una osadía y peor una herejía, olvidándose, como ha afirmado Alfredo Guevara, del carácter revolucionario del hereje.

Siempre visualizo al Che en esa época como un adelantado, luchando contra el dogmatismo y el quietismo, en un proceso revolucionario como el cubano que había alcanzado su poder precisamente por medio de decisiones radicales, con un proyecto autóctono muy nuestro, expresión de lo más avanzado en el largo camino por el que tuvimos que transitar para obtener nuestra soberanía.

En ese proyecto, pensado y defendido por nuestra vanguardia revolucionaria, encabezada por Fidel y su liderazgo indiscutible, el Che fue un factor relevante porque llega a nosotros después de transitar y conocer profundamente la realidad lacerante de nuestro continente y de haberse decidido por el camino de la revolución, ya para esa época con un apellido: socialista. Con eso quiero indicar que nadie más preparado que el Che para impulsar un proyecto tan radical como el cubano, apoyado además en su preparación teórica marcada por la filosofía y en particular por el marxismo y su filosofía de la praxis, componentes que constituirían la columna vertebral de su pensamiento y acción.

Aunque expuesto a grandes rasgos, lo anterior es en extremo importante para convertir el reto de la transición en un reto de cada uno de nosotros por conocer y entender el verdadero legado del Che acerca de la transición socialista y por qué fue el centro de sus ideas y posiciones más preclaras.

Afirmaciones como el marxismo creador del Che y dentro de ello el papel central que tenía que desempeñar el hombre, juzgadas como una de sus mayores contribuciones, se adentran precisamente en el plano de cómo y de qué forma se debía enfrentar una revolución socialista, convencido de que no se produce mecánicamente, sino que como premisa esencial debe ser construida por medio de la actividad humana y donde la transformación de la conciencia es parte inseparable del proceso, aspectos que a su juicio se habían relegado no solo de la terminología marxista imperante en los países socialistas y su consiguiente vulgarización de categorías teórico-políticas —olvidándose de premisas esenciales desarrolladas por Marx—, sino además por su comportamiento e involución que provocaron la crisis y la restauración paulatina del capitalismo.

»explica por qué para el Che la transición no podía verse como un esquema lineal, tenía necesariamente que transitar hacia un cambio total y abarcador de todas las dimensiones de la existencia humana y su base no podía apoyarse restrictivamente en una socialización económica, sino que tenía que concebirse en su sentido sociológico y político como un proceso simultáneo».

RETOS PARA TODO PROCESO NUEVO

Si analizamos detenidamente los discursos y escritos seleccionados en el libro que presentamos, más allá de contextos específicos y hechos puntuales que no alcanzaron un desarrollo sistemático, en todos se percibe la esencia de sus posiciones conceptuales y prácticas en un esfuerzo extraordinario por dejar una síntesis teórica de las cuestiones cruciales de la transición referidas a Cuba, marcadas por la acción humana como el centro y en la que se inserta la conciencia, la organización disciplinada y la claridad ideológica como lo verdadero y auténticamente transformador y revolucionario, encaminado a un proceso de emancipación de los individuos válido para cualquier movimiento socialista a escala mundial, pero sin perder su carácter nacional, más allá del internacionalismo y la solidaridad política y sobre todo con la advertencia de que cada proceso debe asumirse a partir de sus realidades y de la decisión colectiva para encontrar sus vías: recuerden su prevención de que no todo había que copiarlo ni era válido y que se debían encontrar las especificidades propias.

Aun cuando el tiempo no le alcanzó para sistematizar su pensamiento por la urgencia de la lucha, el hecho de dejar esclarecidas ideas y acciones emanadas de la práctica cotidiana, nos acerca a un modelo propio de socialismo a alcanzar y que abarca un proyecto de nación que debe construir un nuevo ser humano con una nueva ética, afianzada en una educación masiva del pueblo capaz de generar un proyecto de consenso libertario con la intervención consciente de las masas en contra del autoritarismo, de la burocracia y las brechas que pudieran abrirse entre la dirigencia y el pueblo, poniendo en riesgo el proyecto.

Por eso no faltan las definiciones esclarecedoras sobre el socialismo, ahí está su fórmula de producción más conciencia, que apunta a hacernos entender que el socialismo tiene que demostrar su superioridad, pero nunca con herramientas melladas del capitalismo, hay que producir no solo para entregar bienes materiales al pueblo, cuestión de hecho vital, pero hay que insistir en su esencia consciente donde el hombre sea capaz de entregar lo mejor de sí, como la obligación moral que nos corresponde a cada uno como deber social. No debemos olvidarnos cuando nos advierte que el hombre debe transformarse conjuntamente con la producción, porque de nada nos vale que fuéramos productores de artículos y no fuéramos a la vez productores de hombre.

Si esos ejes son analizados bajo el prisma de la realidad cubana actual, después de cincuenta años de revolución, tamizados por nuestros propios problemas y errores internos, así como la traslación de los de carácter externo copiados del llamado modelo soviético, sin lugar a dudas sorprende la exigencia y el rigor del ejemplo y las enseñanzas dejadas personalmente por el Che para transitar por una sociedad heredera de una conciencia del pasado muy difícil de destruir, pero que se puede transformar si entre todos luchamos por alcanzar una plena democracia participativa, conscientes de nuestras responsabilidades y deberes mediante la disciplina y la autoridad que emana de una dirección que se involucra en el trabajo y la vida cotidiana y que enseña dando ejemplo, no por decreto o mandato, con una organización del trabajo como base de la productividad, requisito indispensable para el desarrollo económico del futuro y para desterrar el capitalismo.

Por supuesto, en su actuar está presente una práctica ética que marcó su influencia política no a partir del engrandecimiento individual, sino por su concepto de la ética de la política que lo condujeron, en el plano interno, a enfrentar críticamente a la burocracia, al sindicalismo y a todo el pensamiento sectario, a defender a un partido capaz de ejercer funciones en lo interno y en lo externo, al conjugar la acción política y su acción educativa para obtener un nivel más alto de cultura general para sus cuadros en su funcionamiento democrático y participativo con el objetivo de eliminar la corrupción, la doble moral, la economía burocrática y no socializada y la demagogia.

Es cierto que llegar a alcanzar todo esto no ha sido ni es tarea fácil, cuesta años de sacrificio y trabajo, de avances y retrocesos, de incomprensiones y dudas, pero aunque yo no lo alcance a ver recuerdo al Che cuando miraba hacia ese futuro y nos expresaba que alguna señal queda de lo que hicimos “en ese bello edificio que estamos empezando a construir” y que esa es la recompensa de un verdadero revolucionario.

Siguen siendo retos para todo proceso nuevo que surja al estar obligados a barrer con un pasado donde la dominación imperial y las relaciones de clase permanecen en el centro de las disputas políticas. Concebir una estrategia de lucha integral, la conquista del poder político, la hegemonía del poder apoyada en un amplio consenso y la creación de una sociedad nueva son problemas difíciles y no existen recetas para solucionarlos, pero hay experiencias que indican la importancia de la ética en el socialismo y la formación de hombres que asumen los nuevos proyectos, porque sin socialistas no puede haber socialismo».

¿Cree usted que se asumen el pensamiento y la ética del Che en el actual mundo individualista y enajenado en que se vive?

—Creo que la enumeración última puede ayudarnos a entender por qué en un mundo enajenado, consumista y en crisis, muchas banderas se enarbolen con la imagen del Che como el símbolo tangible de la rebeldía. Pudiera pensarse que muchos lo asumen por agotamiento y lógica, ávidos de asirse a algo que los aleje del abismo en que se encuentran prisioneros de un sistema que cada día en su devenir profundiza las desigualdades e impide la capacidad de los pueblos y naciones para actuar y poder construir un proyecto social alternativo y anticapitalista.

¿Se podrá transitar por ese proceso?, ¿se podrá luchar conscientemente contra la explotación económica y la dominación política y cultural? Son preguntas que desesperanzadoramente muchos no se hacen o quizás no se hacían, porque los tiempos de crisis nos catapultan a posiciones impensadas. De pronto ese poder omnímodo que emana de los centros de poder del capitalismo actual y que definen el marco en que opera la ley del valor que rige en el mundo, se nos presenta como el eje del mal que nos anula y limita en nuestros espacios naturales, imponiendo una jerarquía más desigual que ninguna otra por las que se ha transitado.

¿Podemos, queremos y es posible construir un proyecto alternativo y humanista, socialista por demás, a pesar de los errores y dificultades por las que transitaron experiencias anteriores? La pregunta muchas veces se diluye, no se enfrenta o se pasa por alto, y no nos damos cuenta que el tiempo se nos agota y que se hace necesario y casi urgente abogar por un cambio de correlación de fuerzas en el planeta que permita una organización más humanizada del acceso a los recursos de manera igualitaria, relaciones económicas más flexibles y abiertas entre las principales regiones del mundo y la creación de instituciones políticas que representen los intereses sociales a escala mundial.

Aunque también parezca asombroso, todos esos indicadores fueron expuestos y analizados por el Che en tribunas internacionales en esos años decisivos de los sesenta y pasados por alto —al no avenirse a los intereses y estrategias de los que estaban en el deber de sustentarlos—, sin embargo todo nuevo proyecto está en la obligación de reconstruir los valores universales desvirtuados por el capitalismo e intentar modelar una política de desarrollo que responda a las necesidades de la mayoría, contra la discriminación, contra las desigualdades y la dependencia de las naciones, que luche por frenar el deterioro del planeta, por acabar con la explotación económica, la opresión política y la dominación cultural mediante la socialización del saber y que su razón de ser y su fin último sea crear un hombre nuevo más avanzado y mejor, capaz de luchar por la igualdad, la justicia social, la dignidad humana y la defensa de sus derechos. Ahí está, con una total validez, su ensayo mayor El socialismo y el hombre en Cuba, síntesis preclara de lo que afirmamos y que cumplirá cuarenta y cinco años de haberse publicado en marzo del próximo año, al que estamos comprometidos a volver una y otra vez y a divulgarlo y estudiarlo en fecha tan especial.

Sin dudas, el compromiso es de todos sin distinción, porque estamos frente a una disyuntiva impostergable. En particular a “las izquierdas” les corresponde interrogarse a sí mismas, buscar espacios perdidos, avanzar y unirse a la resistencia que se levanta y enfrenta el pensamiento único. Yo estoy convencida, aunque parezcan adversos los tiempos, de que el Che y todos los que han contribuido con su pensamiento y acción a marcarnos los caminos de la lucha por la emancipación de la humanidad, mantienen su validez en los cambios que obligatoriamente se vislumbran y no solo en los por venir, ahí están los países del ALBA y sus presidentes dando un ejemplo de dignidad y soberanía y de plena continuidad con el legado histórico de Bolívar, Martí, el Che y Fidel».

En un entorno mundial donde la información se monopoliza por los grandes centros de poder y son difíciles las iniciativas contrahegemónicas, ¿cómo valora el Proyecto Editorial Che Guevara?

—Si asumimos el contenido de las afirmaciones anteriores, creo hoy más que nunca en un proyecto editorial como el que desde el Centro de Estudios Che Guevara y la Editorial Ocean Sur se han propuesto desarrollar en torno a la vida y la obra del Che.

Es real y asfixiante el poder de la información monopolizada por los grandes centros de poder, pero también es cierto que a pesar de las dificultades y limitaciones materiales, a partir de los avances tecnológicos empleados también por nosotros —muy a su pesar—, se están abriendo espacios alternativos que ganan en credibilidad y afianzan las iniciativas contrahegemónicas basadas en un principio marxista y guevariano: la transformación de la conciencia como precepto inseparable de los cambios estructurales.

Es imprescindible asumir a Gramsci cuando reafirmaba la necesidad de un cambio total que abarcara la política, la cultura, las relaciones sociales, la ideología, entre otros factores sustanciales, como concepción estratégica y revolucionaria de la lucha. Si no se lucha por su obtención no alcanzaremos el poder hegemónico ni seremos capaces de construir una nueva sociedad bajo los signos rectores de la filosofía de la praxis, y en esa línea de pensamiento y acción el Che ocupa un espacio indiscutible que es necesario divulgar para acabar con “los asombros”, sin magnificarlo ni hacerlo extraterrenal.

La obra del Che parte de los años de su formación política con ejes temáticos y disciplinas insoslayables desarrolladas en su etapa de madurez intelectual, esta última vinculada esencialmente a su actividad práctica como dirigente de la Revolución cubana. Existe entre esas etapas una continuidad teórica y aunque se realiza en un breve tiempo el resultado es muy coherente, al irrumpir como un teórico de la revolución mediante una obra dinámica que contiene una dialéctica del cambio y una concepción estratégica, expresión cualitativa de su marxismo creador.

En ese espíritu renovador y crítico es que se ha asumido el ordenamiento de su obra, avalado por un proceso investigativo y de rescate de documentos inéditos invaluables, para ofrecer un producto lo más acabado posible de su trayectoria revolucionaria y de su pensamiento, que nos acerca actualmente a la edición de más de dieciséis títulos, que abarcan desde la recuperación de la memoria histórica hasta los más polémicos y sugerentes, en total consonancia con los tiempos actuales de fuertes debates y definiciones necesarias».

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Retos de la transición socialista en Cuba (1961-1965)

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notas adjuntas al respecto
Por Carlos althaus - Monday, Nov. 01, 2010 at 8:35 PM
elmorodetreveris@gmail.com

Los retos del Che siguen siendo retos para América Latina hoy

«Siempre visualizo al Che como un adelantado, luchando contra el dogmatismo y el quietismo, en un proceso revolucionario como el cubano que había alcanzado su poder precisamente por medio de decisiones radicales, con un proyecto autóctono muy nuestro y expresión de lo más avanzado en el largo camino por el que tuvimos que transitar para obtener nuestra soberanía», expresa en esta entrevista la doctora en Ciencias Históricas e investigadora cubana María del Carmen Ariet, coordinadora científica del Centro de Estudios Che Guevara.

Conocida mundialmente por ser quien organizó y ejecutó la investigación socio-histórica que finalizó con el hallazgo, en 1997, de los restos del Che y de sus compañeros de la guerrilla en Bolivia, Ariet expone el alcance continental de las ideas guevarianas: «Muchas de sus posiciones y acciones llevadas a cabo dentro de la realidad cubana se convirtieron en tácticas y estrategias pensadas también para que sirvieran de experiencias a procesos revolucionarios futuros y con similares características al nuestro».

Ariet demuestra que en el pensamiento del Che se encuentran las claves de ese mundo, mejor y posible, al que tantos aspiramos: «No nos damos cuenta de que el tiempo se nos agota y que se hace necesario y casi urgente abogar por un cambio de correlación de fuerzas en el planeta que permita una organización más humanizada del acceso a los recursos de manera igualitaria, unas relaciones económicas más flexibles y abiertas entre las principales regiones del mundo y la creación de instituciones políticas que representen los intereses sociales a escala mundial».

María del Carmen Ariet es autora y de los libros Pensamiento político de Ernesto Che Guevara, Pensamiento del Che y Lecturas y reflexiones sobre el Che. Ha compilado y prologado libros como Justicia Global; América Latina, despertar de un continente; Punta del Este; Che Guevara presente; Apuntes críticos a la economía política; El socialismo y el hombre en Cuba; Notas de viaje y Otra vez, muchos de ellos ediciones del Proyecto editorial Che Guevara, desarrollado por el Centro de Estudios Che Guevara y las editoriales Ocean Press y Ocean Sur.

Reconocida como una de las personas más conocedoras de la vida y la obra de Ernesto Che Guevara en el mundo, la investigadora accedió amablemente a conversar sobre el libro Retos de la transición socialista en Cuba (1961-1965), antología que reúne los conceptos esenciales del pensamiento guevariano sobre la construcción del socialismo en Cuba a través de discursos y escritos del Che, ordenados cronológicamente. Estas reflexiones que emanan del debate, la polémica y su “asombrosa” proyección de futuro, resultan fundamentales no solo para comprender, sino para emprender los nuevos caminos de transformación social que, aunque sustentados en un auténtico pensamiento socialista y marxista, tienen el reto de no excluir lo autóctono de cada proceso, cada lugar, cada cultura.

En estos tiempos, una antología que exponga tales retos se convierte en un valioso documento histórico, en una mirada crítica al presente y una formidable luz hacia un futuro por el que se lucha más que nunca en Latinoamérica. De estos y otros temas conversamos con María del Carmen Ariet.

¿Qué importancia le concede al hecho de que, precisamente en estos tiempos de cambio en América Latina, aparezca un libro como Retos de la transición socialista en Cuba (1961-1965), que contiene el núcleo de lo que fuera para el Che el socialismo en Cuba?

—En estos tiempos, después de años inciertos, de retrocesos y de nuevas búsquedas en los movimientos revolucionarios y sociales, se percibe como una necesidad casi obligada de que todas esas fuerzas de avanzada reconstruyan las nuevas alternativas de poder bajo una mirada escrutadora del legado histórico dejado por procesos que, como el cubano, apostaron por una transformación radical y consecuente de sus estructuras de dominación, signada por el socialismo y enfrentada a un agresivo poder hegemónico imperialista.

Esas pudieran ser razones suficientes para conocer una experiencia histórica, revolucionaria y transgresora, que por sus particularidades y dinámica propia consiguió ser referente casi obligado de los movimientos de liberación que desde las regiones más atrasadas del mundo se plantearon alcanzar sociedades más humanas y dignas. Sin embargo, existen razones más abarcadoras que no se ciñen a las enunciadas y que tienen que ver con la validez y la necesidad del surgimiento de nuevos proyectos de cambio que, como Cuba, se planteen como alternativa la vía socialista como parte de un nuevo orden mundial, conscientes de los errores y dificultades por los que transitó el denominado “socialismo real”, pero por encima de todo ello sabedores de que solo mediante una acertada transición socialista, sin calco ni copia —como pedía Carlos Mariátegui—, se podrá enfrentar un poder omnímodo como el actual, capaz de hacer desaparecer al mundo con tal de no perder su poderío.

Pensemos brevemente en las dimensiones por las que transitó el Che en su carácter de actor revolucionario y de pensador, y se verá con claridad su trascendencia al dejar sentado un análisis crítico del imperialismo y el capitalismo con un involucramiento activo, sumado a sus reflexiones en torno a la transición socialista. Son, a no dudar, principios activos en la política revolucionaria contemporánea que nos permiten plantearnos múltiples estrategias y tácticas, aun cuando él era consciente de las variaciones históricas y de la contextualización de determinadas posiciones y acciones que debió asumir en su tiempo.

En el plano particular, ajustándonos al contenido del libro, y teniendo en cuenta lo expresado anteriormente, aunque su estructura se diseñó con el objetivo de ordenar el cuerpo teórico y práctico de lo expuesto por el Che en años tan decisivos de la transición socialista en Cuba (1961-1965), es importante remarcar que su sólida formación teórica y política, su dedicación y entrega al proyecto revolucionario cubano, y su experiencia adquirida como dirigente de la Revolución cubana en sus vínculos con los países socialistas, los partidos comunistas del mundo y con los dirigentes de los principales movimientos de liberación de su época, se conjugan para entregarnos un legado que representa un nexo obligado para los futuros cambios que debían producirse en el mundo».

“MAYÚSCULA AMÉRICA”

Siempre he pensado que su pensamiento y su obra miraban hacia el futuro con la experiencia del presente sin ataduras ni dogmas, con el espíritu puesto en un quehacer mayor, en el que participaría lo más avanzado de la humanidad toda y, sin lugar a dudas, en ese espacio América Latina ocupaba un lugar preponderante en sus aspiraciones de alcanzar un verdadero proyecto de cambio en el continente.

En el caso de Latinoamérica, si alguien estaba preparado para percibir un futuro de cambios era el Che, porque demostró su sentido de pertenencia desde que en épocas tempranas de su juventud fue atrapado por esa “Mayúscula América”, de la que nunca quiso salir por voluntad propia, y a la que le entregó lo mejor de sí. Es cierto que sus tesis más avanzadas apuntaban hacia la unidad tricontinental y de lucha global, pero nunca dejó de ser un actor principal en la región al vislumbrar una América integrada, apta para enfrentar las transformaciones a partir de los procesos revolucionarios que necesariamente se debían asumir como parte de los caminos de la lucha contra el poder del capital, basados en el surgimiento de un nuevo hombre, donde primara la solidaridad y la justicia social como base de la plena emancipación humana, lo que renueva el contenido moral en la política.

Esos enunciados por sí solos hablan permanentemente y para todos los tiempos de la herencia dejada por el Che y que estamos en la obligación ética de conocer y estudiar no solo como punto de partida, sino como ejes y principios que mantienen un valor per se en los nuevos espacios de poder y en los que surgirán sin dudas de ningún tipo, porque no se puede perder de vista que la perspectiva revolucionaria del Che se sitúa en la lucha de todos y entre todos por cambiar el mundo».

A su criterio, ¿dónde radica la validez del pensamiento del Che sobre la transición socialista para la realidad cubana actual?

—El “asombro” ante la vigencia de los “llamados” del Che sobre la transición socialista se debe esencialmente a que existe, en general, un desconocimiento de su papel en Cuba sobre el difícil reto que significó asumir el socialismo, la multiplicidad de sus responsabilidades y el tremendo esfuerzo que realizó para teorizar sobre muchos de los problemas que existían y se debatían en torno a los modos y maneras de cómo realizar la construcción socialista.

A ello habría que sumarle elementos vitales para entender la magnitud de la empresa, porque muchas de sus posiciones y acciones llevadas a cabo dentro de la realidad cubana se convirtieron en su caso en tácticas y estrategias diseñadas no solo para la realidad de nuestro país, sino que fueron pensadas también para que sirvieran de experiencias a procesos revolucionarios futuros y con similares características al nuestro, si se tiene en cuenta además los problemas que desde esa época se manifestaban en los países socialistas y que con tanta exactitud pronosticó, muy a su pesar.

Como podrás darte cuenta, estamos hablando de una suma de factores en extremo complejos, que por sí solos generaban y motivaban la polémica y el debate, porque se ubicaban no solo en cómo ejecutar, sino en cómo repensar el socialismo en un contexto específico, lo que constituía para muchos una osadía y peor una herejía, olvidándose, como ha afirmado Alfredo Guevara, del carácter revolucionario del hereje.

Siempre visualizo al Che en esa época como un adelantado, luchando contra el dogmatismo y el quietismo, en un proceso revolucionario como el cubano que había alcanzado su poder precisamente por medio de decisiones radicales, con un proyecto autóctono muy nuestro, expresión de lo más avanzado en el largo camino por el que tuvimos que transitar para obtener nuestra soberanía.

En ese proyecto, pensado y defendido por nuestra vanguardia revolucionaria, encabezada por Fidel y su liderazgo indiscutible, el Che fue un factor relevante porque llega a nosotros después de transitar y conocer profundamente la realidad lacerante de nuestro continente y de haberse decidido por el camino de la revolución, ya para esa época con un apellido: socialista. Con eso quiero indicar que nadie más preparado que el Che para impulsar un proyecto tan radical como el cubano, apoyado además en su preparación teórica marcada por la filosofía y en particular por el marxismo y su filosofía de la praxis, componentes que constituirían la columna vertebral de su pensamiento y acción.

Aunque expuesto a grandes rasgos, lo anterior es en extremo importante para convertir el reto de la transición en un reto de cada uno de nosotros por conocer y entender el verdadero legado del Che acerca de la transición socialista y por qué fue el centro de sus ideas y posiciones más preclaras.

Afirmaciones como el marxismo creador del Che y dentro de ello el papel central que tenía que desempeñar el hombre, juzgadas como una de sus mayores contribuciones, se adentran precisamente en el plano de cómo y de qué forma se debía enfrentar una revolución socialista, convencido de que no se produce mecánicamente, sino que como premisa esencial debe ser construida por medio de la actividad humana y donde la transformación de la conciencia es parte inseparable del proceso, aspectos que a su juicio se habían relegado no solo de la terminología marxista imperante en los países socialistas y su consiguiente vulgarización de categorías teórico-políticas —olvidándose de premisas esenciales desarrolladas por Marx—, sino además por su comportamiento e involución que provocaron la crisis y la restauración paulatina del capitalismo.

»explica por qué para el Che la transición no podía verse como un esquema lineal, tenía necesariamente que transitar hacia un cambio total y abarcador de todas las dimensiones de la existencia humana y su base no podía apoyarse restrictivamente en una socialización económica, sino que tenía que concebirse en su sentido sociológico y político como un proceso simultáneo».

RETOS PARA TODO PROCESO NUEVO

Si analizamos detenidamente los discursos y escritos seleccionados en el libro que presentamos, más allá de contextos específicos y hechos puntuales que no alcanzaron un desarrollo sistemático, en todos se percibe la esencia de sus posiciones conceptuales y prácticas en un esfuerzo extraordinario por dejar una síntesis teórica de las cuestiones cruciales de la transición referidas a Cuba, marcadas por la acción humana como el centro y en la que se inserta la conciencia, la organización disciplinada y la claridad ideológica como lo verdadero y auténticamente transformador y revolucionario, encaminado a un proceso de emancipación de los individuos válido para cualquier movimiento socialista a escala mundial, pero sin perder su carácter nacional, más allá del internacionalismo y la solidaridad política y sobre todo con la advertencia de que cada proceso debe asumirse a partir de sus realidades y de la decisión colectiva para encontrar sus vías: recuerden su prevención de que no todo había que copiarlo ni era válido y que se debían encontrar las especificidades propias.

Aun cuando el tiempo no le alcanzó para sistematizar su pensamiento por la urgencia de la lucha, el hecho de dejar esclarecidas ideas y acciones emanadas de la práctica cotidiana, nos acerca a un modelo propio de socialismo a alcanzar y que abarca un proyecto de nación que debe construir un nuevo ser humano con una nueva ética, afianzada en una educación masiva del pueblo capaz de generar un proyecto de consenso libertario con la intervención consciente de las masas en contra del autoritarismo, de la burocracia y las brechas que pudieran abrirse entre la dirigencia y el pueblo, poniendo en riesgo el proyecto.

Por eso no faltan las definiciones esclarecedoras sobre el socialismo, ahí está su fórmula de producción más conciencia, que apunta a hacernos entender que el socialismo tiene que demostrar su superioridad, pero nunca con herramientas melladas del capitalismo, hay que producir no solo para entregar bienes materiales al pueblo, cuestión de hecho vital, pero hay que insistir en su esencia consciente donde el hombre sea capaz de entregar lo mejor de sí, como la obligación moral que nos corresponde a cada uno como deber social. No debemos olvidarnos cuando nos advierte que el hombre debe transformarse conjuntamente con la producción, porque de nada nos vale que fuéramos productores de artículos y no fuéramos a la vez productores de hombre.

Si esos ejes son analizados bajo el prisma de la realidad cubana actual, después de cincuenta años de revolución, tamizados por nuestros propios problemas y errores internos, así como la traslación de los de carácter externo copiados del llamado modelo soviético, sin lugar a dudas sorprende la exigencia y el rigor del ejemplo y las enseñanzas dejadas personalmente por el Che para transitar por una sociedad heredera de una conciencia del pasado muy difícil de destruir, pero que se puede transformar si entre todos luchamos por alcanzar una plena democracia participativa, conscientes de nuestras responsabilidades y deberes mediante la disciplina y la autoridad que emana de una dirección que se involucra en el trabajo y la vida cotidiana y que enseña dando ejemplo, no por decreto o mandato, con una organización del trabajo como base de la productividad, requisito indispensable para el desarrollo económico del futuro y para desterrar el capitalismo.

Por supuesto, en su actuar está presente una práctica ética que marcó su influencia política no a partir del engrandecimiento individual, sino por su concepto de la ética de la política que lo condujeron, en el plano interno, a enfrentar críticamente a la burocracia, al sindicalismo y a todo el pensamiento sectario, a defender a un partido capaz de ejercer funciones en lo interno y en lo externo, al conjugar la acción política y su acción educativa para obtener un nivel más alto de cultura general para sus cuadros en su funcionamiento democrático y participativo con el objetivo de eliminar la corrupción, la doble moral, la economía burocrática y no socializada y la demagogia.

Es cierto que llegar a alcanzar todo esto no ha sido ni es tarea fácil, cuesta años de sacrificio y trabajo, de avances y retrocesos, de incomprensiones y dudas, pero aunque yo no lo alcance a ver recuerdo al Che cuando miraba hacia ese futuro y nos expresaba que alguna señal queda de lo que hicimos “en ese bello edificio que estamos empezando a construir” y que esa es la recompensa de un verdadero revolucionario.

Siguen siendo retos para todo proceso nuevo que surja al estar obligados a barrer con un pasado donde la dominación imperial y las relaciones de clase permanecen en el centro de las disputas políticas. Concebir una estrategia de lucha integral, la conquista del poder político, la hegemonía del poder apoyada en un amplio consenso y la creación de una sociedad nueva son problemas difíciles y no existen recetas para solucionarlos, pero hay experiencias que indican la importancia de la ética en el socialismo y la formación de hombres que asumen los nuevos proyectos, porque sin socialistas no puede haber socialismo».

¿Cree usted que se asumen el pensamiento y la ética del Che en el actual mundo individualista y enajenado en que se vive?

—Creo que la enumeración última puede ayudarnos a entender por qué en un mundo enajenado, consumista y en crisis, muchas banderas se enarbolen con la imagen del Che como el símbolo tangible de la rebeldía. Pudiera pensarse que muchos lo asumen por agotamiento y lógica, ávidos de asirse a algo que los aleje del abismo en que se encuentran prisioneros de un sistema que cada día en su devenir profundiza las desigualdades e impide la capacidad de los pueblos y naciones para actuar y poder construir un proyecto social alternativo y anticapitalista.

¿Se podrá transitar por ese proceso?, ¿se podrá luchar conscientemente contra la explotación económica y la dominación política y cultural? Son preguntas que desesperanzadoramente muchos no se hacen o quizás no se hacían, porque los tiempos de crisis nos catapultan a posiciones impensadas. De pronto ese poder omnímodo que emana de los centros de poder del capitalismo actual y que definen el marco en que opera la ley del valor que rige en el mundo, se nos presenta como el eje del mal que nos anula y limita en nuestros espacios naturales, imponiendo una jerarquía más desigual que ninguna otra por las que se ha transitado.

¿Podemos, queremos y es posible construir un proyecto alternativo y humanista, socialista por demás, a pesar de los errores y dificultades por las que transitaron experiencias anteriores? La pregunta muchas veces se diluye, no se enfrenta o se pasa por alto, y no nos damos cuenta que el tiempo se nos agota y que se hace necesario y casi urgente abogar por un cambio de correlación de fuerzas en el planeta que permita una organización más humanizada del acceso a los recursos de manera igualitaria, relaciones económicas más flexibles y abiertas entre las principales regiones del mundo y la creación de instituciones políticas que representen los intereses sociales a escala mundial.

Aunque también parezca asombroso, todos esos indicadores fueron expuestos y analizados por el Che en tribunas internacionales en esos años decisivos de los sesenta y pasados por alto —al no avenirse a los intereses y estrategias de los que estaban en el deber de sustentarlos—, sin embargo todo nuevo proyecto está en la obligación de reconstruir los valores universales desvirtuados por el capitalismo e intentar modelar una política de desarrollo que responda a las necesidades de la mayoría, contra la discriminación, contra las desigualdades y la dependencia de las naciones, que luche por frenar el deterioro del planeta, por acabar con la explotación económica, la opresión política y la dominación cultural mediante la socialización del saber y que su razón de ser y su fin último sea crear un hombre nuevo más avanzado y mejor, capaz de luchar por la igualdad, la justicia social, la dignidad humana y la defensa de sus derechos. Ahí está, con una total validez, su ensayo mayor El socialismo y el hombre en Cuba, síntesis preclara de lo que afirmamos y que cumplirá cuarenta y cinco años de haberse publicado en marzo del próximo año, al que estamos comprometidos a volver una y otra vez y a divulgarlo y estudiarlo en fecha tan especial.

Sin dudas, el compromiso es de todos sin distinción, porque estamos frente a una disyuntiva impostergable. En particular a “las izquierdas” les corresponde interrogarse a sí mismas, buscar espacios perdidos, avanzar y unirse a la resistencia que se levanta y enfrenta el pensamiento único. Yo estoy convencida, aunque parezcan adversos los tiempos, de que el Che y todos los que han contribuido con su pensamiento y acción a marcarnos los caminos de la lucha por la emancipación de la humanidad, mantienen su validez en los cambios que obligatoriamente se vislumbran y no solo en los por venir, ahí están los países del ALBA y sus presidentes dando un ejemplo de dignidad y soberanía y de plena continuidad con el legado histórico de Bolívar, Martí, el Che y Fidel».

En un entorno mundial donde la información se monopoliza por los grandes centros de poder y son difíciles las iniciativas contrahegemónicas, ¿cómo valora el Proyecto Editorial Che Guevara?

—Si asumimos el contenido de las afirmaciones anteriores, creo hoy más que nunca en un proyecto editorial como el que desde el Centro de Estudios Che Guevara y la Editorial Ocean Sur se han propuesto desarrollar en torno a la vida y la obra del Che.

Es real y asfixiante el poder de la información monopolizada por los grandes centros de poder, pero también es cierto que a pesar de las dificultades y limitaciones materiales, a partir de los avances tecnológicos empleados también por nosotros —muy a su pesar—, se están abriendo espacios alternativos que ganan en credibilidad y afianzan las iniciativas contrahegemónicas basadas en un principio marxista y guevariano: la transformación de la conciencia como precepto inseparable de los cambios estructurales.

Es imprescindible asumir a Gramsci cuando reafirmaba la necesidad de un cambio total que abarcara la política, la cultura, las relaciones sociales, la ideología, entre otros factores sustanciales, como concepción estratégica y revolucionaria de la lucha. Si no se lucha por su obtención no alcanzaremos el poder hegemónico ni seremos capaces de construir una nueva sociedad bajo los signos rectores de la filosofía de la praxis, y en esa línea de pensamiento y acción el Che ocupa un espacio indiscutible que es necesario divulgar para acabar con “los asombros”, sin magnificarlo ni hacerlo extraterrenal.

La obra del Che parte de los años de su formación política con ejes temáticos y disciplinas insoslayables desarrolladas en su etapa de madurez intelectual, esta última vinculada esencialmente a su actividad práctica como dirigente de la Revolución cubana. Existe entre esas etapas una continuidad teórica y aunque se realiza en un breve tiempo el resultado es muy coherente, al irrumpir como un teórico de la revolución mediante una obra dinámica que contiene una dialéctica del cambio y una concepción estratégica, expresión cualitativa de su marxismo creador.

En ese espíritu renovador y crítico es que se ha asumido el ordenamiento de su obra, avalado por un proceso investigativo y de rescate de documentos inéditos invaluables, para ofrecer un producto lo más acabado posible de su trayectoria revolucionaria y de su pensamiento, que nos acerca actualmente a la edición de más de dieciséis títulos, que abarcan desde la recuperación de la memoria histórica hasta los más polémicos y sugerentes, en total consonancia con los tiempos actuales de fuertes debates y definiciones necesarias».

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Retos de la transición socialista en Cuba (1961-1965)

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CHE La planificación socialista
Por transcripto por carlos althaus - Tuesday, Nov. 02, 2010 at 4:21 AM
elmorodetreveris@gmail.com

Documento Descargado desde la "Biblioteca Virtual de Filosofía y Pensamiento Cubanos" http://biblioteca.filosofia.cu/

La planificación socialista, su significado
Ernesto Guevara de la Serna
Guevara de la Serna, Ernesto. "La planificación socialista, su significado". En: Escritos y discursos. Tomo 8. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales. 1977. págs. 61-107
La planificación socialista, su significado

Junio de 1964

En el número 32 de la revista Cuba Socialista, apareció un artículo del compañero Charles Bettelheim, titulado «Formas y métodos de la planificación socialista y nivel de desarrollo de las fuerzas productivas.» Este artículo toca puntos de indudable interés, pero tiene además, para nosotros, la importancia de estar destinado a la defensa del llamado cálculo económico y de las categorías que este sistema supone dentro del sector socialista, tales como el dinero en función del medio de pago, el crédito, la mercancía, &c.

Consideramos que en este artículo se han cometido dos errores fundamentales, cuya precisión trataremos de hacer:

El primero se refiere a la interpretación de la necesaria correlación que debe existir entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. En este punto el compañero Bettelheim toma ejemplos de los clásicos del marxismo.

Fuerzas productivas y relaciones de producción son dos mecanismos que marchan unidos indisolublemente en todos los procesos medios del desarrollo de la sociedad. ¿En qué momentos las relaciones de producción pudieran no ser fiel reflejo del desarrollo de las fuerzas productivas? En los momentos de ascenso de una sociedad que avanza sobre la anterior para romperla y en los momentos de ruptura de la vieja sociedad, cuando la nueva, cuyas relaciones de producción serán implantadas, lucha por consolidarse y destrozar la antigua superestructura. De esta manera, no siempre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, en un momento histórico dado, analizado concretamente, podrán corresponder en una forma totalmente congruente. Tal es, precisamente, la tesis que permitía a Lenin decir que sí era una revolución socialista la de Octubre, y en un momento dado plantear, sin embargo, que debía irse al capitalismo de estado y preconizar cautela en las relaciones con los campesinos. El porqué del planteamiento de Lenin está expresado precisamente en su gran descubrimiento del desarrollo del sistema mundial del capitalismo.

Dice Bettelheim:


...la palanca decisiva para modificar el comportamiento de los hombres está constituida por los cambios aportados a la producción y su organización. La educación tiene esencialmente por misión hacer desaparecer actitudes y comportamientos heredados del pasado y que sobreviven a éste, y asegurar el aprendizaje de nuevas normas de conducta impuestas por el propio desarrollo de las fuerzas productivas.

Dice Lenin:


Rusia no ha alcanzado tal nivel de desarrollo de las fuerzas productivas que haga posible el socialismo. Todos los héroes de la II Internacional, y entre ellos, naturalmente, Sujánov, van y vienen con esta tesis, como chico con zapatos nuevos. Esta tesis indiscutible la repiten de mil maneras y les parece que es decisiva para valorar nuestra revolución.

Pero, ¿qué hacer, si una situación peculiar ha llevado a Rusia, primero, a la guerra imperialista mundial, en la que intervinieron todos los países más o menos importantes de Europa Occidental, y ha colocado su desarrollo al borde de las revoluciones del Oriente, que comienzan y que en parte han comenzado ya, en unas condiciones en las cuales hemos podido llevar a la práctica precisamente esta alianza de la «guerra campesina» con el movimiento obrero, de la que, como una de las probables perspectivas, escribió un «marxista» como Marx en 1856, refiriéndose a Prusia?

Y ¿qué debíamos hacer, si una situación absolutamente sin salida, decuplicando las fuerzas de los obreros y campesinos, abría ante nosotros la posibilidad de pasar de una manera diferente que en todos los demás países del Occidente de Europa a la creación de las premisas fundamentales de la civilización? ¿Ha cambiado a causa de eso la línea general del desarrollo de la historia universal? ¿Ha cambiado por eso la correlación esencial de las clases fundamentales en cada país que entra, que ha entrado ya, en el curso general de la historia universal?

Si para implantar el socialismo se exige un determinado nivel cultural (aunque nadie puede decir cuál es este determinado «nivel cultural», ya que es diferente en cada uno de los países de Europa Occidental), ¿por qué, entonces, no podemos comenzar primero por la conquista, por vía revolucionaria, de las premisas para este determinado nivel, y luego, ya a base del poder obrero y campesino y del régimen soviético, ponernos en marcha para alcanzar a los demás países? (V. I. Lenin, Problemas de la edificación del socialismo y del comunismo en la URSS, páginas 51-52, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú.)

Al expandirse el capitalismo como sistema mundial y desarrollarse las relaciones de explotación, no solamente entre los individuos de un pueblo, sino también entre los pueblos, el sistema mundial del capitalismo que ha pasado a ser imperialismo, entra en choques y se puede romper por su eslabón más débil. Esta era la Rusia zarista después de la primera guerra mundial y comienzo de la Revolución, en la cual coexistían los cinco tipos económicos que apuntaba Lenin en aquellos momentos: la forma patriarcal más primitiva de la agricultura, la pequeña producción mercantil -incluida la mayoría de los campesinos que vendían su trigo-, el capitalismo privado, el capitalismo de estado y el socialismo.

Lenin apuntaba que todos estos tipos aparecían en la Rusia inmediatamente posterior a la Revolución; pero lo que da la calificación general es la característica socialista del sistema, aún cuando el desarrollo de las fuerzas productivas en determinados puntos no haya alcanzado su plenitud. Evidentemente, cuando el atraso es muy grande, la correcta acción marxista debe ser atemperar lo más posible el espíritu de la nueva época, tendiente a la supresión de la explotación del hombre por el hombre, con las situaciones concretas de ese país; y así lo hizo Lenin en la Rusia recién liberada del zarismo y se aplicó como norma en la Unión Soviética.

Nosotros sostenemos que toda esta argumentación, absolutamente válida y extraordinaria por su perspicacia en aquel momento, es aplicable a situaciones concretas en determinados momentos históricos. Después de aquellos hechos, han sucedido cosas de tal trascendencia como el establecimiento de todo el sistema mundial del socialismo, con cerca de mil millones de habitantes, un tercio de la población del mundo. El avance continuo de todo el sistema socialista influye en la conciencia de las gentes a todos los niveles y, por lo tanto, en Cuba, en un momento de su historia, se produce la definición de revolución socialista, definición que no precedió ni mucho menos, al hecho real de que ya existieran las bases económicas establecidas para esta aseveración.

¿Cómo se puede producir en un país colonizado por el imperialismo, sin ningún desarrollo de sus industrias básicas, en una situación de monoproductor, dependiente de un solo mercado, el tránsito al socialismo?

Pueden caber las siguientes afirmaciones: como los teóricos de la II Internacional, manifestar que Cuba ha roto todas las leyes de la dialéctica, del materialismo histórico, del marxismo y que, por tanto, no es un país socialista o debe volver a su situación anterior.

Se puede ser más realista y a fuer de ello buscar en las relaciones de producción de Cuba los motores internos que han provocado la revolución actual. Pero, naturalmente, eso llevaría a la demostración de que hay muchos países en América, y en otros lugares del mundo, donde la revolución es mucho más factible de lo que era en Cuba.

Queda la tercera explicación, a nuestro juicio exacta, de que en el gran marco del sistema mundial del capitalismo en lucha contra el socialismo, uno de los eslabones débiles, en este caso concreto Cuba, puede romperse. Aprovechando circunstancias históricas excepcionales y bajo la acertada dirección de su vanguardia, en un momento dado toman el poder las fuerzas revolucionarias y, basadas en que ya existen las suficientes condiciones objetivas en cuanto a la socialización del trabajo, queman etapas, decretan el carácter socialista de la revolución y emprenden la construcción del socialismo.

Esta es la forma dinámica, dialéctica, en que nosotros vemos y analizamos el problema de la necesaria correlación entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. Después de producido el hecho de la Revolución cubana, que no puede escapar al análisis, ni obviarse cuando se haga la investigación sobre nuestra historia, llegamos a la conclusión de que en Cuba se hizo una revolución socialista y que, por tanto, había condiciones para ello. Porque realizar una revolución sin condiciones, llegar al poder y decretar el socialismo por arte de magia, es algo que no está previsto por ninguna teoría y no creo que el compañero Bettelheim vaya a apoyarla.

Si se produce el hecho concreto del nacimiento del socialismo en estas nuevas condiciones, es que el desarrollo de las fuerzas productivas ha chocado con las relaciones de producción antes de lo racionalmente esperado para un país capitalista aislado. ¿Qué sucede? Que la vanguardia de los movimientos revolucionarios, influidos cada vez más por la ideología marxista-leninista, es capaz de prever en su conciencia toda una serie de pasos a realizar y forzar la marcha de los acontecimientos, pero forzarlos dentro de lo que objetivamente es posible. Insistimos mucho sobre este punto, porque es una de las fallas fundamentales del argumento expresado por Bettelheim.

Si partimos del hecho concreto de que no puede realizarse una revolución sino cuando hay contradicciones fundamentales entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, tenemos que admitir que en Cuba se ha producido este hecho y tenemos que admitir, también que ese hecho da características socialistas a la Revolución cubana, aun cuando analizadas objetivamente, en su interior, haya toda una serie de fuerzas que todavía están en un estado embrionario y no se hayan desarrollado al máximo. Pero sí, en estas condiciones, se produce y triunfa la revolución, ¿cómo utilizar después el argumento de la necesaria y obligatoria concordancia, que se hace mecánica y estrecha, entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, para defender, por ejemplo, el cálculo económico y atacar el sistema de empresas consolidadas que nosotros practicamos?

Decir que la empresa consolidada es una aberración equivale, aproximadamente, a decir que la Revolución cubana es una aberración. Son conceptos del mismo tipo y podrían basarse en el mismo análisis. El compañero Bettelheim nunca ha dicho que la Revolución socialista cubana no sea auténtica, pero sí dice que nuestras relaciones de producción actuales no corresponden al desarrollo de las fuerzas productivas y, por tanto, prevé grandes fracasos.

El desglose en la aplicación del pensamiento dialéctico en estas dos categorías de distinta magnitud, pero de la misma tendencia, provoca el error del compañero Bettelheim. Las empresas consolidadas han nacido, se han desarrollado y continúan desarrollándose porque pueden hacerlo; es la verdad de Perogrullo de la práctica. Si el método administrativo es o no el más adecuado, tiene poca importancia, en definitiva, porque las diferencias entre un método y otro son fundamentalmente cuantitativas. Las esperanzas en nuestro sistema van apuntadas hacia el futuro, hacia un desarrollo más acelerado de la conciencia y, a través de la conciencia, de las fuerzas productivas.

El compañero Bettelheim niega esta particular acción de la conciencia, basándose en los argumentos de Marx de que ésta es un producto del medio social y no al revés; y nosotros tomamos el análisis marxista para lucha con él contra Bettelheim, al decirle que eso es absolutamente cierto pero que, en la época actual del imperialismo, también la conciencia adquiere características mundiales. Y que esta conciencia de hoy es el producto del desarrollo de la enseñanza y educación de la Unión Soviética y los demás países socialistas sobre las masas del todo el mundo.

En tal medida debe considerarse que la conciencia de los hombres de vanguardia de un país dado, basada en el desarrollo general de las fuerzas productivas, puede avizorar los caminos adecuados para llevar al triunfo una revolución socialista en un determinado país, aunque, a su nivel, no existan objetivamente las contradicciones entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción que harían imprescindible ó posible una revolución (analizado el país como un todo único y aislado).

Hasta aquí llegaremos en este razonamiento. El segundo grave error cometido por Bettelheim, es la insistencia en darle a la estructura jurídica una posibilidad de existencia propia. En su análisis se refiere insistentemente a la necesidad de tener en cuenta las relaciones de producción para el establecimiento jurídico de la propiedad. Pensar que la propiedad jurídica o, por mejor decir, la superestructura de un estado dado, en un momento dado, ha sido impuesta contra las realidades de las relaciones de producción, es negar precisamente el determinismo en que él se basaba para expresar que la conciencia es un producto social. Naturalmente, en todos estos procesos, que son históricos, que no son físicoquímicos, realizándose en milésimas de segundo, sino que se producen en el largo decursar de la humanidad, hay toda una serie de aspectos de las relaciones jurídicas que no corresponden a las relaciones de producción que en ese momento caracterizan al país; lo que no quiere decir sino que serán destruidas con el tiempo, cuando las nuevas relaciones se impongan sobre las viejas, pero no al revés, que sea posible cambiar la superestructura sin cambiar previamente las relaciones de producción.

El compañero Bettelheim insiste con reiteración en que la naturaleza de las relaciones de producción es determinada por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y que la propiedad de los medios de producción es la expresión jurídica y abstracta de algunas relaciones de producción, escapándose el hecho fundamental de que esto es perfectamente adaptado a una situación general (ya sea sistema mundial o país), pero que no se puede establecer la mecánica microscópica que él pretende, entre el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas en cada región o en cada situación y las relaciones jurídicas de propiedad.

Ataca a los economistas que pretenden ver en la propiedad de los medios de producción por parte del pueblo una expresión del socialismo, diciendo que estas relaciones jurídicas no son base de nada. En cierta manera podría tener razón, con respecto a la palabra base, pero lo esencial es que las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas chocan en un momento dado, y ese choque no es mecánicamente determinado por una acumulación de fuerzas económicas, sino que es una suma cuantitativa y cualitativa, acumulación de fuerzas encontradas desde el punto de vista del desarrollo económico, desbordamiento de una clase social por otra, desde el punto de vista político e histórico. Es decir, nunca se puede desligar el análisis económico del hecho histórico de la lucha de clases (hasta llegar a la sociedad perfecta). Por tal motivo, para el hombre, expresión viviente de la lucha de clases, la base jurídica que representa la superestructura de la sociedad en que vive tiene características concretas y expresa una verdad palpable. Las relaciones de producción, el desarrollo de las fuerzas productivas, son fenómenos económico-tecnológicos que van acumulándose en el decursar de la historia. La propiedad social es expresión palpable de estas relaciones, así como la mercancía concreta es la expresión de las relaciones entre los hombres. La mercancía existe porque hay una sociedad mercantil donde se ha producido una división del trabajo sobre la base de la propiedad privada. El socialismo existe porque hay una sociedad de nuevo tipo, en la cual los expropiadores han sido expropiados y la propiedad social reemplaza a la antigua, individual, de los capitalistas.

Esta es la línea general que debe seguir el período de transición. Las relaciones pormenorizadas entre tal o cual capa de la sociedad solamente tienen interés para determinados análisis concretos; pero el análisis teórico debe abarcar el gran marco que encuadra las relaciones nuevas entre los hombres, la sociedad en tránsito hacia el socialismo.

Partiendo de estos dos errores fundamentales de concepto, el compañero Bettelheim defiende la identidad obligatoria, exactamente encajada, entre el desarrollo de las fuerzas productivas en cada momento dado y en cada región dada y las relaciones de producción, y, al mismo tiempo, trasplanta estas mismas relaciones al hecho de la expresión jurídica.

¿Cuál es el fin? Veamos lo que dice Bettelheim:


En estas condiciones, el razonamiento que parte exclusivamente de la noción general de «propiedad estatal» para designar las diferentes formas superiores de la propiedad socialista, pretendiendo reducir ésta a una realidad única, tropieza con insuperables dificultades, sobre todo cuando se trata de analizar la circulación de las mercancías en el interior del sector socialista del Estado, el comercio socialista, el papel de la moneda, &c.

Y luego, analizando la división que hace Stalin en dos formas de propiedad, expresa:


Este punto de partida jurídico y los análisis que del mismo se derivan, conducen a negar el carácter necesariamente mercantil, a la hora actual, de los cambios entre empresas socialistas del Estado, y hacer incomprensible, en el plano teórico, la naturaleza de las compras y ventas efectuadas entre los precios, de la contabilidad económica, de la autonomía financiera, &c. Estas categorías se encuentran así privadas de todo contenido social real. Aparecen como formas abstractas o procedimientos técnicos más o menos arbitrarios y no como la expresión de estas leyes económicas objetivas, cuya necesidad destacaba, por otra parte, el propio Stalin.

Para nosotros, el artículo del compañero Bettelheim, a pesar de que manifiestamente toma partido contra las ideas que hemos expresado en algunas oportunidades, tiene indudable importancia, al porvenir de un economista de profundos conocimientos y un teórico del marxismo. Partiendo de una situación de hecho, para hacer una defensa, en nuestro concepto no bien meditada, del uso de las categorías inherentes al capitalismo en el período de transición y de la necesidad de la propiedad individualizada dentro del sector socialista, él revela que es incompatible el análisis pormenorizado de las relaciones de producción y de la propiedad social siguiendo la línea marxista -que pudiéramos llamar ortodoxa- con el mantenimiento de estas categorías, y señala que ahí hay algo incomprensible.

Nosotros sostenemos exactamente lo mismo, solamente que nuestra conclusión es distinta: creemos que la inconsecuencia de los defensores del cálculo económico se basa en que, siguiendo la línea del análisis marxista, al llegar a un punto dado, tienen que dar un salto (dejando «el eslabón perdido» en el medio) para caer en una nueva posición desde la cual continúan su línea de pensamiento. Concretamente, los defensores del cálculo económico nunca han explicado correctamente cómo se sostiene en su esencia el concepto de mercancía en el sector estatal, o cómo se hace uso «inteligente» de la ley del valor en el sector socialista con mercados distorsionados.

Observando la inconsecuencia, el compañero Bettelheim retoma los términos, inicia el análisis por donde debía acabar -por las actuales relaciones jurídicas existentes en los países socialistas y las categorías que subsisten-, constata el hecho real y cierto de que existen estas categorías jurídicas y estas categorías mercantiles, y de allí concluye, pragmáticamente, que si existen es porque son necesarias y, partiendo de esa base, camina hacia atrás, en forma analítica, para llegar al punto donde chocan la teoría y la práctica. En este punto, da una nueva interpretación de la teoría, somete a análisis a Marx y a Lenin y saca su propia interpretación, con las bases erróneas que nosotros hemos apuntado, lo que le permite formular un proceso consecuente de un extremo a otro del artículo.

Olvida aquí, sin embargo, que el período de transición es históricamente joven. En el momento en que el hombre alcanza la plena comprensión del hecho económico y lo domina, mediante el plan, está sujeto a inevitables errores de apreciación. ¿Por qué pensar que lo que «es» en el período de transición, necesariamente «debe ser»? ¿Por qué justificar que los golpes dados por la realidad a ciertas audacias son producto exclusivo de la audacia y no también, en parte o en todo, de fallas técnicas de administración?

Nos parece que es restarle demasiada importancia a la planificación socialista con todos los defectos de técnica que pudiera tener, el pretender, como lo hace Bettelheim, que:


De esto dimana la imposibilidad de proceder de manera satisfactoria, es decir, eficaz, en un reparto integral, a priori, de los medios de producción y de los productos en general, y la necesidad del comercio socialista y de los organismos comerciales del Estado. De donde se origina también el papel de la moneda al interior mismo del sector socialista, el papel de la ley del valor y un sistema de precios que debe reflejar no solamente el costo social de los diferentes productos, sino también expresar las relaciones entre la oferta y la demanda de estos productos y asegurar, eventualmente, el equilibrio entre esta oferta y esta demanda cuando el plan no ha podido asegurarlo a priori y cuando el empleo de medidas administrativas para realizar este equilibrio comprometería el desarrollo de las fuerzas productivas.

Considerando nuestras debilidades (en Cuba), apuntábamos, sin embargo, nuestro intento de definición fundamental:


Negamos la posibilidad del uso consciente de la ley del valor, basados en la no existencia de un mercado libre que exprese automáticamente la contradicción entre productores y consumidores; negamos la existencia de la categoría mercancía en la relación entre empresas estatales, y consideramos todos los establecimientos como parte de la única gran empresa que es el Estado (aunque, en la práctica, no sucede todavía así en nuestro país). La ley del valor y el plan son dos términos ligados por una contradicción y su solución; podemos, pues, decir que la planificación centralizada es el modo de ser de la sociedad socialista, su categoría definitoria y el punto en que la conciencia del hombre alcanza, por fin, a sintetizar y dirigir la economía hacia su meta, la plena liberación del ser humano en el marco de la sociedad comunista. (Nuestra Industria, Revista Económica, n° 5, pág. 16, febrero 1964.)

Relacionar la unidad de producción (sujeto económico para Bettelheim), con el grado físico de integración, es llevar al mecanismo a sus últimos extremos y negarnos la posibilidad de hacer lo que técnicamente los monopolios norteamericanos habían ya hecho en muchas ramas de la industria cubana. Es desconfiar demasiado de nuestras fuerzas y capacidades.

Lo que puede, pues, llamarse «unidad de producción» (y que constituye un verdadero sujeto económico) varía evidentemente según el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. En ciertas ramas de la producción, donde la integración de las actividades es suficientemente impulsada, la propia rama puede constituir una «unidad de producción». Puede ser así, por ejemplo, en la industria eléctrica sobre la base de la interconexión, porque esto permite una dirección centralizada única de toda la rama.

Al ir desarrollando pragmáticamente nuestro sistema llegamos a avizorar ciertos problemas ya examinados y tratamos de resolverlos, siendo lo más consecuente -en la medida en que nuestra preparación permitiera- con las grandes ideas expresadas por Marx y Lenin. Eso nos llevó a buscar la solución a la contradicción existente en la economía política marxista del período de transición. Al tratar de superar esas contradicciones, que solamente pueden ser frenos transitorios al desarrollo del socialismo, porque de hecho existe la sociedad socialista, investigamos los métodos organizativos más adecuados a la práctica y la teoría, que nos permitieran impulsar al máximo, mediante el desarrollo de la conciencia y de la producción, la nueva sociedad; y ése es el capítulo en que estamos enfrascados hoy. Para concluir:

1) Opinamos que Bettelheim comete dos errores gruesos en el método de análisis:

a) Trasladar mecánicamente el concepto de la necesaria correspondencia entre relaciones de producción y desarrollo de las fuerzas productivas, de validez global, al «microcosmo» de las relaciones de producción en aspectos concretos de un país dado durante el período de transición, y extraer así conclusiones apologéticas, teñidas de pragmatismo, sobre el llamado cálculo económico.

b) Hacer el mismo análisis mecánico en cuanto al concepto de propiedad.

2) Por tanto, no estamos de acuerdo con su opinión de que la autogestión financiera o la autonomía contable «están ligadas en un estado dado de las fuerzas productivas», consecuencia de su método de análisis.

3) Negamos su concepto de dirección centralizada sobre la base de la centralización física de la producción (pone el ejemplo de una red eléctrica interconectada) y lo aplicamos a una centralización de las decisiones económicas principales.

4) No encontramos la explicación del porqué de la necesaria vigencia irrestricta de la ley del valor y otras categorías mercantiles durante el período de transición, aunque no negamos la posibilidad de usar elementos de esta ley para fines comparativos (costo, rentabilidad expresada en dinero aritmético).

5) Para nosotros, «la planificación centralizada es el modo de ser de la sociedad socialista», &c., y, por tanto, le atribuimos mucho mayor poder de decisión consciente que Bettelheim.

6) Consideramos de mucha importancia teórica el examen de las inconsecuencias entre el método clásico de análisis marxista y la subsistencia de las categorías mercantiles en el sector socialista, aspecto que debe profundizarse más.

7) A los defensores del «cálculo económico» les cabe, a propósito de este artículo, aquello: «de nuestros amigos me guarde Dios, que de los enemigos me guardo yo».

[Cuba Socialista, junio de 1964.]




Tomado de: Escritos y discursos, tomo 8 , Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1977, páginas 61-107.

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Debate
Por el militante - Tuesday, Nov. 02, 2010 at 9:49 AM

Coincido con la importancia del debate. Creo que en la actividad del 5/11 es una muy buena oportunidad para el mismo. Por otro lado, no veo en todo el reportage/articulo del Che opinion alguna que niegue la importancia politica del ALBA

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APORTE DE ERNST MANDEL
Por Carlos althaus - Tuesday, Nov. 02, 2010 at 10:38 PM
elmorodetreveris@gmail.com

Ernest Mandel
La economía en el período de transición
Titulo de la edición original:
‘Key problems of de transition from Capitalism to Socialism’
Pathfinder Press
New York, 1969
‘Problemas básicos de la transición del capitalismo al socialismo’
Publicado por EDITORIAL ANAGRAMA
Barcelona 1975
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1
ERNEST MANDEL
La economía en el periodo de transición
xceptuando unas pocas observaciones generales diseminadas en La ideología alemana, El
Capital, La critica al programa de Gotha y su correspondencia, Marx y Engels no desarrollaron
ninguna visión sistemática acerca de la organización de la economía que seguiría
inmediatamente al derrocamiento del capitalismo. Ello no fue una omisión accidental sino una
abstención deliberada. Los fundadores del materialismo histórico creyeron que no era tarea suya
formular un esquema confeccionado de la sociedad futura porque tal sociedad sólo podría ser el
resultado concreto de las condiciones en que apareciera (1).
Aunque la actitud de Marx y Engels es comprensible, no podemos evitar lamentarla. Por razones
bien comprensibles la caída del capitalismo se inició en países relativamente atrasados en su
desarrollo industrial y capitalista, a pesar de que Marx predijo que la transición al socialismo
resultaría del desarrollo capitalista más avanzado y en varios países clave al mismo tiempo. Bajo
estas especiales condiciones, la llegada de una nueva sociedad ha sustituido un conflicto por otro.
Se ha sustituido el conflicto entre relaciones de producción capitalista y las fuerzas productivas,
cuya expansión impiden por un conflicto entre un modo de producción más avanzado y un
desarrollo de las fuerzas productivas que no corresponde todavía a las necesidades de esta
progresiva base económica. En lugar de concentrarse en un proceso de creación de nuevas
relaciones de producción y nuevas normas de distribución, los líderes de las sociedades en
transición han tenido que centrar sus esfuerzos en expandir ellos mismos las fuerzas productivas.
La deformación burocrática y degeneración de la sociedad de transición, como resultado del
aislamientote la revolución en uno o varios países relativamente atrasados, han agrandado ya estas
nuevas contradicciones que Marx sólo pudo percibir oscuramente (2).
De acuerdo con el método que Marx aplicó al estudio del modo reproducción capitalista, solo sería
posible un análisis sistemático de las características generales del período de transición con la
aparición de esta economía en su forma avanzada y estable (3). Es poco probable que la historia
futura considere la actual economía de la URSS como esta forma, por no mencionar los otros países
con una base económica socialista. Parece realmente posible extraer algunas conclusiones
económicas de la rica y variada experiencia de todos estos países. Sin embargo sistematizar estas
experiencias en la forma de una teoría económica general del período de transición parece
prematuro, sino imposible, tanto por la ausencia de formas más maduras de esta economía cuanto
por la dificultad de diferenciar lo que es peculiar al contexto específico de su nacimiento en unas
circunstancias de retraso de lo que corresponde a su mas profunda naturaleza histórica.
Cualquier intento de formular una teoría económica del modo de producción capitalista sobre las
bases de las manufacturas inglesa y alemana del siglo XVII estaba, de la misma forma, condenada a
un cierto fracaso. Son bien conocidos los contratiempos de los fisiócratas, que buscaron formular
una teoría económica general basada en la realidad de una Francia esencialmente agrícola, aunque
esta agricultura sirvió como base para un capitalismo industrial, comercial y financiero ya
avanzado.
Pero la falta de una teoría económica general del período de transición (hasta el momento en que el
derrumbe del capitalismo en varios países industriales avanzados haga posible observar el
funcionamiento de una economía de este tipo social de la necesidad de llevar a cabo una
acumulación socialista primitiva) (4) un análisis más sistemático de las principales experiencias de
construcción económica en los países no capitalistas es útil y necesario. Es útil porque nos ayuda a
orientar políticamente a las fuerzas revolucionarias que se enfrentan ya con fenómenos similares o
lo harán mañana. Es necesario porque nos permite realizar una crítica marxista de este nuevo
capítulo de la historia económica libre de aspectos coyunturales y polémicas faccionales.
Pueden formularse un cierto número de problemas objetivos y opciones clave que definen
ampliamente la dinámica económica y social de la época de transición del capitalismo al socialismo
en los países menos desarrollados.
E
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2
1. Socialismo en un solo país o revolución permanente
l primer problema objetivo fue el crucial dilema histórico que afrontaron los bolcheviques
tras la recesión (que empezó en 1921 o 1923) de la primera ola revolucionaria internacional.
La alternativa ante ellos debe formularse correctamente porque la falsificación estalinista ha
creado una gran confusión, extendiéndose en este aspecto a anti-estalinistas aparentemente
amargos.
Desde luego, siempre ha existido variantes ultra izquierdistas del fatalismo, de un determinismo
económico mecanicista con origen en Kautsky, para los cuales la recesión (sino la derrota) de la
revolución mundial significaba inevitablemente una vuelta al capitalismo (privado o de estado) en la
Rusia soviética (5).
A sus ojos la imposibilidad de completar la construcción del socialismo en un país se torna
imposibilidad para comenzarlo. Los que sostienen esta teoría no se han distinguido desde entonces
por ninguna capacidad especial para explicar satisfactoriamente a dinámica y contradicciones
peculiares a la economía soviética (que intentan reducir en vano a las contradicciones básicas del
modo de producción
capitalista) o, sobre todo, para integrar este análisis en una visión general de la lucha de clases a
nivel mundial Si se empieza con la absurda premisa de que la victoria de la revolución China fue un
triunfo para el capitalismo o que la guerra de Vietnam es un “conflicto entre potencias
imperialistas”, es difícil comprender lo que ha estado ocurriendo en el mundo durante veinte años.
En ningún momento compartió esta visión la oposición de izquierdas en el seno del PCUS, por no
hablar ya de la oposición internacional de izquierdas o el movimiento trotskista mundial que
procedió de ella. Para ellos la lucha contra el mito de la posibilidad de completar la construcción de
una economía socialista en un solo país era precisamente la lucha contra todas las distorsiones
fatalistas y mecanicistas del marxismo. Entendieron que, en última instancia, era la lucha de
fuerzas sociales antagónicas la que decidiría los problemas planteados por el aislamiento del
primer estado de los trabajadores. Por esta razón, aquellos que se opusieron al mito estalinista del
“socialismo en un solo país” fueron los primeros en adelantar un programa económico de
industrialización acelerada y colectivización progresiva de la economía soviética (6).
No existía contradicción entre su lucha por mantenerle estado soviético y la Internacional
Comunista que debía retrasar el progreso de la revolución mundial (por consejo táctico incorrecto,
estrategias equivocadas, o la inadmisible subordinación de las políticas de los partidos comunistas
a las cambiantes necesidades de la diplomacia soviética) y su resuelto deseo de empezar la
construcción de una economía socialista en la URSS. Por el contrario, éstos eran solamente dos
aspectos de la misma estrategia básica. Comprendiendo que era inevitable un conflicto entre las
fuerzas socialistas y capitalistas tanto dentro de la Unión Soviética como en el extranjero, la
oposición de izquierdas buscó la creación de condiciones favorables como fuera posible para esta
lucha, aumentándole peso específico de las fuerzas proletarias dentro de la URSS e
internacionalmente.
El veredicto de la historia ha probado que tenían razón. Las tesis de que maniobrando entre las
clases pueden conjurarse permanentemente la aparición de la inevitable lucha entre fuerzas
sociales antagónicas no ha sido corroborada por la experiencia. Tanto el conflicto de los kulaks
como con el imperialismo eran inevitables. Todo lo que la política ecléctica u miope de la facción de
Stalin hizo fue crear las condiciones para que estos conflictos pudieran irrumpir por sorpresa,
donde las advertencias que aquellos que los precedían no fueran oídas y donde las medidas
destinadas a conseguir las mejores posiciones estratégicas para introducirse en ellos no fueron
tomadas a tiempo (7).
Desde un punto de vista histórico, los problemas de la construcción del socialismo sólo serán
resueltos por la revolución mundial Solamente en este contexto se superarán definitivamente las
desproporciones, las distorsiones y las contradicciones mas extremas. Sin embargo, mientras se
E
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3
espera la victoria de esta revolución (que el proletariado victorioso tiene todo el interés en acelerar
por todos los medios que realmente conduzcan a ese fin) el aislado estado de los trabajadores no
puede contentarse con dirigir sus asuntos económicos corrientes de forma provisional, en espera
de un cambio en la situación internacional. Debe emprender la tarea de construcción del
socialismo, aunque solo sea porque este es el único camino que existe para reducir l a influencia de
las fuerzas burguesas y pequeño burguesas dentro de su propia sociedad.
La respuesta que la teoría de la revolución permanente proporciona a la pregunta de que debe
hacerse en el supuesto de una victoria aislada de la revolución socialista en un país o en un grupo
de países atrasados es por tanto la combinación de varios elementos. Sus tres componentes
principales son: promover la extensión de la revolución mundial, iniciar la construcción de una
economía socialista y desarrollar una democracia socialista.
2. La supervivencia y desaparición de las categorías de mercado
nmediatamente después de la victoria de la revolución de octubre y especialmente en el
periodo del comunismo de guerra, los teóricos comunistas contemplaron la desaparición de
una economía socialista principalmente en los términos de una desaparición inmediata y
general de la economía monetaria y de mercado. En Alemania, varios economistas sostuvieron
posiciones análogas sobre como llevar a cabo la socialización de la economía. Debates que
coincidieron con las fases iniciales de la revolución alemana (sobre todo con la aparición de la
República Soviética de Baviera) (8).
Sin embargo, el consenso teórico cambió con el inicio de la Nueva Política Económica, menos con el
propósito de justificar el nuevo viraje táctico que por una mayor comprensión de la realidad y una
vuelta a la tradición marxista en este aspecto (9). Parecía que particularmente en las relaciones
entre agricultura (esencialmente privada o cooperativa) e industria, así como entre trabajadores y
estado, el mantenimiento de las relaciones monetarias y del mercado se adaptaba mejor a la
maximalización del crecimiento económico y ala mejor defensa de los trabajadores como
consumidores.
Las fuentes objetivas y explicación teórica de estas lecciones inmediatas de la experiencia no
fueron claramente percibidas por la participación en los debates económicos soviéticos de los años
veinte. Tras la victoria definitiva de la facción de Stalin, el estudio teórico objetivo fue substituido,
en todos los aspectos, por un pragmatismo apologético totalmente desprovisto de valor científico.
Fue así como las conocidas formulas estalinistas llegaron a afirmar que” la ley del valor es una ley
objetiva e inexorable en la sociedad socialista” y que continua siendo válida como resultado de la
existencia de “dos diferentes formas de propiedad: propiedad nacionalizada y propiedad d grupo”.
Apenas resulta necesario destacar que estas explicaciones tienen poco en común con la teoría
marxista (10).
Hoy podemos entender mejor que la supervivencia de la categoría de mercado en el periodo de
transición del capitalismo al socialismo se debe principalmente al desarrollo inadecuado de las
fuerzas productivas, que no permiten una distribución física de todos los bienes producidos según
la cantidad de trabajo suministrada por cada productor. La oferta inadecuada de valores de uso
mantiene vigente la ley del valor de cambio, en la medida en que fuerza a cada productor a retener
la propiedad privada de su fuerza de trabajo y cambiarla por un salario que constituye un certificado
para la apropiación estrictamente limitada, pero indiferenciada, de la masa total de bienes y
servicios producidos por la sociedad. La eliminación del carácter de mercancía de los bienes de
consumo significaría un substitución de este salario por raciones físicas limitadas. Esto conduciría
inevitablemente a un resurgimiento del intercambio (primero de los mismos productos y
posteriormente de los resguardos de las raciones), puesto que no cubrirían completamente las
necesidades y porque estas necesidades difieren en intensidad según los individuos. En estas
condiciones, el mantenimiento del estándar monetario permite utilizar un instrumento de cuenta y
distribución que es a la vez más flexible, más equitativo y más propenso a respetar las decisiones
autónomas de los trabajadores en el campo del consumo (11).
I
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4
Si autenticas relaciones de mercado, basadas en un intercambio real que implica un intercambio en
la propiedad, gobiernan así la reproducción de la fuerza de trabajo en la esfera del consumo (12), el
uso de medidas monetarias en las relaciones entre empresas de propiedad pública sólo adopta la
forma de mercado sin implicar autenticas relaciones de mercado. Dado que el coste de producción
y coste ventas de los bienes de consumo se calculan en términos de dinero, resulta más sencillo
efectuar los mismos cálculos también para los bienes de producción. Los costes de producción de
estos bienes pueden, obviamente, ser calculados en horas-hombre de trabajo, pudiendo utilizarse
tablas de conversión entre estas horas-hombre de trabajo y el estándar monetario para evaluar el
input de materias primas y maquinaria en el coste de producción de bienes de consumo. Sin
embargo, este método complicaría innecesariamente las operaciones contables sin alterar de forma
alguna la realidad del proceso de producción o de circulación de los medios de producción y
consumo en el país.
Por tanto, la supervivencia de las categorías monetaria y de mercado parece ser inevitable en el
período de transición del capitalismo al socialismo. Pero su supervivencia ocasiona una serie de
consecuencias económicas y sociales que entran en contradicción con los imperativos de una
sociedad que está construyendo el socialismo. Más adelante examinaré la importancia de esta
supervivencia para la planificación social. En este punto permítaseme mencionar los aspectos
sociales más importantes. La supervivencia de la economía monetaria y de mercado mantiene las
antiguas formas de alienación originando, además otras nuevas (13). Las relaciones monetarias y
de mercado son una de las principales fuentes de peligro de burocratización del estado y la
sociedad. Al continuar vigentes en el núcleo de l vida cotidiana, la inclinación a defender intereses
privados alienta también la persistencia y resurgimiento de una tendencia hacia el
enriquecimiento privado, etc.
Es razonamiento mecanicista, no dialéctico, afirmar que dado que la supervivencia de las categorías
de mercado se debe en última instancia a un desarrollo inadecuado de las fuerzas productivas,
éstas deben ser en primer lugar desarrolladas al máximo (aún a costa de estimular móviles no
socialistas) para que, posteriormente, una vez exista abundancia, se pueda desencadenar una
lucha generalizada contra el egoísmo individual.
Pero es imposible separar de esta forma procesos económicos y sociales que deben ser
combinados para producir una genuina sociedad socialista. No me detendré aquí a discutir la
hipótesis, en modo alguno comprobada, de que los “incentivos materiales” y los “mecanismos de
mercado”, por si solos, posibilitan la maximización de la producción y del crecimiento. Debe
enfatizarse, sin embargo, que no existe razón alguna para anticipar que el desarrollo de las fuerzas
productivas facilitará automáticamente la lucha contra el egoísmo individual, al contrario, es mas
lógico suponer que el hecho de basar la gestión económica en el interés privado durante décadas
creará una pauta de comportamiento social totalmente desequilibrada, la cual se acentuará cundo
se alcance el mayor nivel de desarrollo productivo. La experiencia económica y social de la URSS,
Alemania del Este y Checoslovaquia durante estos últimos quince años confirma esta suposición.
La dialéctica marxista requiere, por tanto, de una política económica que no ceda mucho a un
pragmatismo miope, debe combinar continuamente una tendencia a conservar las categorías de
mercado mientras sean necesarias con otra a estimular su desaparición tanto como sea posible. La
desaparición de estas categorías no debe ser concebida como el resultado de un “acto aislado” de
la sociedad sino como una tendencia progresiva, que debe iniciarse muy tempranamente e irse
expandiendo conforme aumentan los recursos materiales e intelectuales. He analizado en otro lugar
las condiciones económicas que posibilitan ese proceso de debilitamiento de las categorías de
mercado (14). No es necesario decir, que este proceso viene guiado por una selección de
prioridades (necesidades sociales sin consideración de esfuerzo individual o productividad), y esta
selección debe ser democráticamente consensuada por la masa de población trabajadora.
Solo combinando así la utilización de las categorías de mercado con la promoción de su
desaparición se aplica efectivamente la dialéctica de fines y medios. De esta forma, el hábito
práctico de relaciones socialistas (sin las cuales la creación de una nueva sociedad aparece como
utopía) se produce gradualmente.
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3. La planificación socialista y la ley del valor
inguna forma de sociedad puede, realmente, impedir que el tiempo de trabajo a
disposición de la sociedad regule la producción de una u otra forma. Hasta ahora, sin
embargo, como tal regulación se consigue no por el control directo y consciente de la
sociedad sobre su tiempo de trabajo (lo cual sólo es posible con propiedad colectiva) sino por el
movimiento de los precios de las mercancías, las cosas permanecen como usted las ha descrito ya
idóneamente en Deutsch-Franszüsitcher Jahrbücher…” escribió Marx a Engels el 8 de enero de 1868
(15). Esta es, brevemente la contradicción fundamental entre una economía dirigida por un plan
consciente y una economía regida por la ley del valor.
Una economía regida por la ley del valor es una economía en la cual la producción, y por tanto la
inversión, es guiada por la demanda efectiva. Lo que opera aquí en primer lugar no es la diferencia
en intensidad de las distintas necesidades de individuos diferentes. Lo que es decisivo es la
diferencia de rentas. Así la producción se dirige en primer lugar hacia la satisfacción de las
necesidades de los estratos privilegiados. Se estimula la producción de bienes de lujo antes que las
necesidades básicas de la población estén satisfechas. Los alquileres de las viviendas modernas se
dejan a la ley del mercado de forma que sólo son accesibles para los estratos de renta más alta.
El consumo público (educación, sanidad, ciertos servicios), dado que es “no lucrativo” de acuerdo
con las leyes del mercado que operan al nivel de empresas aisladas, se sacrifican sistemáticamente
por el más lucrativo consumo individual. En e consumo individual encontramos la forma de
mercancías producidas para ser vendidas como beneficio. Es obvio que una economía regulada de
esta manera se separa del socialismo en vez de acercarse a él, aunque ello posibilitara aumentar a
tasa de crecimiento de la economía. La producción regida por las leyes de mercado junto con la
descentralización en la inversión reproduce progresivamente las características fluctuaciones
económicas de la economía capitalista, con fases de subinversión, desempleo periódico,
sobreproducción, etc., etc.
Una economía gobernada por un plan implica, por el contrario, que los recursos relativamente
escasos de la sociedad no se repartan ciegamente (a espaldas de los productores-consumidores)
según el juego de la ley del valor, sino que son conscientemente asignados de acuerdo con
prioridades previamente establecidas.
En una economía de transición en la que prevalezca la democracia socialista, la masa del pueblo
trabajadora determina democráticamente esta elección de prioridades. Tal selección deliberada de
prioridades es la única manera de iniciar el proceso de eliminación de la condición proletaria y la
alienación de los trabajadores. Este proceso es irrealizable tanto bajo la dirección de una
burocracia omnipresente y despótica (la URSS estalinista), como bajo el gobierno de un mercado
cada vez más predominante (Yugoslavia). Una combinación de despotismo burocrático y anarquía
de mercado no puede, bajo ningún concepto, ser considerada como una alternativa válida.
Una selección consciente y deliberada de prioridades no significa que la contabilidad económica
sea “ignorada” o menospreciada. Significa solamente que 1) esta contabilidad se basa en los
costes de producción científicamente establecidos y no en los precios de venta, 2) estos costes se
integran en un esquema general de relaciones económicas donde ningún elemento es omitido (16),
3) no guían automáticamente las inversiones.
Hablando estrictamente, los costes pueden determinar la selección de las inversiones solamente en
el caso de que no varíen los restantes factores, para utilizar la forma de los economistas
neoclásicos, aunque casi nunca sucede.
En realidad, lejos de promover la racionalidad económica, esta confusión entre la ley del valor y el
calculo del coste económico (que conduce a postular absurdamente una economía de mercado
socialista, actualmente en boga en la Europa del este y la URSS) (17) la aleja cada vez más de la
racionalidad económica y tiende a combinar los males de la economía de mercado con los de la
arbitrariedad burocrática. Ninguna economía con una base socialista puede tolerar un predominio
total de la ley del valor En todas partes, y también en Yugoslavia, los gobiernos siguen imponiendo
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los precios o influyendo, más o menos decisivamente en su formación. En ningún lugar son los
precios de venta precios económicamente reales. Una sucesión de distorsiones se sigue de esto,
cada nueva reforma modifica o atenúa sin ser capaz de eliminar. Y lo que es más importante, como
resultado de estas distorsiones la realidad económica pierde su inteligibilidad y se hace casi
imposible calcular los costes reales de producción. Para eliminar estas dificultades es necesario, en
primer lugar, instituir un sistema de doble contabilidad en todos los niveles que separará los costes
reales de producción de los costes monetarios basados en precios de compra y venta más o menos
arbitrarios. Esta es la principal condición para que las autoridades centrales y todavía más
importante, los colectivos de trabajadores de las empresas sean capaces de adoptar decisiones con
conocimiento de causa, esto es, con el mínimo de información indispensable a su alcance.
En sentido histórico, existe una contradicción básica entre el principio de planificación y la ley del
valor. A Preobrajenski corresponde el honor de haber sido el primero en clarificar esta contradicción
y haber sido el primero en clarificar esta contradicción y haber formulado la ley económica
fundamental de la época de transición del capitalismo al socialismo, que es la de la sustitución
progresiva del principio del mercado por el de planificación (18). La idea de que esta sustitución
debe ser un proceso progresivo implica además que la ley del valor no puede ser eliminada de un
solo golpe en la sociedad de transición del capitalismo al socialismo, como tampoco puede serlo la
producción de mercancías (19). Sigue rigiendo en gran parte, pero no completa y automáticamente,
la pequeña producción de mercancías en la agricultura y en los oficios. Continúa por tanto
influyendo, pero no rigiendo en exclusiva, los intercambios entre los sectores público y privado.
Influye, de la misma forma, la asignación del total de recursos destinados a la producción de bienes
reconsumo entre las diversas ramas que destinan su producción al consumidor final.
En este sentido, pero solo en este sentido, puede decirse que el plan puede utilizar la ley del valor
(mas exactamente los mecanismos de mercado) para facilitar una adaptación mas rápida y precisa
de la oferta de bienes de consumo a la demanda, que tendrá en consideración la elasticidad de esta
demanda tanto con relación a las rentas (y su estructura) como a los precios (que el plan puede
tener la capacidad de modificar). Este es el núcleo racional de las reformas de Liberman que
actualmente se están aplicando en la URSS.
Los mecanismos de mercado no son, sin embargo, los únicos o ni siquiera los principales
instrumentos que el plan puede utilizar para conseguir sus objetivos. Cálculos económicos
matemáticos (29), consulta directa a los consumidores, discusión en asambleas populares pueden
ser utilizadas para la idéntica finalidad de equilibrar la oferta y la demanda. Las discusiones tienen
la doble ventaja de hacer posible una representación más exacta y democrática d los deseos de los
ciudadanos y de efectuar los ajustes económicos a priori en lugar de a posteriori, lo que disminuye
considerablemente desperdicios y gastos generales.
4. Planificación rígida o planificación flexible
strechamente vinculada al problema de la relación recíproca entre el plan y el mercado está la
cuestión de las formas y métodos de planificación: rígida o flexible, centralizada o descentralizada.
Los debates sobre el tema se han visto muy influidos y oscurecidos por su habitual referencia
inicial, el modelo estalinista de planificación, ultra detallado y ultra centralizado (21).
Los males de este modelo son innumerables, y ya hablé de ellos en un tiempo en que no estaban de
moda en los círculos comunistas oficiales exponerlos a la mofa pública (23). Además, no
necesitamos aceptar la tesis de que este modelo se adecuaba al periodo de industrialización
extensiva pero que su utilidad terminó cuando se hizo necesario virar hacia la industrialización
intensiva. Aun antes de la segunda guerra mundial, por no mencionar la primera década de
posguerra, la multiplicación de normas cada vez más explícitas, y aún mas contradictorias de
producción física, costes monetarios, calidad, economía de materias primas, salario total, número
de horas hombre, tipo y magnitud de la producción impuesta a las empresas, tendieron a crear un
desorden generalizado. Los principales objetivos del plan (que en aquel tiempo eran cifras de
producción) sólo podían conseguirse violando las otras normas, esto es, mediante una completa
negación del plan (mercado negro para la compra de materias primas, reclutamiento de fueras de
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trabajo adicional, aparición de intermediarios ilegales, etc.) Este tipo de gestión económica produjo
un despilfarro considerable.
Este modelo estalinista no fue simplemente el resultado de la inexperiencia, de errores de análisis
en teoría y práctica o de vacíos conceptuales. Tampoco fue el reflejo automático o inevitable de la
pobreza del país o del insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas. Reflejó, más bien, una
cierta estructura social del poder del estado en la Unión Soviética. En última instancia, el modelo
estalinista de planificación ultra centralizada y detallada no convino ni a las necesidades de la
acumulación socialista primitiva ni a los intereses de la Unión Soviética como gran estado. Se
acomodó a las necesidades de una casta burocrática privilegiada y de un modelo de “dirección”
política que temió y desalentó sistemáticamente cualquier espíritu critico, cualquier iniciativa o
discusión democrática y que únicamente intentó destacar las virtudes de la obediencia mecánica y
del servilismo de la base a la cima de la jerarquía burocrática y la arrogancia arbitraria desde la
cúspide hacia abajo
No se vio la necesidad de modificar este modelo de planificación cuando dejó de producir en el
sentido absoluto de la palabra, sino cuando agotó su utilidad desde el punto de vista de la
burocracia. Las sucesivas reformas de este modelo (primero bajo Khruschev y después bajo la égida
de Liberman en la URSS y las diferentes variaciones en Polonia, Alemania del Este, Hungría,
Checoslovaquia, Bulgaria, etc.) han tendido a sustituir las órdenes desde arriba por mecanismos
económicos automáticos o “reflejos condicionados”. Esto ha motivado un ensanchamiento de la
base del régimen dentro de la burocracia (la sustitución de una burocracia política del partido por
una burocracia tecnocrática y económica) pero no entre el pueblo.
Tan pronto como el problema se ve desde el punto de vista de la democracia socialista de
trabajadores funcionando eficientemente, el dilema en que quedan atrapados la mayoría de los
”reformadores” del Este y sus apologetas occidentales (y que se formula como sigue: o
ultracentralización burocrática o mecanismos de mercado, u ordenes superiores arbitrarias o
estímulo económico automático) está viciado ya desde su base. Desde el punto de vista de la masa
de trabajadores, los sacrificios impuestos por la arbitrariedad burocrática no son ni más ni menos”
aceptables” que los sacrificios impuestos por los ciegos mecanismos de mercado. Ambos
representan únicamente dos formas diferentes de la misma alineación. Aun cuando ciertos
sacrificios son objetivamente inevitables, solo pierden su filo mas amargo cuando son el resultado
de un debate libre y del voto de la mayoría, esto es, cuando son libremente consentidos por el
proletariado como un todo(23).
Así pues, la respuesta a este falso dilema no consiste en la planificación ultracentralizada y ultra
detallada del modelo de Stalin, ni la planificación demasiado flexible, demasiado descentralizada,
según las líneas del nuevo sistema yugoslavo, sino en una planificación central democrática bajo
un congreso nacional de consejos obreros constituido en gran parte por auténticos trabajadores
(24). Este congreso escogería entre diferentes variantes de la planificación y la mayor parte de sus
debates serían públicos y n presencia de una oposición. Las autoridades planificadoras se hallarían
estrictamente subordinadas al mismo. Y el congreso tendría el derecho a anular, tras una discusión
libre, cualquier decisión tomada por una empresa que hiciera peligrar la cohesión interna o la
ejecución del plan.
En estas condiciones, el plan abandonaría completamente las ordenes detalladas alas empresas,
tan queridas por Stalin, pero recíprocamente, dejaría de recurrir a los incentivos materiales y
mecanismos financieros para llevar a cabo lo sustancial de sus objetivos. Las grandes inversiones,
generalmente, continuarían decidiéndose centralmente, según un orden de prioridades
democráticamente elaborado. Solamente las reparaciones y pequeñas inversiones caerían dentro
de las competencias de las empresas. La rentabilidad de las empresas se promovería menos por la
búsqueda de beneficios en ventas que por un esfuerzo para disminuir costes sin reducir la calidad.
La supervisión de los colectivos de trabajadores reemplazaría a la supervisión mediante índices o
inspectores enviados desde arriba. Los colectivos de trabajadores tendrían un interés material en
los resultados obtenidos por las empresas, pero sólo dentro de ciertos límites, para no acentuar las
diferencias de renta entre la clase trabajadora. Se alentaría la iniciativa de los trabajadores
mediante su libre asociación en la toma de decisiones a todos los niveles (con mayor importancia
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en el nivel político) mas que participando tediosamente en los cálculos de los detalles, lo que a
largo plazo resulta desmoralizador (porque da la impresión de discusión vacía, ya que los
resultados dependen casi siempre de una serie de factores sobre los cuales las partes interesadas
no tienen, frecuentemente, ningún tipo de control).
5. Inversiones y consumo
a fuente objetiva de todos los problemas particulares y contradicciones con que se han
tenido que enfrentar los países que han abolido el capitalismo desde 1917 radica
últimamente en su necesidad de llevar a cabo simultáneamente la “acumulación socialista
primitiva” y la construcción de una nueva sociedad. Esta necesidad resulta del aislamiento
temporal de la revolución en una parte relativamente atrasada del mundo.
Sin embargo, esta combinación es en si misma inevitable en la medida en que precede al
derrocamiento del capitalismo en los países industriales avanzados, de ninguna forma se sigue que
un descanso en el nivel de vida de las masas o la restricción extrema de mejoras en el consumo
privado sean también inevitables en la fase de transición del capitalismo al socialismo, aún en
países relativamente atrasados. De hecho, la coincidencia de estos fenómenos con el inicio de la
construcción del socialismo en la URSS y Europa del Este, que fue el resultado de la política
socioeconómica peculiar del stalinismo, causó a nivel de vida poco sugerente junto con,
frecuentemente, exorbitantes privilegios para los gobernantes.
La política económica de la burocracia stalinista se fundaba en dos postulados: Que la máxima tasa
de inversión aseguraba el crecimiento económico más rápido y que el crecimiento económico más
rápido requería dar una prioridad absoluta a la industria pesada. Estos dos conceptos, sin embargo,
no resisten el examen crítico desde el punto de vista teórico, en particular porque no consideran las
repercusiones en la eficiencia y la productividad del trabajo de varios niveles dados de consumo de
los trabajadores. Su aplicación en la práctica en la Unión Soviética y en varias de las llamadas
repúblicas populares ha provocado numerosos errores de planificación, objetivos no satisfechos, y
múltiples desproporciones, y (de esta forma) sacrificios innecesarios y evitables para los pueblos
en cuestión. Los mismos o mejores resultados podrían haber sido obtenidos con tasas de
acumulación más bajas compensadas por un incremento más rápido de la productividad debido a
una subida mas pronunciada en el nivel de vida de los productores.
La teoría marxista y la experiencia práctica conducen así a conclusiones similares: los recursos
disponibles no pueden ser divididos arbitrariamente entre inversiones y consumo en la hipótesis de
que las tasas de crecimiento más altas resultaran las de mayor fondote acumulación. Surgen
interacciones más complejas y sutiles, que pueden además calcularse teóricamente, entre la
inversión y el consumo, de forma que el óptimo económico que produce el crecimiento más rápido
y equilibrado nunca coincidirá con la tasa máxima de inversión
Lo que es cierto desde un punto de vista general, lo es todavía más para sectores particulares. A lo
sumo, puede apelarse al espíritu de sacrificio de las masas con algún éxito, durante un cierto
periodo, de cara a conseguir la aceptación de ciertas restricciones al consumo. Pero reducciones a
largo plazo en el consumo alimenticio y periodos prolongados de escasez de viviendas en nuevos
centros industriales provocan inexorablemente graves crisis sociales, con un efecto negativo en la
tasa de crecimiento de la productividad del trabajo.
En realidad los postulados anteriormente mencionados solo son la racionalización hecha por los
teóricos stalinistas de los graves errores políticos cometidos por la facción de Stalin en el PCUS y de
sus consecuencias, esto es, el retraso del liderazgo soviético en impulsar una industrialización
acelerada. Este retraso forzó a la burocracia a omitir estadios, esto es, a utilizar los recursos del
fondo para consumo corriente para conseguir las bases de la industria pesada, en un período de
cinco años, y aún de cuatro, en lugar de hacerlo en ocho o diez años(25). De esta forma, se
incrementaron significativamente los sacrificios en el consumo impuesto a los productores, lo que a
su vez originó un rendimiento de la inversión mucho mas bajo que el estimado.
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Debe entenderse que la principal fuerza productiva para construir el socialismo es la fuerza
productiva de individuos cada vez más cualificados y conscientes. Ahí radica el porqué todos los
“costes de reproducción de la fuerza de trabajo” (tanto los fondos de consumo privado como los
costes de educación, instrucción, cultura y el funcionamiento democrático del sistema económico y
político) no pueden en forma alguna ser considerados como “perdidas” desde el punto de vista de
la inversión o del crecimiento económico. Es más, desde el punto de vista socialista representan, en
última instancia, la inversión más rentable.
6. Incentivos materiales y morales
l problema de la utilización de incentivos materiales y morales en la construcción del
socialismo debe examinarse tanto desde los enfoques macro y micro económicos, como
desde una posición que contemple lo mejor para la sociedad y para el individuo. Acabamos
de ver que la tasa de crecimiento no puede ligarse solamente al fondo de inversión. El nivel
absoluto de consumo de los productores así como la tasa a la que este nivel crece afecta, a su vez,
al crecimiento económico. Esto significa que desde la óptica macroeconómica, la mejora regular en
el nivel de vida de los productores es un “incentivo material” indispensable para la construcción del
socialismo. Negarlo únicamente significa creer en el voluntarismo o preparar el terreno para serias
dificultades.
Esta afirmación general, sin embargo, no permite una solución del problema, solo lo plantea. La
dificultad real aparece al ir de este problema general hacia el específico del comportamiento de las
diferentes clases, estratos sociales e individuos.
Otro punto, sin embargo, puede considerarse como dado. En lo que se refiere a la pequeña
producción de mercancías (agricultura y oficios privados), existe poca posibilidad de aumentar el
producto y, sobre todo, de mantener su incremento a largo plazo si ello no va acompañado por un
aumento de la renta real.
Si el Estado o el mercado regulador absorben el producto adicional de los campesinos o los
compensa con una cantidad creciente de billetes de banco por los cuales obtienen la misma
cantidad de productos industriales (bienes de producción o consumo), tendrán que retroceder hacia
una economía natural altamente cerrada (26). El aumento de la producción será más bien modesto y
no contribuirá al crecimiento económico general, sino en grado mínimo.
¿Debe aplicarse la misma lógica a la productividad individual de los trabajadores?. Lo mínimo que
puede decirse es que la experiencia histórica está lejos de ser concluyente en esta línea. De hecho,
técnicas como el stajanovismo condujeron a la creación de una nueva división del trabajo dentro de
la fuerza de trabajo, lo que aumentó la productividad de unos mediante la degradación de otros. Es
improbable que, en general, la ventaja fuera muy grande, especialmente si se considera el
descontento que tales formulas deben producir, inevitablemente en la clase trabajadora y su efecto
negativo en la productividad del trabajo.
Esta misma observación puede aplicarse al trabajo a destajo y a todas las técnicas de
intensificación del trabajo, como la aceleración, etc. Realmente, para que estas técnicas ayuden a
incrementar la productividad (dejando a un lado ciertas formulas de conciliación inadmisibles en un
país de base económica socialista) los “incentivos materiales” deben ser muy considerables. Sin
embargo, estos incentivos son generalmente modestos, sino marginales. Para que el incremento de
la productividad represente una ganancia neta, y no simplemente bruta, debe tenerse en cuéntale
mayor desgaste de la fuerza de trabajo (incluyendo el coste adicional de accidentes, de que se
producen enfermedades con mas frecuencia, subnutrición, etc.). En realidad la ganancia neta será
poco importante, si es que llega a haberla por no decir nada sobre los efectos negativos que estas
técnicas tienen en la unidad y combatividad del proletariado.
Por todas estas razones, las técnicas que aumentan la productividad mejorando el nivel técnico y la
organización del trabajo, proporcionan en última instancia resultados mucho mejores que los
obtenidos mediante técnicas para aumentar la productividad individual. Y tales técnicas no
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necesitan recurrir a los incentivos materiales individuales, ya que a lo sumo son fomentadas con
bonificaciones colectivas o participación en los resultados suplementarios obtenidos por la
empresa. Tales tipos de incentivos tienen, además, la ventaja de fortalecer la cohesión y
solidaridad interna de la clase trabajadora, en tanto se combate resueltamente el parroquianismo
de la empresa.
Subsiste la necesidad evidente de promover la educación técnica y cultural de los trabajadores.
Teóricamente, esta educación no debe ser origen de ventajas materiales una vez que la sociedad se
ha hecho cargo de este gasto, que es satisfecho por la colectividad y no financiado por el mismo
trabajador o su familia (27).
En la práctica la ausencia total de incentivos se volvería un incentivo negativo, aunque solo fuera
por el trabajo y esfuerzo adicionales en el intento de conseguir una educación.
Así pues, puede considerarse justificada una bonificación por educación según la tradición leninista
en la materia, siempre y cuando se sea consciente de que esta diferencia en la remuneración del
trabajo sin cualificar y el trabajo cualificado, del manual y del intelectual, trae consigo ciertos
peligros de degeneración para la sociedad en transición del capitalismo al socialismo (28). Deben
ser adoptadas todas las medidas que ayuden a minimizar este peligro: estricta vigilancia de la regla
que limita la renta de los funcionarios del estado y del partido a la de los trabajadores cualificados.
Una proporción estrictamente limitada de los elementos mejor pagados en los cuerpos
representativos. Respeto estricto al derecho del pueblo a criticar y mantener un control sobre estos
elementos. Acceso de los trabajadores a todas las fuentes de información y medios de educación.
Democracia socialista en la esfera política. Libertad de tendencias y de establecimiento de partidos
basados en el socialismo. Libertad de discusión y de creación científica, artística y literaria, etc.,
etc.
Resalta la importancia de los” incentivos morales” ya que los “incentivos materiales” para los
individuos, no son muy rentables económicamente en la gran industria y son socialmente
contraindicados. Sin embargo, los “incentivos materiales”, esto es, la dedicación de las masas a la
revolución, su entusiasmo creativo, su participación consciente en la construcción del socialismo,
no pueden mantenerse a largo plazo salvo que vayan acompañadas de una administración del
estado y de la economía basada en estas mismas masas. Faltando la participación de las masas en
la discusión y toma de decisiones, existe el peligro de que los “incentivos morales” se reduzcan
gradualmente a meras exhortaciones voluntaristas con un efecto cada vez menor en el esfuerzo
productivo.
7. Liderazgo de un solo individuo o autogestión de los trabajadores.
n la era de Stalin, el principio del liderazgo del proceso productivo por un solo individuo
(edinonachalie), por el que Lenin abogaba en circunstancias especiales y que en principio
solo era aplicable a procesos técnicos, fue extendiéndose gradualmente a todos los
problemas de gestión económica (29). Incluso el contrapeso de los sindicatos fue progresivamente
eliminado, aunque existió incuestionablemente de hecho, ya que no por ley, hasta el comienzo de
los planes quinquenales. Este postulado no ha sido puesto en tela de juicio en el período de
Khruschev ni en el período post-Khruschev, a pesar de la desestabilización y del progresivo
reforzamiento del derecho de consulta ejercido por los sindicatos en el interior de las empresas.
El sistema no se ajusta a la tradición marxista en la materia (30). Debe necesariamente originar, por
un lado, una concepción de poder político y económico en las manos de la burocracia, y por otro,
recíprocamente, una falta de interés por parte de los productores en el proceso productivo. Ello
priva a la tarea de construcción del socialismo de sus ímpetus potencialmente más enérgicos.
Es indiscutible, por otra parte, que la necesidad de que los individuos se sometan a una autoridad
central, como Engels resaltó, se confirma por la evolución tecnológica, tanto en grandes factorías
como en la globalidad de la economía. No existe escapatoria, como no sea volviendo a la
producción artesana individual o sometiéndose al predominio, muco mas alienante, de las fuerzas
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ciegas del mercado. Sin embargo, la inevitable subordinación de los productores individuales a una
autoridad conscientemente centralizadora no implica necesariamente burocratismo, autoritarismo
o despotismo, si esta autoridad deja de ser designada desde arriba y pierde su carácter de
inamovible, pasando a ser elegida y pudiendo ser destituida cuando los electores lo crean
conveniente.
Aquellos críticos que cuestionan la posibilidad de esta afirmación, como señalado en otro sitio (31),
confunden, en última instancia, las fuentes sociales del poder con las formas técnicas de su
ejecución.
“Quienes controlan el producto social excedente controlan, en último término la sociedad entera”.
Esta idea de Trotski, que tomó de Marx, implica que únicamente puede evitarse el control del
estrato burocrático sobre la sociedad si el control del producto social excedente permanece
firmemente, en las manos de los mismos productores. La elección y destitución del cuerpo dirigente
de las empresas (el consejo de trabajadores) por todo el personal de la fábrica y la subordinación
de todos los ejecutivos, técnicos y comerciales, a este cuerpo, son las claves de la auténtica
autogestión obrera.
Sin embargo, el producto social excedente no aparece a nivel de empresa individual sino en la
globalidad de la economía. S los “productores asociados se niegan a ceder a las autoridades
centrales una parte de su derecho a disponer del producto de su trabajo, en lugar de aumentar su
libertad efectiva de toma de decisiones, la hacen disminuir. Actuando de tal guisa, ellos mismos se
someterán a largo plazo a la tiranía ciega de las fuerzas espontáneas del mercado. En un análisis
más profundo, el que los trabajadores deleguen el derecho a disponer del excedente en una
autoridad central (el congreso de consejos obreros), elegida por los trabajadores, sobre la cual
ejercen un control y cuya composición pueden alterar en el caso de que aparezcan signos
inquietantes, salvaguarda y refuerza la autoridad decisoria de los obreros. Una cosa es el derecho
del obrero a gestionar la empresa en la que trabaja y otra el ejercicio efectivo de este derecho.
Este está siempre obstruido por reminiscencias del pasado: falta de cultura e instrucción,
preocupaciones más importantes en otras áreas (principalmente la de asegurar la subsistencia
diaria de la familia), falta de interés debido a la escasa conciencia, etc., etc.
Además, está frecuentemente bloqueado por la misma realidad socioeconómica del período de
transición: información insuficiente, falta de contacto con los compañeros a nivel local, regional o
nacional, límites impuestos a la libertad de inspección y discusión, la excesiva duración de la
jornada laboral.
En última instancia son, de hecho, estos últimos factores los decisivos para la dirección del
desarrollo. Cuando crece su papel de obstrucción, existe el peligro de que la autogestión obrera
tienda a convertirse en una trampa. Conforme estos factores desaparecen, la autogestión adquiere
una mayor entidad.
El factor clave es, incuestionablemente, la reducción radical de la jornada laboral que haría posible
una división real, del día de cada trabajador entre actividades directamente productivas y de
gestión social, en la amplia acepción del término. Es decir, no solo a nivel de empresa sino de
comunidad, región, nación, tanto en la esfera propiamente productiva como en los más amplios
dominios sociales, políticos y culturales. Esto por si sólo puede asegurar la integración progresiva
de las funciones de producción y acumulación.
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8. Agricultura privada y agricultura colectiva.
s bien sabido que los clásicos marxistas se oponían a cualquier liquidación por la fuerza de
la pequeña propiedad campesina. El pequeño campesino únicamente sería integrado en la
economía socializada en el pleno convencimiento de sus ventajas (32).
Engels no supuso que el mantenimiento de un sector agrícola privado en una economía socializada
creara ningún problema serio para la economía. Esto es debido a que el planteó este problema para
países en los cuales la industria ya era capaz de suministrar al campo una creciente plétora de
mercancías y donde este intercambio entre campo y ciudad no permitiría acumulación primitiva de
capital privado en proporciones significativas, dedo que la productividad del trabajo era mayor en la
industria que en la agricultura.
La experiencia de la Unión Soviética y, posteriormente, de la mayoría de las llamadas repúblicas
populares, y de de Yugoeslavia y China, han demostrado que esta cuestión es mucho mas compleja
en países relativamente subdesarrollados en los que el campesinado constituye la mayoría de la
población. Esta experiencia confirma que cualquier intento de liquidar por la fuerza la pequeña
propiedad campesina, bien de la tierra, bien de una parte importante de los productos del trabajo
campesino, sólo puede tener efectos catastróficos en la producción agrícola. La caída de la
producción agrícola en el período de colectivización forzosa de la URSS, y posteriormente, durante
la segunda fase del gran salto adelante en China, demuestran la incapacidad de los estados de los
trabajadores para forzar a millones de campesinos q que realicen un trabajo agrícola eficiente
cuando en el mismo no se encuentran beneficio ni satisfacción. Se dieron experiencias análogas,
aunque de alcance menos catastrófico, en varios países del Este en los años cincuenta,
especialmente en Polonia y Hungría.
Sin embargo, la experiencia también ha demostrado que n intento de integrar una agricultura
esencialmente privada en una economía esencialmente socializada de países subdesarrollados,
crea inevitablemente tensiones crecientes y contradicciones que pueden amenazar los
fundamentos mismos de la planificación y de la propiedad socializada. Estas experiencias del
período de la Nueva Política Económica en la URSS han sido, desde entonces, ampliamente
confirmadas en la Europa del Este, especialmente en Polonia.
Cuando toda la agricultura, o una gran parte de la misma, pertenece al sector privado y la industria
socializada es todavía débil. El campesinado es decisivo para la alimentación de los trabajadores,
ya que la economía es demasiado pobre como para suplir su trabajo por medio de las
importaciones. No obstante, este campesinado no es homogéneo. Aún inmediatamente después de
una reforma agraria igualitaria, tiende a diferenciarse rápidamente en campesinado rico, mediano y
pobre. Los excedentes comercializables aparecen únicamente en las dos primeras categorías, y
tales excedentes se concentran progresivamente en manos de los kulaks únicamente, quienes
quieren vender lucrativamente este excedente. Si la industria es débil, abandonarse a esta
tendencia implica transferir una porción creciente del producto social excedente de la acumulación
socialista a la acumulación privada de capital (33). Resistir esta presión, en idénticas
circunstancias, significa correr el riesgo de que se produzca una “huelga” de suministradores de
grano, lo que significa el hambre para los trabajadores.
El punto de partida necesario para la solución de este problema es el reconocimiento del carácter
heterogéneo del campesinado. Esta claro que en condiciones de incipiente industrialización el
campesinado rico, e incluso parte del campesinado medio, no tiene interés alguno en renunciar a la
propiedad privada de sus productos. Pero también esta claro que la creciente desigualdad entre los
campesinos (que la producción privada origina rápida e inevitablemente) diferencia un estrato de
campesinos pobres cuyas paupérrimas rentas no les estimula en modo alguno a permanecer a
cualquier coste en un minifundio privado (por no decir nada de los obreros agrícolas de las grandes
haciendas y plantaciones, que en casi todos los países subdesarrollados, están dispuestos
inmediatamente después de la revolución socialista a poner en marcha la agricultura colectiva). Los
estados de los trabajadores, deben, por tanto, dar prioridad a la organización de granjas
cooperativas y/ o colectivas, a las cuales se incorporaran esencialmente los campesinos pobres y
los obreros agrícolas. Desde el inicio estas granjas deben recibir inversiones y créditos que les
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permita funcionar con una productividad del trabajo muy superior a la del sector privado. Deben ser
capaces de garantizar rápidamente a sus miembros un nivel de vida y una comodidad superiores a
los de los campesinos medios, e incluso a la de algunos campesinos ricos.
Tan solo laceración de tal sector (aún más minoritario y basado en la adhesión sincera y
completamente voluntaria de un sector del campesinado) pondrá en marcha una serie de
mecanismos que asegurarán la solución progresiva de las contradicciones entre agricultura privada
y economía socializada. El abastecimiento de las ciudades se verá libre muy pronto del monopolio
de los kulaks (34). La competencia entre los sectores colectivizado y privado de la agricultura
frenará el alza constante de los precios de los productos agrícolas, a través de la cual los kulaks
hubieran drenado una parte creciente del producto social excedente. El ejemplo de un nivel de
productividad y vida mas altos en las granjas cooperativas y colectivas atraerá una gradualmente
una proporción creciente de campesinos medios al sector público. Esto impedirá que crezca la
tensión social en el campo, con todas sus consecuencias negativas.
El error catastrófico cometido por la facción de Stalin en la URSS consistió en retrasar tanto la
colectivización progresiva de la agricultura como la industrialización acelerada que debería haber
creado la indispensable base mecánica para la colectivización agraria (35). La decisión de empezar
a actuar frente a la amenaza de los kulaks fue precipitada y movida por el pánico, ya que no se
había previsto el peligro. Este movimiento tomo la forma de una colectivización forzada en la cual
los tractores y maquinaria agrícola ya existentes no fueron suficientes para asegurar la
productividad más alta de los koljoses así creados. Este fue el origen de los catastróficos
resultados de treinta años de política agrícola estalinista (36).
9. Autarquía y comercio con el mundo capitalista
os dirigentes soviéticos no eligieron una vía de desarrollo de la economía esencialmente
autárquica ni por un error teórico ni por una sobreestimación de los recursos económicos de
la URSS. Este camino les parecía el único antes de la revolución en los países industrialmente
avanzados. Dada la superioridad de la gran industria imperialista, ningún país relativamente
subdesarrollado puede industrializar con éxito compitiendo en el mercado mundial. El monopolio
de estado del comercio exterior es una barrera protectora indispensable que ha permitido a países
como la URSS, Polonia, Yugoeslavia y no digamos China, crear una elemental infraestructura
industrial inicial.
No obstante, desarrollo protegido por el monopolio del comercio exterior y desarrollo
completamente autárquico son dos nociones diferentes que no deben confundirse. El monopolio
del comercio exterior debe proteger a la incipiente industria socialista contra la competencia de
mercancías capitalistas mas baratas. Pero su objetivo no es en absoluto el de reproducir en el
interior de un estado de los trabajadores o de un grupo de estados que han abolido el capitalismo
todas las ramas de la agricultura y la industria que existen en el resto del mundo. Tal empeño sería
totalmente utópico. Entrar en esa vía sería imponer sacrificios adicionales, inútiles y evitables a los
productores de países con una base económica socializada.
La orientación correcta es aquella que calcula de forma deliberada las ventajas y desventajas de las
relaciones comerciales dadas con el mercado capitalista internacional, teniendo en cuenta ciertas
prioridades claras: defensa, equipo industrial para lanzar la industrialización, instrumentos
científicos, etc. Incluso el concepto de pérdida es relativo. Puede ser preferible exportar ciertas
mercancías con pérdidas de cara a posibilitar la importación de otras al precio del mercado
mundial, siempre que esta pérdida sea menor que la que resultaría del montaje de fábricas
condenadas a operar con pérdidas durante un largo período de tiempo. Sin embargo, tal
preferencia no estaría justificada cuando las mercancías exportadas con pérdida pudieran
proporcionar la base para una industria manufacturera funcionando con beneficio tanto para la
economía nacional como para el mercado internacional. Tampoco estaría justificada si la pérdida
originada por esas exportaciones fuera mayor que aquella en que se incurriría mediante el
establecimiento renuevas factorías para fabricar productos a partir de las materias exportadas, que
reemplazarían bienes previamente importados a altos costes.
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Aún menos debe confundirse la necesidad de protección contra la competencia extranjera con el
ideal socialista de autarquía. Esta necesidad persiste únicamente en tanto la productividad del
trabajo, en los países que han abolido el capitalismo es menor, en líneas generales, que en los
países imperialistas. Con el desarrollo de las fuerzas productivas y la extensión del área geográfica
en la cual el capitalismo ha sido derrocado, van apareciendo más sectores cuyos productos cuestan
menos en términos de gasto total del trabajo (con la misma calidad) que en algunos países
imperialistas o incluso menos que en los países imperialistas mas avanzados. A partir de ese
momento, el comercio internacional con los países imperialistas, lejos de ser un mal necesario, se
convierte en una bendición. A partir de entonces el mercado capitalista internacional se ve obligado
a contribuir a la acumulación de aquellos países con una base económica socialista, por medio del
comercio. Ya que, en estas condiciones de productividad socialista más alta, el intercambio de
mercancías implica una transferencia de valor de los países imperialistas a los estados de los
trabajadores.
Las ventajas de la división internacional del trabajo pueden ponerse al servicio de la construcción
del socialismo, en primer lugar a través de una cierta especialización que capitaliza en los
particulares recursos geográficos, climáticos o humanos de los países que han abolido el
capitalismo. Conforme progresa la industrialización (incluyendo la de la agricultura) y se eleva el
nivel de productividad en una serie de ramas de la economía socializada, los estados de los
trabajadores pueden explotar más ventajas de la división internacional del trabajo, con
independencia de sus recursos naturales. Entonces estas ventajas pueden ser explotadas de forma
creciente como consecuencia de la superioridad tecnológica adquirida en esta o aquella área
industrial sobre uno o más países imperialistas. El principio a través del cual puede conseguirse
este objetivo es, en última instancia, muy sencillo: vender más barato que los competidores
imperialistas, pero a costos más altos que los reales de producción.
La URSS y algunas de las repúblicas populares en particular (Alemania del Este y Checoeslovaquia),
por razón de su fuerte industrialización y su elevado nivel de desarrollo, se hallan en la actualidad
en una posición tal que su nivel de productividad actual es mayor que la de los países
subdesarrollados, que sólo pueden exportar materias primas. Comerciando con los “países
subdesarrollados” a precios de mercado mundial los explotan económicamente, esto es, drenan
hacia su economía parte del trabajo allí gastado. Tal política es generalmente contraindicada por
cuanto ayuda a consolidar el dominio imperialista en estos países a través de los precios del
mercado mundial, e incluso ofrece una justificación de su explotación por el capital imperialista
(37). Y se convierte en un auténtico escándalo cuando tal política se sigue contra otros países que
han abolido el capitalismo.
10. Relaciones económicas entre estados de los trabajadores
a expansión, a partir de la segunda guerra mundial, del área geográfica en la cual el
capitalismo ha sido derrocado, plantea un cierto número de problemas económicos concretos
que sólo pudieron haber sido oscuramente percibidos por los teóricos marxistas en un
período previo (38). El problema más arduo es el de determinar el grado deseable de autonomía
nacional al fijar los objetivos del plan y el uso de los recursos nacionales.
Desde un punto de vista abstracto, puede considerarse que poner totalmente en común los
recursos de todos los países que han abolido el capitalismo y formular un plan único de desarrollo
para todos estos países, representa la solución más racional. Limita al máximo los gastos generales
y la duplicidad, posibilitando la explotación del principio de una división internacional del trabajo.
No obstante, dos argumentos contrapesan la adopción de este criterio.
En primer lugar, la explotación histórica de las pequeñas nacionalidades, así como de varias
naciones más extensas por grandes potencias imperialistas ha producido en ellas una reacción de
celosa vinculación a su independencia nacional y una desconfianza hacia todas las grandes
potencias, incluyendo las que han abolido el capitalismo. Además, la opresión nacional sufrida por
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varias de estas naciones bajo la burocracia soviética, sobre todo en la era de Stalin (39), ha
reforzado más esta desconfianza. La integración económica total, de un sollo golpe, de todos los
estados de los trabajadores, toparía con los sentimientos nacionales de estos pueblos, que no
están dispuestos a hacer concesiones importantes de su soberanía. Este obstáculo solo puede ser
ignorado a costa de graves conflictos políticos y sociales. Solo pueden superarse de forma positiva
tras una fase de transición más bien larga, en la cual las nacionalidades en cuestión adquieran
práctica de comportamiento totalmente altruista y fraternal por parte de los estados de los
trabajadores industrialmente avanzados.
Además, poner totalmente en común los recursos de países de muy dispares niveles de desarrollo
retardaría más que aceleraría el desarrollo global. Redistribuiría a favor de los países más
atrasados recursos disponibles para el desarrollo de las industrias avanzadas y más adecuadas
para proporcionar ímpetus al desarrollo tecnológico de las economías no capitalistas como un todo.
Un reparto igualitario de los recursos con un país tan poblado como China, amenazaría con
provocar una caída general en los niveles de vida de todos los otros países del campo socialista, y
pronto tendría consecuencias adversas, tanto en los dominios políticos y sociales como en la
misma esfera económica.
Sin embargo, a pesar de que no es aconsejable poner totalmente en común los recursos del campo
no capitalista, el desarrollo completamente independiente de la economía de cada estado de los
trabajadores como una unidad, origina efectos igualmente irracionales. En Europa del Este y Asia
abundan pruebas de esta irracionalidad: El desarrollo paralelo de productos manufacturados
(automóviles, por ejemplo) que permanecen muy por debajo del umbral de rentabilidad (por no
mencionar las magnitudes óptimas), la obstinación de países como Alemania del E

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