Julio López
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En la muerte de Néstor Kirchner. Dossier
Por Fuente: Sin Permiso - Monday, Nov. 01, 2010 at 5:16 AM

Beatriz Sarlo · Julio Gambina · Atilio Borón · Pablo Stefanoni · · 31/10/10

En la muerte de Nést...
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La muerte biológica no es amiga de las causas justas o de las mejores causas. Ejemplos de ello se encuentran a lo largo de toda la historia política argentina. Cuando la muerte sorprendió a líderes políticos en pleno ejercicio de su actividad, como es el caso de Néstor Kirchner, los procesos en los que eran fundamentales protagonistas tomaron cauces también imprevistos. Más allá de las particulares y trágicas circunstancias en que murió Juan Domingo Perón, que se ha citado frecuentemente en estos días, la desaparición de otros destacados dirigentes argentinos planteó a los historiadores preguntas sin respuestas. La lista es numerosa, a título de ejemplos, podemos señalar a Leandro N. Alem, Juan B. Justo, Agustín Tosco, Germán Abdala. Para no hablar de toda una generación víctima del terrorismo de Estado.

De las múltiples reflexiones y notas referidas a la muerte de Kirchner, hemos seleccionado las siguientes que, por supuesto, ni agotan el tema ni constituyen análisis que necesariamente compartamos en su totalidad, pero que reflejan puntos de vista inteligentes sobre los que nos parece importante llamar la atención, especialmente a nuestros lectores no argentinos. SP.- Buenos Aires.



La vida a cara o ceca

Beatriz Sarlo

A las diez de la mañana, la ciudad estaba desierta por el censo. En ese vacío cayó la noticia. Cuatro personas, en un vagón de subterráneo escuchamos que alguien dijo: "Murió Kirchner". A partir de ese instante, la ciudad en silencio se convirtió, retrospectivamente, en un ominoso paisaje de vaticinio. Cuando bajé saludé a quienes habían escuchado conmigo la noticia, quise preguntarles sus nombres porque, como fuera, había vivido con ellos un momento de los que no se olvidan nunca más. En el quiosco de San José y Rivadavia pregunté si era cierto, con la esperanza alocada de que me dijeran que alguien acababa de inventarlo. Fue poderoso, ahora estaba muerto.

Pensé en quienes lo amaban. Su familia, por supuesto, pero ese círculo privado es, como toda familia, inaccesible y sólo se mide con las propias experiencias de dolor, que habilitan una solidaridad sin condiciones. Puedo imaginar, en cambio, la muerte del compañero de toda una vida, que la política marcó con una intensidad sin pausa: la Presidenta conoce hoy la fractura más temida.

Con la intensidad de la evocación marcada por una proximidad que comprendo más, pensé en quienes lo admiraron y creyeron que fue el presidente que llegó para darle a la política su sentido. Recordé a Kirchner en el Chaco, en marzo de este año, y un día después en el acto de Ferro, con la cancha repleta, donde se mezclaban los contingentes de los barrios bonaerenses, las familias completas, las barritas con los bombos, los viejos y los niños, con las clases medias que llegaban sueltas o débilmente organizadas. Lo recordé abrazándose a los chicos de un barrio pobre del Gran Buenos Aires, donde aterrizó su helicóptero, bajó corriendo y empezó a caminar como si llegara tarde a una cita. Se movía por las calles de tierra y cascotes como quien siente que la vida verdadera está en esos contactos físicos, abrazos rápidos pero vigorosos, tironeos, gritos; los chicos lo seguían como una nube, jugando; era fácil tocarlo, como si no existiera una custodia que, sin embargo, trataba de rodearlo mientras todo el mundo se sacaba fotos.

A fines del siglo XX nada anunciaba que la disputa por ocupar el lugar del progresismo iba a interesar nuevamente salvo a los intelectuales o a los pequeños partidos de izquierda. Kirchner introdujo una novedad que le daba también su nuevo rostro: se proclamó heredero de los ideales de los años setenta (al principio agregó "no de sus errores"). En 2003, llegó al gobierno marcado por una debilidad electoral que Menem, dañino y enconado, acentuó al retirarse del ballottage y no permitirle una victoria con mayoría en segunda vuelta. La crisis de 2001, pese al intervalo reparador de Duhalde, no estaba tan lejos en la memoria, mucho menos de la de Kirchner, que encaraba su gobierno con poco más que el veinte por ciento de los votos. Su gesto inaugural, el mismo día de la asunción, fue hundirse en la masa que lo recibía, como si ese contacto físico provocara una transferencia. Kirchner ocupaba por primera vez un lugar en la Plaza de Mayo y terminaba, junto a su familia, mirándola desde el balcón histórico; en la frente, una pequeña herida, producida en la marea de fotógrafos.

La escena es un bautismo. Kirchner comenzó su presidencia con un golpe en la frente porque se lanzó a la multitud que estaba en las calles, entre el Congreso y la Plaza de Mayo; se lanzó como quien corre hacia el mar el primer día del verano, con impaciencia y sensualidad, gozando ese cuerpo a cuerpo que es el momento amoroso de la política.

Pensé entonces en las escenas que, pese a ser una opositora, me había tocado vivir. En las escenas de masas, donde no hay sólo acciones que se aprueban o se critican, se percibe un más allá de la política que la convierte en experiencia y en alimento sensible. Kirchner, un duro, gozaba con esa afectividad intensa que a sus ojos seguramente refrendaba el pacto peronista con el pueblo. Pero no pensé sólo en esos cientos de jornadas en que Kirchner había pisado la tierra o los lodazales de los barrios marginados, donde era recibido con una alegría que superaba la gestión de los caudillos locales, porque alguien, un presidente, llegaba a ese confín donde vivían ellos, unos miserables.

Pensé también en los que formaron el lado intelectual del conglomerado que armó Kirchner. Con ellos he discutido mucho en estos años. Sin embargo, me resulta sencillo ponerme en su lugar. Muchos vienen de una larga militancia en el peronismo de izquierda; vivieron la humillación del menemismo, que fue para ellos una derrota y una gigantesca anomalía, una enfermedad del movimiento popular. Cuando los mayores de este contingente representativo ya pensaban que en sus vidas no habría un renacimiento de la política, Kirchner les abrió el escenario donde creyeron encontrar, nuevamente, los viejos ideales. Pensé que se engañaban, pero eso no borronea la imaginación de su dolor.

El furor de Kirchner en el ejercicio del gobierno transmitía la eléctrica tensión de la militancia setentista; para muchos, era posible volver a creer en grandes transformaciones, que no se enredaran en el trámite irritante y lento del paso a paso institucional. Y creyeron. Entiendo perfectamente esas esperanzas, aunque no haya coincidido con ellas. Conozco a esa gente, que se identifica en Carta Abierta, pero la desborda. Pensé en ellos porque cuando un líder político ha triunfado con el estilo de la victoria kirchnerista, su muerte abre un capítulo donde los más mezquinos y arrogantes saldrán a cobrar deudas de las que no son titulares, pero otros padecen el dolor de una ausencia que comienza hoy y no se sabe cuándo va a aflojar sus efectos. La muerte no consagra a nadie ni lo mejora, pero permite ver a quién le resulta más dura. Los que soportamos muchas muertes políticas sabemos que sus consecuencias pueden ser de larga duración.

Imposible pasar por alto la desazón de quienes se entusiasmaron con Kirchner. Sería no comprender la naturaleza del vínculo político. En las manifestaciones de 1973 marchaban viejitos con fotos de Eva que, amarillas y cuarteadas, probaban su origen de casas populares construidas en 1950. No sabemos si habrá fotos así de Kirchner en movilizaciones futuras. Pero su impacto en la sensibilidad política quizá se prolongue. Esto no excluye los balances de su gobierno sino que, precisamente, los volverá indispensables. Kirchner será un capítulo del debate ideológico e histórico. Una forma de la posteridad, tan duradera como la dimensión afectiva de esa gente de los barrios más pobres y de quienes lo apoyaron con su actividad intelectual. Maestra implacable, la muerte nos hará trabajar durante años.

La muerte de Kirchner fue súbita y filosa. Hay una frase popular: murió con los zapatos puestos, no había nacido para viejo. Hay otra, pronunciada en un pasado lejano donde todavía se decían frases sublimes: "¡Qué bella muerte!". Bella, aunque injusta y trágica, es la muerte de un hombre que cae en la plenitud de la forma, un hombre a quien no maceró la vejez ni tuvo tiempo de convertirse en patriarca porque murió como guerrero. Sin haberlo conocido, me atrevo a pensar que Kirchner se identificó siempre con el guerrero y nunca con el patriarca.

La medicina explica con todas sus sabias precisiones que Kirchner debió "cuidarse", que su cuerpo ya no podía soportar los esfuerzos de una batalla concentrada y múltiple. Pero una decisión, que no llamaría sólo psicológica sino también un ejercicio de la libertad, fue que Kirchner eligió no administrarse ni tratar su cuerpo como si fuera un capital cuya renta había que invertir con cuidado. Gastaba. Vivió como un iracundo. Ese era justamente el estilo que se le ha criticado. Tenía un temperamento, y los temperamentos no cambian.

Concebía la política como concentración potencialmente ilimitada de poder y de recursos y no estuvo dispuesto a modificar las prácticas que lo constituían como dirigente. Kirchner no podía ser cuidadoso en ningún aspecto. No se aplacaba.

Gobernó sin contemplaciones para los que consideró sus opositores, sus enemigos, sus contradictores. Tampoco se ocupó de contemplar su debilidad física cuando se lo advirtieron. Como político no conoció el intervalo de la tregua; sin tregua manejó el conflicto con el campo y con los medios; la tregua es el momento en que se negocia y Kirchner no negociaba, no administraba sus objetivos, los imponía o era derrotado. No delegaba funciones. Fue, paradójicamente, un calculador que confiaba en sus impulsos, un vitalista y un voluntarista que se pasaba horas haciendo cuentas.

En su primer discurso, cuando juró frente al Congreso, dijo: "Atrás quedó el tiempo de los líderes predestinados, los fundamentalistas, los mesiánicos. La Argentina contemporánea se deberá reconocer y refundar en la integración de equipos y grupos orgánicos, con capacidad para la convocatoria transversal, el respeto por la diversidad y el cumplimiento de objetivos comunes". Sin embargo, esas palabras, que no hay elementos para juzgar insinceras en ese entonces, no le dieron forma a su gobierno.

Kirchner definió un estilo que, como sucede con el liderazgo carismático, es muy difícil de transmitir a otros. El líder piensa que es él el único que puede bancar los actos necesarios: él garantiza el reparto de los bienes sociales, él garantiza la asistencia a los sumergidos, él sostiene el mercado de trabajo y forcejea con los precios, él enfrenta a las corporaciones, él evita, en solitario, las conspiraciones y los torbellinos. El liderazgo es personalista.

La Argentina tiene, como tuvo Kirchner, una oscilación clásica entre la reivindicación del pluralismo y la concentración del poder. Como presidente, Kirchner eligió no simplemente el liderazgo fuerte (quizás indispensable en 2003) sino la concentración de las decisiones, de las grandes líneas y los más pequeños detalles: tener el gobierno en un puño. Consideró el poder como sustancia indivisible. Con una excepción que marca con honor el comienzo de su gobierno: la renovación de la Corte Suprema, un acto de gran alcance cuyas consecuencias van más allá de la muerte de quien tuvo el valor de decidirlo.

El poder indivisible es fuerte y débil: su fortaleza está en el presente, mientras se lo ejercite; su debilidad está en el futuro, cuando las circunstancias cambian. Así como Kirchner no administraba con cautela su resistencia física, tampoco fue cauteloso en el ejercicio de su poder. Frente a la desaparición de quien concebía el poder como indivisible, se aprestan las fuerzas y los individuos que quieren creer que ese poder pasa intacto a otra parte, lo cual sería una equivocación, o los que creen que se acerca un nuevo reparto.

Kirchner murió cuando en el horizonte cercano se insinuaba la posibilidad de un reparto de ese poder indivisible. Las elecciones de 2009 cambiaron las representaciones partidarias en el Congreso. Esa fue una experiencia nueva dentro de los años kirchneristas. Entre la negociación y el veto, entre retirar un proyecto propio y adoptar el de un aliado, se había empezado a recorrer un camino que mostraba cierto cambio de paisaje, obligado por la relación de fuerzas. El poder del Ejecutivo tenía una contraparte que no había pesado hasta 2009 y, en 2010, vendrán las elecciones nacionales. El poder indivisible necesitaba victorias, primero dentro del propio movimiento justicialista, batalla que Kirchner ya estaba calibrando.

Kirchner no era sólo un voluntarista sino también un inspirado. Salvo un apresurado que supiera poco, nadie en esa próxima competencia podía estar seguro de que podía desplazarlo. Su inteligencia y su iniciativa causaron siempre la admiración de sus amigos y la expectativa de sus opositores. Estas últimas semanas de su vida estuvieron bajo el signo de las exploraciones, las encuestas y los pálpitos electorales. Como cualquier político que había tocado el éxito y la popularidad en muchos momentos, Kirchner no quería alejarse de la cabina de mando. Creía que él era la única garantía, incluso la única garantía de su propio futuro. Surgido del peronismo, Kirchner no se sentía seguro con las declaraciones de lealtad y desconfiaba de las disidencias que, a sus ojos, encubren traiciones.

Todos, amigos y enemigos, estaban seguros de que algo debía suceder en los próximos tiempos. Sucedió esta muerte que, como toda muerte inesperada y temprana, cortó el curso de las cosas, pero un destino propicio hizo que Kirchner muriera sin conocer una derrota decisiva. Kirchner, muchos lo aseguraban, vivía en el límite de las apuestas a cara y ceca, perder todo estuvo siempre inscripto dentro de las posibilidades. Fue un político de alto riesgo, no un jefe cuya cualidad principal fuera la prudencia. Fue también un político afortunado. Y murió antes de que su imprudencia venciera a la fortuna.

Junto con la renovación de la Corte Suprema hay otro acto de reparación histórica que nadie podrá negarle: después de la derogación de las leyes de impunidad, Kirchner apoyó con su peso personal e institucional la apertura de los juicios a los terroristas de Estado. Hizo su escudo protector con los organismos de derechos humanos hasta convertirlos en articulaciones simbólicas y reales de su gobierno. Como sucedió siempre con Kirchner, el apoyo a que las causas obtuvieran sentencia se entreveró con la política que inscribió a las

Madres y Abuelas en la trinchera cotidiana. Kirchner, hasta hoy, ofrece esos balances complicados. Igual que su afirmación latinoamericanista: reivindicó la idea de una nación independiente y soberana, pero dirigió o permitió peleas tan declarativas como inútiles; como secretario de la Unasur, tomó una responsabilidad que cumplió contra muchas predicciones.

Fin de un acto que lleva su marca. Fue la obsesión amada o temida, desconfiada o combatida de muchos. Pocos políticos tienen la fortuna de marcar la historia de este modo. En la turbulencia que produce la muerte, antes de la claridad que llega con el duelo, no es posible saber si el kirchnerismo será un capítulo cerrado. La muerte convoca a los herederos, los legítimos y los que piensan que, en realidad, no son herederos sino titulares de un poder perdido o entregado de mala gana. También falta definir del todo cuál es la herencia y si es posible que pase a otras manos. La memoria de Kirchner puede convertirse en política o en historia. Lo segundo ya lo tiene asegurado con justicia.

La Nación 28-10-2010



La muerte de Néstor Kirchner

Julio C. Gambina

Murió el ex presidente Néstor Kirchner. Más allá de las condolencias que corresponden resulta de interés verificar que el acontecimiento generó en sí mismo un cambio en la percepción del momento político. La masividad de la despedida habilita interrogantes sobre el consenso social en el legado de la acción de gobierno y en la política liderada por el ex mandatario y que hoy ejerce Cristina Fernández. Ello requiere un análisis muy preciso de las motivaciones de ese consenso popular y cómo se mantiene y profundiza. Será una clave importante de la política.

En casi todos los análisis se valora la política de los derechos humanos y la política internacional, especialmente esta última en dos direcciones; una, que con matices remite al tratamiento de la deuda externa pública y la otra al alineamiento con la región.

Respecto de la deuda se registra la confrontación con el FMI, que en el último tiempo de crisis capitalista y presencia de Argentina en el G20 entró en tensiones, ya que de un lado se critica fuertemente al FMI y por el otro se convalida un resurgimiento del FMI como el ajustador en el marco de la crisis, situación que hoy sufre Europa del Este y crecientemente la Europa occidental. Precisamente Argentina es puesta de ejemplo en la resistencia europea por la quita de la deuda en el canje del 2005 y 2010 y el mantenimiento de la cesación de pagos con el Club de París. Es cierto que han sido varios los anuncios del actual gobierno por negociar y cancelar esa deuda, lo que coloca un signo de interrogación sobre el futuro del endeudamiento, que junto a la disminución de la deuda externa muestra un crecimiento de la deuda "interna", la que afecta partidas presupuestarias en el presente y el futuro.

Sobre el alineamiento internacional se destaca el papel de la administración Kirchner para evitar la inclusión del ALCA en la agenda de la Conferencia de Presidente de América del 2005 en Mar del Plata, algo que la administración estadounidense no perdona. Claro que subsisten una gran cantidad de tratados bilaterales de inversión que junto al CIADI condicionan la evolución de la economía local. Era incipiente el trabajo de Kirchner en Unasur, creando muchas expectativas por la explícita exclusión de EEUU en su seno, con unas complejas tareas por delante, nada menos que las mediaciones entre Colombia y Venezuela. La creciente intromisión estadounidense en los países de la región sugiere un mayor protagonismo de la Argentina en una visión nuestra americana, excluyendo a EEUU, el líder del G20, del que el país forma parte. Pero también está demorada la aparición del Banco del Sur y una mayor inserción del país en una integración alternativa a la comandada por el libre comercio, con EEUU ó con Europa.

Quizá el tema más delicado del legado y los desafíos del gobierno a futuro estén en la Política económica, sea la distribución del ingreso, el elevado nivel de pobreza, más allá de la política social compensadora; el trabajo irregular, visibilizado en el reclamo de los tercerizados ferroviarios y que culminó con el asesinato de Mariano Ferreyra. La inflación que empezó a desatarse en tiempos del gobierno Kirchner y que se mantiene agudizado con la incredulidad de los datos del Indec, reconociendo que la inflación implícita o explícita la pagan los sectores de menores ingresos. Más aún, subsisten enormes condicionantes de la institucionalidad neoliberal, tales como la fuerte orientación de política pública para favorecer al sector privado, más allá de retenciones. Es el caso de la extensión, a modo de ejemplo, de la producción sojera en el agro, o de la minería a cielo abierto, ambas en manos de transnacionales que manejan el paquete productivo, las principales inversiones y son generadoras de la salida de capitales.

Parte del imaginario social y política sindicaba a Néstor Kirchner como el verdadero Ministro de Economía. Más allá de la veracidad, la ausencia del ex presidente pondrá en evidencia la capacidad de gestión en materia de política económica del gobierno, en un momento en que la situación fiscal de las provincias se complica, con posibilidades de conflicto federal y agravado por la ausencia del jefe del partido de gobierno para administrar esas tensiones. Es quizá el orden económico social y la política económica, el ámbito que genera mayores incógnitas sobre el futuro cercano.

El poder económico mundial envió su señal elevando las cotizaciones de los valores argentinos, aún estando cerrada la Bolsa de Valores de Buenos Aires por el feriado dispuesto por el censo nacional. Pese a las elevadas ganancias obtenidas en el ciclo de recuperación de la economía en la Argentina, el ex presidente no era considerado del riñón del poder económico y por eso existirán presiones para incidir en un mayor alineamiento de la Argentina con las políticas hegemónicas en el marco de la crisis, especialmente la normalización de la situación con el FMI. Es de esperar que la convocatoria para su despedida pueda contribuir a constituir una fuerza en sentido contrario.

http://www.sinpermiso.info, 30 octubre 2010





Néstor Kirchner, legados y desafíos

Atilio A. Boron

Es indiscutible que la inesperada y prematura desaparición de Néstor Kirchner tendrá un enorme impacto sobre la vida política argentina. Sucintamente podría decirse, primero, que con él desaparece el político más influyente de la Argentina, el que marcaba la agenda de la discusión pública y el ritmo de la vida política nacional.

Segundo, que durante su gestión como presidente cambió el rumbo por el que venía transitando la Argentina -muy especialmente en materia de derechos humanos y política internacional, pero también con una ejemplar renovación de la Corte Suprema, reparando las vejaciones que en este rubro, como en tantos otros, había cometido el menemismo.

Tercero: desaparece con su muerte el único que reunía las condiciones requeridas para contener, como ningún otro, la compleja y turbulenta realidad del peronismo, cuyas pugnas internas en épocas pasadas sumieron al país en gravísimas crisis institucionales. Éste tal vez sea el más serio desafío con el que tendrá que lidiar la presidenta.

Cuarto, su muerte la priva de una compañía irreemplazable: durante décadas Néstor Kirchner no sólo militó codo a codo con ella, sino que también fue su consejero, aliado y confidente. Su desaparición deja un vacío muy grande en la Casa Rosada. Pero, contrariamente a muchas malintencionadas especulaciones expresadas en estas horas, la presidenta es una política hecha y derecha y, además, una mujer de mucho temple y carácter y que seguramente sabrá sobreponerse a su inmenso dolor y honrar la memoria del ex presidente manteniendo con firmeza en sus manos el timón del Estado y evitando que al interior del PJ se desencadene una feroz pelea por la sucesión.

Nada autoriza a pensar en un paralelismo entre su situación y la de Isabel Martínez de Perón ante la muerte de su esposo, en 1974. Ésta no reunía las menores condiciones para gobernar la Argentina, no tenía trayectoria política alguna y el país se hallaba en una situación incomparablemente distinta a la actual, donde la presencia de militares fascistas era el dato más significativo de aquella coyuntura. La de hoy es completamente distinta en todas y cada una de aquellas dimensiones. De todos modos, para responder a los desafíos del momento Cristina Fernández tendrá que contar con mucho apoyo, reforzar su articulación con las clases y capas populares mediante la rápida implementación de políticas sociales y económicas más efectivas (y, en algunos casos, largamente demoradas) y, sobre todo, mantener a raya a los aparatos que se arrogan una representación popular que en realidad no tienen y que pueden interferir negativamente en el crucial último año de su mandato y en sus perspectivas electorales. La Argentina se asoma a una nueva etapa signada por la ausencia del ex presidente: el asesinato de Mariano Ferreyra ya había iniciado este proceso; la muerte de Néstor Kirchner lo acelera y profundiza aún más.

http://www.atilioboron.com, 28-10-2010



"Desde el cielo... con Perón"

Pablo Stefanoni

"Hugo, dejate de joder con el socialismo", dicen que le dijo una vez Néstor Kirchner a Hugo Chávez. Y la cita resume bien una característica de la forma de pensar la política del ex presidente argentino. Kirchner no dejó de apelar a la movilización ideológica nacional-popular para crear mística en su tropa - y entre los sectores no peronistas que lo apoyaron -, que veían renacer los sueños abruptamente cortados de la "gloriosa juventud" de los años setenta.

Pero nunca tuvo una visión idealizada de la política: siempre creyó que el poder se construye a través de la creación de una eficaz red de intereses (y dependencias) y eso intentó hacer desde que se despegó de Eduardo Duhalde, de la mano de quien pasó de una despoblada provincia del extremo sur argentino a dirigir los destinos del país. La política (el poder) y el dinero (sin la frivolidad que suele acompañarlo) fueron su verdadera obsesión. Kirchner fue, al decir de Maristella Svampa, el presidente inesperado, que supo captar - con el olfato inigualable de los peronistas - las aspiraciones de la Argentina que trataba de salir de una de las peores crisis de su historia. El antiliberalismo era popular en 2003 y a eso apostó el kirchnerismo, sin dejar de construir un "capitalismo de amigos" y reescribiendo su propia historia de militantes combativos desde los setenta hasta los 2000.

Ahora es Cristina Fernández - impuesta por él como candidata en 2007 - su única heredera. La tentación de comparar este drama con la muerte de Perón en 1974 y su sucesión por su esposa vicepresidenta Isabel Martínez no es conducente: como se ha señalado por estas horas, ni Kirchner es Perón - pese a las comparaciones de sus más leales seguidores - ni Cristina es Isabelita. La actual mandataria está lejos de la inhabilidad política (y mental) de la ex del general. Pero esto no resuelve el problema. Kirchner era una suerte de copresidente, además de líder del Partido Justicialista, la principal base de apoyo de su "modelo". Desde ese puesto, el ex presidente garantizaba que gobernadores y alcaldes no migraran a la vereda del peronismo federal (anti K). Los controlaba eficazmente a través de los fondos estatales.

Si algo heredaron los seguidores de Perón es el olfato para saber dónde se gana y dónde se pierde poder, de ahí la máxima partidaria de que el peronismo perdona cualquier cosa menos la derrota. Hasta ahora Kirchner era quien marcaba la agenda, dividía aguas e inspiraba temor en no pocos leales y enemigos. Y su recuperación en la encuestas le permitía soñar con volver a la Rosada en 2011. Estaba en todo: desde sus responsabilidades en la Unasur hasta el límite de lo prosaico, como organizar un acto en el Gran Buenos Aires. Pero además era ministro de Economía en la sombra, y libreta en mano controlaba a diario las cuentas fiscales, dicen que como su abuelo almacenero en la Patagonia, pero sin duda con bastante eficacia.

Ahora se verá si existe o no el "cristinismo". Muchos de quienes no se animaban a lanzarse para 2011, como el gobernador bonaerense Daniel Scioli, ahora tienen más espacio en la cancha. El peronismo ya es un hervidero. Y el clima no deja de ser raro: no fue la oposición quien derrotó a Kirchner sino él mismo, desoyendo los consejos médicos y yendo en fuga hacia adelante. Como otros caudillos (y esto debería ser un llamado de atención a otros líderes progresistas de la región: nadie es eterno), sólo construía para él, de allí la duda de si el clima de conmoción y movilización de sentimientos que hoy beneficia a la presidenta le será suficiente para llenar el vacío. Aunque hoy no es políticamente correcto hablar precisamente de política, eso no impide que la lucha por posicionarse en el nuevo escenario haya comenzado con fuerza.

Sin duda Cristina no podrá gobernar solamente sobre la base de que cree estar haciendo la revolución y necesita renovar las alianzas menos épicas que había tejido Néstor. Como es el caso de Hugo Moyano, líder de una CGT revitalizada aunque sin perder los métodos de sindicalismo filomafioso de la burocracia sindical de la era Menem(y de mucho antes). Moyano no está haciendo la revolución sino construyendo poder, y aunque ya se pronunció por la reelección de Cristina habrá que ver qué pasa cuando baje el caudal de mística de estas horas.

Nadie preveía este escenario, en el que los sentimientos se entremezclan con la política y se valora lo bueno de la gestión (redistribución del ingreso, regreso del Estado...) por encima de lo malo, y hasta el vicepresidente "traidor" Julio Cobos dice que el Pingüino fue "un gran presidente". Está por verse si el kirchnerismo sobrevivirá a su jefe máximo y cómo lo hará. Sin duda, Cristina ya no tiene la sombra de su marido y a partir de ahora será presidenta plena, pero deberá construir su base de poder. Aunque en la Plaza de Mayo sus seguidores cantaban "Kirchner no se murió...nos está conduciendo desde ese cielo con Juan Perón", la situación se volvió incierta. Y así se respira dentro del poder.

Kirchner fue velado en la Casa Rosada - símbolo del poder en estado puro, al decir de Susana Viau -, a la que quería retornar, y no en el Congreso, donde el poder se comparte. En la sala del Bicentenario, entre fotos del Che y Salvador Allende que resaltan la cara de mística militante del kirchnerismo, apoyado sin fisuras por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo; la otra cara de la moneda es el pragmatismo a ultranza con el que convive, en una tensión del propio peronismo. Los comunistas marcharon con la consigna "Hasta la victoria siempre, Néstor", y en algún barrio "oligárquico" dicen que se escuchó algún bocinazo de festejo.

Semanario Brecha, 29-10-2010

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