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La política (El peronismo como doctrina social de la iglesia y poder policial del Estado)
Por (reenvio) Ezequiel Espinosa - Saturday, Nov. 06, 2010 at 9:49 AM

El peronismo creó una Comunidad Organizada de acuerdo a la doctrina social de la iglesia y al poder de policía del Estado

“La inteligencia política es precisamente inteligencia política porque piensa en el interior de los límites de la política: (...). El principio de la política es la voluntad. Cuanto más unilateral, o sea, cuanto más perfecta es la inteligencia política, en mayor medida cree en la omnipotencia de la voluntad, (...)” Karl Marx

Una voluntad apasionada, más reflexiva o más fanática. Una voluntad violenta, casi siempre, pero generalmente impotente. Voluntad capaz de fuerza, pero no necesariamente de poder. Así se plantea la aporía fundamental de la actividad política y de sus militancias. La política, de por sí, carece de potencia social, si es “voluntad de poder”, lo es, pues, dado que, en sí misma, es prácticamente impotente. Las “fuentes del poder”, por decirlo de un modo “sociológico”, son ajenas a los límites de la política. La potencia-política sólo puede venir de la concentración del poder social, y el poder político sólo será verdad, si es un poder social concentrado.

Ha sido con la modernidad burguesa, con la constitución de los así llamados “Estados políticos”, cuando se inicia la época de la unilateralidad más perfecta de la “inteligencia política”, cuando la alienación cívica y la mistificación de la voluntad soberana sostienen masivamente la creencia en “la omnipotencia de la voluntad”. Y la manifestación más patética de este creer la constituyen los diferentes partidos políticos, de izquierda y de derecha, nada los distingue cuando los miramos desde su “inteligencia política”. Digámoslo, el voluntarismo es el principio de la militancia política, la voluntad soberana el principio de su religiosidad.

En nuestro país, una vez conformado como Nación-Estado, ha habido dos grandes movimientos políticos, el radicalismo y el justicialismo. Si bien se trata de dos grandes partidos de horizontes sociales burgueses, cada uno representa maneras diferentes de desarrollar la actividad política. El peronismo se despliega siempre como un movimiento maquivélico, algunas veces amoral, otras veces inmoral (por más moralismo que pueda contener). El radicalismo se ha desarrollado como un movimiento cívico, particularmente moralista (por más corrupción que pueda albergar). Desde sus orígenes, pareciese que lxs militantes de la Unión Cívica Radical sólo saben educarse para, en el mejor de los casos -desde un punto de vista honestamente burgués-, fortalecer las instituciones republicanas y mejorar la calidad institucional.

Por su parte, lxs militantes peronistas aparecen siempre con gran capacidad de “conducción política”; lxs peronistas parecen educarse en el arte de gobernar a las distintas fuerzas o movimientos sociales. Y es que la doctrina radical tiene la filigrana de la filosofía política Krausista, pero las verdades peronistas se hallan inspiradas en la ciencia política de “El Príncipe”.

En nuestros comentarios anteriores, siempre hemos hecho foco sobre las relaciones de derecho como relaciones de policía, y la sujeción social a través de la alienación cívica. En este acápite pretendemos acentuar no tanto en los mecanismos gubernamentales o los dispositivos jurídico-políticos, sino en los modos de ejercer el poder gubernativo que se identifican con estos dos grandes partidos burgueses. El peronismo ha sabido desarrollar -mejor que ningún otro movimiento político nacional- a la actividad política como la “religión de la vida popular”; en nuestro país, la política, en tanto es “la escolástica de la vida popular”, se llama justicialismo. Por su parte, el radicalismo sólo ha sabido asumir la religiosidad política como “religión cívica”. Históricamente, el peronismo ha colisionado con la religión oficial del Estado cuando pretendió posicionarse a un mismo nivel que ésta, el radicalismo, por su parte, choco con la iglesia cuando emprendió más vehementemente proyectos de mayor independencia del Estado respecto de la Iglesia.

Lxs peronistas apelan al sentimiento de lealtad, lxs radicales al respeto de la legalidad (la legitimidad, en Argentina, parece moverse pendularmente en tales significaciones). De esta manera, cuando el movimiento peronista es oposición a los gobiernos oficiales, tiene una capacidad abrumadora de rebasar -más o menos dentro del marco constitucional- a la institucionalidad formal de la república; mientras que el partido radical, cuando es gobierno, sólo parece descansar en la voluble “buena voluntad” de las clases medias. Estas características específicas, fueron reconocidas con extraordinario cinismo por Eduardo Duhalde y Rodolfo Terragno cuando acordaban que los peronistas “no dejan gobernar” y los radicales “no saben gobernar”.

A pesar de sus diferencias, ambos partidos han manifestado un enorme talón de Aquíles en su corrupción e incapacidad administrativa. Un sueño de la burguesía argentina, y quizás más todavía de la pequeña burguesía de éste país, es la constitución de un “tercer movimiento” histórico que pueda suplir esta falencia perenne de alguna manera. Las corrientes aglutinadas en un horizonte UCeDé pregonan por un positivismo (neo)liberal, las que se inclinan por una perspectiva Socialista, anhelan un positivismo social-demócrata. El kirchnerismo, ha pretendido anudar estos últimos anhelos a esa “escolástica de la vida popular” que es el justicialismo. La opción PRO se pretende la continuidad de la UCeDé. Y sin embargo, ambas coaliciones no distinguen la incapacidad administrativa de la impotencia que es propia de la administración. De uno u otro modo, ambas perspectivas siguen presas del fetichismo burocrático, y no podía ser de otro modo, ambas son coaliciones de estrechos horizontes burgueses.

En nuestra actualidad, y dentro de este esquema, la mayoría de los partidos de la izquierda anticapitalista se desarrollan como grupos conspirativos. A esta característica en su “arte” de la política, le corresponde, por el momento, una espiritualidad de “secta” (y como se sabe, “toda secta es, en esencia religiosa”). Doctrinarismo ideológico y disciplinamiento moral al rededor de la relación del profeta y sus discípulxs hacen a su “cultura política”. No siempre ha sido así, y seguramente no siempre será de ésta manera. Sin embargo, las distintas organizaciones partidarias de la izquierda anticapitalista no pueden superarse por la vía del maquiavelismo, pues un movimiento emancipatorio no puede afirmarse en el arte del “poder regio”. El problema de la política anticapitalista es, sin dudas, similar al de los jacobinos, pero es distinto, pues refiere a la conformación comunera de un “gobierno revolucionario”.

Pero mantengámonos ahora dentro de “la única verdad”, que es “la realidad” (qué sentencia más conservadoramente hegeliana). El justicialismo fue el intento más decidido de desarrollar un capitalismo nacional independiente y hacer de la Argentina una potencia regional. Perón, un estadista (y no todos los maquiavélicos de su escuela llegan a esa condición). Este militar (por demás inteligente) comprendió cabalmente que para tal propósito (además de apoyarse en la coyuntura internacional), la fuerza económica debía ser la industria, la principal fuerza social, el movimiento obrero disciplinado, y la fuerza política, el Estado-militar. Ciertamente, el proletariado no es por esencia revolucionario, pero la revolución social es la necesidad esencial para su emancipación.

El Estado peronista se tomo la tarea de despojar -mediante represión- al movimiento obrero de su filo revolucionario (comunista, anarquista, etc), y de apuntalar -mediante disciplina burocrática, caridad generalizada y derechos sociales- sus cualidades reformistas (socialistas, sindicalistas, radicales) bajo la bandera Justicialista. Comunidad organizada de acuerdo a la doctrina social de la iglesia y al poder de policía del Estado. En el plano internacional coquetea(ba) con la “república popular” de Mao, y el “estado falangista” de Franco (por fuerza, siempre más inclinado hacia éste último modelo). El peronismo tiene un único enemigo; ¿la oligarquía liberal-conservadora?, ¿el imperialismo “Yankee”?, ¿las clases medias gorila-progresistas?. No, “el comunismo” (Perón dixit).

Luego del 1 de mayo del 74, los montoneros fueron asumiendo que el justicialismo se había agotado como movimiento histórico y que su socialismo nacional sería la superación del mismo. Entonces se impuso un militarismo neoliberal y su continuidad peronista y radical. Agotado el neoliberalismo durante la crisis del 2001, el actual gobierno pos-montonero pretende actualizar el justicialismo pero con un estilo más desarrollista; su novedad política, en todo caso, es que su “juventud gloriosa”, en vez de chocar con la burocracia sindical, debe aliarse y dejarse conducir por la misma.

Hasta aquí, por el momento, el kirchnerismo es algo así como un petit-desarrollismo, tipo el de Frondizi, pero más ligerito. Este es el alcance de la nueva “utopía” a la que fervorosamente adhieren con pedantería Sandra Russo, fanfarronamente Orlando Barone y un sofista Sergio Tagle. ¿Hay hoy algo más progre y políticamente correcto que el justicialismo intelectual?. La intelectualidad populista (actores, periodistas, “cientístas”, etc.) se queja de que las clases bajas sean discriminadas y asume su defensa, mas no le interesa suprimir las diferencias de clase propiamente dicha (de allí que su bandera sea el justicialismo y no el socialismo, la justicia social entre las clases y no la supresión de la sociedad de clases). Se quejan del gorilismo de izquierda, al tiempo que asumen prácticas macarthistas. Se quejan del vanguardismo iluminado, al tiempo que celebran el pastorado gubernamental. Perón si, Lenin no.

Los pos-montoneros se alían hoy a los herederos de Rucci, las “fuerzas especiales” de ayer se acercan a los constructores de la Triple A. Este emplasto recibe el nombre de “nacional y popular”. Sucede que nuestros setentistas han comprendido que su utopía de décadas pasadas y de primaveras camporistas era una utopía “extemporánea”. Convencidos de que esa es su enorme ventaja sobre las corrientes que siguen dogmáticamente ancladas en los 70, ellxs ya no pretenden “tomar la bastilla” para “luego” transformar la sociedad, pretenden dignificar la vida de los sectores populares “hoy”, “ya”, “ahora”. Pero sucede que “en la realidad”, lejos esta ésto de ser cierto. La “izquierda” “extemporánea” recientemente a sufrido la muerte de uno de sus jóvenes militantes, no por pelear estúpidamente por una revolución futura y total, sino que luchando contra la burocracia sindical para arrancarle a su patronal mejores condiciones de vida para sus trabajadores, pero “hoy, “ya”, “ahora”. Los “extemporáneos” de la “izquierda” son los que vienen sostenido las luchas sindicales más decididas para lograr mejorar las condiciones de vida de lxs trabajadorxs “hoy”, “ya”, y “ahora”. Lo que diferencia a “la izquierda” de lxs pos-montonerxs, es el modo de organizar la lucha social y los objetivos histórico-estratégicos de la misma. Lo que los distingue, en suma, es que lxs primerxs no se limitan a la pretensión de dignificar la existencia de las personas manteniendo sus actuales condiciones de vida, sino que pretenden subvertir éstas últimas.

A decir verdad, lo que, en términos generales, distingue a “la izquierda” de los pos-montoneros, es que la estrategia histórico-política de los primeros se sustenta en el realismo-revolucionario, mientras que la de los segundos está inspirada en un verdadero utopismo-conservador. ¿O acaso no es una utopía pretender que la regulación estatal de la economía puede lograr la armonización de las relaciones entre capital y trabajo?.

Ciertamente nuestra “izquierda” sigue entrampada en su sectarismo, pero para que el movimiento obrero pueda devenir en algo así como un poder social revolucionario, antes que nada, deberá sacarse de encima al partido que lo burocratiza, situándolo sólo como un poder corporativo, como su “columna vertebral”. Por lo pronto, y ante una izquierda demasiado maniquea que pretende, más o menos, que Kirchner se habría muerto a propósito, para salvar a la burocracia sindical. Ante el pequeño instante de “hipocresía convencional” que nos regalan los liberales oligárquico-conservadores. En el momento de la muerte de un político maquiavélico (en el mejor sentido), de los últimos, uno de los más respetables; la genuina movilización popular apareció como una masiva manifestación de las “fuerzas morales” de la política, fuerzas sobre las que es posible trabajar para construir estrategias sociales emancipatorias. Juntos, separados y en permanencia.

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PS... ¿Por qué la burguesía argentina no ha podido organizar un gran partido nacional?. ¿Por qué su dominación política se ha sostenido más en la represión que en la hegemonía?. Estas son preguntas recurrentes para los estudiosos de la política y sus formas, aquí, en Argentina. Lo primero que tenemos que decir es que el sistema de partidos de el “moderno estado representativo”, es la forma clásica de hegemonía burguesa, en tal sentido, dos cosas sobresalen. Primero, que más allá de no ser representantes formales de la gran burguesía, peronistas y radicales son grandes partidos burgueses. Su ambigüedad, para la propia burguesía, radica en que han movilizado a los sectores populares.

Y segundo, que los propios partidos políticos de izquierda, más o menos, aceptando la legitimidad del “moderno estado representativo”, se transforman en partidos que sostienen la hegemonía burguesa. Por lo demás, la alianza oligárquico-conservadora que a finales del siglo XIX consiguió aplastar malones y montoneras, organizo un partido eclesiástico-militar a través del cual ha participado “políticamente” en la vida nacional. Quizás en la actualidad esta organización política sui generis aparezca considerablemente debilitada, o incluso desmantelada. Pero sería demasiado apresurado afirmar tajantemente que así sea.

La Haine
5-11-2010

fuente http://www.lahaine.org/index.php?p=49114

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