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Ojos que no ven, corazones que sí sienten
Por Candela de la Vega* - Sunday, Nov. 14, 2010 at 4:31 PM

Candela de la Vega*

En los últimos días, las calles y plazas de nuestras ciudades se transformaron asiduamente en escenarios tomados por “multitudes”: multitudes marchan en repudio a la muerte de Mariano Ferreyra, multitudes de jóvenes piden que se anule el proyecto de Ley de Educación en Córdoba, multitudes emocionadas acuden al funeral de Néstor Kirchner y transitan por la famosa Plaza de Mayo, caracterizada por ser paso obligado de otras muchas multitudes más.

Multitudes nos han llamado, multitudes nos han nombrado en los medios, multitudes nos han pensado los incisivos discursos de analistas políticos y sociales. Desde semejante nombre han supuesto de dónde venimos, qué pensamos, qué sentimos, qué imaginamos, qué queremos.

Así, se asombran de que no nos conozcamos, que no sepamos quién es aquel o aquella que canta, salta o llora a mi lado. Resulta incomprensible que entre las multitudes haya algo más en común que la concurrencia simultánea a un lugar. Nos miran e imaginan que brotamos milagrosamente en las calles, no conciben cuál será la varita mágica que hace aparecer o desaparecer gente. No saben de dónde viene, qué historia le pesa o no sobre sus espaldas y tampoco explican por qué, según dicen, pasamos de un estado de adormecimiento a otro de activismo. Pareciera que recién ahora nos ven.

Las multitudes sólo cuentan en cuanto “muchos”: así nos anuncian los diarios cuando intentan calcular -quién sabe con qué regla o termómetro- cuántas caminan por una calle o ocupan una plaza. Prueban con medir cuántas personas entran por metro cuadrado y estiman cuántas cuadras ocupamos en total. Si ocupamos sólo media calzada, pues calculan la mitad. O, como si fuéramos el caudal de un río, toman un punto de referencia y cuentan cuántos pasamos por minuto por allí. Lo cierto es que muchas veces les cuesta contarnos, enumerarnos de forma precisa y certera, por lo que prefieren que seamos “muchos” o “pocos”. En las aguas que corren, no nos llaman un grupo, nos llaman multitudes.

La regla para la multitud es su presunta impotencia para imaginar y actuar. Las multitudes, según han dicho, están “solas de interpretaciones, des-interpretadas”. Nos escuchan y nos evalúan, nos critican y nos dan la razón según coincidan o se opongan a sus planteos. Pero si existen realmente planteos en las multitudes, seguramente piensan que nos fueron imputados o inculcados bajo presión de la necesidad. Por eso dudan si fue la libertad o la obligación por turbios compromisos lo que lleva a las multitudes a aparecerse por las calles -como si la única razón legítima del accionar humano fuera esa voluntad libre y no atada a nada, ni siquiera a otros principios, simplemente la libertad por la libertad misma.

Y se ha dicho también que la multitud no piensa ni construye, sólo se conmueve, se emociona. La multitud llora o siente dolor. Es así impulsiva, arrebatada, apasionada, impetuosa. Colorida y alegre, dicen algunos, más cuando las banderas de múltiples tonos se elevan por arriba de las cabezas o cuando se visten con trajes o sombreros vistosos y bailan al compás de murgas y tambores, como si estuvieran en una fiesta.

Como en la toma de una fotografía instantánea, así se aprehende a estas efímeras multitudes y allí las congelan y mueren. La multitud, entonces, sólo habitan ese momento, ese puro presente sin pasado ni futuro, “donde todo es instantáneo y ni siquiera es posible pensar la muerte, mucho menos las utopías”. Ese es el comienzo y fin de las multitudes.

¿Pero entonces por qué hablan tanto de esta multitud? ¿Por qué se le toman fotos y se la describe con asombro en diarios y noticieros? ¿Por qué hay quienes la vigilan y la controlan bajo la orden oficial de no reprimir? ¿Por qué esa orden de “no reprimir” –más allá de su cumplimiento o no- fue necesaria?

Si los muchos caminamos gritando y llorando es porque no estamos en otro planeta. Vivimos aquí, junto con todos los demás. Las multitudes tenemos rostro y nombre, no somos un número. Parece que eso no lo quieren reconocer, ¿será que así damos más miedo, conjuramos más peligro? Es más fácil reprimir o matar a un número que a una persona.

Las multitudes siempre relatan la historia de una carencia, no la carencia de una historia –parafraseando al compañero autor de “ La Revolución es un sueño eterno”. No nacen de la nada ni son traídas por una cigüeña. Muchas multitudes han revelado un largo pasado de exclusión, de silencio proscripto, de pobreza, de muertes injustas e impunes… ¡Sí que hay multitudes que tienen conciencia de la muerte! Semejante cercanía y cotidianeidad de la amenaza de muerte (riesgo de morir de hambre, de morir en la angustia del desempleo, morir en la discriminación y la segregación étnica o sexual) hacen que se le pierda el temor a su llegada.

Estas multitudes se jactan de esa pasión que las vuelve humanas y le devuelve corazón a la política, ese corazón que le fue arrancado para convertirse en técnica y gestión. Somos multitudes que no creemos que el sentir y el expresar ese sentimiento nos condene al margen de la vida política, a lo privado; al contrario, con ese sentimiento defendemos lo que creemos y lo que queremos.

No hay más ciego que el que no quiere ver, dice el dicho popular; y si nadie ve que las multitudes hablan, proponen y defienden proyectos de vida es porque no quieren ver que son los muchos los que quieren. Sí, no sólo somos “muchos”, como nos cuentan y recuentan, somos también “los muchos”.

Y ya pasa de nuevo, ya se escucha a lo lejos…con ustedes la multitud que sueña y siente, que se imagina pueblo y que no tiene miedo. El que tenga oídos, que oiga.



* Militante del Movimiento Lucha y Dignidad en el Encuentro de Organizaciones de Córdoba. Integrante del Colectivo de Investigación El llano en llamas.

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Impresionante
Por shh - Thursday, Nov. 18, 2010 at 2:58 PM

Llore cuando lo leí. Impresionante el texto. Y el que quiere oir que oiga. Pero tengan cuidado allá arriba, porque no siempre van a ser gomeras... Salú compañera, y gracias por compartir(te)!

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