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El Intestado. La muerte de Néstor Kirchner y las perspectivas de la política argentina.
Por Razón y Revolución / CEICS -
Tuesday, Nov. 16, 2010 at 2:02 PM
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El intestado.
La muerte de Néstor
Kirchner y las perspectivas de la política argentina.
Fabián Harari
LAP - CEICS
Pensé que era una broma. No había
escuchado nada en los noticieros de primera hora y, oportunamente, me había
desentendido. Al volver a encender la televisión, esa broma cobró realidad: se
había muerto nomás. Así, en forma abrupta e inapelable. Sin preámbulos ni
agonías que suelen preparar los ánimos y dar tiempo a conciliábulos. Nadie creía
que se iba a morir y nadie se preparó para eso. Durante tres días, no se supo
qué hacer. La administración estatal, las roscas parlamentarias y las
negociaciones en torno a candidaturas, puestos e internas quedaron congeladas.
El tamaño del estupor es una muestra de la cantidad y calidad de relaciones que
este hombre anudaba en su persona. No hay dudas: la burguesía argentina ha
perdido a su mejor cuadro viviente (lo cual es toda una muestra de su estado…).
No es extraño que esté de duelo y que se requiera algo de tiempo para reacomodar
las piezas.
Las virtudes de Bonaparte
Néstor Kirchner
imprime su sello a una década que, paradójicamente, representa el despertar de
la clase obrera argentina, luego de un prolongado letargo. Con suficiente fuerza
para trazar alianzas, impulsar e intervenir en una crisis política, provocar una
insurrección y ganar una cantidad de conquistas sociales, el proletariado logró
detener el avance de su enemigo. Sin embargo, por debilidades subjetivas, no
consiguió imponer su propia salida. Este escenario produce un empate. Luego de
una serie de vacilaciones (Puerta, Rodríguez Saá, Duhalde), la burguesía intenta
romper la paridad mediante una salida represiva (Puente Pueyrredón), pero debe
retroceder rápidamente, ceder ante las demandas y armar otra cosa. Duhalde mismo
comienza ese abrupto viraje entregando 2 millones de planes sociales y, como
buen soldado de su clase, renuncia anticipadamente para evitar que la crisis se
profundice. Esa “otra cosa” es Kirchner.
La salida democrática de 2003
no había comenzado bien. El candidato del bonapartismo no sólo había perdido
sino que había sacado un magro 22%. Para colmo, el contrincante (recordemos:
Menem) desistió de la segunda vuelta, especulando con una agudización de la
crisis. Como solía recordar Néstor, “tenía más desocupados que votos”. Si quería
llevar adelante su presidencia, debía realizar un armado particular. Así lo
hizo. Se comportó como un verdadero árbitro (que nunca es neutral). Congeló las
tarifas de servicios públicos para evitar un estallido. Ofreció recursos a las
organizaciones piqueteras y se quedó con varias de ellas (MTD, Barrios de Pie).
A muchas, las redujo a la estafa del proyecto cooperativista. Mediante
transferencias y entrega de conquistas, permitió la expansión y el
entronizamiento de Moyano en la CGT, creándose una base política de obreros en
blanco y con altos salarios. Sedujo a la pequeño burguesía díscola, separándola
de la izquierda por la vía de la política de Derechos Humanos, quedándose, de
paso, con Madres, Abuelas e Hijos. Pero también entregó a derecha: industrias
ineficientes y empresas de servicios públicos recibieron subsidios. Además de
avalar el empleo precario y, luego de 2005, la inflación, que comenzó a minar el
salario. En materia política, barrió con todo lo que se le puso enfrente. No
sólo se quedó con una parte del movimiento piquetero, sino que ilusionó a más de
un partido de izquierda (PC), deshizo al duhaldismo y partió en dos al
radicalismo.
Claro, nada de esto podría haberse hecho sin la renta
agraria y petrolera, es cierto. Pero el problema no puede reducirse a estos
términos. Primero, porque no es cierto que si no hubiera habido una recuperación
de la renta, la revolución estaba al caer. Segundo, porque el dinero solo no
traza alianzas. Dicho de otra manera, el capital no es Dios materializado. Hace
falta una notable capacidad para estructurar todas estas alianzas en un
movimiento relativamente estable y sostenerlas por siete años. Tercero, porque
la crisis es, justamente, una crisis económica que, como todas ellas se resuelve
en el plano político. Por último, porque desconocer la envergadura del armado
kirchnerista y sus particularidades no permite advertir hacia dónde se dirige
todo esto, una vez muerto quien lo comandaba.
El caso es que Néstor
Kirchner demostró tener las cualidades políticas necesarias para ocupar el lugar
indicado en el momento más difícil y salir airoso. Su caso es una muestra de la
capacidad de producción de cuadros de una clase, por un lado, y del calamitoso
estado en que se encontraba la política burguesa, por el otro. Sus logros no
tienen punto de comparación con los del fundador del peronismo. Su tibio
reformismo no llegó siquiera a montar un movimiento propio. Si los datos de la
prensa son correctos, a su funeral no fue más gente que la que fue a despedir a
Sandro (40.000, aproximadamente) y menos que la que fue a ver a Alfonsín
(70.000). Su estatura sólo puede medirse en este hecho: recompuso parcialmente
la política burguesa y le dio aire. Como Perón, concentró en sus manos los
arbitrajes necesarios. Como su antecesor, antes de que todo comenzara a crujir,
se despidió. Pero sólo eso.
Hijos, hijastros y entenados
En El Rey Lear, Shakespeare alertaba al monarca absoluto sobre los
peligros de abandonar el poder o, peor aún, repartirlo. A menos que se
encontrase una mano fuerte, todo sería guerras y traiciones. En la pieza
(verdadera obra maestra que desentraña las leyes de la dinámica política), el
monarca se tomaba el trabajo de preparar su sucesión. Aún así, hecha con cierto
grado de anticipación, la apuesta es desaconsejada. En este caso, el asunto es
peor aún: el dirigente no tuvo tiempo no ya de encaminar una sucesión, sino
siquiera de preparar su testamento.
Debía pegar la vuelta. Si quería
sobrevivir, debía desandar el camino. La normalización institucional (nombre que
recibe el restablecimiento de la plena hegemonía burguesa) requería eliminar las
concesiones y conquistas sociales en un país cuyo capitalismo, si quiere ser
competitivo, no puede sostener una vida decente para la clase obrera. Ese giro
significaba romper alianzas en la forma más indolora posible para el régimen.
Mientras la renta agraria se mostrara vital, no había necesidad de intervenir
demasiado. En cuanto vaya a dar señales alarmantes, se va a tener que tomar el
bisturí. La muerte de Néstor Kirchner no modifica demasiado estas tareas, pero
adelanta la crisis política que ellas suscitaban.
En su última noche, el
ex presidente encontraba entre él y el sueño tres asuntos: el asesinato de
Ferreyra, la discusión con Moyano y la “traición” de Scioli. El primero, porque
amenazaba con una investigación que podía conducir a las entrañas del poder: la
Secretaría de Transporte y Julio De Vido. Pedraza era un cadáver político, pero
no iba a rendirse sin hablar. De todas formas, no podía consentir que los trenes
se acercaran siquiera a la situación del Subte. Ni como hipótesis posible.
El segundo, porque, estando Balestrini en coma, el camionero tenía
derecho a reclamar la dirigencia de la provincia como vicepresidente primero del
PJ. Néstor había programado un cuerpo colegiado para evitar el embate de Moyano,
pero este se le adelantó y convocó a un congreso. Kirchner y los intendentes se
lo vaciaron, pero igual se las ingenió para hacerse votar, negando información
acerca de la cantidad de delegados. Como forma de amenaza, el ex presidente le
dio el visto bueno a Oyarbide para que le brindara datos al Juez Bonadío, quien
investiga al sindicato camionero por su vinculación con la “mafia de los
medicamentos”. Esa última noche, Hugo le había pedido a Néstor que frenara la
causa, recibiendo una negativa que provocó un portazo. La vice 2º del PJ
provincial es otra Cristina cuyo nombre el lector comenzará a oír: Cristina
Álvarez Rodríguez, ministra provincial de Infraestructura. Es decir, la que
maneja la plata de las obras. Cristina armó la agrupación Peronismo 2020,
alineada con Scioli.
Este era su tercer problema. El Gobernador de la
Provincia de Buenos Aires y vicepresidente del PJ había comenzado un
acercamiento con el peronismo disidente, a través del “grupo de los 8” (ocho
intendentes críticos, entre ellos Bruera y Massa) y de José Pampuro, el lazo con
Duhalde, que fue echado del kirchnerismo.
Estas tres rupturas, que
podían llegar a amortiguarse, van a estallar, cada una a su modo. El caso de
Mariano Ferreyra ya tiene un sexto detenido. En un acto poco meditado, y algo
desesperado, el gobierno prometió pasar a planta permanente a los 1.500
tercerizados. Es, de no mediar un milagro, el fin de Pedraza al mando de la
Unión Ferroviaria. Pierde sus empresas en el Roca y peligra su conducción
porque, ¿a quién van a votar estos 1.500 compañeros? ¿A quienes dieron la vida
para que pudieran entrar o al patrón que quería impedirlo a los tiros?
Los otros dos problemas resumen el corazón de la estructura política
burguesa: la Provincia de Buenos Aires. Muerto Kirchner, no hay motivo para que
algunos dirigentes del peronismo federal no vuelvan al redil. Felipe Solá
pareció anotarse y De Narváez ya había trabado conversaciones con intendentes
afines al gobierno. El puente es Scioli y los que sobran allí son personajes
impresentables para cualquier elección como Duhalde, Rodríguez Saá, Puerta y
Barrionuevo. Por otro lado, las apetencias del PRO se verán también muy
erosionadas. El obstáculo a todo esto es, en principio, Moyano. No por su
“estilo”, sino porque exige mantener las transferencias a su sindicato para
mantener su base social. Tras el velorio, Moyano se reunió con Méndez, el
titular de la UIA, y con De Mendiguren. Ofreció formalizar el Consejo Económico
y Social para mantener la “paz”. Los industriales pusieron como condición que
levante su proyecto sobre ganancias en diputados. El camionero suspendió el
proyecto, pero eso no es suficiente.
Si el acercamiento con el peronismo
federal comienza a prosperar, todo el arco que representan Pérsico, D’ Elía,
Madres y la CTA van a tener que abandonar la experiencia. Será esta la
oportunidad que tendrá Pino Solanas para amontonar gente para su proyecto
(unificación de la CTA incluida). En el radicalismo, oscurecerá la figura de
Cobos y la dirección que lo impulsaba (Aguad, Morales), a favor de Ricardo
Alfonsín, que intentará mostrarse como un líder progresista, pero sin las
incómodas alianzas a las que suele someter el peronismo.
Por fin, la
Dama…
Más allá de que se concreten o no las nuevas alianzas, hoy por
hoy, la candidatura de Cristina para el 2011 difícilmente sea cuestionada. En
vista de las encuestas, es difícil que alguien ocupe su lugar. Sin embargo, el
problema está en las alianzas que sostendrán a la señora. En caso de que el
kirchnerismo se rompa, parece más probable que la presidenta se quede en la
alianza con los sectores de derecha, una vez purgado de personajes más
impresentables. El operador y el verdadero dirigente de este espacio será Daniel
Scioli. Aquellos que se integren (Solá, De Narváez) seguramente exigirán alguna
prenda de cambio, pero eso hoy es sólo materia de especulación. Sólo podría
evitar tal resolución la entrada en escena de un intransigente Máximo y su
“Cámpora”, lo que es toda una incógnita.
No se trata de establecer un
pronóstico inmediato, sino de señalar una tendencia. El movimiento de la
política auguraba una crisis luego de las elecciones del 2011. Esta crisis va a
adelantarse porque la dirigencia burguesa intentará cerrar el ciclo. Movimientos
que no resultarán indoloros. Más de un partido será puesto a prueba y más de un
partido quedará en el camino. La izquierda no va a tener un escenario fácil,
pero tiene una oportunidad de crecer en medio de una dinámica marcada por la
transitoria confusión de las filas enemigas, producto de la muerte de uno de sus
generales, sin testamento ni orden de sucesión.