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Monstruo. Sobre El Rati Horror Show, de Enrique Piñeyro
Por Razón y Revolución / CEICS -
Monday, Nov. 29, 2010 at 5:51 PM
info@razonyrevolucion.org
Sobre El Rati Horror
Show, de Enrique Piñeyro
Mauro Cristeche
Crupo de
Investigación sobre el Estado - CEICS
El Rati Horror Show,
documental dirigido por Enrique Piñeyro (Whisky, Romeo, Zulú, Fuerza Aérea
Sociedad Anónima, entre otras) refiere a un supuesto raid delictivo en el
cual unos “malvivientes” habían asesinado a tres personas inocentes. En
realidad, fue un nuevo caso de “gatillo fácil”, que contaría posteriormente con
la aquiescencia del poder judicial y otras instituciones estatales. Una
manifestación concreta (hay incontables) en que un sinnúmero de determinaciones
se realizan y resultan en un hecho despreciable y degradante. El film quiere
mostrar que lo que le pasó al personaje de esta historia le puede pasar a
cualquiera, incluido uno mismo.(1) Ejemplo de que la descomposición social lo
abarca todo.
Los hechos y el show
El 25 de enero de 2005
Fernando Carrera, un joven trabajador de 30 años, casado y padre de tres hijos
pequeños, transitaba en su Peugeot blanco por el centro de Pompeya. Personal de
civil de la Comisaría 34º, a bordo de un auto sin ningún tipo de identificación
policial, lo intercepta abruptamente a través de un “operativo cerrojo”. Se
presupone que los ocupantes del auto blanco habían participado en un robo, a
unos 300 metros del lugar. Uno de los efectivos saca una “itaca” por la
ventanilla del auto. Carrera se asusta y, temiendo ser asaltado, acelera su
auto. El policía dispara. Uno de los proyectiles impacta de lleno en su
mandíbula y lo deja inconsciente. No obstante, por automatismo, sigue acelerando
su auto, que continúa su curso unos 300 metros con su conductor inconsciente. En
ese trayecto, atropella a tres personas, dos mujeres y un niño, provocándoles la
muerte. Termina chocando unos metros más adelante contra una camioneta. El auto
se detiene. Los policías bajan del pseudo-móvil, se paran frente al auto de
Carrera formando un abanico y comienzan a disparar. En total unos 18 disparos,
de los cuales, 8 encontraron diferentes partes del cuerpo de Carrera quien, sin
embargo, logra sobrevivir.
Al instante los móviles de varios medios de
comunicación se hacen presentes en el lugar. No ha pasado una hora del hecho y
ya titulan: “Robar, huir, matar”. Los vecinos, cual testigos directos, hablan en
los medios. Quieren linchar al “malviviente” (y lo hubieran hecho, sin dudas, de
no ser porque Carrera ya estaba medio muerto y en manos de la policía). Lo
consideran una verdadera “escoria”. Él no lo sabe, es prácticamente un colador
humano, pero se ha convertido en un “monstruo”; más porque una de las víctimas
“iba a trabajar” y mucho más aun porque el hijo de ésta, también muerto, era
“sordomudo”. Los testimonios se contradicen, lo mismo que la información que van
ofreciendo los diferentes canales de televisión. Parece ser que nadie sabe a
ciencia cierta qué fue lo que pasó. Hasta que aparece un peluquero que dice
haberlo visto todo. Es el testigo clave. Carrera habría disparado con saña
contra el patrullero (un Peugeot 504 viejo), y ni siquiera respetó la voz de
“alto”, de modo que sería el delincuente perseguido. Ello lo hace merecedor del
fusilamiento (que lo salvó del linchamiento). Una señora mayor manifiesta su
deseo de que mueran los familiares de Carrera. De ese modo, remata, “vamos a
estar de igual a igual”.
Luego vendría la detención, la prisión
preventiva y el juicio. Robo agravado y homicidio. El Tribunal lo condena a 30
años de prisión, “condena ejemplar” según los medios. Y desde 2005 hasta la
fecha, Carrera está preso en el Penal de Marcos Paz. Actualmente, la causa está
pronta a ser tratada por la Corte Suprema de la Nación y ya cuenta con el
dictamen del Procurador general, que aconseja la confirmación de la sentencia.
El documental muestra que en realidad Carrera no tuvo ninguna
participación en el hecho que desencadenaría el desastre: un robo a un colectivo
a unos 300 metros del lugar. La policía lo confundió con los delincuentes y le
disparó a quemarropa, con la evidente intención de matarlo. Luego, consciente
del “error”, le “arma una causa” al instante, con testigos falsos, plantación y
adulteración de elementos probatorios, entre muchas irregularidades.
Durante el juicio, los abogados de Carrera desentrañan la causa
armada(2) : cuatro de los testigos que en la instrucción aparecían diciendo que
habían visto a Carrera disparar, lo negaron frente a los jueces. Más aun,
nuestro testigo clave, el peluquero, resulta ser el presidente de una
organización muy particular: la Asociación Amigos de la Comisaría 34º. En
realidad, un policía disfrazado de testigo. Parte de las pruebas procesales
misteriosamente desaparecieron. Ninguno de los damnificados por los robos
reconoció a Carrera como el autor de los hechos. Todos los testigos afirman no
haber escuchado sirenas durante la persecución y muchos etcéteras.(3)
Quien primero enfrenta la situación es su mujer. Desesperada por lo que
está viviendo su marido, busca la ayuda del Programa Nacional Anti-Impunidad del
Ministerio de Justicia, quienes la asesoran judicialmente. También interviene la
Defensora del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, Alicia Pierini. Las
irregularidades son evidentes. Pierini las denuncia en “El Juego Limpio”.
Piñeyro se anoticia del hecho en el programa de Nelson Castro. El caso comienza
a cobrar mayor notoriedad y ahora el otrora monstruo es apoyado por
personalidades de los derechos humanos. En tanto, los medios titulan “¿El
victimario es la víctima?”. Es probable que la Corte, ante las evidentes
irregularidades, anule la causa y Carrera quede en libertad. Menos probable es
que los protagonistas de El rati horror show (policías, jueces,
testigos falsos, responsables políticos) sean juzgados con la dureza con que lo
fue Carrera.
Vamos a ver cómo es…
La película cierra con
“El Reino del revés”, de María Helena Walsh, en versión rock. Y tiene la virtud
de resumir la impronta que el director quiere darle al documental. Más aun,
sintetiza la posición que el progresismo y varias corrientes de izquierda tienen
sobre este tipo de hechos. Vamos a ver cómo es, entonces, “el reino del revés”
para esta posición.
Se trata, en primer lugar, de una posición crítica y
con pretensión de profundidad. Pero, lamentablemente, sus límites son evidentes.
No es una crítica reaccionaria, por supuesto. Aporta en el sentido de interpelar
sobre el fenómeno social. No se trata de una crítica vulgar, hay un avance
respecto a la crítica barata, politiquera y voluntarista que domina sobre la
cuestión. No obstante, se trata de una crítica inmediatista respecto al problema
que presenta. Que no puede verlo -o mostrarlo- como constitutivo de un sistema
social del cual es resultado. Porque, en definitiva, la pregunta que debe
ordenar el análisis es simple: ¿dónde está el problema? Y este tipo de
perspectivas no avanzan más allá de las formas, de las manifestaciones
concretas. Por lo tanto, la crítica del documental no puede ir más allá de
culpar a unos cuantos milicos y medios de comunicación, amén de desilusionarse
porque aberraciones que no deberían existir en la “democracia”, son moneda
corriente. Más aún, muchos organismos de derechos humanos (la mayoría
financiados por el Estado) llegan a denunciar el carácter sistemático de estos
problemas: el “sistema carcelario”, el “sistema represivo”. Con toda la furia,
alguno por allí denunciará al “sistema democrático”. Mas no se denuncia al
capitalismo, a la relación social que es la madre de todos los “rati horror
show” que vemos todos los días.
La película habla del “gatillo fácil”,
la contracara de lo que la “derecha” suele tratar como “inseguridad”. Desde
ambas puntas se acusan mutuamente: para los defensores de los “pobres”, la
“inseguridad” es la policía misma. Para los que sufren la “inseguridad”, el
“gatillo fácil” es la única forma de frenar el desborde de los “negros
villeros”. En la realidad, ambas realidades expresan lo mismo: en la Argentina,
la tendencia a la degradación de las relaciones sociales gesta un estado general
de violencia en el que los personajes transitan con comodidad de una figura a
otra: el policía “de gatillo fácil” se recluta de la misma población de la que
sale la carne de las cárceles, las barras bravas del fútbol, las patotas
sindicales, los sicarios mafiosos, el submundo de la droga, etc., etc. Todos
salen de ese sustrato de la clase obrera que hemos descripto numerosas veces en
estas páginas como “sobrepoblación relativa” y que adquiere una magnitud cada
vez más relevante. Dicho en criollo: acá sobra gente que el mercado no puede
absorber. Gente que no tiene otra alternativa que debatirse entre vivir de la
caridad (pública o privada) o por medio de distintas formas delictuales. De allí
se reclutan, simultáneamente víctimas y victimarios. En el medio, se cuela el
resto de la sociedad, en particular, otras capas de la clase obrera, principales
receptores de la “inseguridad”. Es por eso que este tipo de expresiones de la
descomposición social (el gatillo fácil, los homicidios, los robos, etc.) han
aumentado sobremanera en las últimas décadas. Y aquí está el núcleo de la
cuestión: tal fenómeno no es causa, sino efecto; consecuencia del crecimiento
exponencial de esta fracción de la población sobrante. No es un problema de
“inseguridad institucional y jurídica” como plantea Piñeyro(4) , sino de la
descomposición de las relaciones sociales y los resultados que va arrojando.
La perspectiva que ve las manifestaciones concretas del sistema como un
problema en sí mismo (la “maldita” policía, el “gatillo fácil”, la “corrupción
judicial”), abstrayéndolas, no puede encontrar más que un problema subjetivo, un
problema de voluntad. No hay otra forma de concluir el análisis que considerando
que el problema son los “hijos de puta”: los milicos, los chorros, los políticos
corruptos, los fachos, los progres. Además, se considera que hay una entidad que
organiza conscientemente a los hijos de puta, el Estado, y los hace perseguir
inocentes, otra vez conscientemente. Se le otorga una voluntad ajena a los seres
humanos de carne y hueso. Por supuesto que hay que responsabilizar a los
culpables del hecho en cuestión, en este caso a los policías y al poder político
involucrado. No obstante, al mismo tiempo hay que comprender que la cuestión no
se agota allí. Debemos avanzar en la comprensión de que, en realidad, esos
sujetos son expresión la descomposición social a la que asiste la sociedad
argentina en las últimas décadas.
El Monstruo que no se ve
“Hechos que parecen desconectados entre sí no son más que el comienzo y
el final de una misma historia”. Con esta frase arranca la película y el
desarrollo no la hace suya en toda su potencialidad. Muy pocas veces, en la
crítica a este tipo de hechos, se incluye la palabra “capitalismo”. Y es el
capitalismo el que mata. Tiene incontables medios para hacerlo. Las balas son
uno de ellos. No exigimos que haya que explicar in extenso cómo funciona el
capitalismo cada vez que se denuncia un hecho concreto (aunque no estaría de
más), ni tampoco que la crítica se agota en atribuirle la responsabilidad al
capitalismo y listo. Pero considerando que estamos en un campo de batalla
específico, el cultural, la crítica (la denuncia) tiene que ser capaz de poder
desnudar la causa que produce este tipo de sucesos. Esto no es el reino del
revés. Esto es el capitalismo. No funciona al revés, funciona “bien”. O mejor
dicho, funciona “así”. El problema no es la falta de democracia, el problema es
la democracia. En tanto las tendencias del capitalismo argentino sigan el curso
que venimos señalando desde hace tiempo en El Aromo, el “gatillo fácil”, las
torturas, las muertes seguirán aumentando su frecuencia. La denuncia de estas
expresiones de la descomposición social no puede estar separada de la denuncia
de aquello que las provoca: el capitalismo.
Notas
(1) El propio Piñeyro ha dicho: “una periodista dijo que hago películas
de advertencia: me gusta esa definición. No me empuja ninguna tragedia personal.
Pero yo, vos, todos podemos ser mañana los pasajeros de LAPA o Carrera”. Clarín,
16/04/2010.
(2) En realidad, Carrera tuvo más de un defensor. El primero fue
otro particular “amigo” de la 34, defensor de genocidas, quien aportó su grano
de arena para hundir aún más a su “defendido”.
(3) Resultó también que
varios de los policías que participaron en el hecho, habrían estado vinculados
al asesinato de Ezequiel Demonti, el joven que murió ahogado al ser obligado a
arrojarse al Riachuelo, y al de un policía de la bonaerense, en el marco de un
supuesto tiroteo. Importante prontuario el de “la 34” y su cuerpo policial.
(4) Ver Página 12, 16/04/2010.