Julio López
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A 22 años de La Tablada
Por Morenista - Friday, Jan. 21, 2011 at 10:33 PM

En enero de 1989, el gobierno de Raúl Alfonsín era una sombra patética. En un verano arrasador, la población malvivía sin agua ni luz porque la falta de inversiones había devastado los sistemas energéticos y los cortes de suministro eran continuos. Paralelamente, la hiperinflación que sobrevendría poco después ya se anunciaba, entre otras cosas, en una "imparable crisis fiscal"

El 3 de diciembre de 1988, un nuevo alzamiento carapintada, dirigido esta vez por Mohamed Seineldín, terminaba de acorralar a un gobierno que temía mucho más a la movilización popular que a los militares de la dictadura, quienes, con sus regulares asonadas y sublevaciones, exigían impunidad.

De ahí que, en principio, pareció prosperar la versión oficial, propagada ampliamente por la prensa desde la madrugada de aquel 23 de enero de 1989, sobre otro ataque carapintada a una unidad militar, ahora al regimiento 3 de infantería con asiento en La Tablada, partido de La Matanza. Desde poco después de que comenzara la operación a las 6:15 de la mañana (un camión de reparto de bebidas gaseosas arremetió contra la guardia) y hasta pasado el mediodía, fuentes gubernamentales insistían con la supuesta acción carapintada. El diario oficialista La Razón atribuyó el ataque a militares rebeldes aún en la portada de su 5ª edición.

Se trataba de una mentira destinada, ex profeso, a ocultar y encubrir una masacre, un asesinato en masa. Sólo bien entrada la tarde, un portavoz del gobierno, el diputado César Jaroslavsky, dijo que "podría tratarse" de militantes de izquierda y no de militares, aunque a esa hora ya todo el mundo sabía de qué se trataba. Los carapintada, lejos de ser parte de una sublevación, estaban a cargo de la represión por orden directa de Alfonsín.

Pero ¿qué había ocurrido? ¿Qué estaba sucediendo?

El Movimiento Todos por la Patria (MTP)

El 12 de enero de aquel año, dos dirigentes del Movimiento Todos por la Patria (MTP), Jorge Baños y Francisco Provenzano, denunciaron que un golpe de estado estaba en marcha, ejecutado por Seineldín y pergeñado desde las sombras por Carlos Menem y otros jefes peronistas.

El MTP había hecho su primera aparición pública en 1984, cuando avaló la postura del gobierno respecto del plebiscito fraudulento que se convocó por el conflicto con la dictadura chilena respecto del canal Beagle. Desde entonces y hasta el final, fue un defensor sin fisuras del régimen democratizante y mantuvo amplios vínculos con figuras del oficialismo. Por ejemplo, eran habituales las reuniones de Provenzano -miembro de una familia de antigua prosapia radical- con Enrique Nosiglia. Con ellos estaba Enrique Gorriarán Merlo, ex PRT-ERP, quien ya en postrimerías de la dictadura había dado instrucciones a sus militantes de ingresar en el Partido Intransigente de Oscar Alende.

Como tantos otros, el MTP declaraba caducos a los partidos políticos y se consideraba a sí mismo una organización suprapartidaria. Su propósito manifiesto era "transformar al actual sistema en una democracia participativa" (La Razón, 9 y 12/5/86). Eran tiempos en que estaba muy de moda hablar del "capitalismo salvaje" y de la necesidad de "humanizarlo". La vía para alcanzar ese objetivo era la democracia parlamentaria "con justicia social". Esto es: se trataba de ampliar esa democracia, de extenderla dentro del sistema político sin quebrarlo, sin necesidad de revolución. Esa idea constituía entonces un fenómeno internacional.

La contradicción era a ojos vista insalvable. El MTP propugnaba una "democracia participativa", pero la "participación" está dada por el grado de integración de los organismos sociales y políticos al Estado de la burguesía. Dos de los mejores ejemplos de esa "integración" en América latina los ofrecen el peronismo y el PRI mexicano. Otros son el fascismo y el nazismo.

En las pascuas de 1985, cuando se levantó Aldo Rico y Alfonsín proclamó que "la casa está en orden", el MTP firmó un "acta democrática" con la UCeDe, el Partido Comunista, la Sociedad Rural y la CGT, entre otros. Esa acta, de la cual derivarían las leyes de obediencia debida y punto final, decía entre otras cosas:

"Como pocas veces, el pueblo... encontró en el presidente Raúl Alfonsín, en su gobierno, en la mayoría de los partidos políticos de oposición... coraje para enfrentar la muerte y generosidad para abrir los canales de participación".

Poco antes de la catástrofe, el 22 de julio de 1988, en una solicitada que publicó en la revista El Periodista, otro dirigente del MTP, Roberto Felicetti, proponía un frente electoral "progresista" cuya base estuviera constituida por el Partido Intransigente y la democracia cristiana. Como se ve, "El MTP tomó hasta la última copa de la democracia antes de partir hacia una acción desesperada para defender esa democracia de un golpe supuestamente inminente de los beneficiados por el ‘acta democrática' y por el ‘coraje' de Alfonsín y sus ‘opositores'..." .

En diciembre de 1989, cuando ocurrió el levantamiento de Seineldín, Gorriarán Merlo declaró: "Los militares, tanto ‘leales' como ‘rebeldes', quieren desprestigiar totalmente a la democracia para luego destruirla".

En verdad, no había ninguna posibilidad de que tal cosa sucediera porque los centros de poder del imperialismo respaldaban al régimen parlamentario. Ya comprobaría eso el propio Seineldín: los levantamientos de los carapintada fueron tolerados mientras sirvieron para recomponer a unas fuerzas armadas en crisis después de la dictadura y la vergüenza de Malvinas, pero en 1990, cuando volvieron a sublevarse, ahora contra las instrucciones del Banco Mundial para la reestructuración militar en la Argentina y, por tanto, su movimiento adquiría la dinámica de un golpe de estado más allá de sus intenciones, fueron aplastados y terminaron todos presos y condenados.

También Gorriarán haría su comprobación trágica. El MTP señalaba una contradicción insuperable entre el régimen democratizante y las camarillas militares, lo cual era falso de toda falsedad. Más tarde, los representantes políticos de esa "democracia" que él defendía con ahínco avalarían la masacre cometida por los militares contra los atacantes de La Tablada, y el Congreso haría una sesión especial de homenaje a los carapintada que habían reprimido al MTP hasta con bombas de fósforo.

Esto es: los militantes del MTP fueron masacrados por el régimen político que tanto empeño habían puesto en defender. Comprender esa contradicción resulta indispensable para entender lo ocurrido hace veinte años en ese cuartel que ya no existe.

Alfonsín, el alto mando, los carapintada

-¿Qué pasa?

-Son los zurdos (un oficial de policía).

-Entonces les van a tirar en serio (un vecino).

El diálogo, reproducido por Página/12 (24/1/89), indica la diferencia sustancial en la actitud gubernamental cuando se trataba de militares que querían "desprestigiar y destruir" a la democracia, y cuando se trataba en cambio de militantes populares que procuraban defenderla. La sabiduría popular de ese vecino tenía muy clara esa distinción: "Entonces les van a tirar en serio". Ya se vería hasta qué punto les tirarían en serio.

Por supuesto, desde el primer momento supieron de quiénes se trataba. Jaroslavsky y los demás mentían para encubrir la masacre: "La inteligencia militar fue contundente al establecer en los primeros minutos de lucha que los agresores no eran militares" (Río Negro, 24/1/89).

Además, los militares esperaban el ataque. El jefe del Ejército, el general Francisco Gassino, había ordenado reforzar las guardias en las principales unidades, y ese 23 de enero "gran cantidad de policías estaban convocados para reunirse a las 5:30 horas en el destacamento Güemes, en la intersección de Camino de Cintura y autopista Ricchieri, muy cerca de La Tablada" (Río Negro, 25/1/89).

Ahora bien: sólo cuando Gassino le confirmó con toda certeza que no había militares involucrados en el ataque, Alfonsín ordenó reprimir. Ambos dispusieron, además, que la represión no estuviera a cargo del comandante de jurisdicción sino del inspector general del Ejército, general artillero Alfredo Arrillaga, hoy procesado por sus crímenes durante la dictadura.

Cuando Seineldín tomó el cuartel de Villa Martelli el 3 de diciembre de 1988, Alfonsín dijo que prefería "45 horas de negociaciones y no diez minutos de combate". Ese criterio se invertía en el caso de que los alzados en armas fueran militantes populares. Ahora no había negociación posible y ordenó una masacre deliberada: por eso mandó a los carapintada, además.

Los medios de prensa, con informes falsos, contribuían para tratar de que la población aceptara la carnicería. Hablaban de guerrilleros "sanguinarios y suicidas", de su "ferocidad" y "desprecio por la vida", y denunciaban que "mataron colimbas que estaban durmiendo" (Clarín, 24/1/89).

Todo eso se revelaría falso. Sólo semanas más tarde los medios admitirían, por ejemplo, que un soldado "asesinado" por los militantes se reponía en su casa de una herida menor en la pierna (Clarín, 17/2/89), o que otros soldados y un suboficial habían resultado abatidos por fuego propio, porque Arrillaga bombardeó el cuartel hasta destruirlo aun con soldados y militares adentro.

"Nos trataron bien: ‘Con ustedes no es la cosa', nos decían", declararon soldados capturados y liberados por los "sanguinarios" (Clarín, 28/1/89).

También se dijo en un primer momento que los atacantes "utilizaron armamento sumamente sofisticado: lanzagranadas antitanque RPG-7, misiles antiaéreos portátiles SAM 7 de fabricación soviética, lanzagranadas de 40 mm y un fusil FAL de un modelo no utilizado por las FFAA argentinas" (Clarín, 24/1/89). Todo mentira. Después se sabría que esos 50 militantes habían marchado al cuartel armados con algunos fusiles viejos que el ERP tenía enterrados en algún sitio desde la dictadura.

Todo eso se dijo para ocultar que tres veces los atacantes quisieron rendirse y los militares los desoyeron: querían a todos muertos. Contra toda lógica de un hecho bélico, el MTP no tuvo heridos: sólo muertos. Un soldado contó: "Logré herir a uno que intentaba huir hacia Crovara. Después lo remató un sargento" (La Prensa, 25/1/89). He ahí el tradicional heroísmo de los militares argentinos.

"Se bombardeó desaforadamente con tanques, tanquetas, morteros y cañones del más grueso calibre para exterminar sin mediaciones. Se destruyó el cuartel a cañonazos limpios, aun con colimbas adentro" . También se sabría más tarde que el Ejército empleó armas prohibidas por las convenciones internacionales sobre la guerra, como bombas de fósforo.

El entonces jefe de la Policía Federal, comisario Juan Pirker, dijo mientras miraba por televisión la carnicería que se desarrollaba en el cuartel: "Yo sacaba de ahí a esos muchachos con una compañía de gases, sin romper un solo vidrio". Poco después, extrañamente, Pirker apareció muerto en su despacho, de madrugada, por un supuesto y conveniente "ataque de asma"

Ellos necesitaban la masacre, el asesinato en masa le servía a Alfonsín, a su pacto con el alto mando e incluso con los carapintada.

Las voces del pánico

Cuando los militantes del MTP que atacaron el RI3 aún no habían sido masacrados en su totalidad, los partidos de centro y de izquierda que hasta la víspera habían sido sus aliados se entregaron a una competencia tétrica para repudiar no a la masacre y a los masacradores sino a los masacrados, a quienes dedicaron una ristra repugnante de insultos e improperios.

Sin embargo, lo más importante de aquel asunto no era el acto desesperado del MTP, inevitablemente aislado, ultraminoritario, sin alcances ni perspectivas, sino "la represión criminal de los carapintada, porque ella servía a la continuación de la política impulsada por tres levantamientos derechistas y numerosos atentados y complots, apoyada desde el Estado, que apunta al reforzamiento sin límites de los aparatos represivos del Estado burgués"

Esa izquierda quebró una tradición internacional en materia de derecho y libertades públicas, una tradición ya no de izquierda sino simplemente democrática. Aun en los motines carcelarios más sangrientos, izquierdistas y demócratas siempre se preocuparon por impedir la represión masiva, por evitar que se cometiera una masacre, porque además del aspecto humanitario del asunto la carnicería fortalece el aparato de represión que busca liquidar las libertades.



Aun visto desde el punto de vista limitadamente democrático burgués, e incluso si se defendiera al Estado de la burguesía en su forma parlamentaria, se tendría que ese ataque desesperado de un grupo insignificante a una unidad militar no podía de manera alguna comprometer la estabilidad estatal, no obligaba al gobierno a responder con métodos de guerra civil para defender sus intereses. Se hizo así porque el gobierno, los carapintada y los mandos militares necesitaban la masacre para, de algún modo, justificar la masacre del pasado en términos políticos. El avance de más de 2.000 soldados con tanques y artillería contra 50 personas, sin siquiera intimar rendición, es un asesinato en masa. Pero, para el oficialismo y la oposición, aun la de "izquierda", ese crimen se produjo "en el marco del Estado de derecho" porque fue ejecutado por un Estado parlamentario, aunque se haya hecho con los métodos de las dictaduras y del fascismo.

Un caso especial para el análisis lo ofrece la postura del PC. En una declaración, ese partido dijo que la violencia sólo se justifica cuando se dirige contra regímenes "antidemocráticos", como sucedió, por ejemplo, con el asalto al cuartel Moncada por las fuerzas de Fidel Castro en 1953.

Aun si se deja a un lado que el PC no sólo no ejerció violencia alguna contra la dictadura videliana sino que la respaldó explícitamente y hasta muy tarde, se debe subrayar la falsedad del argumento: el mismo Castro respaldó a la guerrilla colombiana contra el gobierno constitucional de Rómulo Betancourt, y Lenin se alzó contra el "democrático" Kerensky para después disolver la Asamblea Constituyente. La consecuencia política, teórica y práctica, de la postura del PC es la siguiente: la democracia parlamentaria sería el estadio último de la evolución política de la humanidad, contra la cual deben desaparecer las acciones y soluciones de fuerza.

Empero, incluso una defensa sólida del régimen constitucional, del sistema parlamentario, obligaba a repudiar la masacre y a los masacradores, no al puñado de militantes que hasta la semana anterior promovían con el Partido Comunista la candidatura electoral del ex fiscal Ricardo Molinas. En cambio, el PC se alió con los fascistas, encubiertos por el sistema, en contra de quienes se rebelaron contra ellos no importa cómo.

Pero, además, se olvidaba que la consigna histórica de "aparición con vida" incluía por supuesto a los compañeros foquistas:

Esos izquierdistas, en marzo de ese año, llegaron al extremo de sabotear la marcha de las Madres de Plaza de Mayo en el aniversario del golpe, porque ellas sí habían repudiado a los masacradores y no a los masacrados.

La escalada reaccionaria que siguió no obedeció a los hechos de Tablada. Al revés: la necesidad burguesa e imperialista de llevar a nuevos extremos la política de amnistía a los criminales, de militarización del Estado, de sometimiento al gran capital y de hambreamiento del pueblo fue lo que empujó al presidente Alfonsín, a Menem, al alto mando y a la Ucede a elogiar como lo hicieron la masacre de los militantes del MTP que ocuparon el regimiento de La Tablada.

Movimiento
Moreno
Vive

El pelado Gorriarán cuenta su versión de los hechos...

http://www.youtube.com/watch?v=SdWG4AMTWIA
Parte 1
http://www.youtube.com/watch?v=BrK4xF8cq90&feature=related
parte 2
http://www.youtube.com/watch?v=jLsIWBAuRls p
arte 3
http://www.youtube.com/watch?v=P6ERODPMwrQ
parte 4
http://www.youtube.com/watch?v=5wlVfZXV4gg
parte 5
http://www.youtube.com/watch?v=hmvlfNVzFvY
parte 6
http://www.youtube.com/watch?v=Z39_3zpi4hI
parte 7
http://www.youtube.com/watch?v=sAgQure3NPo
parte 8

el testimonio de Quique Gorriarán Merlo

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Excelente, pero
Por alazán - Saturday, Jan. 22, 2011 at 9:11 AM

Buenísimo material que reconstruye el contexto de la época, pero, falta denuniar el papel policíaco de Luisito Zamora y Silvia Díaz mandando una corona al entierro de los uniformados caidos en el asalto.
El Po también repudió el ataque al cuartel, lo que en el momento era objetivamente, dejar a los atacantes solos. Era necesario en ese momento tomar una posición independiente del repudio o reivindicación al que se cuadraron todos los partidos políticos argentinos, de derecha o izquierda. Allí, la posición de la Asociación Madres de Plaza de Mayo fue impecable.
Lo de la Liga, el colmo oportunista: repudio y asistencia jurídica.
También se argumentaba contra el Mtp que por su culpa se iba a "derechizar" la situación política, como un puñadito más de tierra sobre la tumba de aquellos valientes capaces de pagar sus errores políticos con su propia sangre. Todo verso.
Hubo conflicto docente como si nada hubiera pasado, y a los pocos meses la primer rebelión contra el hambre. La derechización vino de la mano de Menem, un par de años después.
Recuerdo a Néstor Vicente, candidato presidencial de IU para el 89, diciendo que querían ser la cuarta pata de la mesa política y excecrando el Caracazo que antecidió a la rebelión del 29 de mayo de 1989.
Las masas superaron a la ultra-reformista izquierda de los 80 desatando el fin de la era psicobolche. Esa izquierda era de terror: poquitos partidos y todos socialdemócratas.
La izquierda de los 90 y la actual izquierda independiente tiene un ala revolucionaria que sabe cual es la única vía al socialismo.
Compañeros caídos y desaparecidos en La Tablada, aquellos izquierdistas que no los repudiamos cuando arreciaban las acusaciones, reivindicamos su lucha por una sociedad mejor.
Negro Segovia, hasta la victoria, siempre, los obreros de tu Villa Constitución te llevan a cada lucha en sus gargantas y banderas.

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MORENISTAS BUCHONES
Por Bronstein - Saturday, Jan. 22, 2011 at 11:41 AM

DIGAN TODO. USTEDES SE SUMARON AL CONCIERTO REACCIONARIO BANCANDO LA VERSION OFICIAL Y APOYANDO
A LOS CARAPINTADAS ASESINOSSS. MORENO VIVE, SOS UN DESFACHATADO, CON VOS CONVIVE LA POLICIA DENTRO DE LOS APARATEJOS PARA CONFUNDIR A LA CLASE. MORENO FACHO GORILA DE MIERDA, NO TE QUEREMOS ACA.
hablŽ.

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La Tablada: el último acto de la guerrilla setentista
Por (reenvio) Claudia Hilb - Saturday, Jan. 22, 2011 at 12:54 PM

El 23 de enero de 1989 un grupo armado dirigido por Gorriarán Merlo, simuló pertenecer al movimiento golpista carapintada y asaltó el cuartel de La Tablada. La autora reconstruye y analiza una operación que culminó con la muerte y la cárcel de la mayoría de sus participantes.

1. Introducción

Desde el momento en que, a media mañana del lunes 23 de enero de 1989, se comenzó a confirmar la sospecha de que quienes habían irrumpido de manera violenta en el cuartel de La Tablada no eran militares “carapintadas” sino civiles, hombres y mujeres según toda apariencia ligados al Movimiento Todos por la Patria y en algunos casos antiguos militantes del PRT-ERP, la perplejidad y la consternación cayeron como un pesado manto sobre grandes sectores del espectro político y político-intelectual local. ¿Qué explicación –se preguntaban, nos preguntábamos– podía encontrarse para ese asalto a un cuartel militar en pleno régimen alfonsinista, por parte de integrantes de una agrupación que sostenía, hasta donde era públicamente conocido, un discurso político amplio, democrático y aglutinador de las fuerzas progresistas del país? ¿Qué lógica, qué confusión o desvarío podían explicar ese hecho, a primera vista inentendible, que evocaba inmediatamente reminiscencias del accionar guerrillero de la primera mitad de los 70?

Recuerdo de manera casi física mi propia desolación. Recuerdo también la intuición implacable, luego confirmada, de que entre los asaltantes reconocería algunos nombres que reemergerían de aquel pasado setentista. Presos liberados por la democracia, exiliados retornados al país, integrantes de mi generación que –por motivos cuyo sentido me propuse entonces intentar esclarecer algún día– habían hallado la muerte en la brutal represión que siguió a lo que entonces se me figuraba como la parábola absurda de vidas aún jóvenes que parecían, en esa inmolación mortífera y suicida, poner en escena su imposibilidad de regresar a la “vida corriente” luego del fracaso del proyecto revolucionario.

En el año 2005, en el marco de la construcción del Archivo de Historia Oral de la Argentina Contemporánea coordinado por Marcos Novaro y Vicente Palermo, tuve la oportunidad de participar de una larga entrevista a Enrique Gorriarán Merlo, antiguo dirigente del PRT-ERP y figura preeminente del MTP. Esa entrevista fue –si se me permite la malvenida metáfora militar– el detonador para mi proyecto siempre diferido de intentar comprender el “sentido” del ataque a La Tablada. En ella, Gorriarán se atuvo, en lo esencial, a lo que más abajo denomino la “versión oficial” de los hechos; aun así, el diálogo prolongado permitió que en los pliegues de esa versión oficial se ratificara una certeza, que a mí me resultaba fuertemente perturbadora de aquella versión oficial: las fuerzas atacantes habían buscado disimular su carácter de “civiles” arrojando volantes de un ficticio agrupamiento denominado “Nuevo Ejército Argentino”. Y había sido, en palabras de Gorriarán Merlo, “en el momento en que se empezó a decir que el grupo atacante no era un grupo carapintada sino un grupo de civiles” que la operación naufragó definitivamente. Asida al hilo conductor de esa certeza perturbadora reconocida de manera pública por Enrique Gorriarán Merlo, encaré esta investigación.2

2. La versión oficial

Recordemos muy suscintamente los hechos, intentando mantenerlos lo más desprovistos de interpretación que podamos. Alrededor de las 6.30 de la mañana del lunes 23 de enero, un camión de Coca Cola, del que más tarde se sabría que había sido robado minutos antes en San Justo, derribó el portón de ingreso al Regimiento III de La Tablada. Detrás del camión ingresó una fila de seis autos, y de estos vehículos se inició un ataque armado contra la guardia de prevención del cuartel. Según declaraciones posteriores del chofer del camión y de otros testigos del hecho, tras el robo del camión y antes del ingreso al cuartel los atacantes, algunos de ellos con sus caras pintadas, arrojaron volantes desde uno de los vehículos, mientras gritaban “Viva Rico”.

El ataque se extendió al resto del Regimiento, al sector de Casino de oficiales y de los Galpones de blindados, donde los atacantes encontraron una importante resistencia. A partir de media mañana ya nadie bien informado ignoraba que los ingresantes no eran “carapintadas” sino civiles; la presencia de mujeres y de hombres muy jóvenes apoyaba la tesis de una reedición de la guerrilla de cuño setentista. De allí en más, la intervención del ejército sería cada vez más violenta y si bien ya nadie creía que el ataque podría resultar victorioso, el desenlace se estiraría hasta la mañana siguiente.3 El martes 24 la rendición de los últimos atacantes será seguida, según la denuncia de los prisioneros y según toda verosimilitud, del fusilamiento de algunos de los más notorios de ellos. El saldo final del ataque para las fuerzas, que según ya se había confirmado eran del MTP, es de 29 muertos y 13 prisioneros.4

Como lo señalo en la introducción, la asunción, por parte de Enrique Gorriarán, de que el ingreso al cuartel había sido acompañado del lanzamiento de volantes de un ficticio “Nuevo Ejército Argentino” orientó, desde el principio, mi necesidad de restituir la lógica, el sentido, de los acontecimientos, pues se insinuaba como inabsorbible en el relato hegemónico que proveían los asaltantes de La Tablada, primero en el juicio, y luego también en sus declaraciones posteriores.5

La “versión oficial”, que puede fácilmente recomponerse a través de la contrastación de la escasa bibliografía existente sobre el hecho, en principal a través de las afirmaciones de Enrique Gorriarán en sus memorias, de su entrevista para el Archivo de Historia Oral, de los testimonios de presas de La Tablada en Mujeres Guerrilleras, o a través de las fuentes provistas por el libro de Juan Salinas y Julio Villalonga Gorriarán, La Tablada y las guerras de inteligencia en América Latina6, y que me fue también suministrada en primera instancia por varios de los entrevistados, se erige fundamentalmente sobre la afirmación de que el ingreso al cuartel por parte del grupo del MTP tuvo como finalidad detener un nuevo alzamiento carapintada, que debía producirse el día 23 de enero.7 Ese alzamiento, se afirma, tenía su base, o una de sus bases fundamentales, de lanzamiento en dicho cuartel; y sobre todo, se añade, de producirse habría tenido características particulares que lo harían especialmente peligroso: el alzamiento en preparación se habría propuesto no limitarse a los cuarteles sino salir a la calle y producir una suerte de “noche de San Bartolomé” –la expresión se repetía de manera sistemática–, orientada contra dirigentes progresistas.8 A su vez, ese alzamiento por venir debía ser enmarcado en un complot más vasto, que incluía a Carlos Menem y a otros dirigentes del peronismo, y que colocaba en el horizonte cercano la destitución del presidente Raúl Alfonsín y su sustitución por el vicepresidente Victor Martínez.

En apoyo de esa lectura, los atacantes de La Tablada ofrecían numerosas pistas: en primer lugar, una interpretación de la sucesión de remezones que se habían venido produciendo desde Semana Santa y que se sleían en términos de una escalada, que había llegado hasta la producción de muertos civiles en el alzamiento de Villa Martelli, y que habría de continuar ahora bajo la forma de una salida de los cuarteles y la mencionada “noche de San Bartolomé” –la columna de opinión “Un secreto a voces”, del dirigente del MTP Quito Burgos, publicada en Página 12 del 17/1/89, describía ya entonces ese posible escenario de manera muy detallada–. En segundo lugar, la insistencia en un complot menemista-seineldinista, cuya verosimilitud estaba sostenida sobre una conjunción de “fuentes propias” no declaradas, sobre informes de inteligencia provenientes de Panamá y, de la manera públicamente más proclamada, sobre el testimonio de personas que, por diversas razones particulares, habían tenido acceso a información acerca de movimientos carapintadas y contactos entre Seineldín y Menem. Estos últimos testimonios –de Karin Liatis y Gabriel Botana– fueron, en los días previos a los hechos de La Tablada, anunciados en conferencia de prensa por la cúpula del movimiento, presentados ante la justicia por Jorge Baños, abogado del CELS e integrante de la dirección del MTP, posteriormente muerto en La Tablada, y propalados con fuerza a través de los medios, en particular de Página 12.9 Sumados a estos elementos, el gobierno de Alfonsín, sostiene el relato, se mostraba confundido, inerme, incapaz de una respuesta ante la creciente amenaza militar.

En una palabra: el 23 de enero debía producirse un alzamiento carapintada con epicentro en el cuartel de La Tablada, que tendría por propósito salir a la calle y, posiblemente, producir una matanza selectiva de dirigentes progresistas. La acción del MTP era una acción destinada a abortar el alzamiento antes de que éste se produjera, acción heroica de hombres y mujeres decididos a actuar frente a la inacción de un gobierno inerme. Nada había en esa acción, se insistía, que la ligara a los copamientos de cuarteles por parte de la guerrilla en los años 70: en los textos, y sobre todo en las entrevistas, resulta notable la afirmación, también repetida, de que el MTP no se proponía reeditar la táctica de lucha armada propia de aquellos años previos al golpe de 1976. Testimonio de la diferencia entre aquellos copamientos y este acontecimiento era –como también se decía de manera reiterada– que algunos de los atacantes habían entrado al cuartel con sus propios vehículos y sus documentos de identidad, y que las armas empleadas no sólo eran pobres para una intentona de copamiento “tradicional”, sino que habían sido compradas en los días previos al hecho en armerías de la ciudad de Buenos Aires.

¿Qué creían los militantes del MTP que ingresaron a La Tablada que debía resultar de su acción? ¿De qué manera podía su ingreso frenar el alzamiento que decían debía producirse? ¿Podía un grupo mal armado de cuarenta personas, la mayoría carente de un entrenamiento militar más o menos serio, frenar un alzamiento en marcha? En el caso de que hubieran podido ocupar el cuartel, ¿qué habrían hecho luego?

Es difícil, si no imposible, encontrar una respuesta a estas preguntas en los textos o testimonios mencionados si nos seguimos orientando por la lectura más estrecha de la versión oficial según la cual el objetivo era “parar el golpe”. ¿Cómo, de qué manera, lograrían frenar el golpe en marcha? ¿Qué harían los atacantes una vez ocupado el cuartel de La Tablada y reducidos los supuestos militares alcistas? Para encontrar algún sentido a la idea expresada de “parar el golpe” era necesario añadir a la versión oficial por lo menos la idea algo vaga de “cambio de rumbo”, expresada en esos términos por Enrique Gorriarán en sus Memorias: “la idea”, explica Gorriarán, “era ganar la iniciativa, parar el golpe y exigir al gobierno firmeza frente a los planteos militares. Pensábamos que con la gente en la calle y los militares aún no movilizados en conjunto se dificultaría mucho la represión posterior; claro que no descartábamos nuevos enfrentamientos pero ya en mejores condiciones. En aquel momento el poder político estaba cada vez más condicionado, el pueblo se sentía cada vez más separado de ese poder político, y los golpistas estaban cada vez más envalentonados. Con La Tablada intentábamos frenar ese proceso y ayudar a un cambio de rumbo que despejara el camino a la democracia”.10

¿De qué manera, repetimos, imaginaban los atacantes de La Tablada ese cambio de rumbo, y de qué modo podía su acción contribuir a él? En una primera aproximación, si nos atuviéramos a la versión oficial de los hechos que provocaron el ingreso al cuartel y no intentáramos leer entre líneas las afirmaciones de Gorriarán, podríamos imaginar que ese “cambio de rumbo” debía consistir en un fortalecimiento de las fuerzas antigolpistas, envalentonadas por el efecto suscitado por la acción de un grupo de 40 civiles pobremente armados, que habrían demostrado poder tomar un cuartel a punto de alzarse contra la democracia, y probado la posibilidad de impedir la acción de los sublevados y humillado así a los militares. La salida del grupo del MTP del cuartel sería acompañada por la movilización de “la gente en la calle” que, frente al éxito de la acción de un grupo pequeño y decidido podría ver entonces que la manera de cambiar la relación de fuerzas entre militares golpistas y civiles demócratas no era por vía de las concesiones y el retroceso, sino por la del fortalecimiento de la movilización, el coraje y el avance; exigiría e impondría al gobierno mayor firmeza frente a los golpistas.

3. ¿Víctimas de una operación de inteligencia?

Cuando encaré esta investigación comprendí muy pronto que no sólo para mí el sentido de los hechos de La Tablada resultaba difícil de asir. En la escasa documentación consagrada al tema o en las conversaciones con actores políticos ajenos al MTP o con periodistas que siguieron de cerca los acontecimientos del 23 de enero reaparecía de manera reiterada la hipótesis explicativa de que el ingreso al cuartel del grupo del MTP podría haber resultado en una operación de inteligencia exitosa, comprada con cierta ingenuidad por Gorriarán y los suyos. Los promotores posibles de esa operación variaban según el interlocutor, pero eran básicamente dos: los militares (no carapintadas) por un lado, y “la Coordinadora” de Enrique Nosiglia por el otro.11 Los militares, parecían sostener unos, habrían alimentado la versión de una conspiración e instigado la acción “preventiva” del MTP, para desarticular en esa jugada exitosa simultánea un grupo ideológico opositor cuyo crecimiento veían con preocupación, cobrar cuentas pendientes a antiguos militantes del ERP, reverdeciendo la teoría del carácter agresor de la guerrilla en la represión de los 70, y enaltecer su propio papel en el mantenimiento de las instituciones frente al accionar renovado de la subversión y, eventualmente, de los propios sectores carapintadas. La Coordinadora de Enrique Coti Nosiglia, imaginaban otros, se habría servido de los contactos conocidos entre Nosiglia y Provenzano12 para instilar en el MTP la información de un pacto entre Menem y Seineldín, con el fin de desprestigiar al líder peronista que se perfilaba ya entonces como el potencial triunfador en las elecciones de fines de 1989, y habría contribuido de esa manera a alimentar las peores fantasías del MTP respecto de un retorno de la influencia militar en los asuntos políticos. Las denuncias ya mencionadas de Baños, basadas en los testimonios de Liatis y Botana, en los días previos al 23, serían el resultado de esa operación urdida desde las oficinas de Nosiglia.

Cabe destacar que estas dos hipótesis disímiles –que ponían ambas el acento en que el MTP habría podido ser víctima de una operación de inteligencia– se apoyaban, para ello, en la “versión oficial” de los hechos. En otras palabras, no interrogaban la razonabilidad de la finalidad declarada de la acción de La Tablada –”parar el golpe”–, que eventualmente calificaban de delirante, y cuestionaban tan sólo el carácter fidedigno de la información que habría llevado al grupo liderado desde fuera del cuartel por Gorriarán a la decisión de ingresar en él para detener un alzamiento, para ambas hipótesis inexistente.

Aun sin adentrarnos todavía en una relectura de los acontecimientos que desdiga de plano la admisión lineal de la “versión oficial”, cosa que haremos en el apartado siguiente, podemos advertir que la teoría según la cual el MTP habría sido víctima de una operación de intoxicación presentaba dificultades indisimulables. Por una parte, si bien la hipótesis era compatible con el carácter creciente del ambiente conspirativo del MTP, cuyos máximos dirigentes parecían –según nos señalaron diversos interlocutores– cada vez más fascinados por las elucubraciones de inteligencia propias y ajenas, debía suponerse que al mismo tiempo idéntico “humor” conspirativo habría puesto en alerta a militantes avezados, como eran muchos de los atacantes de La Tablada, respecto de las posibilidades de operaciones de inteligencia o de infiltración de los servicios de inteligencia adversos. En segundo lugar, dicha teoría tomaba por dinero contante y sonante la versión oficial del ataque brindada por los protagonistas, y rechazaba la versión de los mismos protagonistas cuando estos negaban –como lo negara enfáticamente Roberto Felicetti en una “Carta Abierta al periodismo” en septiembre de 1989– haber sido víctimas de una operación de inteligencia ajena.13 Por fin, ya tras el fracaso de la acción, dicha hipótesis no ofrecía respuesta a la pregunta que nos hacíamos en el apartado anterior: si la versión oficial del MTP reflejaba la verdad de la acción del movimiento, ¿qué esperaba el MTP lograr con el ingreso a La Tablada? Suponiendo que La Tablada hubiera salido mal porque los militares los estaban esperando, ¿qué hubiera sido, desde la óptica del MTP, que La Tablada “saliera bien”? Añadamos, para concluir este breve apartado, que un análisis muy superficial de los elementos previos o contemporáneos al ataque hacía poco verosímil esta hipótesis: los mismos elementos que me perturbaron a mí en el origen de mi indagación, en particular los falsos volantes del “Nuevo Ejército Argentino”, a los que se sumó muy pronto la evidencia de la naturaleza endeble de las fuentes citadas por el MTP como prueba de sus denuncias de conspiración militar, debían poner seriamente en duda la idea de que el MTP hubiera sido víctima de una operación de inteligencia por parte de un tercero, que lo habría llevado de ese modo a ingresar violentamente al cuartel de La Tablada aquel 23 de enero de 1989.

4. De La Tablada a La Rosada: el camino más corto de la insurrección popular

Como señalé varias veces en los párrafos precedentes, el hilo conductor de mi investigación se desenrolló, desde el primer momento, partiendo de los volantes falsos arrojados por los activistas del MTP que ingresaron al cuartel de La Tablada. ¿Era cierto que esos volantes habían sido sembrados por el MTP? En caso afirmativo, ¿por qué, si efectivamente había un golpe en marcha en ese cuartel, debían los atacantes proveer de (falsos) elementos de prueba de ese golpe? Obtuve una respuesta afirmativa a mi primera pregunta en la entrevista a Enrique Gorriarán: sí, habían sido ellos quienes habían arrojado esos volantes –era una cuestión de “tácticas militares”.14 Algunas entrevistas posteriores a ingresantes al cuartel corroboraron esta afirmación, como así también las versiones –ratificadas durante el juicio por el chofer del camión robado– de que algunos de ellos habían actuado con las caras pintadas y vestidos de militares; otros entrevistados negaron enfáticamente ambos hechos.15 Quedaba por responder a la segunda pregunta: ¿por qué habían arrojado los volantes, camuflados de militares carapintadas? La lógica más elemental indicaba que si los atacantes tomaban a su cargo la representación de su propio papel y también el de los carapintadas… era porque tal golpe no existía, y que de lo que se trataba era de poner en escena un golpe inexistente y su derrota por parte de un grupo de civiles armados. Con el correr de mi investigación fui confirmando esta hipótesis que aun negada por Enrique Gorriarán, había ido tomando cuerpo en aquella larga entrevista. En un intercambio sorprendente, al que ya me referí en la Introducción de este texto, al mismo tiempo que sostenía que la finalidad de la acción de La Tablada había sido la de frenar un golpe antes de que éste saliera de los cuarteles, Gorriarán también afirmaba que dicha acción había sido exitosa durante un primer momento, en el cual la impresión general había sido que los ingresantes al cuartel era un grupo de carapintadas y que se estaba en presencia de un nuevo alzamiento, lapso durante el cual se habían comenzado a sumar pronunciamientos de diversas organizaciones sociales y políticas en contra del golpe. Las cosas anduvieron bien, afirmaba Gorriarán, “hasta que surgió que era un ataque guerrillero contra un cuartel”.16

¿Qué esperaban los atacantes del cuartel de La Tablada del plan consistente en la puesta en escena de un alzamiento militar en el cual se habían reservado el papel de vencedores? El plan había fracasado, a ojos vista. Pero ¿qué hubiera significado su éxito? A medida que en el curso de mi investigación iba confirmando que, por lo menos para los activistas directamente comprometidos en el asalto al cuartel, se trataba sin lugar a dudas de la puesta en escena de un alzamiento y no de la convicción de que ese día, el 23 de enero, se preparaba efectivamente una asonada militar en La Tablada,17 esta pregunta fue tomando un lugar preponderante.

La respuesta que, de manera coincidente, fui obteniendo me provocó una perplejidad no menor a la que me había provocado el aparente sinsentido del ataque: la imagen repetida del éxito de la operación La Tablada era la de los atacantes saliendo del cuartel montados en los tanques, rumbo a la Plaza de Mayo, civiles valientes que proclamándose victoriosos en su reacción contra una nueva asonada de los militares alcistas, encabezarían una insurrección popular que los militantes del MTP tenían por misión fogonear en coincidencia con la salida del cuartel en los distintos barrios. El plan habría de incluir, entre otros, la posterior toma de radios y de edificios públicos, y el llamado a la movilización de la población a través de una proclama previamente preparada. También la elección del Regimiento III como centro del operativo adquiría en ese contexto una nueva significación: La Tablada, se me dio a entender, era, de todos los cuarteles, el que reunía la doble condición de cercanía respecto de la Capital y de contar con tanques en su interior. El relato del éxito esperado del ataque al cuartel otorgaba así un sentido definido a la afirmación de Gorriarán respecto del “cambio en la relación de fuerzas”; ese cambio, lejos de proponerse reforzar al gobierno y a las fuerzas antigolpistas frente a las presiones golpistas, debía consistir en una insurrección exitosa, cuyos contornos más detallados no parecían estar demasiado claros (o por lo menos no parecían estarlo para muchos de los sobrevivientes), pero que definitivamente debían producir un cambio de connotaciones mayores en la vida política argentina.18

A la luz de la explicación de La Tablada en estos términos, de una puesta en escena de una asonada militar derrotada por un grupo de civiles que, fuertes por su triunfo, encabezarían una insurrección exitosa, el carácter endeble de las denuncias previas a los acontecimientos del 23 de enero toma otro cariz: señalábamos antes que las únicas denuncias realizadas por testigos supuestamente directos de la conspiración carapintada realizada por Jorge Baños en su presentación judicial fueron las de Karin Liatis y Gabriel Botana; es preciso señalar que –si bien nada se decía al respecto– ambos eran militantes del MTP, y, la primera, entonces pareja del propio Baños.19 Las denuncias, reproducidas sobre todo por Página 12 y más bien desestimadas en cuanto a su seriedad por el resto de los diarios,20 pueden en ese contexto comprenderse como parte de la preparación del clima que haría más verosímil el armado de la operación del día 23.

Si tal era entonces el sentido de la operación el ataque a La Tablada, quedaba para el investigador la tarea de restituir a esta operación algún tipo de lógica que hiciera que su éxito resultara verosímil para los militantes que participaron en ella, y también coherente de alguna manera con la historia de la organización que la llevó a cabo. Y es preciso decir al respecto que, pese al carácter inverosímil que para un observador externo pudiera tener esa lógica, pese a la naturaleza aparentemente delirante de un proyecto que, en una democracia recientemente recuperada tras años de la más cruel dictadura, aspirara a concitar el apoyo masivo a una aventura armada, cuando comencé a adentrarme en la lógica que guió a los atacantes de La Tablada volví a percibir la virulencia del efecto que sobre sus participantes ejercen los microclimas conspirativos de las sectas revolucionarias.

5. Un poco de historia

a. La formación del MTP

El Movimiento Todos por la Patria, fundado en Managua en el año 1986, fue el corolario de la creación de la revista Entre Todos surgida también en Nicaragua hacia fines de 1983 de la reunión del grupo de antiguos militantes del PRT-ERP, nucleados alrededor de Gorriarán Merlo, con individuos o grupos provenientes de otras experiencias de la izquierda y el peronismo radicalizados de los años 70.21 El grupo del PRT-ERP reunido en torno de Enrique Gorriarán Merlo, que había participado de los momentos finales de la Revolución sandinista de julio de 1979, representaba probablemente entonces la única expresión organizada de lo que había sido el PRT. Enfrentado a la conducción de Luis Mattini, secretario general de la organización tras la muerte de casi toda la dirección en julio de 1976, el grupo de Gorriarán había expresado en la crisis que se produjo en el PRT en el exilio posturas que, en términos generales, representaban sobresaltos de fuerte contenido voluntarista y de corte renacidamente foquistas frente a una posición probablemente más crítica del accionar pasado, y por ello también menos voluntarista, de la mayoría del Buró Político liderada por Mattini. Fue uno de esos sobresaltos que lo llevó al grupo de Gorriarán –ya separado del PRT de Mattini– a dejar de lado momentáneamente su plan de conformación de una guerrilla rural en Argentina para unirse a la Revolución nicaragüense poco antes de la victoria final, y fue posiblemente a su vez la conciencia de la crisis de las concepciones tradicionales del PRT la que llevaría poco después a una nueva división y a la disolución final del grupo liderado por Mattini.22

Cuando con el arribo de la democracia a Argentina en 1983 los presos políticos recuperan la libertad, un grupo importante de antiguos militantes del PRT-ERP que había seguido durante su cautiverio ligado de manera lo más orgánica posible a su organización se plantea la posibilidad de retomar la actividad política en continuidad con su historia previa. En ese momento, de lo que había sido el PRT, el grupo de Gorriarán Merlo aparece como la única opción mínimamente articulada. Si bien para muchos de aquellos militantes Enrique Gorriarán aparecía como una figura históricamente cuestionada por representar las posturas más militaristas y menos políticas de la organización, por ende podían haberse sentido más afines a la tendencia representada en el momento de la ruptura por Luis Mattini, pero esta última había dejado de existir en tanto tal. Simultáneamente, la propuesta pluralista y basista de la revista Entre Todos, primera expresión pública de lo que luego habría de ser el Movimiento Todos por la Patria, debió ayudar a superar las prevenciones iniciales respecto de la figura de Gorriarán y condujo a varios de aquellos ex presos del PRT a sumarse a la iniciativa. Francisco Provenzano, Roberto Felicetti, Carlos Samojedny, tres antiguos presos liberados en el 1983-1984 que participarían en La Tablada, se contaron entre quienes decidieron unirse a esa empresa.23

Si reconstruimos la historia temprana de la revista Entre Todos y de quienes serían luego notorios militantes del MTP encontramos que varios de ellos ocupan, entre 1984 y 1985, lugares de relevancia en la estructura del Partido Intransigente (PI). La experiencia de algunos de ellos los llevaría muy rápidamente a ocupar posiciones de dirigencia intermedia y a lograr un reconocimiento considerable entre los jóvenes que por entonces afluían masivamente a las organizaciones progresistas. Para estos militantes setentistas ligados desde el inicio al proyecto de Entre Todos, el paso por el Partido Intransigente pareció volverse muy pronto (cuando no lo había sido desde el inicio) una opción táctica que debía, tarde o temprano, dar lugar al pasaje de una parte de la militancia al nuevo movimiento que en algún momento se conformaría. Y efectivamente, la posición adquirida en el PI redundaría en que, en el momento del paso de estos dirigentes al naciente MTP, detrás de ellos se desplazara un número considerable de militantes.24 Según múltiples testimonios, en ausencia de otras publicaciones, el trabajo político en el PI se realizaba por otra parte entonces en gran medida a través de la revista Entre Todos, llamativa por su carácter plural y antisectario, en la que coincidían firmas de todo el espectro progresista de la vida política argentina, desde el peronismo hasta los antiguos militantes del PRT, pasando por los sectores más progresistas del radicalismo, del Partido Intransigente o del Partido Comunista, como así también por las voces progresistas no partidistas de la Iglesia, de los sindicatos o de otros movimientos sociales.

La revista Entre Todos fue también un importante vehículo de organización y nucleamiento de numerosos grupos de jóvenes que en los barrios, alrededor de las parroquias, en los colegios secundarios o en las Universidades expresaban en su activismo el entusiasmo de aquella primavera de 1984. Los relatos recabados entre los jóvenes militantes de entonces reproducen todos, en términos generales, la misma secuencia: grupos autoorganizados que, al entrar en contacto con la revista encuentran en ella una expresión más global, generalizadora, para sus preocupaciones, y un discurso que inscribe sus preocupaciones en un relato que liga su actividad con la lucha antidictatorial. Estos grupos de jóvenes, en abierta disponibilidad política, se ven masivamente atraídos por un discurso amplio, reivindicativo en el ámbito de lo local y que inscribe simultáneamente su actuación en un proyecto más abarcativo, tanto espacial como temporalmente.

Si recorremos la revista Entre Todos en su primera época, dos asuntos llaman la atención: el primero, el amplio abanico de las firmas, señalado precedentemente; el segundo, muy visible, es la presencia permanente –a razón de uno o dos artículos por número– de la Revolución nicaragüense. A la vez, a la lectura de esta publicación la evolución del proyecto MTP se deja observar con claridad: con el correr de los números el tono democrático, reivindicativo y pluralista va dejando paso progresivamente a un tono más declaradamente revolucionario. Pero será necesaria una ruptura interna del MTP para que ese tono revolucionario se afirme definitivamente, y que Entre Todos deje de ser una publicación concebida como instrumento del trabajo político con las bases –rol que como señalábamos más arriba había cumplido con notable éxito– para pasar a ser un órgano de aglutinación de cuadros con definiciones políticas más marcadas, con una propuesta de construcción partidaria y de vanguardia, y organizado alrededor de las firmas de los militantes más notorios del MTP.

Aquella ruptura interna del MTP se produjo en dos momentos: un primer momento, en diciembre de 1987, signado por la salida de algunas personalidades notorias de la dirección del Movimiento, entre ellas sobre todo Rubén Dri y Manuel Gaggero, quienes habían participado de la fundación del movimiento, e incluso antes, del proyecto originario de una reorganización pluralista de las fuerzas progresistas alrededor de la fundación de la revista Entre Todos. Un segundo momento, de menor impacto público pero de mayor trascendencia interna, se produjo casi sin solución de continuidad respecto del primero, signado por la partida de grupos importantes de militantes, sobre todo en Buenos Aires, Gran Buenos Aires y Córdoba, disconformes con el rumbo abiertamente vanguardista y el cariz conspirativo que tomaba el MTP, y con la presencia cada vez más determinante de la figura de Enrique Gorriarán en su seno.

A la escucha de los testimonios de quienes participaron –quedándose o yéndose– de aquel proceso de vanguardización del MTP, y a la luz de la deriva posterior de este movimiento que condujo a La Tablada, es interesante destacar que la tensión que derivó en ruptura, entre una postura más basista o movimientista, y más reticente con respecto a las posibilidades de una aceleración revolucionaria, y las posiciones más vanguardistas y más optimistas respecto de una tal aceleración, parecen haber surcado el movimiento desde sus inicios. Probablemente, unos y otros suscribieran, en aquellos momentos iniciales, a la idea de una revolución futura; posiblemente, unos y otros pensaran que la derrota del proyecto setentista no ponía en crisis la idea de Revolución, pero sí obligaba a reconsiderar los tiempos y los modos en que podría producirse un cambio revolucionario en Argentina. Pero allí donde disentían, y donde disentirían cada vez más, era en la comprensión del modo en el que la actividad política debía contribuir a dicho proceso, si debía hacerlo a través de un proceso de organización de los sectores populares que no podía, en las condiciones de entonces, sino ser abarcador, lento y paulatino, o si estaba en sus manos acelerar los tiempos a través de una férrea formación política de vanguardia.

b. Una, dos, tres Managuas.

La Tablada en el espejo de la Revolución sandinista El asalto a La Tablada constituyó, entiendo, la cristalización mortífera de esta última postura de aceleración de los tiempos, encarnada por el grupo que, nucleado alrededor de Gorriarán Merlo, había participado de los últimos momentos del triunfo de la Revolución sandinista. Ajenos en su mayoría a los avatares de la vida cotidiana en la Argentina durante la dictadura militar, profesionalizados como militantes revolucionarios desde hacía décadas o desde su salida más reciente de la cárcel, los integrantes de aquel núcleo duro del MTP, sumidos en el microclima de la militancia revolucionaria y del triunfo reciente de la revolución nicaragüense, creyeron posible leer los acontecimientos de la vida política argentina tras la instalación de la democracia a la luz de los debates de la vanguardia sandinista bajo la prolongada dictadura de los Somoza. Así, bajo el influjo de la victoria de las posturas terceristas de los hermanos Ortega en el debate interno del sandinismo, abrigaron las esperanzas de una reedición de la salida insurreccional en Argentina, tras el fracaso setentista de la teoría de la guerra de guerrillas o de la guerra popular y prolongada.

En efecto, la Revolución nicaragüense y la disputa previa, en el seno del sandinismo, entre tres tendencias políticas que terminarían de unirse poco antes del triunfo de 1979 ofrecen una clave de interpretación relevante para intentar dar cuenta de aquello que imaginaban quienes encabezaron la aventura de La Tablada. Si comprendemos cómo se impuso, bajo el liderazgo de Gorriarán, la idea de que la revolución en Argentina, derrotada la vía de la guerra prolongada “a la vietnamita”, debía y podía tomar la forma de la insurrección, se hace posible obtener un prisma de intelección de aquel acontecimiento.

Para ello, recordemos muy brevemente que la dirección sandinista unificada que lideró la victoria final contra la dictadura somocista había sido el resultado de la reunión de tres tendencias: la tendencia de la guerra popular y prolongada, liderada por Henry Ruiz y Tomás Borge, que seguía de manera general el ejemplo chino o el vietnamita y propugnaba el desarrollo de la acumulación de fuerzas de un ejército popular de base campesina organizado desde la montaña; la tendencia proletaria, liderada por Jaime Wheelock, que sostenía la necesidad de privilegiar el trabajo en las zonas urbanas, en particular entre los sectores proletarios, y que sin renunciar en palabras a la lucha armada la había dejado de lado en la práctica, y la tendencia insurreccional o tercerista, liderada por Daniel y Humberto Ortega, quienes entendían que si se seguía apostando a estrategias de largo plazo –fueran éstas la organización del ejército popular en la montaña o la organización urbana del proletariado– el momento de la revolución se alejaría irremediablemente. Para los terceristas, las condiciones objetivas de la Revolución parecían alejarse en la medida en que crecía el peligro de una cooptación “burguesa” de las conciencias de los sectores populares. Pero, al mismo tiempo, entendían que era posible crear, a través de la acción voluntarista, condiciones subjetivas que contrarrestaran el peligro creciente de desmovilización revolucionaria y aceleraran las condiciones de la Revolución.

Más allá del equilibrio de fuerzas en la dirección sandinista unificada, representada por los líderes de las tres tendencias, resulta claro que la hegemonía del movimiento nicaragüense quedaría tras la unión de éstas en manos de la corriente tercerista de Daniel y Humberto Ortega, y esto de modo más notorio luego de la insurrección victoriosa. Como lo señalaba Jaime Wheelock, dirigente de la tendencia proletaria, en una entrevista realizada por Marta Harnecker y que circuló profusamente entre los militantes del MTP, la política de la tendencia insurreccional o tercerista, que planteaba al mismo tiempo una base muy amplia de apoyo y una aceleración de las condiciones insurreccionales a través de la provocación de acciones espectaculares, se mostró retrospectivamente como exitosa pese a las críticas de las que era objeto por parte de las otras dos.25 ¨

¿Qué fue lo que, a la luz de los acontecimientos posteriores, podemos imaginar que habían extraido Gorriarán y su grupo más cercano de su experiencia en Nicaragua? En primer lugar, la certeza de las posibilidades del éxito de una Revolución. En segundo lugar, la convicción de que la forma insurreccional tenía la virtud de provocar hechos que aceleraban las condiciones de posibilidad de la Revolución en tiempos de reflujo del entusiasmo revolucionario. Al respecto, no deja de ser llamativo que, de manera también coincidente, los militantes del MTP pusieran el acento, en el año que precedió al asalto a La Tablada, en la preocupación que representaba para el MTP la constatación de que el pueblo se mostraba menos movilizado. Y no menos llamativa es la apreciación común en los antiguos militantes del MTP, tanto entre quienes rompieron con el movimiento antes de La Tablada como entre quienes participaron de ese hecho, que Gorriarán parecía extrañamente apurado, necesitado de acelerar los tiempos.26 En ese apuro, añadimos, la postura tercerista, insurreccional, que se había revelado exitosa en Nicaragua, le brindaba la apoyatura teórica que la teoría clásica de la guerra popular y prolongada, enarbolada por el PRT en su primera época, le negaba.27

Estratagema vulgar o lectura exitosa de una política de alianzas por parte del FLN –las afirmaciones de Wheelock dejan flotar cierta ambigüedad–28. Lo cierto es que la combinación de una política de amplias coaliciones y la simultánea elaboración de una estrategia insurreccional en la Revolución nicaragüense parece así brindar la matriz que sostiene la esperanza del grupo proveniente de Managua de repetir esa experiencia en su regreso a la Argentina. Más allá de lo que se pueda pensar de tal expectativa, en ese contexto ideológico la aparente contradicción entre una política de discurso basista y amplio y una simultánea proyección de una estrategia insurreccional por parte del MTP no aparece como antinómica para sus militantes.29

¿Estratagema vulgar o evolución de la política de alianzas? A la luz de su desencadenamiento final, el proyecto original del grupo nucleado en torno de la figura de Enrique Gorriarán merece ser interrogado en estas coordenadas. ¿En qué medida contenía ya el proyecto originario el germen de su desenlace fatal del 23 de enero? Sostuvimos antes que parece factible considerar que la cooptación para el MTP de sectores juveniles del Partido Intransigente por parte de algunos militantes del antiguo PRT podía estar prevista en sus grandes rasgos desde los inicios del Movimiento; creíamos también constatar que el horizonte revolucionario era común a todas las expresiones internas del MTP o, por lo menos, a las de sus dirigentes. Pero afirmábamos también que, en el horizonte de la idea de Revolución futura, la tensión entre una expresión más largoplacista, paciente y autocrítica del vanguardismo setentista (que ponía el acento en la lenta acumulación de fuerzas y en la unidad de los sectores populares), y una postura más vanguardista (que parecía considerar la amplia política de alianzas en términos más instrumentales), atravesó al MTP prácticamente desde sus orígenes, y terminó de expresarse públicamente en el abandono del movimiento por una parte considerable de sus integrantes.

Al producirse esta ruptura se reforzó, entendemos, el carácter instrumental de aquellos elementos que el proyecto inicial podía tal vez contener como estratagema, pero también como creencia profunda: si el basismo, la amplitud en la convocatoria y la lenta acumulación de fuerzas populares, era, para el sector que se retiraba la verdad de su práctica política, estos elementos adoptaban, para el sector vanguardista, un carácter mucho más marcadamente instrumental. Y este carácter cada vez más fuertemente instrumental del discurso basista del MTP alcanzará con posterioridad a 1987 su punto culminante en el asalto a La Tablada.

6. El giro hacia la manipulación (o las innovaciones de la violencia ochentista)

En mi indagación acerca del sentido del asalto a La Tablada apareció un elemento inquietante que no logré despejar en su totalidad: ¿sabían todos los participantes de la acción –esto es, lo sabían también todos aquellos que debían realizar tareas de apoyo externo– que se trataba de una puesta en escena ficticia de un golpe? ¿Eran conscientes todos ellos que la organización a la que pertenecían estaba desarrollando, aunque sea incipientemente, una estructura de acción militar y que proponía el asalto violento al poder bajo un régimen democrático? Si para cualquier militante de base o simpatizante del PRT o de Montoneros en los años 70 no había ninguna duda de que la organización a la que adherían proclamaba y ejercía la violencia y contaba con estructuras militares paralelas, todos los elementos obtenidos parecen corroborar que la cúpula del MTP preparó a una parte selecta de sus militantes para la acción armada, que instruyó muy precariamente a otros pocos sobre el filo de la acción de La Tablada y que ocultó ambos hechos a sus simpatizantes o a sus militantes más periféricos. Por otra parte, desde entoncescontinuó ocultando al resto de la sociedad cuál había sido el verdadero objetivo del ataque al cuartel. De modo tal que no es inverosímil suponer que en el asalto a La Tablada hubiera, entre quienes se encontraban fuera del cuartel, algunos militantes que efectivamente creyeran que se entraría al cuartel con la finalidad de abortar un golpe en ciernes en ese cuartel y en esa fecha, y que ignoraran la procedencia de los volantes del “Nuevo Ejército Argentino” que sus propios compañeros sembraban en su ingreso. Si esto es así, es posible que para algunos de esos militantes periféricos la confianza en sus dirigentes y la común adhesión a la idea de que de esa acción –que habrían estimado preventiva– debía de todos modos resultar una insurrección con altas probabilidades de éxito, y que terminara diluyendo más tarde el estupor que en ese momento debió provocarles la constatación del engaño del que habían sido víctimas.30

Si aun con dudas me inclino a dar crédito a las afirmaciones que otorgan realidad a la existencia de este engaño de una porción (minoritaria, eso sí) de los propios participantes del suceso es porque tal engaño resultaría, en su inspiración conspirativa y manipuladora, consistente con la puesta en escena del ataque a La Tablada en tanto tal. Como señalábamos más arriba, resulta a esta altura evidente para el investigador que el ingreso al cuartel estuvo signado desde su preparación por la intención de fabricar un escenario ficticio de golpe “carapintada”, cuyo desenlace debía tomar ante los ojos de la sociedad el aspecto de la victoria de un grupo de jóvenes y audaces militantes populares que en su acción habían logrado lo que no lograba la clase política en el poder: frenar un alzamiento contra la democracia. Y que, enancados sobre ese éxito, movilizarían al pueblo hacia la insurrección en pos de un cambio político de envergadura –en pos de la Revolución–. La replicación del engaño en la repetición a rajatabla de la “versión oficial”, aún cuando ya había cesado el riesgo penal de asumir la historia verdadera, parecería indicar que así como no existió en el momento de la acción ningún cuestionamiento ético respecto de la manipulación de la voluntad popular que representaba, tampoco se produjo posteriormente en el colectivo que pergeñó y sobrevivió a La Tablada (y más allá de la reflexión individual de algunos de sus participantes) ninguna posibilidad de elaborar, política o éticamente, el significado del engaño que habían imaginado.31

Ignoro si en la historia de las revoluciones modernas existe algún ejemplo de un intento de manipulación de este orden por parte de una fuerza insurgente –sí los hay, y volveremos sobre ello, por parte de regímenes totalitarios o despóticos–. Ignoro si la tendencia tercerista en Nicaragua consideró, por su parte, que la manipulación de los hechos –su producción escénica– podía constituir también un modus operandi legítimo. Sea como fuere, la imagen final de esta reconstitución nos pone frente a un grupo de –a lo sumo– 80 personas informadas del verdadero sentido y carácter de la operación, que consistía en montar una escena ficticia que, interpretada de la manera “adecuada”, es decir falsa,32 debe desencadenar las pasiones antigolpistas de la población, que a su vez, debidamente canalizadas, han de llevar a una insurrección. La manipulación intencional de la verdad fáctica –unida a un nivel de enajenación respecto de la realidad probablemente sin precedentes en la tradición de la izquierda setentista, a la que me referiré rápidamente para concluir este apartado– otorgan su tonalidad específica a este resurgimiento de la violencia revolucionaria en los ochenta.

Haciendo entonces abstracción por un instante de esta exacerbación del vanguardismo revolucionario, con su correlato de manipulación de las propias bases de apoyo por parte del grupo conspirativo (volveremos sobre ello, pero podemos aún hablar de vanguardia, cuando un grupo intenta hacerse seguir a través del engaño?), queda por preguntarse qué llevó a aquel núcleo duro del MTP a imaginar que, recién recuperadas las libertades públicas luego de la larga noche de la dictadura, su plan tuviera alguna posibilidad de éxito. No se trata de interrogarnos sobre qué autoasignación mesiánica puede llevar a un grupo reducido de personas a arrogarse con buena conciencia la atribución de tergiversar los hechos, de manipular la realidad con el fin de hacer triunfar su comprensión del mundo y del orden deseable –sobre ello, decía, volveremos en el apartado final de este trabajo–. Nos preguntamos más banalmente qué les hizo pensar no sólo que, mal armados y poco preparados militarmente, podrían tomar el cuartel y salir de él montados sobre los tanques,33 sino también y sobre todo nos preguntamos qué les hizo pensar que el resultado de esa aventura sería un apoyo popular masivo y una insurrección popular, y no el repudio altamente generalizado a la reaparición de la violencia política como forma de intervenir en la vida en común. Admira la sorpresa de quienes, tras aquella acción, descubrieron la soledad en que el ataque los sumió. En sucesivas declaraciones, durante los años que siguieron al asalto a La Tablada, los atacantes pusieron el aislamiento y la incomprensión en la que se encontraron a cuenta de la cobardía, la traición o la falta de compromiso de sus antiguos aliados. Con ello se ponía en evidencia una vez más su incapacidad por comprender las coordenadas que regían la sociedad sobre la que habían pretendido operar, su encierro autista en un microclima revolucionario que nada ni nadie, fuera de ellos, parecía avalar. Si, en suma, para los asaltantes de La Tablada ese hecho debía ser un eslabón más –decisivo, por cierto– en una guerra revolucionaria que, con sus altos y sus bajos, retomaba ahora la iniciativa bajo la nueva modalidad de la insurrección, para el grueso de la sociedad argentina el tiempo inaugurado en 1983 había llegado para marcar un corte radical con un ciclo de violencia política que había alcanzado su paroxismo con la acción criminal sin precedentes de la dictadura del Proceso. Y La Tablada, lejos de sonar la diana del inicio de la Revolución se mostró como el regreso espectral de uno de los actores de aquella violencia que se había pretendido conjurar.

Liberados de las cárceles, regresados de la revolución nicaragüense y devenidos todos ellos –o casi todos– militantes profesionales, inmunes a la percepción del nuevo comienzo que el retorno a la institucionalidad significaba para tantos, el núcleo duro del MTP

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La Tablada: el último acto de la guerrilla setentista (2º parte)
Por (reenvio) Claudia Hilb - Saturday, Jan. 22, 2011 at 1:12 PM

reasumió su historia allí donde la había dejado. Insertando su visión de la política en el prisma de la Revolución nicaragüense y poniendo en valor su condición de heredero de la tradición setentista, el grupo íntimo del MTP logró la adhesión para su empresa de un grupo heterogéneo de jóvenes –estudiantes, marginales, militantes barriales– que entusiasmados por incorporarse a una historia cuyos rasgos épicos eran por entonces objeto de una fuerte iconización en muchos sectores,34 se sumaron a una aventura cuyo sentido más profundo parecían ignorar, y que en muchos casos les costó –como les costó también a muchos de sus inspiradores– la vida.

7. Consideraciones finales: sobre la mentira en política

Cuando me propuse investigar el tema del asalto a La Tablada lo hice, como señalaba al principio, impulsada por la necesidad de comprender el sentido de esa acción. A medida que fui avanzando en el trabajo fui descubriendo que mi labor no sería una labor de reflexión teórica sobre dicho sentido, como lo preveía, sino que se iba convirtiendo inexorablemente en una tarea de develamiento de la verdad: la empresa de dar sentido a los hechos del 23 de enero, entendí, no remitía a una interrogación de orden analítico, sino que residía sencillamente en desentrañar la mentira organizada que protegía el ocultamiento de su verdadera finalidad y que dificultaba su intelección.

Dicho descubrimiento estuvo a punto de hacerme abandonar mi propósito: ¿qué podía yo decir de nuevo sobre La Tablada, si aquello que yo podía sacar a la luz era perfectamente sabido por quienes habían participado de ese hecho?35 Hubiera alcanzado con que cualquiera de los actores de aquel suceso rompiera el pacto de silencio para que mi texto no tuviera ningún sentido. Y mi preocupación, de índole teóricopolítica, por cierto no había sido nunca detectivesca, mucho menos policial; no me había propuesto reconstruir hechos y acciones sino sentidos.

Sin embargo, no abandoné mi propósito, y ello por dos motivos. En primer lugar, y principalmente, porque creí que –tal como lo había sido para mí– la simple develación de la verdad era, para quienes no la conocían, una manera de restituir el sentido de aquel acontecimiento. En segundo lugar, porque intuí que en el núcleo de aquel descubrimiento había algo que sí, finalmente, debía ser interrogado: se trataba del significado político de la política de manipulación que constituía, según mi conocimiento, una novedad en el accionar de la izquierda revolucionaria en Argentina. Intuía también que si podía esclarecer de alguna manera la significación de esa innovación me acercaría a la comprensión de por qué, aun 17 años después de La Tablada, se mantenía vigente el pacto de omertà.

Las páginas precedentes han procurado cumplir con el primer propósito. Es tiempo entonces, para concluir, de decir algunas palabras acerca del segundo. No pretendo en estas breves reflexiones finales dar cuenta cabal del sentido político del giro hacia la manipulación y la conspiración por parte del núcleo duro del MTP de Gorriarán, pero espero dejar abiertas algunas preguntas que puedan eventualmente resultar fecundas no sólo para la interrogación de este hecho, sino para continuar con una tarea, que muchos hemos emprendido, de cuestionamiento radical de las derivas totales del pensamiento revolucionario.

¿Qué significa para la interpretación del sentido de la práctica política del grupo revolucionario la introducción del engaño, bajo la forma de una manipulación voluntaria de los hechos destinada en este caso a suscitar una reacción favorable de los sectores populares cuya representación invoca y cuyo apoyo procura? ¿Qué nos dice esa práctica acerca de su comprensión de la política y de los asuntos humanos?

En la acción de La Tablada nos hemos encontrado con una mentira que opera en dos registros: un primer registro consiste en la fabricación de una escena –un falso levantamiento “carapintada”–, que ha de posibilitar la construcción de la segunda mentira, que refiere a la intención de la acción de incursión en el cuartel –parar el alzamiento–. La primera mentira ha de hacer verosímil la segunda, brindándole el soporte de “realidad fáctica”.

Para interrogar el sentido de la acción, es el primer registro –la fabricación de la mentira– el que debe ser observado en su particularidad. Éste es –trataremos de mostrar– el que da a esa acción un sentido específico, inscribiéndola sin ambigüedad en una determinada concepción de la política. Sin ambigüedad, decimos, porque en su carácter de fabricación consciente y voluntaria la construcción de esta mentira escapa a los equívocos que, en la relación entre mentira y política, pueden eventualmente diluir la diferencia entre mentira y error, o mentira y opinión.36

En unas páginas luminosas dedicadas a la intrincada relación entre verdad fáctica, verdad filosófica, mentira y política, Hannah Arendt señalaba que lo opuesto a la verdad fáctica no es el error sino la mentira deliberada. Y agregaba que uno de los ardides a disposición de quien miente conscientemente, cuando no logra imponer la mentira, es disfrazar la mentira de opinión.37 Observábamos así en nuestra reflexión sobre La Tablada que mientras la fabricación del falso levantamiento “carapintada” –primer registro– no fuera constatada en su carácter ficticio, el ingreso al cuartel –segundo registro– podría ser discutido en términos de error o de acierto, y su evaluación ser remitida al terreno de la opinión. Esto es, en efecto, lo que enancado sobre la “versión oficial” de los hechos propone Enrique Gorriarán en sus Memorias, y en la entrevista realizada para el Archivo de Historia Oral: la acción puede juzgarse desafortunada, es asunto de opinión, pero su intención era parar el golpe “carapintada” que debía salir, ese día y a esa hora, de ese lugar.38

Restituida la verdad fáctica, no parecen caber dudas de que, en el caso (poco probable) de que la aventura de La Tablada hubiera resultado tal como la imaginaban sus autores, la mentira inaugural habría permanecido impenetrable. El nuevo orden que imaginaban se habría fundado sobre ella. La proclama que llamaría a la adhesión de la población instalaría la “nueva versión oficial”, no ya la de la derrota sino la del triunfo de La Tablada: “harto de la prepotencia de los milicos”, el pueblo de los alrededores, liderado por el “Frente de Resistencia Popular que se formó allí mismo”, se habría alzado y habría recuperado el cuartel de La Tablada ante una nueva sublevación “carapintada”.39 El MTP victorioso habría así no sólo conquistado por la fuerza el poder político, sino conquistado también, a través de la fabricación de la realidad, el poder de dominar a voluntad la interpretación de los hechos.

De haberlo logrado no habría sido el primero. En la historia contemporánea moderna encontramos, en los experimentos totalitarios del siglo XX, la realización efectiva de la pretensión de dominación monopólica de la interpretación de los hechos: en nombre de una Verdad –de la Historia, de la Naturaleza– encarnada en la Organización, y de la consiguiente denegación del carácter polémico, controvertido, de las visiones en disputa sobre la realidad de los hechos, el totalitarismo no sólo monopolizó la interpretación de la historia pasada, de la realidad presente y del destino por venir, sino que se arrogó la prerrogativa de modificar los hechos mismos –de la historia pasada, de la realidad presente– con el fin de asentar sobre esta refabricación de la realidad fáctica la interpretación más conveniente a su misión. Así, el Partido Comunista de la URSS eliminó la presencia de Trotsky de la historia de la Revolución, borró su rostro de las imágenes y su nombre de los relatos y convirtió a revolucionarios probados, como Zinoviev y tantos otros, en traidores confesos. Así, como en espejo, se desvaneció en Cuba la imagen de Carlos Franqui de la foto tomada el 1 de enero de 1959 que lo mostraba junto a Fidel Castro, entre su primera publicación en Revolución en 1962 y su reproducción en Granma en 1973. Así, también, se propalaron con notable éxito los falsos “Protocolos de los Sabios de Sion” para apuntalar la solidez de las tesis antijudías, o se promovió desde las sombras del poder nazi el incendio del Reichstag para desatar la persecución a los comunistas y obtener los poderes especiales para Hitler. También bajo el experimento de rasgos protototalitarios de la dictadura del Proceso podemos hallar montajes comparables: fusilamientos disfrazados de fugas, rehenes transformados en muertos en combate, acciones ficticias puestas al servicio de la demostración de la crueldad subversiva o de su poder de infiltración.40 Sobre los hechos así manipulados, reconstruidos, se asienta la interpretación deseada: los traidores de hoy lo han sido siempre, nuestros enemigos son esencialmente malvados por naturaleza, nuestra acción está justificada por los hechos.

La realidad ficticia se constituye así en sucedáneo de la realidad fáctica, de aquello que nos es dado, en común, ante nuestros ojos, para nuestro testimonio y para nuestra interpretación. Pero ante esta afirmación surge de inmediato la pregunta: ¿no está acaso la política permanentemente atravesada por la construcción de ficciones, por la posibilidad de la mentira, del engaño, de la propaganda? ¿No es la mentira coetánea a la política, y no prerrogativa del pretendiente a la dominación total? ¿No contiene la política moderna, en la propaganda de masas, inevitablemente un elemento de manipulación? Si, efectivamente, la disimulación de la verdad bajo diferentes formas –engaño, propaganda, mentira– no puede ser desligada de la política, si incluso por la misma naturaleza del lenguaje la pretensión de la transparencia de los hechos a su interpretación no puede sino ser un sueño, él mismo de proyección totalitaria,41 ¿cuál sería la particularidad de la mentira fáctica, de la mentira que modifica la realidad de los hechos?

Respondemos: es precisamente en ese terreno, el de la manipulación de la realidad fáctica y su sustitución por una realidad ficticia, que se muestra la figura particular del totalitarismo. Porque ¿cómo imaginar, en efecto, en una escena plural y pública, que pudiera borrarse de manera prolongada la existencia de un actor de aquella historia como si nunca hubiera existido, como pretendió la URSS de Stalin borrar todo rastro de la presencia de Trotsky en la Revolución? ¿Cómo imaginar que una organización política o una institución del saber pretendiera borrar de la galería de próceres a todos los masones, o los judíos, o cualquier otro grupo político o religioso o social, sin que inmediatamente apareciera otra para restituir su papel en la historia? En una escena plural y polémica de voces e interpretaciones, donde nadie puede definitivamente ejercer el monopolio de las significaciones, la mentira puede volverse incluso, como lo recuerda Arendt, contra el mentiroso; la capacidad de “fabricar” el pasado, como la de “inventar” el presente de manera incontrovertida supone la capacidad de monopolizar las interpretaciones, y este monopolio supone un dominio total del poder.42

Es entonces, a la luz de la afirmación de que la política moderna contiene, en la propaganda de masas, ella misma un componente de engaño ineludible, y no de la negación de ello, que podemos observar la novedad radical introducida por la mentira totalitaria. Porque extraida de su contexto totalitario, la pretensión de monopolización de la interpretación de la realidad choca irremediablemente contra las pretensiones en competencia en el ámbito público, allí donde los hechos se nos muestran en común: en este terreno de disputa dispuesto por la materialidad comúnmente reconocida de los hechos, entrarán en lucha opiniones, ideales, ideologías políticas. Es sólo sobre la destrucción de lo público, sobre las ruinas del espacio común, que una interpretación podrá imponerse de manera total; y sólo entonces –destruido el ámbito de lo público, allí donde tiene lugar la controversia– podrá también manipularse arbitrariamente la objetividad misma de los hechos.43

La organización totalitaria representa, en tanto voluntad del monopolio del sentido de lo real, la vocación de destrucción del carácter común de lo público, de la eliminación de su naturaleza contingente y plural, y la sustitución de esta naturaleza por una realidad pasible de ser construida a voluntad por quien posee los medios para hacerlo. La vocación por manipular la realidad fáctica –por inscribir hechos falsos y por borrar hechos verdaderos en nuestro mundo común– pone en escena la ambición de erigir un mundo cuyo sentido puede ser manipulado a su antojo por parte de quienes poseen el control sobre él. Una vez más, Arendt está allí para recordarnos que “sólo en un mundo por completo bajo su control pueda el dominador totalitario posiblemente hacer realidad todas sus mentiras y lograr que se cumplan todas sus profecías”.44

Es entonces a la luz de las reflexions precedentes que creemos posible dotar de alguna inteligibilidad el sentido del sueño del grupo que llevó adelante el asalto a La Tablada. En un remedo de las ambiciones totalitarias de posesión de la matriz de fabricación de un mundo y de su representación; aquel reducido grupo de personas urdió la construcción del escenario ficticio más propicio a sus proyectos, y su posterior interpretación.45 No se trata de borrar el pasado sino de fabricar un presente ficticio: fabricar en primer lugar la materia a ser interpretada –el ficticio golpe “carapintada”– para sobre esa ficción erigir una mentira verosímil –fuimos a parar el golpe– que, bien instrumentada, deberá poder manipular ahora los sentimientos antigolpistas del pueblo en favor de la insurrección.

En el montaje del asalto al cuartel de La Tablada se da a ver, de manera caricaturesca y trágica, el destino totalitario del pensamiento revolucionario del siglo XX, el devenir de la ilusión de eliminar toda contingencia de los asuntos humanos y de fabricar una realidad a imagen y semejanza de una idea.46 Un grupo reducido de personas, convencido de estar en posesión de la cifra del orden ideal del mundo, no se conforma ya con alentar la esperanza de que llegará un momento en que, reconocida su razón, podrá forjar una sociedad a imagen de su idea del bien –una sociedad en que, devenido poder total, podrá incluso, como lo muestran los ejemplos anteriores, rehacer el pasado–. Impaciente, buscará a través de la manipulación de la verdad fáctica provocar una adhesión –instantánea y multitudinaria– a su aventura, que en esa manipulación se da a ver crudamente como un proyecto plenamente des-politizado de poder.47 Es, podemos resumir también, el paso decisivo que franquea la distancia que media entre la pretensión de vanguardia y la autoafirmación mesiánica de quien pretende encarnar la verdad de una Revolución definitivamente desprovista de sujeto.48

La aventura de La Tablada llevó a la muerte a gran parte de sus actores, y a la cárcel a otros muchos. Si a casi veinte años de aquel suceso la “versión oficial” de los hechos aún mantiene su poder en el grupo de sobrevivientes probablemente ello puede deberse a que la mentira sobre la que se montó dicha operación es vivida por ellos, íntimamente, como ético-políticamente inaceptable, y que el reconocimiento de ello implicaría un cuestionamiento moral no sólo de ellos mismos –pero muchos de ellos eran muy jóvenes- sino sobre todo de quienes los condujeron a aquella aventura y que, en el recuerdo, siguen ungidos del halo del heroismo revolucionario.

Mientras la asociación trágica, de destino criminal, que el siglo XX urdió entre revolución y totalitarismo, entre vanguardismo y fabricación de la realidad no sea comprendida en su carácter dramáticamente antipolítico, mientras no sea elucidada la naturaleza del nexo que ligó, una y otra vez, las ideologías revolucionarias a la práctica de la dominación total, la verdad de la aventura de La Tablada sólo podrá ser incomprendida en su sentido, negada ciegamente o condenada moralmente. Concluyo este texto con la esperanza de que las páginas precedentes hayan podido contribuir no sólo a una restitución de la historia de ese hecho, sino también, aunque sea precariamente, a una comprensión –que es también por mi parte una condena– exclusivamente política del sentido de aquella aventura.

Referencias:

1 Este trabajo contó con la colaboración del Proyecto de Constitución del Archivo de Historia Oral de la Argentina Contemporánea 1958-2003 (dir. Marcos Novaro) y con la asistencia inteligente, eficaz y bienhumorada de Valeria Bonafede. Agradezco a Roberto Felicetti, Isabel Fernández, Gustavo Messutti, Carlos Motto, Fray Antonio Puigjané, como así también a aquellos ex integrantes del MTP involucrados en los hechos de La Tablada que prefirieron no ser mencionados, por aceptar conversar largamente conmigo. Aclaro, por si fuera preciso, que mis conclusiones sólo me comprometen a mí y no significan el acuerdo de los entrevistados con mi interpretación de los hechos. Agradezco también a Vera Carnovale, Fernando Dondero, Darío Gallo, Angélica Marchesini, Lucas Martin, Valeria Pegoraro, Juan José Salinas y Fabio Zurita por su buena disposición ante mis requerimientos, y a Emilio de Ipola y a Matías Sirczuk por sus comentarios sobre versiones previas de este texto.

2 Véase Entrevista a Enrique Gorriarán Merlo, Archivo de Historia Oral de la Argentina Contemporánea, 15/9/05, 3ª Parte, 2o CD, sobre todo min 9’45 - 11’12. Véase también Gorriarán Merlo, Enrique, Memorias de Enrique Gorriarán Merlo. De los setenta a La Tablada, Buenos Aires, Planeta, 2003, pp.500 y 504.

3 Respecto de la desproporción de la represión al ataque, circuló profusamente la versión de que el entonces comisario Pirker, quien moriría poco después de La Tablada, habría sostenido que para reducir a los atacantes hubiera alcanzado con utilizar gases lacrimógenos (El comentario es reproducido, entre otros, en Salinas, Juan y Villalonga, Julio, Gorriarán, La Tablada y las guerras de inteligencia en América Latina, Buenos Aires, Mangin, 1993, y en Gallo, Darío y Álvarez Guerrero, Gonzalo, El Coti, Buenos Aires, Sudamericana, 2005, cap. XVI).

4 Veintinueve es la cifra “oficial” de muertos y desaparecidos del MTP (En sus Memorias Gorriarán afirma que la cifra real es de 32). Según denuncias del MTP nueve prisioneros fueron asesinados tras su detención y tres permanecieron desaparecidos (la CIDH refrendó en su investigación los nueve asesinatos). A los 13 prisioneros se sumarían siete más, acusados de participar de los grupos de apoyo fuera del cuartel, y Fray Antonio Puigjané, miembro de la dirección del MTP, quien se presentó espontáneamente y fue detenido. Unos años después, el propio Gorriarán y su mujer Ana María Sívori se añadirían a esta lista. Entre las fuerzas de seguridad (policía y ejército) hubo 11 muertos y 38 heridos, según las cifras oficiales. El ataque habría involucrado a más de 80 militantes del MTP, entre ingresantes y grupos de apoyo; según me han afirmado algunos de ellos, esa parecía ser prácticamente la totalidad de la militancia realmente comprometida en la zona de Buenos Aires y Gran Buenos Aires.

5 Que sostuvieran esta versión en el juicio podía explicarse fácilmente como una estrategia de la defensa. En cambio, que siguieran sosteniéndola muchos años después –como lo hacía, entre otros, Gorriarán en la entrevista del 2005– no podía explicarse según esa misma lógica.

6 Gorriarán, Memorias (cit.); Diana, Marta, Mujeres guerrilleras. La militancia de los setenta en el testimonio de sus protagonistas femeninas, Buenos Aires, Planeta, 1996; Salinas, Juan y Villalonga, Julio, Gorriarán, La Tablada y las guerras de inteligencia en América Latina, (cit.).

7 Véase Gorriarán, Memorias... (cit.), pp.499-501, Entrevista Archivo de Historia Oral, 15/9/05, 3ª parte; Diana, M., Mujeres guerrilleras..., pp. 219, 223, 229.

8 Como me sucedió también con otras repeticiones textuales, la frecuente referencia a una “noche de San Bartolomé” en las entrevistas que realicé con integrantes del MTP que participaron de los hechos de La Tablada me provocaba la impresión de estar frente a un relato demasiado homogéneo y articulado.

9 En conferencia de prensa realizada el 12 de enero, el abogado Jorge Baños, acompañado de Provenzano, Felicetti y Puigjané, denuncia la existencia de un complot Menem-Seineldín, que implicaría también al vicepresidente Victor Martínez y que tendría por finalidad producir un golpe institucional que depondría al presidente Alfonsín. Afirma tener testigos que prueban la existencia del complot y declara que harán la presentación ante la justicia (véase Página 12, 13/1/89). La denuncia es presentada el 16/1/89 ante el juez Irurzún. A partir de ese momento, y aun subrayando la endeblez de las pruebas en muchos casos, los distintos diarios se hacen eco de la denuncia, de la existencia de los testigos, Liatis y Botana, y del desmentido de los implicados, particularmente de Menem y del vicepresidente Victor Martínez. La columna de Quito Burgos en Página 12, a la que nos referimos más arriba, apoya también elocuentemente la tesis del complot. Al mismo tiempo, según destaca Clarín del 19/1/89, la “Juventud Radical” en sus declaraciones otorga verosimilitud a la denuncia al calificar de “preocupantes” las versiones. Durante toda la semana Página 12 seguirá el tema con atención, dedicándole un amplio espacio y varias portadas –la última el domingo 22/1/89.

10 Gorriarán, Memorias…(cit.), p. 501.

11 Darío Gallo y Gonzalo Álvarez Guerrero sugieren esta última hipótesis en el capítulo XVI de El Coti, dedicado a La Tablada, mientras que, según señalan Salinas y Villalonga (cit., p. 286, n.1), Manuel Gaggero sostiene la primera en una nota en la revista Confluencia de abril de 1989 (agregando a EE.UU. en el armado de la conspiración). En conversaciones con diferentes actores políticos de la época, estas hipótesis resurgieron de manera reiterada. Salinas y Villalonga parecen también inclinarse hacia la hipótesis de la “compra” por parte de Gorriarán de información falsa provista por las FFAA, funcional a sus tendencias manipuladoras, conspirativas y personalistas (“las necesidades de Gorriarán y Gassino”, sintetizan, “se encontraron en un punto y en un lugar: La Tablada, el 23 de enero”; cit., p. 439). Pese a la riqueza de la información que provee, entendemos que la lectura en clave esencialmente conspirativa propuesta por Salinas y Villalonga obtura la significación política del giro hacia la conspiración y la manipulación por parte del MTP.

12 Era vox populi que las familias Nosiglia y Provenzano se conocían de larga data, y que Francisco Provenzano solía visitar con alguna regularidad las oficinas del Ministerio del Interior, cuyo titular era entonces precisamente Enrique Nosiglia.

13 En la “Carta abierta al periodismo” del 29/9/89 publicada en el Diario Sur, firmada por Roberto Felicetti “y todos los procesados por La Tablada”, y dirigida sobre todo contra Horacio Verbitsky, Eduardo Duhalde y Juan J. Salinas, la tesis de la infiltración o de que habrían sido víctimas de una “operación de carne podrida” es rechazada terminantemente. Hasta donde pudimos ver, sólo el libro de Salinas y Villalonga combina la hipótesis de una operación de inteligencia con el descreimiento en la afirmación de que “habían ido a parar un golpe”.

14 Entrevista a Gorriarán Merlo, Archivo de Historia Oral, 15/9/05, 3ª parte, 2º CD, 11’06).

15 Volveré sobre estas contradicciones más adelante.

16 Entrevista a Gorriarán Merlo, Archivo de Historia Oral, 15/9/05, 3ª parte, 2º CD, 9’50. Ante esa afirmación los entrevistadores le preguntamos si acaso no era un ataque guerrillero contra un cuartel. “Sí, claro que era” respondió Gorriarán “pero con ese objetivo que les dije recién”.

17 Algunos entrevistados sostuvieron enfáticamente que creían que la acción del MTP estaba destinada a frenar un golpe que debía tener lugar ese día y en ese cuartel. Si bien no puedo estar absolutamente segura de ello, tiendo a creer que efectivamente algunos de quienes participaron desde fuera del cuartel de la acción de La Tablada podrían haber sido víctimas del mismo engaño que el que la cúpula de la organización a la que pertenecían pretendió someter a la opinión pública. Pero aun engañados respecto de la connotación misma de la acción, esos militantes participaban de la idea de que el resultado de la detención del golpe constituiría el movimiento inaugural que habría de culminar en una insurrección popular. Sí en cambio está claro que los simpatizantes no orgánicos del MTP, que debían ser movilizados posteriormente, no sabían (ni sabrían probablemente nunca) la verdad.

18 La imagen transmitida evoca en quien la recibe al 1 de enero de 195 en La Habana, o la victoria de la insurrección sandinista. Tal era el optimismo insurreccional de los atacantes que según relatan varios de ellos corría la broma de que “el primero que llega al sillón [de Rivadavia] se sienta”. Con los hechos reconstituidos, también las afirmaciones de Gorriarán en sus Memorias respecto de otros movimientos previstos para esa misma mañana del 23 toman mayor claridad (véase pp. 500 y 504).

19 Mucho han insistido las voces del MTP en el carácter unánimente aceptado de que era más que posible que hubiera nuevos alzamientos militares, luego de Semana Santa, Monte Caseros y Villa Martelli. Esto está fuera de discusión, a mi modo de ver. Pero ello no hace más veraz, sino simplemente más verosímil, el armado de la “versión oficial” de la operación de La Tablada.

20 No me interesa indagar aquí en la cuestión de la relación entre Página 12 y el grupo fundador del MTP, a la que alude Enrique Gorriarán en sus memorias. Alcanza aquí con constatar que por compartir una historia común y cierta afinidad ideológica con los fines declarados del MTP no debía sorprender que fuera Página 12 quien más crédito diera a las denuncias de Baños, Provenzano o Felicetti.

21 Entre los fundadores de Entre Todos se contaban, entre otros, Quito Burgos (muerto en La Tablada) y Marta Fernández, ambos ex militantes de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y exiliados en Cuba (su hijo Juan Manuel Burgos iría preso tras La Tablada por participar de un grupo de apoyo), Pablo Ramos, diputado de la Juventud Peronista en 1973 y militante de Montoneros (sus hijos Pablo y Joaquín participarían del asalto al cuartel; Pablo murió –todas las evidencias indican que fue apresado vivo y fusilado– y Joaquín fue apresado y juzgado), Fray Antonio Puigjané (no participó del ataque, pero fue condenado por complicidad), Rubén Dri (se separó del MTP en diciembre de 1987).

22 Véase Mattini, Luis, Hombres y mujeres del PRT-ERP, Editorial de la Compana, Buenos Aires, 1996, pp.488-495; Gorriarán Merlo, Enrique, Memorias…, en particular pp. 350-351.

23 Otros presos provenientes del PRT se sumarán al proyecto de Entre Todos, pero varios de ellos lo abandonarán cuando el MTP afirme su giro vanguardista. Cf. infra. Añadamos que la mujer de Francisco Provenzano, Claudia Lareu, muerta también en La Tablada, formó parte del núcleo más íntimo del grupo de Gorriarán y participó del asesinato de Somoza en Asunción. Roberto Felicetti había militado en Mar del Plata bajo la dirección de Roberto Sánchez, responsable del Frente militar de aquella ciudad, quien fue también integrante de ese núcleo íntimo y quien también murió en La Tablada. Carlos Samojedny había sido apresado en 1974, tras el frustrado asalto a la Base Aerotransportada de Catamarca comandado por Hugo Irurzún (Irurzun, o “Santiago”, era un integrante del núcleo íntimo de Gorriarán de fuerte prestigio militar en el PRT; fue él quien mató a Somoza, muriendo a su vez tras esa acción organizada por el grupo de Gorriarán Merlo en Paraguay en 1980).

24 A modo de ejemplo, señalemos que Roberto Felicetti, integrante del proyecto Entre Todos desde el primer momento, fue dirigente de la juventud del Partido Intransigente de Mar del Plata y lideró el paso de un sector de esa juventud al MTP, y que un fenómeno similar de traspaso tras la figura de algunos dirigentes se produjo también en el PI de la Capital Federal.

25 Jaime Wheelock Roman (entrevista por Marta Harnecker), Nicaragua: el papel de la vanguardia, Editorial Contrapunto, Buenos Aires, 1987, pp.100-101.

26 Muchos testimonios insisten en este apuro y se interrogan por sus motivos, tendiendo a atribuirlo a motivos o características personales de Gorriarán. Es interesante señalar que en sus Memorias, refiriéndose a las diferencias con el sector del PRT liderado por Luis Mattini, Gorriarán afirma que “a nosotros nos preocupaba mucho lo que estaba sucediendo en la Argentina (…). Y estábamos ansiosos, sentíamos como urgencia por apresurar los tiempos (…) y volver a la lucha tomando todos los recaudos necesarios” (p.351). De hecho, esa urgencia no llevará al grupo de Gorriarán de regreso a la Argentina… sino a Nicaragua. 27 Tal como lo señalara un antiguo militante del PRT y del MTP, la revolución nicaragüense parece haber jugado en la breve historia del MTP un rol similar al que la Revolución vietnamita jugó en la historia del PRT. A través de una y otra se sostenía la convicción militante en el éxito de la Revolución y se señalaba el rumbo que debía seguirse para arribar a ese éxito. 28 Refiriéndose a esa política de alianzas Wheelock añade en efecto, de manera algo sorprendente, que “no se puede decir que (…) fuera una estratagema vulgar del FSLN” (p. 100-101). 29 Al respecto, señalemos que el discurso basista del MTP es uno de los elementos que, en la versión oficial, es esgrimido de manera repetida como argumento que demostraría que el asalto a La Tablada no podía ser interpretado en términos de una lógica guerrillera o de asalto al poder equiparable a la que inspirara a la izquierda armada en los 70. 30 Pese a la presunción contraria de la que partí, entiendo hoy que quienes ingresaron al cuartel, como así también la mayoría de quienes participaron de los grupos de apoyo, conocían claramente cual era el sentido de la acción. Mi duda concierne exclusivamente a algunos militantes periféricos que participaron en esos grupos de apoyo. Entiendo, por otra parte, que los simpatizantes no involucrados (integrantes de agrupaciones coordinadas por militantes del MTP) ignoraban todo acerca de ese hecho, y de la posibilidad de un hecho tal. Según testimonios recogidos, luego del desastre de La Tablada algunos militantes periféricos y simpatizantes del MTP –algunos de ellos involucrados en tareas concretas de apoyo– parecen haber sopesado la posibilidad de que Enrique Gorriarán hubiera sido un agente de las fuerzas de seguridad (el libro de Salinas y Villalonga –cit, p. 230– recoge testimonios similares). A medida que se afirmaba la sospecha de que la acción no había estado destinada a parar un golpe en marcha, la existencia de una traición al más alto nivel se les aparecía como el único modo de explicar el hecho del asalto seguido de la masacre de la casi totalidad de los asaltantes de mayor prestigio entre la militancia –aproximándose así a las hipótesis antes mencionadas sobre una posible “inducción” del asalto por parte de actores ajenos al MTP–. Tal hipótesis habría sido luego desechada, sobre todo tras la detención del propio Gorriarán. 31 La dificultad para expresarse de las voces singulares de los participantes más dispuestos a revelar públicamente la verdad ocultada en común es digna de ser interpretada. La dificultad en romper el pacto de silencio que protege a la mentira parece resultar mucho más costosa que la de expresar una diferencia política: las diferencias políticas son objeto de discusión, el engaño como forma de hacer política sólo parece poder ser objeto de condena moral. Así, el develamiento de la mentira pondría al descubierto no un error de juicio o de comprensión política, sino el carácter ético políticamente inaceptable de la política de manipulación y de engaño. Para poder salir del encierro es necesario, justamente, comprender el sentido político de la política del engaño. Volveré sobre esto en el último apartado. 32 Traigo a la memoria la afirmación de Gorriarán reproducida al final de la introducción, según la cual el problema se produjo cuando se empezó a decir que se trataba de un ataque guerrillero y no de una sublevación militar. Es decir, cuando la interpretación de los hechos se adecuó a la realidad y no a la versión que los atacantes pretendían hacer creer. 33 Es sabido que la precariedad del armamento, comprado en armerías en los días previos al ataque, respondió en buena medida a la pérdida de un cargamento de armas que debía recibir el MTP y que no recibió. ¿Cómo entender que en esas condiciones el ataque se realizara igual, con armas vetustas y en manos de combatientes en su enorme mayoría sin ninguna experiencia? Los relatos de los jóvenes militantes en el cuartel impresionan en ese sentido: confiaban ciegamente en “los grandes”, que afirmaban con tranquilidad que con la sola decisión alcanzaría para derrotar a los militares. Sólo el clima irreal de un grupo conspirativo apartado de todo desmentido de la realidad –e impulsado por la urgencia imaginaria que ya hemos mencionado– puede explicar el optimismo insólito del grupo más experimentado, como explica también la confianza ininterrogada de los jóvenes en sus admirados líderes. 34 Llama la atención la imagen de “combatientes contra la dictadura del Proceso” que los militantes de las generaciones jóvenes del MTP transmiten al referirse a Francisco Provenzano o Carlos Samojedny, que aparecen en las conversaciones investidos –sobre todo el primero– del recuerdo más entrañable. Como es público, Provenzano y Samojedny (como Felicetti, Roberto Sánchez y otros) fueron encarcelados antes de marzo del 76, por participar en tanto militantes del ERP de acciones militares de diversa envergadura durante los gobiernos de Juan Perón o Isabel Perón. 35 Como corroboré entonces, todo esto había sido por otra parte ya cabalmente comprendido por quienes habían instruido el juicio a los atacantes de La Tablada. 36 Dada la imposibilidad de determinar la intención de quien miente. Si bien se puede probar una mentira relativa a hechos, no se puede cabalmente probar una mentira relativa a intenciones. En lo que sigue nos serviremos de manera libre de reflexiones de Hannah Arendt y Jacques Derrida, en diversos textos referidos a la mentira en política, que a su vez refieren de manera inequívoca al breve texto de Alexander Koyré, “Reflexiones sobre la mentira”, Renaissance, Revista de la Nueva York, 1943. 37 Arendt, Hannah, Escuela Libre de Altos Estudios; “Truth and politics”, en. Between Past and Future, New Jersey, Penguin, p.249. 38 “En chequeos sobre el cuartel que mantuvimos desde la noche del viernes 20 hasta la misma madrugada del 23” afirma Gorriarán en sus Memorias “habíamos observado intensos movimientos de ingreso y egreso de vehículos que confirmaban la preparación sediciosa”. A la luz de la restitución de la verdad de los hechos, las afirmaciones de Gorriarán producen una extraña sensación de cinismo, tanto más cuando, unas páginas más adelante, leemos su afirmación según la cual “quien repare en las opiniones vertidas por todos los sectores de la sociedad y publicadas en los periódicos antes del 23 de enero del 89 (…) contará con elementos para sacar sus conclusiones sobre la coyuntura que se vivía y la existencia de una asonada militar o no en esa fecha”. Memorias…, pp. 501 y 517. Véase también pp. 514-516 y entrevista Archivo de Historia Oral, 15/9/05, 3ª Parte, 2º CD, en particular 18’30 – 21’. 39 La proclama presentada por la acusación como prueba en el juicio contra los atacantes de La Tablada decía, entre otras cosas: “En la medianoche de hoy los “carapintadas” se sublevaron en el Regimiento 3 de Infantería de La Tablada. Allí se preparaban y habían empezado a Rosada (…). Ya estamos hartos de la prepotencia marchar contra la Casa de los milicos. Hartos de sus crímenes y de sus robos, que después tenemos que pagar todos. Hartos de que nos impongan la injusticia El pueblo se alzó social. Hartos de que no nos dejen vivir en paz. contra ellos. El pueblo de los alrededores de La Tablada ya ha recuperado el cuartel sublevado. Lo dirige este Frente de Resistencia Popular que se formó allí mismo. Tomamos las armas de los milicos y les En vista de la restitución de la realidad de incendiamos su cuartel”. los hechos, y de la confirmación por parte de varios entrevistados de que efectivamente existía una proclama que debería propalarse a la salida del cuartel, tiendo a dar credibilidad a ese texto presentado por la acusación pese a que –como todas las pruebas materiales- su autenticidad fuera entonces rechazada por la defensa. 40 En la acción de la dictadura militar encontramos algunos ejemplos de construcción de un escenario ficticio que llaman dramáticamente la atención por su similitud con el montaje de La Tablada. Según el testimonio de Graciela Geuna (legajo 764 Conadep, Nunca Más, pp. 377-378), ante la inminencia de una huelga del sindicato Luz y Fuerza de Córdoba los militares imprimieron falsos volantes montoneros llamando a la huelga y los hicieron aparecer en manos de un militante de la JP, Patricio Calloway, hasta entonces secuestrado en La Perla, a quien asesinaron frente a EPEC, simulando un tiroteo. Así, se sirvieron de un rehén de La Perla para “montonerizar”(sic) el conflicto y dar una justificación a la represión que siguió. Agradezco a Lucas Martin por haberme recordado este caso. 41 Véase Derrida, Jacques, “Historia de la mentira. Prolegómenos”, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1997. Véase también del mismo autor, “Sobre la mentira en política”. Entrevista a Jacques Derrida de Antoine Spire en Staccato, programa televisivo de France Culturel, del 7 de enero de 1999, en Derrida, J., ¡Palabra!, Trotta, 2001. 42 Véase al respecto la lectura de Arendt del develamiento de los Pentagon Papers referidos a la guerra de Vietnam en “La mentira en política”, en. Crisis de la República, Madrid, Taurus, 1973, o también “Truth and politics” (cit.), p.238: “Los hechos informan a las opiniones, y las opiniones, inspiradas por diferentes intereses y pasiones, pueden diferir ampliamente y seguir siendo legítimas en tanto respeten la verdad fáctica. La libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información acerca de los hechos y si los hechos mismos no están sustraidos a la disputa”. Contrastada con la manipulación totalitaria, que destruye el ámbito de lo común, es posible sostener que –en condiciones de democracia– la manipulación política moderna de la opinión, bajo la forma de propaganda, preserva el ámbito de lo común, de la visibilidad de los hechos, sustrae los hechos a la disputa y plantea el desafío en el terreno controvertible de las interpretaciones de los hechos. 43 En su pretensión de encarnación de una verdad superior –de la naturaleza, de la historia– el totalitarismo se inscribe en ruptura radical con el carácter indeterminado de la democracia moderna que –como lo ha señalado magistralmente Claude Lefort– se instituye en el horizonte de una pregunta inapropiable respecto de su verdad, y en la separación de las instancias en que la verdad, el poder y la ley llevan adelante, cada una en sus esferas de publicidad, la disputa por hegemonizar la interpretación. Lo público es así, en la modernidad democrática, el nombre de la esfera común en que se disputa, sin posibilidad de cristalización más que parcial, la hegemonía de la interpretación. El totalitarismo se deja leer, sabemos, en el anverso de esta descripción: la esfera de lo común es apropiada por quien encarna la verdad. Si la verdad no es indeterminada sino que está determinada en la naturaleza o en la historia, si hay, por otra parte, quien puede conocerla y encarnarla, todo aquello que hace obstáculo a esa verdad no puede sino ser despreciado como un elemento parasitario que atrasa la realización de esa verdad –todo esto ha sido dicho tantas veces, y sin embargo ¡parece tan necesario volver a decirlo! 44 Arendt, Hannah, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Taurus, 1974, p. 435. 45 No creemos ciertamente que esta “matriz totalitaria” explique integralmente el hecho de La Tablada, o la creencia de sus actores en su éxito, pero entendemos que puede contribuir a inscribirlo en una trama que vuelva inteligible la comprensión de lo político vehiculizada en el montaje del hecho. Como señalamos en la primera parte, es preciso inscribir esa acción en las biografías políticas de sus autores principales, y en su interpretación de la tradición revolucionaria –pero éstas también se vuelven inteligibles a la luz de esta “matriz totalitaria” de las ideologías revolucionarias del siglo XX. 46 He intentado reflexionar sobre este asunto en la ponencia “Moldeando la arcilla humana. Reflexiones sobre la igualdad y la revolución”, publicada online (http://www.nuso.org/upload/opinion/hilb.php) por la revista Nueva Sociedad. 47 “El verdadero objetivo de la propaganda totalitaria” sostiene Arendt, “no es la persuasión sino la organización”. Y agrega, citando al teórico nazi Hadamovsky: “la ‘acumulación del poder sin los medios de la violencia’”. OT, 447. Al calificar al proyecto del MTP de despolitizado me refiero precisamente al desinterés del MTP por persuadir y a su fijación exclusiva en el objetivo de asalto al poder. 48 Si la idea tradicional de vanguardia política era la de avanzada en la encarnación de los “verdaderos” intereses del sujeto en cuyo nombre se actuaba, ¿en nombre de qué sujeto, más que de él mismo o de un sujeto puramente imaginario, puede actuar un colectivo cuyo sujeto pretendido es el principal destinatario de la manipulación y el engaño? Aunque tal vez no por los mismos caminos, coincidiría con la afirmación de Luis Mattini según la cual “La Tablada es a la vez lógica perretiana y su trágica caricatura”. Mattini, Luis,

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quien es quien
Por mas texto para menos ideas - Saturday, Jan. 22, 2011 at 1:43 PM

Quien es Claudia Hilb?
alguien pego el mamotreto ese, el cual obviamente no leí, como tampoco lo hará nadie de los que entre a este post.
Pero me tome el trabajo de googlear quien es esta ignota "opinologa".

Alumna boba del patético portantiero, esta señora es una especie de sandra ruso con perfil más académico, quizás por que dios no la favoreció con la gracia y la hizo una obesa fea se vio obligada a esconderse en los claustros de la UBA y el conicet.
Es decir, la nada misma, la socialdemocracia en su estado mas lamentable, siempre su pluma estará presta para defender la causa liberal frente a cualquiera que la cuestione, sean los revolucionarios de los setentas, cuba, o la izquierda actual; pero siempre con un disfraz progresista.
Lo que esta cagatinta diga del MTP, de santucho, de Cuba, de los montoneros o incluso del PO, es algo que realmente me tiene sin cuidado.

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al último que mira para otro lado...
Por gorvachot - Saturday, Jan. 22, 2011 at 2:16 PM

O sea que el famoso y ridículo alzamiento estuvo bien, fue necesario y otras barbaridades?

O sea, que en vez de discutir argumentos nos fijamos en los pergaminos de los que opinan. Claro, si esos argumentos fueran a favor, está todo bien, no?

Patético estropajo, típico de la izquierda religiosa.

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Moción de orden, esto es cosa seria
Por alazán - Sunday, Jan. 23, 2011 at 7:39 AM

Che compañeros, estamos hablando de 28 militantes asesinados con saña y cobardía, más 5 desaparecidos. Acá no es cuestión de tirar dos adjetivos y hacerse el loco, sino de argumentar. Sino es al ñudo.
Parece que andamos medios flojos de lógica dialéctica. Para mí, hay que saber quién dice algo para ver qué es lo que quiere decir de fondo. Pero ello no quita que hasta el menos capaz pueda decir una verdad, aunque sea con limitaciones.
Primero me refiero al texto de moreno vive, que puede ser Nahuel pero también Mariano (ninguno de los dos me cae bien aunque sus seguidores son compañeros en esta senda). Me parece un texto superador de todas las buchoneadas que los dirigentes se mandaron históricamente. Por lo tanto es un texto progresivo respecto de las anteriores interpretaciones del morenismo del siglo XX. Si los morenistas evolucionan a estas posiciones, estamos en buen camino. Por eso fui el primero en señalar las limitaciones del texto sobre la izquierda ochentista.
Segundo, el texto de la revista Lucha Armada (que podría haberse llamado Contra la Lucha Armada y no cambiaba una coma, lo que rebela el caracter oportunista y marquetinero de sus editores, onda Sprayette) es un mamotreto que leí en otra oportunidad y recuerdo que son valiosas las declaraciones de Pirker cuando dijo que al RI3 lo desalojaba con una compañía de gases lacrimógenos, denunciando tácitamente la masacre. A los meses murió de asma en su despacho. Plop.
Tercero, ojo con los epítetos. La caracterización salpimentada del ataque que hace Gorvachot es muy parecida a la de Aliverti, que superó a Luisito Zamora en odio anti-guerrillero. Calificando a los compañeros de "estúpidos" y "traidores".
Los gravísimos errores políticos de los compañeros caídos en combate los debatimos entre nosotros, no frente al enemigo. Y, por lo tanto, debemos el más profundo de los respetos por aquellos que son capaces de lavar sus errores con su propia sangre.
Es el caso de la gloriosa izquierda vasca, que si bien no acompaña las acciones de ETA, se niegan rotundamente a repudiarlos. Por ese motivo los proscriben. El sistema no les perdona que no escupan los cadáveres de los etarras y no se alegren por sus presidios. Ese es un ejemplo de unidad y combatividad que, por desgracia, a la izquierda argentina le queda grande.
Un abrazo para todos los compañeros.
Volveremos

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Claudia Hib, servilleta Radicheta
Por Brutus - Sunday, Jan. 23, 2011 at 9:15 AM

Juan Carlos Portantiero: el mismo traidor renegado HDP que le escribia los discursos al turro de Alfonsin?

ÁBruto Lastre!

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para alazán
Por Morenista - Sunday, Jan. 23, 2011 at 11:18 AM

Bueno, aclaración, el Movimiento Moreno Vive es en referencia a Hugo Bressano más conocido como Nahuel Moreno.
Ahora respodiendote a tus acusaciones al viejo MAS sobre las caracterizaciones que se hicieron sobre el ataque a La Tablada en el 89, es verdad, el MAS se equivoco -sobre todo su dirección que bajo es linea para sacar un diputado- pero hubo una fuerte auto-critica, fue el error mas grosso que cometió el MAS y se hizo cargo, es me parece muy rescatable, ademas fuimos los primeros en presentar una ley para la libertad a los presos politicos de La Tablada, pero no quiero desviar el foco, a lo que iba es el tema de la autocritica que la hubo y reconocimos que fue el mayor error que cometimos, osea nose desde que lugar seguis repitiendo con un dedito acusador el error que se cometio si nosotros mismo lo reconocimos.. y estuvimos muy arrepentidos de eso.. nose, el PO por ej: marcho con Blumberg, con el Papa.. y nunca lei su auto-critica.
En fin, es muy facil hacerse el ciber-guerrilla estilo Brutus para darse un tono epico, ami me gustaria saber donde militas vos y desde que lugar acusas sistematicamente de un error que ya reconocimos. Es muy facil hablar con el diario del domingo... saludos socialistas.

Movimiento
Moreno
Vive

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para quien es quien
Por munsel - Sunday, Jan. 23, 2011 at 4:28 PM

"Alumna boba del patético portantiero, esta señora es una especie de sandra ruso con perfil más académico, quizás por que dios no la favoreció con la gracia y la hizo una obesa fea se vio obligada a esconderse en los claustros de la UBA y el conicet."

La verdad, que con estos "reBOLUcionarios" no quiero ni ir a la esquina. Discriminadores, misoginos y machistas, ergo putrefactos y reaccionarios fascistas.

Perdete en la oscuridad retardado.

Las discusiones son sobre posiciones no sobre caractisticas fisicas de quien las plantea.

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objetivamente
Por teleobjetivo - Sunday, Jan. 23, 2011 at 5:14 PM

Que hubo errores en La Tablada es algo innegable, los mismos sobrevivientes los reconocen, aunque el alcance de los mismos jamás los sabremos, mucho menos los "analistas de café" que sólo pueden ver la "realidad" según lo que les cuentan los diarios. Los mismos sobrevivientes de La Tablada no llegan a ponerse de acuerdo en cuáles fueron los errores concretos y conocieron la situación desde adentro, pero los "analistas de café" la tienen re-clara.

Acerca de lo de Hilb, me parece una estupidez basarse en sus características físicas y logros (o falta de ellos). No hace falta basarse en eso toda vez que su nota es una estupidez de cabo a rabo que salió en una revista llamada "Lucha Armada" que jamás ocultó su feroz oposición a la misma y donde la mayoría de sus integrantes oscilaban entre la UCR y el PC, con algún morenista invitado.

Acerca del papel del morenismo, es un hecho concreto y objetivo que el morenismo decidió apoyar incondicionalmente a los genocidas. Es imposible negarlo, sobran los documentos escritos por los morenistas mismos, las notas periodísticas, las fotos, los videos, etc. Pero esto no es de extrañar, estamos hablando de los mismos morenistas que siempre hicieron de la traición a las causas populares un credo. Los ejemplos más conocidos y aberrantes:

- Explosión en Calle Posadas
Moreno mismo se acercó a la comisaría minutos después de la explosión y entregó una lista de militantes del grupo de Bengochea. Su declaración puede consultarse en el AGN sección policial sub-sección administrativa y fue publicada por varios medios de izquierda en su momento y más tarde. El mismo Moreno alabaría más tarde a Videla y hasta a su esposa (chupamedismo a ultranza)

- Filmación de militantes por el MST en la legislatura
El MST llevó cámaras (????) para filmar la manifestación en la Legislatura, y luego entregaría las cintas a la policía para poder identificar a dichos militantes

- La Tablada
Sin palabras. La definición de la alineación del morenismo junto a la ultraderecha y los milicos genocidas. Nada que agregar.

- Lucha Armada
Moreno y sus grupúsculos denunciaron en sus órganos de prensa (a veces con nombre y apellido) a organizaciones y militantes de las organizaciones revolucionarias. Posteriormente, Moreno y el PC serían los únicos militantes de "izquierda" que podrían andar libremente y organizar actividades durante la dictadura, a la cual apoyaron y alabaron

Datos objetivos y fácilmente comprobables dado que están ampliamente documentados. Ni hablemos de lo que no nos hemos enterado. Entonces, ¿cómo tomar en serio un análisis de esta gente? Yo no puedo

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Malditos Morenista
Por Blumberg - Sunday, Jan. 23, 2011 at 6:26 PM

Siempre se negaron a marchar con nuestra corriente revolucionaria y cristiana, aguante el PO!!!

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jajaja
Por q triste el morenista ultimo - Sunday, Jan. 23, 2011 at 7:01 PM

q trsite jaja. debe ser muy feo saber qe dedico tanto su vida a una correinte que apoyo a la dictadura y q le mando flores a los milicos de la tablada. MUchachos metanselo en la cabeza: SON BUCHONES!! UNA DE LAS PEORES COSAS ES LA Q PUEDE CAER UNA PERSONA. por eso es no pueden argumentar sin chicanas, por q son impresentables!!!

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Nunca más botones en la izquierda
Por alazán - Sunday, Jan. 23, 2011 at 11:31 PM

Ojo con las preguntas que se hacen. Por ejemplo, preguntarle eso a un etarra, a un fariano, a un perretista o a un monto en su época, era ni más ni menos que mandarlo en cana. La identidad política es importante siempre y cuando no viole la seguridad de ningún compañero.
Saludo la autocrítica morenista con fervor, pero para no recaer en viejas enfermedades es necesario rectificar las actitudes. Soy trotsko-guevarista desde mi más tierna edad si eso alcanza para decirte algo. En la época de La Tablada ya estaba en pleno ejercicio de mi conciencia y militaba cerca de la Asociación MPM porque eran los únicos que reivindicaban la lucha revolucionaria de los setenta. Recuerdo cuando Hebe hizo agregar al pedido de libertad a Puigjané, la libertad a todos los presos de La Tablada, no me acuerdo si el 24 de marzo o la de la Resistencia. Cosa que a la izquierda no se le cruzaba por la cabeza, ni con fiebre. Estuve entre los primeros en pedir la libertad de los compañeros presos y junto a un grupo de compañeros llamamos a no votar y preparar la rebelión contra el hambre.
La izquierda de los 80 fue una de las más social-demócratas del siglo XX. Sindicalismo y electoralismo, el camino de la segunda internacional, ¿dónde ibamos los leninistas, los guevaristas, los trotskistas del 70, los maoístas de izquierda, los peronistas revolucionarios?
Tuvo que venir un hijo de mil puta como Menem para tirar aquel país a la mierda, con izquierda y todo. Saludo fervorosamente a los compañeros morenistas autocríticos, ya que no será posible la construcción política necesaria en Argentina y el cono sur sin el aporte de miles de morenistas de izquierda.
Nunca más botones en la izquierda, es una buena consigna.

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Todo esto lo escribe el enfermo de siempre
Por NM - Monday, Jan. 24, 2011 at 6:40 AM

Todas provocaciones de un enfermo incurable.
Trabaja para el gobierno popular!

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Sigamos por línea privada
Por alazán - Monday, Jan. 24, 2011 at 10:12 AM

No ni a palos para el gobierno, con las madres en el 89 vaya y pase, hoy Hebe es la Carrió peronista.
Che, mi intención no es atacar en absoluto, peguen un mail del Movimiento así la seguimos por mail. Tengo algunos materiales de aquella época que les pueden interesar sobre La Tablada.
Un abrazo cuartainternacionalista.
Botones en la izquierda, nunca más.

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buen laburo
Por Setentista - Monday, Jan. 24, 2011 at 3:49 PM

alazán estaría bueno que pudieras compartir esos documentos que tenés... a mi me interesa mucho..
y para el que firma como "NM" que debe ser mario el aleman o cucurucho, les digo que en este hilo el infradotado no estuvo hinchando las pelotas. saludos y espero con gusto los archivos.

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diferenciando la paja del trigo
Por pensando en buchoneo - Monday, Jan. 24, 2011 at 7:59 PM

creo que por la dispersión que sufre el morenismo en particular y la izquierda en general no se pueden sacar generalidades en base a la autocritica de algún sector (o individuos) en cuanto a la delación de una forma tan optimista como la que dice alazan.
Y es que recordaba particularmente a la señora Ripoll (junto a echegaray) como repetía la misma practica cuando bertola y quintero sufrieron un accidente allá por el 2001; o a esta misma delatando a un compañero de otra corriente morenista en una marcha (creo que de IS) por estar armado para la autodefensa con un .32... y me pregunto hasta donde y cuantos elementos de los partidos de izquierda consideran la delación como algo contrario a los principios socialistas y revolucionarios?

PS
Alazan no te enganches con los troll y cuantos mas materiales se publiquen tanto mejor para la causa: los militares no creo que queden como héroes... y las "investigadoras" a lo sumo quedaran como las prostitutas ideológicas que son.

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es muy simple
Por Carlito - Monday, Jan. 24, 2011 at 8:15 PM

para la izquierda social-demócrata (PC y trostkismo) no hay peor enemigo que un partido de izquierda. Es así que les resulta dificilísimo coincidir en algo con agrupaciones que supuestamente comparten un ideario común, pero no tienen ningún problema en coincidir, como dijera Teleobjetivo, con milicos genocidas, o la SRA o culaquier forma de la derecha oligarca. Más aún, les parece lo más natural y ni siquiera se plantean la posibilidad de estar errando, porque para ellos eso es lo que corresponde: alianza natural con la burguesía y oposición a la izquierda revolucionaria o a las diferentes formas de izquierda socialdemócrata. Para muestra: la realidad

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Mas simple todavia:
Por Sensei Brutus - Monday, Jan. 24, 2011 at 10:02 PM

Mir‡ trokoglodita. Ustedes no llegan al O,OOO1 % de lo que hizo Radowitsky, Santucho, la FORA y Montoneros.
Hoy por hoy y mas que nunca, la futura fuerza revolucionaria est‡ en los MTDs, las agrupaciones barriales, algunos sectores muy precisos de la clase O. , clases medias oscilantes, y los grupos transversales "tematicos" mas diversos en lucha (calidad de vida, defensa del patrimonio, ambientalistas,movimientos urbanos y rurales, igualdad social y sexual, por ejem). El abanico se usa abierto, cerrado no sirve.
La situacion concreta que se nos plantea es el Construir (organizacion, unidad, estrategia y poder comun) desde Ahi. Lo demas es guitarreo.
Hasta tanto, sshhhhhh!!!

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Tengo los materiales en el scanner
Por alazán - Tuesday, Jan. 25, 2011 at 6:04 AM

Obviamente, no había nada digital por lo que me puse manos a la obra. Si no logro terminar antes de que pierda la entrada, vuelvo a entrar más arriba.
Siempre confío en las bases, tanto el Mst como el Pc se fueron de la izquierda, por eso creo que alguno se dará cuenta donde fue a parar y querrá volver. Gracias por las advertencias de algunos compañeros ya que las comparto y rememoro altas buchoneadas llevadas adelante fundamentalmente por elementos del peronismo, más amigos de la gorra que el mst pero se nota menos.
Acordemonos que experiencias de botoneo masivo como la Esma o la Quinta de Funes se hicieron con los quebrados de los Montos.
Tiro otro debate político, que está relacionado directamente con la capacidad de buchonaje de un partido: ¿qué hacemos con la represión? para mi el hilito que lleva a la cobardía y la delación es la sindicalización de la policía. La represión no tiene convenio, ¡ojo con la productividad!
Un abrazo para todos los compañeros.

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a alazán
Por Sergio - Thursday, Jan. 27, 2011 at 4:18 PM

me gustaría ver esos materiales si podés subirlos

con respecto a La Tablada y a las incontables agachadas al servicio de la contrarevolución de parte del morenismo, creo que ni vale la pena explayarse, como otro compañero dijo más arriba, siempre coinciden con los fachos, qué casualidad. Descuento que habrá compañeros miltando en partidos de signo morenistas que serán muy honestos, pero más tarde o más temprano, todos caen en la misma. Estamos hablando de gente que sigue los lineamientos teóricos de un patrón de fábrica que la iba de ideólogo marxista mientras delataba a sus propios compañeros.

A ver, hablemos de Moreno:

"(...)En abril de 1976, la publicación La Yesca (Avanzada Socialista había sido declarada ilegal por el gobierno) calificaba a la debutante dictadura de "dictablanda", o "la dictadura más democrática de América Latina". Según Moreno, el golpe era una situación transitoria cuyo objetivo era sólo aplastar a las organizaciones guerrilleras, por lo que los militantes del PST no estaban en peligro.[15] Ya desde antes de la dictadura, Moreno se había opuesto a pedir la libertad de los guerrilleros presos, argumentando que "(...) para nosotros los guerrilleros no son presos políticos. Son ‘conexos’, como los llama la propia guerrilla. No actúan políticamente sino militarmente. Y no son apresados en acciones políticas sino en acciones militares. Incluso, los miembros de una de las organizaciones guerrilleras exigen ser tratados de acuerdo con la Convención de Ginebra de los prisioneros de guerra. ¿Qué tiene que ver esto con la condición de preso político? Por eso, como presos, son indefendibles desde el punto de vista político y nuestro Partido no reclama su libertad como tales".[16]

El PST tuvo más de 100 militantes desaparecidos.[17] A pesar de ello, y de que sus actividades habían sido declaradas ilegales y la organización había sido disuelta por la Ley 21.325, el PST llegó a mantener entrevistas con el gobierno militar.[18] Sin embargo, en 1978, después de oponerse al boicot al Mundial '78 impulsado por organizaciones en el exterior (Moreno planteaba que estas organizaciones "exageraban" la magnitud de la represión),[19] pasó a caracterizar a la etapa como "contrarrevolucionaria". "

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