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La revolución obrera *
Por (reenvio) Jan Vaclav Majaiski - Friday, Jan. 28, 2011 at 11:41 AM

El trabajo que presentamos es inédito en el idioma castellano y fue escrito en 1918, es decir luego de los sucesos de octubre de 1917.

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El golpe de estado de octubre [de 1917]

Durante todos los períodos de desarrollo del marxismo, la tesis que afirma que el primer paso en la emancipación de la clase obrera pasa por la conquista del poder ha quedado inquebrantable e incambiada. La socialdemocracia ha banalizado un tanto esta tesis por su política, tomando prestado como un medio para la conquista del poder estatal, la lucha pacífica a través del parlamentarismo. En términos generales, cualquier bolchevique reconocerá, verdaderamente sin dificultad, que “la dominación del proletariado” no se obtiene por la lucha pacífica legal, que ésta no tiene más resultado que volver a la propia socialdemocracia pacífica y legalista, y que la lleva en el momento actual a ayudar en todas partes a los gobiernos a llevar adelante una guerra de pillaje y a empujar a las masas obreras de los diferentes países a matarse entre ellas. El bolcheviquismo ha restaurado la “pureza” original de la fórmula de la conquista del poder señalada por Marx, y eso no solamente en su propaganda sino también en los hechos.

El poder no puede conquistarse por la vía pacífica sino por la violencia, en medio de la insurrección generalizada del pueblo. Eso es lo que ha demostrado el bolcheviquismo ante todo el mundo socialista: lo ha demostrado, nadie lo podrá negar, prístina y certeramente.
Sin embargo, la afirmación de los bolcheviques que tiende a presentar su toma del poder como la dictadura, la dominación de la clase obrera, no es sino una de las numerosas fábulas que el socialismo ha inventado a lo largo de su historia.
Aun cuando los bolcheviques hayan renegado del espíritu conciliatorio de la socialdemocracia, la dominación de la clase obrera se ha logrado entre ellos tan presta y simplemente como la dominación parlamentaria en lo de Scheidemann.(1) Unos y otros han prometido a la clase obrera su dominación, dejando sin embargo intactas todas las condiciones de servidumbre, y haciéndola coexistir con la burguesía que sigue poseyendo, como siempre, todas las riquezas.

En vísperas del año 1903 el bocheviquismo que era por entonces tan conciliador como el resto de la cofradía socialista y democrática, aseguraba que el derrocamiento de la autocracia haría a la clase obrera dueña del país. En 1917, apenas unos días después del golpe de estado de octubre, desde el momento en que los bolcheviques ocuparon en los soviets, los lugares dejados vacíos por mencheviques y socialistas revolucionarios –Lenin quedándose en el lugar de Kerensky y Chliapnikov en el de Gvozdiev– se estimó que la clase obrera, por este solo hecho, se hacía dueña de todas las riquezas del estado ruso. “La tierra, los ferrocarriles, las usinas, todo eso, obreros, es desde ahora vuestro”, proclamaba uno de los primeros llamados del Soviet de Comisarios del Pueblo. El marxismo, pretendidamente depurado del oportunismo propio de la socialdemocracia, revela nada menos que su propensión, característica de todos los charlatanes socialistas, a nutrir a los obreros con fábulas y no con pan. El marxismo revolucionario, comunista, sacudiéndose el polvo acumulado durante largas décadas, defiende siempre la misma utopía democrática: el poder absoluto del pueblo, aunque éste esté arrojado a la peor de las servidumbres, la ignorancia o la esclavitud económica.

Habiendo obtenido su dictadura y habiéndose decidido a llevar a cabo un régimen socialista, el marxismo bolchevique no se ha desembarazado de la vieja costumbre marxista de ahogar la “economía” obrera con la política, de distraer a los obreros de la lucha económica, y de subordinar los problemas económicos a las cuestiones políticas. Muy por el contrario, habiendo coronado su “obra maestra”, los bolcheviques no han dejado de extraviar a las masas obreras, prodigando cumplimientos sin freno al “gobierno obrero y campesino”.
¿Será sencillamente porque los bolcheviques se han hecho del poder que la Rusia burguesa tendrá que desaparecer inmediatamente y que nacerá la Rusia socialista, la “patria socialista” rusa, y eso a despecho de que hasta el presente la “dictadura proletaria”, no haya advenido y tampoco se piense aparentemente, socializar fábricas y usinas?

Los capitalistas han perdido sus fábricas, aunque no todas les hayan sido incautadas. No poseen más sus capitales, aunque viven prácticamente con el mismo nivel material que antes. Desde Octubre, iba a ser el obrero el dueño de todas las riquezas, aun cuando el salario, con el alza constante del costo de la vida, se va convirtiendo en un salario de hambre, e incluso iba a ser “dueño de las fábricas”, que ante la menor huelga de transporte se encuentra condenado al horror de un paro como no se ha conocido jamás en Rusia.
¡Sí, la dictadura bolchevique es verdaderamente milagrosa! Le da el poder al obrero, le otorga la emancipación y el poder, conservando la sociedad burguesa todas sus riquezas.

Sin embargo, la ciencia comunista-marxista sostiene que la historia no conoce otra forma de emancipación; hasta el presente todas las clases se han liberado mediante la conquista del poder estatal. Así habría obtenido su hegemonía la burguesía en la época de la Revolución Francesa.
Los eruditos comunistas han descuidado un pequeño detalle: todas las clases que se han liberado en la historia eran clases poseedoras, en tanto que la revolución obrera debía garantizar la hegemonía de una clase no-poseedora. La burguesía se ha hecho del poder del estado después de haber acumulado a lo largo de siglos, riquezas cuya magnitud no tenía nada que envidiarle a la de su opresor, la nobleza; y únicamente por ese motivo la conquista directa del poder se le patentizó como la institución efectiva de su dominación, como el modo de afirmación de su imperio.

La clase obrera no puede seguir el mismo camino que ha liberado a la burguesía. Para ella, la acumulación de riquezas es impensable; en este plano, la clase obrera no puede de ningún modo sobrepasar la fuerza de la burguesía. La clase obrera no puede convertirse en propietaria de riquezas antes de llevar a cabo la revolución. Ése es el motivo por el cual la conquista del poder del estado, llevada adelante por no importa qué partido, tan revolucionario o archicomunista como él sea, no puede dar por sí misma nada en absoluto a los obreros, más allá de un poder ficticio, de una dominación ilusoria, que la dictadura bolchevique ha simbolizado permanentemente hasta este momento.

Los bolcheviques no avanzan en la resolución de este problema fundamental, y las masas obreras que han comenzado hace tiempo a perder sus ilusiones respecto de este tema, reconocen últimamente que la dictadura bolchevique es totalmente inútil para ellas, alejándose, como lo hicieran antes de los mencheviques y los socialistas-revolucionarios. Se va develando que éste no es el poder de la clase obrera, que no defiende más que los intereses de la “democracia”, es decir de las capas bajas de la sociedad burguesa; la pequeñoburguesía citadina y rural, de la intelectualidad calificada como “popular”, así como de desclasados de los ámbitos burgués y obrero convocados por la república soviética para dirigir el estado, la producción y toda la vida del país.

Se revela así que la dictadura bolchevique no ha sido sino un medio revolucionario extremo, indispensable para aplastar la contrarrevolución y para instaurar las conquistas democráticas. Se verá también que los bolcheviques han suscitado la insurrección de Octubre para salvar de la ruina completa al estado burgués en disolución por la creación de una “patria obrera y campesina”, para salvaguardar de la devastación no ya los señoríos sino las ciudades y regiones amenazadas tanto por masas hambrientas de la ciudad y el campo como por millones de soldados que huían abandonando el frente.

Lo que queda de la revolución bolchevique no difiere o difiere muy poco de los modestos planes elaborados por los mismos bolcheviques dos o tres meses antes del golpe de estado de Octubre. En su folleto Las lecciones de la revolución Lenin declara muchas veces que la tarea de los bolcheviques consiste en llevar a cabo lo que quieren pero no saben llevar a término los ministros socialistas-revolucionarios; salvar a Rusia del desastre, y que sólo puede provenir de calumniadores burgueses atribuir a los bolcheviques la aspiración de instaurar en Rusia una dictadura socialista y obrera.
En dos folletos, escritos más tarde, ¿Conservarán el poder los bolcheviques? y La catástrofe que amenaza, Lenin explica que la tarea de la dictadura bolchevique y del control obrero va a ser la de reemplazar los viejos mecanismos burocráticos por un nuevo aparato popular de estado; preconiza así fantásticos modos de realización, como por ejemplo ¡obligar a la burguesía a someterse y a servir al nuevo estado popular sin por ello incautarles la riqueza!

La dictadura bolchevique ha sido concebida como una dictadura democrática que no debía bajo ningún concepto dañar los fundamentos de la sociedad burguesa. Después de Octubre muchas empresas fueron nacionalizadas por un decreto cuya ejecución, se sabe, no está garantizada. Muchísimos banqueros fueron privados de sus riquezas pero en general las riquezas de Rusia han quedado en manos de la burguesía y son el fundamento de su fuerza y de su dominación.

Resguardados detrás de las posiciones adquiridas, los comunistas, recién llegados, van a desempeñar el papel de los demócratas franceses en el tiempo de la Gran Revolución, el papel de los célebres jacobinos cuya actividad tanto ha seducido a los dirigentes bolcheviques, al punto que no se niegan en absoluto a copiarlos, tanto en el plano personal como institucional.

Los jacobinos franceses habían instaurado una “dictadura de los pobres”, tan ilusoria como la de los bolcheviques rusos. Para asegurar al pueblo el aplastamiento de los “aristócratas” y otros “contrarrevolucionarios”, de mostrar que la capital y el estado estaban efectivamente en manos de los pobres, los jacobinos habían puesto a los ricos y a los aristócratas bajo la supervisión de las masas, y ellos mismos habían organizado sangrientas represiones contra los enemigos del pueblo.

Los “tribunales revolucionarios” de los “plebeyos” parisinos condenaban a muerte diariamente a decenas y decenas de “enemigos del pueblo” y desviaban la atención de los pobres con el espectáculo de cabezas rodando, en tanto éstos estaban cada vez más hambreados y servilizados; del mismo modo en la Rusia actual, se confunde a las masas obreras con arrestos de burgueses, de saboteadores, con la confiscación de palacios, con el estrangulamiento de la prensa burguesa y con espectáculos terroristas semejantes a aquellos de los jacobinos.
A despecho de los horrores del terror jacobino, la burguesía instruida comprendió rápidamente que era precisamente ese rigor extremo el que la había salvado, que había afirmado las conquistas de la burguesía revolucionaria, salvado la revolución burguesa y el estado ante la presión de la Europa contrarrevolucionaria, y al mismo tiempo, inspirado una devoción a toda prueba por parte del pueblo a la “patria de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad”.

Los bolcheviques se esforzarán en vano magnificando la “patria socialista” e inventando formas de gobierno lo más populares posible; en tanto las riquezas permanezcan en manos de la burguesía, Rusia no dejará de ser un estado burgués.
Todo lo que se ha obtenido hasta ahora no es sino un trabajo de jacobinos: el reforzamiento del estado democrático, la tentativa de imponer a las masas la gran estafa según la cual Octubre habría puesto fin a la dominación de los explotadores y de que todas las riquezas le pertenecen de ahora en adelante al pueblo trabajador, y de remate, han suscitado en la Rusia democrática el patriotismo de “plebeyos” franceses.

Eso es lo que soñaban los bolcheviques antes de Octubre, cuando estaban todavía lejos de la victoria y entonces declaraban que eran los únicos que podían provocar el entusiasmo necesario para defender la patria (Lenin, La catástrofe inminente).(2) No han dejado en ningún momento de pensar así ahora que están en el poder, aunque no hayan logrado salirse con la suya para encender el fuego patriótico en el seno del ejército “enfermo”; y lo están pensando todavía, proclamando una nueva “guerra patriótica”.

La dominación de la clase obrera

El poder que cae en las manos de la burguesía no puede en modo alguno ser retomado y conservado por una clase no poseedora, como es el caso de la clase obrera. Una clase no poseedora y al mismo tiempo dirigente es un absurdo total. Es la utopía básica del marxismo, gracias a la cual la dictadura bolchevique puede, rápida y fácilmente, convertirse en una forma democrática de la obtención y del reforzamiento de la revolución burguesa, una suerte de copia rusa de la dictadura de los jacobinos.

Del poder que escapa a los capitalistas y a los grandes terratenientes no puede adueñarse sino las capas inferiores de la sociedad burguesa –la pequeñoburguesía y la intelectualidad, en la medida en que ellos tienen los conocimientos indispensables para la organización y para la gestión de toda la vida del país– adquiriendo así y garantizándose sólidamente el derecho a los ingresos como de amos, el derecho a recibir su parte de las riquezas robadas, su parte del ingreso nacional. Por lo demás, las capas inferiores de la burguesía, habiendo obtenido los capitalistas un régimen democrático, se vuelcan rápidamente a un acuerdo y a una unión con ellos. El poder retorna al conjunto de los poseedores, no puede ser separado por demasiado tiempo de la fuente de todo poder: la acumulación de riquezas.

¿No convendría llegar a la conclusión de que los obreros deberían abandonar toda idea de dominación? ¿En toda situación? No, rechazar la noción de dominar, significaría rechazar la revolución. La revolución victoriosa de la clase obrera no puede ser, en efecto, otra cosa que su dominación. Se trata simplemente de plantear la tesis siguiente: la clase obrera no puede copiar simplemente la revolución burguesa, como le aconseja la ciencia socialdemócrata, por la sencilla razón de que una clase, condenada a la escasez y a los salarios de hambre, no puede acumular riqueza de ninguna manera, y está incluso privada de toda posibilidad de hacerlo, a diferencia de la burguesía medieval que amasaba riquezas y conocimientos. Los obreros poseen su propia vía para emanciparse de la esclavitud. Para alcanzar su propia dominación, la clase obrera debe suprimir de una vez por todas la de la burguesía, privarla de un golpe de la fuente de su poder, sus fábricas y usinas, todos los bienes que ha acumulado, llevar a los ricos al estrato de gente obligada a trabajar para vivir.

He aquí porqué la expropiación de la burguesía es el primer paso inevitable de la revolución obrera. Por cierto, no es más que el primer paso en la vía de la emancipación de la clase obrera: la expropiación de la burguesía no nos llevará ni a la supresión completa de las clases ni a la igualdad total.
Después de la expropiación de la propiedad mayor y mediana, quedará todavía la pequeña propiedad, tanto en la ciudad como en la campaña, cuya socialización necesitará más de un año. Nos quedará, aspecto todavía más importante, la situación de la intelectualidad. Pese a que las remuneraciones de los amos serán reducidas drásticamente en el momento de la expropiación de la burguesía, ella no será privada de la posibilidad de conservar para sí una retribución elevada de su trabajo.

En tanto la intelectualidad quedará, como era antes, en calidad de depositaria única de los conocimientos, y la dirección del estado y de la producción quedarán en sus manos; la clase obrera tendrá que llevar adelante una lucha tenaz contra ella, para aumentar la remuneración de su trabajo hasta el nivel del de los intelectuales.
La emancipación completa de los obreros se realizará cuando aparezca una nueva generación de gente instruida de manera igual, acontecimiento inevitable a partir de la igualdad de remuneraciones del trabajo intelectual y manual, disponiendo todos de medios equivalentes para educar a sus hijos.

La dominación de los obreros no puede preceder a la expropiación de los ricos. No es sino en el momento de la expropiación de la burguesía que puede comenzar la hegemonía de la clase obrera. La revolución obrera obligará al poder del estado a llevar adelante la expropiación de la gran burguesía y la mediana burguesía, y a legitimar la conquista por parte de los obreros, de usinas, de fábricas y de todas las riquezas acumuladas.

La dictadura marxista

En la medida en que hubo lugar a una revolución burguesa “obrera y campesina” luego del golpe de estado de Octubre, de una dictadura democrática, la vieja carreta bolchevique procura, penosamente, desembarazarse del marasmo democrático y emprender una nueva vía. Sólo que, cuanto más persiste en ella más cuesta arriba se le presenta. La introducción inmediata del socialismo está a la orden del día, proclamada a los cuatro vientos desde el momento de la disolución de la Asamblea Constituyente. La carreta socialdemócrata tiende a persistir en esta peligrosa vía; los pasajeros miran cada vez más con nostalgia el pantano que abandonan. Ni siquiera los conductores pueden evitar esa mirada. Los comunistas miran hacia atrás y gritan bien fuerte: ¡Basta de revueltas!, ¡Viva la patria!, ¡Trabajo reforzado de los obreros!(3), ¡Disciplina de hierro en las fábricas y talleres!

Los partidarios de la revolución burguesa, los mencheviques y los discípulos de la Novaja Jizn’ (4) los acogen con una alegría maligna: «¡Acabáramos! ¡Ahora vienen al pie nuestro!”, ¡ustedes que se querían rebelar contra la marcha objetiva de las cosas!, ¡contra “la enseñanza burguesa”! ¡Ustedes que querían la “realización inmediata”!, ¡lo único que han podido demostrar es la “imposibilidad” total de semejante objetivo, tan insensato!»
Los miembros del pantano se refocilan al respecto vanamente. El rechazo de los bolcheviques a empujar más adelante las “experiencias socialistas” no hace sino comprobar perfectamente la imposibilidad para la socialdemocracia de derribar el régimen burgués y no la imposibilidad objetiva en general de suprimir el régimen de pillaje que sufre la clase obrera.

Los bolcheviques se han encargado de una tarea que sobrepasaba sus fuerzas y recursos. Se les ha metido en la cabeza derribar el régimen burgués fundándose en las enseñanzas socialde-mócratas. Pero esas mismas enseñanzas han sido también reivindicadas por los mencheviques “conciliadores” en Rusia, por los socialdemócratas “imperialistas” en Alemania y Austria así como por los “social-patriotas” de todos los países. Esta enseñanza aparecía en el mundo entero como apagavelas de la revolución, como el adormecedor de las masas obreras, rodeán-dolas de sólidas mallas y extraviando su espíritu; en una palabra, esta enseñanza es el arma más peligrosa de que dispone la burguesía instruida para luchar contra la revolución obrera.

Cuando la socialdemocracia mundial ha llegado a dejar en disponibilidad a millones de obreros, movilizados en principio para la emancipación socialista, en manos de militares bandidos, para que puedan masacrarse recíprocamente, algunos líderes del bolcheviquismo decidieron acusar a la socialdemocracia de “cadáver podrido”. Sin embargo, la enseñanza de la socialdemocracia, su socialismo marxista, que había dado vida a ese “cadáver podrido”, quedó para los líderes bolcheviques, sagrado y sin mácula, exactamente como antes. Pareció que la socialdemocracia no había hecho más que traicionar sus propias enseñanzas. Es cierto que los “traidores” se contaban por millones, y que los “discípulos fieles” en el momento de la revolución rusa, no eran sino unos pocos, con Lenin y Liebknecht a la cabeza. A pesar de todo, éstos exclamaron: “¡Viva el socialismo marxista, viva el verdadero socialismo!”

Todo esto no es sino la historia corriente de los cismas del socialismo del siglo pasado. Las innovaciones emergen del pantano socialista no para encontrar una salida válida para todos sino con el único fin de llevar a cabo los viejos preceptos como, por ejemplo, una revolución jacobina. Es por ello que este pantano no se afirma más que apenas, fragmentada y transitoriamente, para volver en muy corto tiempo al estancamiento habitual.
Las ilusiones socialistas enturbian el espíritu de los obreros, y los desvían de una revolución obrera directa; no se debilitan por el contacto con innovaciones comunistas “revolucionarias” y no hacen así más que experimentar y fortalecerse sin cesar.

Se sabe, hace cerca de veinte años los bolcheviques constituían en compañía de Pléjanov, de Guesde, Vandervelde y otros “social-traidores” contemporáneos, un único movimiento socialdemócrata, solidario y unido. En esa época fue elaborada en Rusia la enseñanza marxista: la filosofía, la sociología, la economía política, en una palabra todo el socialismo marxista que habiendo transformado a la socialdemocracia en un “cadáver podrido”, debe sin embargo, reencarnado en el bolcheviquismo, provocar milagrosamente el derrocamiento de la burguesía y llevar a cabo la liberación total de la clase obrera. El marxismo ruso, elaborado sobre la base de los esfuerzos comunes de Pléjanov, Martov y Lenin, jamás llegó a visualizar un golpe de estado socialista como objetivo principal. Muy por el contrario, consideraba imposible lograr en nuestros días el derrocamiento del régimen burgués y delegaba esas tareas por completo a las generaciones venideras.

El marxismo ruso, como el de Europa Occidental, no se ocupaba del derrocamiento del régimen burgués sino más bien de su desarrollo, de su democratización, de su perfeccionamiento. En la Rusia atrasada de entonces, el amor de los marxistas por el régimen burgués alcanzó límites extremos. A principios del siglo XX, los bolcheviques y los menche-viques, antes de dividirse en corrientes rivales, habían asumido la decisión inquebrantable aprobada por los socialistas del mundo entero: la tarea suprema del socialismo en Rusia es la de completar, llevar a término, la revolución burguesa. Esto significaba que toda la tensión de la que eran capaces los obreros rusos, toda la sangre que habían vertido ante el Palacio de Invierno, en las calles moscovitas, toda la sangre de las víctimas de las expediciones punitivas de 1905 y 1906, tenían que tener como desenlace una Rusia burguesa, progresista, renovada.

La dictadura “obrera y campesina”, proclamada todavía por Lenin en 1906, reflejaba la unión oportunista del marxismo con los socialistas-revolucionarios, y no violaba en modo alguno los preceptos relativos a la imposibilidad de la revolución socialista. Se alababa la dictadura obrera y campesina nada más que porque la dominación de la clase obrera sola se reconocía como imposible. Se elogiaba a la dictadura de la democracia burguesa en el espíritu de los partidarios actuales de la Novaja Jizn’, porque se consideraba totalmente inaceptable el derrocamiento del régimen burgués.

Bajo esta forma es que se ha perpetuado el marxismo, hasta prácticamente el mismísimo momento de la revolución de Octubre. Con su poderosa luz, iluminaba el camino tanto de los actores de la revolución burguesa de 1905-1906 como de los socialpatriotas de la revolución de febrero de 1917. Constituía para ellos un reservorio inextinguible de indicaciones valiosísimas. Habría sido ingenuo buscar allí indicaciones de algún tipo acerca del derrocamiento del régimen burgués, sobre la revolución obrera. No se habría encontrado más que la enumeración de todas las dificultades, de todos los peligros y aspectos prematuros de “experiencias socialistas”. De allí proviene el supersticioso temor a todo golpe de estado socialista, considerado como la mayor de las catástrofes; el miedo que experimentan, también visiblemente los Pléjanov, Potressov, Dan y hasta los mismos bolcheviques, asustados por Lenin cuando lanzó la consigna de la revolución inmediata.

A decir verdad, habría hecho falta un milagro para que la empresa de Lenin hubiese sido llevada a término por su partido, y no se convirtiera en la más grandiosa demagogia de la historia de las revoluciones. Habría hecho falta que se insurgiera contra el régimen burgués, cuando habían defendido y exaltado todo lo contrario. Habría hecho falta que los militantes bolcheviques, que habían asimilado el socialismo a través de las obras de Pléjanov, Kautsky, Bernstein –que exigían la educación democrática de las masas durante muchos años– crearan en el fuego de la revolución, una nueva doctrina que demostrara el carácter superfluo de tan larga preparación. Habría hecho falta que los esfuerzos llevados adelante durante muchos años para utilizar la lucha de los obreros a favor de los enfoques políticos de la burguesía, para impedir toda revolución obrera, se transformaran de repente en aspiración a desencadenar esta misma revolución.

La historia no conoce semejantes milagros. La traición de los bolcheviques, en este momento, a las consignas que habían proclamado durante la revolución de Octubre, no tiene nada de sorprendente y les resulta, en tanto que marxistas, totalmente naturales.
El “socialismo científico” que ha vencido y asimilado a todas las otras escuelas socialistas, ha alcanzado una profunda decrepitud, al no haber logrado, como resultado de todas esas batallas más que el progreso y la democratización del régimen burgués. El bolcheviquismo ha decidido resucitar la “juventud comunista” del marxismo y no ha podido a su vez sino demostrar que incluso bajo esa forma el marxismo no estaba en condiciones de crear algo, lo que sea. Creerles a los bolcheviques cuando pretendían derrocar verdaderamente por vía democrática y parlamentaria el sistema de pillaje defendido por sus hermanos ideológicos, los socialpatriotas de todos los países, no revelaría sino la mayor de las ingenuidades. Los bolcheviques suprimen ellos mismos grosera y cruelmente semejante creencia ingenua en su espíritu rebelde.

¿Cuáles son los enemigos del régimen burgués que, habiendo afirmado su poder autocrático, deciden por sí mismos postergar para más adelante el derrocamiento de la burguesía? Si han experimentado la “imposibilidad objetiva” de acabar con la burguesía, ¿cómo pueden entonces quedarse en el lugar que ocupan? ¿Les sería acaso indiferente ser la expresión de la voluntad de los obreros o los ejecutantes de la voluntad de la sociedad burguesa que sigue en pie?

Explicar el comportamiento de los bolcheviques por la simple bajeza de los políticos sería demasiado superficial. Se trata en realidad de determinar su objetivo supremo, aquel ante el cual no abdican jamás, que no están dispuestos a traicionar bajo ninguna circunstancia, el que, para alcanzarlo luchan con la condición de vencer o morir; este objetivo supremo, incluso para los comunistas bolcheviques, no es sino la democratización del sistema existente, no su destrucción.

La causa de los marxistas bolcheviques es la misma que la de los “conciliadores oportunistas”. La única diferencia consiste en que los últimos adoptan para la democratización del régimen burgués los caminos trillados de los estados constitucionales de Europa Occidental en tanto que los primeros han decidido provocar la revolución, incluso contra el régimen republicano. Esta diferencia podía aparecer en Rusia, cuando esta potencia mundial se ha desmoronado al punto que, en el curso de la guerra actual ha revelado ser incapaz de defender hasta su misma existencia. La república, conquistada por los socialistas oportunistas, se ha revelado igualmente impotente para defenderse de los golpes de sus enemigos exteriores y de la contrarrevolución interior.

Una enorme tarea se les ha presentado entonces a los bolcheviques: reconstruir el estado sobre principios totalmente nuevos y populares, que serían la fuente de fuerzas indispensables para la defensa de la democracia contra sus enemigos interiores y exteriores.
En la búsqueda del arma más poderosa para la salud de la revolución democrática, los socialdemócratas rusos tuvieron que hurgar en todo el arsenal marxista. Los bolcheviques encontraron finalmente esa arma en la concepción marxista de dictadura, proveniente de la revolución de 1848-1850.
El poder dictatorial bolchevique de estos últimos diez meses ha logrado demostrar, irrefutablemente, que la dictadura comunista regenerada, tanto como el socialismo que tiene un siglo de vida, no sabe ni desea suprimir el sistema capitalista. Habiendo proclamado solemnemente la realización inmediata del socialismo en una única sesión de la Asamblea Constituyente, y habiéndole arrancado al Káiser una tregua, la dictadura bolchevique, ante la tarea de “expropiar a la burguesía”, se ha detenido brusca, instintivamente; luego ha vuelto sobre sus pasos ante una exigencia que contradecía lo más profundo de su esencia.

¿Qué es hoy la dictadura bolchevique que se mantiene pese a la bancarrota comunista? No es sino un medio democrático de salud de la sociedad burguesa contra la desaparición fatal que le esperaba bajo las ruinas del antiguo régimen; nada más que la regeneración de ese mismo estado bajo formas nuevas y populares, que únicamente la revolución podía generar. Esta dictadura revela la irrupción revolucionaria en la vida del estado ruso de las capas populares más bajas de la patria burguesa, pequeños propietarios rurales, intelectualidad popular y obreros de la ciudad.
Los inventores de la dictadura comunista la han presentado a los obreros como el primer paso irreversible hacia la emancipación de la clase obrera, hacia la supresión definitiva del sistema milenario de exacción; este medio es el mismo que le sirvió a los demócratas burgueses de la Revolución Francesa, los jacobinos, para salvar y reforzar el régimen de explotación y pillaje.

El hecho de que sean socialistas los que utilizan este medio jacobino no impide que se recojan los mismos frutos burgueses, pues la primera tarea de todo socialista contemporáneo es la de impedir la supresión inmediata de la burguesía, tanto como la misma revolución obrera.
Ya a comienzos del tercer mes de dictadura bolchevique, los representantes más lúcidos de la gran burguesía rusa (Riabuchinski en La mañana rusa), declararon que el bolcheviquismo era una enfermedad peligrosa pero que era conveniente soportarlo pacientemente pues era portador en sí mismo de una regeneración salvadora y de un rebrote de poder para “la patria querida”. Estos mismos burgueses lúcidos prefieren a Lenin, que da rienda suelta a la plebe y no a Kerenski, que los defendía contra los “esclavos insurgentes”. ¿Por qué? Porque Kerenski, por sus zigzagueos y su indecisión debilitaba más todavía el poder ya vacilante, en tanto Lenin suprimió hasta la raíz todo poder endeble, comprometido e incapaz; abrió de inmediato cauce a un poder nuevo y más pujante, al que el obrero ruso le ha reconocido derechos autocráticos.

Los Riabuchinskis, que conocían y estimaban el marxismo, se han convencido muy rápidamente que la “plebe” no iba a salirse de la senda de este enseñanza muy honorable, y a la postre social-patriótica, y han comprendido que tarde o temprano podrían hacerse del poderío soviético, aunque compartido con los nuevos amos provenientes de capas bajas ahora liberadas de la sociedad burguesa.

Los Riabuchinskis (5) podían remarcar desde hace mucho tiempo fenómenos indiscutibles y muy gratificantes para ellos:
1.Bajo la dictadura bolchevique, el socialismo no cesa de ser el canto de sirenas que arrastra a las masas a la lucha por la regeneración de la patria burguesa;
2.La dictadura socialista no es más que un instrumento de agitación demagógica para llevar a cabo la dictadura democrática.
Esto no es sino una engañosa apariencia propuesta por los comunistas durante un brevísimo momento para afirmar mejor la dictadura democrática, adornada y reafirmada por los sueños e ilusiones de los obreros;
3.La pujanza revolucionaria a que aspiran las masas en sus insurrecciones obreras se consagra en la dictadura democrática así como en la nueva clase política del estado.

Estas conclusiones provienen indiscutiblemente de toda la historia de la dictadura “obrera y campesina” bolchevique.
[...] Las masas obreras no tienen que preocuparse más: de acuerdo con las afirmaciones de los bolcheviques, todos sus deseos y reivindicaciones se realizarán sin tardanza por obra del estado soviético, ejecutando sus voluntades.

En consecuencia, toda lucha de los obreros contra el estado y sus leyes debe desaparecer de ahora en adelante, puesto que el estado soviético es un estado obrero. Una lucha que se lleve a cabo contra él sería una rebelión criminal contra la voluntad de la clase obrera. Semejante lucha no podría ser llevada adelante más que por granujas, por elementos socialmente nocivos y criminales del ambiente obrero.

Puesto que el control obrero concede, según los bolcheviques, un poder total a los obreros en sus fábricas, toda huelga pierde sentido y en consecuencia está prohibida. Toda lucha contra el salario de esclavo del trabajador manual está en general prohibida en todas partes.

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La revolución obrera (2º parte)
Por (reenvio) Jan Vaclav Majaiski - Friday, Jan. 28, 2011 at 12:11 PM

La voluntad de los obreros, si se expresa por fuera o contra las instituciones soviéticas es delictiva pues desconoce la voluntad de toda la clase obrera, encarnada en el poder soviético. Si todos los obreros que perciben salarios de hambre consideran al poder soviético, poder de ahítos, serán considerados como elementos problemáticos, revoltosos. Así, por ejemplo, si los desocupados no quieren soportar más los tormentos del hambre ni esperar sin murmurar la muerte por hambre, serán considerados elementos criminales; por ese motivo se les arrebata de antemano el derecho a una organización específica.

Frente, por un lado, a los ricos que continúan llevando como antes su vida de parásitos satisfechos, y por otro, a los desocupados condenados a los tormentos del hambre, el poder soviético afirma sus derechos supremos: aspira a asegurar la sumisión incondicional a las leyes existentes, a perseguir toda violación del “orden y de la seguridad públicas”. Todas las desavenencias, rebeliones e insurrecciones han sido declaradas contrarrevolucionarias y se han convertido en objeto de una represión implacable por parte del ejército soviético.

Los derechos supremos del poder comunista soviético no se distinguirán en absoluto, muy pronto, de los derechos supremos de todo poder estatal en el régimen de explotación existente por doquier. La diferencia no atañe más que a la denominación: en los países “libres”, el poder del estado se denomina a sí mismo dominación de la “voluntad del pueblo”, en tanto que en Rusia, el poder del estado expresaría la “voluntad de los obreros”. Mientras el régimen burgués no sea destruido, la “voluntad comunista de los obreros” suena tan hueca como la estafa de la “voluntad democrática del pueblo”. Mientras los explotadores continúen existiendo, su voluntad, la de todos los poseedores de los bienes –y no la de los obreros– se encarnará, tarde o temprano, bajo la forma de un aparato de estado bolchevique. Los comunistas comienzan ya este proceso, declarando abiertamente que una dictadura de hierro es necesaria, no para la “transformación ulterior del capitalismo” sino para disciplinar a los obreros, para completar su formación, comenzada pero inacabada por los capitalistas, verosímilmente a causa del carácter “prematuro” de la explosión de la revolución socialista.

Habiendo vencido a la contrarrevolución con la ayuda de los obreros, la dictadura bolchevique se vuelca ahora contra las mismas masas obreras.
Los derechos supremos, inherentes a todo poder estatal, deben poseer la fuerza absoluta de la ley que se apoya en la fuerza armada. La democracia que nace de la dictadura bolchevique no va a la zaga de otros estados. Totalmente igual a estos últimos, va a disponer no sólo de la libertad sino también de la vida de todos estos sujetos, y reprimirá tanto las revueltas aisladas como los levantamientos masivos.

El ejército “socialista” creado por los bolcheviques está obligado a defender el poder soviético, independientemente de todas las volteretas y virajes que quiera operar el “perspicaz” centro bolchevique. Que se interrumpa la expropiación a los ricos, tal como acaba de resolverse, o que un reacercamiento con la burguesía esté teniendo lugar, o que la dictadura bolchevique marche a la vanguardia hacia el socialismo o más bien retroceda camino del capitalismo, de todos modos considera que está en su derecho para imponer la movilización militar sobre la clase obrera.
La obligación de servidumbre que se le ha impuesto a la clase obrera en todos los estados basados en el pillaje, la obligación de defender en caso de guerra a sus opresores junto con sus riquezas, no ha desaparecido en absoluto en la república soviética.

Se estima aquí la obligación de servidumbre necesaria para inculcar a los obreros la pretendida confianza especial que se les concede reconociéndoles –y sólo a ellos– el derecho y el honor de derramar su sangre a favor del estado provisto de un nombre mentiroso y vacío: la “patria socialista”. Como recompensa de tamaño “honor”, los soldados socialistas deberán desplegar –eso es lo que esperan los bolcheviques– importantes esfuerzos y un fuego marcial contra los invasores de las tierras rusas, iguales al menos a aquellos de los ejércitos de la Convención, del Directorio, de Napoleón.

Las tropas “socialistas” están obligadas a defender el poder soviético en el frente interno, no sólo contra los guardias blancos contrarrevolucionarios, los partidarios de Kaledin, de Kornilov, de la Rada ucraniana, sino que desde los primeros días del golpe de estado de Octubre, ellas están aprendiendo asimismo a defender “a sangre y fuego” la propiedad, fusilando en el sitio mismo del hecho a rateros y ladrones. Los grandes capitanes de guerra comunistas se dedican ahora a introducir la disciplina y el orden, reprimiendo ferozmente a los camaradas de ayer, a los anarquistas y a los marineros, a los cuales no se les otorga el tiempo necesario para comprender que con “el nuevo curso”, el estado comunista no tiene necesidad en el seno del Ejército Rojo de elementos “fuera de control”, críticos, y que hoy se fusila lo que ayer se promovía. Los “guerreros socialistas” después de haber pasado por semejante escuela, sometidos a las órdenes cambiantes de sus jefes, no rechazarán, según todo parece, instaurar “la disciplina revolucionaria del trabajo” en las fábricas, reprimir las rebeliones de los muertos de hambre y aplastar inmisericordemente las desavenencias suscitadas por los obreros y los desocupados.

En tanto la masa obrera no se subleve otra vez por sus precisas exigencias de clase, hasta tanto que de ese modo ponga fin a todos los “nuevos cursos” y subterfugios de los dictadores bolcheviques, la burguesía democrática del estado se desarrollará sin tropiezos resucitando rápidamente todos los instrumentos de opresión y de coacción contra los hambrientos, los explotados, los estafados.
De ese modo, la dictadura marxista, luego de haber destruido en Rusia todos los fundamentos del antiguo estado impotente, ha creado un nuevo poder de estado popular, mucho más firme.

Todas las experiencias revolucionarias de los marxistas rusos han demostrado que el “socialismo científico” inspirador de todo el movimiento socialista mundial, no sabe ni quiere derrocar el régimen burgués. Por lo demás, a la profunda revolución social que se hizo inevitable en Rusia, y que, como epílogo de la guerra mundial, puede igualmente implantarse en todos los demás países, el socialismo marxista le marca un camino de democracia burguesa experimentado para la salvaguarda del sistema de explotación, y le provee un medio inestimable para prevenirse contra las revoluciones obreras.

La contrarrevolución intelectual, el control obrero y la expropiación de la burguesía

La conquista del aparato de estado aparece como un momento realmente tan decisivo para la socialdemocracia que considera que en el curso de una revolución obrera, este solo acto alcanza para el derrocamiento del régimen burgués. A partir de que el golpe de estado bolchevique es reconocido por los obreros y el poder soviético se instaura en todas partes se considera que Rusia y todas sus riquezas se convierten en propiedad de los obreros. Del hecho de que la Asamblea Constituyente, así como otras instancias e instituciones elegidas por el conjunto de la población, hayan sido disueltas, los capitalistas hayan sido privados de sus derechos más elementales y de participación alguna en la actividad legislativa del estado, concluyen los bolcheviques que la burguesía ha sido desarmada totalmente, privada de toda su fuerza y de toda posibilidad de expresar una oposición a la “dictadura de la clase obrera”.

Sin embargo, al mismísimo día siguiente al golpe de estado de Octubre la burguesía ha recordado de modo muy convincente que no se le había quitado más que una parte de su poder, que ningún golpe de estado estaba en condiciones de quitarle todo el poder, que ningún poder del estado pretendidamente obrero, puede suprimirla mediante medidas políticas, que ninguna represión o terror la puede quebrar, privarla de sus medios y fuerzas para defenderse con éxito.

El golpe recibido por los bolcheviques desde los primeros días de su dictadura, fue totalmente inesperado. Más doloroso todavía por no haber sido asestado por los mismos capitalistas, sino por la clase de la sociedad burguesa que estaba hasta entonces más vinculada a todos los socialistas –incluidos los propios bolcheviques–, al campo de los “trabajadores”, y a la que siempre habían defendido contra las acusaciones “calumniosas” y “mal intencionadas” de estar del lado de la burguesía. Fue la intelectualidad la que se interpuso para defender el régimen burgués, contra las amenazas de Lenin de derribar ese régimen. Se manifiesta como un verdadero ejército de trabajadores “militantes” con la ayuda de sus “sindicatos”, y emplea el “arma” de lucha obrera: la huelga. Se expande por todas partes, con clamores y quejas, protestando contra la banda de bolcheviques que los oprimía y los aterrorizaba, a ellos, los “honestos trabajadores intelectuales”.

La resistencia de la intelectualidad fue tan intensa que estuvo por provocar una escisión en el seno del partido bolchevique, casi hizoº naufragar su dictadura; la intelectualidad bolchevique, herida en su propio corazón, se negó a aplicar las medidas más severas en contra de la “masa trabajadora” de los empleados saboteadores a los que tenía en tan alta estima.

Los obreros, por el contrario, no se sorprendieron en absoluto por la huelga de los intelectuales, puesto que siempre han ubicado a la intelectualidad materialmente satisfecha en el mismo nivel que a la burguesía. Ven y sienten claramente que los ingresos privilegiados de los amos afectados por la intelectualidad provienen de la misma explotación del trabajo manual y que todos los ingresos de los privilegiados descansan sobre las raciones de hambre otorgadas a los obreros.

Los obreros saben que los ingresos privilegiados de los intelectuales constituyen una parte de la plusvalía extraída por el capitalista y consagrada a los gestores; directores, ingenieros, etcétera, del mismo modo que otra parte de su trabajo es confiscado por el estado bajo la forma de impuesto para garantizar un buen nivel de vida a los empleados privilegiados. No hay nada de qué sorprenderse, de que toda esta confraternidad burguesa se haya rebelado junto con los capitalistas y los propietarios de inmuebles contra la revolución obrera, cuyo primer objetivo es el de suprimir los ingresos de los amos. En lo que concierne al sector “bajo” de la intelectualidad, sin privilegios, ha seguido a sus superiores por la fuerza de un orgullo estúpido y de prejuicios burgueses, así como un propietario harapiento sigue servilmente al ricachón.

El sabotaje de la intelectualidad ha tenido un efecto estupefaciente sobre la intelectualidad bolchevique. Los intelectuales bolcheviques, como los de todas las otras organizaciones socialistas, habían enseñado durante toda su vida que el socialismo era la emancipación de todo el “proletariado”, no solamente de los obreros, sino también la de la intelectualidad. ¿De qué modo podía entonces llevarse a cabo el socialismo si hacía falta ir contra la voluntad unánime de la intelectualidad y declararle la guerra, como se la declaraba a los capitalistas y a los grandes propietarios terratenientes?

El golpe de estado de Octubre, provocado por el llamado de los bolcheviques a la realización inmediata del socialismo, tuvo un alcance jamás conocido por un levantamiento popular poderoso y se presentó así como un peligro mortal para la burguesía. Es cierto que el poder se volvió a encontrar en manos de marxistas, bien conocidos por su habilidad en lo que tiene que ver con frenar rebeliones obreras y hacerlas inofensivas en salvaguarda del régimen burgués.

Los marxistas bolcheviques aparecieron como completamente metamorfoseados. No pensaban más que en expandir el incendio de las insurrecciones, sin reparar en absoluto en las dificultades que iban a tener para extinguirlas inmediatamente después. Sus camaradas más próximos, los mencheviques, aseguraban incluso que los leninistas se habían convertido en verdaderos anarquistas.

En efecto, los líderes bolcheviques habían desempeñado tan bien sus papeles en los primeros actos, durante el período de “agitación”, que habían provocado efectivamente un gran miedo entre los burgueses. A pesar de todo, uno se tentaba a preguntarse: ¿los dictadores, van a dejarse llevar por los elementos revolucionarios desencadenados y utilizar su poder para concretar una verdadera supresión del régimen burgués?
Si algunos bolcheviques se dejaron arrebatar sinceramente por el entusiasmo jamás visto de la masa obrera, y se alejaron a veces de las concepciones marxistas, si alguna vez se plantearon realmente la cuestión de saber cómo “acabar con la burguesía”, el sabotaje de la intelectualidad cortó de cuajo tales escarceos y resucitó en su memoria las viejas fórmulas acerca de la “imposibilidad de la realización inmediata del socialismo”, y de inmediato se restableció su pensamiento bajo la fórmula marxista habitual de la “edificación progresiva del socialismo”.

Requeteespantada durante los primeros tiempos de la Revolución de Octubre, la burguesía se dio cuenta rápidamente que no tenía motivo alguno para desesperar. Algo que los sucesos inmediatamente posteriores le han confirmado. Privada del poder estatal, estupefacta por el levantamiento generalizado de la gente, aguardará su fin con angustia, y de repente recibe la buena nueva que su fin no será en ningún caso instantáneo, sino por el contrario, muy prolongado, progresivo, en virtud de todas las leyes socialistas, que su fin sobrevendrá casi imperceptiblemente bajo la forma de una edificación socialista progresiva.

Para remate, esta edificación no comenzará de inmediato, una etapa preparatoria bajo la forma de “control obrero” será indispensable, conforme a la infalible práctica marxista.
El socialismo científico contemporáneo no tiene otro programa para derribar a la burguesía que la nacionalización progresiva de los medios de producción. Les resulta necesario comenzar por las “concentraciones”, que responden mejor a las necesidades y que son las más maduras para la socialización; en ellas se aprenderá a verificar y a demostrar la justeza del método socialista de edificación, para pasar ulteriormente a otras nacionalizaciones. Este programa elaborado por el socialismo reformista que proclama la supresión de la producción capitalista sin violencia, sin insurrección, a través de la integración del capitalismo al socialismo, este programa científico se revela infantilmente impotente en el momento de la revolución.

Sus adeptos se aproximan con todas las precauciones científicas deseadas al gigantesco organismo de la producción burguesa, y luego de largas tribulaciones, le cortan una articulación. De inmediato, esperan que la herida cicatrice para encarar progresivamente la amputación de otros miembros. Olvidan que la sociedad basada en el pillaje, incluso en el mismo momento en que el mejor guardián de su poder, el poder del estado, está completamente inerme, no es el mejor cimiento para edificar el socialismo, ni un buen laboratorio para experiencias científicas. Es el campo de la lucha de clases, de la guerra social, seculares, y es bastante ingenuo no quitarle al vencido –ante todo– la fuente de su poder.
El programa científico de edificación socialista progresiva es el programa del extravío y el embrutecimiento de las masas obreras; no es sino un trapo rojo socialista que se agita para empujar a las masas obreras a los brazos de las dictaduras burguesas y pequeñoburguesas; es el somnífero de las masas, el extinguidor de la revolución obrera. He aquí el papel del socialismo en el mundo entero; he aquí el papel desempeñado por el comunismo bolchevique en el golpe de estado de Octubre.

Al tercer mes de la dictadura bolchevique, los saboteadores intelectuales comenzaron su huelga. Pero los bolcheviques fueron los que más se desgañitaron invocando victoria en este asunto, cuando, en rigor, la intelectualidad dejó de rebelarse por la simple razón de que el bolcheviquismo no se reveló tan temible como cuando las jornadas de octubre. Todos se dieron cuenta de que las declaraciones acerca de la igualdad de ingresos entre intelectuales y obreros, y todos los decretos y amenazas del mismo tenor, no eran más que demagogia para atraer a las masas obreras. Todos se dieron cuenta que las nacionalizaciones bolcheviques no expresaban ninguna aspiración seria a suprimir el régimen burgués, que no eran más que “experiencias socialistas”, que la sociedad culta, mediante una adhesión razonada al poder bolchevique, podía frenar e incluso detener por completo. He aquí porqué la burguesía consideró superfluo seguir apoyando la huelga de los trabajadores intelectuales, he aquí porqué los saboteadores manifestaron tanto empeño para reconciliarse con el poder soviético.

[...] Todo el trasfondo del problema reside en que la lucha contra la intelectualidad contradice todo programa socialista. Los socialistas están obligados a defenderla y no a luchar contra ella. Por más hostil que pueda resultar respecto a los obreros, los socialistas, de los cuales forman parte los bolcheviques, la considerarán siempre por lo menos como “parte integrante del proletariado”, en todo caso, momentáneamente corrompida y extraviada por los prejuicios burgueses.

Aunque la intelectualidad siempre se haya presentado en los momentos difíciles, como durante las jornadas de Octubre, como un enemigo de la revolución obrera no menos feroz y pertinaz que los propios capitalistas, no ha hecho, de acuerdo con las convicciones de los capitalistas, más que traicionar sus “intereses proletarios”, extraviarse provisoriamente, y no se podría por lo tanto declararla “enemigo de clase” de los obreros. El bolchevique no puede más que intentar hacer entrar en razón a la intelectualidad, y no se atreverá jamás declararle una lucha impiadosa. En tanto que socialista “verdadero” y “sincero”, en tanto que defensor y portavoz de los intereses de la intelectualidad, no se convertirá jamás en su enemigo. Se permitirá achicar el margen de maniobra de los capitalistas, pero siempre tenderá a componendas con la intelectualidad. Como ésta protesta únanimemente contra “la experiencia socialista”, el bolchevique se ve obligado a tomar en cuenta esta voluntad intelectual y terminar o al menos frenar, la lucha contra el régimen capitalista.

El pensamiento marxista de los bolcheviques, que busca las vías para nacionalizaciones ulteriores, bajo la presión, irresistible para dicho pensamiento, del sabotaje de los intelectuales, está condenado fatalmente a debatirse impotente en el seno de las utopías socialistas caducas.
¿Llevar adelante una propaganda encarnizada y atraer para su causa a todos los ingenieros y técnicos necesarios? ¿O formar cuadros y especialistas indispensables para la producción, en medio de todo tipo de cursos para obreros? La burguesía rusa o extranjera podría aplastar la revolución, mucho antes de que se recojan los frutos de este tipo de emprendimientos.

¿Tal vez convendría entonces esperar a que los comités obreros, que ejercen el control obrero, puedan al mismo tiempo asimilar la ciencia y el conocimiento de los ingenieros, los químicos y de otros especialistas? Esta fábula ha gozado de cierto predicamento en su momento, pero se trató de promesas tan huecas que se desmoronan cuando se trata de poner en marcha una producción altamente tecnificada.
El comunismo bolchevique está obligado a volver a la fábula socialista más trivial, que afirma que las masas obreras, sufriendo durante toda su vida la servidumbre del trabajo manual, habrán de llegar sin duda alguna en un porvenir lejano a alcanzar el nivel de conocimiento de la intelectualidad, a disponer de los medios de desarrollo intenso mediante organizaciones culturales de instrucción y de las universidades populares.
El bolcheviquismo ha arrojado así una amenaza mortal a la burguesía, pero no ha podido, ni querido, ir más allá. La voluntad de la intelectualidad lo ha hecho recular.

La intelectualidad rusa, bien conocida por su rebeldía, casi totalmente volcada a las convicciones socialistas, conducida por revolucionarios desde hace ya mucho tiempo, con la aureola de sus sufrimientos, ha sabido manifestar su gratitud a la burguesía, salvarla de la ruina y de la revolución obrera. Pese a todo, ella no quiere ser glorificada. Quiere, por el contrario, que los obreros olviden lo más rápido posible sus servicios a la burguesía, puesto que quiere permanecer como hasta ahora, como la amiga fiel de la clase obrera, para llevarla, en el curso de los siglos, de “progreso burgués” hacia un “socialismo razonable”.

Paralelamente, los bolcheviques no se han afanado mucho por recordar la explotación burguesa en el momento de la revolución de Octubre. Porque para ellos, es evidente que la intelectualidad debe permanecer como parte integrante del ejército proletario.
[...] ¿Podrían contar los obreros con la desaparición inmediata de la burguesía? No, no sería sino cuestión de control obrero, que no haría más que refrenar un tanto la autocracia del capital. Tampoco sería cuestión de concebir la realización inmediata y total del socialismo. No se trataría más que de salvaguardar tal posibilidad a través del “capitalismo de estado” de Lenin, edificando una “patria socialista”. ¿Se propondrían los socialistas-revolucionarios y los mencheviques derribar semejante “patria socialista”? Muy por el contrario; el edificio “obrero-campesino” se parece demasiado al edificio “campesino-burgués” de los Tchernov (6) y al edificio obrero-burgués de los Liber y Dan,(7) esos socialistas inveterados.
Cuando la comprensión de las insurrecciones y victorias obreras se reduce a esta falsa moneda que es el socialismo, los obreros se reencuentran siempre estafados, en medio de la satisfacción generalizada de todos los partidos intelectuales. Los obreros que han confiado en los intelectuales consideran siempre al socialismo como oro puro, en tanto que en el mejor de los casos, no se trata más que de cobre de muy baja calidad.

La expropiación de la burguesía

Desde los primeros pasos de la revolución obrera los parásitos deben desaparecer de la sociedad, todos sus miembros deben trabajar. La revolución obrera no alcanza estos resultados sobre la base de medidas groseras y primitivas como las que aplica el gobierno bolchevique, tampoco mediante el “servicio de trabajo obligatorio para todos” cuya ejecución siempre tendrá que ser controlada por alguna policía; la guardia roja en el caso presente.
La revolución obrera obligará a los ricos a trabajar, después de arrebatarles las riquezas que les permitían holgazanear.
El poder soviético, percibiendo que los obreros esperan de “su dictadura obrera” medidas para obligar a los ricos a trabajar, no encuentra otro recurso que el servicio compulsivo del trabajo obligatorio; lo que muestra que sabe imitar a los estados en guerra, cuando introducen a su vez el trabajo obligatorio para la defensa nacional de la sociedad burguesa amenazada.

Esto demuestra con creces que el poder soviético no tenía la intención de confiscarles, en un futuro próximo, los bienes a los ricos, a la burguesía en general.
La revolución de Octubre ha demostrado a las claras que el enemigo de la revolución obrera y el defensor del régimen de pillaje no es únicamente el capitalista, poseedor de fábricas, sino también el intelectual, que detenta los conocimientos que vende por un ingreso privilegiado. La intelectualidad, bien satisfecha, defendiendo su posición dominante, decidió no tolerar más la dominación de los obreros; se negó a asumir la dirección técnica, sin la cual los obreros no pueden organizar la producción.
La duración y el éxito de las huelgas promovidas por los intelectuales, plasmaron gracias a la indecisión y al rechazo del poder soviético a confiscar todas las riquezas acumuladas.

Los bolcheviques han prestado muy poca atención al hecho de que las huelgas de los intelectuales han sido sostenidas financieramente por los capitalistas. Los saboteadores decidieron suspender sus tareas tras cobrar sus salarios. Si no se les hubiese pagado, en muy poco tiempo habrían sido llevados al hambre. Sin embargo, la revolución obrera, que no tendía a limitar más que los salarios faraónicos de los funcionarios más encumbrados, no los amenazó en absoluto. Así, a la primera sensación de necesidad, toda la masa de pequeños empleados se habría puesto a trabajar, y por lo tanto todos los establecimientos y empresas habrían retomado sus actividades habituales.

[….] Supongamos que el poder soviético declare, bajo la presión de los obreros, una expropiación general simultánea. En ese momento, los mismos obreros, sin el concurso ni de comisarios especiales ni de instructores incautan las fábricas, las usinas, los talleres con sus reservas, sus cajas y todo lo que ello implica; luego sin la menor demora, los comités obreros organizan la producción de cada empresa. El poder soviético sólo expropió directamente a las empresas más complejas, como por ejemplo, los bancos, las sociedades por acciones, las empresas cooperativas, todos los establecimientos donde hay pocos obreros y muchos empleados hostiles a la expropiación. Si en Rusia actualmente, se decretara, por ejemplo, que todos los ingresos superiores a diez mil rublos anuales son susceptibles de ser confiscados, todos los establecimientos y empresas pertenecientes a particulares pasarían a manos de los trabajadores. Los altos ingresos de los intelectuales también podrían tener ese mismo techo.

[…] Una expropiación general y simultánea, que paralizaría de raíz a la oposición burguesa y prevendría el sabotaje y la huelga de la intelectualidad, sería garantía contra todo fiasco al que nos conduce inevitablemente el programa bolchevique –y socialista en general– de nacionalizaciones sucesivas y progresivas. La expropiación simultánea provoca trastornos mínimos y, en condiciones favorables, puede evitar totalmente la crisis y la ruina de la industria, que vienen adosadas al programa bolchevique de nacionalizaciones escalonadas a lo largo de meses y años.
Las nacionalizaciones parciales ya llevadas a cabo por el poder bolchevique sirven, sin duda, de señal de alarma para la burguesía, que busca transformar en dinero la mayor parte de sus bienes y reduce la producción para disimular lo más posible sus capitales. Muchísimos industriales, se hacen de capitales líquidos, abandonan sus fábricas, las dejan al garete. El poder bolchevique se ha visto así obligado, para no dejar a los obreros en la calle, a financiar con fondos públicos, a las empresas abandonadas.

[…] La economía bolchevique no tiene más que dos soluciones para elegir: o recurrir a una expropiación generalizada, definitiva, o cesar toda nacionalización suplementaria y, después de una etapa intermedia de “capitalismo de estado”, restaurar la economía capitalista precedente.
¿Por qué los bolcheviques no se han decidido a realizar una expropiación generalizada y simultánea sobre toda la burguesía? ¡A ello, empero, fueron empujados, cuando ellos mismos decían que hacía falta “acabar con la burguesía”! Se trataba de una acción bien fácil de llevar a cabo, sobre todo en consonancia con el sentir unánime de las masas obreras, más que su emprendimiento fantasioso de creación de una dominación ilusoria de los obreros.
Los bolcheviques no han llevado a cabo esta expropiación de los burgueses, simplemente porque no desean la revolución obrera; lo que quieren es sencillamente una revolución democrática y pequeñoburguesa. No luchan por la emancipación de la clase obrera, no hacen más que defender los intereses de las capas inferiores de la sociedad burguesa actual y de la intelectualidad. No quieren una expropiación general, no porque quisieran proteger o salvar a los capitalistas sino porque temen por el porvenir de la intelectualidad, puesto que la expropiación general reduciría simultáneamente los ingresos altos de estos últimos y señalaría el comienzo de la lucha de los obreros contra los “manos blancas”, por la igualación de la remuneración del trabajo físico y el intelectual.

El partido bolchevique es un partido de intelectuales, como todos los otros partidos socialistas, ni más ni menos; mencheviques, socialistas-revolucionarios u otros.
Todo socialismo no aspira más que a promover los intereses de la intelectualidad y no los de los obreros. Enseña que los capitalistas constituyen la única clase dominante de la sociedad, explotando no solamente a los obreros sino también a los intelectuales, y que por lo tanto unos y otros no son sino trabajadores asalariados.

Ninguna tendencia del socialismo, ni siquiera las más extremas como el anarquismo y el sindicalismo revolucionario, atacan la vida privilegiada de los trabajadores intelectuales, aunque las capas superiores, los grandes sabios, los altos dignatarios gubernamentales, los especialistas técnicos de la producción y tantos otros, embolsen ingresos que no van por cierto a la zaga de las ganancias de la gran burguesía. Muy por el contrario, con la eliminación de los capitalistas, el socialismo les otorga el derecho a conservar intactos sus ingresos privilegiados. Algunos representantes del socialismo lo declaran abiertamente. No es difícil adivinar que semejante “patria socialista” no se distingue en absoluto del régimen burgués; toda la ganancia nacional se reparte entre los intelectuales, en tanto que los obreros, al quedar sometidos a la esclavitud del trabajo manual, se convierten en los esclavos del mundo educado.

Los obreros tienen problemas directamente opuestos: disminuir lo más posible los ingresos de los intelectuales, transferir a su favor todos los dividendos del que se adueñan los capitalistas y con el cual privilegian a su personal gerencial y de dirección. Más que la nacionalización progresiva de las fábricas –que le viene tan bien a los socialistas, defensores de los intelectuales– ellos necesitan una expropiación general e inmediata.

¿Cómo se efectúa la transferencia del control de una empresa, por ejemplo, de una fábrica metalúrgica, entre el poder soviético y los obreros? Todo el asunto se reduce simplemente a apartar a los capitalistas. El salario de los obreros no está en juego; éstos están obligados a trabajar en las mismas condiciones que antes, por un salario determinado por el sindicato bolchevique de la rama de la industria […]. Este salario es bajísimo y no acompaña para nada el alza del costo de vida. Los bolcheviques cuentan con esto para garantizar así la misma tasa de ganancia a los capitalistas privados y al estado cuando los reemplace.

Si los bolcheviques deciden nacionalizar una rama industrial entera, por ejemplo la siderúrgica, todos sus obreros quedarán en la misma situación como si fuera una sola la fábrica confiscada. El sindicato bolchevique y el comisariado de trabajo procurarán no tolerar ningún aumento de salarios. La ganancia, de la que se adueñaba el patrón, deberá pertenecerle, según sus cálculos al estado y no a los obreros. Es decir, que servirá para el mantenimiento de funcionarios privilegiados del estado y de todos los dirigentes y “educadores” de la clase obrera.

Los empleados de nivel superior, especialistas de la producción socializada, procurarán del mismo modo negociar para su propio beneficio salarios tan elevados como los que tenían antes, algo que los bolcheviques están completamente de acuerdo en otorgarles.

Tal procedimiento para suprimir a los explotadores debe provocar necesariamente la indignación de los obreros. ¡Los explotadores son expulsados de toda una rama de industria y de ello no surge ningún beneficio para las masas obreras, ni siquiera un aumento en su ración de hambre!
[…] La única vía de lucha verdadera y constante en el mundo entero es y sigue siendo la lucha por un aumento en la remuneración del trabajo manual, lo que han querido siempre y en todas partes las masas obreras, a pesar de sus profetas, tutores y legisladores socialistas.

En el régimen burgués el poder de los capitalistas y la inviolabilidad de la ganancia patronal hace que el aumento de salario implique generalmente, salvo excepciones, un encarecimiento de las mercancías producidas por esos mismos obreros. Es la razón por la cual el aumento de salarios se reduce a menudo a la nada cuando va acompañado del encarecimiento de los objetos de consumo.

La situación se presenta completamente diferente cuando este aumento de salario está ligado a la expropiación de la burguesía. En ese momento, toda la ganancia y todos los ingresos privilegiados deben ser expropiados a favor de los obreros; que pasen a formar parte, integralmente, de sus ingresos. Consecuentemente, el salario puede y debe ser muy aumentado sin que dé lugar a encarecimiento de mercancías y de objetos de consumo.

La revolución obrera que se avecina será una lucha por una mayor remuneración del trabajo manual. Cuando éste se equipare con la del trabajo intelectual, tras una presión generalizada, la servidumbre secular del pueblo obrero habrá sido vencida. Efectivamente, al fin de esta revolución obrera, las familias obreras e intelectuales poseerán medios casi idénticos para criar y educar a sus hijos; ya no se encontrará en la próxima generación, millones de seres humanos condenados, aun antes de haber nacido, a la explotación y a la servidumbre, esos hombres que actualmente están desprovistos de todo saber y aptos únicamente para el trabajo manual, que nacen pues esclavos de la sociedad burguesa educada.
La revolución obrera consiste –en todo su curso– en la expropiación de las clases poseedoras a favor de las explotadas, con miras a aumentar los salarios obreros.

La burguesía, inicialmente propietaria de los bienes creados a lo largo de los siglos, de los medios de producción, y la intelectualidad propietaria de conocimientos, deben todos ellos ser privados de sus ganancias e ingresos privilegiados para que todos los bienes y la civilización se conviertan en patrimonio de todos y sean distribuidos en su totalidad, en partes iguales.

Javn Vaclav Majaiski

* Escrito en junio-julio 1918.
** El autor escribió esta reflexión con el “poder soviético” recién constituido [n. del trad.]

notas:
1) Primer jefe de gobierno de la República de Weimar (Alemania, 1919) [n. del trad.].
2) Pese a la disparidad de títulos, suponemos que Majaiski aquí se refiere al mismo trabajo de Lenin señalado ut supra como La catástrofe que amenaza, que en los listados de las obras de Lenin suele ser traducido: La catástrofe que amenaza y los medios para conjurarla (n. del tr.).
3) ¿Reforzado o simplemente forzado? En 1918 Trotski defendía la práctica del trabajo forzado. No conocemos si tal defensa fue anterior o posterior a la escritura de este texto [n. del trad.].
4) Periódico [Vía Nueva] editado por Máximo Gorki en Petrogrado en 1917 y 1918 [n. de Sk.].
5) Nos parece una alusión genérica a millonarios rusos de la época, volcados al progresismo rampante [n. del trad.]
6) Jefe socialista-revolucionario. Presidente de la efímera Asamblea Constituyente [n. de Sk.].
7) Líderes mencheviques [n. de Sk.].

Introducción y traducción: Luis E. Sabini Fernández, autor a su vez del prólogo del libro ‘La ciencia socialista, religión de intelectuales’ http://bardoediciones.net/majaiski_web.pdf

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excelente
Por uno - Saturday, Jan. 29, 2011 at 11:18 AM

tomar conciencia de que el bolchevismo es una forma de revolucionarismo burgués es el ABC de la política revolucionaria-proletaria.

ahí está la izquierda leninista para demostrar lo que sucede cuando no se supera al bolchevismo.

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