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Revolución en Magreb y la continuidad de la historia
Por Agencia Nodo Sur - Saturday, Jan. 29, 2011 at 6:54 PM
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Insurrecciones populares conmocionan al mundo árabe

Revolución en Magreb...
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¿El fin de la historia?

Mucho se ha escrito y publicado respecto de las características de la etapa capitalista global. La caída del Muro de Berlín en 1989, el fracaso de los socialismos reales y el desarrollo monumental de las tecnologías de la comunicación y de la información, fomentó la opinión de expertos que aseguraban que nos hallábamos en el fin de la historia: es decir, el momento en que el capitalismo aseguró un dominio mundial y total que presagiaba años y décadas de bienestar[1]. El desarrollo de los acontecimientos en la década del 90 y fundamentalmente hacia el final de ella, con crisis, revueltas populares y atentados terroristas y religiosos, bastó para que con sorna recordemos esas proclamas optimistas que no sirvieron ni como manual imperialista para propagar la desmoralización.

Otro tanto hicieron los autores posmodernos –desde periodistas, catedráticos hasta filósofos de todo el mundo. Las condiciones de producción del posmodernismo filosófico fue sin duda el fracaso de las izquierdas en la década del 60 y 70, y su subsistencia como académicos se centró en una re-lectura de los postulados marxistas en clave postestructuralista. El centro neurálgico de esta recomposición fue sin duda Francia. El mayo del 68 y su posterior desenlace, en vez de entenderlo como parte de una crisis global del capital que recibió una respuesta compacta entre estudiantes y obreros (apenas unos años antes de la crisis petrolera del 71), estos intelectuales lo entendieron como un fracaso de los “grandes relatos” (cristianismo, fascismo, comunismo, socialismo) y una idea de revisión de sus principales postulados. Pero también fallaron, fundamentalmente porque el establishment financiero mundial y los empresarios que controlan la riqueza asumen con gusto la existencia de un gran relato como es la globalización.

Años y décadas esta literatura ganó espacio en publicaciones y en las Universidades, y a pesar de que se presentaban como “libres” o “sin ataduras a ningún dogma”, el principal papel que cumplieron fue fomentar una oda a los particularismos, una inflación de interés en actividades humanas aisladas y pequeñas, y la mejor respuesta que puede esperar el capital a un período de cierre universal del discurso.

¿Revolución?

Los sucesos en los países árabes de los últimos días (renuncia de Ben Alí en Túnez, revueltas pidiendo la dimisión de Mubarak en Egipto, manifestaciones masivas en Yemen y Jordania), provocó que inclusive los analistas del establishment más concentrado denominen al proceso como “revolucionario”. A pesar de la tendencia de los intelectuales progresistas o social-demócratas de caracterizar las revueltas como “democráticas”, lo cierto es que los acontecimientos demuestran que no les basta a los manifestantes con que caigan los dictadores. En Túnez, sin ir más lejos, la huelga general y la ocupación de edificios públicos demuestra que con la dimisión de Ben Alí y la conformación de un gobierno de transición los pobladores no se conforman: quieren una renovación profunda de la política, el tiempo dirá si esa modificación también será económica y social.

Esta reacción en Medio Oriente es la primera con consecuencias palpables desde que explotó la crisis capitalista mundial de 2008. Grecia, España, Portugal, Inglaterra e Irlanda habían sido sedes de numerosas demostraciones de fuerza por parte de los trabajadores, que respondieron al ajuste de sus gobiernos y a las intenciones de los países de salvar a los grandes empresarios quebrando conquistas históricas de la clase trabajadora (por ejemplo, aumentando la edad jubilatoria en España). El devenir de esas manifestaciones se ha diluido, fundamentalmente por la complicidad de las direcciones de los gremios con los gobiernos y los patrones.

Pero lo que primero empezó en Europa, tuvo un breve rebote en Latinoamérica (la liberación del precio de la nafta en Bolivia y en Chile, lo que provocó una revuelta popular que hizo retroceder a Evo Morales, y el corte del Puente de Magallanes por varios días en Chile) y ahora se está desarrollando en Arabia. El filósofo Samir Nair, en entrevista con un diario argentino, dijo que “Si estas revueltas llegan hasta el final en estas autocracias árabes estaríamos viviendo una auténtica revolución mundial”[2].

La exacerbación y el contagio de los manifestantes en los países de Arabia tienen su raíz en la asfixiante situación económica de los trabajadores en aquellos países, además de décadas de dictaduras tiránicas con respaldo de la Unión Europea y Estados Unidos. Sin ir más lejos, solamente en Egipto la desocupación alcanza al 30% de la población adulta, y en Túnez ese mismo porcentaje en jóvenes de menos de 24 años. A su vez, la carestía en los alimentos de primera necesidad fundamentalmente afecta a los barrios que contienen enormes bolsones de pobreza (en Túnez y Argelia el aumento en el precio del trigo fue de 30% en el último mes). Todo esto, en países con históricos promedios de mejoramiento de sus economías. A pesar de las distintas características que asume la crisis en Túnez, Egipto, Yemen, Jordania, Argelia, los une un aspecto: el crecimiento de sus economías y la áspera desigualdad social.

Crisis económica mundial

Richard Wolff, un economista marxista estadounidense, afirma que en 2011, pese a todo lo que dice Obama y los periodistas en los medios de comunicación, seguirá extendiéndose la enorme crisis financiera que comenzó en 2007 con la crisis hipotecaria. La “crisis de sobreproducción” que implicó activos invendibles y 4 millones de personas en la calle (“homeless” sin casa), más 20 millones de norteamericanos por debajo de la línea de la pobreza, no está cerca de sanearse.

Él lo dice elocuentemente:

“(…) en todo esto hay más fantasía que realidad. Después de todo, casi el 20% de la fuerza de trabajo que cayó en el desempleo o el subempleo en 2009 permanece en esa condición al entrar en 2011. Ahí no hay recuperación alguna (…)”


Y luego,

“(…) consideren por qué la Reserva Federal decidió el mes pasado imprimir otros 600 millones de dólares más, y por qué el Congreso y el Presidente acordaron en diciembre un plan de estímulo fiscal adicional (extendiendo los recortes de impuestos de Bush, reduciendo las retenciones para seguridad social para 2011, etc.). Tomaron estas medidas porque los auxilios financieros, relajamiento monetario, recortes a los impuestos, y el gasto estatal con fines de estímulo fiscal, han fracasado en el objetivo de poner fin a la crisis actual”[3].

En este panorama, y tal como hemos señalado antes, la interdependencia entre países a escala planetaria que adquirió el capitalismo durante todo el siglo XX (no hay ya territorio que no esté incorporado al sistema económico internacional, ni siquiera la estatalizada China) es ahora la traba para la superación de la pérdida en la tasa de ganancia del capital. Lo que a principios de la década del 90 era oportunidad, optimismo y crecimiento apabullante, es lo mismo que ahora se transforma en un puente sin salida para el gran capital (tanto financiero como el otro). Los invendibles y esta crisis de sobreproducción tienen una diferencia fundamental con la crisis de 1929, y es que no hay salvación a través de la conquista de nuevos territorios. La bancarrota de las cuentas del Estado de los países del primer mundo, además de no haber podido salvaguardar los intereses de los bancos y las empresas, se convirtieron en enormes déficits que no pueden tener otro modo de superación que no sea la de enfrentamientos monumentales que abarcarán todo el mapa mundial.

Es deber de los trabajadores y de las mayorías productoras de la riqueza de organizarse y llevar adelante un programa político que supere la barbarie y fomenten la autodeterminación de los pueblos: los países árabes están dando el puntapié inicial.

Joaquín Cardoso, para ANS

Notas:

[1] El primero en plantear el “fin de la historia” fue Francis Fukuyama, con la publicación de su libro en 1992, aunque en el año 2004 con la publicación de su libro “Construcción del Estado: gobierno y orden mundial en el siglo XXI” tuvo que rectificar su tesis diciendo que “la historia no había terminado”.

[2] Página 12, 28/1/11

[3] laclase.info, 2/1/11

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