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EGIPTO: Oriente partido al Medio
Por OLNyS Fogoneros - Tuesday, Feb. 08, 2011 at 10:25 AM
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EGIPTO: Oriente partido al Medio Todos los indicios señalan que más allá de la legitimidad de los reclamos populares y de la profunda insatisfacción extendida en diversas clases sociales de Egipto, las protestas multitudinarias de la última semana no implican la existencia de condiciones revolucionarias en ese país.

Desde la muerte del presidente Anwar Sadat en 1981 a manos de grupos militares islámicos, Hosni Mubarak gobierna Egipto con métodos que en América latina pueden encontrarse en la forma de gobernar y en el contenido pro yanqui del colombiano Alvaro Uribe y su continuador Manuel Santos.

Mubarak siguió la línea implementada por su antecesor, basada en la alianza con EEUU e Israel y el mantenimiento de los acuerdos de Camp David que significaron una alta traición a los intereses del pueblo palestino.

Paralelamente transformó a Egipto en una suerte de gigantesco centro clandestino de detención y torturas usado por la CIA para secuestrar, flagelar y asesinar a personas acusadas por los norteamericanos de “terroristas”, evitándole a los gobiernos de George W. Bush y Barack Obama el engorroso trámite de cometer delitos de lesa humanidad en su propio territorio.

Mantuvo un constante alineamiento con los EEUU en política exterior, hasta convertirse en el segundo país más importante de la región, después de Israel, para defender los intereses estratégicos del capitalismo en general y de los yanquis en particular, en Medio Oriente. Por los servicios prestados de su gobierno, Egipto recibe una ayuda militar norteamericana de 1300 millones de dólares anuales en blanco, sin contar los aportes económicos que, disfrazados con diversas coberturas, se aplican en el terreno de la tecnología aplicada a la guerra y a la represión.

La política interna de Mubarak fue coherente con la exterior: pauperizó a gran parte de la población egipcia; sistematizó la persecución y la tortura en el país contra cualquier intento serio de oposición; aplastó conquistas sociales; borró de un plumazo incluso los ejes nacionalistas de Gamal Abdel Nasser, el presidente populista con mayor predicamento en la historia de Egipto; basó su poder en la prebenda y la corrupción generalizadas en todos los estamentos del Estado, e hizo del país de las pirámides una copia fiel del modelo neoliberal que caracterizó a las tres últimas décadas en su versión tercermundista, esto es, con reglas democrático burguesas permanentemente vulneradas por los propios burgueses que las sostenían.

Paralelamente, fue creciendo en ese país africano un descontento canalizado principalmente por dos grandes líneas de pensamiento y acción: la del fundamentalismo islámico, profundamente derechista, encarnado por los llamados Hermanos Musulmanes y otros grupos teocráticos menores; y la de la oposición democrático burguesa tradicional que se mantuvo a la expectativa de un futuro cambio de manos en la administración del Estado capitalista y que sin descanso negoció con Mubarak a lo largo de tres décadas.

Ninguno de los dos sectores expresa nada siquiera parecido a una revolución, y mucho menos a un proyecto socialista.

En este contexto, tampoco los yanquis fueron originales a la hora de tomar posición ante el derrumbe del poder de Mubarak. Siguiendo al pie de la letra la tristemente célebre frase del presidente norteamericano John Quincy Adams y del británico Henry Temple -Lord Palmerston- que decían que sus respectivos países “no tienen amigos permanentes, sino intereses permanentes”, la administración Obama aplicó su sistema tradicional en materia de política exterior: sostuvo a Mubarak hasta donde le fue posible y le soltó la mano en los últimos días.

De una mañana para la otra, tomando en cuenta los acontecimientos en Egipto y la masividad de las protestas que pusieron al borde del abismo al régimen de Mubarak, la secretaria de Estado Hillary Clinton dijo que “el gobierno egipcio es estable y está buscando formas de responder a las legítimas necesidades e intereses del pueblo egipcio“.

Al día siguiente, la misma Hillary dijo que “apoyamos los derechos universales del pueblo egipcio, incluyendo los derechos de expresión, asociación y manifestación, y urgimos a las autoridades egipcias a no impedir las protestas pacíficas o bloquear las comunicaciones, incluyendo las redes sociales”.

Así comenzó el golpe de timón que Barack Obama dio a ese inmenso portaaviones cargado de armas invasoras que son los EEUU, y que hoy se apresta a conducir una transición lo más ordenada posible en Egipto.

El martes 25 de enero, Obama respaldó explícitamente el recambio institucional en Túnez y adelantó así su siguiente postura en relación con Egipto. El 31 de enero ya fue absolutamente claro: “la gente tiene que disponer de instrumentos para expresar sus legítimas discrepancias. La respuesta a esas aspiraciones no puede ser la violencia”, dijo, en referencia a la situación egipcia y a la represión gubernamental que provocó centenares de muertos y miles de heridos.

El método norteamericano parece calcado del que precedió a la caída en 1979 de Anastasio Somoza en Nicaragua. Primero intentaron apoyar un recambio pacífico a través de la figura del empresario periodístico Pedro Joaquín Chamorro, pero Somoza acabó con el plan asesinando a Chamorro. Después, ya en medio de la ofensiva final del sandinismo, trataron de instalar a Francisco Urcuyo, vicepresidente del país centroamericano, mientras le daban refugio en Miami a Somoza y a su familia. Pero éste último intento de cambiar algo para que todo siga como estaba, fracasó porque en Nicaragua las guerrillas del FSLN ya habían avanzado demasiado, la Guardia Nacional estaba militarmente derrotada y los revolucionarios nicaragüenses se aprestaban a tomar el poder.

En Egipto no existe esa organización política revolucionaria y por lo tanto, la sucesión de Mubarak está limitada a dos opciones: la restauración de un capitalismo pro yanqui más ordenado como opción más probable; o el surgimiento de un régimen teocrático islámico cuyo horizonte político es establecer un sistema también capitalista, pero no del todo compatible con los intereses norteamericanos en la región, y al mismo tiempo incompatible con todo aquello que tenga que ver con la construcción del socialismo y los intereses de los obreros, trabajadores y campesinos egipcios.

Las luchas y sacrificios actuales de los millones de personas que se movilizan contra el régimen imperante, son en todo caso una saludable experiencia de un pueblo que deberá recorrer todavía un largo camino hacia su liberación.

En definitiva, lo que está sucediendo en Egipto es una profunda crisis de un gobierno corrupto, que se da en el marco de un contexto de crisis capitalista mundial a la que el Medio Oriente no es ajeno, situación que determina modificaciones en la estrategia imperialista a partir de la gravedad de la situación que derivó en legítimas protestas populares no sólo en Túnez primero y Egipto después, sino extendidas a Jordania y con alcances imprevisibles en otros países de la región .

Sólo la combinación entre las condiciones objetivas y las subjetivas, éstas últimas incluyendo como imprescindible a organizaciones revolucionarias que se planteen la toma del poder y la destrucción del sistema capitalista en sus países, podrá garantizar acabar para siempre con los milenios de explotación y matanzas sufridas por los pueblos árabes.

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