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Crónicas de pibes de La Cárcova
Por Agencia de Noticias Pelota de Trapo - Thursday, Feb. 10, 2011 at 4:57 PM

08/02/11 Por Claudia Rafael

(APe).- “Es la tercera oportunidad que diosito te da. Ponete las pilas”, le dijo la Toti, mujer fuerte y querida en la villa, a su Joaquín, cuando los médicos del hospital le sacaron el respirador. La primera, ya hace unos años, se había salvado del fuego. La segunda, pudo sobrevivir mientras su amigo se desangraba en una pelea. Y esta vez…esta vez logró pelearle a la muerte que se le anunció prepotente con tres balazos policiales.
Ni siquiera él hubiera imaginado que iba a poder. Si después de todo, hasta su amigo del alma, “el Pela”, que tenía sólo un plomo en el cuerpo se le escurrió de las manos. El Pela, al que él mismo le dijo “de ésta salimos fácil”. Pero “el Pela” Mauricio Ramos, dos años más chico, no pudo en su batalla y se tuvo que rendir.
A espaldas de sus vidas en los márgenes, se tejen historias que no los guarecen. Las suyas son vidas que quedan truncas, de repente, cuando aún no es su tiempo. Porque no hay paraíso que cobije y deslumbre y el amor y la adrenalina suelen ser hoy o nunca. Mañana es, como una ley inapelable, siempre tarde.
Ellos quedan demasiadas veces en el medio. Mirando atónitos mientras la bala se les hunde y los masacra. Segundos apenas de lucidez quizás les permitan bosquejar un deseo. Imaginar, de repente, que hay algo, una mano, una cuerda, un puente imaginario, al que aferrarse para salir del fango y la miseria.
Son los invisibles de esta patria. Y la prensa y las pantallas del televisor reproducen voces que no son las suyas, porque ellos hace rato ya que perdieron la voz en medio de tanta indignidad.
Franco Almirón quedó entrampado para siempre en la barrera de los 16. Serán 16 congelados y eternos. Como para tantos otros pibes engullidos por las balas. Con él, Mauricio Ramos, “El Pela”, de 17. Y tal vez de puro testarudo, es que Joaquín Romero pudo pelearla para que la perversidad no terminara por hundirlo a él también.
Su mundo entero transcurría entre las fronteras de La Cárcova, la vieja e histórica villa ahí nomás de José León Suárez. Tierra de basurales que tuvieron historia, aunque para los tres -tal vez- no significara otra cosa que la fuente de supervivencia cotidiana. A lo sumo, un picadito con una maraña de trapos anudados o un piedrazo desde la gomera improvisada para engordar el plato del mediodía.
Cómo imaginarse que por allí, por esos vericuetos en donde sus pasos se apuraban ante el anuncio de la llegada del tren, hubo alguna vez cinco hombres fusilados por un país de leyes marciales y dictadura atroz. Hermanados con ellos por el peso del plomo y la sangre, cincuenta y cinco años antes se recogieron por esas geografías lo que quedó de Nicolás Carranza, Carlos Alberto Lizaso, Francisco Garibotti, Vicente Damián Rodríguez y Mario Brión en una historia de rebeldías que el gran Rodolfo Walsh desnudaría hasta los huesos.
Sería el mismo Walsh quien algunos años más tarde escribiría en la revista de la CGT de los Argentinos una de las definiciones más certeras y perdurables sobre el sistema represivo. En 1969 precisó que “la violencia policial va siempre acompañada de corrupción. La secta del gatillo alegre es también la logia de los dedos en la lata”.
Axioma feroz aplicable a la perfección a muchos nombres que fueron hilando la larga lista de pibes caídos por la bala del aparato represivo del Estado. Uno cada 28 horas, dice la Correpi. Más de 20 al mes. 3139 desde el 83 hasta ahora. Abrumadoramente “jóvenes, varones, pobres”.
Definición que calza magistralmente con el abrupto final de pibes como Matías Carrasco, 17 años; Diego Bonefoi, 15; Walter Bulacio, 17; Rubén Carballo, 17; Romina Lemos, 15; Mabel Guerra, 17 o Sebastián Bordón, 19.
Todos ellos representan el estandarte de los márgenes o la rebeldía. Lo que molesta a los ojos o lo que sobra para el sistema. Aquello que debe ser barrido como sólo puede barrer una tormenta cruel que va dejando hilachas a su paso.
“Mi hijo era un chico como cualquiera. Jugaba a la pelota, estaba en la esquina con los amigos, iba a cartonear con el abuelo. No era ningún ladrón, lo mataron porque sí, sin razón alguna. El fiscal y funcionarios del gobierno (bonaerense) me vinieron a ver. Lo único que quiero es que se haga justicia, porque a mi hijo lo mató la policía porque sí, sin ninguna razón”, dijo María Elena, la mamá de Mauricio Ramos a un diario.

La Toti contó que “la policía tiraba a matar” y habló de los históricos enfrentamientos entre “los transas” y la Bonaerense. Su pibe pedaleaba como siempre a buscar cartón cerca del Camino Parque del Buen Ayre y “al ver los incidentes se detuvo a mirar. Fue en ese momento que recibió los dos balazos. Se quedó mirando porque había mucha gente y ahí la policía empezó a reprimir con balas”.

Una vez más: “la violencia policial va siempre acompañada de corrupción. La secta del gatillo alegre es también la logia de los dedos en la lata”.
Mauricio, Franco, Joaquín quedaron entrampados en historias de otros que tienen en tierras de los márgenes el perfecto abono para destellar. Son las geografías del hambre y la exclusión, de las casillas sin agua ni baños, de la indigencia atroz el territorio propicio para que transas y policías jueguen impunemente al juego que más les gusta. En donde suelen transitar equilibrios duraderos que cada tanto se rompen y estalla la muerte y la bala perversa.

“Son gurises que caminan siempre por un hilo muy delgado. Que están siempre al borde de todo”, contó Fray Gustavo que hace poquito nomás bautizó a todos los hijos de la Toti ahí en el bajo de la Cárcova. “Es que si lo hacemos acá no hay que vestirse como para ir a la capilla”, le decía feliz la mujer.
Son lugares donde hay códigos extraños. Donde es un secreto a voces entre la gente que los límites entre transas y Bonaerense se diluyen. Y que, con zona liberada, ciertos transas son gente armada hasta los dientes y con control interno en la barriada.
La Toti habló desde el dolor de ver a su Joaquín peleándole una vez más a la parca y sintió tal vez que el pibe se le escurría de los dedos. Y fue testigo después de cómo la muerte se rendía ante su muchacho, porque los médicos le dijeron que iba a salir de ésta, y pensó que quizás tiene una estrella o un ángel o un solcito que se lo cuida y sonrió mientras volvía a la casa a llevarle comida a los más chicos.
“Tome doña”, le dijeron entonces los otros gurises del barrio. “Tome estos 15 pesos así le compra algo al Joaquín cuando vuelva allá al hospital”. Y ella pensó que hay gente buena a pesar de las balas que insisten en atravesarle la historia. Gente que no se rinde. Que abraza. Que resiste, a su manera y ayuda a resistir.
Mientras su Joaquín, a solas en el hospital, tal vez tomó prestados sin conocerlo siquiera aquellos versos de Paco Urondo cuando escribía que puedo elegir mi destino aunque no sepa darle forma adecuada ni por dónde empezar.

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